El secreto de los gases israelíes

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El secreto de los gases israelíes
Thierry Meyssan :: 20/09/2013
Gracias a la firma de Siria, quizás ahora sea
posible saber si los terroristas israelíes han
logrado producir algún tipo de gas étnicamente
selectivo y planean usarlo
La firma de la Convención internacional que prohíbe las armas químicas por parte de Damasco
podría acabar sacando a la luz la existencia y la posible continuación de investigaciones sionistas
sobre armas destinadas a matar únicamente a la población árabe. Los medios occidentales parecen
extremadamente sorprendidos por el inesperado cambio de actitud de Estados Unidos ante Siria.
Los mismos medios que hace dos semanas anunciaban en coro una campaña de bombardeos y la
inevitable caída del «régimen», se han quedado mudos ante el retroceso de Barack Obama.
Retroceso que era sin embargo muy probable, como yo mismo adelanté desde esta columna, en la
medida en que la implicación de Washington en Siria carece de objetivo estratégico importante. Su
política actual responde sobre todo al deseo de mantener su estatus de única hiperpotencia. Cuando
propuso la adhesión de Siria a la Convención sobre la Prohibición de Armas Químicas, retomando así
al vuelo lo que había empezado siendo no más que una respuesta rápida a una pregunta de último
momento, Moscú complació la exigencia retórica de Washington ahorrándole a la vez la
complicación de tener que embarcarse en una guerra en este duro momento de crisis económica. De
esa manera, Estados Unidos conserva en teoría su estatus, aunque todo el mundo se da cuenta de
que ahora es Rusia quien lleva la voz cantante. Las armas químicas tienen dos usos posibles: se les
da un uso militar o se usan para exterminar a la población. Fueron utilizadas en las guerras de
trincheras, desde la Primera Guerra Mundial hasta la agresión iraquí contra Irán, pero de nada
sirven en las guerras modernas, con frentes en perpetuo movimiento. Fue por lo tanto con alivio que
189 Estados firmaron, en 1993, la Convención que prohibía ese tipo de armas, ya que ese documento
les daba la posibilidad de deshacerse de las cantidades ya almacenadas de un armamento muy
peligroso y a la vez inútil, cuyo cuidado se había hecho oneroso. Su segundo uso es el exterminio de
la población civil como paso anterior a la colonización del territorio donde vive esa población. En
1935-1936, la Italia fascista conquistó gran parte de Eritrea mediante la eliminación de su población
con gas pimienta. Fue con ese mismo objetivo colonial que Israel financió –de 1985 a 1994– las
investigaciones del doctor Wouter Basson en el laboratorio de Roodeplaat, en Sudáfrica. [Nota de
LH: No debemos olvidar que una de las primeras pruebas sobre la efectividad de las armas químicas
sobre población civil fue en Irak en 1920, cuando Winston Churchill, en ese momento Secretario de
Estado para la guerra y el aire de Inglaterra, ordenó a la 'Royal Air Force' lanzar gas mostaza sobre
una revuelta kurda contra la ocupación británica provocando miles de muertos. Según sus propis
palabras: "Estoy totalmente a favor del uso de gas venenoso contra tribus incivilizadas"]. El régimen
sudafricano del apartheid, aliado de Tel Aviv, trabajaba allí en la creación de sustancias químicas y
fundamentalmente biológicas, que debían matar a la gente únicamente en función de sus
«características raciales» (sic), ya fuesen palestinos, árabes en general o personas de piel negra. La
Comisión Verdad y Reconciliación creada posteriormente en Sudáfrica nunca logró determinar los
resultados que llegó a obtener aquel programa, ni adónde fueron a parar. Pero sí demostró la
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implicación de Estados Unidos y Suiza en aquel proyecto secreto de gran envergadura. Y también se
demostró que varios miles de personas murieron al ser utilizadas como conejillos de Indias en las
investigaciones del Dr. Basson. El
doctor Wounter Basson durante su
segundo juicio, en 2011. El Dr. Basson
dirigió el programa secreto de
investigación para la producción de
armas químicas y bacteriológicas que
Israel y Sudáfrica desarrollaron
conjuntamente en tiempos del otro
apartheid, de 1985 a 1994. Lo anterior
explica por qué ni Siria ni Egipto
firmaron la Convención en 1993. Y
también explica por qué la posibilidad
que Moscú acaba de ofrecer a Damasco
de incorporarse a ella constituye una
magnífica oportunidad, que no sólo
pone fin a la crisis con Estados Unidos
y Francia sino que además permite deshacerse de un arsenal inútil y cada vez más difícil de
defender. Para precisar las cosas, el presidente Assad especificó que si Siria acepta esa opción no es
cediendo a la presión de Estados Unidos sino a pedido de Rusia, lo cual es una manera elegante de
subrayar la responsabilidad que Moscú asume en cuanto a la futura protección del país árabe ante
un eventual ataque químico israelí. En efecto, la colonia judía de Palestina sigue –por su parte– sin
ratificar la Convención que prohíbe las armas químicas, situación que puede convertirse
rápidamente en un problema político para Tel Aviv. Es por eso que el secretario de Estado John
Kerry viaja este domingo a Israel, donde discutirá el tema con Benjamin Netanyahu. Si el primer
ministro del último Estado colonial es hábil, debería aprovechar de inmediato esta ocasión para
anunciar que su país está dispuesto a reconsiderar el asunto. A no ser, claro está, que el Dr. Basson
haya logrado producir algún tipo de gas étnicamente selectivo y que los halcones israelíes sigan
acariciando la posibilidad de utilizarlo.
Para más información sobre este tema, ver «Sudáfrica, antiguo laboratorio secreto de terrorismo
biológico de algunos países "democráticos"», 25 de mayo de 2005. Al-Watan (Siria) / Red Voltaire
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