El día que se cayó la Luna

Anuncio
El día que se cayó la Luna
Por
Adribel
(Adriana Isabel Juárez Puglisi)
“Esta es una historia antigua, tan antigua, que nunca
antes había sido escrita en un libro, y aconteció en un pueblo
lejano, tan lejano que ni siquiera figura en los mapas por
todos conocidos.”
1
Érase
una vez un pueblo que no tenía nombre, o tal vez ya nadie lo
recordaba porque todos le llamaban por su mote. Los pueblos también
pueden tener motes como las personas y a este se le conocía como el
pueblo de la "Luna llena".
Es verdad, la luna sale en todas partes, y tú dirás que es la misma en
cada sitio, pero en este pueblo, aunque te parezca increíble, la luna
siempre estaba llena. No existía la media luna, ni el cuarto creciente, ni
el cuarto menguante. Esto hacía que las noches en este pueblo fuesen
claras y brillantes.
Sus habitantes estaban orgullosos de que la luna estuviera siempre
llena, y las noches fueran siempre claras. ¡Hacía años que la luna no
dejaba de salir!.
Ya no se encendían las farolas
de las calles ¡no se necesitaban! Ni
tampoco se usaba el Faro, la luz lunar era más que suficiente. La luna
era la única fuente de luz nocturna.
A los pescadores les gustaba ir a pescar de noche, la pesca era más
abundante. Y no te lo creerás, pero la luz que proyectaba la luna, no sé
si sería mayor, pero sí mucho más oportuna que la del sol durante el
día.
En el pueblo vivía un niño llamado Fernando, de mayor sería pescador.
Él sería la tercera generación de pescadores en su familia, esto quiere
decir que su papá y su abuelo también lo eran.
Durante las vacaciones escolares,
un día sí y un día no, Fernando
acompañaba a su papá y a su abuelo a pescar en la pequeña barquilla
familiar y de vez en cuando, se colaba su hermanito Claudio.
2
Éste tenía cuatro años y decía cosas tan graciosas y disparatadas como
sólo un niño de esa edad puede decir.
Una de las tantas noches que salieron a pescar,
justo cuando estaban
sacando las redes repletas de peces, Claudio comenzó a gritar:
-¡Papá! ¡Abuelo! ¡Fernando! ¡Vengan pronto! ¡Papaaaá!Al escuchar los gritos, todos corrieron de inmediato pensando que
Claudio estaba en peligro. En la desesperación dejaron caer el arte al
agua con todos los peces dentro. Cuando llegaron a donde estaba el
pequeño, lo encontraron sumamente excitado con sus ojos fijos en el
mar, gritando sin cesar:
- ¡Se ha caído! ¡Se ha caído! ¡Papá, abuelo!...¿Qué vamos a hacer?Pero... ¿Qué se ha
-
caído? ¿Se te ha caído un juguete?. Podemos
comprar otro, no te preocupes.- decía el papá abrazándolo.
¡No! Papá, se ha caído y no podemos hacer nada. ¡No vamos a poder
-
comprar otra!
Pero, ¿Qué se ha caído?- preguntaron todos un poco nerviosos.
-
La luna ¿no ven? Se cayó la luna. ¡Y ahora dónde conseguiremos
-
otra!.
¡Qué gracioso! Fernando siempre se acordaba de esta anécdota. Por
primera vez Claudio veía la luna reflejada en el mar ¡y pensó que se
había caído!
3
Lo cual era sencillamente imposible. Le señalaron el cielo para que
pudiera comprobar que la luna seguía allí y que no había nada porque
preocuparse. Todo seguía como de costumbre: la luna en el cielo, ellos
en la barca y los peces en la mar. Nada había alterado la tranquilidad
de ese lugar.
Y así era la vida en ese pueblo: tranquila, nada pasaba, sólo la vida, lo
de todos los días, y lo de todas las noches; no nos olvidemos de las
noches, que eran cómo días.
Ni comparación con las grandes ciudades, ruidosas y con mucha gente,
donde nadie se conoce, donde nadie se mira. En cambio en este
pueblito, eran tan poquitos los que vivían, que cada vez que alguien
cumplía años todo el pueblo iba a festejarlo.
Los habitantes de este lugar vivían de la pesca, pero durante los fines
de semana, se ganaban un dinerillo
extra vendiendo distintas cosas a
los turistas que venían a visitar el pueblo. Recuerdos, souvenirs, las
famosas "Lunas llenas" (típicas tortas redondas y rellenas de crema).
Todos querían
conocer el famoso pueblito de las noches claras y la
"Luna llena".
Este lugar tenía algo de mágico, algo especial, algo que todos,
especialmente los enamorados sabían apreciar.
4
Sin embargo un día, o mejor dicho una mala noche, la luna no salió.
Al principio no le dieron importancia, pensaban que una nube pasajera
la estaba ocultando. Sí, era muy extraño. Hacía años que en este pueblo
no se veía una nube por la noche, pero podía ser. Sin dudas todos
habían visto nubes durante el día y los más viejos recordaban que
mucho tiempo atrás,
las nubes también venían por las noches. De
todos modos este episodio no dejaba de ser
bastante singular y
preocupante. Pasaban las horas, pasaban los días y la luna no salía.
Poco a poco todos los habitantes
del pueblo
comenzaron a
desesperarse. La cosa se estaba poniendo grave. Los turistas ya no
venían y, lo peor, es que los afables y amorosos pueblerinos se estaban
volviendo hoscos e irritables.
Tuvieron que poner nuevamente a funcionar las luces de las calles.
Muchas con tanto tiempo en desuso no encendían ¡Ni que hablar del
viejo faro!.
Y fue en una de esas noches, que Fernando se cansó de estar de brazos
cruzados. Revolvió toda su casa hasta encontrar una linterna y,
tomando su mochila, se dirigió hacia la taberna del lugar en donde
todos los habitantes del pueblo, incluyendo a sus padres, estaban
reunidos en asamblea general tratando el tema de la luna desaparecida,
claro...
Muchos coincidían en que, la noche que la luna no salió, se escuchó
un gran estruendo, como una lejana explosión.
5
En eso estaban cuando Fernando entró corriendo y con gran ímpetu
declaró:
- ¡Voy a buscar a la luna!Y tan pronto como había entrado, se fue.
Por supuesto nadie lo escuchó, creo que ni siquiera lo vieron entrar.
Pero a Fernando esto no le importó mucho. El ya había cumplido con
su obligación de hijo de informar a donde iba, por lo demás no tenía
mucho tiempo que perder, debía encontrar a la luna antes que
amaneciera.
Fernando estaba muy entusiasmado. Buscar a la luna le pareció la idea
más lógica y sensata que había escuchado en varios días.
Debería ser algo bien sencillo ya que una luna es algo grande y por lo
tanto fácil de encontrar en un pueblo bien chiquito como éste.
Al comienzo de su búsqueda recorrió todas las calles del pueblo, pero
luego se fue alejando porque pensándolo bien una luna no cabe en una
calle, ni siquiera en una plaza. Según sus cálculos debería estar en
algún lugar despoblado y bastante amplio.
Así fue como atravesó caminos, senderos, pequeños bosquecitos, sierras
y montañas. No me pidan que
explique cómo había tantas cosas
alrededor de ese pueblo tan pequeño. El mismo Fernando estaba
sorprendido. Pero allí estaban.
De tanto caminar, Fernando se encontraba cansado y hambriento. El
chicle, las magdalenas y la gaseosa desaparecieron en menos de un
6
minuto, y eso que, cuando lo guardó en la mochila le pareció más que
suficiente. Y así, medio cansado, medio tristón se sentó en una roca a
descansar. Pensándolo bien su idea ya no le parecía tan lógica, ni tan
sensata, ni siquiera buena.
¡Todo ha sido una estupidez!- pensaba.
-
En otras palabras como no había nadie cerca, Fernando comenzó a
pelearse consigo mismo:
-¡Eres un tonto! ¿Cómo se te va a ocurrir semejante tontería?...- Que
pin que pan, que tun que tan ¡qué tal si a la playa vas!...
- ¡Claro! ¡La playa! ¡Cómo no se me había ocurrido antes! ¡La playa es el
lugar más grande que conozco! ¡Allí debe estar! - Se dijo. Y con gran
euforia corrió a toda velocidad en dirección a la misma.
En el apuro, Fernando se olvidó de recoger la mochila por lo tanto no
tenía la linterna, y la noche se estaba poniendo cada vez más oscura. El
camino se mezcló con las piedras, y las piedras se mezclaron con la
arena, y la arena se volvió tan pesada que Fernando casi desfallece.
Pero justo en ese instante un increíble resplandor lo sobresaltó, era una
luz tan fuerte que casi le impedía ver. Tuvo que colocar sus manos a
modo de visera y entornar los ojos... y entonces vio, y no solo vio sino
que escuchó y exclamó:
- ¡La luna! ¡Y está llorando!- Un momento, el señor luna, querrás decir, y sí, estoy llorando...
¡buaaaaahhhh!
- Pero... yo siempre creí que la luna era femenina, así me lo enseñaron
en la escuela.
7
- Pues te lo enseñaron muy mal, yo soy "el" luna y no "la" luna.
¡Buaaaahhh!
- Discúlpeme, no quise ofenderlo pero, por favor, no llore más porque si
lo sigue haciendo me va a hacer llorar a mí también.
Vale, vale, intentaré no llorar más... pero, es que me pasó una cosa
-
terrible, mejor dicho dos cosas terribles y, cuando me acuerdo, no
puedo evitar llorar... ¡buaaaahhh!
“Pobre luna, está realmente desconsolada, ¿Qué le habrá sucedido?”
Pensó Fernando mientras observaba todo sin poder creer lo que veía.
Podría haberle facilitado un pañuelo si hubiese tenido uno, aunque
francamente ¿Cuántos metros de papel se hubiesen necesitado para
secar las lágrimas a una luna?. Menos mal que estaban cerca del mar
y no en un valle porque sino de seguro a esta altura estaría todo
inundado.
La escena daba bastante pena y como Fernando era un niño de
acción, quiso ayudarlo.
- Bueno, por favor, cálmese
y cuénteme, quizás yo pueda ayudarlo.
Mire, hace horas que lo estoy buscando ¡Y lo encontré! y si lo he
encontrado
por algo es. Estoy
seguro que voy a poder echarle una
mano.
- No sé si podrás ayudarme. - contestó la luna- Pero igual te contaré mi
problema, siempre es bueno charlar con un amigo. Ven, acércate
Fernando, ponte cómodo, que te lo contaré.
- Uy, sabe mi nombre, ¿cómo puede ser? Si yo no se lo he dicho.preguntó asombrado el niño.
8
- No te olvides que yo soy el Señor Luna, y que vivo en el cielo, y de allí
veo todas las cosas. ¡Bah! Vivía en el cielo, porque ahora ya no estoy
más allí, ¡buah!
- Bueno señor Luna no se ponga así, no llore más y cuénteme.
Mientras Fernando hablaba se iba acercando un poquito más, pero no
mucho, porque la luz del señor Luna era muy fuerte. Se sentó en una
roca, y mientras rodeaba las rodillas con sus brazos para estar más
cómodo, comenzó a escuchar una de las historias más increíbles que
nunca antes había escuchado.
Parecía
ser que justo la noche que se oyó el gran estruendo, la Luna,
perdón el Señor Luna, vio pasar una estrella fugaz e instantáneamente,
como en un hechizo, se enamoró perdidamente.
Pero la estrella pasó tan rápido, que el señor Luna no pudo decirle
cuanto la amaba. Entonces en un impulso alocado, como sólo un
enamorado podía hacer, decidió perseguirla.
La estrellita, tan brillante, tan esbelta, con su cola ondulante, iba
demasiado rápido. El señor Luna no podía alcanzarla, y la estrella no
podía esperarlo.
Entonces el señor Luna desesperado le gritó:
-¡TE AMO!
9
Pero la estrellita no lo escuchó. Estaba muy concentrada recogiendo los
deseos de la gente para llevárselos a Dios.
Y fue así que entre tantas vueltas, y entre tantas estrellas, y entre tanto
amor desconsolado, el Señor Luna se mareo y se cayo.
No se sabe si el estruendo fue por el golpe que el Señor Luna se dio al
caer, o por su grito de amor no escuchado. O tal vez por las dos cosas
juntas. En realidad, no importaba.
Fernando entendió muy bien toda esta historia. Se conmovió.
Comprendió al Señor Luna, porque los niños entienden muy bien los
asuntos del amor, mucho más que los de odio y rencor.
Rápidamente
Fernando comenzó a lanzar ideas de cómo hacer para
lograr que la Luna, perdón el Señor Luna, volviera al cielo. Pero tan
rápido como las iba diciendo, las descartaba por lo difícil o complicado
de llevar a cabo.
Ninguna parecía lo suficientemente buena. Por ejemplo, una podía ser
conseguir miles de escaleras, atarlas una encima de otra y apoyarlas
sobre la montaña más alta y así subir al Señor Luna.
Conseguir tantas escaleras no era el problema, pero ¿quién subiría al
señor Luna hasta el cielo? Era demasiado grande, demasiado pesado.
¡Imposible! ¡Ni siquiera todos los hombres del mundo juntos podrían
hacerlo!
La otra posibilidad era subirlo con varios aviones, pero este pueblo era
un pueblo de pescadores y marineros, no había aviones, sólo un par de
avionetas.
10
¡Qué difícil! La cosa se estaba complicando, el tiempo pasaba y no se
encontraba una solución.
Justo cuando el Señor Luna se iba a poner a llorar otra vez, Fernando
recordó la noche en que su hermanito Claudio vio por primera vez a la
luna, digo al Señor Luna reflejado en el agua, y tuvo una idea.
Estaba clarísimo. Si la luna, perdón el Señor Luna, cuando estaba en
el cielo se reflejaba en el mar, ¿no podría reflejarse en el cielo, si se
echara al mar?...era una muy buena probabilidad.
Fernando le transmitió su idea inmediatamente al Señor Luna, el cual
la recibió muy entusiasmado. Él siempre había querido conocer el mar,
y, a lo mejor, hasta encontraría a su estrellita fugaz.
Enseguida se pusieron a trabajar en el asunto. No iba a ser demasiado
difícil porque ya estaban en la playa, muy cerca del mar. Fernando
apenas le dio un empujoncito y la luna, perdón el Señor Luna comenzó
a rodar rumbo al mar.
Fernando se quedó observando todo, inmóvil, sin ni siquiera pestañear.
De pronto se oyó un estruendo, parecido al primero, pero diferente. El
cielo se llenó de mar, y el mar se llenó de cielo, y todo se llenó de luz.
Fernando miró hacia arriba, con un poco de temor, pero pronto su
temor se disipó. ¡Su idea había funcionado! ¡El cielo estaba reflejando al
Señor Luna! ¡Y la Luna estaba en el mar!.
11
Corrió
hacia su casa, esta vez el camino no le pareció tan largo.
Atravesó las montañas, los ríos y los senderos y, cuando llegó a la
entrada de su pueblo, sus padres lo estaban esperando con gritos de
alegría.
-¡Fernando! ¡Por fin has aparecido! ¡Te estábamos buscando! ¿A que no
sabes? ¡Salió la luna!
Fernando trató de corregirles explicándoles que no se trataba de la
luna, sino del Señor Luna, pero sus padres ya se habían unido a un
trencito de gente que venían cantando y bailando. Y después de todo,
seguramente tampoco le creerían...
Al único que le contó la verdad fue a su hermanito Claudio.
Y todo volvió a la normalidad en ese lejano pueblito.
De
vez en cuando, mientras pescan en
el barco con su padre y su
abuelo, el papá llama a Claudio, y riendo le dice:
- ¡Claudio, mira, se cayó la luna!Claudio va corriendo, y con medio cuerpo colgado de la barandilla
observa la luna en el mar, luego levanta la vista buscando el rostro y la
mirada cómplice de su hermano, y entonces ríen, ríen sin parar.
12
Lo
curioso fue que nunca nadie se dio cuenta que lo que veían en el
cielo no era la luna, sino su reflejo.
La verdadera luna, en aquel pueblito, todavía está en el mar.
FIN
13
Documentos relacionados
Descargar