Reflexiones preliminares en torno a Nostalgia de la Luz de Patricio Guzmán Por Rubén Chababo (*) Si hubiera que diseñar un listado de los más destacados documentalistas del siglo XX, nadie que conozca de la materia se negaría a incluir entre ellos a Patricio Guzmán, uno de los video realizadores más poderosos que ha dado América latina y quien desde hace años viene construyendo una obra caracterizada por el compromiso político y la extrema originalidad. Nostalgia de la luz es una prueba de esto que aquí se dice. Un film en el que Guzmán intenta una vez más interrogar el pasado de su país tratando de exhumar las complejas relaciones que Chile mantiene con los años de la última dictadura, aquella que quebró de manera criminal el proyecto democrático de Salvador Allende. Ya unas décadas atrás Guzmán había trabajado en otros proyectos con el tema del legado autoritario, concretamente en La batalla de Chile, considerada una pieza mítica de la cinematografía internacional. Sin embargo, esta vez, con Nostalgia de la luz, Guzmán da un giro de tuerca para hablar del “mismo tema”, es decir, del impacto de la barbarie en su Chile natal, pero apelando a otras estrategias al desplegar una poética sumamente original. ¿Qué relación que no sea descabellada puede existir entre el cosmos y los desaparecidos? ¿Qué vínculo que no sea irracional puede unir al fenómeno de las desapariciones forzadas de personas con el impacto lumínico que emana de las estrellas de nuestro firmamento? Sobre el enigma de estas preguntas, en la provocación que suscitan estos interrogantes, Guzmán construye un film raro, extraño y al mismo tiempo poderoso. El cine latinoamericano posee obras más que importantes sobre el tema. Las dictaduras del Cono Sur, las violencias desatadas por los Estados sobre nuestras comunidades, han sido un tópico obsesivo en muchísimos realizadores, sin embargo, ninguno llegó al “extremo” que ha llegado la cámara de Guzmán en su forma de conjugar tan sutilmente relato e imagen, algo que el propio Guzmán reconoce y plantea como una cuestión de principio profesional : “ (…) Los documentales sobre el pasado son muy valiosos para el conjunto de la sociedad, sin duda alguna, a condición que utilicen las reflexiones singulares, el lenguaje poético, las metáforas, sin caer en los estereotipos que utilizan casi todos los filmes sobre los derechos humanos. Lamentablemente una buena parte de los documentales sobre el tema indígena, ecología, derechos de la mujer o energías renovables, son un catálogo de lugares comunes. No tienen desarrollo dramático y no conmueven a nadie”. Podría decirse que en su film, más que la relación entre el cielo y la tierra, entre la luz y lo oscuro es el ejercicio de búsqueda el que está en el centro obsesivo de los protagonistas del film. La búsqueda del origen del Universo por parte de los astrónomos y la búsqueda de los cuerpos por parte de esas mujeres que en el desierto más árido del mundo se inclinan tratando de hallar un resto, siquiera un fragmento de osamenta que les confirme la existencia de su ser querido, conforman ese núcleo en torno al cual gira su proyecto de registro audiovisual. No hay allí lugares comunes, zonas trilladas, lenguajes remanidos, sino una exploración de los límites últimos ( si es que existen estos límites) en el abordaje del tema de la violencia política. Una violencia que si bien ha concluido con la restauración democrática se prolonga en tiempo presente ante la evidencia escandalosa de la ausencia de miles de personas como consecuencia del Terrorismo de Estado. Finalmente Nostalgia de la luz es un tributo a los ausentes, pero también y en primer lugar, un reconocimiento a la inquieta obsesión de aquellos que saben que los muertos, sean quienes sean los muertos, necesitan de una sepultura, y que es injusta su dispersión sin nombre sobre la extensa e infinita piel de este mundo. (*) Rubén Chababo es Profesor en Letras por la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente se desempeña como Director del Museo de la Memoria de la ciudad de Rosario _____________________________________________ “ (…) Nuestro desierto está lleno de fosas comunes, y a medida que las mujeres se iban aproximando al lugar, los militares sacaron los cuerpos y los llevaron a otros lados o los tiraron al mar, o sea desaparecieron dos veces. Yo me pregunto cómo un chofer, un conscripto no digan dónde están y cómo es posible que el ejército todavía ampare a esos 300 o 400 represores. No creo que sean más, no es todo el ejército, no creo que sean todas las fuerzas armadas ¿Por qué todavía mantiene esos secretos?, por ese falso espíritu de cuerpo. Si los entrega a la justicia se limpiarían las Fuerzas Armadas, daríamos un paso al frente y estaríamos mejor situados para volver a mirar la parada militar, yo ya no la puedo ver y cuando era chico mi abuela me llevaba todos los años y lloraba de emoción frente a ese espectáculo, ahora no lo puedo ver y me gustaría poder hacerlo. Todas estas cosas causan mucho dolor, tocar la herida siempre es complicado porque sangra, pero tenemos que acercarnos a ella poco a poco para que cicatrice de una vez, si no seguimos con todo abierto. Si no hubiera sido por Núremberg, Alemania no hubiese podido salir del agujero moral en el que la guerra los dejó, todo el mundo fue colaborador nazi, porque la juventud tenía que estar ahí, si no te tomaban preso, pero no todos fueron nazis de espíritu y Núremberg clarificó las cosas y hoy día no se puede negar el holocausto porque vas preso, en cambio aquí está lleno de gente que dice que aquí no pasó nada. El Mercurio negó durante décadas que no había torturas, que no habían desaparecidos, que eran líos de la izquierda que se peleaban entre ellos y hoy día aparece como un diario demócrata y nunca ha habido una editorial que diga que se equivocaron aquí o aquí, con lo cual se ganaría credibilidad. El criterio es tapar todo para que se olvide y tú sabes que en la historia no se puede hacer eso.” Patricio Guzmán