La cosecha de los pesticidas

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La cosecha de los pesticidas
Foro Ciudadano
Fuente: www.portaldelpluralismo.cl / 11 de diciembre de 2004
Las temporeras trabajan en condiciones paupérrimas por salarios bajísimo, sin
ningún tipo de contrato y expuestas a grandes peligros por la exposición
prolongada a pesticidas que puede producir malformaciones genéticas en sus
hijos.
Comienza la temporada de frutas. Cerezas, sandías, uvas, duraznos y una
enorme temporerasvariedad de colores y sabores adornarán nuestras mesas y
saldrán a los mercados del mundo llevando el nombre de Chile, un país
esencialmente agroexportador. Para los agricultores esta es la época más
productiva del año, al igual que para las cerca de 400 mil personas que
trabajan como temporeras entre la III y la IX región del país. Miles de mujeres
esperan la llegada de las cosechas para emplearse en los campos y lograr el
sustento diario pero, muchas veces, “parar la olla” les puede costar la vida.
Macarena Mendoza tenía 20 años y trabajaba como temporera en el fundo San
Luis en la zona rural de Perquenco, IX región. Después de doce días de
labores sin contrato ni formalidades y por unos pocos pesos diarios, el 6 de
octubre, sin ningún tipo de información previa, a Macarena le encomendaron
rociar pesticida en el predio. Abrió la bolsa donde se encontraba el veneno con
la boca y, con una cuchara, comenzó a dispersarlo por el campo. A las pocas
horas, Macarena fallecía en el Hospital de Temuco.
Si bien no se registraban muertes por intoxicación con pesticidas desde le
2001, como Macarena, son decenas las mujeres temporeras que en años
anteriores han fallecido producto del mal uso de estas sustancias. De hecho,
en las escasas semanas que van de esta temporada, ya son tres las
trabajadoras que han sufrido el mismo destino.
El 3 de noviembre, una veintena de mujeres de San Clemente, en la VIII región,
sufrieron un grave accidente. Aunque corrieron con mejor suerte que Macarena
y no perdieron la vida, quedaron con graves quemaduras de la cintura hacia
abajo mientras cosechaban habas en un terreno que había sido rociado
recientemente con pesticidas y al que ingresaron sin esperar el tiempo
necesario para que no fuera peligroso.
“Ellas no tienen contratos, nunca hubo información, ni siquiera sabían a qué
predio las llevaban. A las 5 de la mañana las sacó el contratista en un camión y
las llevó al lugar. Las dejó ahí tipo 5:30, 6:00 a.m., estaba oscuro, recién
amaneciendo. No tenían información de que ahí había un riesgo grandote que
podía afectarlas. Lo único que sabían es que por $4.000 las llevaban para allá,
$4.000 que necesitaban para comer ese día. El camión que las trasladó - es
obligación de las empresas poner un buen transporte- les cobró $1.000. Esas
mujeres se quemaron porque las habas son altas y estaban mojadas con el
producto, un polvillo blanco, y al entrar al predio se mojaron la ropa. Están
quemadas como si hubieran pasado por una llama de fuego. Es una situación
terrible y no tenían ninguna información ni firmaron ningún papelito. Ellas
fueron para ganar $4.000, pagaron $1.000 del transporte y ahora están
pagando recetas por $6.000. Además, el contratista se dio el lujo de ir a
decirles que no iban a tener trabajo si seguían hablando por los medios de
comunicación”, relata Alicia Muñoz, secretaria general de la Asociación
Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI).
Aunque en Chile existen claras regulaciones respecto al uso de plaguicidas y
sus componentes -como el Decreto Supremo 594 del 2003 que modifica los
reglamentos que deben cumplir los sectores productivos, especialmente el
sector agrícola- casos como los descritos anteriormente son “el pan de cada
temporada” en los campos del país.
“Lamentablemente, el incumplimiento de la normativa es bastante alto en el
sector agrícola y eso es por responsabilidad del empleador”, declara Silvia
Riquelme del Departamento de Salud Ocupacional y Protección Social del
Ministerio de Salud. “La idea es mejorar los recursos de fiscalización que, por
supuesto, no son suficientes para la cantidad de empresas, que tienen
características diferentes a los de otros sectores productivos: la dispersión y el
trabajo temporal. En los últimos años hay un programa de Gobierno en el que
participan los ministerios de Agricultura, Trabajo, Sernam y Salud, tenemos un
programa de fiscalización conjunta”.
Pero, además de las leyes que existen al interior de Chile, el mercado
internacional impone sus propias reglas para poder entrar en él, son las
llamadas Buenas Prácticas Agrícolas (BPA). Sin las certificaciones necesarias,
difícilmente una manzana chilena llegaría hasta le mesa de un europeo.
“Se supone que todos los campos que están exportando, están con una
presión muy fuerte para poder cumplir con las BPA, que exige una serie de
rotulaciones y procedimientos, exigencias propias del mercado internacional
que si no cumples te quedas fuera del programa. Si bien es cierto, antes por
ideología puede que los dueños de los campos no crearan las condiciones
apropiadas para poder trabajar, ahora, por cohesión, lo van a tener que hacer”,
señala Drina Sotomayor, gerenta del Área de Entrenamiento de Surfrut.
No obstante, las malas prácticas son reiterativas y en la mayoría de los casos
se deben a negligencias de los empleadores. “Nosotros no desconocemos que
los plaguicidas son productos tóxicos pero, adecuadamente manejados, no lo
son ni para el ser humano ni para el medio ambiente”, recalca Antonio Berkoff
de la Asociación Nacional de Fabricantes e Importadores de Productos
Fitosanitarios y Agrícolas (AFIPA).
Dentro del mercado formal, “los pesticidas son comercializados a través de una
red de distribución de empresas productoras con personal capacitado”, explica
Berkoff.
Además, los envases vienen rigurosamente etiquetados con las indicaciones
de aplicación, tiempo de espera y otras. Pero, lo más relevante es que las
personas que aplican estos productos deben recibir una capacitación
específica y usar indumentaria especial. En la mayoría de los casos, no se trata
de las mismas temporeras sino que de trabajadores especializados, por lo que
las explicaciones para los casos como el de Macarena, se hacen cada vez más
escasas. ¿Qué hacía una temporera abriendo una bolsa de veneno con los
dientes y dispersándolo por el campo? Cuesta imaginarlo.
Para muchos agricultores la explicación es relativamente simple. En el sector
exportador se externalizan muchos servicios, entre ellos, la captación de
personal temporal, que queda en manos de contratistas, quienes no están
sujetos a fiscalización, a normas internacionales ni tampoco adquieren
compromisos contractuales con las empleadas. De hecho, muchas veces su
labor se limita a recoger a las mujeres a orillas de los caminos en camiones y,
cual ganado, acarrearlas hasta los predios donde trabajarán por un día o
varios. Condiciones laborales, capacitaciones, pesticidas, riesgos, derechos
sociales, quedan fuera de su responsabilidad.
“Por condiciones sociales, culturales, ambientales y económicas, pensamos
que no se puede garantizar el uso adecuado de pesticidas en Chile”, acentúa
María Elena Rozas, coordinadora regional de la Red de Acción en Plaguicidas
y sus Alternativas para América Latina (RAPAL).
Paradójicamente, en el rubro en que Chile obtiene sus mayores ganancias
comerciales y una próspera imagen país en el exterior, es en el que se juntan
las mayores injusticias sociales. Las mujeres temporeras trabajan en
condiciones paupérrimas por salarios bajísimo, sin ningún tipo de contrato,
previsión o seguro social ni para ellas ni para sus hijos, enfrentando la
discriminación de género y expuestas a grandes peligros inmediatos o a largo
plazo porque numerosos estudios demuestran que la exposición prolongada a
pesticidas producen enfermedades crónicas y malformaciones genéticas.
“Yo cada vez que veo una fruta, te juro que me duele el alma porque sé que
por esa fruta pasaron las manos de las mujeres, de esas mujeres que son las
mal llamadas temporeras porque, para mí, son asalariadas, así trabajen un
mes, quince días, lo que sea, son trabajadoras que dignamente han pedido un
trabajo.
Este año se celebró la caja 200 millones de fruta fresca que ponían en el
extranjero. Cuando vi esa caja y esa celebración, me puse a llorar y dije:
‘¿Cuánto costo tiene esto? ¿Cuánto costo tiene para esos niños abandonados
y que nadie se puede responsabilizar por ellos porque las mujeres están en el
paking o en el potrero? Hoy día se dice que hay que atacar la delincuencia, la
drogadicción, ¿Cómo la vas a atacar? Si partes de la base que no hay un
trabajo digno que de verdad se preocupe por el área social. Por nuestras
manos comienza la exportación, queremos al menos un contrato digno y una
previsión”, reflexiona Alicia Muñoz.
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