CUARTO CUADERNO LA VERDADERA GALAXIA FANTÁSTICA (O MI CHIQUI). 14 Este es un cuento muy sencillo. Lo que pasa es que al comenzarle se me presentó una inesperada complicación, y yo ahora al narrarle no creo que deba omitir esta confusión, aunque no sea el más divertido empiece y menos para una narración tan sencilla. Es un cuento de fantasía, pero sin mucha fantasía, una narración entre real y fantaseada, de las aventuras de mi perra y yo durante el primer par de años juntos. Nada más que le proyecté fácilmente en mi cabeza, lo hice pensando hacerle sencillo, cual si le mostrase al espectador un álbum de fotografías, como el que por desgracia tengo tan pequeño de ella y de ambos, y recordándole en cada una de las fotos conservadas, las anécdotas de entonces, y los sentimientos con que entonces ella me alegró el corazón. Y con este alegre proyectado cuento iba acercándome a mi casa, cuando enseguida pasé a imaginarme el recibimiento cariñoso que cotidianamente me haría Chiqui cuando llegase, como ya es habitual. Y así fue. Nada más acercarme, como si hoy viniese tras muchos años de las américas, esto es, como siempre, mi niña empezó a ladrarme con exaltación, y cuando por fin crucé la puerta, sus saltos de alegría hacia mí fueron esplendorosos. Llegué de noche, y tras entrar en casa, cenar y sentarme, pronto la deje salir a la parcela porque sé que los ruidos de los aparatos, como los del trasto de la televisión, son molestos a su aguada audición. Pero al irme a acostar, abrí la puerta para que entrara a hacerme compañía en mis sueños y en mi soledad, y me encontré con que mi Chiqui prefirió seguir sola en su caseta de la entrada acristalada (que aunque muy fría en invierno, le era más fácil para ladrar a algún perro que pudiera ir a rondarla casual o intencionadamente). Entonces me di cuenta que lo que yo había fantaseado sobre ella, cual dotarle de habla como en las fábulas y mucho más en los dibujos animados de hoy en día, había pasado a creérmelo como realidad, como las estampas de tantos santones de religiones nos hacen pensar que fueron reales sus milagros extraños. Sin embargo la realidad era que mi Chiqui era un animalito que me quería mucho, ciertamente, pero con una naturaleza distinta a la que le daba mi fantasía. Y este fue el embrollo del principio de este sencillo cuento. Cualquier otro autor, cualquier otro protagonista, hubiera obviado esta reflexión, y seguramente hubiera seguido con el inicial proyecto, porque aunque a veces hubiera caído en esta confusión de creer demasiado en la fantasía, lo habría hecho por poco tiempo, sólo durante la narración del cuento; pero es que yo no soy una persona eficiente, sino un loco, o más técnicamente, un desequilibrado mental. No un loco como lo somos todos, sino un loco que ha tenido que recibir asistencia y tratamiento médico por ello, y que sigo y seguiré hasta el final con medicinas frente a lo que es mejorable, pero no superable. Cuando era niño, me dolía muchísimo que me llamaran loco, el loco “carioco”, y después en mi juventud, cuando me venía este recuerdo, agitaba la cabeza para no recordarlo, o me paraba a presentarme las superiores metas que yo había logrado alcanzar frente a los que me insultaron, para ver que se habían confundido en todo, salvo en su maldad. Pero después, dejada ya la madurez y a punto de entrar en la debilidad física de la vejez, no superé los hechos que se me seguían presentando, y mi cabeza empezó a estallarme en obsesiones muy agudas, que solo pude empezar a ir 149 acallando, cuando por fin me reconocí que estaba loco, y hasta tal punto que tuve que ser ingresado en un hospital psiquiátrico. Entonces el reconocerme loco, el yo mismo llamarme loco, no fue un insulto doloroso como desde antaño de niño, o luchando contra ello de adulto, sino un arma eficaz, la de la verdad frente a las muchas más fustigaciones artificiales sobre mi mente, elevando mucho más el problema, y los duros sentimientos consecuentes que ello conllevaban desde siempre. Hoy sé que no estoy bien, lo cual es mucho más logro que el no reconocérselo cual les ocurre a tantos y tantos (aunque menos gravemente, y también más gravemente aunque lo disimulen), pero también sé que me he enfrentado a ello lo mejor que he podido, y que he pasado a luchar valientemente contra ello sin bajar la guardia todo lo que puedo. Incluso hasta he llegado a decirme, que aun siendo loco, sé que puedo haber sido y seguir siendo, más meritorio que otros muchos cuerdos que en muy poco, siendo cuerdos, se superan. Y dicho esto, queridos oyentes que pudieran querer oírme repetirles este mi cuento que ahora yo le cuento a Chiqui, para que se acuerde de lo que fue y sigue siendo, independientemente de lo otro mucho que la novelé, volvemos a aquella noche, en que tras regresar a casa y ser recibido tan festivamente como siempre por ella, al invitarla ya al ir a acostarme, a que pasara dentro de casa la noche, ella lo rechazó, resultando que yo sufrí un golpetazo en mi enfermiza imaginación, y en general en mi sensibilidad enfermiza cotidiana. Hay dos tipos de fantasía ( me dije empezando a monologar en una autoterapia, más que iniciando cualquier cuento fantástico o real), la fantasía real, o aquella que se da tan frecuentemente en la vida, que hace famoso el dicho de que la realidad supera frecuentemente la fantasía, y la creada, o aquella que crea con su poder mental el hombre. La real es como ver un paisaje preciosísimo, nunca visto, hortera incluso por las tantas flores y preciosidades contenidas, pero que es real y existe en tal o cual geografía. La fantasía creada es un cuadro como los de Gaugin, donde aparece un paisaje, con tierra azul y cielos rojos, amarillas figuras y rosados árboles, una irrealidad como la de esperar ir tras la muerte, a La fantasía creada es un cuadro como los de Gaugin, donde aparece un paisaje, con tierra azul y cielos rojos “espiritual” una eternidad sensible (y ello además cual pago por haber sido antes fiel devoto de unas reglas artificiosas). De esta última fantasía creada hay que prevenirse ( si bien puede uno no abstenerse totalmente de ella, siempre que no perdamos de vista, que es una mera fantasía artificial e imposible, nada superior a la verdadera fantasía, aunque nos creamos lo contrario). Yo me explico más estos discursos, pero como lo de ahora es un cuento, con lo abstracto discutido ya sobra. En cuanto a mi Chiqui, pasé a decirme ya dentro del cuento, es una perra mimosa, totalmente pendiente de mí por lo mucho que la he abrazado y festejado tras mis penas, que han sido y sigue siendo varias por día. Esto, el hacerla tan cariñosa, es en parte haberla dejado traumatizada por mi personalidad, que es lo que muchas veces les ocurre a los perros de compañía cuando decimos eso de “al cabo de un año, el perro se parece al amo”. Me quiere en verdad pues, pero pese a lo domesticada que la tengo, me quiere principalmente a su modo natural, que no es poco frente a lo circense. Otro aspecto es que a mi Chiqui, que es mi cuarto perro (otra vez el número 4 en mis pensamientos y letras), la llamo también a veces “mi reloj”, y eso porque para mí ella, el cuarto perro, ha pasado a ser mi marcador respecto del resto de 150 los años que ya me he permitido que me quedan por vivir. Estoy ya muy cansado de vivir, pero por otro lado me gustaría morir de muerte natural, cumpliendo así al menos con mi natural ciclo de vida que me ha tocado; por ello, si todos mis perros han sido especiales, Chiqui también lo es, y lo es finalmente. Mientras ella viva, yo estaré cuidándola, o lo intentaré. Cuando ella muera, yo la acompañaré, habiendo así al menos logrado superar mi cansancio, cual cada vez compruebo que es más grande. Si muero antes de tiempo, ya he dejado escrito que Chiqui sea sacrificada indoloramente (cual antes, frente a la vejez dolorosa a que llegaron mis tres anteriores perros, yo mismo, deshecho ante el veterinario, pero sin la menor duda, hice). Porque aunque tras mi ida ella no haya alcanzado aun su edad de morir naturalmente, no quiero verla sufrir sin mí los años que la quedan, cual desgraciadamente sé que ocurriría. Y si pudiera ser, tengo además escrito, que nos incineren a los dos juntos. Esto dicho no es muy alegre (aunque por otro lado tampoco tan trágico para los que quieran llamar al pan, pan y a la vida, vida), pero entiendo que mejor ha sido y es incluirlo en este cuento real que a ella le narro, y por ello lo incluyo. Chiqui es preciosa. Preciosísima porque el mutuo amor es la mayor hermosura del mundo (aunque sin el preludio de este, muchas veces lo que prima es la moda corporal del momento). Pesa 9 kilos, dos más que Curro, el amigo más amigo que me acompañó en mis tantos y tantos queridos y amplios viajes, siendo él el principal protagonista, pero es poco resistente, aunque la culpa es mía por lo poco que la he sacado, al no haberme quedado reducido en tan sedentario los últimos años, en los que ella ha venido. Con todo sin embargo, podría ella bajar a la parcela y husmear aquí y allá, ladrar a esto y aquello, más frecuentemente, pero hasta eso, si yo no salgo con ella, ella no suele hacer por no apartarse de mi regazo. Es pues cariñosa en extremo, pero ello se debe también a que se ve muy frágil, porque psíquicamente es muy miedosa y se asusta con gran facilidad. Esto me hubiera extrañado más de lo que me extraña, sino fuera porque Yudi, mi primera hembra y segundo perro, por su parte llegó a no querer nunca salir de casa, quien sabe por qué raros miedos. Nos ladraba inquieta a Curro y a mí al vernos salir de paseo por la colonia, pero cuando la invitábamos a que nos acompañase, si lo hacía, se daba pronto media vuelta y volvía a casa. A Chiqui le gusta mucho pasear por fuera, y no hace lo que Yudi, pero renuncia a salir fuera mucho más allá de la puerta si esta se deja abierta, si yo no la acompaño. Chiqui pues, por encima de cómo se les suele despreciar a los perros, tiene pues su carácter, psicología y personalidad propia. No es un perrito de dibujos de tebeos, películas o cuentos gráficos de niños, y yo, aunque me gusta soñarla a veces también como un niño, al final tengo que saber quererla, por lo que es, lo cual no es poco, sino mucho. La gusta mucho que la quiera, que juegue con ella, y teme mucho que yo la riña, por lo cual hace lo posible, cuando me entiende, para que esto no ocurra. Posiblemente sin embargo, pese a lo mucho más que podría añadir, Chiqui es como muchos perros más, como muchas personas, un animal que no demuestra a primera vista todo lo que es, salvo a su cuidador o cuidadora (personas estas que aprovecho a decir, que por lo general, son mucho menos abundantes que los tantos propietarios de perros que hay). Y hecha esta presentación espontanea que ya ha comenzado el cuento, pasamos a ir comentando las fotos del álbum en que aparece ella (y ella y yo a veces), añadiendo las especiales anécdotas que rodearon la foto. 151 La primera foto es de cuando era cachorrilla, donde presenta una imagen muy distinta a la que después tomó al crecer. Era tan pequeñita, tan pelusilla, que ella misma por ello mismo se puso su nombre: Chiqui. Siendo pequeña, la llevamos Marga y yo a un hotel de la costa, un hotel de cuatro estrellas, lujosísimo para mí que soy tan austero, y aunque antes de llegar allí pensaba dejarla a ella fuera, dentro del coche, cambié de opinión nada más llegar, ante un espacio tan reducido como el coche, donde ella se había mareado, y pasé de inmediato a meterla camuflada a nuestra habitación, fácilmente dentro de un bolso. Desde ese día, nuestra principal preocupación en aquella tan lujosa estancia, fue el infringir diario de sacarla a la playa durante toda la estancia allí y volverla a meter a nuestra habitación del hotel, mañana y tarde, mientras nosotros la dejábamos temporalmente allí un poco para bajar a comer (varias veces al día pues en este trasiego de entrar y salir). ¡QUE ESTUPENDO ES AMAR!. AMAR ES PARA MÍ LO MEJOR DE LA VIDA, NUESTRA MEJOR EXPERIENCIA, QUE TODOS DEBERÍAMOS PODER TENER Y MUCHO. CUANTO MÁS SE HAYA AMADO, MÁS SE HA SABIDO VIVIR.18 Esta frasecita parece cosa de poco, dicha al calor del recuerdo de mi cachorra, pero sin embargo frente al sopetón de la filosofía existencialista, de la cual soy asentido, es toda una salida. Al poco de llegar a la habitación el primer día, tras haber transgredido las normas de aquel suntuoso hotel, me tumbé descansado sobre la cama, y entonces ella, mi Chiqui, en vez de disfrutar en recorrer el suelo tras haberla dejado allí sacándola del cerrado bolso donde la había transportado, sin nada curiosear, dio al pronto todo un enorme salto para su pequeño volumen de cachorra, y saltada a mi cama se arrebujó a mi costado. Me quedé impresionadísimo con tanta compañía. Posteriormente, cuando tras haber subido del comedor a la habitación, la saqué a la terraza que teníamos, Marga nos hizo una inesperada foto a los dos, ante el cuadro que al poco formamos: yo me había quedado dormido sentado en la silla, con los pies puestos sobre otra, y Chiqui, también con los ojos cerrados, estaba dormidita hecha un ovillito sobre mis piernas. Con todo, la anécdota más recordada de aquel primer día, fue cuando estando los tres ya más tranquilamente inspeccionando cada uno lo suntuoso de aquella habitación, al menos suntuosa para mí ( y no tanto para Marga, que ha viajado más), vimos que nuestro cachorrito bajaba el culillo, y se ponía a mear sobre la moqueta. “¡No!”, dije yo rápido y asustado; y cogiéndola por los sobados de las patas delanteras, la subí en alto para que parase. Pero ella, colgada en alto como un simpático bípedo, girando la cabeza hacia atrás para verme, siguió sin embargo meando desde su altura, saliéndole un chorrillo curvo desde su chuminín, como la universal estampa del manequen pis, pero en ella mucho más bonita. La dejé en el suelo, y sacando una camisa vieja, enseguida sequé y limpié bien aquella maqueta que tantos otros habían pisado antes, pero pese a mis fuerzas y esmero, preocupado por no dejar ni huella de aquello, por dentro de mí me reía recordando aquella reciente imagen de ella alzada por mí, ante la cara sorpresa de Marga viéndola desahogarse desde las alturas. Pocas fotos más, sin embargo, tengo de cuando era pequeña, sin poder explicarme bien como cometí tal omisión, a no ser por mí deseo de entonces de que no creciese tan pronto. 18 AMAR, SABER Y CREAR 152 Las fotos que tengo de cuando ya se ha hecho adulta, son también muy escasas; pero la verdad es que de haber sido y ser cumplidor con fotografiarla debidamente en las varias ocasiones que debiera, tendría que haberla hecho ya por lo menos un par de cientos: Varias con la cámara ajustada “en movimiento” para captarla en su carrera cuando juega conmigo “a que no me coges”; otras para cuando como sólo sabe hacer ella, me castañea los dientes para comprometerme en una pelea en la que ambos tumbados en el suelo acabamos cuidadosamente mordiéndonos. Otras del grupo “c”, otras del “d”, y otras de los restantes grupos Una foto muy especial, debería tener para cuando se sienta doliente con la cabeza gacha a la puerta de mi retrete, esperando que yo salga de allí durante los largos tiempos en que a oscuras tan cotidianamente me encierro. Y como cuando era pequeña, varias fotos de cuando se sigue acurrucando conmigo, aunque ahora no tan frecuentemente, bien a mis pies, bien tras subirse escalando, desde el suelo hasta el sillón donde estoy sentado con los pies sobre un taburete, para subida allí tras su escalada, colocando sus pies traseros sobre mi barriga y las patas delanteras sobre mis hombros, lamerme mi calvo cogote para hacerme un cariño. Y especialmente de realizar, sería toda una serie de fotos en tira, para cuando cada noche, dando un salto a mi cama, va a despedirme y a que la despida yo luego a ella, finalmente acabándola por cogerla delicadamente como a un bebé, y así tumbadita depositarla sobre la alfombra. Este variada serie de fotos en que yo la cojo, me recuerda ahora por otra parte, el hecho de que se siente tan segura en mis brazos, se abandona tanto a ellos, que tengo que tener mucho cuidado de que no se me caiga, porque no pensando ella que pueda caérseme de mi regazo, se me haría mucho daño si por accidente se me cayera, al no intentar ella reaccionar instintivamente a intentar caer poniendo los pies. Me gusta cogerla muchas veces sobre mis brazos, abrazarla, compendiar su cuerpillo de nueve kilos, casi sensualmente o sin casi, contra mí, y más siendo hembra, pues que a Curro cuando le mecía panza arriba, siempre le veía la cola (y ello a él como a mi, me daba un mucho de pudor, y cambiaba la postura). Pero con Chiqui, con sus tetillas maternales para sus posibles cachorros, lo que me muestra panza arriba, es una barriguita lisa y pura, tan preciosa como cuando era cachorra. Chiqui es mi niña, pero como hembra, ella tiene además sobre mí, mucho de trato maternal (como cuando cual todos los canes amigos, al verme hacerme una herida, pasa a lamerme y curarme). Y sobre todo me gustaría tener hechas un montón de fotos, de cuando tan singularmente ella, se pone a jugar sola. Y es que sin más compañía que yo y mis ausencias, cuando por la noche cansado sólo sé sentarme ante la televisión, ella se va a la alfombra, y se pone a jugar un rato casi todos los días, dando volteretas y gruñidos, caídas y rápidos levantamientos, como realizando un ritual lúdico para dejar alegremente despedida la jornada. Entre las vivaces y varias posturas que va cogiendo, la que más me gusta es la de cuando se pone boca arriba, y zas, así puesta, se lanza a morderse una pata, y después otra, o el rabo, ladrándose además a ella misma, terminando lo cual, tras aquel ganado combate, da un brinco victorioso y se pone alegre de pié como esperando que le fueran a coronar el laurel de la victoria. Viéndola jugar así, sola, da una gran alegría, porque al cabo veo que ella ha logrado suplir un poco por sí sola, la sosa compañía que yo frecuentemente sólo se darla sin más atenciones. Y me recuerda cuando yo también, intentando a veces alegrarme un poco, me pongo sólo a cantar y sonreír, para olvidar un poco mis eternas penas, tan eternas como tontas. 153 Pero una media docena de fotos actuales sí he logrado hacerla, las de cuando está dormida, en las posiciones tan especialmente desparramadas, que ella como ningún otro semejante, ha sabido inventarse; cual la de ponerse en un compañero sillón al mío, boca arriba, con los cuartos traseros desparramados (más provocadora que las perfectas pintadas venus recostadas), en lo alto, y con las patitas delanteras dobladas, terminando con la cabeza ladeada y semicolgando, por lo bajo , y todo ello muy descansadamente, como si fuera un pequeño ocho arropado en medio de su propia larga pelambre. A veces me acerco cuando la veo así, la doy un beso, y ella abre un solo ojo, mirándome placentera, como yo la siendo placentera cuando ella me lame los pies al salir de la ducha. Pero aparte de sus imágenes, tiene también varias aventuras ya realizadas, como la del pajarito que capturó guardándole intacto y mágicamente dentro de su boca, hasta que yo, advertido, le dije que lo soltara. Me recordó cuando Chali, mi primer perro, al escapárseme el pájaro de la jaula que yo estaba limpiando, él, ante su vuelo rasante de inexperto cautivo, le atrapó con la zarpa, y le retuvo en el suelo, esperando que yo le cogiera. No son fantasías inventadas, sino realidades que superan las falsas fantasías. Pero pasar de las imágenes a las aventuras, es ya pasar a alargar mucho esta tan pequeña narración. Creí que iba a ser más dinámico este cuento, al narrar junto a las fotos que tengo de Chiqui, las anécdotas que le recordara de aquel momento, pero tengo muy pocas fotos de ella frente a las tantas anécdotas que al menos en una parte significativa debería haber pasado a fotografiarla. No importa, y no importa porque su mejor aventura es esa, dejarse contemplar constantemente por mí y así recordarme con su sola presencia, tal o cual momento querido, tal o cual momento querido con ella, que son tantos y al tiempo recordándome a los vividos con mis queridos tres perros anteriores y sus muchas vivencias conmigo, sobre con Curro (a quien Chiqui llegó a conocer de cachorra). Con sólo su presencia, Chiqui me salva la vida, como tan real y físicamente me la salvó Curro antaño cuando mis antiguas aventuras y viajes, al guiarme a salir de aquella profunda y ramificada cueva donde me metí con él, llena de laberintos, perdido sin saber encontrar la salida. Por eso cuando después Curro, en lo bravo del Tajo, se cayó a la corriente, yo me tiré tras él sin pensarlo, pese a los peligrosos remolinos que allí se veían, y de los que apenas pude salir sino hubiera sabido agarrarme a las hierbas de la orilla. Como reza mi epitafio sobre Chali, a ti mi Chiqui sé que también podré decirte, “¡Cuánto me quisiste y te dejaste querer!”. ¿Qué hubiera sido de mí sin vosotros?. ¡Cuánto no más duras e insoportables habrían sido mis penas!. Chiqui, mientras he estado escribiendo esto, está aquí, a mi lado, sin querer salir a la parcela de casa pese a que la puerta de entrada a la vivienda está abierta (y sin habérseme quejado antes de la cura de la herida que le he hecho). Yo cuidaré de Chiqui, la cuidaré lo mejor que pueda, e intentaré seguir viviendo hasta que ella cumpla su ciclo, para que lo acabe feliz. ……………………………………. Pero no es con esto dicho con lo que acaba el cuento, sino que además de su amor, esta historia me ofrece una muy valiosa moraleja Expongámosla bien, cual se merece. Yo quise tener un primer perro fantástico o de pura fantasía, como por ejemplo los ratoncitos parlantes que saca Disney en Cenicienta (y de hecho he tenido 154 tres sucesivos hámsteres graciosísimos, que aunque no parlantes, han sido muy majos jugando con mi mano). Y resulta que no hace falta que sean seres artificialmente fantásticos, sino que en la realidad, ya son lo suficientemente fantásticos que cabe realmente gozar de verdad, sin necesidad de artificios mentirosos y contradictorios. El hombre primitivo, el de hace unos diez mil años, veía el Sol levantarse, andar y marcharse durante el día, y con él , la muerte de las plantas en invierno, su nacimiento en primavera, sus frutos en verano, y así, junto a los días y las estaciones, la poderosa vivencia personal del astro rey. Y con el, la presencia de la Luna en la noche, la llena, la creciente, la menguante, las mareas que conllevaba su presencia. Y luego estaban la vivencia de los grandes vientos, de la lluvia, de los rayos... Y por todo ello, el gran Dios de los cielos, y tras él la diosa Selene, los dioses de los bosques y muchos más, fueron no inventados para ellos, sino de vida evidente, por sus apariciones y acciones espectaculares. Para agraciarse con ellos, para dominarles en cierta parte, inventó el hombre primitivo los sacrificios, duros sacrificios y los rituales mágicos. Después, los dioses, de forma animal o en forma abstracta, pasaron a ser vistos, como un poderoso ser humano, cual las bellas esculturas de los dioses griegos, y cuando a partir de la religión monoteísta judía, la religión cristiana subrayó que “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”, lo que se reinventó con ello, lo que en verdad creó el hombre, fue a Dios, a un Dios único revestido como ser humano perfecto y todopoderoso (aunque racionalmente un ser humano perfecto y todopoderoso, un padre perfecto tal, ya no pueda en esencia ser humano). Pasó entonces el hombre, ya perfilado lo dicho, a querer ver que todo hombre tras su muerte, cualquiera, podría pasar a seguir existiendo eternamente, “gracias” al dios que tan poderoso y bueno había levantado, tras seguir un particular contrato levantado con Él. De esto hace ya miles de años; no menos de cinco mil duros años en que los sacerdotes a millares, algunos auto esclavizándose así mismo, pasaron a esclavizar al resto de seres humanos, y muy duramente. Pero con la aparición de la ciencia, descifrado el sol como una estrella, la luna como un satélite, los vientos como diferencias térmicas, etc., y las tantas restantes mentiras de tantos libros sagrados como tales, el ser humano puede ahora gozar de la fantástica realidad, como tal, sin tener que seguir con inconsecuentes fantasías artificiales falsas, que a la larga son peores. Son suficientes las reales fantásticas galaxias, frente a las artificiales galaxias inventadas y contradictorias. Con la realidad de conocer, pues que como ya dijimos, “amar, conocer y crear” es lo mejor de la vida, no nos hace falta fantasías artificiales contraindicativas, sino que nos sobra con intentar saber lo que podamos, amar lo que nos dejen parte de lo que nos rodea, y crear (que no creer), lo poco que podamos dentro de nuestra vida temporal, y que nunca será peor que el vivir para soñar y someternos a fantasías artificiales. Mi Chiqui es suficientemente satisfactoria, frente a los pongamos, por ejemplo, “La Dama y el vagabundo” de las pantallas cinematográficas. Si nos ponemos a imaginar Galaxias fantásticas, por mucha dedicación y perfección que pongamos en nuestro artificio, nunca, al final, serán mejores estas que las galaxias reales que ya podemos contemplar. …………………………………………………………… 155 Este cuento fue narrado por Don Juan Cruz, añadiendo datos que para ello le aclaró Don Alonso, por lo que por primera vez aparecía un cuento hasta cierto punto en participación. Tras ello me dijo Don Juan en nombre propio y en el de sus otros dos compañeros, que para los distintos fines de semana que siguiéramos reuniéndonos en Cuenca, narrándonos cuentos hasta creer que ya teníamos una selección suficiente como para hacer la votación de cual era el mejor y sobre todo más total en sí, las siguientes reuniones fueran como ya habíamos empezado a hacer, no en fines de semana, sino de dos días y una noche pero entre semana, lo cual, factible para ellos por estar ya jubilados, y hasta mejor para ellos por poder así más tranquilamente disfrutar de su desplazamiento no festivo, nos saldría más barato. Y que además, para que aquellas futuras estancias no resultaran tan onerosas, preferían ir cambiando a residencias rurales más modestas en otros puntos de Cuenca, a los que así podrían conocer y saborear sin ser tan repetitivos como con el parador de la capital. Enseguida les respondí en nombre propio, tras reconfirmarlo telefónicamente con Gabriel, que era el que venía poniendo casi toda la aportación económica, que para nada nos era un inconveniente el que desearan cambiar de lugar de reuniones, por otros rústicos de aledañas poblaciones a la capital, sino muy al contrario, agradecidos, si efectivamente pensaban encontrarse con ello más a gusto en estos nuevos sitios. Y así ocurrió, que para la siguiente reunión ya se prefirió dejar apalabrada, la hospedería de la bonita población de Uña, mucho más dentro de la naturaleza que la propia capital, con lo cual efectivamente, conoceríamos un nuevo emplazamiento de aquella provincia, y nuevos paseos por otros senderos de ella. 156 DECIMOTERCERA SALIDA DE SIMBEL EL VIAJERO 15 Todavía recuerdo el triste cuadro que tan inamovible nos mostraba todos los días Simbel el viajero. Su casa era espaciosa y refinada, como otras muchas de nuestra ciudad persa de Shirad, o mejor dicho, de tono local, pero acomodada a las nobles del África egipcia, bajo cuya forma que tanto le gustó, mandó acomodar aquí la suya. Su forma exterior se caracterizaba principalmente por estar muy guarecida de muy altos muros de adobe, que la ocultaban de alrededor. Sin embargo desde mí terraza en la lontananza vecina, sí se veía desde mi azotea, algo del interior de la amplia casa suya, compuesta de tres edificios independientes sitos en una parcela urbana, alrededor de un patio ajardinado, y de ella, destacaba especialmente, la esquinada pequeña habitación levantada, con un porche delantero como quitasol en forma de palanquín, coronando la terraza de su edificio intramuros más alto. Dentro de aquella mediana alta habitación, sin que las persianas cerradas de sus dos ventanas lograran achicar toda la luz que por ellas entraba, cercano a la puerta y sentado en su sillón de mimbre, se le veía ensimismado, largamente ensimismado, a veces espantosamente ensimismado, todas las mañanas, antes de que luego allí, sobre una silla, o generalmente bajando al pórtico de su jardín central, se pusiera a trabajar, generalmente en cartografía, o bien, protegido por sus paredes, haciendo dibujos figurativos que nadie vería, independiente de los geométricos asimétricamente distribuidos, que ya sí enseñaba sin tanto recato. Su casa, su pequeño jardín y fuente central, hacía poco terminada, se debía a uno de esos dibujos asimétricos que realizaba. Simbel era ya conocido en grupos específicos de ciertas principales ciudades de Persia, y por supuesto en la capital; si bien en nuestra ciudad, por la muy silenciada forma en que allí fue a parar para asentarse, era desde este inicial apartamento, poco conocido, aunque muy respetado entre los pocos a los que ya le apreciábamos o él aceptó tratar en aquel nuevo lugar. Su gran actividad ilustrativa durante sus años pasados, y sus varios e interesantísimos viajes, se comentaron a veces con discreta admiración, en alguna reunión de las que él dio en su ya terminada casa. Ahora, físicamente, estaba tan cambiado, que nadie le reconocería por su aspecto, salvo nosotros sus antiguos criados, de cuando antaño siempre acababa volviendo a la residencia de su nacimiento (no tan lejos de su actual casa), saludándonos y abrazándonos, a quienes posteriormente él tanto nos acabó ayudando a establecernos, pese al aislamiento en que se mostraba ahora, porque de siempre fue nuestro amigo, hasta que viéndonos mayores, se sintió en la forma de tratarnos como padre. Mi casa allí, en la ciudad donde ahora él ahora afortunadamente había pasado a residir, actuaba como posada para mis hermanos de antaño, quienes habiéndose asentado ellos en ciudades próximas, venían periódicamente a visitarme, para desde aquí pasar a ver a su viejo amigo protector y ahora padre, y renovarle de nuevo su respeto, así como para renovarle la oferta de ayuda que el visitante o los otros hermanos de la espontánea cofradía que entre todos espontáneamente habíamos formado, para lo que pudiéramos si nos necesitaba. Le visitaban brevemente, generalmente coincidiendo con otro u otros compañeros que también vinieran a verle, para así molestarle lo menos posible, en una sola visita, dado el mucho sensible aislamiento que últimamente le copaba, y bajo la irrupción de la cual, prontamente incurría en posteriores desasosiegos, que solo tras vario tiempo desaparecían, pese a agradecernos mucho la visita. Su decaimiento, la hondonada o depresión en la que como resbalado por muy peligrosas dunas de su último viaje en solitario había caído, tras ya varias 157 tormentas continuas y feroces de antaño, por más que nos doliese a nosotros, al ver sus actuales efectos en él, era a él a quien verdaderamente y dolorosamente azotaban muy de continuo. .......................................... “A veces, por encima de la inquietud y pesadumbre que tan cotidianamente me es habitual, me sorprendo de lo nimios que son los hechos que me producen tales estados”. Y con estas propias palabras suyas se ayudaba la mayor parte de las veces tras haberlas sufrido. “Afortunadamente, hace ya tres años, en unos de los azulejos que tengo en mi baño, me he acostumbrado a releer unas inscripciones que tengo allí en unos de ellos, y que allí puse, en lugar tan habitual, para que no se me olvidasen: Todo en la vida tiene solución, todo tiene distintas formas de verse y de resolverse. Aunque estamos en un mundo tan azaroso, que siempre hay algún cabo suelto”. Y esta inscripción de la que nos habló, posteriormente la pude yo comprobar allí puesta. “Sin embargo, aunque ya no como antaño, ya ni mucho menos como antaño, raro es el día que no me acuesto con alguna desilusión o inquietud frustrante, por alguna desquiciada nimiedad, como que no sé por qué se me acaba de romper un taburete o algo afín, que en ese momento me parece tan difícil de sustituir cuando no es así. Preocupaciones que por lo demás son nimias, y que en este y el anterior aspecto dicho, me contradicen sobre lo que de ello ya me he dicho. Y es que este descontrol, este no controlar mi vida, me libera el absurdo miedo que ya desde hace mucho, he dejado crecer en mi corazón frustrado”. “Parezco con esta manera de pensar y de vivir, un griego, un artista occidental distinto a las mayoritarias gentes religiosas que me rodean; pero la verdad es que yo no procedo de antiguos islámicos. Trabajando durante tanto tiempo en llevar la contabilidad en las distintas oficinas comerciales de mis tíos, cuando llegaba la hora del rezo, estos me decían que seguir con mi trabajo para el comercio, era más perentorio para la subsistencia de tantas gentes que dependían de nosotros, que un rezo que posteriormente podía hacer. Y al cabo así yo llegué a admitir este pensamiento occidental más laico”. Y solamente a nosotros, a veces, llegó a sernos de un sincero tan fuerte “Posteriormente, tras mis sucesivos años de adulto, de varias experiencias y peligrosos viajes, tras de verme en varias duras aventuras, solitario y con grandes verdaderos problemas, aprendí, como en el cuento del pescador que pescó un ánfora con un genio dentro, que sólo con mi ingenio y fortaleza personal, podría salir de allí a donde había llegado, si había salida. Y así acabé en confiar más en mi sola sinceridad y ayuda, que en las demás; más en mi propia investigación y sabiduría, que en la explicación que me ofrecían viejos mitos clásicos, religiosos o de mera costumbre”. Y solamente a nosotros, a veces llegó a decirnos esto. “Muchas gentes sin embargo, finalmente me ayudaron. Siempre hay gentes y ángeles que te ayudan, aunque yo llegó un momento en que no lo creí; pero curiosamente la mayoría de personas que acabaron ayudándome, me concluyeron al final, seguramente que por humildad suya, que lo que yo con su ayuda en gran parte me había superado, se debía principalmente a mi propio trabajo, al esfuerzo con que yo había acompañado su aportación generosa”. Y tras esto agradecía nuestra visita, aunque los tumultos físicamente le desencajaran. “Nunca me he creído mejor que nadie. Mi autoestima entre otras cosas, no ha estado por encima de la de los demás. En algunos momentos y logros de mi juventud, y aun de mi madurez, hube de reconocerme sinceramente como ganador, pero esos triunfos nunca me superaron las otras muchas faltas que en mi sinceridad me veía. 158 Como ya he dicho, cualquier cosa de mi ámbito que se me escapara de mi control, era una tragedia... Una tragedia que aun lo sigue siendo, pese a que ya sepa, como tanto me repito en otras ocasiones, que lo que se me escape sea una nimiedad, y que si se me escapara más de mi control, tampoco sería para tanto lamento, dada mi escasa naturaleza, que es simplemente humana”. ................................................... Oírle, poder cenar en su casa un día que él te invitase, era todo un regalo. Así de hermosa en palabras era la verdadera vestimenta actual del que fue mi antiguo patrón Simbel, y así de tersos sus rasgos más destacados de ahora, por encima de las arrugas que se marcaban hondas en su rostro. Habría podido presentarle más tradicionalmente, describiendo sus ropas más comunes, sus últimos peculiares aderezos, o añadir más de su estampa física, describiendo su cara barbuda y su cráneo calvo, con canas en el lateral y sin turbante, y su cuerpo fino de siempre, engordado ahora con los años; pero es mejor para la información a mis compañeros, que les describa a nuestro antiguo amigo, amo y ahora padre común, como actualmente le he descrito. Y un día que me parece anteayer, me sorprendió llamándome para decirme que iba a realizar un décimo tercer viaje. Simbel al cabo no era una persona complicada. Ni Simbel, ni yo, ni tantos que un día puedan pararse a analizar ampliamente sus penas, aunque sea viendo más interrelaciones. Simbel no era complicado sino que últimamente había reflexionado mucho sobre sí. Y ahora, tras lo más descollante de este periodo, sin renunciar a reflexionar, se había decidido en querer vivir una aventura más de las que le eran habituales: un gran viaje. Muy experto en ello, había preparado su futuro viaje al extremo occidental del mapa, a ir a recorrer el último río de allí, el llamado Hondo, y ya lo tenía todo suficientemente previsto: Primero llegaría en caravana a la antigua Antioquía. Desde allí zarparía en velero hasta el otro extremo del mediterráneo, para acabar atracando en la antigua Cartago africana. De allí trasbordaría en barco hasta arribar a las últimas tierras occidentales del mare nostrum, y puesto allí, desde su costa llegando al nacimiento del río Hondo, comenzaría desde aquí, la parte más principal de su viaje, que sería la gran aventura de recorrer el largo curso del río, hasta que llegara desde el nacimiento a la desembocadura en la mar oceánica. Después, como si el regreso, cual la llegada a las tierras occidentales, fuera cosa de poco, volvería en igual viaje de rutina, si lograba haber ribeteado el río. Hombre estudiado y preparado, además de llevar sus mapas, ya había enviado letras a comerciantes de Antioquía, El Cairo, Palermo, Argel, Murcia y otros más conocidos sitios, a través de otros comerciantes-viajeros amigos suyos ya partidos, para contar con ayuda si al llegar allí se veía necesitado. Además había establecido pagarés, con lo que todavía quedaba de la extinta organización de los Templarios y de las rábidas islámicas, para preverse de dinero. Por lo demás, afortunadamente el mediterráneo occidental, a diferencia del oriental donde los otomanos luchaban ahora contra Constantinopla, estaba entonces en calma. Simbel, ya mayor, nuestro querido padre, esperó tras el proyecto que me comunicó, mi pregunta inmediata sobre por qué iba a realizar un tan lejano viaje, y desde luego, por si con ello, yo preocupado, podía evitar tal viaje suyo, se lo pregunté. - “Mi bisabuela fue una ejemplar mujer. Varios aspectos de su dilatada, diversa y muy distinta vida a lo más atrevido que cabe pensar, ya me lo 159 comunicaron prontamente desde niño, y posiblemente sin ser muy consciente de ello, fue ella el mayor acicate de mis anteriores viajes. Mi abuela y mi madre me contaron secretos de su abuela y madre, y sobre sus muy importantes mensajes, porque me los creyeron provechosos, y muy provechosos creo que me han sido. Ahora, puesto que al cabo de los años lo he comprobado, quiero rememorar una parte de la experiencia de mi bisabuela; la parte en que vestida y pasándose por un hombre, cual ya de antes había ensayado, recorrió en aquellos sus tiempos, sola la mayoría de las veces, o con pequeñas comitivas en otras, ese río Hondo, para el que ahora yo marcho a hacer lo mismo, en principio para comprobar si aquel curso podía convertirse en una buena ruta comercial, y especialmente como su mayor viaje de experiencias”. - “Esto realizado por mi bisabuela, no sólo le valió la admiración de su padre (de la que por lo demás ya contó desde muy temprano, haciéndole verse afortunado por haber tenido descendencia femenina en vez de varonil), sino que le valió también la admiración de importantes amigos de su padre, que desde sus en altos puestos, posteriormente pasaron a considerarla hasta su muerte, como un gran compañero, amigo, responsable, protector y protegido, por encima de su género”. .............................................. Estas fueron las palabras que le oí, y al poco, lo que tuve ya no fue su voz, sino un llegado pequeño billete escrito por su mano. - “Ya he llegado a Antioquía, sin novedades, y mañana embarco para El Cairo y Palermo sin más escalas. Espero que todo prosiga con igual tranquilidad y que en cualquier puerto de estos, os pueda enviar otro mensaje con algún otro viajero o comerciante de regreso para esas vuestras tierras, anunciándoos mi feliz llegada a ellos”. .............................................. Casi junto con este papel, al poco nos llegó otro correo, que lo había sido más rápido, informándonos de que ya había llegado a Palermo. Finalmente recibimos un tercer billete de nuestro padre Simbel, diciendo que ya había llegado bien a Cartagonova, o la Cartago de Hispania, donde comenzaría a escribir un mayor diario, que algún día esperaba que pudiéramos leer. ............................................... Cartagonova tiene un puerto magnífico, al que muchos marinos llaman el mejor del mediterráneo oriental, pero de su pasado fenicio, cartaginés y romano, queda hoy poco. Actualmente la verdadera capital de este reino está más al interior, en Murcia, y es floreciente por sus productos huertanos. Una interesante historia de un príncipe de Murcia sabía yo, y ahora al pisar físicamente esas tierras, fue lo primero que recordé para mi viaje desde aquel extremo. La historia era la de un fiel servidor y amigo del príncipe de aquel reino, que atacados en el desierto africano del Sahara, junto con el resto de su comitiva, con la cual había emprendido su viaje de peregrinación hacia la Meca, supervivientes ellos dos solos, por puro milagro en tan estéril tierra, lograron volver a su reino. El príncipe había quedado cegado allá en aquel desierto, por las quemaduras del incandescente sol, pero pudo embarcar rumbo a su tierra europea como pasajero, a costa de que su fiel servidor y amigo, se vendiera él mismo como esclavo al capitán de un navío que partía de Argel. Al llegar a Cartagonova, el amigo y ahora esclavo, desembarcó a su amigo ciego hasta el puerto, quien ya allá en su tierra (y dado su inicial cargo, aunque de momento tal vez lo más prudente fuera no comentar mucho), más fácilmente habría de poder regresar a su casa, aunque ya tuviera que ir sólo. Pero los hados también se tornan buenos en otras ocasiones, y a diferencia del bárbaro ataque que tuvieron en el desierto, ahora 160 reconocido el amigo y el príncipe por el capitán del puerto, al final consiguieron ser escoltados los dos ante el Rey, quien abrazando a su hijo, pasó a premiar generosamente al amigo que le había salvado, y que hasta por él, se había vendido como esclavo. Posteriormente, por el bien del príncipe, su amigo partió a otro reino vecino para que aquel, sin su presencia, quedara más libre de horrendos recuerdos que le atormentaban. La historia, llena de poesía e intercalada de otras historias, me volvió a hacer llorar ahora de viejo, como antaño de niño se me cayeron varias veces las lágrimas, cuando me contaba mi madre esta que yo ahora me he recordado. El viaje desde la capital de este reino hasta el nacimiento del río Hondo fue dificultoso en su última etapa, porque pese a que la distancia última no es tan montañosa, es sin embargo un desierto prácticamente intransitable, seguramente porque al estar dividida esta península en reinos varios, y por ello llena de fronteras, hay varios lugares, como por el que ahora se parte ya, frontera entre tres reinos, que vacío, era un terreno agreste y a lo más sólo habitado por algún que otro maleante y salteador. Yo, para más seguridad, dadas las guerras que entre unos y otros reinos siempre hay por aquí, me hice pasar por embajador del basileo de Constantinopla, y ello gracias a mi conocimiento del griego, árabe y latín, me hizo ser bien hospedado en este reino de la antigua Cartagonova, en los dos monasterios cristianos en los que realicé las mayores escalas, desde la playa, hasta las montañas del nacimiento del río Hondo. Hasta que por fin llegué a la serranía del que vino a ser reino de Albarracín, cuya capital sobre un murallón, cerrando el camino, actúa como puerta sobre este único paso, cobrando por ello beneficios por el tránsito, cual otros tantos pueblos de las tierras montañosas más al norte, hacen pingüemente, sin más méritos que el asentarse allí. Hasta Albarracín llegué en compañía, la de un monje contador de varias historias que desembarcó conmigo, de quien aprendí más el idioma que habría de utilizar, gracias a que como mi bisabuela, tengo cierta facilidad para ello. Pero desde aquí ya hube de marchar solitario por no encontrar a nadie que fuera en mi dirección. Y la verdad era que el paisaje del camino a partir de entonces, bello en variadas y solitarias montañas arboladas, se disfrutaba más en solitario, aunque sin embargo era por ello muy peligroso, sin el menor lugar próximo donde poder encontrar compañía defensiva, y sin que ahora me sirviera de nada el presentarme como embajador del basileo. Por ello, usando de mi experiencia en viajes, me aparté un poco del camino señalado, y le fui recorriendo paralelamente pero ocultamente por los laterales, hasta que hechas ya dos jornadas, viendo a un pastor fornido pero aparentemente no peligroso, me acerqué a preguntarle por el nacimiento del Hondo. Y gracias a la buena ventura que me había acompañado hasta ahora, me indicó que el creía que el tal nacimiento, comenzaba en un pequeño hilillo de agua de un manantial, que más adelante, sólo a una legua, ya pasaba a ser el río. El Hondo es un río especial como su nombre indica, hondo, o río encajonado, que así lo será durante la mayoría de su recorrido. Es el río más largo de toda esta península, a la que casi cruza entera, discurriendo por su centro. Allí, cerca del nacimiento, estaría el gigante con que comenzaron las aventuras de mi bisabuela cuando emprendió su más difícil meta de recorrer este curso fluvial, en aquel entonces, disfrazada de jovenzuelo; pero además allí, en el comienzo, estaba también el secreto, sólo una vez revelado en todas las muchas narraciones hechas de aquella larga y primitiva historia expedicionaria. El secreto que ni en las versiones tan directas por mí oídas, había logrado saber todavía en qué consistía, con ser posiblemente lo principal de esta larga aventura por tan dilatado curso, tan llena de otras 161 peripecias. La avanzada estación estival en que llegué era buena para algunas recolecciones y un parco sustento, pero pese a ello, allí solitario con las escasas avituallas tras dejar Albarracín agotadas, confiando únicamente en la aparición inconcreta que esperaba encontrar al llegar al inicio del río, convertía mi escasez de víveres, si al cabo nadie aparecía, en un peligro grave para mi subsistencia y hasta posiblemente mortal. Estaba en un claro al segundo día de merodear por aquellas iniciales aguas de manantial, cuando por fin llegó el comienzo del prodigio deseado, bajo la forma de un hombre vestido de siervo, pero de porte caballeresco, que se me acercó y preguntó sin más: “ Tu vienes a ver al Rey del Mundo, verdad”. Quedé atónito, pero intenté responder enseguida para así eliminar cualquier sospecha de que se me creyera un despistado caminante: “Sí, ese es el motivo principal de mi viaje, viniendo desde muy lejos”. -- “Lo sabía - me dijo risueño -, así que acompáñame, afortunado”. Y emprendimos la marcha, sin yo saber no a dónde, sino a qué. Durante el camino recordé haber visto tierras agrestes, que sin embargo con el paso de los años, aunque hubiera tenido que ser de siglos, el hombre había acabado repoblando y dominando, pero sé que aquel sitio por donde pasábamos ahora, permanecerá todavía y siempre, deshabitado, aunque a veces algún pastor pueda en el futuro llegar a dejar allí sus reses libres bajo un macho guía, durante lo más fuerte del estío. No había caminos ni era posible recordar los estrechos recodos y rocas que frecuentemente tuvimos que salvar de tanto en tanto para proseguir nuestra andadura, si no fuera por mi acompañante, que desenvueltamente, al cabo de la marcha me condujo a un espacio formado por una llanura con pequeñas colinas sin árboles y señalándome el monte que las dominaba, me dijo: “Ese es el palacio de mi señor, y todos estos lares que has venido viendo, y otros más, son su reino”. ¿Pero dónde estaba el palacio, castillo, o amplia morada de aquel rey universal, más allá de un macizo peñasco ciertamente interesante?. Al cabo de fijarme mucho descubrí en el medio de la gran peña, aquí y allá, unas cuatro balconadas, tras las cuales se vislumbraban apenas, otras tantas puertas o como pequeñas aberturas horadadas en el monte, muy disimuladas todas ellas entre la vegetación; y también entre la media altura y la base, un pequeño pero mayor tapial, que tal vez pudieron ser restos de un pequeño corral estacional. Hacia él nos dirigimos, pero a medida que nos acercamos descubrí que tras el tapial, que estaba más entero de lo que parecía, se iba vislumbrando tras el al ir ganando altura, la parte alta de una bonita fachada correspondiente a una pequeña y poco sobresaliente casa adosada a la pared pétrea del monte. Desde el interior de la plana casa, como después pude saber, las seis balconadas, que correspondían a salas horadas en el interior del monte, estaban comunicadas entre sí y con la casa o salida, por largos túneles o cómodos pasillos de desplazamiento. Y en una habitación acogedora de la casa que daba a la bonita fachada disimulada desde abajo, bonita pero no la sala de un trono, vi sentado y como esperando, a un viejo señor que mi acompañante saludó y que me presentó como “El Rey del Mundo”. Fui muy bien acogido y aun ahora sigo añorante, dando gracias por lo bien que descansé allí; sólo tras la cena del día siguiente, sentado allí con mi receptor, me preguntó si yo le creía en verdad un personaje importante después de haberle visto. -- “Por supuesto que sí, Señor – repuse con sinceridad -; creo que sois el Rey del Mundo porque así lo habéis dicho, y porque mi bisabuela, sin revelárnoslo explícitamente, nos preparó secretamente a los distintos primogénitos de su descendencia, para que así lo advirtiéramos si veníamos aquí, tras oír su larga historia. 162 Lo que sin embargo ignoro, y sólo si vos me lo queréis decir lo sabré, es en qué consiste vuestro “gran poder” para tan alta majestad. Mi respuesta pasó a ser agradable a su pregunta, y aunque sin grandes deseos de extenderse en ella, sí pasó a responder a mi interés en saber “su gran poder”. -- Mi poder –me dijo y su voz prosiguió con algo de dolor - , mi único poder pero omnipotente, es el poder eliminar a las personas que deseé, aunque sean a miles y a miles unidades de distancia, en cada momento. Por lo demás, este mi poder mortal, es tan rápido, que se traslada simplemente con mi mente. Puedo llegar con el pensamiento hasta quienes quiera llegar, personas concretas, ocultas, distintas o coincidentes con las particularidades con que las busco, simplemente por intuición, y a la misma rápida velocidad que esta operación mental, volver a llegar a su mente, mandando parar su corazón si esa es mi conclusión. Y no siguió más, tras haber sido tan sincrético. Estaba claro que la parquedad con que me había hablado era porque prefería que fuese yo quien siguiera induciendo más sobre lo revelado, si más quería saber de lo que de su tal poder se daba por consecuencia. Y yo, como cualquier hombre de paz, me aterroricé en un principio tras lo oído. Pero aquel rey del mundo que tenía ante mí, era un ser bondadoso, y entonces es cuando empecé a pensar, más allá del tan aterrador poder de su cetro, qué tan grande parte de bueno debería tener una persona que vivía tan humilde y apartadamente, con un poder mental tan grande. ¿Podría eliminar, empecé a pensar, con los asesinos y con tantos injustos, evidentes y ocultos, que hacen de este mundo una peligra y temerosa casa, y ello al cabo no sería un mal uso de su poder?. -- ¿Podríais pues incluso –proseguí ya en voz alta ante mi escucha -, acabar con los ladrones, los vagos, los envidiosos y demás gente perniciosa, que si no llegan a asesinar de momento, con sus faltas no tan menores, acaban asesinando mucho de la debida concordia en nuestra sociedad, y ello ni siquiera teniendo que ajusticiarles a todos, sino simplemente difundiendo por todos los países, que aquel que no cumpliese con la justa ley de la buena convivencia, tras un número determinado de advertencias, y tras varios casos en que demostrarais vuestro gran poder, o se iba de los reinos civilizados a islas independientes que dejaseis solo para ellos, para todos aquellos seres como ellos, o al cumplirse el determinado número de transgresiones anunciado, la parada de su corazón les llegaría como a los criminales y saqueadores, que también ya antes habrías dejado advertidos. -- Vuestro poder, no siendo tan poético como esos de poder volar o el de convertir ratones en caballos, aun siendo el de enviar “la muerte”, sería y es al cabo un buen poder a ejercitar y muy digno e interesante, bien ejercido. -- Sin embargo – me respondió a mis palabras, un tanto acusatorias de su inactividad en mi sentido expuesto -, no soy yo quien tiene derecho a decir si lo debo ejercitar o no. -- Tal vez –siguió corrigiéndome -, pudiera erigirme en un buen gobernante, con mi poder de ajusticiar (que ya en principio, aun sin haberlo ejercido, me hace ser en verdad el más poderoso rey del mundo, como lo seguirá o seguiría siendo aquel a quien yo se lo trasmita en herencia), pero su decidida aplicación, depende del pueblo. En principio y como lo primero de todo, debería ser el pueblo, reunido para ser consultado, el que tendría que decidir si quiere ser gobernado por un monarca tan poderoso, que actúe como tú has imaginado. ¿Y sabes lo que sí te puedo añadir?. Pues que después de haberme presentado en varias ciudades como tal solución si ellos me coronaban, ninguna eligió mi coronación. 163 --Y pude seguir ofreciendo mi absoluto poder a otras ciudades más, pero tras reflexionar y pensar en por qué no había sido elegido antes en las primeras, llegué a la conclusión de que por ninguna lúcida ciudad acabaría siendo admitido como tal Omnipotente Rey, pues que yo mismo, si fuese un mero ciudadano de cualquiera de ellas, no daría mi decidido voto a un rey tan todopoderoso cual yo, pese al posible justo y buen futuro que me vaticinara seguir él, y también me lo afirmaran sus posteriores herederos, frente al mal uso que de él también podría hacer un rey, al cabo como humano tan limitado y propenso a errores. Y tras esto, como muy pensadamente concentrado y tras muchas veces reflexionado antes, mi rey acalló cansado Lo que me dijo, aun siendo poco o para discutir un poco más, sin embargo me convenció. Y me convenció tanto, que ya desde entonces, también hoy, si yo hoy pudiera tener su poder, haría lo mismo que él, o el no pasar a ejercitarlo. Vi que su Majestad agradeció mi comportamiento y comprensión, y así proseguí satisfecho en aquel maravilloso reino omnipotente, pero sólo compuesto de dos personas, cuatro maravillosos posteriores días más. Y otro día después de aquellos que pasé allí, me enteré respecto al Rey, ya viejo y cansado, y más con tan pesado cetro, de otra cosa más. Y fue la de que no podría descansar muriendo, si antes no trasmitía su concluyente poder telepático, a alguien de su confianza. Y tras esto supe, que al parecer, posiblemente ya iba a poder encontrar a la tal persona en quien testar, y que esta parecía estar dispuesto a recibirla, en la persona de su acompañante y único súbdito: El que había ido a encontrarme. -- “¿Por qué, le pregunté al súbdito, en la siguiente cena en la que estábamos los tres reunidos, vos parecéis estar dispuesto a seguir recluido aquí y recibir en herencia el poder del ajusticiamiento mental que tiene su majestad, para tampoco ejercitarle después, como no lo ha ejercitado él, y cual vos mismo nos decís que habéis decidido no ejercitarle jamás, siguiendo mientras tanto guardándole en tan apartado lugar, y además por los siglos y siglos venideros, si vos mismo no encontráis antes un heredero?”. Había algo de sospecha en mi pregunta, y Su Majestad, que tanto poder telepático tenía, me miró en una disimulada mímica por mi atrevimiento. Andrius, el súbdito, aun sin todavía ningún poder extraordinario, y también sin ninguna responsabilidad ante ello, igualmente me captó un cierto sentimiento de sospecha en mi pregunta, sobre si de verdad él estaba dispuesto a aceptar aquel poder y responsabilidad, tal como lo había dicho aceptar, pese a mi agradecimiento por el trato que me había dado desde el principio. -- “Yo he sido frecuentemente bastante injusto –respondió pronto como deseando terminar enseguida aquel resquemor sospechoso - . Más allá de un arrebato pasional, en mí frecuentes, he sido muy injusto, y varias inocentes personas han sufrido mucho por ello, sin que después les fuese remedio, ni a ellos ni a sus supervivientes, mi arrepentimiento. Quiero ahora, además de arrepentido por aquel entonces, hacer algún mérito moral propio, para ofrecerlo en honor de quienes hice sufrir tanto. Y puesto que tras mis injustas actuaciones tanto me ayudó nuestro Rey, el rey poderoso que hoy es sobre todo mi amigo, acepto el hecho de heredarle para que él pueda descansar, hasta que yo también encuentre algún día, como espero, encontrar también a alguien que me ayude a bien morir aceptando de mí, honradamente, la herencia que antes recibí. Mi acción es buena, y dicha con más floridas palabras, hasta poética; pero no me felicites mucho por ella, porque sobre todo es justa, y ese algo de 164 justeza es lo que me debo. Si por lo demás, he aclarado esto una vez más –pues que esta no es la única-, es porque siempre que se me ha pedido, prefiero dejar clara la sinceridad. Y tras lo hasta aquí escrito, que fue lo escrito y más horas allí bien y felizmente vividas, decidí seguir mi ruta de recorrer el Hondo, tras prometer guardar el secreto que se daba en aquel “palacio”, salvo si encontraba un verdadero allegado de confianza, para cuyo bien propio y el de todos, fuera digno revelárselo; a lo cual me respondió el Rey y su súbdito, que no me preocupase tanto por asegurarles el tal secreto de mis palabras, porque aquella historia ya estaba suficientemente guardada de antemano: Si en aquel lugar se advertía que el visitante era un intruso malintencionado, ya se le indicaría que pagaría con su vida el atrevimiento, cual ya alguno hubo de haberlo comprobado. El día de mi partida se me dio suficientes víveres, un perro y una mula como compañeros, y hasta más monetariamente, un artístico manto muy trabajado, con ricos hilos dorados, pero que decliné recibir este, porque ante un tan largo camino e imprevisto, que todavía me quedaba por delante, cualquier riqueza, sólo la atención de los ladrones me atraería el obsequio. Mi gran y mejor regalo recibido, como le dije a su Majestad, con sinceridad y con su complacencia, fue, el haber podido conocerle, ofrecerle mi amistad y servicio, y así también servirme a mí su existencia como gran experiencia propia. Y por el mismo o parecido camino en zigzag que había venido, salí de allí guiado por Andrius. Y poco antes de salir del todo, recaí en la vista de unos pocos pequeños monolitos o conos largos, que no parecían de formas naturales. Y como siguiera mirándolos curioso, Andrius me dijo que aquellos eran los recuerdos, en donde se habían esparcido las cenizas de los abrasados intrusos ya advertidos, de que ellos no eran bien recibidos allí, y que sin embargo habían proseguido el camino creyendo poder engañar y disimular suficientemente sus malas intenciones. Y un poco más adelante nos despedimos. Yo vi entonces en los ojos de Andrius un gran cariño, un cariño que desde el principio fue mutuo, pese a la poca permanencia que habíamos tenido juntos, un cariño al que sin ningún prejuicio yo había puesto desde el principio, y ahora, sin darle por terminado, nos separábamos con un entrañable y prolongado abrazo, y mis mejores deseos para su futuro. Su recuerdo, y él sabrá que es verdad, seguirá siempre fuerte en mí mientras viva, aunque frente a mi madurez, ya no nos volvamos a ver. …………………………………. Seguí andando ya solitariamente hasta la noche, y al día siguiente hasta la primera pequeña catarata, donde me preparé a hacer noche en la gran ribera herbácea y arbolada que el encajonado río dejaba ahora, como testimonio de cuando fue todavía de mucho más amplio caudal, con el que siglos tras siglos acabó horadando el ahora gran cañón. En aquel sitio, prontamente agobiado de soledad, confiaba poder ver al gigante que en aquella catarata describiera haber visto mi pariente antecesora. Recordaba la agradable sensación que ya de adulto me imaginaba, cuando mi madre me narraba que aquel gigante, jugando cariñosamente con su abuela como con un cachorro, la cogía en andas como a un cachorro de perro. El pequeño perro que me habían regalado, me miraba como sorprendido por mis adivinados pensamientos, y entonces yo, ojeando alrededor que por aquella solitaria espesura no hubiera nadie, me puse a jugar con mi perro, considerado animal impuro en la religión oriental, y cuyo sólo nombre es ya un insulto, y tras jugar afectivamente, le cogí en brazos. El perro, todavía muy joven, se dejó hacer, y en su cara se sumaron la alegría de 165 verse querido, lo insólito del caso, y el miedo por el mal poder caer al suelo desde donde le había aupado. ¡Y zas!. Apareció Miguelón. Y lo primero que apareció en mi cara fue una sonrisa de agradecida visita. Y después, como antaño con mi bisabuela, a la que él pronto acabó recordando tras mis primeras palabras, lo que vino fue una espléndida compañía, por más que de antes me hubiera podido imaginar que pudiera ocurrirme. Me dolió verle tan viejo, porque aunque yo ya sabía que no era un genio intemporal y mágico, sino un gigante de carne y hueso, con siete veces más posible vida que nosotros, como siete veces más grande era su cuerpo, le pensaba menos “humano”. Sin embargo estaba más envejecido de lo que esperaba, y él al darse cuenta de mi sorpresa pasó a explicarse. -- Ten en cuenta que el carácter de los gigantes de nuestra raza es muy infantil –me dijo -. Actualmente , con mi larga barba actual y tantas experiencias vividas, debería comportarme ya más seriamente, y sin embargo todavía varias veces sigo cantando canciones de niñas. Tu bisabuela, por ese carácter infantil mío, me calculó menos años de los que yo tenía, pero por entonces incluso, yo ya no era tan joven, y ora sabía bien, que el hombre podría hacerme mucho mal si no me ocultaba bien de él, a salvo en muy aislados sitios, como ella tanto me recomendó tras su partida, creyéndome todavía joven. -- “Tu eres de esos casos aislados con los que se puede hablar, y lo he visto cuando cogías a tu perro. Por eso has logrado verme”. Me miró picarón. Yo le miré como el perro inicialmente antes me había mirado a mí..., y al poco me sentí aupado en los brazos de Miguelón, hasta su pecho, pudiendo comprobar más cerca que nunca las grandes facciones de su cara. Me había cogido estando los dos sentados, pero aun estando él sentado, al mirar al suelo desde su pecho, yo efectivamente vi el suelo también muy peligrosamente distante. Al día siguiente seguimos juntos, y puedo asegurar que eso es uno de los mayores hechos prodigiosos que he vivido. Es fantástico estar con un gigante y caminar con él, ayudado por su juvenil y generosa amistad. Yo estaba felicísimo, y más al comprobar que él agradecía en su soledad, también mi contenta compañía; por eso hice intención de quedarme allí con él no menos de un mes. Pero no era ese momento de mi llegada el adecuado, pues precisamente en el centro de la estación del verano, en donde ya estábamos, era el momento en el que él habría de reunirse, como todos los años, con los otros dos únicos compañeros que por aquellas espaciosas tierras de una península casi deshabitada, quedaban, uno al norte y otro al sur del tramo del Hondo. Y por eso, tras por al menos cuatro días, nos hubimos de despedir. Por eso y porque estar más tiempo juntos no era bueno para él (como ambos, ya más sabios por viejos que por filósofos, sabíamos). Antes de despedirnos, sabiendo él que mi viaje, como el de mi antecesora, era descubrir las más de las aventuras de aquel río, quiso hacerme para ello un regalo, y fue el indicarme el punto no muy lejano del camino que seguiría, donde al continuar mi marcha, podría descubrir si quisiera y ver, una de las bocas del infierno. No nos pudimos dar un abrazo de despedida claro está, pero yo, aupado por él hasta su cabeza, le di un afectuoso beso en el carrillo como el lamido de un cachorro, y él, correspondientemente me dio un beso en mi cabeza, que ocupó todo mi cráneo. Marché llorando, de alegría y nostalgia, toda aquella jornada, y lloré al hacer noche tras aquel día de partida, sintiéndome como un cachorro destetado y 166 apartado por aquel amo tan estupendo que yo ya sabía de antemano que era Miguelón. Quise como sabe querer un buen perro, y creo que mi reciente perro compañero me comprendía mientras pensaba esto. ……………………………………… Al día siguiente descubrí el punto llamado Armallón. Los cuatro elementos del mundo son, agua, tierra, viento y fuego. A veces parece que uno de ellos sea más poderoso que los otros, pero si el agua, como la del gran caudal del Hondo, ha logrado horadar tan grandemente a la “tierra”, el poder de ésta quedaba allí demostrado, haciendo ver cómo cuando la tierra tiembla, desmoronando sus torres desde las alturas, es capaz de cortar y desviar hasta al más grande río. Allá en Armallón, donde hice noche, las rocas caídas hasta desviar el río, mostraban cuan poderosa era la tierra. Por su parte, el viento me mostró más tarde que no es menos poderoso que la tierra, al comprobar, siguiendo el cauce del Hondo, un poco de su enorme fuerza en otra parada que hice tras seguir recorriendo la zona. Y fue que siguiendo el Hondo dos jornadas más, pude ver sorprendido lo nada que quedaba de los dos más grandes castillos que haya podido construir el hombre sobre la tierra, con más piedras que todas las que un día pude ver acumulas en las faraónicas pirámides de Egipto, demolidas por el viento. Los había derrumbado y ahora estaban reducidos a meros montes. No quedaba nada de aquellos dos grandes edificios gemelos, culminados de amplias y poderosas torres y torreones, sitos cada uno en uno y otro monte enfrentados, sino solo dos redondeadas colinas gemelas, que hoy por su redondez desde la lejanía, la gente de por allí las llama los Senos de Venus. El viento había cambiado aquel paisaje, y otros ejemplos más duros me recordaron, como cuando pasando de desprender las grandes piedras a convertirlas en menudo polvo, cual en el Sahara, cada día desplaza además las montañas o dunas de allí, de uno a otro sitio. Y a continuación, al querer hacer otra espectacular parada en el curso del Hondo, iba a poder ver una de las mas grandes muestras del poder del restante cuarto elemento, el fuego, si con mis datos, lograba dar con una de “ las puertas del infierno”, que sita por allí, me había revelado Miguelón. El hombre se había empeñado en conquistarlo todo y también el agua, la tierra, el aire y el fuego, y bueno era que se aprovechase de tan poderosos elementos. Pero el hombre desde luego no había logrado ni lo lograría jamás, dominar del todo los cuatro elementos, aunque se sirviera de ellos, como cuando al saber usar del fuego, evolucionó tan enormemente con ello, que se convirtió así en un ser casi divino, como en tantas antiguas historias sagradas se señala el hecho divino. Ahora, pasando a servirse de magias y alquimias, tras su nuevo estado de haberse hecho ya rey de todos los animales, sin respetar a ninguno, algo más había logrado de algunos sitios, como el controlar algunas puertas del infierno, cual la que por allí por donde ahora pasaba el río Hondo, había logrado abrir. Pero antes de poder ver esta puerta del infierno, de ver usar el fuego allí contenido en beneficio propio, aunque rodeado por ello de amenazas, caí enfermo en aquella etapa de mi viaje, como si mi sola pretendida osadía de verlo, fuera ya un demasiado pecado. Afortunadamente ya había ido avanzando todo el cauce alto del río, por lo que ya dejaba atrás el agreste paisaje de montañas y bosques que lo acunaban, por la ondulada meseta por donde ahora el Hondo se encauzaba y continuaba, y aun desaparecía más que antes, desde la lejanía, navegando a través de su gran horadado cañón, que ocultaba la vegetación que en sus orillas pudiera darse. Allí, en las planicies 167 de la meseta, pude ya empezar a ver, saliendo a ratos del cañón, alguna casa aislada, y aun alguna pequeña población, en una de las cuales, los dueños de una gran casa, seguramente creyéndome un peregrino, se aprestaron a darme cobijo bajo su techo, y a cuidarme en lo que pudieron. Sucumbido por la debilidad, solo a veces lograba yo reflexionar un poco mi triste situación, tumbado en aquel catre: Cree el hombre que ha conquistado todo, incluida la suficiente geografía, y viaja como lo más aventurero en su vida, sin darse cuenta Al Maestre le seguí respondiendo más tarde, que yo era persa que ni quieto en su lugar, multiplicando su progenie, lo único que logra es hacer más azaroso su futuro, porque el propio mayor número de personas, es su peor desplazamiento hacia el futuro peligroso. Cree que ha dominado a los elementos, y aun ni siquiera reconoce que nunca logrará sanar su débil cuerpo con prontitud y eficiencia, pese a que se siga engañando con que cada vez va logrando inventar mejores pócimas, para sacar los malos espíritus de la enfermedad que le doblega. La debilidad y fragilidad de su propia salud, no ha logrado hacer verdaderamente humilde al hombre, que ante ella, en vez de aceptarla, pasa a inventarse fórmulas mágicas y nuevos milagros, para verse con ellos preservado cuando llegue la ocasión de sus momentos frágiles. Solo porque me creen un peregrino, he sido acogido por estas buenas gentes, que con ello han buscado y buscan, más que mi propio cuidado y salud, cumplir con sus ritos fórmulas, para cumplidos con ellos, verse ellos protegidos después, por el Él supremo y sanador de todo que se han levantado. La fiebre me quemaba, y tal vez mi demencia por ella, exageraba más la gravedad de mi enfermedad. Dos hombres allegados al hogar de aquella casa, en cuya espaciosa única sala baja yo estaba apartado en una esquina, sobre un catre que apartaba una velada y raída cortina, tras sentarse junto al fuego, oí que hablaban de mí al haber ojeado mi esquina: -- Ese está en la “cama de los muertos”. Menos mal que todavía no hemos entrado en el invierno, que si no ya era fijo que las pichaba - dijo un jornalero que entró en la parte baja-. -- No es apestosa su enfermedad, sino agotamiento, y más por su avanzada edad, pero aun con ello, no me gusta tener bajo el mismo techo, enfermo que no se restablece prontamente –añadió otro que ya estaba allí cerca del extinto hogar-. “A mí –contestó el primero-, me preguntó en un principio si sabía indicarle por donde estaba la puerta del infierno que había por aquí. Yo, sí pienso en verdad que en la tierra hay ciertamente verdaderos infiernos y varios demonios, pero a diferencia del amo arriba y de los curas de allá en su iglesia, opino que después de muertos, ya no hay nada más que el pudrirse. Yo también pensaba lo mismo que había dicho éste, y al cabo poco importaba que acabara viendo o no aquella puerta del infierno que por allí me había dicho Miguelón que había. Sin embargo no quería molestar a aquella pobre gente, sino lo menos posible, y así, en el primer posterior día que me bajó la fiebre, me presenté como ya repuesto, y partí de aquella casa en busca de tal destino. Y llegué hasta la revelada “Puerta del Infierno”. Muy cansado, con renovadas fiebres, pero sorprendido con lo que veía. ¡Espanto qué puertas!. He visto edificios grandes e inexpugnables, edificios que muchos están hechos para magnificar el gran poder de sus dueños, pero no he visto jamás enorgulleciendo las mayores murallas de la mayor ciudad, ni aun menos en grandes mezquitas o catedrales, una total fachada, que fuera del tamaño de aquellas puertas, que por si solas ya eran todo un monumento aterrador más allá de lo que dentro 168 ocultaran, sitas ante el enorme corte de una enorme chata montaña, que comenzaba casi desde su cima. Lo que se albergara dentro pasaba ya pues a ser algo inimaginable. Sobre aquellas puertas aterradoras, había adosadas y remachadas, varias placas de hierro, capaces cada una de armar con su metal, a todo un ejército, e innumerable cantidad de geométricas cabezas de gigantescos clavos como remaches; había también adosados en su bajo cual un zócalo, intimidatorios pero bellos elementos de rejería a base de descomunales y gruesas lanzas, y a partir de media altura, y sobre todo en los marcos o laterales y superior, descomunales esculturas y varios redondos relieves en negro metal. Pero sobre todo aquel arte menospreciado, lo que más se notaba eran los parches, los grandes parches de muy gruesa chapa roñosa, antaño creada a golpetazos, ora con zonas más gruesas y ora con otras no tanto, colocadas como remiendos aquí y allá (remachados y aun cosidos), que conferían a aquel monumento de robustez, una vetustez añadida impresionante. Lo curioso es que aquellas dos monumentales hojas de la puerta, que parecían inamovibles con tanto peso, se habrían y se cerraban mediante un complicado juego de ejes, lenta pero perfectamente, varias veces al día, aunque sólo se abría una pequeña abertura, por donde de sobra entraban y salían unas cuadrillas de muy vestidos obreros, pero de caras cadavéricas. Se me dejó acercarme a aquellas puertas, aunque a veces queriendo volverlas a ver en toda su altura, para no hacerme doblar la cerviz tanto, tan peligrosamente levantando la cabeza, volvía a retroceder sobre mis pasos; se me permitió ver la puerta lentamente, hasta acercarme a donde estaban los dos únicos soldados que la custodiaban (y que como yo, parecíamos en su base minúsculas figurillas), e incluso presenciar cómo sus dos hojas se empezaban a abrir un poco, que era más que suficiente para centenares de personas que entraran o salieran. Y cuando se abrieron, aunque noté un poco más de calor, lo más que percibí fue una enorme luz que lo borraba todo y que era sólo un reflejo del primer o segundo reflejo del fuego que muy al interior de aquel recinto, se presumía que había. No me extrañó pues en nada, que allí todo el mundo llevara una máscara con una sola minúscula rajita a la altura de sus ojos Pregunté a los soldados, en medio de mis temblores y fiebres, superfluamente, si aquella era “La Puerta del Infierno”, y me dijeron que sí, pero que sólo eran unas de las más pequeñas de él, no las mayores. Y cuando salió uno de los pelotones de hombres que trabajaban allí, yo sentado en un lateral por mi cansancio, aunque sabía que no me dirían nada del interior, les pregunté si aquel enorme fuego que guardaban tan enormes puertas, era el Infierno, y me dijeron que sí, pero que sólo era uno de los infiernos que hay en la tierra y no el más amplio o central (que al parecer se comunicaba con todos en el interior profundo). Y yo me quedé anonadado de ver que el hombre, que el poder mágico del hombre, se había utilizado en intentar controlar aquel fuego, que al final se veía que era incontrolable, aunque las puertas pareciesen ser inatacables; había pasado de intentar ser controlador, a ser él el controlado. El poder de los magos humanos es muy grande, pero yo sé que no tanto como para controlar el infierno. Aunque mi enfermedad no parecía fatal a primeros ojeos, estaba muy mal físicamente y ello repercutía negativamente en mi ánimo (o mi ánimo había bajado tanto, que interfiriendo en mi fuerza y defensa corporal, la había disminuido hasta mínimos); por ello, y porque tras el espectáculo anterior me pareció que hasta me había envejecido, como pude, y sacando fuerzas de flaqueza, me aparté de allí, para intentar adentrarme en seguir el curso del río, lo cual era mi única salvación, porque por una gran suerte, muy cerca de aquel curso, estaba una muy buena escala reparadora, cual 169 era la de un castillo muy especial o mágico cercano, que tenía señalado en mi mapa. Según mi antepasada, este precioso castillo era muy especial y fantástico, además de por su bello emplazamiento en un meandro del tajo, por estar habitado únicamente por mujeres, que aunque en principio monjas privadas, también lo eran bravas y eficientes amazonas defensoras de su independencia. Yo sabía pese a ello, que me recibirían con buena acogida, como un guerrero acoge a otro que le ve venir zarandeándose por la lontananza, pidiendo ayuda, y más al mencionarles a mi bisabuela. Pero por desgracia, también cerca de allí, como aquel, situado sobre las altas orillas del río, pero con mucha más edificación y mole fortificada, estaba otro, o el de la casa matriz correspondiente a la todopoderosa Sacra Orden de la Calavera; y a aquella distinta y opulenta fortaleza, ya muy oscurecido, es a la que acabé llegando, habiéndome pasado el más escondido y pequeño Castillo Fantástico, que era a donde debía y quise ir. Al llegar allí agotado, el portero me dijo que ya se había cerrado el recinto exterior, y que los grandes perros de la Orden habían sido soltados, pero que si yo, dejando en la entrada mi mula y equipaje, me atrevía a cruzar aquel primer recinto exterior hasta los edificios centrales para pedir albergue, él me daba paso. Estaba claro que lo que aquel portero quería era robarme el equipaje, pero dejándole allí mis pertenencias, yo sin fuerzas ninguna ya sino para caer desfallecido hasta la muerte, confiado en saber manejar a los sueltos cancerberos de la Orden, ante una noche que ya me tenía helado los huesos, acepté el reto. Al atravesar el escampado entre la primera y segunda muralla, dos mastines negros que mostraban amplias defensas, vinieron prontos alertados ante mí, y yo, entre enérgico y amable, como si ya tuviera aprendido el lenguaje canino, les dije en lo que sabía de su idioma, “ ¡Áquelos!. Áquelos, drunis” (“¡Quietos!. Quietos bonitos”); y con esta mínima frase, aprendida de su idioma particular, con ellos y otros dos grandes canes más que se acercaron, escoltado y sin ser atacado, logré llegar hasta la puerta mayor del recinto central interior, donde asombrado por mi llamada, me abrió el monje-guerrero que la custodiaba. El sacerdote de la iglesia de allí, más un preso que un respetado ministro, fue el que avisado por aquel soldado portero, acudió a recibirme, y viéndome tan rendido, sin querer hacerme por ello más preguntas, me condujo hasta lo que yo creí ser la enfermería de aquel lugar, donde tras una colación que me preparó él mismo, pasó a ayudarme a reposar en una cama, cubriéndome con mantas. A la mañana siguiente, muy decaído pero más recuperado, fui visitado por el Maestre, quien me preguntó cómo había llegado al recinto interior; a lo que le respondí lo mejor que pude, pero sin revelarme mis conocimientos del lenguaje animal. Tras esto se marchó, pero al llegar a fuera de la habitación, me pareció que le estaba esperando el portero del primer recinto, a quien el Maestre entonces gritó furioso, pareciéndome como que le abofeteó, y ordenó después que le encerraran. Los monjes- soldados de aquí y allá siempre serán algo temible (como los iniciales “asesinos” de mi tierra). Primero apareció la islámica Guerra Santa, y luego siguió la Santísima de Roma, en la que sobresalieron los Templarios, saliendo cotidianamente tras la misa matutina, a cortar cabezas enemigas. Cierto especial y poderoso sector principal del Temple, estuvo vinculado a los orígenes de mi casa, y al cabo tuve razones para no temer a este sector, sino muy al contrariamente, agradecerles varios comportamientos suyos a los míos. Pero los restantes de su orden, fuera de las altas esferas de sus tierras orientales, como las restantes órdenes que aquí y allá les sustituyeron, cual ahora aquí la Sacra Orden de la Calavera (como al cabo todas, ni realmente ortodoxa al pontífice, ni al cabo tampoco fiel a su rey), sólo me cabía el 170 temerlas grandemente. Como mínima precaución, mi principal esfuerzo debía estar en procurar no acercarme a ninguna de ellas. Al Maestre le seguí respondiendo más tarde, que yo era persa, y embajador del basileo de Constantinopla ante el Rey de aquel reino, a cuya capital, mucho más abajo bañada por el mismo río que allí nos protegía, me dirigía en misión de intercambio, a donde ya hubiera llegado, sino hubiera sido por el gran desfallecimiento que me había topado, tal vez por algún envenenamiento involuntario. El Maestre seguía sin entender cómo pude cruzar el recinto intermedio con los fieros perros sueltos, aparte de molestarle la negligencia del primer portero (en la que también entrevió un muy posible robo), pero prefirió dejar zanjada aquella cuestión, y aceptarme, diciéndome antes no obstante, que si quería salvar a otros posibles visitantes de las carniceras de las que allí ya antes habían sido víctimas por sus fieros canes otros anteriores, al intentar cruzar nocturnamente el trayecto que yo había hecho, no comentara mi sorprendente hecho a nadie. Yo, pese a que fui bien tratado allí y cuidado de mi debilidad, decidí partir lo antes posible; y afortunadamente viendo que tras mi estancia en aquella enfermería me encontraba ya mucho mejor, comprendí que ya era la hora y salí, tras haberlo avisado antes, una mañana temprano, subido a mi mula y seguido por mi perro, que otro portero distinto al primero, me había cuidado mientras yo estuve en el recinto interior. Antes, al guardar una damajuana en mis alforjas, vi que me las habían provisto de suficientes víveres para el viaje, lo cual agradecí, pese a que como también comprobé, lo primero que realmente se había hecho, era un total registro de todo mi pequeño equipaje allí y en mis vestiduras. Y comenzando a seguir de nuevo el curso alto del Hondo, por resabios de haber comido algún hongo alucinógeno o planta venenosa que tanto me enfermó, o sin tantos rebuscamientos, seguramente por la costumbre desde que nací, se me iba ahora en mi marcha, la memoria frecuentemente a los viejos sufrimientos de mi infancia, y me afloraban sus sentimientos de entonces. Porque resulta que cuando por ejemplo alguno se recuerda alguna escultura vista, la memoria, lo que te aflora es su imagen, pero si lo que rememoras son vivencias del pasado, la memoria no sólo te trae aquellas imágenes de entonces, sino que además te adjunta a ellas el revivir los sentimientos que entonces sentiste. Y recordaba en mí reanudado andar por la ribera del Hondo, los tristes hechos de mi infancia u otros posteriores, y al venirme los sentimientos con que los padecí, agitaba entonces como siempre mi cabeza de un lado al otro, intentando desvanecer aquel recuerdo concreto tan doloroso. Se me iniciaba pues, tras acostumbrarme ya un tanto al nuevo viaje, el seguir con la amarga costumbre de recordar mi pasado amargo. Pero sin embargo ahora, a diferencia de antaño, andando en pos de este río, podía recordar mis tristezas de infancia, juventud o madurez, sin tanto amargor, como pasándolas a recordar ya como muy pasadas, como ya poco importantes, aunque siguieran escritas en mi pasado como siempre. ¡Cielo santo!, ¡cuánto resultaba que había sufrido yo!. Ahora sin embargo, además, el aceptar no luchar tanto en rechazar los recuerdos esporádicos de antaño, como había pasado a hacer, se me daba también con ello otra superación, la de que curiosamente intentando no luchar tanto en rechazar tales recuerdos, al cabo lograba olvidarlos antes. ¡Qué buen logro pues se iba dando en mi personalidad con este decimotercero viaje, respecto a los no tantos logros personales de mis viajes anteriores, que al poco de haber terminado y regresado de ellos, ya solo pasaba a comentarlos entre mis vecinos, como entretenimiento!. Mis peripecias y aventuras en aquellos viajes les 171 resultaban a mis oyentes, ciertamente curiosas e interesantes, pero seguramente para mí no lo fueron tanto, pese a que seguramente en gran parte yo había abordado aquellos viajes, principalmente para olvidar la manera dolorosa de ver mi pasado y sus miedos. Mi viaje de ahora, andando siguiendo al Hondo, era sin embargo más tranquilo y especialmente fructífero personalmente. En fin, que al poco de seguir el curso del especial río, acabé, aparte de verme más superado, pasando ahora a ver las ruinas de Redocópolis, ya señaladas en mi mapa. Escasísimas ruinas de lo que fue una ciudad, pero que me hicieron recordar otras muy dignas, como las de la fastuosa ciudad palaciega de Persépolis, en mi tierra, que sin embargo el llamado Alejandro Magno, redujo, borracho, absurdamente a cenizas, tras sentarse en ella intacta. Todavía podían encontrarse entre estas presentes ruinas de ahora, algunas valiosas reliquias, como en otras tantas interesantes ruinas pasadas. Y seguí el encajonamiento del río Hondo, tras su primer tercio ya visto, pero ahora empezando a ir compaginándose el encajonamiento, con los tramos llanos, sin un muy marcado cañón en estos, y desde esos llanos, comenzaba a ver los pueblos y villas de repobladores labradores, que colocando alguna pequeña presa en los escalones del río, hacía que este se desbordara por los lados de la presa, y mediante acequias o canales artificialmente construidos paralelamente al río, se distribuyera el agua de este para amplias huertas y ricos campos. Más adelante el río volvería a adentrarse en otros encajonamientos muy prolongados y despoblados, y hacia esos lares era hacia los que más interesado iba encaminado yo. Al poco de las ruinas de Redocópolis, todavía sin llegar a la mitad del curso del río, en uno de los cañones que todavía se seguían dando de cuando en cuando por la nueva marcha de la meseta, se alzaba la capital del reino central de aquella península, que tanta historia habría de seguir acumulando, aparte de la que ya tenía acumulada. Era una ciudad hermosísima, la Roma de aquellos lugares, capital ya de antes, del mayor reino que con anterioridad en aquellas tierras todas se había asentado, y muchos la llamaban por eso, la ciudad materna. Allí vivían además de cristianos, judíos, y musulmanes (estos mayoritariamente venidos de la antigua Mauritania). Habían logrado convivir en muchos aspectos, aunque en barrios separados. Pero los judíos y musulmanes minoritarios, como siempre antaño y en el futuro las grandes minorías, en vez de procurar una mayor integración mutua, pese a su facilidad bilingüe, sólo se preocupaban en mantener y aumentar sus diferencias con los demás de alrededor. Los musulmanes moros o mauritanos, que tras un golpe de suerte, un día, pacífica y hasta respetuosamente, invadieron y llegaron a dominar todas aquellas tierras, pasando a tener después a los cristianos no conversos en pequeños barrios, no se resignaban ahora con interpretar ellos el papel inverso, y estaban siempre agitados y marcando sus diferencias. Esto hacía que a todas aquellas gentes en general, vivieran crispadas en muchas ocasiones y que transmitieran tal crispación a sus hijos, pese a los evidentes beneficios de poder convivir juntos, sin marcar tanto las fronteras. Los persas somos bilingües y hemos llegado a que nuestro idioma presente sea persa en unos aspectos y árabe en otros, y a que no haya tanto recelo entre las distintas gentes que vivimos en aquel oriente, por lo que esta ciudad de ahora no me atraía mucho de visitar. No creo que aquí, como en tantos sitios, sea posible la convivencia entre distintos que quieren ser distintos, por lo que la maldición de Babel (de nuestra vecina Babilonia), seguirá para el futuro, por lo menos tantos años como lo viene siendo del pasado. Lo que yo aconsejaría al Rey de este reino y a los habitantes de esta capital que rodea el Hondo, es que sin esperar más, se 172 despidiesen las minorías distintas, de la mayoría, cuanto antes (como los mismos cristianos de distinta lengua, se han separado y lo seguirán, en distintas demarcaciones). No me paré pues aquí, no siendo cristiano entre los cristianos, ni judío entre los judíos, ni mauritano entre los musulmanes, por lo que tras aprovisionarme en un barrio de los arrabales, y pudiéndome unir allí con otras nueve personas que al pronto partían en la misma dirección de seguir el río abajo, cual yo, me uní a ellos para una mutua mejor protección y auxilio. Era un pequeño grupo. Un caballero y su escudero; un estudiante experto en las tres religiones, con lo que al fin no se sabía cual era la suya, y tres alguaciles de distintas ciudades, además de yo mismo. Y a estos, en la mañana del último día, se nos unieron un viejo y sus dos nietas ya mozas, confiados en nuestra fortaleza y respetabilidad, frente a la debilidad que formaba su trío. Era muy agradable para mí, escuchar las charlas de cada componente del grupo en nuestras paradas de descanso, que además fueron sabrosas en el yantar, porque las dos doncellas hacían estupendos guisos con los víveres que uníamos entre todos a los suyos. Cada uno, aprovechando la comida y el posterior descanso, contaba sobre todo al llegar la noche, las historias que le eran más memorables, como la de “Los dos amantes y su tragedia”, que nos comentó sentidamente el estudiante. A esta historia se añadieron dos juntas, de las aventuras del caballero, una contó él mismo, y otra también sobre él, pero que por modestia de su señor, narró su escudero. Y todavía llegamos a oír parte de la guerra, en la que habían luchado juntas las tres respectivas ciudades de los tres alguaciles acompañantes, frente a su común enemigo un tirano almirante. Yo, por supuesto, les conté lo más exótico de mi lejana tierra, y todos estos narrares de todos, con tanto éxito por parte de cada uno, que hasta me pareció que en realidad hacíamos más paradas de las debidas, por así prolongar así el puro placer de nuestras acompañadas charlas y descansos en aquel viaje. En realidad debería aquí incluir alguna de aquellas estupendas historias oídas, tan importantes o más que esta mía de mi viaje, y no menos ejemplares y provechosas para quien tal vez llegue a leer esto. Por eso, en aquel entonces, en unos apuntes, guardé memoria de ellas, para después, con más tiempo, si lograba llegar a mi destino, incluirlas en este diario, que con no poco esfuerzo, en algunos de aquellos días de entonces, iba brevemente haciendo. Y ocurrió en nuestra amistosa marcha, que los tres alguaciles, como ya he dicho, cada uno de una ciudad distinta de las tres que se unieron para defender bravamente sus derechos frente al emperador y la nobleza de aquel reino, nos sinceraron, sin querer ser más explícitos, que indirectamente su marcha de entonces, era de huida frente a sus vencidas ciudades en la antigua liga. Por eso, al llegar a la entrada de la cadena montañosa conocida como La Fragua, por donde volvía a encajonarse el río Hondo durante largo recorrido, y ver que allí, sin escapatoria alguna, se nos acercaban al galope seis soldados del rey (de los más que podía haber ocultos), los tres alguaciles y cada uno de nosotros mismos, nos pusimos muy nerviosos, y aun más que si hubieran sido verdaderos ladrones (como frecuentemente todavía ocurre). Los tres soldados nos pidieron parar, y nos dijeron que el soberano de aquel reino por donde discurría el río Hondo, deseaba ver al embajador de Constantinopla, si es que éste se encontraba en nuestro grupo, como de tal parecer había tenido noticia que así era, comenzando por el maestre de la Orden de la Calavera. Yo palidecí, pues estaba claro que al que se referían no era a ninguno de otros pasajeros anteriores o posteriores que vinieran, sino a mí mismo, quien desde 173 luego no había cumplido con mi supuesta misión dicha, de parar ante el rey de allí, sino pasar de largo por la capital de su reino. Pero pronto me rehice, y aun me alegré de que al cabo vinieran a por mí y no a por los huyentes alguaciles, y confiado en mi elocuencia, pasé pues a revelarles sinceramente, “ mi identidad” a los soldados que venían buscándome. Recobré mi espíritu y aplomo, curtido en anteriores viajes, y enseguida me presté a acompañar a los soldados, para que así dejaran seguir pronto a mis acompañantes, de los que me despedí con real sentimiento de cariño, y deseándoles el mejor éxito en su futuro, cual todos ellos me parecía verdaderamente que se lo merecían, no sin dejarles al tiempo un tanto asombrados, al haber averiguado ellos de pronto, que yo era el nada menos que embajador del emperador de Constantinopla. Partí con los soldados, y a donde me dirigí con ellos, fue al campamento de caza que el Rey, hacía ya varios días, había levantado no muy lejos de por allí, para ejercer su deporte favorito. Y allí comenzó mi nueva aventura. Fui presentado ante el Rey, y postrándome ante él hablé así: -- Antes de nada, Majestad, y deseando que el cielo os colme de dones, os diré que no soy embajador del Basileo o Rey del antiguo Imperio de Constantinopla, sino del Rey gobernador de Persia, mi país, al que he preferido no nombrar en un principio, porque siendo este de fe musulmana, tal vez le creyeseis menos amigo de oriente, que vuestro par amigo del imperio oriental romano. -- Mi Rey, que lo es de un reino más antiguo y extenso que el del Basileo, es un Rey conforme y erudito, que tanto en el oriente, con la India, como con el occidente mediterráneo, quiere tener buenas relaciones de intercambio y respeto, y que este ejemplo de apoyo se extienda a otros reinos de los que hay, todo lo más que se pueda. -- Mis presentes, con mi reducida comitiva, se perdieron cuando caímos en desgracia tras arribar a Cartagonova. Pero allí unos comerciantes amigos de nuestro país, que se dirigían de inmediato a vuestra capital, me dijeron que ellos me esperarían en ella, y además con muy hermosos regalos, para que cuando yo ya restablecido llegara después a la capital, pudiese cumplir rica y debidamente con mi misión ante vuestra majestad, estando seguros ellos, de que mi soberano les agradecería más tarde los obsequios, a mí entregados para cumplir su encargo, con sobrada generosidad por su parte. -- Pero tras llegar a vuestra capital y preguntar por los comerciantes dichos, me dijeron amigos suyos, que no habían llegado allí, y que creían que muy posiblemente hubieran sido obligados a desviarse al sur, dada la guerra de fronteras que se había levando por el camino que ellos en principio habían iniciado. -- Muy turbado, creí entonces lo más conveniente regresar a mi país, embarcando ahora en el puerto opuesto que hay en la desembocadura del río Hondo, y no malograr más mi embajada, presentándome ante vos como un aventurero charlatán sin pruebas de mi misión. -- No obstante todavía conservo junto a mi pecho, un billete manuscrito de mi Rey, en el que os saluda con su propia letra, y por mi parte estoy dispuesto a que me sometáis a todas las pruebas que creáis conveniente, para convenceros de que es verdad la mi infortunada historia que os he dicho”. El Rey aceptó mi carta, y me dejó con sus sabios consejeros del momento, quienes al pronto empezaron a preguntarme si podía ayudarles con el idioma griego, en cuyos filósofos antiguos estaban muy interesados; y ante ellos traduje citas varias de este idioma, y aun páginas enteras. Y más tarde, tras su petición, añadí noticias geográficas sobre mi país y su progreso, de lo que últimamente recordaba. 174 No me extenderé más en los principios de esta nueva aventura, que fue la más extensa y cómoda de todo mi viaje por el curso del río Hondo, pero sí quiero dejar consignado aquí, que efectivamente, antes de partir al río Hondo del extremo occidental, me ofrecí al gobernador de mi región, para saludar de su parte al principal rey cristiano del extremo occidental al que me dirigía, y que el Gobernador estuvo de acuerdo en aprovechar mi viaje hasta allí, para realizar una amistosa embajada, haciéndome incluso depositario para aquella corte, del bonito presente de una labrada copa de plata, en un magnífico estuche, además de la mencionada carta que todavía conservaba. Regalo que luego efectivamente, me fue robado bruscamente, nada más pisar la tierra de la península occidental del Mediterráneo, en las afueras de Cartagonova. Tras que de todo lo contado, ya dejó el rey la cacería aquella y volvió a su capital a orillas del Hondo, el Rey cristiano me hospedó en una de sus casas palaciegas y me invitó a que frecuentase las fiestas que se celebraron en su palacio, sito en un magnífico edificio oriental con hermosos jardines, en la vega de las afuera de la capital. Y durante mi estancia en aquella ciudad, levantada prodigiosamente sobre una plana montaña dentro de un meandro casi cerrado del hondo río, fui tratado con gran deferencia, invitándoseme frecuentemente a reunirme y trabajar con los sabios protegidos de aquella corte, que con una gran organización de varias oficinas y una magnífica biblioteca, se dedicaban al cultivo amplio de las ciencias y las letras, traduciendo además todos los antiguos conocimientos que podían, a los que yo aporté, junto a otros estudiosos del griego, mi conocimiento, y hasta les pude ayudar a traducir varios rollos que allí tenían escritos en persa. Y finalmente, tras tres meses, al aproximarse mi partida que ya dejé anunciada, el Rey en persona me dio varios regalos, aludiendo a la eficiente ayuda que les había prestado a sus traductores y sabios, y agradeciéndome además el coraje de haber aceptado aquella embajada de tan largo y peligroso viaje hasta llegar a Él. E igualmente me dio un precioso presente para mi Gobernador Persa, consistente en tres libros en un precioso estuche, sobre saberes occidentales, que se habían confeccionado en aquella corte. Y para que todo ello llegara a su destino sin inconvenientes y para mi mayor facilidad, me dijo que una patrulla suya partiría ya con los dos baúles de mi nuevo equipaje, para un su almacén real en el puerto del estuario o fin del río Hondo, a fin de que cuando yo llegase allí, pudiera haber recorrido más cómodamente el cauce fluvial del Hondo que yo ahora continuaría. Y precisamente sobre dicho cauce, yo ya me había ofrecido de antemano, a enviarle al llegar a su final, las cartas geográficas totales que sobre el río, que yo ya había actualizado desde que lo comencé en su origen, y que desde ahora, siguiendo sobre esta gran cuenca ya muy aumentada con los afluentes de las montañas del norte, quería comprobar a partir desde dónde podía ser utilizado como navegable, lo que mucho interesaba al rey unir a sus cartas propias, no muy actualizadas. Y terminado el invierno en aquella corte, pues durante casi cuatro meses estuve allí, partí de nuevo en mi recorrido. Siguiendo mi camino, llegué de nuevo a la entrada de la zona de la Fragua, donde antaño me tuviera que despedir de nuestra pequeña caravana. Y ahora sólo, tal cual comencé en un principio, me adentré en aquella selva donde el cauce del Hondo, cada vez más caudaloso, volvía de nuevo a encajonarse durante largo trecho. Caminaba con mi mula con la que comencé y con mi perro amigo, y comprobaba que aquella era una zona de extensas y abruptas montañas, muy ricamente arbolada, pero de nuevo muy despoblada, pese a estar ya en el centro del reino. 175 Allí se daba una curiosa planta, parecida a las bolitas de madroño, que así como algunas de estas acababan emborrachando a quien las come, aquellas tenían también unos curiosos efectos. No era el tiempo de recogida de frutos, pero viendo yo en el suelo algunas de aquellas semillas amarillas, probé un par de ellas para ver cómo eran, pues que mí antepasada las citó como muy atractivamente curiosas y notables en sus efectos, pero sin especificar más de esos notables efectos. Por aquellos lares, los días de espléndida y hasta calurosa primavera, pueden darse esporádicamente nada más acabar el invierno, aunque lo natural es que luego se retraigan a sus todavía débiles comienzos de bonanza, y en aquella ocasión, ante un desbordante buen tiempo, yo, anhelante del calor solar, viendo que estaba ante un día lleno de calidez, aproveché para quedarme desnudo sobre una piedra, y luego, dejando atada mi mula bajo el cuidado del perro, empezar a pasear en cueros vivos, gustoso por aquellas preciosas soledades. Después de dormir, al levantarme, todo parecía seguir siendo un sueño espléndido deseoso de alargarse con un nuevo estupendo día, por lo que aproveché aquel otro día para disfrutar mi desnudez todo lo que pude. Recuerdo que hablaba sólo en mis paseos, que cantaba, que daba grandes paseos y hasta saltos, y lleno de vigor, disfrutando mucho con todo lo que me rodeaba, hasta me subía a algún que otro adecuado y lúdico árbol para coronarlo y ver su entorno. Y tras volver a recogerme, más que agotado, plácido de disfrutar, llegado tras la noche el día siguiente, al levantarme, volvía a creer que seguía soñando y listo para seguir disfrutando de más marchas y chapuzones en los remansos. Tras varios días, o tal vez pues tras sólo cuatro, me desperté debilitado, tumbado en una cama, y con una herida grandísima abierta en mi muslo, que por las manchas a mi alrededor, parecía que había sangrado mucho. Mi cama estaba dentro de una cabaña de piedra bien avituallada pero vacía de persona alguna. Sólo al mediodía, ante mi desfallecimiento, vi que la puerta se abrió y entró un hombre fuerte. Era un bravo montero del Rey, un antiguo soldado pero todavía robusto, que se encargaba en lo que podía, de evitar que por allí se diera la caza furtiva, y que me había reconocido de cuando su Rey, en la acampada de meses antes, me había mandado una escolta para ir a recibirme y ofrecerme su campamento. Le pregunté que qué me había pasado, y que qué hacía allí, y me respondió sin gran asombro, que había estado por aquellas sierras, vagando desnudo y feliz, durante más de diez días. Algún pastor me había visto, pero sospechando que era un santón loco, por miedo a mis posibles maldiciones, solo como mucho se había atrevido a saludarme, sin que yo hubiera recaído en persona alguna. El también me había visto y saludado, pero dando por entendido que yo había comido del medio soterrado fruto amarillo que a veces por allí se daba, entendió cual era mi “enfermedad”, de la que sabía que hasta por lo menos pasado un mes lunar, no volvería en mí. Yo comía poco, pero parecía no necesitara más para mis andanzas, y solo algunos días me acercaba hasta donde estaba mi mula pastando, a coger de sus alforjas algunos alimentos, hasta que, el montero del rey, procurando vigilarme en lo que podía, me vio un día tumbado sangrando por el muslo a consecuencia de una estaca que me había punzado, sin que yo le diera importancia a la sangre que se me derramaba. Él había sido quien dándome una infusión tranquilizante ante mi indiferencia, me había llevado desde allí a su cabaña, donde al parecer estuve durmiendo tres días enteros, creyendo el guarda bosques que por la sangre que había perdido, saldría de mi enajenación antes del mínimo mes lunar correspondiente a los efectos de las semillas amarillas. Me había dejado en su cabaña, por si al despertar volvía a mi educación vestida, como tal me ocurrió, sintiéndome ignorante y 176 desprotegido, creyéndome víctima de algún fatal atraco, o aun avergonzado si lograba recordar algo. Me contó a continuación varias cosas más de mi curioso comportamiento salvaje, y de cómo, antes de que él fuera allí como guardabosques, había oído hablar a su predecesor de otro caso similar al mío de ahora. Pero que él no había logrado encontrar la tal semilla subterránea, cuyo aspecto por lo demás desconocía, si es que la tal semilla, de entre las varias venenosas que por allí se daban, tenía el cierto poder que se la indicaba en las habladurías de viejo de aquello solitarios lugares. No obstante él si había pasado a creer que mi comportamiento anterior, sí se había debido a aquella planta, más que a la otra fantástica idea de que hubiera podido ser objeto de algún encantamiento por algún genio de aquellos bosques y río, que yo tanto parecía apreciar, para haberme pasado a integrarme tanto en su paisaje. Quedé sorprendido por lo que me contó de mí reciente actuación pasada, mi protector de ahora, y puesto a recordar, algunas sombras de lo acontecido, efectivamente logré recordar, como el que desnudo y pese a lo poco curtida de mi piel y nula experiencia, me acercaba frecuentemente a algún gran árbol, y diestramente le escalaba hasta lo más alto, para desde allí reír, o calladamente observar a alguna ardilla. Y hasta me pareció recordar también, haber recorrido alguna oscura cueva de cuyo interior manaba algún río, muy valientemente pese a mí ninguna pericia en estas aventuras por cuevas. Di gracias a mi asistente por lo comprensivo y caritativo que había sido conmigo, quien se ofreció a que me quedara en su cabaña tres días más hasta recuperarme del todo, y al despedirme, muy agradecido, me ofrecí a informarle al rey de su estupendo cuidado, así como a regalarle una cadena de oro, que disimulada en el fondo de una de las alforjas de mi mula, guardaba, y de la cual, junto con mi perro, también se había pasado a cuidarles. Y al poco de partir de nuevo, intentando volver al mapa oral de mi bisabuela, volví al mismo camino paralelo al río, del que antes me había apartado, y volví a ver, aquí y allá, afloradas de la ribera, cuatro de aquellas semillas que eran como unos pequeños madroños amarillos, una de las cuales había comido. Y esta vez sin probarlas, pero procurando recogerlas todas con gran cuidado, las guardé apreciadamente en una bolsita de cuero que tenía, junto con algunas hojas de distinta forma como mayor disimulo. El camino seguía, cual el cauce del prodigioso río Hondo seguía, y viajando por éste, el más largo río de todo el extremo occidente, recordaba y me parecía que había tenido más aventuras en este singular río, que en cualquier otro viaje anterior. ¿Habría de depararme el resto, alguna aventura más?. Seguí mis jornadas en solitario, y al repasar mi mapa, vi que había llegado al punto donde nuevamente había una segunda Puerta del Infierno, que yo había señalado allí tras haber hablado con los guardias de la primera. ¿Sería esta puerta más impresionante que la primera vista, o simplemente igual?. Distinta o no, decidí pasarla de largo, pues recordé que tras la primera puerta vista, había quedado debilitado, o al menos muy afectado al verla, aunque me hubiera sido muy interesante descubrir que el infierno es y está en este, y no en otro mundo. El río, tras tres jornadas más, comenzaba ahora ya su tercio final, descendiendo de las tierras altas de la gran meseta por donde hasta ahora había discurrido, a las bajas que desembocaban en el mar. Y como anuncio de esta final parte, vi un espectáculo maravilloso. 177 No habían sido abundantes “riquezas”, ni muy “mágicas” aventuras lo que me estaba deparando este mi postrer decimotercer viaje, pero sí unos conocimientos muy selectos, y unas imágenes muy selectivas y convenientes para los últimos recuerdos de mi existencia: Ahora ante mí, como lo más deslumbrante que nunca vi, aunque ya había visto varios, apareció un enorme Arco Iris, pero esta vez y por única vez, el completo semicírculo a mi vista, perfectamente luminoso, y ancho de sus distintos suaves pasos de uno a otro color. Y se me presentaba a la vista radiante, aunque sin que por allí hubiera llovido, actuando como un gran y maravilloso celeste puente del río Hondo, que horadando recto la llanura, la atravesaba por el medio. No pude por menos de seguir fijos mis ojos ante el arco iris, aunque fuera avanzando el atardecer, ya sin colores, pero como una línea indeleble, y aun ya muy avanzado el atardecer, escondido ya el sol mientras la Luna llena había aparecido en el extremo opuesto, parecía además, sin que los rayos del sol oculto se hubieran apagado del todo, que la luz de las estrellas ya incorporadas en el firmamento, las estrellas mismas, hubieran bajado algunas hasta depositar a sus crías en la tierra, como caídas dn una lluvia especial, pues que muchas piedras del suelo mostraban puntos de gran brillo o espejuelos reflectantes en ellas colocados (como los espejuelos grandes y pequeños que muchas veces me han ilusionado en las abundantes piedras de cal) Andaba mi mula muy despacio, guiándose ella sola por el camino sin ir yo delante, mientras yo sin bajar la cabeza, sólo sabía mirar tanto esplendor aéreo, agarrado para no caerme, de las crines de su cola, con la cual me guiaba. Se fue el sol finalmente, pero entonces a la luz grande de la luna llena, vi bajando ya la vista del alto desaparecido Arco Iris, como sustituyendo a este, en lo bajo, dentro de la hoz grande del Hondo, el más hermoso pétreo puente de arco que por ingenio humano hubiera visto nunca jamás en río alguno. Un milagroso puente superlativo, como construido por superromanos, o de tiempos pasados que todavía no se han superado, levantando milagrosamente, sin que pudiera pensarse en que nadie hubiera podido hacer andamio alguno tan potente que hubiera podido sostener los numerosos y enormes tallados cubos de piedra, que se habían empleado y acumulado allí antes de terminarlo, y que caso de haberse podido hacer así, habría dejado sordos a los presentes, tras colocar el sillar final del arco, y dejando las piedras libres de andamiaje, al encajarse entonces entre sí por su propio peso unas a otras, hubieran prorrumpido en un ruido de tales chirridos, que animal alguno imaginario, hubiera logrado, para después quedar sellados así, más que pegados con argamasa, por los siglos de los siglos. Por supuesto que ante la vista de tan espectacular descubrimiento pétreo, decidí acampar allí mismo, aquella noche. Tuve sueños muy agitados, tal vez por el estado fuerte de ánimo con que me quedé tan impresionado antes con los espectáculos vistos, y tras tal agitados sueños me levanté perturbado. Un pastor del lugar estaba por allí sentado no muy lejos de mí. Me sorprendió su presencia ante la soledad del lugar, pero pasé a saludarle y le invité desde la pequeña distancia que nos separaba, al desayuno que me iba a preparar. Él también estaba sólo, aun sin rebaño, y lo agradeció, viendo yo que añoraba la voz humana, por lo que al poco, por darle conversación, no sabiendo con qué empezar, pasé a confesarle mi reciente mal despertar por un sueño ignoto. Era contradictorio, le dije, cómo al poco de haber participado doce horas antes, de unos momentos tan fantásticos, satisfactorios y plenos, cual haber visto ese arco iris de luces varias en el atardecer anterior, y después venir a verlo sustituido por el bellísimo arco de piedra, que en el amanecer todavía nos 178 acompañaba, iluminado por una excepcional luna llena en aquella noche, me veía ahora sin embargo, malhumorado y bajo un distinto sentimiento de insatisfacción, de una gran insatisfacción... como tantas otras parecidas veces me ha venido ocurriendo en mi vida, por un mal sueño, que ni recordaba después. El pastor, que por su elocuente hablar en seguida me hizo pensar que más que pastor era un ermitaño, precisamente del pequeño templete que subsistía al lado del fastuoso puente, me dijo que para mi bien, igual que para el mismo bien de todos los restantes humanos, la solución era aquella por la que él luchaba, consistente en no abrirse a las alegrías, que pronto se tornan en penas, y con esa práctica de apatía ante las alegrías, estar así curtido también ante las sentidas penas que luego cotidianamente nos suceden. Reflexioné en lo que tan de mañana se me dijera, y le pregunté directamente que si lo que me aconsejaba era procurar no sentir, “ser de palo”, ser lo más inmutable posible a lo sensible, cual el más bruto villano del lugar presume de esa hombría insensible ante los demás del pueblo, que por su parte procuran ser semejantes o aun superiores a él en ese aspecto insensible. Y esta vez, sin más palabras, sino sólo con una frase tajante, así me lo confirmó, estableciéndose a partir de entonces un prolongado silencio. Terminado el frugal desayuno nos despedidos, y reemprendí mi marcha. Pero entonces empecé a reflexionar a partir de lo se me había dicho, y resultó que en vez de pensar en la verdad o error de lo que se me había afirmado, dándolo ya como verdadero, lo que me hice fue pasarme a ver como que, pese a mi aparente valentía de haberme allegado hasta aquel extremo occidental (sin contar otras experiencias de antaño), y aun ahora proseguir recorriendo aquel río que primeramente investigara mi bisabuela, al cabo no sólo no era valiente alguno, sino una mera ñoña persona, especial y demasiado sujeto a los sentimientos, que son pueriles y mujeriles. Pero había más gente que aquel ermitaño en aquella parte solitaria del cauce fluvial del Hondo, por donde ahora me encontraba, y con él me crucé. Otro muy raro viajero como yo, me saludó al paso, y como la mínima gentileza por mí debida, me acerqué a saludarle, al sorprendernos ambos en la misma dirección, por un sitio tan poco poblado. Era pequeño y gordo, montado sobre un burro y seguido por otro de carga; seguramente un pueblerino de por aquellas grandes extensiones paralelas, que periódicamente se acercaba a las temporales cabañas de los nómadas pastores que por aquella zona trashumaban, para abastecerles de sal y otros recursos imprescindibles, cargando él de vuelta, con los quesos que en contrapartida de sus mercaderías, lograba. Yo procuré ser amable a su compañía, pero la verdad es que me había quedado un poco paralizado o cortado, tras la rotunda y no más palabras que me dio el anterior interlocutor visto. Y entonces él, como si adivinase mi anterior encuentro, me dijo, posiblemente al ver mis temores de no saber como comenzar el trato: “Por lo que veo, vuesarced ha estado hablando con Seno el filósofo, y cada cual es cada cual, pero ese hombre no es la mejor compañía”. Y efectivamente, así pasé a recordar que me dijo el ermitaño que yo tomé por pastor, que se llamaba. Entonces le dije ampliamente a mí ahora nuevo acompañante, del consejo que había dado ese conocido suyo, y de las posteriores despectivas reflexiones que sobre mi persona, yo había añadido tras lo oído, al reanudar mi camino. -- “No hombre –repuso el labriego- . Vuestra merced parece un caballero culto y bondadoso y tal vez por ello no ha querido ofender a Seno el filo, al que otros muchos pasamos a parar cuando empieza con sus sentencias y refranes. Los hombres, como cualquier bendito animal, y por ejemplo este mi bendito burro en el que estoy 179 montado, tienen sus momentos de contento, y de pena, porque sí, porque así es la marcha que vivimos. Y gozar lo bueno, es bueno, como goza mi pollino cuando se tumba en la hierba boca arriba, y también tiene su mérito soportar lo desagradable, como cuando mi burro se ve encerrado a oscuras y con frío en los días del invierno que no puede salir de su cuadra. Lo bueno es, no alegrarse demasiado por cualquier tontuna, creyendo que ya siempre seremos felices, ni apenarse demasiado por cualquier desgracia, cuando por lo demás, desgracias siempre vendrán naturalmente”. -- “En general, siempre que pueda, deje darse vuestra merced un pequeño gusto, e incluso si puede, hágase de vez en cuando algún regalito” Le miré sorprendido por su rápida respuesta. Aquel pequeño hombre, por lo demás analfabeto como “Seno, el filo”, podía desde luego en aquel momento, con su sencilla villana elocuencia, estar tan certero hablando como los sabios de la Corte con quienes no hacía tanto tiempo yo había estado tratando, y haciendo difíciles traducciones, sin menoscabo alguno. En la bifurcación que poco más adelante del camino apareció, él tenía que seguir por distinto camino al curso del río, pero yo le estaba tan agradecido de su charla, que le hice parar para hacerle un regalo, sin saber qué cosa de las que llevaba en mi pequeño equipaje de ese tramo, podía servirle mejor. -- “Nada, caballero – fueron sus palabras ante mi intento -. No tiene vuesarced que darme nada por la compañía y las pocas palabras con que nos hemos acompañado. Lo que yo haya podido decirle de interés, se lo puede decir cualquier otro rechoncho vecino mío de los pueblos de estos alrededores”. Y nos despedimos, eso sí, con sincero gusto de haberle conocido. Pero desde entonces yo no le he olvidado, ni a él, ni mucho menos lo último que me dijera, y que por lo demás, si bien antes ya lo había oído yo en otra forma, como posteriormente ya he reconocido volverlo a oír, solo cuando se lo oí argumentar a él, se me quedó guardado notoriamente en la memoria. Y seguía el camino en solitario. No había en el cielo el fabuloso arco Iris que la tarde anterior viera, ni nada artificiosamente espectacular por el tajo. No tenía por qué ponerme contento con las florecillas del camino, cuando por lo demás, lo que se me parecía acercar en aquel momento, era una tormenta, ya precedida de frío y vientos; pero no por eso tenía que contenerme de reír, cuando vi a mi perro darse un susto frente a una pobre ardilla pisando tierra, que más adulta y lista, nada más verle, desapareció subiéndose a lo alto del primer árbol que vio. No tenía por qué retener mi risa, ni tampoco por que dejarme de sentir contrariado al no encontrar alguna cueva propicia ante la tormenta que se acercaba. Era lo normal y vital, el alegrarse y el contrariarse. Lo anormal era hacerlo excesivamente sin causa real. Y al día siguiente, seguía afortunadamente todavía el río. Y todavía afortunadamente yo seguía teniendo buena resistencia para seguir su marcha, por lo que preveía poder acabar bien las siguientes jornadas necesarias para terminar las tres décimas partes finales del río Hondo, que me ya solamente me faltaban por recorrer, según mis cálculos. El río seguía en algún que otro tramo, todavía encajonado, y en ese ya final trayecto, también bastante solitario, pero esto último por el efecto frontera que entonces ya tenía, pues que a partir de ahora ya había entrado en un distinto reino, que bajaba hasta el mar, a diferencia del extenso reino mesetario por donde antes había estado deambulando. 180 El nuevo país, salvo su distinta baja altitud geográfica, no era físicamente muy distinto del anterior, pero como frecuentemente cualquier país frente a otro, procuraba acentuar sus diferencias culturales con el colindante. En aquel momento no había guerra fronteriza entre ambos, pero convenía no confiarse mucho, porque como es natural, tampoco había amistad sincera por parte de ninguno de los dos. Y es que nunca he visto ni veré dos países vecinos, que sean amigos y se ayuden mutuamente. Aquí por fin descubrí, que el río era ya fácilmente navegable, como lo podría ser bastante antes, si se levantasen embalses que retuvieran la apreciada agua para el regadío, y entre ellos, las esclusas suficientes para que las barcazas superaran los escalones. Pero estas obras no eran muy conocidas por aquellos lares, serían hercúleas para la escasa población que tenía aquella cuenca, y por otro lado ya he dicho que el río recorría por dos reinos distintos, no siempre dispuestos a ser mutualistas. Varios de los barqueros que a partir de ahora pude utilizar, y utilicé con frecuencia, se sorprendieron de que yo les alquilara el subir a su barca, teniendo una mula para seguir con ella por la orilla del río, y que contratara subir a la barca con ella y con mi perro (e incluso invitando a algún que otro viajero que siguiera mi dirección), pero lo que yo quería experimentar con ello, eran las posibilidades de carga que tenían los barcos de aquellos tramos navegables, que ya habían comenzado a construirse grandes. Estaba actualizando con ello, la empresa en que mi bisabuela se había metido antaño, y que a partir de aquel tramo había descubierto ya para su generación, que el río podía ser navegable para barcazas de mercancías, aunque por aquel entonces las barcas fueran más pequeñas. Con ello rescataba su estudio como muy interesante todavía. En esta parte final, ya el Hondo no era encajonado, y así pasé entonces desde sus orillas, a poder otear a derecha e izquierda, torres de poblaciones próximas, además de las villas levantadas en su misma ribera. Y vi en este nuevo reino, aunque menos fortificado que el anterior, que también había próximos al curso del río, algún poderoso castillo, alguna bella torre de iglesia correspondiente a algún rico monasterio, y hasta hermosas ajardinadas casas nobles. Pero sólo de lejos vi este paisaje humano, y al paso, al continuar yo ya esta parte final del río, el directo curso fluvial navegando, sin desplazarme a las orillas o a sus meandros. Hasta que en un tramo del curso sí ordené parar la barca alquilada, ante un castillo marcado en mi mapa. Un inusitado castillo, que estaba levantado sobre la roca de una isla o ínsula, que en el centro mismo del río se levantaba pétrea casi mágicamente. Allí fui acogido cordialmente, gracias a la cruz y sellos de los templarios, que en mi pequeño equipaje de credenciales, yo llevaba firmado por ellos, y cambiar por dineros la letra de cambio que sus homólogos de Antioquia, me dieron al entregarles yo allí mi oro cuando al comenzar mi viaje pasé por aquel oriente. En aquel curioso castillo semiroqueño cuyo foso era nada menos que los dos extensos brazos del río circunvalándole, pude además constatar, tras la debida estancia, lo que para mí era lo más importante de aquella parada, y que consistía en confirmar que en el muy cercano rico y fortificado Monasterio de la Orden, capitanía de la tal en aquel Reino, se conservaban todavía celosamente en su depósito de libros, los escritos del viaje a que se aventuró mi bisabuela sobre el curso del Hondo, disfrazada de mancebo, recorriéndolo desde su nacimiento hasta allí, donde allí pasó a ofrecerlos en primera instancia a la Orden, que tan buenas relaciones mantenía en su alta curia, con mi familia oriunda del mediterráneo occidental. Fui acogido más cordialmente, tras pedir esta confirmación dicha, por vérseme con ello como pariente colaborador, aunque ya no eran los tiempos presentes los que fueron cuando la primitiva orden, y se me invitó a pernoctar allí hasta que al día siguiente del cercano monasterio, la capitanía de la Orden, me vinieran el dinero de mi 181 letra, y la confirmación de guardarse allí los escritos de mi predecesora. Acepté pasar mi estancia allí tres días, que bien hospedado, me venían recuperadores de tanto último marítimo viaje en mi recorrido del Hondo. El Maestre General de la Capitanía de allí, vino en persona al día siguiente desde el cercano monasterio, a confirmarme la conservación de los escritos de mi bisabuela, y pedirme un favor como viajero y cartógrafo que había sido ella y yo ahora, en su servicio. El favor consistía en que sobre sus cartas geográficas del oriente de Alepo, yo, que había pasado por allí y Antioquia viniendo por el más oriental camino que enlazaba con la India, le indicase qué rutas de las señaladas que tenía él en sus cartas, seguían siendo las más frecuentes y seguras, y si había oído hablar de la antigua teoría de Aristóteles, según la cual, llegados a las fuentes del Nilo, se podía llegar desde allí por mar, hacia el norte, a la India. Colaboré con mucho gusto, en señalarle las principales rutas de la seda, pero nada pude indicarle de la teoría aristotélica. Como contrapartida a mis servicios, me dijo y ofreció, que frente a mi previsto viaje de regresar a mi patria por tierra, aprovechando la ruta de una caravana que bordeando el norte de África, salía periódicamente del extremo occidental, para dar facilidad a los peregrinos de tal extremo con el precepto de ir a la Meca, yo regresara mejor en un barco puesto al servicio de la Orden, que partiendo desde el puerto de la ciudad donde desembocaba el Hondo, me llevaría hasta Haifa, para una vez llegado allí, volver a mi ciudad persa de origen, a través de los mercaderes caravaneros que desde allí se dirigían a la India Oriental. Me ofreció además, dos baúles con buenas mercancías, para que yo con ellas, una vez desembarcado, en mi viaje de regreso por tierra a mi patria, pudiera vender o trocar las mercaderías que llevaba, y así serme más fácil mi regreso, al tiempo que si hablando con los mercaderes de por allí, lograba saber algo sobre la llamada ruta de Aristóteles, me rogaba que le enviara cartas sobre ello, mediante algún comerciante de fiar, hasta Haifa, para que desde allí sus hermanos se las enviaran a él. Su confianza regalándome tan valiosas mercancías, me fue muy grata, pero a esto se añadió otra curiosa complacencia hacia mí, por su parte. El Maestre, que sin compañía ninguna había venido sólo al castillo, partiría aquella tarde a su monasterio cercado, con ocho de los diez hombres que formaban la guarnición de aquel castillo, para al siguiente día, desde la casa madre, enviar los soldados de relevo. Y al comentarle yo entonces risueñamente, que así, junto con dos soldados restantes que se quedaban allí aquella noche, yo me veía como guardián de aquel precioso castillo, viendo él que esto me deleitaba, me respondió que me dejaba no sólo como mero guardián, sino como capitán de la plaza hasta el relevo del día siguiente, y que así se lo dejaba dicho a los dos soldados que allí se quedarían haciendo la guardia en la puerta. Y al llegar la noche, actuando como un bravo capitán que alguna vez todos hemos querido interpretar, recorrí el adarve completo del castillo, libre entero para mí, y en la revista contemplé desde aquella bella atalaya, el cielo majestuoso lleno de estrellas, disfrutando una vez más de ese incansable espectáculo. Y tras la disfrutada ronda, me acosté satisfecho. Pero a media noche, el sonido medio de una caracola tocada por el vigilante que había en la puerta principal, me despertó. Salí a las almenas que daban la torre donde estaba, y en la orilla de enfrente vi un variado grupo de ladrones, que provistos de una barca, como la que nosotros teníamos amarrada en el pequeño atracadero de nuestra ínsula, seguramente habiendo visto salir la guardia en el atardecer anterior, se mostraban entre decididos e indecisos, de acercarse alevosamente a nuestros muros, para intentar un rápido saqueo de lo que pudieran robar dentro. Yo 182 entonces, lo que hice fue pasar a dar fuertes gritos a los soldados de la puerta, ordenando que pasaran a despertar al resto de la guarnición, y ellos, no sorprendidos, sino comprendiendo mi treta, me respondieron entre risas, primero el uno, después el otro, y otra vez el primero con distinta voz, y el segundo con otra voz distinta, que no me molestase. Tras esto entré en la torre, y comenzando a hablar en alto, como con otros soldados; empecé a ir sacando hachones, transportándolos con mi cabeza gacha, hacia cada uno de los principales matacanes de aquel adarve, y después, volviendo el camino, fui encendiendo uno y otro de cada hachón, como si a ese sitio se hubiera incorporado tras cada saetera, un soldado despertado, con lo que al pronto quedaron diez puntos de luz en todo lo alto del castillo. Seguí observando al grupo de la orilla del río, y al poco, cuando los guardianes hicieron el ruido de abrir las puertas como si algunos del interior fueran a salir, los indecisos bandidos prontamente superaron a los más dispuestos, y cargando todos con la barca transportada boca abajo sobre sus cabezas, les vimos alejarse rápido, orilla del río adentro. Cuando ya salió el sol y retiré los hachones, a la luz del día en pleno se confirmó que allí todo estaba completamente en calma. Fue entonces cuando los dos soldados de las puertas se me reunieron, y me dijeron unas breves palabras que me gusta recordar: “Todo ha quedado a salvado, y ello en verdad gracias a vuestra inteligencia y valentía, mi capitán. La guardia entrante quedará informada de ello”. Y así, gracias a la confianza en mi depositada por el Maestre, por aquella noche yo fui el capitán y eficiente defensor de un atraco a aquella bellísima fortaleza. Proseguí con mi marcha en barcaza por el curso del río, y tras pasar varias villas levantadas en las márgenes, y hasta toda una cuidad varias leguas antes de la desembocadura, llegué finalmente al término del Hondo, donde su extenso estuario al mar, le convertía en el más grandioso puerto de toda aquella península y en el puerto enorme de la capital de aquel periférico y extremo reino. Allí, preguntando en sus almacenes, encontré el equipaje que ya desde hacía bastante, había llegado de la anterior Corte en la que fui recibido por su Rey Sabio, como embajador, y que junté con las mercancías que recientemente el Maestre me había dado en dos baúles. Y tal como éste me había prometido, también me recibió el capitán de un barco que allí estaba atracado dispuesto a partir a oriente, con la orden de recibirme como pasajero. Aproveché los dos últimos días que me quedaban en aquel puerto fin del río Hondo, para poder encontrar algún alquimista, adivino o mago, que me pudiera informar antes de partir de allí, sobre el contenido de mi bolsita, con las plantas que en ella había depositado. Al cabo llegué a uno que me revelaron como nombrado, un hombre que sin embargo se me mostró con más pinta de loco que de mago, por lo que sin muchas esperanzas le pregunté sobre lo curioso del contenido de mi bolsa. El hombre, ante la sola vista del arrugado contenido, puso cara de espasmo, y sólo cuando salió de su asombro, me habló. -- Mucha suerte, viajero del Gran Río, has tenido al encontrar tan prodigiosas semillas que solo ocultamente en parte de sus orillas se dan. La mucha protección del espíritu del río parece haber conducido tus pasos, pues que muy pocos tan siquiera han podido entrar en la parte de su cauce que dicen que se dan, a buscar lo que tu sin embargo tan fácilmente has hallado, y sólo de entre ellos conozco que tu lo hayas conseguido. Sé presentir las semillas, aunque nunca las he visto, y sé que su propiedad es convertir a su degustador en un ser que ausente, que si es de gran 183 anhelo, podrá integrarse con la naturaleza durante el tiempo no menor de un mes lunar que dura su enajenación, con lo cual podrá descubrir después no pocos grandes conocimientos, y con ellos nuevos saberes. En verdad que más de algún poderoso y rico señor conocedor de ello, te pagaría por esas semillas lo que quisieras pedirle. En esto último era en lo que yo no había pensado, en su valor crematístico como medicina anestésica; pero respecto a lo primero, aunque sus efectos los había experimentado (si bien era cierto que yo no llegué a completar el periodo completo que embargaba, por la interrupción de mi sangría, que me volvió a la consciencia), lo que si sabía era que yo no recordaba haber adquirido saber natural alguno. Seguía pues el misterio sobre aquellas plantas o semillas, pero con algo en parte descubierto, tras haber presenciado cómo supo aquel hombre darle tanta importancia a lo que yo, sin haberle dicho nada, el supo decir qué era, de donde procedían y qué al menos una de sus propiedades sí tenía. Le quise preguntar más, pero enseguida cayo en su común estado de enajenación. No obstante, al irme, añadió tímidamente: “Eres afortunado por tu completo viaje por el Hondo. Por él además se te recordará, hasta cuando el Hondo pase a verter sus aguas, no sólo a la occidental mar oceánica sino también al este mediterráneo, dividiendo así en dos esta península”. Era una absurda profecía: Un río, cualquier río, aun de la más pequeña isla, no vierte ni podrá verter nunca sus aguas en dos puntos cardinales opuestos; eso es imposible. Lo que tal vez pudieran ser aquellas finales, era una alegoría o metáfora, para yo prolongarme en aquella empresa, como antiguamente los peregrinos a Delfos. Una alegoría que yo no escudriñaré, porque aunque creo en lo mágico, dado que lo he vivido y en varias ocasiones, prefiero y aun me basta con lo real, que tantas y tantas veces se ve con maravillas, pequeñas y muy grandes, que frecuentemente superan a lo mágico y la magia19. Y partí en el barco hasta la costa occidental africana, donde al poco de llegar se iba a emprender la caravana anual de peregrinos, que junto con algún comerciante, salía hacia la sagrada Meca, al gran este, a donde yo debería regresar. En este trayecto de retorno marítimo, como al antiguo Ulises o a Eneas, me habrían haber podido ocurrir muchos mágicos episodios, con cíclopes carnívoros, sirenas embaucadoras, magas malignas, y demás, pero cumplido lo principal de mi viaje, que había sido recorrer el río Hondo, no me ocurrió afortunadamente nada azaroso en el largo regreso, ni menos me lo voy a venir a inventar yo aquí (aunque en la larga marcha algunos ciertos peligros hubo). Lo que en principio ocurrió, fue que al embarcar yo mi mula burreña, aunque pequeña, y con ella mi perro, ello sentó muy mal al capitán y a la tripulación, largándome frecuentemente, de que ante la posible escasez de víveres, mis “compañeros” podían ser los sustitutos (y creo que no en broma lo pensaban y que hasta por ello me permitieron embarcarlos). De forma que al hacer escala en Oran, tras el estrecho, decidí desembarcar y seguir a pie, con la caravana de peregrinos y comerciantes que partirían hacia el oriente de la Meca. Eran tiempos confusos, como casi siempre, y un número destacado de los peregrinos de nuestra caravana, eran integristas, que si bien con ellos nos sentimos más protegidos como bravos soldados, impusieron durante nuestra convivencia en la 19 Nota del traductor: Sin embargo, esta “profecía”, se ha acabado cumpliendo literalmente en este siglo. 184 marcha, unas reglas religiosas inflexibles más allá de las establecidas, que acababan infundiendo mucho temor a todos los demás componentes del grupo. En Argel, aludiendo que allí terminaba su viaje, dejaron nuestra columna, temerosos de los integristas, algunos comerciantes, quienes venían siendo acusados durante la marcha, de poco fervor religioso y mucho mercantilismo. Al llegar a Trípoli, y hacer allí varios días de descanso, nos enteramos por una columna que llegó al poco siguiendo nuestro mismo camino, que en algunos pueblos donde según algunos integristas el fervor religioso de varios de sus habitantes se decía que se había relajado, habían sido quemadas varias de sus casas y matado los rebaños de sus propietarios. Varios de los componentes no integristas de nuestra comitiva, empezamos a sospechar que tales justicieros, no eran sino los que iban en la que era precedente caravana nuestra, y que así se explicaba el que al abandonar algunas poblaciones donde habíamos acampado, sólo tras varias horas de marcha, acaban uniéndosenos aquellos fervientes de nuestra comitiva, que siempre se retrasaban. Así pues en Bengasi, el grupo de no integristas nos separamos de la inicial caravana, aprovechando que de allí partía otra de comerciantes con escolta, hasta El Cairo, desde donde nosotros los peregrinos allegados, y los demás que allí hubiera, seguiríamos hasta Suez en el mar Rojo, donde nos embarcaríamos finalmente para llegar a la Meca. “Todos los caminos van a Roma”, se dice desde el tiempo del imperio; y todos los musulmanes van a la Meca, por lo que al final llegamos allí sanos y salvos. Al llegar allí, yo ya había recorrido más de la mitad de mi camino de vuelta a casa, sin percances y hasta haciendo hecho buenos tratos comerciales con mis pocas pero valiosas mercaderías, de las que saqué más de veinte veces su valor, aparte de establecer relaciones con varios comerciantes; y ahora, unido a mis conciudadanos persas que volvían a nuestro país desde la Meca, en viaje directo por barco rodeando el sur de Arabia, llegué finalmente a nuestra bendita costa persa. Ya allí, un conocido de nuestra adentrada ciudad de Shiraz, me preguntó por mis aventuras en este último viaje mío, y algo le conté, aunque muy poco de mi más íntimo e importante recorrido por el río Hondo, lo cual sin embargo le deleitó mucho, como también mi final de lograr arribar hasta allí con mi querida mula y perro, con los que inicié mi recorrido por el río, pese a las dificultades posteriores tras este, pero con el agrado también por parte de ellos, de haber experimentado recorrer muy amplias y curiosas latitudes. Y por fin llegué a mi casa, cerrada durante tanto tiempo. Un mi vecino, antiguo empleado mío, y actual amigo que mucho me visitaba tras haberse independizado con su propio negocio, sospechando mi cansancio de llegada, se encargó de que durante los días siguientes a mi llegada, sólo tuviera que preocuparme en descansar, ocupándose él del resto, y así en verdad lo pude hacer. Días más tarde, tras los sueños de descanso total, la mente, que viaja más que el mayor viajero - por lo que más de cuatro pensamientos y reflexiones he incluido en mi actual crónica, pese a hacerla con ello menos graciosa que las anteriores-, empezó a despertarse ya en divagaciones. Y sus conclusiones eran, que yo, ya había disfrutado demasiado de mi vida, mientras que otros muchos semejantes menos afortunados, no habían podido ejecutar, ni aun podrían nunca, sus más pequeños viajes. Si algunos habíamos logrado este “sobre especial vivir”, era pues, más que por nuestro trabajo, posiblemente por venir a hacerlo a costa del menor estado de los demás, y esto era para mí, un pensamiento muy triste. Un triste pensamiento 185 posiblemente porque tras mi logrado descanso respecto a lo último viajado, quedaba todavía en pie el cansancio anterior de haber ya andado y sufrido demasiado, para el que quería justificarme a mí mismo, que lo que ya me cabía, era por fin dejar de vivir. Pero a muchos pensamientos de la mente, como a muchas etapas del camino, hay que dejarlas atrás, sin pararse en darles mucha importancia. La parte oscura de la mente, como lo son tantos sueños (aunque alguno sea simpático, frente a los tantos antipáticos que yo recuerdo por mañana), es muy amplia, es muy amplia y conviene no tenerla demasiado en cuenta. Y esta máxima que me doy ahora, es una de las afortunadas que me he traído al haber recorrido el gran río Hondo. El recorrido por el Hondo, además de máximas, me había dado tras llegar a casa, muy buenos amigos, aunque separados por grandes distancias ya no nos volviéramos a poder ver más, como el cariño que me ofreció el Rey del Mundo, y el particular que me dio tan tangiblemente Miguelón. Y también fueron generosos conmigo, y con muchos otros, tanto el Rey Sabio, como incluso el Maestre que conocí en el tercio final. Y hasta personas amigas debo considerar los dos soldados del castillo insular que me reconocieron cual su capitán, y otras varias personas que conocí durante el curso, como el viajero que conocí tras el Gran Puente, regordete y tan amante de su rucio. Pasaron más días de reposo en mi casa, y entonces mi amigo y vecino, viéndome ya más descansado, me habló de las más especiales nuevas durante mi gran ausencia, que creía que debían interesarme, y al cabo de la más importante e inmediata. Esta la más importante era que un antiguo criado mío, ahora otro especial amigo, a quien ofreciéndole un poco de ayuda le había visto prosperar en su particular amigos, cual otros dos o tres casos parecidos, había pasado últimamente, tras varias persecuciones anteriores, a ser acusado públicamente de infiel (y como todos aquí, de infiel peligro al cabo), al seguir ciertas enseñanzas de un muy antiguo predicador preislámico en nuestras tierras20. Se le había acabado confiscado todos sus bienes y ganados y se le condenaba a no perecer de hambre, pidiendo, a él y a toda su familia, sin que amigos o familiares pudieran interceder por él. He hablado desde el principio de que nuestra casa estaba en la ciudad de Shiraz, sin citar la verdadera en concreto, por aquella la más parecida a esta real, que sigo sin nombrarla, para evitar intromisiones a nuestro intimismo, y represalias. Sus amigos y míos, habían logrado del tribunal condenatorio, que se le dejara partir de la ciudad, y con su familia; pero las autoridades sólo habían aceptado dejar salir a cualquiera de ellos de allí, si partían desnudos de cualquier dinero, sin avituallamiento amplio, sin compañía y sin que nadie, familiar o amigo, se lo facilitase desde fuera, por lo que, al estar situada nuestra ciudad, como otras tantas del lugar, en medio de una extensa zona semidesértica, y tener que atravesar aquellas tierras, hasta a partir de ellas, salir de las fronteras de nuestro reino, en total pobreza y soledad, era una empresa imposible. Pero afortunadamente yo pude hacer algo, y precisamente algo relacionado con un regalo que me hizo el río Hondo Y fue que en Kermanshan, ciudad de gran comercio, unas jornadas apartada al oeste de nuestra árida tierra, residía un acaudalado comerciante, que yo conocí de mi regreso de la Meca, y que se había mostrado muy interesado por las prodigiosas semillas que le enseñé de El Hondo, por lo que ahora, tras escribirle, me confirmó su deseo de comprármelas, al elevado precio que sus interesantes 20 Nota del traductor: “Parece ser que se trataba del profeta Zaratusta” 186 virtudes tenían. Y tras esto yo le volví a escribir, que se las enviaría con un mi criado de confianza, y que a él debería pagárselas. Esto acordado, hablé con mi antiguo empleado y amigo, y le animé a que aprovechara a marcharse enseguida, diciéndole que aunque les registraran a la salida de nuestra ciudad, tal cual harían, y no le dejaran llevar nada de dinero ni enseres, esas semillas que yo le ofrecía, disimuladas entre cacho de pan duro junto con un poco de agua, sí se las dejarían pasar, como mínimo avituallamiento para el largo camino desértico, que le esperaba hasta la próxima ciudad. Una vez fuera, si él se lo proponía, aun en ayunas, en tres o cuatro jornadas, podría llegar hasta Kermanshan, donde ya le esperaba mi comprador amigo, con cuyos dineros que de allí recibiría, ya se podría fácilmente reponer de víveres más que suficiente. Con tales dineros restantes, a partir de una siguiente fecha, él ya podría enviar un secreto aviso a su familia, para que salieran de aquella ciudad, a cuya una sola jornada de las afueras, el les esperaría con suficientes avituallamientos y animales de carga, para desde allí, acabar saliendo de nuestra patria, e ir a establecerse a otras lejanas fronteras.21 Y así quedó esta pequeña aventura como el colofón de mi viaje al Hondo. Que Alá el Altísimo sea por siempre bendito.¡Y que esta verdadera historia sea grata y de provecho, a todos aquellos que pudieran escucharla, al menos en algo, como para mí tanto lo ha sido!. ............................................................................................ Aquí terminó la narración don Alonso, que por tan extensa hubo de ser repartida en tres jornadas, siendo al final calificada por todos, más como una historia de viajes, que como un reducido cuento. Y a don Manuel y a don Cruz les gustó tanto, que comentaron que incluso debería haberse extendido aquella historia un poco más, incluyendo las otras historias, cual habría hecho en su narración “Simbad el marino”, sobre el caballero y escudero y los alguaciles, que acompañaron a nuestro Simbel hasta el sitio de La Fragua, antes del cual, tantas historias se contaron en las noches precedentes. Yo por supuesto no hablaba, pero don Alonso pasó a preguntarme: “¿Y a ti que te parece la historia?”. Me quedé parado, pues decir que efectivamente me había gustado, me pareció poco, y por eso le dije que “mucho”, como mucho le gustaría a quien ya tuviera la experiencia de haber recorrido algún río (cual uno pequeño que yo había recorrido). -- Sí –nos respondió don Alonso sin querer ser presuntuoso-. Dos largos he recorrido yo. Y por eso, al poco del principio, siempre me apeteció el alguna vez poder contaros el tema principal de esta verdadera historia. Y más si la podía contar añadiendo la emoción que con otros parecidos recuerdos varios, se me renovaban con la narración presente. Era apaguyante las experiencias viajeras de don Alonso, más allá de ser un cuentacuentos. Pero también eran muy amplias y fuertes las otras experiencias de don Manuel y don Cruz, que aquí, en este punto concreto, no se sacaban. Eran pues tres buenos cuentacuentos, pero desde luego no eran solo eso, ni tal vez era ello posiblemente lo más importante en ellos. 21 Si este último hecho narrado hubiera ocurrido en las tierras del Hondo, sería muy criticado por ajenos, como muy cruel y típico de sus brutos habitantes (y más sé que seguirá con este proceder en tiempos siguientes). Yo no vi a aquellas gentes de allí, mejores que las demás, pero desde luego no peores que otras, sin embargo peores, que en aquella península, subcontinente, y especialmente islas, sí que las hay en muy abundantes casos y aun demasiados. 187 HISTORIA DE UN GRAN SABIO LLAMADO MADÍ 16 Tras don Juan Cruz y don Alonso, parecía que ahora le llegaba su turno historiográfico a don Manuel, si bien no había ningún orden para las narraciones en estas reuniones semanales que para tal fin principal se proseguían, ni aun dentro de cada reunión hecha, una hora fija del día para ellas. Cada uno podía contar uno o más cuentos seguidos si le placía, o dejar pasar el turno. En esta tercera ubicación conquense a la que nos habíamos trasladado (tras sólo haber narrado la “Primera parte del Viaje” en Uña), don Juan tenía ya narrado en la capital, un cuento que comenzó sobre fotos de su perra, que lo era sobre todo un cuento de amor, en concordia con parecer que este tema fuera su mayor característica. Don Alonso había contado ahora el cuento de mayor extensión, basado en un viaje, en dos sesiones que continuó en sendas semanas posteriores, en la zona de Beteta. Y ahora don Manuel parecía que quisiera seguir él esta triada, con la exposición de un cuento, muy característico a las principales habilidades o cualidades de cada narrador, y por el título así nos lo pareció, pues que era “La aventura del saber”, en que a mediados de la semana siguiente hicimos en las cercanías de Uclés. .......................................................... Y empezó así: Madí fue un gran sabio (aunque por varias razones que se verán, su nombre ya en vida fue acallado). Madí fue un gran sabio, por lo que esta verdadera narración no está situada en la edad media, sino allá por la Revolución Francesa (tras el renacimiento y humanismo y el descubrimiento del nuevo mundo). Fue pues un hombre nuevo, pero todavía con mucha herencia de un mundo muy medieval, o de creencias absurdas y censurador (que por otro lado todavía no se ha acabado). Madí (nombre rarísimo), o Gopinié (más francés), también llamado Al Iesú (un tanto árabe), Proteo (un tanto griego), o Valdeuno, y aun otros nombres que no recuerdo, y menos que yo me atrevería a decir que todos sus coetáneos que le pudieron conocer, fue un gran sabio bajo con cualquier nombre de los que se presentó en aquel entonces (una persona minoritaria, uno de los que forman la inmensa minoría). No un gran sabio porque lo diga yo, que no soy de tanta autoridad para ello (sino uno que tuvo la suerte de aprovecharse de algunos de sus muchos conocimientos); sino un gran sabio porque así lo ratificaron, y en privado más claramente, quienes sin apreciarle tanto como yo, y aun incluso siéndoles contrario, instruidos y notables, y sobre todo personas honradas, así se lo reconocieron, y más ante mí. Fue un gran sabio, sobre todo porque sus enseñanzas así lo demostraron, y en lo que quedan, como en otros casos, así lo siguen. Él se lo tuvo que reconocer a sí mismo; pero con palabras modestas, que son las propias de un sabio, y ante los demás, todavía actuando con más modestia, que es lo que se debe a todas las personas de bien y sabiamente educadas. No fue un santo (eso es otra cosa - aunque sí un hombre bien intencionado-), ni aun un hombre destacadamente bueno en sus obras, porque como hombre, tan gran redondez no es nuestra condición humana; pero aunque con errores varios, lo que si fue claro es que no era ni fue un hombre malo. Fue principalmente consciente, sabiamente consciente y por tanto sabio, cual la inteligencia tal vez no es condición más natural, y ello además con insistente sinceridad. Mi manera de hablar ahora no es mucho la mía, sino que al intentar recordar sus bonitas palabras dejadas, y consciente de mi torpeza general en ellas, 188 intento imitarle, resultando posiblemente con ello, tal vez demasiado zalamero presentándole; por eso, antes de seguir más, advierto que no se confunda mi posible no acertada forma de expresión, con el fondo más importante de su personaje. No tenía miedo a la muerte, y por eso algunos de quienes le conocieron, le tuvieron más por valiente que por sabio. No temía a la muerte, de quien justamente supo hablar, porque sabía que ni aun pudiendo vivir mil años, podría acabar aprendiendo todo lo que quería saber, dado su propio reconocimiento de la limitada capacidad humana, aun con mucho que se potenciara; no lo lograría ni aunque le encarnaran en el futuro siglo más avanzado, si tal se sucedía. Pero pese a su ningún miedo a la muerte, que tanto se le admiraba, fue más sabio que valiente. En cualquier punto de su vida que le llegara la muerte, sabía que muy poco al cabo habría logrado saber bien, y tal vez por ello, a veces pudo dar la sensación de desilusionado; pero no, no por eso dejaba de estar ilusionado, activo, en empezar, o seguir aprendiendo, aquello importante que se le presentara, como si fuera su primera conquista o una de sus más selectas. Así era como se le veía actuar, pero además así era como lo dejaba él bien escrito en sus resúmenes22. Fue un sabio muy grande, porque aunque como todo ser humano no sólo se equivocó engañosamente, sino que llegó a insistir en mentirse, bien entendido que lo primero que le enseñaron fue la mentira, él, a medida que fue creciendo en su juventud, intentó buscar la verdad, y ello con mucha insistencia. Hasta que pasó a un estado de mayor pureza, y comprendió finalmente que la verdad no había que imponerla, que “el intento de imponerla”, más allá de la falta de ética, es además un direccionismo de equivocación. Que la verdad es algo que se consigue, cuando se consigue, porque sobre todo uno ha desterrado la mentira, el mayor número de mentiras que ha podido, valientemente. Este concepto suyo, estas letras suyas escritas en un latín clásico que no sé traducir bien, creo que fueron para él algunas de sus más certeras máximas. -- ¡Cuidado con los sofistas! - decía a todos los que podía prevenir en sus estudios -. Los sofistas no son una antigua escuela clásica desaparecida. Los sofistas fueron ya de antes, aquellos primitivos simples, que aun con un lenguaje reducidísimo, trabajaron su elemental pensamiento para hacer coincidir la verdad con sus ilusiones. Y esos sofistas siguen existiendo hoy, más actuales y retorcidos, sin desaparecer aun a medida que se sabe más sobre la vida. Los sofistas son todos aquellos que se quieren engañar y que se engañan frente al aparente dolor de la verdad, y que hoy constituyen el cien por cien de los individuos de más del noventa y nueve por cien de las naciones y tribus existentes. -- No utilices tu estudio y tu saber, para poder concluir lo que desees, sino para ejercitar mejor la aventura del vivir que te ha venido. Estas palabras suyas, este concepto suyo repitiendo su apasionamiento por el saber, en un latín que ya entiendo mejor pero que no acabo de poder traducir literalmente por lo estropeado del papel en que está depositado, no son oscuras premisas cual yo las haya podido traducir, sino muy claras en él, al vérselas tratar además y mucho, en la práctica. -- “Recuerdo – recogió biográficamente de él un ayudante suyo, como una de las anécdotas que de su maestro varias veces escuchó -, que si de niño vi la lúgubre escuela de mi pueblo, como una cárcel o castigo, que posiblemente fue, más tarde sin embargo, todavía muy joven, cuando pasé afortunadamente a servir en la 22 Palabra esta, sobre la que tenía una curiosa máxima: “Concluir no es, ni debe ser lo mismo que excluir” 189 escuela donde vivían los sabios de mi ciudad de aquel entonces, mis horas de estudio allí, mi escolarización voluntaria allí, se convirtió en lo que hoy sigue siendo la etapa más feliz de mi vida”. -- “Por eso, recordando aquello cuando ya de mayor en ciudades ricas veía a niños favorecidos, intentando encontrar juegos divertidos, yo les indicaba que leer, estudiar sobre todo, era una gran diversión; y aunque alguno llegó a mirarme curioso, por si en su aburrimiento de rico hijo, pese a sus muchos juguetes, aquello por mi dicho pudiera ser verdad, la respuesta que siempre acabé recibiendo, no ya en los niños, que tan variados juegos necesitan, sino en los intrépidos jóvenes, todos, ricos y pobres, fue desecharme tajantemente, cuando no como la mayoría de las veces, con burlas de todos los mayores tamaños”. --“Vivir, consiste en unas cuantas cosas. Consiste en una principal, la de amar y ser amado, aun en soledad. También en actuar, o más específicamente, en encauzar nuestro vital deseo de movernos y avanzar, adecuadamente a nuestras mejores aptitudes (aunque lo más normal es tener que someterse a lo que nos es permitido, a veces por dejadez). Y también y muy importantemente, es en tercer aspecto, aprender, en aprender y saber todo lo más que puedas, para mejor defenderte de las muchas mentiras y muchos errores”. Recuerdo, tras estas palabras escritas sobre Madí, que él, como el arquetípico sabio griego de la antigüedad, dijo luego resumidamente en román paladino: “Sólo sé que no sé nada. Pero ojo, eso sí, yo ya me sé los principales cuentos”. Y aquí al mencionar cuentos, no los citaba como yo (un cuenta cuentos que intenta hablar útil o entretenidamente para otros), sino en el sentido peyorativo que muchas veces la palabra “cuento”, desgraciadamente encierra. Madí era un sabio, un buen sabio, y su vida, o lo que de su vida y de sus hazañas sabemos, con sus además interesantes inventos, son un estupendo buen cuento o serie de hechos para narrar, aunque yo le haya empezado con palabras de estudioso, que como me dijo mi narrador precedente, no son las más adecuadas para el entretenimiento y empezar una bonita historia, aunque sea una fina historia de un sabio. ………………………………… Madí, que por entonces se volvía a llamar Gopinié, fue (y aun ahora alguno de quienes le conocieron lo siguen diciendo), el más sabedor y atrevido astrónomo, conocido en las veces que asistió a las reuniones Monsieur Guillé, las más importantes celebradas en tal materia, hasta que se acabaron perdiendo monopolizadas por la política. Posteriormente la cuchilla de la guillotina cayó sobre la cabeza principal. Por muy cuidada y embellecida que siempre estuvo, se desgajó de su cuerpo con igual facilidad que las muchas anteriores, y el verdugo, ya rutinariamente, cogiéndola por los ralos pelos del cogote hasta ayer cubiertos por cuidada peluca, la expuso al numeroso público asistente sobre el cadalso levantado en la plaza, mientras todavía goteaba la sangre del cuello: era la cabeza del ciudadano Robespier, en una época en la que ya nadie estaba a salvo de nada. Nadie salvo seguramente Gopinié. Con ese aspecto suyo de sus inventos o capacidad de resolver difíciles novedades para salvar un momento angustioso, se mantenía respetado. A diferencia de con Arquímedes, aquí no se iba a permitir repetir el que algún atolondrado soldado matarife, privara incluso a sus enemigos, de persona tan valiosa. Gopinié fue conocido en su principio, como hacedor de un conjunto de maquetas de máquinas, que desde el primer instante sus conocidos se las consideraron 190 como mucho más que juguetes (y precisamente abasteciéndole yo de magnetita para uno de sus ensayos, fue cuando desde entonces le conocí). Ahora la República le volvía a pedir algún artilugio perentorio para su seguridad, frente a los ejércitos invasores que por todas las fronteras hacía ya tiempo que intentaban invadir el país para restaurar la monarquía total, pese a que ya el nuevo general lograba mantenerlos a raya al norte. Gopinié empezó por idear un muy sencillo abecedario, compuesto en principio de dos únicas señales, una corta y otra larga, un cero y un uno. Tales señales, combinadas, posteriormente ideó que podían ser emitidas luminosamente en la noche a través de un farol y una opacidad, o con espejos o banderas por de día, todo ello cubriendo enormes distancias, a partir de espaciados emisores alejados, solo visibles de uno a otro, con un catalejo, que por lo demás se podían alinear en varias unidades, para cubrir más distancia. También se podía utilizar como emisor de las señales cortas y largas, el sonido de una campana o de trompeta, de puesto a puesto, más corta pero también más protegidamente. Y en pleno momento trágico, desde el puesto de retaguardia (o desde la propia vanguardia que hubiera podido infiltrar una patrulla adelantada), a un puesto de mando coordinador. Y todo ello además con medidas precautorias en la intercepción de comunicación normal, haciéndose esta a horas determinadas, y desde sitios determinados o a determinar. Y el éxito fue enorme, porque con solo un soldado que apuntara las señales cortas y largas recibidas, capacitado para después traducirlas al alfabeto francés, el centro resolutorio republicano acababa tomando las más eficientes soluciones, con una tal rapidez, que gracias a ella se salvaron muchos puntos dificultosos en lucha, allí donde se había establecido el sistema, y mantener una comunicación constante a todo lo largo y ancho de la nación, a medida que se extendía el invento. Posteriormente no fue solo esto, antes de que llegara a extenderse, lo que se perdió con la derrota del Emperador, si bien es cierto que éste sí supo apreciarlo y lo tuvo en cuenta siempre que pudo. El hecho de esta rápida respuesta al encargo que recibió tras la caída del Incorruptible, Al Iesú (posterior nombre al que se acogió Gopinié al ir a Egipto tras la inicial expedición francesa), le favoreció el que se le permitiese y pudiera trasladarse allí adecuadamente. Cultivó entonces principalmente según pude comprobar, sus ya previos conocimientos de geografía e historia general, que tanto le gustaban. Tenía coleccionados allí muchas mapas, llenos por lo demás de rectificaciones y aportaciones nuevas, divididos en meridianos y paralelos propios, como había hecho para su observación celeste, y a ellos añadía ríos, montes, valles y antiguas y nuevas ciudades, que extraía de los muchos datos que cada vez iba descubriendo desde aquel lugar centro entre el Mediterráneo y el Indico. Su memoria pasaba por ser muy amplia ante cualquiera que le conociera, pero su sistema de coordinar tales datos, su gran método nemotécnico de ayuda, era lo mejor. Gracias a tal método que a mí, por habérselo pedido, me enseñó a partir de la gramática ( las oraciones subordinadas adverbiales), hoy puedo complacerme en saber, no sólo donde se ubica tal o cual país importante, sino además recordar todos los demás fronterizos con él, y a partir de los climas generales del globo terráqueo, ecuatoriales, tropicales y de peculiaridad local, adivinar el paisaje de tales naciones, riqueza y aun las gentes que las habitan, siéndome así también más fácilmente, recordar la historia que de tal nación o antiguo imperio, hoy nos ha llegado. Yo, gracias a su protección, le acompañé a Egipto. Pero en fin, entrar en el mundo intelectivo de Gopinié, y de sus metodologías, que no sólo eran la aludida temporal-local, sino otras como la causal, en el estudio de las ciencias experimentales, o circunstancial en el de las artes, sería algo 191 muy amplio para esta narración (y aun enciclopédicamente para quien tal vez quisiera traducirle como estudioso, perdido en varios nombres y etapas, cuyo tal vez más primitivo apelativo fue Madí – cual Valdeuno fue el último-). Sin embargo, no al narrar su saber, sino al acompañarle un poco en vivirlo y conquistarlo con él, la acción, la aventura que en cada empresa vivida (o al menos en las que yo llegué a vivir con él), era estupendamente activa, bien como la del mejor artista, bien como la del mejor descubridor, y más si se le podía acompañar en la intimidad, como cuando yo ya le pude llamar Madí (aun sin saber nunca de donde venía ello). Y así yo, el sueco que le había acompañado desde París, me dejó por ejemplo una vez más asombrado viéndole hacer magia, un día que entré en su habitación de su casa en El Cairo, viendo encima de su mesa varios objetos. Me mostró, como otras veces, a mí su antiguo suministrador de magnetita, un pequeño juguete consistente en un pequeño sarcófago sin tapa, en donde se depositaba la figurilla de una momia vendada. Antes de depositar la momia, dijo ante ellas unas cuantas fórmulas ceremoniosas que sonaban a risa, y a continuación depositándola, la dijo que durmiera profundo; y la momia lo hizo tanto y tan obedientemente, que aunque luego se volcase este, no se caía de su interior. Y a continuación pasó a decirme que yo repitiese tal ceremonial, poniéndome en una de mis manos el féretro, y en la otra la figurilla. Yo le imité, diciendo también jocosas palabras rituales, y al ordenar a la momia, metiéndola en su caja, que durmiese, ¡zas!, esta se levantaba rápido poniéndose tiesa, sin querer reposar en el tal sarcófago. “¡Mierda!, ¿pero por qué conmigo no quieres irte a dormir?”, dije. Y repetí la ceremonia anterior serio, pero con el mismo resultado desobediente. Mi anfitrión me cogió entonces el juguete, y volvió a su magia, con la que efectivamente la momia se quedaba totalmente dormida y recogida en su féretro, sin levantarse. Aquello era mágico, me dije, pero enseguida Madí me explicó estupendamente, cómo aquello no era nada más que dos imanes, el que había en el fondo de la caja, y el que había dentro de la figurita de la momia, que si se colocan con los polos cambiados, se unen fuertemente, “pegándose”, pero que si se colocan cambiados, tal cual él me los había depositado cambiados en mis manos, se repelen. Y ello me sacó de quicio al no haberlo descubierto yo, precisamente yo su antiguo proveedor de magnetita Y tras esto me enseñó otro digamos juguete, de un cilindro como con un dibujo de hombre, que dentro de otro mayor que parecía su cárcel, no dejaba de moverse al ser ajustado en ella. Me pareció que era otro mágico juguete magnético, pero él, induciendo mucho más, me dijo que aquello si que ya no era un juego, sino una posible máquina muy útil, de la que quería sacar algunos apuntes. Yo ya no le pedí explicaciones sobre las consecuencias posibles que estudiaba, pero lo que sí sé es que se lo debió de pasar creativamente estupendo, porque al despertar a las cinco de la madrugada, vi que todavía seguía Madí en su habitación habiendo disfrutando de la fresca noche con sus estudios. Tenía unas pocas maquetas, juguetes como a veces decía, y se lamentaba de que de ellos, cual de los juguetes que los niños incas ya tenían con ruedas en el imperio peruano del siglo XV, los reposados sabios de la corte de aquel primitivo imperio, no hubieran sacado las consecuencias útiles necesarias, frente a los fatigados trabajadores campesinos de sus padres, no habiendo sabido inducir el uso práctico de la rueda y lo que ello supondría de ayuda en sus vidas, hasta que se lo enseñaron los allegados colonizadores castellanos. Pero más que con sus pocos seleccionados juguetes, entre los que había uno precioso lleno de ejes y engranadas ruedas en vertical, que cuando le pregunte que 192 cómo funcionaba, me dijo que de ninguna manera, porque aquello no era una máquina, sino una bella escultura, realizada por él como un nuevo tipo de monumento no corporal, se divertía y te hacía divertir mucho, con el mero aprendizaje, como cuando me aficionó tanto a la lectura. Al principio yo me aficioné a las novelas, pero luego él me hizo ver que la prosa didáctica, también era muy interesante y hasta divertida. A el le debo además, el que me relacionó con varios escritores de aquella época que él conocía personalmente o por correspondencia. Él se divertía, especialmente leyendo y estudiando lo leído, pasando a sacar todas las principales notas escritas que pudiera de lo leído, o escribiendo las ampliaciones o reputaciones que él mismo concluía en solitario. Y resumiendo esto, y relacionando esto con aquello otro que había leído antes o después, metido en su estudio y estudiando, le ocurrían allí, tanto como fuera de allí, estupendas aventuras, de las que a veces por su confianza gocé como muy gozosas. La soledad le había hecho mucho mal, y no solo metafísica, sino físicamente, habiendo estado ausente de amigos y aun de simple compañía, desde que empezó juvenilmente a centrarse en los estudios, tal vez ello por esa misma ausencia que no supo paliar; pero “afortunadamente”, ahora ya de viejo, había logrado tocar fondo de ese sufrimiento, cayendo gravemente enfermo. Por este hecho fue enviado a París, y de nuevo aquí, por una posible convalecencia, varias buenas personas, como tuvo al principio en otras ciudades, según nos dijo, le ayudaron mucho. Y aunque no lo suficiente que él necesitaba (cual todos al cabo siempre necesitamos más), aprendió con ello en estos sus últimos años, lo más necesario para saber abrirse algo más a la gente vecina de ese su entonces, con quienes compartía al menos ya algo de lo cotidiano. Pese a tu todavía poca habilidad social, gracias a esos pasos de sociabilidad dados ahora, en medio de su postración, pasó a ser querido por algunos de sus vecinos, quienes apreciaron su ingenuidad, y por ella le perdonaban los errores de su torpe trato. Por ello, y por su poco a poco conocida varia sapiencia entre quienes de nuevo le rodeaban, como durante los históricos primeros días de la Revolución, volvió a contar ahora, ya en tiempos imperiales, con el respeto de un vario grupo de gentes del barrio, y más superiores del centro, quienes en aquella convalecencia suya pasaron a solicitarle entre varias visitas, un estudio sobre la clase del cielo. Y resultó que en un su muy extenso informe histórico sobre este tema, fue ahora él quien tornando el poder de la Inquisición que antaño azotó a Galileo, presentó al clero, ya ampliamente desenmascarado por entonces, claramente como falsarios, a quienes sólo interesaba defender sus puestos de magisterio cerrado, frente al progreso que les relegaba. No volvió a centrarse en aquella ocasión en la mera explicación científica sobre el tema de que era la Tierra y no el Sol, quien que daba vueltas a su alrededor, cual sin embargo sentenciaban obstinadamente las escrituras religiosas, sino a este entre otros varios puntos; y cuando a continuación fue invitado a hablar en círculos instruidos, que muchos antiguos quedaron y otros nuevos vinieron, se atrevió a explicar ya ampliando sobre el punto inicial dicho, que el propio Sol además, era sólo una pequeña estrella que a su vez giraba dentro de un enorme grupo de miles de estrellas, formando con tal conjunto extensísimo una galaxia, la cual, pese a su magnitud, posiblemente sólo era vecina de otras. Y que, no sólo parándose en esto, la dicha estructura celeste enorme, se continuaba y extendía también a su manera, a la materia más minúscula de la organización de los mínimos átomos, o mínima materia denominada así por los griegos, a los que a su vez veía formados de varios electrones, 193 que como planetas giraban alrededor de un núcleo de protones, por tener aquellos una distinta carga eléctrica o magnética a la de los segundo.23 Nadie se rió de él en aquella reunión de investigadores, con estos anejos tras su informe anticlerical, pero desafortunadamente tampoco nadie pudo pasar entonces a pedirle más explicaciones ni estudios en sus oratorias, para extender tales conclusiones, porque no eran todavía entonces los mejores días para la intelectualidad, sino para las mayores tareas políticas. Yo, que también regresé a Francia, tras volver a París de vuelta de mi pueblo, vi en primera fila estos pasos que dio tras su gravísima convalecencia física. Pero para mí, lo más llamativo que logró entonces, fue recuperarse de la grave postración en la que había llegado, si bien pasó a quedar tras ella mucho más mayor de lo que le correspondía tras añadirle los últimos años pasados en oriente Al Iesú, como allí fue conocido, trajo de aquel país, pese a sus insufribles calores que durante semanas lo postergaban sin poder hacer nada (como sus grandes mareos de ida en barco no le dejaron pensar ni un momento) muchos estudios históricos en el aspecto arqueológico y artístico de Egipto, y aunque desde luego no descubrió lo que posteriormente Champollión descubriría, como lingüista, se desarrolló ampliamente, y admirado yo por ello, me indicó que este había sido su primer estudio. Y tras el regreso aludido, del que nadie esperaba que se restableciese, comenzó mi segunda etapa con él, en la que pese a sus intentos, no logró tampoco conquistar mucha comunicación con la gente, y menos una cumplida amistad ( y así por ejemplo su último estudio sobre el “Clero católico”, le granjeó muchas mas enemistades que pequeñas camaraderías) Yo le comuniqué entonces, que durante una pequeña ausencia suya, un personaje influyente le había estado buscando muy interesadamente, indicándome que sus indagaciones buscándole ya habían comenzado incluso antes de que regresara de Egipcio, y que se había mostrado muy interesado en que le comunicase a él su recado de desear verle, cuando regresara a casa. Y porque así se lo prometí entonces al caballero visitante, no añadiré aquí más datos de tal personaje. Pero sí añadiré que Madí aceptó recibirle o visitarle, si todavía el visitante estaba interesado en él. El caso pasó a que tras visitarle, resultó que Madí aceptó contratarse con aquella persona que tanto le había buscado, por lo que pasó a despedirse antes de nosotros, porque su nuevo destino pasaba a estar en Avignon, a cuya nueva residencia suya allí nos invitó y nos ofreció su hospedaje, por si algún día decidíamos viajar hasta ese lugar. “¿Qué es lo que vais a estudiar en Aviñón?”, le pregunté yo, quien fui el primero en enterarse de esta decisión suya. -- Amar y actuar progresivamente, es la vida; y estudiar es desde luego una de las mejores maneras de amar, de actuar y de saber –respondió -. Pero yo al ir allí, aunque seguiré estudiando, voy sobre todo por si logro hacer estudiar a un enfermo, que creo que necesita precisamente de esa particular medicina, para poder salvarse de su grave enfermedad. 23 El narrador actual habla en este concreto tema que Madí añadió entonces en su informe, tras su compendio histórico anterior, con la moderna terminología científica que sabemos ahora, porque de hacerlo con la antigua que el autor tuvo que crearse entonces, tendría que incluir el significado concreto de cada término nuevo que entonces explicó él, haciéndose pues aquí la narración, aunque más científica y concreta, mucho más lenta y tediosa. 194 Estaría y actuaría allí, supe con más detalle, con el hijo de aquella persona que le había estado buscando y cuyo contrato había aceptado (el nombre del cual sigo acallando, para proteger además ahora la intimidad del paciente, su hijo). Con esta enferma persona, que ya no era un joven, sino un hombre adulto, procuraría intentar que estudiase. El tal lograr enseñarle era su meta, porque lo veía como la última medicina contra la enfermedad y melancolía que destruía a su tan adulto alumno (y de este ejercicio esperaba el mismo aprender no pocas cosas). Madí intuía, que así como estaban ya clasificados varios malignos parásitos, había además aun otros parásitos muchísimo más pequeños, que ni pudiéndoles ver, entraban en nuestro cuerpo por el éter, la comida o bebida, y que eran estos quienes mayormente nos enfermaban y nos hacían morir. Y que las enfermedades mentales, no tan físicas como las que se finiquitan con fiebres, úlceras, u otros hechos tangibles, eran con la mente con lo que se podían curar. Y ello, haciendo además que una vez arreglada la mente, las defensas que en nuestro cuerpo tuviéramos preparadas desde el nacer, frente a los parásitos minúsculos que nos invadieran, y que en tantos enfermos habían triunfado, de haberlos en la locura, las defensas innatas quedarían despiertas al despertarse la mente. Y a ayudar a su discípulo con esta concepción cientificomédica que él tenía, era a lo que había decido trasladarse a Aviñón (lo cual, más allá de ser un hecho y una aventura más del saber, era especialmente un hecho de buen actuar y de especial amar). Esperaba poder ayudar a que su paciente estudiase, y que pasara a estudiarse a sí mismo. Pero aunque no lograra todo, ni aun la mitad, esperaba que si al menos le ayudaba a interesarse por estudiar algo con interés, lograría al menos con esto que la cabeza de su paciente no estuviese con ello tanto tiempo sumergida en la melancolía enfermiza que le copaba y le dejaba cotidianamente inerte. Y sé que esperaba esto, porque el mismo me dijo que esa misma receta se había aplicado para sí, cuando sus grandes melancolías del pasado. Madí sabía explicar todo esto aquí expuesto, dando a sus palabras un sentido de mucha más animación y gusto por oírle, muy a diferencia de como lo hacen y lo hacemos otros al recordarle; pero es que Madí era también un estudiado sabio de la gramática y la literatura, como ya se ha dicho. Y pasados cinco años, yo creí sinceramente que Madí, dado el débil estado corpóreo con que tras el regreso de Egipto, había marchado a Avignon, en este último traslado, posiblemente a no mucho tardar, ya había muerto. Muerto en esa intimidad que generalmente el buscó, y por la que varias veces cambió de nombre, como tal me reveló. Pero teniendo yo por entonces que ir a Marsella, decidí desde luego al regreso pararme en Aviñón, y al menos ante su lápida presentarle mis últimos respetos. Por lo demás, varias cosas había ido yo sabiendo hasta aquel entonces, sobre la persona que le contratara, un avejentado padre que antaño recibí. Guardando su intimidad y la de los suyos, resultaba que aquel hombre, famoso, al que al poco de la partida de Madí, habían condecorado ahora además como “Pater patriae”, había sido privadamente sin embargo, pese a haber sabido ayudar a tantos ciudadanos y compatriotas, un fracaso con su propia familia. Uno de sus escándalos, cuando Madí estaba en Egipto, fue que en una fiesta parisina para honrarle, una joven de la reunión se atrevió a ponerle en público ridículo, cuando ante los que asistían, exclamó a la hora de un brindis: “Mucha honra se da aquí al que se ve padre para los demás, pero lo más real es que luego sin embargo no 195 ha sabido serlo de su propio pobre hijo”. El aludido, intentando limar el incidente, simplemente comentó: “Palabras de fémina enamorada. Los problemas de mi hijo son simplemente la causa de sus actos. Pero por mi parte estoy dispuesto a perdonarle sus muchas vejaciones, simplemente con que vuelva a mi casa arrepentido”. Pero la joven mujer no calló ante el homenajeado, sino que le espetó otra vez: “¿Creéis que él ha actuado mal con vos?. Pues no esperéis aunque seáis vos el ofendido, que ni aunque vayáis personalmente a pedirle perdón en su lamentable actual lecho de postración, él os lo daría”. Aquel prohombre miró entonces a su secretario, y pareció con ello quedar sorprendido de no saber que su tal carnal hijo estuviera enfermo grave. Por eso, dos días después, se acercó a la casa donde yacía su hijo, pese a lo que se le había pronosticado. Una mujer le abrió la puerta, más que sirvienta, una pobre alma caritativa que parecía atender a aquel enfermo, por compasión, y al ver al potente visitante quedó impresionada por su presencia. Pero sin embargo le indicó que se quedase en la entrada, sin pasar a la única otra habitación de aquella casa donde estaba el enfermo. Y al poco salió, y humildemente pero firme, le dijo a tan alto visitante, que el enfermo no quería verle, sino que lo único que quería es que se fuera de allí al pronto. Y aquel enfermo, que al parecer lo estaba muy grave, murió al poco, sin ver a su padre. Éste, días después, al enterarse, increpó nerviosamente a su secretario y confidente, respecto a cómo no se le había informado del tal fallecimiento. Pero el secretario, conocido de la familia y conocido que fue de su hijo menor, le respondió que su querido antiguo amigo y ahora difunto, le había hecho jurar en el lecho de muerte, cuando él fue a verle para preocuparse por él, tras ver marcharse a su padre en su último intento de visita, que silenciara la noticia del pronto óbito que presentía, para que ni en su funeral tuviera que recibir la presencia de su padre. Con todo, no fue aquella la única familiar tribulación conocida en París, de aquel padre de familia. Años antes, resultó que había perdido de un solo golpe, a su mujer y a su hija, cuando al regresar de pronto a casa tras de una larga campaña, se encontró con que ninguna de las dos estaba allí. Nadie sabía donde se hubieran podido ir el día anterior, o qué accidente les hubiera podido ocurrir precisamente ante la inminente llegada del marido y padre respectivo. Pero al verano siguiente se descubrieron los restos de lo que se confirmó ser el cuerpo de una mujer y una muchacha, emergiendo de las aguas del próximo pantano que había ido bajando su nivel, y muchos aseguraron que eran los encontrados, los restos y pertenencias de la mujer e hija de aquel prohombre. Se dispararon entonces las conjeturas; desde el simple accidente de haberse roto la barca donde ambas pasearan, como lo más oficial, al mal rumor de que los enemigos del prohombre poderoso, por venganza hacia éste, habían recurrido a aquel indirecto asesinato. Lo peor fue que alguno llego a decir, que lo ocurrido era que la mujer e hija, queriendo huir de allí por las grandes desavenencias familiares anteriores, ante la inesperada vuelta del marido y padre respectivos, habían perecido en precipitada huida, posiblemente en un accidente por el mucho equipaje cargado. Después de aquello, tras la muerte de su hijo menor, aquel honrado “pater patriae”, se encontraba ahora con que su único hijo mayor, empezaba además a dar grandes signos de demencia, arrinconado en una prolongada melancolía suicida. Al parecer el padre le había estado hablando para ayudarle, pero al no conseguir nada, y verse tan desarraigado por su propio primogénito, decidió buscar ayuda para éste con terceras personas. Y entonces buscó a Madí, de quien algo esperanzador debía de saber, para que ayudara a su hijo, que estaba refugiado en su casa familiar del tranquilo Avignon. 196 Y a aquella población me dirigía ahora yo, después de saber todo esto dicho, sin mucha esperanza de ver a mi antiguo maestro, que con los tan distintos tiempos de ahora, retornada la monarquía en Francia, parecía que le hubiera despedido hacía ya muchos más años de los que los números reales decían. Pregunté allí por Madí, pero sin más señas, y en una población tan amplia, nadie le conocía. Pasé entonces a describir algunos de sus rasgos físicos y hábitos suyos, y antes de irme, un hombre maduro y muy educado, tras presentárseme cortésmente, se ofreció a acompañarme a visitar a Proteo, que así se llamaba su amigo, quien en una cercana casa de campo en las afueras, creía que me sería interesante verle, frente a mis pesquisas hechas. Al presentárseme aquel hombre, yo intuí enseguida quien era, por el emblema que llevaba sobre el bolsillo de su chaqueta. Sin duda era el hijo de nuestro pater patriae, y discípulo y paciente de Madi. Lo único que me sorprendió, fue ver que su edad era casi tanta como la de nuestro depauperado Madí. Y por última vez, al ver ahora a aquel hombre llamado actualmente Proteo, pude dar un abraza cariñoso, aunque él correspondiéndome sin poderse levantar de su silla, a mi conocido, maestro y amigo Madí, que dentro de aquella casa y sentado en aquella silla, descansaba muy envejecido. Le hablé, comunicándole que me había convertido en un respetado librero parisino, y que me ofrecía a proporcionarle cualesquier libro en el que pudiera estar interesado. Él prefirió contemplarme alegre y cariñosamente, tras hablarme un poco del último libro que estaba leyendo. Mientras me miraba y habló, observó que yo sabía quien era la persona que me había conducido hasta allí, el cual se había quedado en la sala continúa para que nosotros charláramos con mayor intimidad, y yo me di cuenta de que Madí prefería que no le preguntase nada por el“estudio” que le había llevado allí, por lo que ambos cómplices en la mayor confianza y respeto, eludimos sacar tal tema. Madí acabó diciéndome, que se sentía muy disminuido por su vejez, pero que lo único que en verdad temía, era pasar a vegetar allí inútilmente. Yo pase a responderle, sin falsas palabras de ánimo, que para mí, simplemente su presencia, aunque ya no fuera el personaje activo que siempre fue antes, aun seguía siendo un aprecio el verle. Tras despedirme de Madí, ya sabiendo ambos que para siempre, el cortés caballero que me había conducido hasta allí en mi visita a Avignon, pudiendo con ello reencontrarme con mi amigo, me indicó que al día siguiente, él iría a despedirme personalmente a la posada donde yo estaba, por si necesitaba algo de última hora. Y el resto se sucedió muy pronto: Al poco de mi llegada a París, repasando la gaceta mensual que encargaba para algunos de mis clientes, vi un artículo muy interesante (y perdóneseme el no especificar más), firmado por un nombre que yo había memorizado no hacía mucho en Avignon. Su artículo, como después pude ver, era interesantísimo y demostraba un gran estudio y saber, pero lo que a mí más me interesó al ver tal nombre, fue la dedicatoria con que había comenzado su artículo. “A mi querido amigo y profesor, Proteo, a quien tanto le debo, y a quien este y otros más interesantes temas, deben su origen. Su paso por la vida ha sido provechoso para todos quienes le conocimos, y yo no podré olvidarle”. 197 Tardé en reponerme, y después de descargar mi emoción, me puse a recordar. Al cabo, siempre habrá existido, y a mí me quedará además la memoria. ........................................................... Cuando terminó su narración don Manuel, lo único que añadió como cuentacuentos, es que tal como habíamos podido apreciar, aquella no era una historia de fantasía, pero que siempre también a muy grande imaginación, te acaba llevando, a Madí y cualquiera, el bien ejercitarte en estudiar. -- Algún párrafo de futurista anticipador, no tan narrativo como Jules Verne hizo después, puede verse en este estudioso personaje narrado (con un también poco pues actual estilo de ciencia ficción) - añadió don Alonso -, pero queda claro que Madí era ante todo, como persona y como narración, y así se presentó él mismo en sus propias palabras, más un sabio o un estudioso general, que un especialista científico dedicado a precedente futurista. Sus juguetes o maquetas técnicas, fueron más bien pocos, según se señala (y uno de ellos por ejemplo era una escultura), aunque previsiblemente muy importantes; y si intuyó la galaxias, el átomo y sus fuerzas magnéticas, los microbios como enfermedad (desechando la vieja concepción de la enfermedad como castigo divino), es porque un sabio reflexivo y sincero, fácilmente llega a rechazar ciegos atavismos como los dichos, que sin embargo todavía tanto siguen pululando. Ver soles en las estrellas, más allá de la importancia heliocéntrica, y ver los átomos, con tal término bautizados por los griegos las partículas matéricas más pequeñas, más complejamente que lo hecho por los antiguos descritos, y microbios mortales aunque no visibles, como casi invisibles son las pequeñísimas plantas del moho de las frutas sin una buena lupa, es difícil y más cuando a lo uno se une el ver lo otro, pero sin embargo todo esto es lo propio del estudioso dedicado. Y más fácil fue para él, que en este aspecto se había automedicado, ver la solución del psicoanálisis en el enfermo con que trabajó al final (y con el que al parecer sacó buenos resultados). Don Juan Cruz, ya sabíamos a estas alturas, que era el más parco en palabras respecto a estas líneas finales, pero también reafirmó la conclusión de don Alonso, y después la de don Manuel, afirmando que desde luego no veía en esta narración oída, una historia fantástica, si bien como todas las que se centran en personas estudiosas, luego pueden inducir más imaginación que otras muchas narraciones mágicas que se cuentan. 198 ENSAYO SOBRE UNA ILUSTRACIÓN GRÁFICA DE CUENTOS. Paco, mi querido hermano (y no hermanastro), y al tiempo casi mi hijo, infante abandonado a mi único cuidado, de yo entonces apenas un adolescente, me decía seguir recibiendo con gran entusiasmo, en estos momentos trágicos, los cuentos que periódicamente le mandaba escritos, como su principal medicina. Y para mí esto se convertía así en el trabajo más satisfactorio que hasta ahora he hecho en mi vida: por la alegría que Paco recibía al leerlos y releerlos, y porque los periódicos análisis que le seguían realizando respecto a su fatal enfermedad, seguían sucesivamente afirmando una prodigiosa remisión de su mal. El trío que cerraba este círculo de mi hermano y yo, lo completaban al unísono, don Juan, don Alonso y don Manuel. Pero había otras personas más, aportándonos en otro próximo círculo concéntrico. Mi padrastro, aparecido ahora en esta dura etapa de nuestras vidas, que financiaba aquella empresa, luchando por su hijo (y con él, por los de otros que su hijo podría ayudar si proseguía sus investigaciones). Y también, mientras Paco se había extendido con su mejoría a ayudar a los chicos de la sala infantil oncológica de su hospital (bajo el cual, mírese por donde, yacía su antiguo laboratorio), releyendo a los chicos los cuentos que él recibía, traducidos por él a su edad, la ayuda de un asistente de aquella sala, que no sólo le ayudaba a organizar aquellas sesiones, sino que además, tras oír los cuentos con los muchachos, de sin embargo edades diversas, hacía dibujos generales sobre el cuento oído, para que los oyentes los siguieran recordando fácilmente, pinchando los más recientes en el corcho de una de las paredes. Algunas de estas ilustraciones (las primeras hechas), me las envió Paco fotocopiadas a color, y yo, sin añadir complicaciones sobre su procedencia, se las enseñé cómo no, a nuestro respetado y activo trío de cuentacuentos, para si les parecían como procedentes de poderlas añadir a una futura posible publicación del resumen que de sus narraciones yo hacía tras oírles, o mostrarlas al público por otros cuentacuentos mientras hacían su narración, destacando que de incluir tal ilustración de cada cuento, serían para exponerlas a un público total, donde podrían caber también muchachos y jovencitos de distintas edades (aunque para ellos la literalidad de los cuentos escrita o narrada, fuese sin embargo luego modificada, para un pensamiento más simple). Don Manuel dijo que por su parte, él lo que veía en aquellas láminas presentadas, eran unas composiciones muy personales, más bien para adultos, por el predominio del estilo abstracto, pero que sin ser naíf, precisamente por su simpleza, y porque por lo demás la abstracción es más abarcable a toda clase de público, y que otras de las láminas presentadas, más figurativas, eran pseudo colages sobre fotografías, algo muy del estilo infantil, en general las ilustraciones vistas podían valer también para el público infantil. Y, añadió, que pese a su cultura pictórica, debía ser lo suficientemente imparcial como para saber que él no tenía ni con mucho, la receta de lo bueno y lo malo, y que algo que no le pareciese notable, podía sin embargo ser perfectamente lo contrario para otros. Y finalizó con algo que nos dejó más asertivos al trío, el “que siempre es mejor una aportación ilustrada, que sin ella”, lo cual sin embargo a mí ya no me pareció que fuera tan objetivo. Le comenté a Paco lo que había hecho con las copias de las ilustraciones que me envió, y en la siguiente visita a mi hermano, tras alegrarme con su buen humor, lo siguiente que quise fue pasar a conocer al tal celador, y charlar animadamente ambos 199 un rato. Lo cual pude hacer agradablemente, hasta que me despedí de él para un próximo encuentro. Tras esta amplitud de nuestro círculo más interior, al otro concéntrico del ilustrador, les volví a preguntar a “mis tres queridos sabios cuentistas”, qué les parecía si a mis resúmenes sobre sus cuentos narrados, les añadía las ilustraciones que ya había venido haciendo el celador de un hospital, y las próximas ilustraciones que pudiera seguir haciendo, si llegábamos por ejemplo al cuento número 21, en la búsqueda de acumular un selecto conjunto de cuentos para encontrar el más completo (y aun si llegábamos hasta el 27, dije para mis adentros, dado que este número era el más artístico y preferido de mi hermano). Tras mi propuesta, pasamos a un sí conclusivo sin más complicaciones, por parte de los tres cuentistas, y también por parte del ilustrador que hasta entonces lo había sido sin saberlo, pero yo, para escribir un poco más de toda esta peripecia, mientras por lo demás tenía que realizar una pausa narrativa, a causa de las fiestas que estábamos pasando, pase a realizar un, ensayo artístico sobre una particular ilustración literaria ENSAYO Las conclusiones ofrecidas en este ensayo, lo son de las varias personas que han intervenido, y no de una sola autoría, aunque yo sea el ejecutor de su resumen, siendo los nombres que ya en este principio indicamos: don Juan Cruz, don Alonso y don Manuel, cuentacuentos profesionales en ejercicio, y experimentación aclarada, don Pablo, celador de la sala oncológica de un hospital, y artista gráfico por entretenimiento, que ya tiene hechos otros dibujos, don Cosme, crítico de arte pictórico24, y don Antonio, además de recopilar de lo concluido. TEORÍA PARA UNA PERSONAL ILUSTRACIÓN GRÁFICA A manera de premisa general.Lo primero es señalar que hay varios tipos de producciones artísticas plásticas, como importantes, y no sólo las llamadas tres mayores cual pintura, escultura, arquitectura; hay otras obras plásticas interesantísimas y no menores, sin menoscabo de las clásicas, como la cerámica, la joyería, la costura (no sólo de las pasarelas actuales, sino ya la remota de los telares egipcios), la de muebles, objetos suntuarios y cotidianos con estilo, y otras provenientes de los adelantos actuales, como la importante de diseño para tantos objetos nuevos como hoy se han multiplicado, o la moderna fotografía, por no citar otras plásticas omitidas. Varias de estas artes matéricas o plásticas, no sólo pueden darse aisladamente, sino incluso combinarse entre sí, con otras matéricas, o con otras no plásticas, cual por ejemplo la pintura con la literatura (como aquí trataremos la ilustración gráfica, tan meritoria cual la antigua iluminación de códices), o en segundo ejemplo la pintura o arquitectura, con la música, cual, además de los ya pasados atrezos en la ópera, hay otras magníficas puestas arquitectónicas en la escena actual. Iniciamos pues destacando al espectador, que la obra artística puede ser multiforme, y que incluso en el arte gráfico, no todo consiste en la mera estampación de 24 Crítico jubilado (amigo de mi padrastro Gabriel), que se ofrece a nuestro grupo, para un mayor asesoramiento técnico. 200 una hoja inserta, por ser la más común, sino que además de un grabado dibujado, puede ser una foto, una foto retocada, una acuarela, un colage, una seda pintada, una… radiografía también. Y sobre todo frente a la desmemoria, una encuadernación particular del libro, y dentro de esta, hasta esas encuadernaciones con calados, tiras que articulan dibujos, dibujos en tres dimensiones que se amplían al desplegarse, etc., etc., que desgraciadamente se suelen utilizar sólo para libros infantiles, pero que debían también poder extenderse a otras ediciones literarias adultas (donde incluso se puede insertar un libro dentro de otro libro, físicamente). Y como orientación a la producción variada que pretendemos mostrar, añadimos que si a Picasso25 se le puede ejemplarizar como el mejor pintor del XX, es porque además de realista, de figurativo en azul o en rosa, cubista, fauvista, o pintor de una nueva figuración, fue también afanado de la cerámica, fue grabador, escultor, hacedor de colages y aun más producción todavía como interviniendo en teatro (conservando su categoría artística aquí aludida, mas allá de que alguno quiera anularla aludiendo a algún dato biográfico no acertado en su vida, frente a su biografía completa, como centrándose en algún no acertada cuadro suyo, frente a todos los excelentes restantes). El artista que nosotros aquí en principio elegiremos para el ensayo de nuestra “personal ilustración gráfica”, es en principio, sin concreción alguna, un artista multidisciplinar, aunque luego se limite a un solo campo o tipo de producción. Los autores de este ensayo, puede parecer, que a través de la teoría expuesta y la restante, van a lograr deducir con ella una plástica excelente; pero ojo, advertimos que aunque creemos que la teoría puede ser interesante para el ejercicio artístico, es la intuitiva obra que al final resulte, la que será buena o mala, si tal obra conecta con el espectador en general, o con algún suficiente grupo en particular, ayudándoles en algo, por encima de todo razonamiento, sobre que la tal obra sea teórica o académicamente perfecta26. Puntualizamos aquí, que “un artista es y debe ser, como un niño pobre, que debiendo jugar, tiene que fabricarse sus juguetes; si lo consigue para sí, y más si al tiempo lo consigue para los demás, habrá hecho su gran obra, y caso contrario, no”27. Se trata de un pobre niño que es un pobre dios, o un dios perfecto, que para nada pues nos sirve a nuestra naturaleza limitada, pero que levantado en nuestra imaginación visual con poderes excepcionales, podemos creer que nos ha regalado cualidades que sobrepasan nuestra naturaleza. Principal concreción del ensayo No es nuestra intención hablar del arte en general (lo cual sobrepasaría la esencia de lo que es un ensayo, y más de uno tan pequeño como este), sino concretarnos sobre la teoría para un artista gráfico particular: “el que desearíamos (sin excluir otros muchos), para ilustrar una parte de cada cuento como los hasta ahora aquí recogidos, contenidos en una llamada Cuarta Carpeta. Este artista a desear, es ya en sí, a priori, por encima de todo deseo, una persona concreta, la de don Pablo Pérez (sin otro seudónimo o más apellida por deseo explícito de él.”), coparticipar en este ensayo o Y aquí no hace falta decir “el español”, como es obligado decir en otras nacionalidades. Incluso el arte fractal, o el realizado por ordenadores que siguen elaboradas fórmulas matemáticas, no es en sí “todo el” artístico, sino sólo el que logra ser seleccionado por un tribunal supra-matemático 27 Palabras textuales de don Cosme, el jubilado crítico de arte en nuestra reunión. 25 26 201 pequeño comentario, que puede al final corresponder a su concreto credo, o sólo a una parte de él. Y respecto de este artista y de su estilo, partimos con un postulado concreto para el nuestro, y que es, que al igual que a nuestro amigo y artista ya elegido, le gusta la pintura en general, contemplarla, y realizarla, pero sobre todo contemplarla, la suya y toda la posible de los demás, por encima del lento virtuosismo ejecutorio en la obra propia (exento en la contemplación), el artista general deseado para nuestras ilustraciones, debe ser sobre todo, un artista admirador y comprendedor, de muchas obras de arte por encima de las suyas. El otro segundo aspecto a destacar en nuestro pequeño ensayo, es que a nuestro artista deseado, aunque admite y también propone la primera premisa ya expuesta, el estilo que más le gusta y del que han partido sus primeras experiencias, es el suprematista28, de principios de siglo. Repetimos aclarando, que esto no quiere decir que no le guste la pintura renacentista y barroca, de la que tanto habrá logrado ver y disfrutar, como de las más recientes pinturas figurativas del impresionismo y del expresionismo. Que no se encienda igualmente ante lo que él pueda llamar los mejores últimos movimientos pictóricos, cual los destacados cubismo y fauve. Y que le guste y muy mucho, aunque haya sido tardíamente, la última pintura abstracta, y a tal punto, que la figuración que ahora más le gusta, es la llamada “nueva figuración” (como la que podemos decir que inicia el grupo Cobra). Le gusta lo clásico, y también habrá pasado bien el examen de lo moderno (lo moderno que todavía sigue produciéndose, sobre todo sumado a otras artes). Pues bien, tras estos dos puntos concretos dichos (y remarcando el apéndice de que en su actuación, no le da reparo el pintar bajo estilos ya creados, por lo mucho que le gusten - como hace poco podría haber pintado una tela imitando a Miró -, al tiempo que también haya procurado pintar inventando estilos de cuño propio), lo que desea ahora para realizar nuestro encargo, es una pintura plural pero que en varios o principales ejemplos de su ejecución, su base sea suprematista, en cuanto a la COMPOSICIÓN. En cuanto al COLOR, nuestro artista partirá de la frase que dice: “Que un cuadro, antes que un paisaje o una batalla, es un conjunto de colores”, con lo cual colocamos el color en una categoría máxima. Pues bien, para nuestro amigo decimos que el color, dentro, o sobrepasando las líneas del dibujo que pueda incluir lo figurativo dentro del constructivismo, debe ser (sobrepasando pues la “imitación” clásica), una serie de colores no como pintura aplicada a un dibujo real, sino como superiormente siguiendo la íntima esencia de una idea. Esto es, el color, su color, no deberá ser en él, un relleno lógico del dibujo, sino una expresión independiente y completa, tan o más importante que el dibujo mismo. 28 Damos por entendida, la explicación de este estilo por parte de posibles futuros lectores, que de no darse, nos aligeran el tener que explicarle así ahora, aunque sólo sea someramente en este texto tan corto. Sólo nos gustaría que a esta mención del suprematismo (que también puede exponerse como constructivista, sin ser exactamente lo mismo), se añadiesen aquí algunas láminas sobre tal estilo, que mostrasen para el mejor recuerdo, lo que se comprende en un término de tan varias producciones hechas. 202 Los colores que aparezcan deberán ser armonizados o conjuntados, aun si se quiere una explosión de ellos, aprovechando y partiendo de la gran importancia que a ellos les dio “la escuela de los fieras” (que Picasso también usó). Esto es, no tiene por qué haber una homologación, bien de gama fría o cualquier otra continencia, sino que se pueden incluir todos los colores, y los antiguos y los artificiales, y también una policromía sobria, pero conjuntados (o matemáticamente proporcionados a sus cualidades y contrastes finales). Técnicamente, el color puede usarse, mezclando ceras, témperas, acuarelas, acrílicos, óleos... Empastes con espátula, pincel, rayado, aspersión... Y hasta colores ya existentes a la creación, pegados en colage si viene al caso (cual parece que hizo Esteban Vicente). Lo único que sí queda restringido respecto al color, en esta teoría de un estilo particular que aquí hacemos, es el vario uso de los colores planos (pese a su utilización por el ya dicho constructivismo), por no engarzar bien en nuestro gusto sobre el color, esta lisura frente a la mucha importancia que le hemos dado y seguimos dando. Y siguiendo por lo sencillo que sabemos para este sencillo ensayo sobre un concreto estilo de ilustración, como si hubiera algún ilustrado lector artístico puede ya haber comprobado sobre lo escrito, pero deseando continuar, pasamos ahora a teorizar sobre nuestro peculiar DIBUJO. Aquí está claro, que si le gusta el constructivismo, debe y puede usar del dibujo geométrico y asimétrico (dibujo que por lo demás conviene aclarar desde el principio, que lleva inscrito el resultado final de ser una producción abstracta). Pero si quiere extenderse más allá de una figura geométrica, a también incluir una figuración orgánica, más narrativa, o una claramente figurativa, deberá usar un dibujo orgánico muy simple y estilizado, por concordancia con lo dicho, porque este tipo de dibujo figurativo es el que él prefiere, tras la abstracción inicial. Este dibujo figurativo que aquí señalamos, para que cobre algo de imagen en estas meras palabras escritas, diremos que tiene ejemplos como los del sofisticado Bacón, y más fácilmente los de Dubuffet o Appel (y alguno más del grupo Cobra), o el más reciente de Basquiat. Sobre esta “reciente” nueva figuración, terminamos con las palabras que más nos han gustado de la crítica para las nuevas obras con dibujos y que viene a decir: “Para hacer una obra de arte en sí, una obra de arte independiente donde se ha creado una nueva realidad, frente a los anteriores siglos de “ventana a la realidad”, puede y debe pasarse a un dibujo libre”. No nos parece mucho lo dicho, y hasta un poco de pedantería el acudir a citas, pero en general, creemos que no hay tan mala expresión respecto al punto que hemos visto sobre el dibujo. No nos parece mucho lo que estamos diciendo, pero para un pequeño ensayo creemos que puede ser suficiente con añadir un tercer o cuarto punto principal, respecto a la ejecución que aquí concretamos, el de LA ESTRUCTURA. Es un término que otros pueden llamar, más allá del de estilo, la composición (o en una mayor simplificación y divulgación, tema), pero que es realidad una muy amplia bolsa, donde los varios aspectos que la incluyen es el saber interrelacionar el color y el dibujo, y lo que quede más de otras puntualizaciones, para dejar el cuadro “redondo”. Esta redondez del cuadro, si se consigue, se reconoce en que hasta hace que se pueda ver el cuadro de lado o boca abajo, sin perder por ello su valor estético. 203 Para concretar el tema, pedimos a nuestro futuro artista a encarnar esta teoría aquí haciéndose, que ponga a cada producción suya, un verdadero título adecuado y no aleatorio. Y que si como ilustración, se corresponde en gran parte a una pintura narrativa, que aunque sea de tema abstracto, tal título sea en principio significativo La verdad es que teorizar sobre una producción plástica apriorística (o personal para nuestras ilustraciones), sin mostrar un mínimo conjunto de pinturas que la recojan, es dificilísimo para el mayor entendido, y desde luego será un aburrimiento para el neófito; pero si así hemos seguido sin embargo nosotros, y seguimos en nuestra teoría apriorística, es porque el artista a encontrar, es el que ya a priori hemos decidido (Pablo Pérez), del cual, aunque nos ha mostrado varias láminas de distintos estilos, hemos visto ya entre ellas, algún ejemplo de lo que andamos buscando. Lo que aquí hacemos, es una ayuda o concreción de lo que él ya ha venido haciendo entre otras cosas, y una ayuda para nosotros, que así, según el artista y otros comentaristas, no nos veremos tan ajenos a las ilustraciones que en la Cuarta Carpeta podamos ingresar de él. Por eso seguimos, y finalizamos, con otros cuatro puntos más. Pintura abstracta Creemos que esta, aunque no fuera totalmente abstracta sino con algo de figuración, de forma que unos la puedan ver abstracta y otros figurativa (como con los futbolistas de Staël), es desde luego una de las más adecuadas, para una ilustración de cuentos de adultos como los que aquí hemos presentado. Y ello porque el oyente o lector, pese a la concreción de tiempo y lugar objetivo e histórico, recrea ya desde el principio con sus propios recuerdos o experiencias, la final ubicación, temporalidad y modo, con la que el cuento pasará a quedar en su memoria. En este punto concreto, hacemos notar que la base suprematista con que se inicia la teoría pictórica para nuestro particular ilustrador, como ya se ha dicho, es de tema abstracto, cuya preferencia ahora se repite. También cabría para unos efectos parecidos a los de la abstracción, un fotomontaje un tanto abstracto, y un tanto surrealista, cual un paisaje acuático, el zapato usado de un personaje, o una foto secundaria del tema. El tema surrealista minimizado, para ciertas historias de fantasía (y aun dado que hay mucha fantasía entre las reales), es muy interesante de incluir un poco en varias ilustraciones. Pero no deberá ser un tema mayoritario en esta ilustración nuestra, por no ser lo principal, ni aun lo secundario más destacado, el surrealismo en las historias aquí narradas. En general, nuestra postura ante el surrealismo, es más bien de alejamiento. Preferimos hablar, de lo real relativo, sin ver el subconsciente como lo principal. La nostalgia ilustrativa Antiguamente los cuentacuentos, algunos pocos cuentacuentos, se ayudaban de un cartelón en viñetas, donde como en un tebeo actual se recogían algunas escenas de la narración, siendo famosas para nosotros, aquellas narraciones de principios de siglo nombradas popularmente como, “El crimen de Cuenca” (por lo que Cuenca pasó a llamarse injustamente, “La provincia del crimen”). Pero estos cartelones 204 son sobre todo para las pequeñas narraciones, o narraciones de revistas actuales cual las de los paparachi (no sé si se escribirá así, pero tampoco importa). La necesidad ilustrativa, siempre se seguirá pidiendo nostálgicamente, pero ya parece mejor que sea sobria en los libros de adulto (frente al abuso de tantas imágenes con las que actualmente nos bombardean en todas partes), lo cual siempre seguirá bien, como lo es todo enriquecimiento con otro arte, pero como repetimos, siempre que se haga sobriamente. Por ello incluso, si la ilustración acaba siendo demasiado abundante, en vez de intercalarse en cada capítulo, parte o historia entretejida a la que se refiera la estampa, si son tantas, pueden ir al final, en apéndice además explicativo e recordatorio, junto al índice. Otra nota más Muy frecuente en la orla o marco de las trabajadas iluminaciones de los antiguos códices medievales, es, incluso unido a la caligrafía o letra inicial, el uso de la decoración floral y vegetal. Ello lo fue más frecuente que a partir del romanticismo, ese otro curioso ejemplo de dejar a veces una hoja o flor disecada, entre las páginas donde uno se había quedado leyendo, o al azar dentro del dicho libro, como adorno personal del lector. El ecoarte no es un arte, ni un arte ilustrativo que nos parezca más destacable que otros no destacados aquí, pero dado que éste nos es tan presente, en el marco tan soberbiamente natural a donde nos hemos venido desplazando para narrar nuestros cuentos (los distintos puntos de la dicha provincia de Cuenca), nos gustaría que en la ilustración para este cuaderno de historias hasta aquí hecho, estuviera presente algún ejemplo de tal ecoarte, como una ilustración más. Y otra peculiar y final ilustración, que encajaría bien en esta carpeta particular de historias, ante la inclusión aquí de algunas del tipo califal de las ya citadas “Mil y una noche”, es (dado que allí su religión acaba prohibiendo lo figurativo en la pintura), es realizar alguna ilustración a base de resaltar el arte de la caligrafía, como allí tan frecuentemente se hizo. Diversos tipos de letra con los que además de poder jugar uno paseando una línea, hoy frente a tanto tipo sólo de imprenta por el uso de máquinas de escribir, puede resultar un tanto original y personal. LA ÚLTIMA PARTE DEL ENSAYO. Se han nombrado en estas pocas letras, varias firmas de pintores famosos, como Malevich, Picasso, Matisse, Bacon, Dubuffet, Apel, Basquiat y Staël, y a estos nombres aquí citados, en las dos reuniones que conjuntamente hemos tenido sobre la confección de este ensayo, dijimos otros como Poliakof, Esteban Vicente, Gorki, Hundertwasser, y aun otros nombres, que dado lo complicado de su ortografía, no sé recordar ahora al pasar a limpio los apuntes allí tomados. Ello se debe a que el ilustrador al que hemos acudido, y que a priori nos ha pedido este ensayo como ayuda personal (e involucrarnos algo en tal tarea), si bien se sigue calificando en su presentación cual un mero aficionado pintor, y además de muy corta producción, como amplio veedor de cuadros, es un amplio sabedor del arte pictórico, cual por otra parte ya desde el principio lo supimos nosotros de nuestro don Manuel. A estas dos reuniones particulares, se nos unió, don Cosme, un retirado crítico artístico entre otras cosas, que lo que más ha hecho aquí, pese a nuestros prejuicios sobre su profesión, o precisamente por ello, ha sido casi únicamente ilustrativa, mostrándonos varias láminas de algunos de sus numerosos libros de artistas que nosotros viniéramos a aludir. 205 A esto añadimos aquí, que tal lista de nombres que efectivamente en nuestra charla se mencionaron selectivamente, no viene a ser ahora, como la nota bibliográfica final, correspondientemente al estilo de nuestro ilustrador buscado, que ha concluido en ser el joven PABLO, quien por iniciativa propia ya de antes de esta reunión inició sus ilustraciones, y al que ahora hemos pasado a indicar todos nosotros sobre su particular estilo, las notas estilísticas que en principio creemos indicadas para nuestras preferencias ilustrativas; sino que tal lista de nombres artísticos aludidos, contrariamente a lo que se hace mencionándola en la presentación de otros artistas noveles, no es para presentarle entroncado con ellos, y así adularle desmesuradamente ante el posible espectador, sino que aquí, lo se concluye, es que él, nuestro Pablo, tiene su particular prestigio interesante (e interesante para nosotros como lo es un aditivo artístico más, para nosotros, y para los chicos con que se inició), sin tener por eso que ser considerado como un gran nombre artístico, merecedor de lo más cotizado en “bolsa” (que por otro lado, eso de la bolsa artística, sí que es en gran parte una excesiva mentira de la relación calidad-precio). El hecho de haber citado aquí tanto nombre artístico, es porque nos han sido de mucha ayuda la visión de varios de sus cuadros, para avanzar en nuestro teorizar sobre ilustración gráfica, como un episodio más que se ha convertido, de esta carpeta hasta ahora escrita, y con tendencia a continuarse. En todo caso, y sin por eso hacer, ni muchos menos querer hacer de menos a nuestro querido Pablo, al cual agradecemos y mucho, su compromiso de ilustrar lo que pueda de nuestras narraciones, la mera ilustración que nos ofreciese un niño, o cualquier neófito en su residencia de jubilación, que podríamos llamar naif en ambos casos, nos resultaría grata y de agradecer. ................................. Aquí termina este ensayo29, que a nosotros nos ha sido productivo y de grato recuerdo, por lo que lo dejamos incluido con nuestros cuentos. Pero sin considerar por ello que estas páginas estén aquí para nuestra futura selección de historias (ni ser extensibles a un ajeno posible público lector de nuestras narraciones). Algo de esto último dicho lo plasmaron graciosamente don Manuel y don Cosme, con un chiste en algo aplicable: “Varias personas –cuenta el chiste- se presentan a una oferta de trabajo artístico, sin que se les exija currículum, sino bastando con que se reconocieran una sugestiva y moderna vena artística. El encargado de la selección, reuniéndoles en una sala, tras haberle dado papel y lápiz, les indica que les va a hacer una sola única pregunta, y que el que la acierte habrá demostrado ser el certero artista, a llamar para firmar el bien remunerado contrato que se ofrece. La pregunta eso sí, se presenta como difícil. “A ver – dice el examinador para la selección -, Teniendo en cuenta la electricidad que se recoge en todo ambiente enmarcado, el tamaño relativo del elemento plasmado según los distintos puntos referenciales, y el envejecimiento real que cada minuto conlleva, ¿Cuántos años tengo yo en el retrato que actualmente les ofrezco?. Los aspirantes se quedan boquiabiertos y se produce un gran silencio, que parece quedará sin romper. Pero ante tal mutismo, un desganado y bostezante brazo 29 Aunque Cosme nos ha pasado a proponer estudiar también, el estilo de una lámina dividida en viñetas asimétricas y de distinto tamaño (frente a las antiguas geométricas del “Crimen de Cuenca” , donde colocar ciertos elementos de fácil dibujo figurativo, incluso geométrico, con colores casi planos como fondo de cada viñeta, lo cual entraría en un estilo parecido al de Torres García (fundador de la Asociación del Arte Constructivista), que nosotros, aunque gustosos de ello, hemos resuelto ya no proseguir. 206 de los presentados que estaban hacia el final, se levanta para indicar que sabe la respuesta. El seleccionador le da paso y el de la mano alzada responde: “Cuarenta y cuatro años exactos –responde con seguridad –”. Y ante la respuesta, todos miran al seleccionador, que con ojos alegres y pasmados contesta, “Justamente, sí señor”. “Y ahora por favor, díganos –prosigue el versado examinador -, ¿cómo ha logrado Vd. saberlo?”. A lo cual el joven presentado responde, “Fácilmente, porque mi hermano que ya es medio gilipollas, tiene veintidós años”. El chiste, aparte de hacernos reír, dicho aquí al final de esta reunión concreta que habíamos mantenido para nuestro ensayo, parecía ofrecernos una moraleja (por lo que tal vez se dijo): “La mayoría de las teorías artísticas y no artísticas, son una gilipollez, y cuanto más complicadas sean, más gilipollez”. Pero aunque Cosme nos alentó tras la moraleja, diciendo que las elucubraciones de nuestro ensayo, sí le han servido, lo más cierto es que al menos a nosotros sí nos sirvieron para jugar, y jugando, solamente jugando sin más preocupaciones, acercarnos un poco más al arte pictórico. Nuestro ensayo ha sido principalmente un juego, y esta conclusión no es tan fútil, pues parece en gran medida admitido ya, que el arte pictórico sin ser sólo eso, como otras artes, tiene mucho de eso. Parece que para el artista, es en gran parte un activo jugador, y también para el espectador. Y ahora sí, “fin”. :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: Estas dos últimas reuniones, como tal vez se haya podido intuir, ya no las tuvimos en Cuenca, de donde ya hacía dos semanas que nos habíamos despedido temporalmente, sino en la capital de la nación (o de “este país”, que es el nombre actual que tiene), donde no muy lejanamente todos nosotros vivíamos, y teníamos que atender a nuestros quehaceres habituales. Yo, el cronista anterior y ahora también el refundidor del ensayo aquí terminado, estaba muy azarado, porque sospechaba que la copia de este “particular” tratado artístico por nosotros debatido, no le iba a ser ni con mucho a mi querido hermano Paco, el sustituto de los cuentos que hasta ahora (total o divididos en dos partes los más voluminosos), le había ido enviando, pese a referirse el tal presente estudio, a un ilustrador compañero amistoso suyo, sobre tales cuentos. Y especialmente, que menos le iba a gustar el que durante las semanas siguientes, los cuentacuentos del grupo, no se iban a reunir a narrar otros cuentos inmediatos, por el descanso que habían decidido darse, de unas breves vacaciones, frente a toda la gran parafernalia que copaban las próximas fiestas, en todas las actividades de la ciudad y aun de gran parte del mundo. Prontamente sin embargo, acabadas tan prolongadas fiestas con sus vísperas y posteriores, seguirían nuestras reuniones conquenses, como don Manuel, don Alonso y don Juan Cruz, sus protagonistas, me habían asegurado Esto me lo confirmaron nuestros cuentacuentos, hacía ya dos semanas antes, tras haber pasado a realizar en Cuenca, una espontánea votación sobre los cuentos ya narrados, para determinar cuál era el mejor de los dichos hasta entonces, en aquellos traslados y tiempo amplio hasta ahora realizados en las varias visitas periódicas a aquella comarca. En tal votación, un cuento en primera ronda, había sacado dos de las tres nominaciones totales necesarias. Y vueltos a una segunda votación, en un pues tan solo segundo intento más, un cuento distinto al elegido en la primera, había sacado el pleno de las tres nominaciones. Pero los tres cuentacuentos, aunque sorprendidos y 207 muy contentos con tal hecho, o ante lo que sería su tarea final, consideraban que aunque tal cuento pudiera realmente, con un ensayo mayor al presente, erigirse en el futuro como el mejor de los dichos, no parecía en principio el elegido tan completo, como para no necesitar que se añadieran algunos otros cuentos más a los ya acumulados o narrados, que aseguraran que tal final votación conformada ya, había sido totalmente correcta. Volverían pues a contar cuentos, pero hasta que se concretara la próxima reunión para ello, iban a dejar pasar un mes en silencio, frente a los siete anteriores, en que a veces los cuentos dichos (casi el doble en número de los aquí recogidos), no habían pasado a ser seleccionados, o la charla durante la reunión, había pasado a ser más familiar y de amistad entre sus componentes, y aun de conversación chistosa, que de verdaderas narraciones cuentísticas. Un mes frente a los anteriores de reuniones, que ya contaba con el precedente de que en varias de las reuniones correspondientes a lo más duro de la estación veraniega pasada en los distintos lugares de la provincia elegida, habían acabado por reducirse a ser de mera estancia y siesta, ante el calor sofocante de lo más duro del verano, que sin embargo allí quedaba más atenuado que en climas próximos. Mi preocupación ante el mes en blanco que se cernía frente a los esperados cuentos, o los incidentes que habrían acabado cubriendo su espacio entretenidamente, que hasta entonces le había ido escribiendo a mi hermano Paco en su convalecencia (o en el caso de meros incidentes, narrándoselos personalmente, frente al enfrascamiento de su manera de leer cuando eran cuentos), era ahora importante preocupación para mí. Gabriel entonces, afortunadamente, me hizo recordar al conocer estos pensamientos míos, que la mejoría notable de Paco, no se había producido ya casi radicalmente cuando le enviamos el primer cuento, sino curiosamente cuando el mes anterior, al llegar a la hipotética fecha de comenzar la primavera, le anunciamos que estábamos próximos ya con buena fortuna, a la empresa de enviarle pronto una serie de cuentos, narrados por tres de sus cuentacuentos citados. Que la misma espera pues, ante la producción de éstos, ya se había mostrado benéficamente en él frente a su gravedad (tal vez por los pequeños cuentos que él mismo empezase ya a inventarse mientras esperaba el primero de sus narradores elegidos), y que ahora este preludio de un próximo mes vacío, no tenía por qué parecerme tan grave, porque no lo sería para Paco, aguardando esperanzadoramente, a que pronto se reanudasen las narraciones. Esto me tranquilizó bastante, pero aun con todo, me pasé varias veces a intentar preguntarle, si tal vez el mes próximo en blanco, le podría ser desesperanzador. Pero afortunadamente la respuesta me vino clara indirectamente, cuanto tras presentarle los folios sobre “Ensayo para una personal ilustración gráfica de cuentos”, me dijo Paco que le habían agradado mucho, aquellos folios nuestros, que si desde luego no eran un cuento esperado, sí eran interesantes aventuras nuestras, que por lo demás, aunque después no pudiera recontárselo en una manera más sencilla a otros (y se refería a los chicos del ala infantil), si le había sido un relato interesante nuestro. Y tras esto, lo que pasó a continuación, ya fue otro cantar, que por ahora no sé cómo narrar o introducir aquí. 208 CARTAS Fui a ver a don Juan Cruz, y le conté cómo le había gustado a un amigo mío, que en algo les conocía a ellos, el ensayo que habíamos hecho. Don Juan, nuestro cuentista de pequeña estatura y el de mayor edad de los tres, siempre era un encanto de tratar, como si hubiera sido el modelo de Erich Fromm, para una frase suya sobre el amor, indicando que éste: “no reside en concretar el objeto, sino en la facultad de amar –por sí misma-”. A don Juan no le sorprendió el entretenimiento de mi amigo con tales letras de nuestro ensayo, y me dijo que desde luego bien veía él que le hubiera sido entretenido y de aporte, como lo podría ser a otros posibles lectores, especialmente por la sinceridad que en el escrito podrían apreciar, en haber buscado un estudio de mejor conocimiento y entretenimiento, válido al menos para ellos. Él había terminado de escribir una carta a un amigo suyo, y me dijo al marcharme, que me acompañaba hasta ir a echarla al buzón de correos próximo. Pasamos a una papelería a comprar antes sobre y sello, y ante mi curiosidad, mandó también sacar una fotocopia de la carta. Tras leer la copia y tachar los más claros nombres concretos, me sorprendió diciendo: “Toma, la puedes leer, y dársela a tu amigo para que también la lea, y tal vez pueda ver con ella, un ejemplo mío particular sobre el género epistolar. No es más que una cartita de felicitación por el año nuevo, pero podrás comprobar, tú y tu amigo, que si bien ésta no lo logra, al menos otras cartas, si están escritas con sinceridad, y con algo más de enjundia que esta actual mía, son también escritos, que aunque simples y distintos a la narración y a otros géneros mayores, sin embargo también pueden ser entretenidos e interesantes de leer y haber leído. Tras sacar después yo una segunda fotocopia, se la envié a Paco, adjuntándole además por escrito esta conversación habida con don Juan. Con ello, aparte de lo que me había dicho su ejecutor, me aproveche de tan generosa dádiva para con esas letras, rellenar en algo el intervalo en que ahora estábamos todo nuestro pequeño grupo, hasta que se volvieran a suceder las nuevas reuniones de nuestros anteriores cuentacuentos. Y aquella pequeña carta fue “el otro cantar” (como diríamos aludiendo a los simples y pasados cantares medievales), que se sucedió tras el apéndice no cuentístico de nuestro ensayo, entregado a mi hermano, aquí tan raramente incluido, como lo sería la presente carta, si no fuera porque después de recibida por mi hermano, ambos escritos, sí fueron considerados para él como bien recibidos y por su parte agradecidos de que se los enviase. Queridas Vivi y Merce. 1 Estoy hecho un filósofo (y ahora más, al dedicarme a escribir de vez en cuando algún pensamiento); pero más que hablar sobre mi conseguida filosofía, en cuanto al capítulo del querer (o mejor “amar”, como dicen los franceses), está el hecho concreto de que yo os siglo querido tanto y tan igual, como desde que os conocí. Al haberos dejado querer vosotras –y sabiéndome responder vosotras mejor que yo-, me habéis hecho el gran favor de poder verme “un ser amador” (además de amable), un ser que sabe amar, que ha amado, y que ya irremediablemente no dejará 209 de haberlo sido. (Con lo trágico que sería irse de este mundo sin haber amado, cual a veces algunos hemos pasado a pensar) En cuanto a tratos más concretos, sin coincidir actualmente con vosotras en ningún sitio o aspectos concretos de nuestra vida cotidiana actual, sé y puedo incluso palpar, aunque haga tanto que no nos vemos, que sin embargo seguís tangiblemente estando cerca de mí, y con hechos concretos importantes, cual el contacto de felicitarnos periódicamente en cada efeméride, sin ni un olvido durante tantos y tantos años que ya han pasado, en breves pero en firmes palabras, como las ahora estas escritas en esta tarjeta al finalizar un año y comenzar otro. Sé que me ibais a escribir ahora, y sé que yo ya estaba preparado para hacerlo por mi parte también (incluso como tal vez algún año yo lo haya hecho, antes de que me llegue la vuestra). Perdonad si empleo tanta palabra de torpe filósofo, en vez de esa simple y más espontánea frase de: “Os quiero un montón”. Eso, si es sincero, dice mucho con poco texto. Y ahora sin añadir ningún adiós, os repito que aquí sigo estando para lo que me necesitéis (como sé que cuento con vuestra amistad); lo que yo puedo ofrecer, es muy poco, dado mi declive actual, pero sé que lo que pudierais pedirme, mi gran cariño hacia vosotras me haría rejuvenecer y estar más vital para responderos. Un apretón grande, como el de un viejo león para quien de cachorro fueran sus amigos. Un león hoy prontamente envejecido y torpe pero con memoria, que tal vez se de cuenta de que hoy os puede espachurrar con su vacilante peso y paso, pero que no podrá menos de abalanzarse a abrazaros en cuanto os viera de nuevo. ..................................................... En la cartita actual, se habían tachado los apellidos, por parte de don Juan Cruz, para salvaguardar la intimidad de las personas receptoras, sin su permiso explícito de que se hiciera pública esta cartita a ellas dirigida, pero creo que no cometo indiscreción ninguna, ni aun identificación, si añado que las tal aquí denominadas, “Vivi y Merce”, hoy dos personas mayores, fueron antaño dos niñas hermanas, a las que digamos dio clases don J. Cruz (con gran mutuo cariño). Por lo demás, añado que mi hermano Paco no me pidió concreción ninguna sobre lo leído, si bien enseguida me respondió que le transmitiese muy agradecido a don Juan Cruz su envío, añadiéndome que había releído la pequeña carta varias veces, y que había disfrutado mucho con ella, como seguramente fue su deseo al entregarme para él generosamente aquella copia A mí lo que me pareció, es que era una carta muy cortita (y por ello un tanto enigmática en comprender su lectura). Pero posiblemente es que como lector, tampoco soy muy bueno. Segunda Carta (de don Juan Cruz, a otro conocido suyo) 2 Querido infantil Guillermo Cuando seas más mayor, te enseñaré una foto en que te tengo de recién nacido en mis brazos, y te gustará ver en mi cara la alegría con que eres mirado y mimado. 210 Esa foto la tengo como parte del cariño que me ha dado un ser fraguado en la constante superación, que es tu madre y mi muy antigua amiga Jacinta. Yo la puedo recordar todavía cuando ella era una recién adolescente, y ahora ya resulta que ella es la madre tuya, quien tanto te cuida en tu niñez. Tú podrás seguir en el rápido devenir, un día no muy lejano, a tu vez un buen amante y amado padre, si recuerdas el cariño con que ella nos animó a todos. Querida Jacinta y Roberto, ¿puede ser que haya niños como el vuestro, que yo venga a considerar como nietos aunque sin ningún género sanguíneo?.Yo no he tenido hijos, y tal vez por ello sea muy espontáneo en esto..., pero es tan poético creerlo. Queridos todos y especialmente Jacinta, un abrazo afectuoso de tu Juan Cruz (a quien haría pronto alguna visita si saliera más de casa y de mi rutina). Como creo que fácilmente se ve, esta cartita de don Juan Cruz, más pequeña que la primera, es otra felicitación para estrenar un nuevo año. A mí me dio don Juan Cruz esta segunda fotocopia, cuando fui a darle las gracias en nombre propio y muy especialmente de mi querido amigo Curro, por la primera que me dio para él. Tercera Carta (de Antonio –el recopilador de esta cartera- a un amigo suyo). 3 Querido Quique “Cuando leo tus cartas de felicitación, no hay duda de que son las mejores (en sentimiento, en...)”. Con esto que me has escrito iniciando tu carta, me dejas el camino muy fácil para responderte yo ahora mi tarjeta de recuerdo, en no menos de un folio (al que generalmente acabo extendiéndome), y haciéndolo acaparadoramente en estilo intimista, por encima de comentarte algún que otro acontecimiento exterior interesante que se haya dado, cual es lo más normal en la comunicación epistolar general. Parece que yo no hablo con las personas, sino que me confieso con ellas. Que me confieso con ellas no de todo lo que hasta ese momento haya alcanzado, pero sí de todo lo que mientras escribo, siento. Creo que es porque tuve de joven adolescente un estupendo psicólogo, un cura introvertido y simple (raro ya entonces, como lo sería hoy), que sabía escuchar como un compañero humano, y accedió a escuchar mis confesiones no en una relación de pecados, interrumpida por algún consejo general, sino como el otro ser real (distinto al ficticio que uno se crea en sus monólogos), que te aporta al escucharte, el que tu te hagas más explícito ante él, y por ello mejor acabes entendiéndote tu mismo. Después, al otro extremo de mi edad tras aquella pubertad, hube de conocer (como tú al tuyo, y que fue cuando ambos nos conocimos), a un conjunto de psicólogos, ahora por prescripción médica. Estos últimos psicólogos que hemos tenido que conocer, han sido buenos para nuestra salud, y me pregunto por qué no los seguimos hoy imitando con alguna amistad, ya más recuperados, si no fuera por lo 211 difícil que es tener amigos íntimos (y que estén preparados para remedar a ese tipo de médicos). ¿Quién debería ir al psicólogo?. Muchos, aunque son pocos los que van (aparte de por estar arrinconados como lo están más de las tres cuartas partes del mundo), porque no todos se reconocen que todos estamos verdaderamente locos, en más o menos grado. Lo estupendo que tienes para mi, querido Quique, además de tu cariño, que no es poco, es el recordarme – y espero que yo también de recordarte a ti-, que tenemos la medicina de poder buscar un confidente para sanos propósitos de superación, entre otros medios, si la insania nos vuelve a embargar (cual siempre acecha como espada de Damocles). Y también el recordarnos, que aunque maltrechos, por fin hemos logrado salir a respirar un poco frente a tanto ahogo anterior. Ello afortunadamente nos los recordamos cada año con nuestra tarjeta de felicitación, al remitirnos de donde nos conocimos. Hay amistades que en nuestro subconsciente a veces actúan muy positivamente. En todo caso lo que sí está claro es que no es bueno que el hombre esté sólo (sin que el acompañamiento tenga que ser ese único bíblico de estar con una mujer). Por eso es estupendo que además de decirte “Querido Quique”, te pueda añadir también “querido amigo Enrique”, sin tener tantas dificultades en eso de enfatizar la amistad (ante la cual todo el mundo pone tanta resistencia) Un rasgo más de nuestra amistad, sobre la que hago votos de que siga por mucho tiempo pese a nuestra diferencia de edad, es que aunque ambos nos conocemos muy poco (pues en las terapias de conjunto no coincidimos en el mismo grupo del hospital), sí nos conocemos en un rasgo muy importante, el de admitirnos que un día caímos en la enfermedad mental, y que nos reconocimos que la enfermedad no fue una maldición de los dioses por nuestros pecados, ni porque naciéramos inferiores, sino simplemente porque somos humanos, y porque las circunstancias, que han sido y siguen siendo incluso más duras para el resto del mundo, en nuestro caso fueron insufribles. Todo esto escrito, que son más letras que las de una tarjeta de felicitación (aunque tampoco digan mucho), verás que son letras intimistas mías; pero también creo que puedo expresarte algún objetivismo exterior experimentado, recordando tu comunicación reciente en que me dices : “ El otro día estuve en una bonita exposición y ...hay alguna naturaleza expuesta que te agarra los sentimientos, como si de un pulpo se tratara... te atrapa y te retiene en medio de la sala y disfrutas unos instantes de ¡¡ tanto ....”. De tanta re-creación!, añado yo, o creación tuya sobre la hecha. Y estas palabras son tuyas y más que una buena crítica, un aporte empírico aparte de lo mío. Yo espero poder ir pronto otra vez más a París. Mientras tanto, cuando recientemente vi aquí los “Guerreros de Siam”, especialmente en la peculiar cripta donde se expusieron, aunque sin toda la debida solemnidad del momento, me alegré mucho de las varias herencias pasadas que se nos ofrecen para nuestra superación. Yo he visto en esas palabras tuyas que te he citado, tu derecho de poder ejercer también la creatividad que esté a tu alcance, sin que por lo demás ésta te tenga que ser difícil. Gracias por animarme a ser creativo, y así, por empezar por algo, en vez de una tarjeta de felicitación comprada, te mando una artesanal y artísticamente por mí hecha. Y si no somos tan creativos en general, ni a ti ni a mí nos será por ello una falta grave y penable, que también hay mucha heroicidad y arte, en soportar y vivir la vida cotidiana 212 No es, y aquí termino, esta la mejor carta que me hubiera gustado escribirte, pero aunque mejorable, tampoco he aspirado a que pudiera ser perfecta. Recibe un fuerte abrazo de Antonio. P.D.- No sé si habrá cambiado mucho tu físico frente al tan avejentado mío (donde cada año que pasa equivale a tres de los anteriores), por eso perdona si por si acaso nos cruzásemos alguna vez no te reconociera (cual ya me ha pasado con alguna otra persona). Y otra cosa, perdona si te escribo a máquina, pero es que he perdido mucho en caligrafía y me sale una letra fatal. ....................................................................................................................................... Esta carta, naturalmente es mía, como ya queda encabezada así al principio (y como bien se podría cotejar por su estilo). Espero que como recopilador sepa ser más locuaz, aunque simplemente lo imprescindible. Es una carta mía que yo también escribí por estas fechas, y que también pasé a mostrarle copia a mi hermano Paco, quien me la agradeció como la mejor recibida para leer de este conjunto de siete copias que en total le envié (interponiéndose naturalmente aquí para tal calificación, su cariño hacia mí). En esta carta, aparece mencionado un pequeño hecho que yo viví hace unos años, pero que pese a lo que de sorprendente pueda parecer, no pretende con ello introducir ningún protagonismo por mi parte (siendo por lo demás la hospitalización que tuve, algo de lo más común). Como las anteriores, queda archivada con todo lo relativo a esta Cuarta Carpeta, pero para evitar más protagonismos, prefiero que no salga de aquí, si es que algunos de estos folios algún día salen de aquí, como también interesantes para algunos otros. Cuarta Carta (de Pablo, artista e ilustrador nuestro, a don Manuel) 4 Querido don Manuel. Lo primero es agradecer lo interesante que me ha sido estar con Vds., haciendo ese ensayo sobre arte ilustrativo, que ya hemos dejado tratado, para los cuentos que afortunadamente en segunda versión, hemos podido oír de los varios seleccionados por Vds. Eso lo primero (¡y recordar gozoso al escribirle, lo vario que Vd. sabe de pintura!, como otro punto más). Luego está el agradecer también mucho, las palabras que personalmente me dio al término, cuando me dijo que en conclusión me tomara mi nueva futura tarea ilustrativa, sobre la que tan ampliamente se había argumentado, sólo como el preámbulo para un mero cuadro, y no para marcarme un estilo continuado. La libertad creativa para el artista es desde luego esencial, por encima de las ayudas que pida el principiante. A mi me ha sido muy agradable empezar a ejecutar durante estas siguientes tardes, algunos bocetos siguiendo las directrices de lo que en aquellos dos entretenidos encuentros todavía recientes, fuimos teóricamente delineando. ¿Y sabe?: pues que empezando a hacer bocetos y ejemplos varios a partir de la dicha teoría, resulta curiosamente, que me han ido saliendo distintas estampas del mismo motivo; pero que además, muy importantemente, todo ello lo he ido produciendo 213 mucho más rápidamente que cuando comenzaba a hacer una sola estampa en blanco. Me ha resultado pues sorprendente y enriquecedor, ver que a partir de la teoría para un solo cuadro, pueda acabar con toda una producción de varios cuadros diferenciados, satisfactorios, y a una mayor rapidez nunca antes conocida. Y a esto dicho en cuanto a la ejecución, he de añadir que también me ha servido la teoría que concretamos en nuestras dos reuniones, para por otra parte la mejor contemplación de cuadros. Y es que lo que teóricamente elaboramos, aunque después no quedara muy concretado, según la diferencia de cada uno, ha sido, más allá de un ensayo, un útil instrumento como un metro, para el contrastar, que personalmente me ha ayudado a contemplar ahora más entretenidamente los lienzos y fotos a los que me he acercado. Tal vez le parezca en estas letras, que soy demasiado entusiasta con aquellas dos reuniones que tan novedosas fueron para un aficionado como yo, pero es que seguramente soy demasiado neófito, o infantil, tras tanto estar con críos como con los que estoy (lo cual no es tan malo), y por algún lado se me debe notar. Reciba de mí, sin haber querido ser demasiado pelmazo, para Vd. y sus compañeros, un abrazo cariñoso de su admirador Pablo (el ya muy posible ilustrador de los cuentos de ustedes). P.D.- Como Vd. sabe, también me gusta y me divierto copiando algún que otro cuadro, si está dentro de mis posibilidades, bien de una forma literal, o solo tomando el estilo. Mi lista hasta el presente ha sido la siguiente: reproducción de “El carruaje mortuorio con sus dos caballos y su muertecito dentro”, de Matisse. De Picasso, un grabado de tauromaquia, libre, tal que “El picador y el toro”, y además una de las Venus de su nueva figuración”. Del expresionismo de Marc, un personal paisaje a partir de “vaca amarilla”, con además tres cabras y un perro. Del surrealismo abstracto, uno al estilo fácil de Miró. Y de los abstractos norteamericanos, algunas recreaciones personales, la primera sobre Gorky. También me gustaría hacer algún trabajo al estilo de Nicholson, de Dubuffet y alguno del grupo Cobra. ¿Es mucha copia?. Bueno, más que copiar, lo que por ahora quiero tener es el recurso de estudiar, ensayando sobre cuadros que ya tengo seleccionados. Y otra cosa que compagino con algunas de estas copias de estilo, es coleccionar también algunos “objetos encontrados”, de los que ya tengo alguno curioso. ....................................................................................................................................... ¿Sería Pablo un cuarto menor, que con los tres principales cuentistas, comprenderíamos el grupo de siete en esta concretada ahora “Cuarta Carpeta”?. Creo que ya lo ha sido, interviniendo de antes, por derecho propio; y ahora, además de esta carta, he de añadir que ya tengo además de él, para archivar en nuestros papeles, cuatro ilustraciones que me dio, sobre los respectivos cuentos que en principio ya ha conocido. ============================================================= Quinta carta (de Gabriel a su hijo, nuestro querido Paco) 5 Querido amigo y reencontrado hijo. 214 Y hasta aquí llega todo lo que puedo expresarme normalmente. Miedo, tengo miedo, mucho miedo (y a diferencia de la mentira que pueda seguirse de esta canción, no es con sinceridad mi principal miedo, el de perderte). Tengo tanto miedo, tan constante, tan completo y tan extenso a todos los minutos de mi vida, que hasta podría describírtelo, en todos los agudos sentimientos varios que componen ese general miedo mío. Hace ya mucho que tengo miedo, quizás muy agudamente ya desde niño. Y después siempre, durante mi juventud, mi madurez, el último decenio, el último lustro, y ahora mismo y agudamente. Si me pasara a describirlo, no te diría nada más, por eso lo dejo. Cuando naciste, el viejo miedo aterrador me hizo emborracharme, dejar pronto tanta responsabilidad y largarme de aquel hogar donde tal vez hubiera podido hallar esperanzas de futuro. Tu hermano, tu verdadero padre, me encontró muy posteriormente no en las tabernas de un puerto, sino encerrado en un despacho, con un título de rango en la puerta, por el que hasta la exhaustividad me hube de pasar estudiando, para que una vez alcanzado el posterior cargo, pocos pudieran ser los que franqueasen fácilmente la entrada de ese despacho en el que procuraba esconderme. Tu hermano es la persona más excepcional que he podido encontrarme en mi vida de aterrado y que mejor pasó a reconocerme. No venía a pedirme nada que me fuera a aterrar, sino a preocuparse por ti, y de paso mí; a exigirme normalmente algo de lo que moralmente te debía, y que me era fácil, como dinero. No fue una gran reparación por mi parte habérselo dado. Pero ahora quiero sincerarte, que un poco más sí he podido darle después, y fue mi compañía para contigo. Y gracias a ello, ahora por primera vez en mi vida, escribo, puedo escribir, un christma familiar, tras tantos años de nada (Un algo de cariño por parte de un hombre que se va de este mundo sin haber querido a nadie de verdad). Perdóname que haya sido tan miedoso, que todavía lo sea, al extremo, de que aun hoy al levantarme, mi mayor consuelo para ponerme en pié, sea, al verme ya tan mayor, poder decirme, “Bueno, afortunadamente, ya me queda menos”. El hombre de hace 300.000 años, temeroso ante el rayo y la sequía, y ante tanto, quiso tener poderes superiores a los de su ser, y se inventó dioses, todopoderosos a través de cuya amistad, él se viera ayudado por ellos ante el miedo a tantos peligros e incluso a la muerte. Yo no temo a la muerte, pero frente a lo demás, no puedo engañarme con la mentira de Algo Exterior Todopoderoso que me va a ayudar. No querido Francisco, yo no creí ni creo poder ayudarte suficientemente (aunque por experiencia sé que los humanos nos podemos ayudar en algunas cosas, y varias veces a mí mismo lo han hecho), porque soy un aterrado miedoso frente a lo poco que a mí mismo me pueda ocurrir. Pero lo que sí puedo pasar a darte con esta Felicitación de Año Nuevo, es decirte que te quiero, y que no sé como, pero acompañando un poco con tu hermano en ayudarte, he aprendido a ser algo menos miedoso, a lograr solucionar alguna cosa, y sobre todo a ver el futuro de otra manera no tan trágica, cual tan equivocadamente siempre me paso a verlo. Y hasta que viendo el moverse de tu hermano, he deducido que incluso es bueno, que a veces nos surjan dificultades, para así superarnos algo más en la vida. Es este christma que te mando el mejor que he escrito en mi vida, aunque por lo demás sea el único que verdaderamente he hecho. 215 En la carpeta de los cuentos que se te han hecho, sé que se ha pasado a incluir por deseo tuyo, hasta que prosigan las nuevas narraciones de tus queridos cuentacuentos, estos christmas de ahora, y por eso he aprovechado yo además para enviarte esta mi primera felicitación, que tal vez desees se incluya allí. Para el inmediato futuro, tengo que investigar sobre este miedo y pánico que ahora sé que siempre me ha embargado, respecto a las dificultades que me rodeaban y las que yo me imaginaba venir. Tal vez para ello vaya a un psicólogo a ver si hay suerte, o pase a autopsicoanalizarme con más acierto de lo que hasta ahora he hecho. Si lograra superarme respecto al miedo, creo además respecto a ti, que podría pasar a ser un mejor amigo tuyo, frente a lo nada padre que he sido. Tal vez empiece este autopsicoanálisis por ponerme a hacer un inventario de los éxitos que he logrado ante las dificultades vividas, para así estimarme un poco más, y aun mejor, un inventario de los fracasos que he tenido, para a la postre desenmascararles de tanta tragedia como yo les he seguido pintando. Tal vez incluso, cuando me venga un nuevo miedo -que será mañana seguramente-, me decida incluso a adentrarme en él, para ver que muy posiblemente es un menor mal del que yo me imagino ser. Un abrazo de tu padre, que pronto será físico en mi próxima visita. Gabriel P.D.- Si esta carta se la das a archivar a tu hermano, tu ya sabes que aparte de lo que me preocupas tu, también me preocupa él, y por eso te añado aquí, para ti, y para él, que me parece que Antonio se está tomando esta llamada “Cuarta Carpeta, con una dedicación demasiado fuerte, por encima de lo que son sus posibilidades”, y que debe de ponerse un límite. Por mi parte si yo algún día me atreviese a contarte un cuento, por supuesto que sería un cuento de miedo, que sería el que mejor describiría. ………………………………………………………………………………………….. Esta carta por supuesto, yo no se la di a Paco, sino que fue mi hermano quien me la entregó a mí. Por supuesto me dispuse a archivarla en nuestra Carpeta sin más, sin leerla, pero fue mi hermano, anticipándose a esta posible actuación mía, quien me dijo: “No es sólo para que la archives, sino también para que la leas”. ============================================================== Y enterado nuestro cuentista don Alonso, de que don Juan Cruz y don Manuel, me habían entregado cartas recientes de felicitación navideña, para un pequeño epistolario, adjunto a nuestra colección de cuentos, me envió muy generosamente, la siguiente suya que recientemente había hecho (tras modificar las identidades). Sexta Carta (de don Alonso, al hijo de un amigo suyo) 6 Mí desconocido Miguel, pero ya cordial camarada, como joven hijo de mi entrañable amigo Ángel, que eres. 216 Te considero ya amable con justeza, por permitirme tácitamente que te dirija esta pequeña pero inusitada carta. En un principio estas letras fueron principalmente proyectadas como debido agradecimiento a tu padre, pero ya ves, nada más empezar, he preferido volcar mi intento en ganarme tu hermandad y afecto, porque pese a tu diferencia personal de menor edad, con este regateo que hago, en cuanto oriundo de tu bendito padre, ya eres un tercero a considerar en cuestión, para digamos cumplir por mi parte dos objetivos en uno. Tú no gozaste de tu abuela paterna, pero sí de madre, a diferencia de tu padre Ángel, que sólo después de una amplia orfandad en su infancia, prolongada en su juventud, logró afortunadamente casarse con una persona tan idónea y completa como debe de ser tu madre. Yo he tenido madre y padre (aunque en cuento padre, como tu abuelo, todavía fue el mío más distante de su hijo), pero como tu, sí he sido hijo único, algo que marca mucho, y en esto tenemos ambos, un buen punto en común para una comunicación intimista. En mi particular caso, pronto caí en ser un unigénito aislado en la tristeza, solitario ante sus atormentados padres, que presto me hicieron anhelar un hermano, el cual, desgraciadamente, nunca se ha hecho realidad desde aquel inicio, no ya natural, sino ni como un amigo, ni como siquiera una amistad posterior que poéticamente pudiera idealizar hermanadamente. Hoy, al cabo de tantos años, lo que sí he logrado es ya no verme ni sentirme tan entronizado en aquel aislamiento de hasta hace poco, y he aprendido a reconocer no solo la compañía de quienes me rodean, y a quienes correspondo, sino hasta el acompañamiento que me ofrece mi querida perra, que ahora mientras escribo, está aquí a mi lado de mutuo propio. Sin embargo, y por qué no, sigo añorando ese hermano que me fue negado. Hermano poético y amigo entrañable, como en otros varios casos reales sé que se han dado. Yo ya tengo muchos años, esos que tras cumplirlos te pasan a la “tercera edad”, como a ti los tuyos te ubican hacia tras el fin de “la primera”, o en la dura adolescencia, y desde esta distancia temporal no parece haber un muy posible puente entre nosotros. Pero poéticamente, sí insisto aquí, en que ambos, sí nos podemos hermanar, sin dar a esto tanta dificultad, como “con esa marcada peculiaridad o estigma de ser hijos únicos”, ya tenemos. Y como además ocurre que quiero tanto a tu padre (que también le quiero como padre, pese a que por la edad es él quien tal vez pudiera ser mi hijo), el pasar a apreciarnos tú y yo, aunque solo sea por un instante, como “hermanos”, tiene pues otra posibilidad para ambos. Gozar de hermandad, que siempre han anhelado y seguirán los unigénitos, aunque sólo sea por “poderes” (una forma jurídica curiosa de unir en los alejamientos), es una ensoñación aceptable, que no hace daño a nadie. También he añorado siempre un padre como el que a ti te ha acunado. Cuando le oigo cómo desde que eras un pequeño crío, te acunaba en sus brazos, cómo te llevó a pasear maternalmente cuando aprendiste a dar los primeros pasos, saboreando al contarnos esto y aquello la añoranza cariñosa que tal recuerdo todavía le sigue produciendo, me gustaría haber sido entonces tu hermano menor, y recrearme pensando en que ambos podíamos haber estado jugando antaño, los dos agarrándonos infantilmente, para en muchos casos mejor mantenernos mutuamente en pié, o arrodillados sobre la arena de cualquier parque, donde con cajas e inventados juguetes, más que con los reales, habríamos pasado felices tardes de infancia. 217 Creo que me porto como un viejo que chochea, y además ante un joven, quien por su parte, leyendo esto que escribo, posiblemente pueda sentirse con vergüenza ajena al verme tan ridículo, y por ello ahora mismo te pido perdón. No ha sido mi intención hacerte sentir incómodo, y así es posible que esta pequeña carta ni siquiera te la llegue a enviar. Pero si la enviase, sería por querer anticiparte prontamente a tu edad, a tus adolescentes diecitantos años, que mira tú por donde, sin ni siquiera haberle conocido, has tenido y tienes por ahí, una persona más que te quiere como a un hermano (aunque por los desajustes del tiempo, sólo te lo haya dicho por un instante). De donde se deduce que la realidad y la vida, es afortunadamente más compleja y fantástica, que como tantas veces la vemos simplificada; y lo que no es menos importante, que no estamos tan solos como creemos. Nadie en verdad está tan sólo como piensa. Tu padre, que es un excelente profesor y maestro artesano, gran trabajador, y sobre todo una persona que tanto ha sabido superarse, es para mí, como ejemplo de lo dicho, mucho más que un maestro en su taller municipal de modelado, un taller tan especial como el que él ha creado. Conste que no pongo esto dicho aquí (que él lo leerá, porque caso de entregarte este folio, pese a tu cierta mayoría, sólo lo haré con su permiso), para así coaccionarle respecto al restante futuro, como pidiéndole un especial trato de favor. Su amistad es lo único que me interesa. Y sé que él sabrá perdonarme esto dicho, como otras tantas chocheces y salidas de tono mías, diciéndome como otras veces me ha dicho, que no me preocupe tanto ante los demás, porque los demás compañeros ya me conocen (un ánimo entre otros, que siempre le agradeceré). Pero tú no me conoces. Te ruego que actúes como si me conocieras y no te pareciese extraño, como si fuera un hombre alocado pero sin peligro, como tanto tiempo lo he sido y aun persisto, que por lo demás, lo que principalmente le pasa es que sigue teniendo muy poca experiencia social. Y por fin acabo. Un día de antaño, en que finalizaba uno de mis solitarios circuitos en bici a un castillo de la Mancha, ante los coches me salí tanto de la carretera, que caí en el zanjón que a veces hay al lado del arcén. En la soledad de aquellas tierras plagadas de horizontes, me vi con un brazo dislocado, y la montura de las gafas rotas, clavado uno de sus alambres en mi pómulo. Como pude, con el brazo bueno, me coloqué acertadamente el otro descoyuntado que miraba al revés, y recogiendo la bici, me acerqué hasta una venta, cercana al pueblo donde volvía. Allí pedí entrar al lavabo, y sin más que mis uñas y un palillo, me fui sacando ante el espejo, los cachos de cristal y arena que además me había incrustado en la caída. La ventera le decía al marido que no se metiera en nada, pero él se ofreció a llevarme hasta el ambulatorio del pueblo. Aquí me limpiaron, y etc. Pero todavía nervioso, y deseoso de partir antes de que empezara a dolerme más los magullamientos, metida mi bici en el coche que allí dejé aparcado, salí pronto hacia mi casa, dando precipitadamente las gracias a todos. Posteriormente no he podido acercarme a aquella venta, y ya muy pasado el tiempo, y esta vez en las tierras norteñas de la meseta, haciendo otro circuito en bici, me topé con dos muchachas a las que se les había parado su coche. Las pude ayudar eficazmente para que prosiguieran su marcha, y ellas muy contentas, pasaron a darme las mayores gracias, y aun a desear pagarme. “De nada”, les dije sin aceptar más y me marché, pero al pronto caí en el recuerdo y les dije, “Bueno, sí, queréis podéis hacerme un favor: Si algún día vosotras podéis ayudar a alguien en un percance, 218 hacerlo, y si luego os dan las gracias debidas, decirle que se anime a “seguir el o ella la rueda de ayudarnos mutuamente”, la cual se remota a darle las primeras gracias al mesonero que hay a la entrada de Polán (el primero que generosamente me ayudó, desoyendo a su esposa la posadera). Aunque he querido ser escueto, me he extendido en la narración. Pues bien, resumo. Si mi oferta de hermandad que es sincera, ha pasado de aburrida carta, a serte entremetida; si agradeces mi ofrecimiento de hermandad, aunque no tengas por qué, y efectivamente no tienes por qué devolver nada, no hace falta que me contestes, porque yo ya para siempre te recordaré con afecto, sino que si en el futuro se te ofrece poder ayudar a alguien tan deshermanado como yo, le respondas en lo que puedas a él por mí. Recibe una afectuosa y sincera despedida, y perdona si lo que quise hacer de bien, ha acabado con mucho de ridiculez, como tan frecuentemente nos ocurre a ciertos humanos, y aun a los humanos en general. ............................................................................................................................................. Siempre tuve a don Alonso por el activista y deportista duro del grupo, por el encallecido viajero en bellos pero solitarios caminos, pero tras leer esta carta suya, me pareció que sus principales atribuciones, eran las de cariñoso, las cuales más habíamos reservado para don Juan Cruz. ¡Tan parecidos venimos a ser al cabo todos!. Por ello a veces he pensado que los varios personajes aludidos en esta Carpeta, entre reales y legendarios, todos no son sino las varias meras facetas de una sola persona. Ello podría explicarse teniendo en cuenta que todas las personas aludidas, hablantes y narrados, tienen el mismo estilo lingüístico y color de percepción de las cosas, por estar todos presentados bajo el estilo único del cronista, que todo ello después de producido, lo traduce a su versión única (incluso hasta en esta misma carta, dado que don Alonso, no queriendo ser indiscreto sobre terceros, pasó a decirme que yo la corrigiera, eliminando alusiones personales concretas a otros). Pero tal vez sea cierto que tampoco todos somos tan distintos, sino que nos parecemos más de lo que nos creemos. ============================================================== Séptima carta (de don Alonso). Y última de este inciso epistolar 7 Sr. Director de Ordenadores del Capi. La presente es una carta de gratitud a su empresa, un agradecimiento reconocido por escrito y sobre todo sinceramente, a su empleada la profesora de los cursos de Internet en el pueblo de Valdeuno, donde resido. Sé que lo frecuente es por parte del público, enviar sólo escrito lo que no cabe en los libros de reclamaciones, que se aconseja haya en todos los centros de atención al dicho público, como si sólo quejas debiéramos poder emitir los ciudadanos, respecto a los servicios públicos o privados que usemos. La gratitud por un trato específico, parece que se relega, en todo caso, a hacer un regalo particular a quien te 219 haya atendido (generalmente complicado para quien lo da y aun para quien merece recibirlo). La empleada doña Margarita, por quien concretamente felicito a su empresa, más allá de lo que compete a las normales obligaciones laborales, frente a las limitaciones acentuadas de varias personas del público que a ella nos hemos dirigido, ha actuado y actúa, con toda amabilidad repetitiva, extensa y sin molestia de volver a reanudar su ayuda, fuera de lo ya obligatorio, y que tanto nos ha animado a tantos. Es mi deber responder a ello (en nombre de mis otros compañeros que sienten lo mismo) con expreso agradecimiento, aprovechando para ello estas fechas tan señaladas de comienzos de un Nuevo Año. Por la misma ética, también hemos dado las gracias al Ayuntamiento de esta localidad, por el interés con que ha colaborado con ustedes en la dicha aula de ordenadores. Queda de Vds. suyo afmo. ………………………………………………………………………………………….. Tal como me dijo don Alonso, he omitido de esta copia de su carta enviada, la dirección y nombres de identificación a quien va dirigida, por respeto a la intimidad. Esta pequeña carta sin embargo, no me la hubiera dado don Alonso de mutuo propio, sino fuera porque tras la anterior, yo le rogué que si no le era inconveniente, me diera la copia de las restantes felicitaciones que por estas fechas había hecho, dado lo mucho de ánimo que para mi oidor amigo, la lectura de la anterior suya, le había alentado. Don Alonso lamentó, como sus otros dos compañeros narradores, no escribir ya christmas, y no poder pues darme copia alguna más de ninguna otra felicitación. ============================================================== 220 CUARTO CUADERNO: RESUMEN DE LOS CUENTOS LA VERDADERA GALAXIA FANTÁSTICA (O MI CHIQUI). 14 Cual si le mostrase al espectador un álbum de fotografías Chiqui era un animalito que me quería mucho, ciertamente, pero con una naturaleza distinta a la que le daba mi fantasía. Cualquier otro protagonista, hubiera obviado esta reflexión, pero es que yo no soy una persona eficiente, sino un loco Hay dos tipos de fantasía: real, o aquella que se da tan frecuentemente en la vida, que hace famoso el dicho de que la realidad supera frecuentemente la fantasía, y la fantasía creada es un cuadro como los de Gaugin donde aparece un paisaje, con tierra azul y cielos rojos Mientras ella viva, yo estaré cuidándola, o lo intentaré. Cuando ella muera, yo la acompañaré Aunque me gusta soñarla a veces también como un niño, al final tengo que saber quererla, por lo que es, lo cual no es poco, sino mucho. ¡QUE ESTUPENDO ES AMAR!. Frente al sopetón de la filosofía existencialista, de la cual soy asentido, es toda una salida. Siguió sin embargo meando desde su altura, saliéndole un chorrillo curvo desde su chuminín, como la universal estampa del manequen pis Cada noche, dando un salto a mi cama, va a despedirme y a que la despida yo luego a ella, Chiqui es mi niña, pero como hembra, ella tiene además sobre mí, mucho de trato maternal. Son preciosas las posiciones tan especialmente desparramadas, que ella como ningún otro semejante, ha sabido inventarse Pasar de las imágenes a las aventuras, es ya pasar a alargar mucho esta tan pequeña narración. Yo cuidaré de Chiqui, la cuidaré lo mejor que pueda, e intentaré seguir viviendo hasta que ella cumpla su ciclo, para que lo acabe feliz. Esta historia me ofrece una muy valiosa moraleja: lo que en verdad creó el hombre, fue a Dios, a un Dios único revestido como ser humano perfecto y todopoderoso. Todo hombre tras su muerte, cualquiera, podría pasar a seguir existiendo eternamente, “gracias” al dios que tan poderoso y bueno había levantado. El ser humano puede ahora gozar de la fantástica realidad, como tal, sin tener que seguir con inconsecuentes fantasías artificiales falsas, que a la larga son peores. …………………………… Las siguientes reuniones fueran como ya habíamos empezado a hacer, no en fines de semana. Además, preferían ir cambiando a residencias rurales más modestas en otros puntos de Cuenca. 221 DECIMOTERCERA SALIDA DE SIMBEL EL VIAJERO 15 Me sorprendo de lo nimios que son los hechos que me producen tales estados” Todo en la vida tiene solución, todo tiene distintas formas de verse y de resolverse “Sin embargo, aunque ya no como antaño, ya ni mucho menos como antaño, raro es el día que no me acuesto con alguna desilusión o inquietud frustrante, este no controlar mi vida, me ahoga por el absurdo miedo que ya desde hace mucho, he dejado crecer en mi corazón frustrado”. “Parezco con esta manera de pensar y de vivir, un griego”. Y un día que me parece anteayer, me sorprendió llamándome para decirme que iba a realizar un décimo tercer viaje. - “Mi bisabuela fue una ejemplar mujer. Cartagonova tiene un puerto magnífico Una interesante historia de un príncipe de Murcia sabía yo. Albarracín. El Hondo es un río especial como su nombre indica, hondo, o río encajonado, que así lo será durante la mayoría de su recorrido. Es el río más largo de toda esta península, a la que casi cruza entera, discurriendo por su centro. “Tu vienes a ver al Rey del Mundo, verdad”. “¿Podría eliminar, empecé a pensar, con los asesinos y con tantos injustos, evidentes y ocultos, que hacen de este mundo una peligra y temerosa casa, y ello al cabo no sería un mal uso de su poder?”. - No soy yo quien tiene derecho a decir si lo debo ejercitar o no. “¿Por qué, le pregunté al súbdito, vos parecéis estar dispuesto a seguir recluido aquí y recibir en herencia el poder del ajusticiamiento mental que tiene su majestad?. “Yo he sido frecuentemente bastante injusto”, me respondió. ¡Y zas!. Apareció Miguelón. No nos pudimos dar un abrazo de despedida claro está, pero yo, aupado hasta su cabeza, le di un afectuoso beso como el lamido de un cachorro en el carrillo, y él, correspondientemente, me dio un beso en mi cabeza que ocupó todo mi cráneo. Los cuatro elementos del mundo estaban allá poderosos en Armallón, donde hice noche. Las rocas caídas hasta desviar el río, mostraban cuan poderosa era la tierra. Por su parte, el viento me mostró más tarde que no es menos poderoso: dos redondeadas colinas gemelas, que la gente de por allí las llama los Senos de Venus Seguramente creyéndome un peregrino, se aprestaron a darme cobijo bajo su techo, y a cuidarme en lo que pudieron. “Yo, sí pienso en verdad que en la tierra hay ciertamente verdaderos infiernos y varios demonios”, dijo un campesino al saber de mi siguiente etapa. Y llegué hasta la revelada “Puerta del Infierno”. Muy cansado. Muy cerca de aquel curso, estaba un castillo muy especial o mágico, de monjas privadas, que también lo eran bravas Pero por desgracia, también cerca de allí, estaba otro, o el de la casa matriz correspondiente a la todopoderosa Sacra Orden de la Calavera. “ ¡Áquelos!. Áquelos, drunis” (“¡Quietos!. Quietos bonitos”); y con esta mínima frase, logré llegar hasta la puerta mayor del recinto central interior, Como mínima precaución, mi principal esfuerzo debía estar en procurar no acercarme demasiado a aquella Orden. Por lo que sólo respondí al Maestre que yo era persa. 222 ¡Qué buen logro pues se iba dando en mi personalidad con este decimotercero viaje! Redocópolis era la capital del reino central de aquella península. No me paré pues aquí. Lo que yo aconsejaría al Rey de este reino y a los habitantes de esta capital que rodea el Hondo, es que sin esperar más, se despidiesen y separasen los unos de los otros, cuanto antes (como los mismos cristianos de distinta lengua, se seguirán separando en distintas demarcaciones). Partí en un pequeño grupo. Un caballero y su escudero; un estudiante experto en las tres religiones, con lo que al fin no se sabía cual era la suya, y tres alguaciles de distintas ciudades, además de yo mismo. Se nos unieron un viejo y sus dos nietas ya mozas. Tres soldados nos pidieron parar, y nos dijeron que el soberano de aquel reino por donde discurría el río Hondo, deseaba ver al embajador de Constantinopla. “Os diré que no soy embajador del Basileo sino del Rey gobernador de Persia, mi país”, contesté, pero fui bien recibido y aporté, junto a otros estudiosos del griego, mi conocimiento, y hasta les pude ayudar a traducir varios rollos que allí tenían escritos en persa. Y terminado el invierno en aquella corte, partí de nuevo en mi recorrido. Allí se daba una curiosa planta, probé un par de ellas para ver cómo eran, y tras el resultado, di gracias a mi asistente por lo comprensivo y caritativo que había sido. Y volví al mismo camino paralelo al río, del que antes me había apartado, y volví a ver, aquí y allá, afloradas de la ribera, cuatro de aquellas semillas. Apareció un enorme Arco Iris, y desaparecido el Arco Iris, como sustituyendo a este, el más hermoso pétreo puente de arco. Un pastor del lugar estaba por allí sentado no muy lejos de mí. Me aconsejó frente a mis tribulaciones, “ser de palo”. Otro muy raro viajero me dijo: Lo bueno es, no alegrarse demasiado por cualquier tontuna, creyendo que ya siempre seremos felices, ni apenarse demasiado por cualquier desgracia, cuando por lo demás, desgracias siempre vendrán naturalmente”. -- “En general, siempre que pueda, deje darse vuestra merced un pequeño gusto, e incluso si puede, hágase de vez en cuando algún regalito” No tenía por qué retener mi risa, ni tampoco por que dejarme de sentir contrariado al no encontrar alguna cueva propicia ante la tormenta que se acercaba. Era lo normal y vital, el alegrarse y el contrariarse. Lo anormal era hacerlo excesivamente sin causa real. Aquí por fin descubrí, que el río era ya fácilmente navegable. Varios de los barqueros que a partir de ahora pude utilizar, y utilicé lo comprobó. Un inusitado castillo, que estaba levantado sobre la roca de una isla o ínsula, donde pude cambiar por dineros la letra de cambio que sus homólogos de Antioquia me dieron, y también la confirmación de guardarse allí los escritos de mi predecesora. Me dejaba no sólo como mero guardián, sino como capitán de la plaza hasta el relevo del día siguiente. Todo ha quedado a salvado, y ello en verdad gracias a vuestra inteligencia. La mucha protección del espíritu del río parece haber conducido tus pasos, se me dijo al llegar a la desembocadura. Y partí en el barco hasta la costa occidental africana, pero al embarcar yo mi mula burreña, aunque pequeña, y con ella mi perro, ello sentó muy mal al capitán y a la tripulación, por lo que decidí desembarcar y seguir a pie. 223 En Bengasi, el grupo de no integristas nos separamos. “Todos los caminos van a Roma”, se dice desde el tiempo del imperio; y todos los musulmanes van a la Meca. Y por fin llegué a mi casa. Un acaudalado comerciante, se había mostrado muy interesado por las prodigiosas semillas que le enseñé de El Hondo, por lo que ahora, tras escribirle, me confirmó su deseo de comprármelas. “Dos largos recorridos de ríos, también he recorrido yo”, añadió don Alonso. HISTORIA DE UN GRAN SABIO LLAMADO MADÍ 16 Tenemos un cuento de amor, otro de un viaje y ahora “La aventura del saber”. Madí fue un gran sabio (más que un no tener miedo a la muerte). Decía: ¡Cuidado con los sofistas!. No utilices tu estudio y tu saber, para poder concluir lo que desees, sino para ejercitar mejor la aventura del vivir que te ha venido. “Sólo sé que no sé nada. Pero ojo, eso sí, yo ya me sé los principales cuentos”. Lo primero que destacó fue por astrónomo, y luego por sus inventos con los que se mantenía respetado. Ideó para la república un muy sencillo abecedario. Y mantuvo una comunicación constante a todo lo largo y ancho de la nación. En Egipto cultivo entonces principalmente según pude comprobar, sus ya previos conocimientos de geografía e historia general, gracias a su gran método nemotécnico de ayuda, que era lo mejor Me presentó un pequeño sarcófago sin tapa, en donde se depositaba la figurilla de una momia, y me dijo que el otro aparato con imán si que ya no era un juego, sino una posible máquina muy útil. Respecto a otro aparato me dijo que aquello no era una máquina, sino una bella escultura. Él se divertía, especialmente leyendo y estudiando lo leído. La soledad “afortunadamente”, ahora ya de viejo, había logrado tocar fondo en él. Tras caer gravemente enfermo, hizo un estudio sobre la clase del clero, donde incluyó que la dicha estructura celeste enorme, se continuaba y extendía también a su manera, a la materia más minúscula. Con todo, su especialidad era la lingüista Su nuevo destino pasaba a estar en Avignon, donde seguiría estudiando: voy sobre todo por si logro hacer estudiar a un enfermo. Madí intuía, que así como estaban ya clasificados varios malignos parásitos, había además aun otros parásitos muchísimo más pequeños. Resultó que su contratante, hombre famoso, había sido privadamente sin embargo, un fracaso con su propia familia. Después de saber todo esto, pregunté allí por Madí. Finalmente vi un artículo muy interesante (y perdóneseme el no especificar más), firmado por un nombre que yo había memorizado no hacía mucho en Avignon. “A mi querido amigo y profesor, Proteo, a quien tanto le debo. D. Juan dijo que desde luego no veía en esta narración oída, una historia fantástica, si bien como todas las que se centran en personas estudiosas, luego pueden inducir más imaginación que otras 224 ENSAYO SOBRE UNA ILUSTRACIÓN GRÁFICA DE CUENTOS Contamos con la ayuda de un asistente que hacía dibujos generales sobre el cuento oído. Se las enseñé cómo no, a nuestro respetado y activo trío de cuentacuentos, quienes dijeron que en general las ilustraciones vistas podían valer también para el público infantil. Pasamos a un sí conclusivo de ilustraciones, sin más complicaciones Pablo, celador de la sala oncológica de un hospital, y artista gráfico por entretenimiento, será el autor. Hay varios tipos de producciones artísticas. Varias de estas artes matéricas o plásticas, no sólo pueden darse aisladamente, sino incluso combinarse entre sí. El artista que nosotros aquí en principio elegiremos para el ensayo es un artista multidisciplinar Este artista a desear, es ya en sí, a priori, por encima de todo deseo, una persona concreta. El artista general deseado para nuestras ilustraciones, debe ser sobre todo, un artista admirador y comprendedor, de muchas obras de arte por encima de las suyas. Será suprematista, aunque también le guste la pintura renacentista y barroca, y las pinturas figurativas del impresionismo y del expresionismo, y el cubismo y fauve. Un suprematista, en cuanto a la COMPOSICIÓN. “Un cuadro, antes que un paisaje o una batalla, es un conjunto de colores”. El color, su color, no deberá ser en él, un relleno lógico del dibujo, sino una expresión independiente y completa, tan o más importante que el dibujo mismo. No tiene por qué haber una homologación, bien de gama fría o cualquier otra continencia, sino que se pueden incluir todos los colores, pero conjuntados DIBUJO. Si le gusta el constructivismo, debe y puede usar del dibujo geométrico y asimétrico. Composición o tema: lo que quede más de otras puntualizaciones, para dejar el cuadro “redondo”. Que ponga a cada producción suya, un verdadero título adecuado. La verdad es que teorizar, sin mostrar un mínimo conjunto de pinturas que la recojan, es dificilísimo pero hemos visto ya entre ellas, algún ejemplo de lo que andamos buscando. Lo que aquí hacemos, es una ayuda para nosotros. Creemos que la ilustración, aunque no fuera totalmente abstracta es desde luego una de las más adecuadas, para cuentos de adultos como los que aquí hemos presentado. Hacemos notar que la base suprematista es de tema abstracto. El fotomontaje un tanto abstracto, y un tanto de surrealista, son buenos. Si la ilustración acaba siendo demasiado abundante, en vez de intercalarse en cada capítulo, puede ir al final, en apéndice además explicativo e recordatorio, junto al índice. El ilustrador al que hemos acudido, como amplio veedor de cuadros, es un amplio sabedor del arte pictórico. Pablo, tiene su particular prestigio interesante (e interesante para nosotros), sin tener por eso que ser considerado como un gran nombre artístico, merecedor de lo más. El chiste final, aparte de hacernos reír, parecía ofrecernos una moraleja: “La mayoría de las teorías artísticas y no artísticas, son una gilipollez. Lo más cierto es que al menos a nosotros sí nos sirvieron para jugar. El artista, es en gran parte un activo jugador. 225 ……………………………….. Una espontánea votación sobre los cuentos ya narrados dio en un tan solo un segundo intento más, que un cuento había sacado el pleno de las tres nominaciones. No obstante algunos otros cuentos más a los ya acumulados, se seguirían. Iba a dejarse pasar un mes en silencio, frente a los siete anteriores, en que a veces los cuentos dichos (casi el doble en número de los aquí recogidos), no habían pasado a ser seleccionados, o la charla durante la reunión, había pasado a ser más familiar y de amistad entre sus componentes. (En el caso de meros incidentes, yo se los narraba personalmente, frente al enfrascamiento de su manera de leer cuando eran cuentos) La mejoría notable de Paco, no se había producido ya casi radicalmente cuando le enviamos el primer cuento, sino curiosamente cuando el mes anterior, al llegar a la hipotética fecha de comenzar la primavera, le anunciamos que estábamos próximos ya con buena fortuna, a la empresa de enviarle pronto una serie de cuentos”. Me dijo Paco que le había agradado mucho, aquellos folios nuestros. CARTAS Don Juan Cruz, mandó sacar una fotocopia de su carta a sus Queridas Vivi y Merce, donde decía que: “Os quiero un montón”. Era para dos niñas hermanas pero distintas, a las que digamos dio clases don Juan Cruz. Era una carta muy cortita. Segunda Carta (de don Juan Cruz): yo puedo recordar a tu madre todavía cuando ella era una recién adolescente, y ahora ya resulta que ella es la madre tuya Tercera Carta (de Antonio) Tuve de joven adolescente un estupendo psicólogo. Después, al otro extremo de mi edad tras la pubertad, hube de conocer a otro como tú al tuyo, y que fue cuando ambos nos conocimos en el hospital. Podemos buscar un confidente de propósitos, si la insania nos vuelve a embargar. Pero al menos nos reconocimos que la enfermedad no fue una maldición de los dioses por nuestros pecados, ni porque naciéramos inferiores. Recuerda tu derecho de poder ejercer también la creatividad que esté a tu alcance, sin que por lo demás ésta te tenga que ser difícil. Y si no somos tan creativos en general, ni a ti ni a mí nos será por ello una falta grave y penable. Cuarta Carta (de Pablo, artista e ilustrador nuestro) Querido don Manuel: empezando a hacer bocetos y ejemplos varios a partir de la dicha teoría, resulta curiosamente, que me han ido saliendo distintas estampas del mismo motivo; y que además, muy importantemente, todo ello lo he ido produciendo mucho más rápidamente. Ha sido, más allá de un ensayo, un útil instrumento de contraste. Quinta carta (de Gabriel a Paco) Miedo, tengo miedo, mucho miedo; hasta podría describírtelo. Por ello quedé encerrado en un despacho, con un título de alto rango en la puerta, para que pocos pudieran ser los que franqueasen fácilmente esa entrada tras la que procuraba esconderme. 226 Ahora por primera vez escribo un christma familiar. Miedo, tengo miedo, mucho miedo, y lo repito, aunque “Bueno, ya queda menos”. Lo que yo respecto a la tal carpeta veo, es que los cuentos hasta ahora recogidos allí, no son tan interesantes. “El cuento que tu buscas como tu amuleto, será el que tu veas como satisfactorio, en los que te cuenten otros, o sobre los que ellos te cuenten o hayan contado, tu hayas recreado el tuyo, y no el que veamos o vean los demás, como el satisfactorio”. Respecto a Antonio, no veo que esta carpeta o libro sea tan urgente como se está llevando. Sexta Carta (de don Alonso) Mí desconocido Miguel, pero ya cordial camarada, como joven hijo de mi entrañable amigo Ángel. Poéticamente, sí insisto aquí, en que ambos, sí nos podemos hermanar, sin dar a esto tanta dificultad. También he añorado siempre un padre como el que a ti te ha acunado. Tu padre, que es un excelente profesor y maestro del modelado. Un día de antaño caí en el zanjón que a veces hay al lado del arcén. “Bueno, sí, podéis hacerme un favor, dije yo ahora al que ayudé: “seguir el o ella la rueda. A ti, si en el futuro se te ofrece poder ayudar a alguien tan deshermanado como yo, respóndele cariñosamente. A veces he pensado que los varios personajes aludidos en esta Carpeta, entre reales y legendarios, todos no son sino las varias meras facetas de una sola persona. Séptima carta (de don Alonso). Y última de este inciso epistolar Es en agradecimiento reconocido por escrito y sobre todo sinceramente, a su empleada la profesora de los cursos de Internet en el pueblo de Valdeuno, 227 228