COLEGIO SAN GABRIEL TRABAJO DE ECONOMÍA TEMA: HISTORIA DE LA ECONOMÍA

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COLEGIO SAN GABRIEL
TRABAJO DE ECONOMÍA
TEMA: HISTORIA DE LA ECONOMÍA
SEXTO CURSO C
LUNES 6 DE NOVIEMBRE DEL 2000
HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONOMICO
Durante ya más de un siglo, la economía ha sido impulsada y practicada comúnmente como una ciencia,
según el modelo de la física y las matemáticas. No siempre fue así. Desde el trabajo pionero de Adam Smith,
en el último tercio del siglo dieciocho, hasta mucho tiempo después de la aparición del Principles of Political
Economy de John Stuart Mill, en 1848, se consideraba a la economía como una rama de la filosofía moral
cuyo objeto principal era una dimensión de la filosofía del hombre muy poco desarrollada en las generaciones
anteriores. Parece difícil creerlo, pero antes de Smith ningún autor clásico se había preguntado: "¿Cuál es la
causa de la riqueza de las naciones?" La visión prevaleciente era: "Los pobres siempre estarán contigo". No
había nacido aún la perspectiva moral de eliminar el flagelo de la pobreza de la vida humana.
Con el transcurrir del siglo veinte, los economistas ortodoxos se sintieron cada vez más atraídos por el modelo
científico, y en particular por la fuerza y la belleza de las matemáticas. En consecuencia, la economía como
disciplina llegó a parecer algo distante de la persona humana: del sujeto activo que está en su base. En
cambio, las dos ideas que guían al Centro para el Personalismo Económico son, primero, que la ciencia
económica se asienta mejor en una comprensión plena del sujeto que en la del homo economicus; y segundo,
que la antropología filosófica cristiana nos provee una versión especialmente fecunda. Este enfoque resulta
enormemente útil para los más de dos mil millones de cristianos que habitan este planeta.
Gregory Gronbacher propone al personalismo económico como "una ciencia de la moral de los mercados". Se
basa en la obra señera de los pensadores que consideran que la inspiración original de la economía es un
campo perteneciente preeminentemente a la filosofía moral. Esta escuela se conoce como la Escuela Austríaca
o la escuela del liberalismo clásico (uno de sus líderes, F. A. Hayek, prefería que se le llamara un "Whig"). La
Escuela Austríaca prestaba una atención sostenida al sujeto activo en las actividades económicas; a los
incentivos, los valores y la información; y a la elección tanto privada como pública.
Las acciones comienzan por una elección, y por esto Ludwig von Mises inicia su obra clásica Human Action
con este sorprendente pasaje:
La elección determina todas las decisiones humanas. Al hacer su elección, el hombre no escoge sólo entre
diversas cosas y servicios materiales. Todos los valores humanos est·n sujetos a la opción. Todos los fines y
todos los medios, las cuestiones materiales e ideales, lo sublime y lo trivial, lo noble y lo innoble, se disponen
en una sola fila y se someten a una decisión que selecciona una cosa y descarta otra. Nada de lo que los
hombres desean o quieren evitar queda fuera de este arreglo en una sola escala de gradación y preferencia. La
teoría moderna del valor amplía el horizonte científico y agranda el campo de los estudios económicos.
• GRECIA Y ROMA (PRIMERAS MANIFESTACIONES)
Las cuestiones económicas han preocupado a muchos intelectuales a lo largo de los siglos. En la antigua
Grecia, Aristóteles y Platón disertaron sobre los problemas relativos a la riqueza, la propiedad y el comercio.
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Durante la edad media predominaron las ideas de la Iglesia católica apostólica romana, se impuso el Derecho
canónico, que condenaba la usura (el cobro de intereses abusivos a cambio de efectivo) y consideraba que el
comercio era una actividad inferior a la agricultura.
La economía, como ciencia moderna independiente de la filosofía y de la política, data de la publicación de la
obra Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), del filósofo y
economista escocés Adam Smith. El mercantilismo y las especulaciones de los fisiócratas precedieron a la
economía clásica de Smith y sus seguidores del siglo XIX.
• MANIFESTACIONES ESCOLÁSTICAS DE LA EDAD MEDIA.
Bueno dado a que en cualquier época de nuestra historia se ha dado la Economía, se puede decir que en la
edad media, también hubo economía, tanto en la artesanía en los grandes imperios, aparte estaban la
agricultura, la moneda que si no tuvo su mejor participación, también existió, es decir la economía en la edad
media existió de una manera rural pero existió.
El crecimiento demográfico a partir del siglo XI absteció a la vida un crecimiento de la mano de obra y
producción que desarrollo el comercio entre las ciudades, nació el sistema bancario, se implementan algunas
industrias.
Tomás de Aquino elaboró muchos ensayos durante esta época que hablan acerca de la correcta utilización de
la propiedad privada, se habla de un sistema de precios justos , todo esto deja él en varios ensayos de los que
podemos nombrar Summa Theologica y Summa Contra
Los pensadores económicos de esta época condenan la usura y concentran su atención en la transformación de
instituciones medievales, reclaman salarios justos y condenan radicalmente las practicas comerciales viciosas.
• MERCANTILISMO
El desarrollo de los modernos nacionalismos a lo largo del siglo XVI desvió la atención de los pensadores de
la época hacia cómo incrementar la riqueza y el poder de las naciones Estado. La política económica que
imperaba en aquella época, el mercantilismo, fomentaba el autoabastecimiento de las naciones. Esta doctrina
económica imperó en Inglaterra y en el resto de Europa occidental desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII.
Los mercantilistas consideraban que la riqueza de una nación dependía de la cantidad de oro y plata que
tuviese. Aparte de las minas de oro y plata descubiertas por España en el Nuevo Mundo, una nación sólo
podía aumentar sus reservas de estos metales preciosos vendiendo más productos a otros países de los que
compraba de ellos. El conseguir una balanza de pagos con saldo positivo implicaba que los demás países
tenían que pagar la diferencia con oro y plata.
Los mercantilistas daban por sentado que su país estaría siempre en guerra con otros, o preparándose para la
próxima contienda. Si tenían oro y plata, los dirigentes podrían pagar a mercenarios para combatir, como hizo
el rey Jorge III de Inglaterra durante la guerra de la Independencia estadounidense. En caso de necesidad, el
monarca también podría comprar armas, uniformes y comida para los soldados.
Esta preocupación mercantilista por acumular metales preciosos también afectaba a la política interna. Era
imprescindible que los salarios fueran bajos y que la población creciese. Una población numerosa y mal
pagada produciría muchos bienes a un precio lo suficiente bajo como para poder venderlos en el exterior. Se
obligaba a la gente a trabajar jornadas largas, y se consideraba un despilfarro el consumo de té, ginebra, lazos,
volantes o tejidos de seda. De esta filosofía también se deducía que, cuanto antes empezaran a trabajar los
niños, mejor para el país. Un autor mercantilista tenía un plan para los niños de los pobres: "cuando estos
niños tienen cuatro años, hay que llevarlos al asilo para pobres de la región, donde se les enseñará a leer
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durante dos horas al día, y se les tendrá trabajando el resto del día en las tareas que mejor se ajusten a su edad,
fuerza y capacidad".
Como conclusi{on esta doctrina básicamente consistía en que el Estado debia ejercer un férreo control sobre
la industria y el comercio para aumentar el poder de la nación al lograr que las exportaciones superen en valor
a las importaciones.. Los privilegios frente a la comunidad y al estado dieron paso a que las organizaciones de
comerciantes de diferentes clases fueran las que desarrollaran a las naciones. En los países se desarrollaron
brotes de nacionalismo extremos, esto llevo a grandes cambios políticos y sociales. El poder económico de
una nación era calculado en la cantidad de oro, plata y demás metales preciosos que tenia en sus arcas. El
mercantilismo tuvo gran éxito al estimular el crecimiento de la industria, pero también provocó fuertes
reacciones en contra de sus postulados. La utilización de las colonias como proveedoras de recursos y su
exclusión de los circuitos comerciales dieron lugar, entre otras razones, a acontecimientos como la guerra de
la Independencia estadounidense, porque los colonos pretendían obtener con libertad su propio bienestar
económico. En Inglaterra el intelectual más importante fue Gerard de Malynes y en Francia fue Colbert quien
fue ministro de finanzas de Luis XIV.
• LIBERALISMO
• ESCUELA FISIOCRATA:
Esta doctrina económica estuvo en boga en Francia durante la segunda mitad del siglo XVIII y surgió como
una reacción ante las políticas restrictivas del mercantilismo. El fundador de la escuela, François Quesnay, era
médico de cabecera en la corte del rey Luis XV. Su libro más conocido, Tableau économique (Cuadro
económico, 1758), intentaba establecer los flujos de ingresos en una economía, anticipándose a la contabilidad
nacional, creada en el siglo XX. Según los fisiócratas, toda la riqueza era generada por la agricultura; gracias
al comercio, esta riqueza pasaba de los agricultores al resto de la sociedad. Los fisiócratas eran partidarios del
libre comercio y del laissez−faire (doctrina que defiende que los gobiernos no deben intervenir en la
economía). También sostenían que los ingresos del Estado tenían que provenir de un único impuesto que
debía gravar a los propietarios de la tierra, que eran considerados como la clase estéril. Adam Smith conoció a
los principales fisiócratas y escribió sobre sus doctrinas, casi siempre de forma positiva
Esta doctrina fue la primera que aplicó el método científico a la economía. Otros fisiócratas destacados fueron
Pierre Samuel du Pont de Nemours y Victor Riqueti. Los fisiócratas se oponían a la doctrina económica
imperante hasta entonces, el mercantilismo, por lo que regularon el comercio internacional para evitar la
salida del país de las reservas de oro y plata. Los fisiócratas, que creían en la existencia de una ley natural,
defendían una política económica de laissez−faire (o de no intervención pública en la economía) que según
ellos produciría de forma natural una sociedad próspera y virtuosa, y que por tanto era favorable al
librecambio. También defendían que la agricultura era el único sector productivo capaz de crear riqueza,
mientras que el comercio y la industria tan sólo permitían la distribución de esta riqueza; los fisiócratas
estaban en contra de las políticas de comercio internacional mercantilistas, favorecedoras del proteccionismo.
Los fisiócratas alcanzaron su mayor influencia política cuando Anne Robert Jacques Tourgot, uno de
sus partidarios, fue nombrado ministro de Economía en Francia en 1774.
• ESCUELA CLASICA
Como cuerpo de teoría económica coherente, la economía clásica parte de los escritos de Smith y continúa
con la obra de los economistas británicos Thomas Robert Malthus y David Ricardo; y culmina con la síntesis
de John Stuart Mill, discípulo de Ricardo. Aunque eran frecuentes las divergencias entre los economistas
clásicos que hubo en los 75 años que van desde la publicación de Investigación sobre la naturaleza y causas
de la riqueza de las naciones de Smith (1776), hasta los Principios de economía política de Mill (1848), los
economistas pertenecientes a esta escuela coincidían en los conceptos principales. Todos defendían la
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propiedad privada, los mercados y creían, como decía Mill, que "sólo a través del principio de la competencia
tiene la economía política una pretensión de ser ciencia". Compartían la desconfianza de Smith hacia los
gobiernos, y su fe ciega en el poder del egoísmo y su famosa "mano invisible", que hacía posible que el
bienestar social se alcanzara mediante la búsqueda individual del interés personal. Los clásicos obtuvieron de
Ricardo el concepto de rendimientos decrecientes, que afirma que a medida que se aumenta la fuerza de
trabajo y el capital que se utiliza para labrar la tierra, disminuyen los rendimientos o, como decía Ricardo,
"superada cierta etapa, no muy avanzada, el progreso de la agricultura disminuye de una forma paulatina".
El alcance de la ciencia económica se amplió de manera considerable cuando Smith subrayó el papel del
consumo sobre el de la producción. Smith confiaba en que era posible aumentar el nivel general de vida del
conjunto de la comunidad. Defendía que era esencial permitir que los individuos intentaran alcanzar su propio
bienestar como medio para aumentar la prosperidad de toda la sociedad.
En el lado opuesto, Malthus, en su conocido e influyente Ensayo sobre el principio de la población (1798),
planteaba la nota pesimista a la escuela clásica, al afirmar que las esperanzas de mayor prosperidad se
escollarían contra la roca de un excesivo crecimiento de la población. Según Malthus, los alimentos sólo
aumentaban adecuándose a una progresión aritmética (2−4−6−8−10, etc.), mientras que la población se
duplicaba cada generación (2−4−8−16−32, etc.), salvo que esta tendencia se controlara, o por la naturaleza o
por la propia prudencia de la especie. Malthus sostenía que el control natural era `positivo': "El poder de la
población es tan superior al poder de la tierra para permitir la subsistencia del hombre, que la muerte
prematura tiene que, frenar hasta cierto punto el crecimiento del ser humano". Este procedimiento de frenar el
crecimiento eran las guerras, las epidemias, la peste, las plagas, los vicios humanos y las hambrunas, que se
combinaban para controlar el volumen de la población mundial y limitarlo a la oferta de alimentos.
La única forma de escapar a este imperativo de la humanidad y de los horrores de un control positivo de la
naturaleza, era la limitación voluntaria del crecimiento de la población, no mediante un control de natalidad,
contrario a las convicciones religiosas de Malthus, sino retrasando la edad para casarse, reduciendo así el
volumen de las familias. Las doctrinas pesimistas de este autor clásico dieron a la economía el sobrenombre
de `ciencia lúgubre'.
Los Principios de economía política de Mill constituyeron el centro de esta ciencia hasta finales del siglo
XIX. Aunque Mill aceptaba las teorías de sus predecesores clásicos, confiaba más en la posibilidad de educar
a la clase obrera para que limitase su reproducción de lo que lo hacían Ricardo y Malthus. Además, Mill era
un reformista que quería gravar con fuerza las herencias, e incluso permitir que el gobierno asumiera un
mayor protagonismo a la hora de proteger a los niños y a los trabajadores. Fue muy crítico con las prácticas
que desarrollaban las empresas y favorecía la gestión cooperativa de las fábricas, por parte de los trabajadores.
Mill representa un puente entre la economía clásica del laissez−faire y el Estado de bienestar.
Los economistas clásicos aceptaban la Ley de Say sobre los mercados, fundada por el economista francés Jean
Baptiste Say. Esta ley sostiene que el riesgo de un desempleo masivo en una economía competitiva es
despreciable, porque la oferta crea su propia demanda, limitada por la cantidad de mano de obra y los recursos
naturales disponibles para producir. Cada aumento de la producción aumenta los salarios y los demás ingresos
que se necesitan para poder comprar esa cantidad adicional producida
Aqu{i una breve reseña sobre sus principales expositores:
El principal exponente de esta doctrina fue Adam Smith quien es llamado el padre de la economía. En su libro
La Riqueza De Las Naciones (1776). Los postulados más destacables se basan en el liberalismo económico es
decir:
• Propiedad privada, libertad personal, iniciativa y control individual y capacidad empresarial.
• Relación Directa entre la división del trabajo y insistencia del mercado.
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• Relación directa entre la especialización del trabajo y la ampliación del mercado.
• Reinversión de las utilidades de la empresa en bienes de capital.
• A cada factor se le paga lo que corresponde según su capacitación.
• Existe una mano invisible que lleva a los individuos a actuar por beneficio propio a promover los
beneficios de la sociedad. De esta manera los mercados asignan los recursos eficientemente para
satisfacer las necesidades de los consumidores (dejar hacer, dejar pasar).
Otro importante contribuyente de esta escuela fue Tomas Maltus quien basó sus estudios en la economía
agrícola a comienzos del siglo XIX. Debido a la limitación de la oferta de la tierra esta no podía expanderse y
esto generaba un obstáculo para el crecimiento económico. Se pensaba que a medida que crecía la población
esta habitaría la propia tierra y no se podría expandir rápidamente la producción de alimentos por lo tanto el
numero de alimentos por persona disminuía con el aumento de la población y se llegaría a un decrecimiento
de la población por falta de comida.
Otro exponente del clasicismo fue David Ricardo quien estudio la economía desde el punto de vista de las
relaciones con los demás países. Planteando el comercio internacional como única alternativa de crecimiento
bajo el concepto de la ventaja comparativa, donde se plantea que cada país debe especializarse en la
producción de un bien donde su ventaja absoluta sea mayor con respecto a otros países. Su teoría del valor
trabajo, afirma que los salarios dependen del precio de los alimentos, que a su vez dependen de los costes de
producción, los cuales dependen de la cantidad de trabajo necesario para producir los alimentos; en otras
palabras, el trabajo es el principal determinante del valor.
• ESCUELA HISTORICA ALEMANA
Las actuales teorías económicas neo−institucionales tienen sus antecedentes en el historicismo alemán de
finales del siglo XIX y comienzos del XX y en el institucionalismo norteamericano de las primeras décadas
del siglo actual. Eso sí, conviene advertir que entre estos dos movimientos intelectuales no existe una nítida
sucesión evolutiva de ideas, como tampoco entre ambas y los planteamientos neo−institucionales que están en
boga hoy en día. El mismo Coase, padre del neo−institucionalismo económico, no veía proyectado
retrospectivamente en el institucionalismo precedente. Las afinidades entre estas líneas de pensamiento puede
que sean bastante tenues, incluso es posible que en una comparación severa las diferencias y contradicciones
destaquen por sobre los elementos de identidad, a pesar de lo cual parece indudable de que existe una herencia
que es recogida por los neo−institucionalistas, quienes las han desarrollado y elevado a un nivel teórico más
robusto. Para ello, en algunos casos el neo−institucionalismo recurrió a contrastar las afirmaciones
precedentes, cegando caminos que parecieron poco fértiles; y en otros, por el contrario, profundizó, amplio el
horizonte de observación y formuló teorías que dieron por superadas las anteriores. Brevemente haremos un
análisis de esta experiencia intelectual.
La escuela histórica alemana de economía tuvo como principal representante a Gustav von Schmoller
(1838−1917), y autor del Compendio de teoría económica general, obra que fue el texto de economía y de
historia económica más leído y citado en la Alemania de Bizmark, cuando Alemania se construía como
estado−nacional y fortalecía su economía industrial sobre la base de su mercado unificado. En su aportación
Schmoller recogía la tradición del historicismo alemán que habían representado antes Roscher, Hildebrand y
Knies. Desde un punto de vista teórico, en el historicismo se fundían la tradición positivista y el método
inductivo, como reflejo del camino andado por las ciencias sociales en el siglo XIX, con el nacionalismo
germano que recurría a la historia, al estudio del pasado, para dar fuerza política a su proyecto social.
El principal esfuerzo de los historicistas alemanas se orientó a la recopilación de información económica de
carácter histórica, excluyendo cualquier utilización explícita de recursos teóricos previos. Una actitud habitual
entre ellos era la desconfianza hacia la teoría. Postulaba la idea de que el cúmulo de observaciones
descriptivas aún, a finales siglo XIX, no habría sido suficientemente abundante como para formular
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generalizaciones fiables. Era necesario entonces avanzar por etapas, procediendo primero a la observación
empírica, para inducir desde la realidad las lecciones que la historia ofrecía para el futuro. Pero, en ningún
caso estas observaciones debían tender a la formulación de "leyes" sociales infalibles que crearan un marco
teórico general para la economía, ya que, según afirmaban, el ejercicio de la libertad humana impedía
pronosticar el comportamiento económico de las personas.
Esta primera formulación de principios alejaba a los historicistas alemanes de los economistas clásicos. No
compartían con Marx su visión clasista de la sociedad y la concepción del Estado que se derivaba de ésta, y a
los neoclásicos le criticaban sus posturas que exacerbaban el individualismo, mostrándose insensibles hacia la
componente social de la economía. Para ellos el foco de interés de la historia estaba en la "nación",
representación abstracta de los intereses colectivos de la humanidad, más allá del economicismo que animaba
al individuo que sólo se movía por su interés personal y de las divisiones de clase que debilitaban a la nación.
El comportamiento económico de las personas, entonces, aparecía impulsado no únicamente por la ambición
individual o el interés personal por acumular, sino que reconocían la existencia de multitud de factores que
impulsaban el comportamiento económico de los individuos, dándole cabida a la influencia de los elementos
políticos dentro de la racionalidad económica. La economía no se explicaba por si misma, sino en función de
los intereses colectivos representados por la nación.
Su preocupación por las instituciones se identificaba por encima de todo en el interés que mostraban por el
Estado. Muchos de sus estudios de historia económica tenían como tema de análisis la política económica del
gobierno y sus consecuecnias sobre la propsperidad económica y la organización política de Alemania. En el
fondo, el Estado era entendido como la institución intermediaria indispensable entre los individuos y la
nación, de allí la importancia que se le otorgó a la política económica más que a la pura teoría económica.
El legado del historicismo alemán, visto en una perspectiva de largo plazo, se puede resumir en la importancia
que le atribuyeron a las peculiaridades de cada pueblo y a sus cambiantes costumbres económicas, destacando
que no se pueden comprender correctamente las instituciones económicas de un país sin recurrir a su historia
y al nivel de progreso económico y social alcanzado.
El final de la era de influencia de la escuela histórica fue el resultado de un cambio de época. La Primera
Guerra Mundial actuó como un mega acontecimiento histórico que dividió a los siglos XIX y XX en dos
épocas muy diferentes. Se puede hablar, sin temor a equivocarse, de un antes y un después de la guerra de
1914 a 1918. La guerra trajo la decadencia de Alemania y con ello la mengua de su influencia económica e
intelectual por al menos una década; pero la guerra también trajo nuevos problemas económicos para los que
el historicismo no tenía respuestas: la inflación y su versión más exagerada, la hiperinflación. Para enfrentarla
era más eficiente el equipaje teórico de los economistas neoclásicos.
Mientras en Europa el protagonismo en la teoría económica quedaba en posesión de economistas neoclásicos,
entre los cuales destacaba la figura innovadora de Keynes, y de los marxistas que tenían por delante el desafío
de la revolución rusa; en Estados Unidos se daban las condiciones para que fraguara una tendencia
institucionalista que, aunque recogía algunas herencias del historicismo económico alemán, no era su
continuadora.
En realidad el institucionalismo norteamericano es un movimiento análogo y, al menos durante algunas
décadas, contemporáneo al historicismo alemán. Su principal figura fue Thorstein Veblen, quien tuvo amplia
influencia en Estados Unidos durante los años veinte y treinta, y sobre todo después de la crisis económica de
1929. Compartía con la escuela histórica su rechazo a la abstracción teórica de los neoclásicos y marginalista,
también sentía especial atracción por la historia económica y entendía la economía como un aspecto de la
cultura humana. Para los institucionalistas norteamericanos, la economía era concebida como la "ciencia del
aprovisionamiento social", y en esa medida se alejaba del enfoque individualista que caracteriza el análisis
económico neoclásico. Pero también se distanciaba del historicismo alemán, de carácter conservador,
desarrollando un talante progresista, más de izquierdas, con simpatías hacia el liberalismo, el marxismo y el
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laborismo. Como respuesta a los problemas de su tiempo, el eje central del institucionalismo terminó
rechazando tanto el socialismo como la exaltación de la propiedad privada, así como la actuación de los
grupos de presión norteamericanos.
No era estrictamente una escuela opuesta a la neoclásica, pero le criticaba su concepto de "equilibrio general"
y la exclusión que hacía de las otras ciencias sociales en el análisis económico. En contraste proponía una
concepción más dinámica y más próxima a la economía real, donde el concepto de proceso histórico adquiría
importancia, y donde el enfoque interdisciplinar permitía considerar los argumentos políticos y
antropológicos. En este sentido, los institucionalistas de las primeras décadas del siglo XX, descubrieron la
relevancia económica de los hábitos, las costumbres y las leyes, que conformaban el marco institucional en el
que se producían los hechos económicos y los condicionaban.
A los institucionalistas de cuño norteamericano se deben los primeros esfuerzos por reconstruir series
económicas históricas de largo plazo (W. Mitchell). Se trataba de reconstruir la información económica básica
para el análisis económico retrospectivo, y de allí el interés por el estudio de los ciclos económicos, el cambio
en las pautas de crecimiento, las tendencias de largo plazo y los factores estructurales que condicionaban la
trayectorias divergentes de los países en materia de desempeño económico.
Los cambios económicos, entonces, comenzaron a entenderse como cambios estructurales y funcionales en el
que influían de una manera determinante los factores tecnológicos y el progreso científico, resultado de la
evolución cultural de la humanidad. Veblen, en particular, concebía la institucionalización de los derechos de
propiedad como un obstáculo para el progreso y atribuía a los métodos de producción el dinamismo del
progreso.
Se había hecho una siembre fructífera y la tierra había quedado abonada. Los historicistas alemanes y los
institucionalistas norteamericanos vigorizaron la historia económica y reclamaban un sitio en el universo de
las teorías económicas con ideas propias. Ciertamente que el institucionalismo económico no había alcanzado
el grado de formalización teórica del análisis neoclásico, pero sus preguntas seguirían siendo un problema
sobre la mesa de trabajo de muchos economistas.
• ESCUELA SOCIALISTA
Los principales expositores de esta doctrina son Karl Marx y Friedrich Engels
• MARXISMO
Dentro de su sistema de planificación central Carlos Marx en su libro El Capital (1867) se destaca entre varias
las tres teorías más importantes, estas son:
• Teoría del valor y los salarios: Esta dada por la cantidad de mano de obra implementada en el mismo.
Por lo tanto la remuneración por este trabajo debe ser más alta que otros factores de producción.
• Teoría de la plusvalía: Es el robo que realiza el empresario al no remunerar adecuadamente al
trabajador. Gracias a esa plusvalía puede acumular bienes de capital aumentando el desequilibrio
social entre capitalistas y asalariados.
• Teoría de la lucha de clases: La capacidad del obrero para manifestar su inconformismo dando inicio
a los sindicatos.
• SINTESIS NEOCLASICA
La economía clásica partía del supuesto de escasez, como lo muestra la ley de rendimientos decrecientes y la
doctrina malthusiana sobre la población. A partir de la década de 1870, los economistas neoclásicos como
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William Stanley Jevons en Gran Bretaña, Léon Walras en Francia, y Karl Menger en Austria, imprimieron un
giro a la economía, abandonaron las limitaciones de la oferta para centrarse en la interpretación de las
preferencias de los consumidores en términos psicológicos. Al fijarse en el estudio de la utilidad o satisfacción
obtenida con la última unidad, o unidad marginal, consumida, los neoclásicos explicaban la formación de los
precios, no en función de la cantidad de trabajo necesaria para producir los bienes, como en las teorías de
Ricardo y de Marx, sino en función de la intensidad de la preferencia de los consumidores en obtener una
unidad adicional de un determinado producto.
El economista británico Alfred Marshall, en su obra maestra, Principios de Economía (1890), explicaba la
demanda a partir del principio de utilidad marginal, y la oferta a partir del coste marginal (coste de producir la
última unidad). En los mercados competitivos, las preferencias de los consumidores hacia los bienes más
baratos y la de los productores hacia los más caros, se ajustarían para alcanzar un nivel de equilibrio. Ese
precio de equilibrio sería aquel que hiciera coincidir la cantidad que los compradores quieren comprar con la
que los productores desean vender.
Este equilibrio también se alcanzaría en los mercados de dinero y de trabajo. En los mercados financieros, los
tipos de interés equilibrarían la cantidad de dinero que desean prestar los ahorradores y la cantidad de dinero
que desean pedir prestado los inversores. Los prestatarios quieren utilizar los préstamos que reciben para
invertir en actividades que les permitan obtener beneficios superiores a los tipos de interés que tienen que
pagar por los préstamos. Por su parte, los ahorradores cobran un precio a cambio de ceder su dinero y
posponer la percepción de la utilidad que obtendrán al gastarlo. En el mercado de trabajo se alcanza asimismo
un equilibrio. En los mercados de trabajo competitivos, los salarios pagados representan, por lo menos, el
valor que el empresario otorga a la producción obtenida durante las horas trabajadas, que tiene que ser igual a
la compensación que desea recibir el trabajador a cambio del cansancio y el tedio laboral.
La doctrina neoclásica es, de forma implícita, conservadora. Los defensores de esta doctrina prefieren que
operen los mercados competitivos a que haya una intervención pública. Al menos hasta la Gran Depresión de
la década de 1930, se defendía que la mejor política era la que reflejaba el pensamiento de Adam Smith: bajos
impuestos, ahorro en el gasto público y presupuestos equilibrados. A los neoclásicos no les preocupa la causa
de la riqueza, explican que la desigual distribución de ésta y de los ingresos, se debe en gran medida a los
distintos grados de inteligencia, talento, energía y ambición de las personas. Por lo tanto, el éxito de cada
individuo depende de sus características individuales, y no de que se beneficien de ventajas excepcionales o
sean víctimas de una incapacidad especial. En las sociedades capitalistas, la economía clásica es la doctrina
predominante a la hora de explicar la formación de los precios y el origen de los ingresos.
• KEYNESIANISMO
Después de la escuela clásica los países occidentales comenzaron a adoptar los postulados de Adam Smith a
sus economías, el gobierno no intervino o intervino muy poco en el manejo económico de las naciones. Fue
hasta el final de la primera guerra mundial donde los países involucrados enfrentaban problemas de
economías caídas, destrucción de infraestructura, inválidos de guerra, población sin recursos básicos, etc. Se
tenia que reconstruir todas las naciones de nuevo.
De esta manera llega John Maynard Keynes fue alumno de Alfred Marshall y defensor de la economía
neoclásica hasta la década de 1930. La Gran Depresión sorprendió a economistas y políticos por igual. Los
economistas siguieron defendiendo, a pesar de la experiencia contraria, que el tiempo y la naturaleza
restaurarían el crecimiento económico si los gobiernos se abstenían de intervenir en el proceso económico.
Por desgracia, los antiguos remedios no funcionaron. En Estados Unidos, la victoria en las elecciones
presidenciales de Franklin D. Roosevelt (1932) sobre Herbert Hoover marcó el final político de las doctrinas
del laissez−faire.
Se necesitaban nuevas políticas y nuevas explicaciones, que fue lo que en ese momento proporcionó Keynes.
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En su imperecedera Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero (1936), aparecía un axioma central
que puede resumirse en dos grandes afirmaciones: (1) las teorías existentes sobre el desempleo no tenían
ningún sentido; ni un nivel de precios elevado ni unos salarios altos podían explicar la persistente depresión
económica y el desempleo generalizado. (2) Por el contrario, se proponía una explicación alternativa a estos
fenómenos que giraba en torno a lo que se denominaba demanda agregada, es decir, el gasto total de los
consumidores, los inversores y las instituciones públicas. Cuando la demanda agregada es insuficiente, decía
Keynes, las ventas disminuyen y se pierden puestos de trabajo; cuando la demanda agregada es alta y crece, la
economía prospera.
A partir de estas dos afirmaciones genéricas, surgió una poderosa teoría que permitía explicar el
comportamiento económico. Esta interpretación constituye la base de la macroeconomía contemporánea.
Puesto que la cantidad de bienes que puede adquirir un consumidor está limitada por los ingresos que éste
percibe, los consumidores no pueden ser responsables de los altibajos del ciclo económico. Por lo tanto, las
fuerzas motoras de la economía son los inversores (los empresarios) y los gobiernos. Durante una recesión, y
también durante una depresión económica, hay que fomentar la inversión privada o, en su defecto, aumentar
el gasto público. Si lo que se produce es una ligera contracción, hay que facilitar la concesión de créditos y
reducir los tipos de interés (sustrato fundamental de la política monetaria), para estimular la inversión privada
y restablecer la demanda agregada, aumentándola de forma que se pueda alcanzar el pleno empleo. Si la
contracción de la economía es grande, habrá que incurrir en déficit presupuestarios, invirtiendo en obras
públicas o concediendo subvenciones a fondo perdido a los colectivos más perjudicados.
• FUNDADORES DE LA ECONOMIA POLITICA
Después de la revolución francesa una serie de cambies estructurales afectaron a lo que vendría a ser el
modelo económico adoptado por los países de occidente. Junto con esto vino la revolución industrial. De estos
dos elementos podemos tener primero a Adam Smith en Inglaterra de quien ya hablamos y a Turgot en
Francia. Este ultimo como intendente del Limousin mejoro, hizo construir magníficos caminos, mejoro la
hambruna manteniendo la libre circulación de los granos y transformo al pueblo de Limousin llegando a ser
un pueblo prospero dentro de la Francia pobre. Después vino Necker quien logro por vez primero abrir los
mercados de Francia hacia el exterior al hacer un tratado con Inglaterra en 1786, esto se llamo el tratado
franco−ingles
También tenemos a Alfred Marshall quien estableció los parámetros de la oferta y la demanda creando ya una
relación mucho más directa entre el mercado y los consumidores y la vez el estado. Finalmente esta Marx
quien desde otro punto de vista expuso su sistema comunista que influyo mucho más tarde a Lenin para la
creación de un modelo comunista en la Unión Soviética en 1917.
• POLÍTICA ECONÓMICA
Política económica, aquellas medidas que toma un Gobierno para influir en la marcha de una economía.
Algunas medidas, como el presupuesto, afectan a todas las áreas de la economía y constituyen políticas de
tipo macroeconómico; otras afectan en exclusiva a un sector específico, como por ejemplo, la agricultura y
constituyen políticas de tipo microeconómico. Los dos tipos de medidas se influyen entre sí, puesto que
cualquier decisión que cambie toda la economía tendrá efectos sobre las distintas partes, y aquella política que
afecte sólo a un sector implicará repercusiones sobre el conjunto.
Las políticas de corte microeconómico son tan variadas que resulta imposible mencionarlas todas. Pueden
estar dirigidas a un sector, a una industria, a un producto o a varias áreas de la actividad económica. Por
ejemplo, una política microeconómica puede ser la nacionalización o la privatización de los ferrocarriles, la
prohibición de exportar cuero o el cierre de las tiendas los domingos. También forman parte de la política
microeconómica la regulación del mercado de trabajo (como, por ejemplo, obligar a que se establezca
igualdad salarial entre sexos), el equilibrio entre la producción y venta de ciertos productos, como por ejemplo
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las medicinas, o la ordenación de distintas actividades, como el depósito de dinero en los bancos. Algunas
políticas microeconómicas pretenden reglamentar el funcionamiento de la economía, otras van encaminadas a
favorecer a ciertos sectores o actividades específicas. Existen fuertes vínculos entre las distintas políticas
sociales, en especial las que afectan a la educación o a la sanidad pública, que pretenden mejorar la salud, el
nivel educativo y la productividad de las personas. En general, las políticas microeconómicas crean el marco
legal en el que deben operar los distintos mercados, porque de lo contrario las fuerzas de la competencia
generarían graves injusticias de tipo social.
El alcance de la política macroeconómica depende del sistema económico existente, del marco legal del país y
del tipo de instituciones. El sistema puede ser capitalista o comunista, puede tratarse de una economía de
mercado o una economía planificada, preindustrial o industrializada. También existen importantes
discrepancias entre los economistas sobre el grado de intervención del Gobierno. Algunos defienden la
política del laissez−faire ("dejar hacer") y confían en el buen funcionamiento de las fuerzas del mercado al
destacar la mala gestión del sector público. Otros consideran que el Gobierno puede cubrir las deficiencias del
mercado. Para éstos, la política económica debe eliminar las fluctuaciones, reducir el desempleo, fomentar un
rápido crecimiento económico, mejorar la calidad y el potencial productivo, reducir el poder monopolístico de
las grandes empresas y proteger el medio ambiente. Cuanto más evidente se hace que los mercados tienen
efectos positivos y negativos sobre la economía, mayor es la presión para que los Gobiernos actúen mediante
una política económica que corrija las deficiencias de los mercados.
Sin embargo, la política económica puede resultar contraproducente si el diagnóstico de los problemas
económicos es erróneo o si el diseño de la política a aplicar no es el adecuado al problema que se pretende
resolver. Por ejemplo, la política de empleo parte de una serie de supuestos sobre las causas del desempleo
que se desconocían hasta que John Maynard Keynes afirmó que éstas radicaban en una insuficiencia de la
demanda. La solución, a partir de este supuesto, consistía en aumentar el poder adquisitivo o, cuando el nivel
de empleo se acercaba al pleno empleo, reducirlo. De igual forma, la política de control de la inflación
depende de los supuestos que se establezcan sobre los factores causantes del aumento de los precios, y estos
casos serán distintos según la hipótesis que se considere: de Milton Friedman, según la cual la inflación se
debe a un crecimiento excesivo de la oferta monetaria, es decir, de la cantidad de dinero en circulación, o lo
que es lo mismo, la hipótesis monetarista; o si la que se considera es la que defiende que la causa de la
inflación es el exceso de demanda, el alto nivel de empleo o el elevado precio de las materias primas. Casi
toda la teoría económica intenta demostrar las virtudes de la llamada mano invisible que dirige el
funcionamiento de los mercados para después analizar los fallos del mercado y las medidas de política
económica que pueden solucionar tales conflictos.
La política macroeconómica más importante es la que intenta fijar la demanda, al actuar sobre la presión que
se deriva de los recursos de la comunidad; ejerce el control del poder adquisitivo, y por tanto, de la demanda,
que por lo general se regula mediante la política monetaria y medidas fiscales. Desde el punto de vista
monetarista se controlan los tipos de interés que cobran los bancos Desde el punto de vista monetarista se
controlan los tipos de interés que cobran los bancos y la cantidad de crédito que pueden conceder; también se
regula la tasa de crecimiento de la cantidad de dinero en circulación. En algunos casos estas acciones se
complementan restringiendo las condiciones de las compras a plazos, alargando o reduciendo los plazos de
amortización. Desde el punto de vista fiscal, el Gobierno puede variar su sistema impositivo o la cantidad de
impuestos que cobra para favorecer unas actividades y frenar otras, ya sean los gastos de consumo o el nivel
de inversión. O también puede reducir (o aumentar) su propio nivel de gastos con el fin, de nuevo, de variar el
nivel de demanda. Con todas estas medidas el Gobierno modifica la estructura del mercado, al cambiar el
funcionamiento del mismo sin regular sus fuerzas. El Gobierno puede intervenir directamente regulando el
nivel de demanda efectiva mediante el racionamiento, la concesión de licencias o limitando el nivel de
consumo; puede también regular el proceso productivo promulgando distintas leyes, obligando a los
empresarios a atender ciertas reivindicaciones de los trabajadores, regulando los requisitos que deben cumplir
los productos destinados al consumo, o productos finales, o controlando los acuerdos entre distintas empresas.
Estas intervenciones pueden influir en toda la actividad económica, como cuando se limita la duración de la
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jornada laboral, o pueden influir en una única industria o actividad, en cuyo caso se trataría de una política
microeconómica y no macroeconómica.
En tiempos de guerra, o en las economías comunistas o planificadas, la política económica es más severa y la
intervención gubernamental mucho mayor. La política económica consiste, en este caso, en planificar de
manera centralizada todo lo concerniente al proceso de producción, en lugar de dejar que sean los trabajadores
y los consumidores los que establezcan sus preferencias en los mercados, convirtiendo los precios en
indicadores de estas tendencias.
Aunque casi toda la política económica la diseña el Gobierno, algunos aspectos dependen de otras
instituciones. Por ejemplo, la estabilidad de precios y el control de la oferta monetaria son dos tipos de
medidas que dependen de la autoridad monetaria, es decir, del banco central. Además, el éxito que tenga la
política económica no es algo que dependa únicamente de la acción del gobierno, sino que depende en gran
medida de las reacciones de los agentes económicos, de su comportamiento y de la confianza que tengan en la
administración, algo que el gobierno mismo no puede controlar, y menos a corto plazo. El impacto de la
política económica también depende de la cualificación y del nivel de conocimiento de las personas que
propongan las distintas medidas. Puesto que el diseño de la política económica depende del trabajo de muchas
personas, ministerios e instituciones, es imprescindible que exista una buena coordinación entre ellos.
El problema de la coordinación cobra especial importancia cuando la política económica afecta a las
relaciones internacionales. En las relaciones entre dos países hay que contemplar distintas facetas puesto que
intervienen varios factores económicos como los tipos de cambio, los aranceles, las relaciones que se reflejan
en la balanza de pagos, la inversión, el comercio, problemas de doble imposición, las leyes sobre propiedad
intelectual, etc. Un cambio en cualquiera de estos factores supondrá repercusiones sobre la economía nacional
que pueden ser de la máxima importancia, por lo que es necesario coordinar los distintos aspectos de la
política nacional y la política internacional. La economía mundial está cada vez más interrelacionada (como
ocurre en la Unión Europea y en otras áreas de integración o cooperación económica), la inversión y los
movimientos de capital son cada vez mayores, por lo que las restricciones internas debido a los
condicionamientos del mercado son también más determinantes. En este ámbito las decisiones de carácter
general se ven afectadas e influyen a su vez en todos los órdenes de las respectivas economías nacionales. Con
este fin los políticos de todo el mundo se reúnen cada vez con más frecuencia. Estas reuniones, excepcionales
antes de la II Guerra Mundial, se convocan ahora de un modo regular, ya sea en instituciones internacionales,
como en el seno de la Unión Europea, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
(OCDE), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial del
Comercio (OMC), o en las denominadas cumbres de Jefes de Estado de los países más industrializados (como
por ejemplo, la cumbre de los siete grandes) o las reuniones de jefes de Estado regionales como las del
Mercosur. La política económica puede coordinarse en estas instituciones o en las distintas cumbres, donde se
pueden tomar medidas en contra de aquellos países que no consigan ajustar sus políticas a los acuerdos
tomados en los distintos encuentros. La perspectiva de la creación de una Unión Económica y Monetaria y de
un único Banco Central Europeo amplía las posibilidades de que se consiga diseñar una única política
monetaria que afecte a todos los países miembros de la Unión Europea.
Existen fuertes discrepancias respecto a cuál debe ser el carácter de la política económica; ¿debe diseñarse una
política económica automática o, por el contrario, es mejor diseñar una política económica discrecional en
función de los factores que la condicionan? Algunos expertos en la materia defienden que hay que lograr el
equilibrio presupuestario o, al menos, limitar los déficit. Otros proponen que el banco central establezca un
límite a la tasa de crecimiento de la oferta monetaria. Otros especialistas defienden que el desempleo debe
mantenerse por debajo de determinado porcentaje de la población activa. Todas estas recomendaciones no
sólo reflejan una falta de confianza en la clase política que decide las distintas medidas que se han de aplicar
en este área, sino que además atribuye a las autoridades económicas la potestad de controlar de forma
ilimitada distintos aspectos de la economía.
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A partir de la década de 1970 la política macroeconómica ha cambiado de forma drástica. Existe una
tendencia a limitar el papel de los Gobiernos y a reducir el poder del Estado, sobre todo en lo que concierne a
su capacidad de gasto; cada vez es mayor el escepticismo existente sobre la capacidad de la administración
estatal para gestionar de un modo adecuado la actividad económica y la confianza en el control de la demanda
como medio para estabilizar el nivel de empleo es aún menor. Se subraya la necesidad de actuar en la
siguiente dirección: aumento de la competencia, incentivo de la innovación y de las empresas, promover el
atractivo exterior de la economía nacional para atraer la inversión extranjera y, sobre todo, intentar mejorar la
educación y el nivel de formación de los trabajadores. El antiguo acuerdo en torno a la capacidad del control
de la demanda para influir sobre la actividad económica ha desaparecido, y se vuelve a reivindicar la idea,
anterior a la II Guerra Mundial, de que es más efectivo tratar de actuar sobre la oferta.
BIBLIOGRAFIA
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