Masculinidad Y Paternidad – Mítos Y Siímbolos – Péter Szil

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MASCULINIDAD Y PATERNIDAD - MÍTOS Y SIÍMBOLOS
Autor
Péter Szil
(Transcripción revisada de las conferencias pronunciadas en las I jornadas andaluzas de
salud y mujer "La mujer, el hombre y sus ciclos vitales", Jerez (Cádiz), junio de 1997 y
las Jornadas Internacionales "La(s) Retórica(s) de la Masculinidad", Universidad de
Sevilla, marzo de 2000)
Esta conferencia va a tratar de las representaciones exteriores -mitos y símbolos- que
forman nuestras imágenes interiores de lo que es ser padre.
Para comenzar tengo que aclarar de qué estamos hablando cuando decimos
masculinidad. Nos movemos diariamente con dos definiciones de hombre. Una se
refiere a alguien que lleva algo entre las piernas, el ser biológico, lo que científicamente
se llama la identidad de sexo, algo que no se cambia: se nace como hombre y ya está.
Después está la otra definición de hombre, la que científicamente se suele llamar la
identidad de género.
Como seres biológicos, hombres y mujeres compartimos los mismos ciclos
vitales. Al principio somos bebés, después niños, adolescentes, adultos, ancianos y
finalmente morimos. Lo mismo pasa con los ciclos vitales que giran alrededor de la
reproducción. Al principio no podemos reproducirnos, después podemos reproducirnos
y después hay una tercera fase, en las mujeres más temprano que en los hombres, en la
cual de nuevo no podemos reproducirnos. Sin embargo esta misma capacidad de
reproducción juega un papel muy diferente en la vida de una mujer y en la de un
hombre.
En las mujeres, los ciclos vitales parecen coincidir según ambas definiciones.
Una mujer se puede sentir realizada como madre: ya ha cumplido con su cometido de
mujer y también al mismo tiempo ha realizado la función de su identidad de sexo, su
función biológica. Esto aparentemente no es así en el caso de los hombres. Acogiéndose
a la identidad de género, los ciclos vitales de un hombre no giran alrededor de la
reproducción sino de la producción. Yo puedo tener veinte niños repartidos por todo el
territorio nacional y sin embargo no se me va a considerar un hombre por tener niños,
por ser padre, sino por mi trabajo o por el título que pueda tener o por las charlas que
dé.
Una diferencia básica en la identidad de género de los hombres y de las mujeres
es que los hombres son los creadores y los destructores, mientras que las mujeres se
encargan de cuidar todo lo que hay entre estos dos extremos. Esto se ve claramente
reflejado en una encuesta reciente, según la cual sólo en ocho de cada cien familias
españolas se reparten las tareas domésticas. Esta diferencia hay que construirla, ya que
no nacemos así. Nadie mejor para ilustrarlo que nuestra querida Mafalda.
¿Conocéis estas tiras de Quino? En la primera la confrontación directa con el cometido
de mujer ejemplificado por una madre sumida en los quehaceres domésticos hace que a
Mafalda se le atragante la pregunta: "Mamá ¿vos qué futuro le ves a ese movimiento por
la liberación de la muj... no, nada, olvídalo". En la otra tira Mafalda se dirige a
Manolito: "¡Qué lindo camión! ¿Te lo trajeron los Reyes?" "Sí", responde Manolito.
"Cumplieron con su cometido de Reyes" constata Mafalda. "¡Sí, lástima que yo ya
cumplí con mi cometido de chico!" contesta Manolito mientras se aleja con su juguete
ya roto.
Cuando los chicos son educados en ese modelo y a veces incluso premiados por ello
(aunque sea de manera sutil, con comentarios "qué niño más inteligente" si inventa algo,
o llamándole "gracioso" si rompe algo, pero nada de eso si se trata de una niña), ellos
crecen con esta imagen de sí mismo. Llegados a la edad reproductiva engendran niños y
reproducen el mismo patrón con ellos. A lo mejor durante muchos años no se encargan
del cuidado del niño, pero cuando este se convierte en adolescente, cuando el niño ya
pasaría a ser adulto, de repente, los padres piensan: "yo tengo que entrar y poner normas
y mostrarle lo que es la vida". Yo veo mucho de esto en mi trabajo con familias de
adolescentes.
Voy a recurrir de nuevo a Quino para ilustrar esto. En esta caricatura el escultor dice a
los políticos consternados ante el trabajo que le encargaron: "Pero... ¡si ustedes mismos
me pidieron destacar sus dotes de hombre de acción y padre ejemplar!".
Desgraciadamente, no encontramos todo esto solamente en las caricaturas, sino
también en la realidad social. He aquí otra noticia reciente: "Un juez considera que dar
un bofetón a un hijo es un derecho de los padres". Y más allá de lo que podría ser un
caso individual, otra noticia: "1,4 millones de niños españoles son maltratados por sus
padres". (Hablando de esto, me gustaría hacer una matización al hilo de un comentario
de Victor Seidler en su conferencia de esta mañana que yo considero importante,
diciendo que el tema de la violencia en las familias no se puede reducir a los hombres.
A esto, yo quisiera añadir una observación de índole cultural. El patrón que he conocido
personal y profesionalmente en culturas tan diferentes a la española como la húngara, la
sueca o la estadounidense es que la mamá dice a los niños durante el día "si hacéis esto
o lo otro, después viene papá y os va a pegar". Sin embargo aquí veo como las mujeres
mismas se encargan de pegar a sus hijos, y además, cuando después el niño llora,
añaden esta frase que tanto he oído en España: "No pasa nada".
Ahora: ¿de qué imágenes interiores se nutren estos papeles? Cuando hablo de
imágenes, no me refiero solamente a imágenes visuales, sino más bien a cualquier
producto de esta actividad que nos hace tan humanos: la imaginación. Parte de ellas nos
han sido inculcadas, otras las creamos nosotros mismos, pero siempre a base de las
anteriores. Por eso considero un trabajo importante el darnos cuenta de cuáles son las
imágenes que llevamos dentro de nosotros. Así quizá podamos elegir, de manera que
nuestra imaginación no sea una mera reproducción de representaciones heredadas, sino
una fuerza creativa que incluso puede cambiar realidades sociales.
Y aquí entramos en el terreno de los mitos. Esta palabra, igual que la palabra
"masculinidad", tiene varias lecturas. Según el diccionario de sinónimos de la Real
Academia "mito" puede significar: "alegoría", "leyenda" o "fábula" por una parte,
"tradición" por otra parte, y finalmente "mentira", "engaño" o "ficción". De hecho, en el
plano cotidiano nos movemos generalmente con esta última definición. Joseph
Campbell, el quizá más famoso estudioso en este terreno, dice: "La mitología es la
música a la que todos bailamos, aunque desconozcamos la melodía." Aunque los mitos
muchas veces se presentan como una herencia inalterable, yo parto de que son algo que
incluso nosotros mismos podemos cambiar y de hecho estamos cambiando.
La imagen del padre castrador, destructor, severo, maltratador está para mí
íntimamente ligada a la imagen del hombre como guerrero, uno de los mitos más
arraigados en nosotros. (Esto tiene mucho que ver con la relación de padres e hijos. Una
expresión que oigo mucho aquí en España se refiere a los niños que "dan guerra". Es
una proyección curiosa, porque los niños en realidad nunca dan guerra, sólo intentan
defenderse, haciendo uso de su inteligencia innata, contra la guerra de exterminio que
los adultos libramos contra la infancia, contra la vida misma. Esta guerra tiene su
expresión máxima en la violencia masculina contra las mujeres y los niños.)
Para acercarnos a esta imagen quisiera valerme de las obras de un pintor español
que yo considero muy valiente. Me refiero a Francisco de Goya, a quien el rey Fernando
VII, al volver a España, le pide que haga una pintura que represente las hazañas
gloriosas de la guerra contra Napoleón. Goya pinta entonces los cuadros "El 2 de mayo
de 1808" y "El 3 de mayo de 1808", dos imágenes universales que muestran que en las
guerras no hay héroes, sino tan sólo crueldad y víctimas.
El mismo Goya da su lectura particular de un mito que según he podido ver en mis
indagaciones es una de las imágenes más ancestrales que todavía rigen nuestro concepto
de la paternidad. Estoy hablando de lo que era Cronos en la mitología griega o su alter
ego romano, Saturno, que devoró a sus propios hijos.
Como todos los mitos, este también tiene muchas posibles interpretaciones, por
ejemplo lo de cómo el tiempo, Cronos, lo devora todo sin piedad. El cuadro de Goya
"Saturno devorando a su hijo" me inspira a dar ahora una interpretación, que,
precisamente por ser controvertida, nos puede ayudar a trazar las raíces del fenómeno
del padre destructor.
Cuando Saturno se entera de que alguno de sus muchos hijos le quitará el poder,
prefiere ir matándolos, canibalizándolos, devorándolos uno por uno. Sólo uno es
salvado por la madre, que lo cambia por una piedra y Saturno, ciego como es, no sabe
distinguir a un hijo de una piedra. Este hijo superviviente llega a ser Zeus o Júpiter.
Siguiendo esta misma lectura, lo que este Zeus hace a lo largo de toda la mitología
griega, a veces en el Olimpo, a veces bajando a los mortales, es (¿obedeciendo a una
compulsión a la repetición?) ir violando mujeres, raptándolas, dejando hijos por todas
partes, y no hay ningún indicio de que se haya preocupado lo más mínimo por alguno de
estos hijos, sino que prefería más bien seguir con sus hazañas. Y, hablando ya de mitos
modernos, esto es todavía más interesante si consideramos que hoy en día hay algo que
se llama "movimiento de hombres para una nueva masculinidad" y que, para
diferenciarse del movimiento de hombres pro-feminista y antisexista, hace uso de un
lenguaje mítico-poético, hablando de recuperar la fuerza de Zeus en los varones
Si seguimos trazando esta asociación trágica entre paternidad y poder (propio o
superior), en lugar de la alianza del padre con el hijo, encontraremos un ejemplo
culturalmente todavía más cercano a nosotros en el Antiguo Testamento. Es Abraham,
quien, porque una autoridad se lo dice, está dispuesto a sacrificar a su hijo y ha de ser un
ángel quien le salve al hijo y no su intuición o su instinto paternal.
Todavía más cerca de nosotros en el tiempo hay imágenes que no sólo nos
rodean diariamente, sino que pertenecen a la misma base de nuestra cultura. Estas
mismas imágenes que, se supone, representan a un padre que por el bien de la
humanidad sacrificó a su hijo, pueden también tener otra lectura (y espero no herir la
sensibilidad religiosa de nadie): un hombre adulto, en aras de un proyecto que él tiene
en el mundo, sacrifica a su propio hijo, sin consultar a la madre, aunque después tiene
que encargarse ella de ser la madre dolorosa al lado de la cruz, llorando, secándole las
heridas, bajándolo de la cruz, esperando tres días a ver si resucita, mientras que el
clamor de Jesús en la cruz ("Padre ¿por qué me has abandonado?") no obtiene ninguna
respuesta.
No estoy hablando de la religión como tal, sino de ciertas imágenes que están en
la base misma de nuestra imaginación. Resulta que en la misma religión hay otra
imagen, también muy conocida por nosotros y que podría ser el arquetipo del padre
cuidador.
Aquí tenemos a un padre a quien, aún no siendo el padre biológico, le mueve el cuidado
del niño y cuando se entera de que Herodes va a matar a todos los niños primogénitos,
es el único hombre en Belén que dice "dejo mi negocio y todo y nos largamos para
proteger al niño". En esta imagen José, en un acto de mucha humildad, hace el viaje
largo detrás de María y del niño, cumpliendo su cometido de padre protector y cuidador.
Curiosamente tenemos culto a Dios, tenemos culto a María, tenemos culto a Jesús, pero
no tenemos culto a José. (Excepto por el "Día del padre" en el día de San José que es
más bien un acto de devoción al comercio que una búsqueda común de nuevos
conceptos y prácticas de la paternidad.)
¿Dónde están las imágenes del padre que sabe cuidar y nutrir? ¿Por qué
asociamos nutrición y cuidado con la madre y no con el padre? ¿Por qué nos cuesta
imaginar hombres con estas cualidades? Para dar una respuesta, aunque parcial, a esta
pregunta, primero voy a analizar los códigos visuales de lo masculino y de lo femenino.
Para reconocer estos códigos no hay nada más clarificador que la iconografía
que se ha establecido hace ya mucho tiempo en la mitología de nuestros días: la
publicidad. Masculino es el que mira hacia fuera, el que tiene contacto visual contigo
cuando tú miras a la imagen, mientras femenina es la persona que enfoca su mirada en
un punto dentro de la imagen. Estos códigos se usan constantemente, como por ejemplo
en la campaña de telefonía móvil en dos partes que se presenta aquí.
De momento no hace falta que leáis el texto (aunque es también significativo), fijaos
solamente en la diferencia entre las imágenes. Ella es mujer porque mira hacia adentro,
tiene contacto con el interior. Él es hombre porque mira hacia fuera, tiene contacto con
algo exterior. Estos son los códigos, muy potentes en sí.
El texto sirve solamente para subrayar el mensaje de las imágenes.
Para ella: "¿Cuánto cuesta decir que sí?" y "Sólo con MoviStar te costará mucho
menos decir lo que sientes". O sea: una mujer es alguien que está tan concentrado en
percibir lo que siente que incluso le cuesta expresarlo. Como ella es objeto de la
voluntad de otros y no sujeto de su propia vida, lo único que tiene que decir es un "sí".
Sin embargo a él se le vende el teléfono así: "Estaba faenando el día que nació
mi hijo. Pero le oí llorar."
Estos dos anuncios no sólo refuerzan descaradamente viejas divisiones entre los
sexos, sino también son una representación de retrocesos humanos en aras del avance
tecnológico. En estas últimas décadas en España también se ha reivindicado el derecho
de los padres a estar presentes en el nacimiento de sus hijos, y ahora, con el teléfono
móvil se nos (re)vende la idea de que lo único que un hombre tiene que hacer es
trabajar. ¿Será ésta la verdad detrás de otro mito moderno según el cuál tenemos que
hacernos con todos estos aparatos porque acercan a las personas en lugar de alejarlas? Y
de paso, después de muchos avances hacia partos menos violentos, se nos vende de
nuevo el mito falso de que un niño tiene que llorar cuando nace, como si esto no tuviera
que ver más con la posible violencia de un parto como el que se representa en el
anuncio: la madre en un hospital, en una posición que induce a la pasividad, sin el
apoyo físico y anímico del padre o de otras personas conocidas, rodeada de personas
extrañas con disfraces estériles y donde a las luces y a los ruidos fuertes que esperan al
que va a llegar a este mundo directamente del útero ahora se añade también el sonido
del teléfono móvil. (No estoy hablando solamente de mis convicciones, sino del
privilegio de haber asistido al nacimiento en casa de un hijo y una hija propios y de
varios niños más, que, aparte de un entorno lo menos violento posible, han tenido
también el calor del cuerpo de sus padres como primer contacto con este mundo y por
eso no han tenido ninguna razón para saludarlo con un llanto.)
Los mismos códigos visuales se pueden usar para retratar un hombre con
cualidades nutritivas.
Fijaos en la estructura del cuadro. Si lo "femenino" es fijar la mirada "dentro" (dentro de
la casa, dentro de sí misma, dentro de lo que es la vida cotidiana), aquí tenemos a un
hombre a quien le interesa lo que hay dentro de la imagen: su nieto, un niño. Me
reconforta mucho ver que también desde siempre existe la posibilidad de que los
hombres miren a los ojos de un niño de esta manera. Me alegraría mucho poder ver esta
mirada en los ojos de muchos más hombres, y la veo a veces pero más que nada cuando
los hijos están durmiendo o cuando son muy pequeños. Imágenes como esta podrían ser
una de las bases de una imaginación diferente sobre lo que es ser hombre.
Pero aparentemente hay otros intereses que se mueven por allí, porque cuando
finalmente tenemos una imagen actual donde el hombre mira hacia dentro, fijaos en lo
que pasa:
Esto es un anuncio de la empresa Canon, en el cual también el texto es muy importante:
"Desde que la GP215 está en la oficina llego a casa mucho antes que mi mujer". El
anuncio va claramente dirigido a los hombres. No explican lo que es una GP215, se
supone que un hombre lo sabe, pero al mismo tiempo este hombre no sabe distinguir
entre el culo y la cabeza de un niño o dar con un biberón en la boca del mismo (será que
la buena puntería es una cualidad masculina necesaria solamente a efectos de caza y no
cuando se trata de nutrir a un bebé o de mear, por lo menos mientras que los aseos sean
limpiados por mujeres). Una vez más queda desenmascarado el mito falso de que los
avances tecnológicos son para darnos más tiempo para las relaciones humanas y se
refuerza la imagen degradante del hombre como un ser incapaz de cuidar de cosas o de
otros seres. El mensaje claramente es: "Macho, si te sobra una hora de tu trabajo porque
hay una máquina que te ahorra tiempo, mejor que te vayas al bar de la esquina y hables
de fútbol con tus compañeros, porque si llegas a casa antes que tu mujer, mira el
desastre que montas".
Aunque actualmente el hombre participa en los quehaceres domésticos
solamente en ocho de cada cien familias españolas, esta imagen hoy en día molesta
incluso a muchos hombres. Se reclaman imágenes más halagadoras para los hombres en
el terreno del cuidado y de la paternidad y parece que aquí tenemos una.
A primera vista la imagen parece ser una representación más tierna del hombre. Pero en
realidad es una mentira. Y esto se puede saber incluso antes de leer el texto. Fijaos una
vez más en los códigos visuales. Él mira hacia adentro, pero ¿qué es lo que hay en el
enfoque de la imagen? Un niño que mira hacia fuera. No tienen contacto. La mentira
queda todavía más plasmada en el texto: "Ellos también pueden dar el pecho" y "Porque
Nuk imita la perfección del pecho de la madre". No. Ni ellos pueden dar el pecho, sólo
el biberón, ni se puede imitar en plástico la naturaleza, cuya perfección consiste
precisamente en que es diferente en cada mujer. Mi interpretación del anuncio es que
responde simultáneamente a dos necesidades del hombre de hoy.
Una es la de no sentirse tan superfluos como según muchas investigaciones los
padres de hoy se ven a sí mismos en sus familias. Como los que hacen los anuncios
saben mejor que los psicoanalistas que en realidad no son las mujeres las que tienen
envidia de pene, sino los hombres que tienen envidia de útero y de pecho, les mandan el
mensaje: "aunque tú por ser hombre no tienes nada que ver con los niños, en el mejor de
los casos puedes sustituir a las mujeres y nosotros te vendemos el aparato para ello".
La otra necesidad es la de compensar la incomodidad que el mismo anuncio
podría generar en muchos hombres al presentarlos con el código femenino (la mirada
hacia el interior de la imagen). Esto se logra introduciendo otros códigos: por una parte
el cuerpo muy masculino y desnudo de hombre y por la otra, para que no haya ninguna
duda, el símbolo fálico disfrazado de biberón en la parte derecha del anuncio.
Para presentar algo más alentador, he aquí una imagen que usa de una manera
coherente los códigos que yo acabo de introducir.
Aquí tenemos a un hombre cotidiano que tiene contacto dentro de la misma imagen con
el niño a su cuidado y lo que le importa es este mismo contacto, lo que es una condición
imprescindible para nutrir a cualquier otra persona. El texto subraya el mensaje: se trata
de crecer juntos y la igualdad nos hace crecer. Ahora falta cubrir el trecho que hay entre
dicho y hecho.
Al principio de mi charla he partido de que los mitos no son algo acabado, que
no son leyes, que podemos darles diferentes lecturas y nuestras elecciones de hoy
dependerán precisamente de estas lecturas.
Por eso me gustaría terminar con dos imágenes que tienen un elemento fuerte de
fantasía y, tal vez por ello, podrían ser arquetipos. Una es la imagen de la certeza y la
otra es la imagen de la duda.
Los roles dan indudablemente cierta seguridad. Se ha hablado mucho en otras
conferencias de cómo jóvenes optan por un rol supermasculino en busca de la seguridad
que les da pertenecer a un grupo con el rol ya determinado en vez de tener que buscar
ellos mismos la respuesta a la pregunta que entraña tanta incertidumbre: ¿Quién soy yo?
He aquí la imagen de la certeza:
Aquí no cabe duda alguna. Este es un "hombre". Mirad como cualquiera de los
detalles sugiere el macho: la boina, la mirada, la boca, el cigarrillo en la boca, las botas,
el patrón de la ropa, hasta la revista pornográfica que tiene en la mano, el gesto del
brazo con la manga subida y el falo, mucho más grande que lo que un hombre jamás en
la vida pudiera tener y que ya ni siquiera es simbólico, sino de hecho es un cañón. No
falta nada. Aquí no hay ninguna confusión, la imagen es coherente y la coherencia da
seguridad.
Y para acabar he aquí la imagen de la inseguridad, de la mano de otro pintor
español, José Ribera, llamado el Españoleto.
¿Qué soy yo? ¿Quién soy yo? ¿Hombre? ¿Mujer? Y es ahí donde yo prefiero
quedarme. No para terminar, sino para tomarlo como punto de partida. Ojalá se nos
confundiesen todavía más los límites entre masculino y femenino. Esta imagen puede
ser tanto la representación de un problema hormonal como de un nuevo arquetipo de
hombre nutritivo, de esa parte interior del hombre que también sabe nutrir, que sí puede
dar el pecho simbólicamente.
Los mitos no sólo no están acabados, sino que están por hacer, por lo menos el
mito del varón. Está por crear el mito del hombre no castrador, no devorador de sus
hijos, el mito del hombre cuidador. Nunca mejor que ahora citar algo que se ha oído
tanto que ya nos suena banal, pero fijaos en lo que dice Antonio Machado:
"Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar".
***
Gracias a Phyllis Chesler por su libro "About Men" (The Women's Press, London,
1978) y también a Bippan Norberg, Carmina Pinteño, Esther Recio, José Ángel Lozoya,
Lomi Szil, Luis Bonino y Vicente Barba por compartir ideas y por apoyarme
moralmente y en la práctica.
***
Relación de imágenes:
1. Quino: Mafalda
2. Quino: Potentes, prepotentes e impotentes; Lumen, 1989
3. Francisco de Goya: Saturno devorando a su hijo
4. Desconocido: Abraham sacrificando a Isac
5. Desconocido: Majestad
6. Fra' Beato Angelico: La fuga a Egipto
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9. Domenico del Ghirlandaio: Un hombre viejo con su nieto
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12. Anuncio del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales
13. Fotografía de Miguel Berrocal
14. José Ribera: La mujer barbuda
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