El paro agrario y popular, síntoma de algo nuevo que... en Colombia

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El paro agrario y popular, síntoma de algo nuevo que nace
en Colombia
José Antonio Gutiérrez D. :: 12/09/2013
Finalmente, el narco-gobierno tuvo que sentarse a negociar después de semanas de dura
represión que provocaron al menos 12 muertos y más de 500 heridos
Es muy acertada la decisión de la MIA [Mesa Nacional Agropecuaria y Popular de Interlocución y
Acuerdo] de convocar a su propia Cumbre Agraria Campesina y Popular, donde la agenda la ponga
el mismo pueblo. Por fin está llegando la hora a los de abajo y no podemos dejarla pasar. Estamos en
un momento histórico que es como una bisagra y debemos poner todas nuestras fuerzas para que la
crisis se solucione de manera favorable a los intereses populares. Finalmente, el gobierno se sentó a
negociar a nivel nacional con dirigentes del paro agrario y popular que ha sacudido a Colombia
desde el día 19 de Agosto. Esta reunión ha ocurrido después de semanas de dura represión contra
los campesinos, en la cual se ha dado un tratamiento militar a la justa protesta social, dejando un
saldo de, al menos, 12 muertos, más de 500 heridos (muchos de ellos mutilados) y cientos de
detenidos [1]. El gobierno, de la mano de la represión, buscó desactivar el paro mediante la
negociación de manera sectorial y regional, a la vez que intentó desconocer y ocultar la gravedad del
malestar social (“No hay tal paro”). Ni 50.000 soldados a la calle para desbloquear las carreteras ni
la militarización de Bogotá pudieron con la determinación popular de lucha ante las políticas
nefastas que se vienen impulsando desde el gobierno en detrimento de las amplias masas excluidas,
en particular, de los Tratados de Libre Comercio, TLC (con EEUU, UE, Corea del Sur) [2]. Crisis y
represión: no hay sorpresas Nadie puede decir que la crisis ha sido una sorpresa. Por años,
diversas plataformas, organizaciones campesinas y populares, denunciamos los efectos que los TLC
tendrían sobre las mayorías empobrecidas en Colombia, fundamentalmente sobre la población rural.
Un estudio de Oxfam, fechado en el 2009 [3], incluso denunciaba que el ingreso de las familias
campesinas, de por sí el más bajo de toda la población colombiana, se desplomaría en un
espectacular 70% gracias al TLC con los EEUU... ¿equivale la firma de este TLC a otra cosa que a
decretar la pena de muerte para el campesinado nacional? ¿Se refería a los campesinos el ex
vicepresidente Francisco Santos cuando decía, celebrando la firma del TLC, que habría
“perdedores”? [4] Y cuándo decía, con visible entusiasmo, que también habría ganadores, ¿se refería
acaso a los grandes consorcios agroexportadoras norteamericanas que en un año han aumentado las
exportaciones de arroz subsidiado a Colombia en un astronómico 2000%? [5] ¿Acaso exageraba el
arzobispo de Tunja, Mons. Luis Augusto Castro cuando llamaba a estos TLC una “traición a la
patria”, si por “patria” se entiende a las personas de un territorio? Marx decía que el Estado es la
oficina de la clase capitalista para administrar sus negocios. En Colombia, el Estado es una oficina
transnacional manejada por gente que desprecia y desconoce al pueblo colombiano, que están más
familiarizados con Nueva York que con Ciudad Bolívar. Así como no debería haber sorpresa sobre los
desastrosos resultados del TLC, tampoco lo debería haber respecto al trato salvaje y
desproporcionado que enfrentó la protesta social. Mal que mal, absolutamente todas las
organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos, incluida la oficina del alto
comisionado de la ONU para los derechos humanos en Colombia [6], criticaron la ampliación al fuero
penal militar, la cual muchos denunciamos a su momento como carta blanca para la impune
represión a gran escala de la creciente movilización social. Del mismo modo, criticamos que la Ley
de Seguridad Ciudadana serviría para criminalizar la protesta social. ¿No es esto acaso lo que hemos
visto en estos días? Se criminaliza la protesta y luego se dan garantías de impunidad y rienda suelta
a los más bajos instintos represores de un ejército formado en la doctrina del “enemigo interno”.
¿Negociar o ganar tiempo? Al final de cuentas, el gobierno negocia pero no de buena fe. Su
negociador estrella es Angelino Garzón, el mismo que en su condición de ex sindicalista, impulsó el
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TLC con EEUU ante la oposición de los sindicatos de ese país, que cuestionaban el asesinato de
sindicalistas en Colombia. El gobierno de Santos negocia con sangre en sus manos y tendrá, tarde o
temprano, que dar la cara a las víctimas. Santos negocia porque le tocó, porque no pudo derrotar la
voluntad de un pueblo movilizado y digno. El domingo 8 de Septiembre, voceros de la Mesa Nacional
Agropecuaria y Popular de Interlocución y Acuerdo (MIA), representando a organizaciones de 17
departamentos, acordaron desbloquear las carreteras para el día martes 10, para así comenzar el
proceso de negociación en torno a la agenda de seis puntos que presentaron al gobierno el día 8 de
Agosto y que, al ser ignorada, forzó el recurso a las vías de hecho. Estos puntos son la crisis de
producción agropecuaria; la propiedad de la tierra; la territorialidad campesina, afro e indígena;
política minero-energética y extractivista; derechos políticos de la población rural; e inversión social
(educación, salud, vivienda, vías, servicios) [7]. Santos, lo que pretende, es ganar tiempo con estas
negociaciones, mientras su “unidad nacional” se agrieta por todas partes y su imagen se desploma
ante la opinión pública sin que ninguna operación de maquillaje mediático pueda hacer nada al
respecto. Se critica que Santos tenga una política zigzagueante, pero no puede ser de otra manera
pues ésta refleja las contradicciones propias del bloque dominante en medio de una grave crisis de
hegemonía. Pero en lo que no muestra ningún zigzagueo, es en la defensa a rajatabla del modelo,
como queda demostrado con la nominación del nuevo ministro de agricultura, Rubén Darío
Lizarralde, empresario palmicultor, gerente general de Indupalma, empresa intrínsecamente ligada
al paramilitarismo, personaje implicado en negocios obscuros y acusaciones de corrupción en su
contra en el departamento de Vichada, enemigo declarado de las Zonas de Reserva Campesina [8].
No podía Santos, en todo el país, encontrar un ministro más anti-campesino. Pero Lizarralde
representa fielmente el modelo de desarrollo rural al servicio de las multinacionales y la
agroindustria que su gobierno define como una locomotora del desarrollo. Santos negociará
desesperado, improvisará, ofrecerá plata a diestra y siniestra, asumirá compromisos que
invariablemente incumplirá. No podrá cumplir a menos que dé un viraje radical en su política, cosa
que no hará. Ya lo hemos visto prometiendo demasiado estos años, sin cumplir nada. Amylkar
Acosta, ahora flamante ministro de minas, explicaba -en una columna escrita hace apenas una
semana- que, “en vísperas del ‘tal paro’ (…) un proyecto de presupuesto para la vigencia del 2014
(…) recorta la partida correspondiente a la inversión del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural
el 37%. Más grave aún, (…) habiéndose comprometido el Gobierno a mantenerle a los cafeteros el
programa de Protección de Ingreso al Caficultor, (…), no incluyen esta partida en su proyecto de
presupuesto.” [9] Así es Santos y toda la oligarquía colombiana: firman con la mano y borran con el
codo. Crisis del modelo y la verdadera naturaleza del régimen Es importante recalcar que los
compromisos asumidos por Santos con las “dignidades” en términos de salvaguardas y
compensaciones no representan un cambio de política y no son más que paños tibios que postergan
la crisis en lugar de superarla. De ahí no pasará, a menos que la presión popular se encargue de
quebrar el espinazo del sistema. La profundidad de la crisis nos señala que estamos ante una crisis
del modelo, como se expresa en la amplia convocatoria de la protesta; aún en nuestro ambiente
cercano, hemos visto personas políticamente conservadoras expresar su hastío con las políticas de
miseria del Estado oligárquico. Ahí está Boyacá, departamento tradicionalmente “godo” y hoy
bastión de la lucha campesina. Esta movilización, así como las luchas del Catatumbo, también han
evidenciado la naturaleza violenta y anti-popular del régimen colombiano, más allá de toda la
retórica hermosa sobre cambios que acompaña al proceso de paz. Santos fantasea con el postconflicto y pone una presión indebida sobre las negociaciones de La Habana, a fin de sacar una paz
barata, exprés, alimentando la quimera de que un conflicto de seis décadas puede solucionarse en
unos meses de negociación porque a él, desde su cálculo politiquero le conviene; al mismo tiempo,
utiliza la fuerza militar contra las protestas sociales que recorren el territorio colombiano. ¡Si no hay
garantías para la protesta social de los sectores legalmente constituidos, nos podemos imaginar qué
garantías puede dar el actual régimen a las fuerzas insurgentes una vez abandonen la lucha armada!
La violencia del régimen contra el pueblo demuestra que es la violencia de Estado, como respuesta
mecánica al descontento y las demandas sociales, la cuál está en la base del conflicto armado
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colombiano. Recordemos que los que originalmente se conformaron como autodefensas, fueron los
campesinos ante la violencia oficial y paramilitar del régimen –de ahí proviene el movimiento
guerrillero. Santos lo que ha hecho es demostrar que esta oligarquía, violenta, mafiosa, no ha
renunciado a la utilización de la violencia letal para mantenerse en el poder a toda costa. No menos
sorprendente fue la estigmatización de los movimientos detrás de la protesta, en particular de la
Marcha Patriótica, a quienes Santos cuestionó por tener una “agenda política”… ¿es que acaso la
política es patrimonio de la elite dorada a la cual él representa? ¿Si los movimientos populares,
campesinos o de izquierda tienen una agenda política también para el país, entonces eso los
convierte en sospechosos y en objetivo militar? ¿Según Santos sólo los ricos tienen derecho a pensar
el país y el rol de los pobres es servir de apoyo a las maquinarias clientelistas electorales que ellos
crean para repartirse al país como su torta privada? Esta criminalización concluyó, entre otras
detenciones arbitrarias, con la prisión de Húber Ballesteros, dirigente agrario y de la Marcha
Patriótica, vocero nacional de la MIA, arrestado bajo cargos de “rebelión” sacados de debajo de la
manga [10]. Con esto Santos nos demuestra que no tiene ningún interés de avanzar de manera
sustancial en la apertura democrática y que su concepto de democracia sigue siendo restringido,
elitista, impermeable a la participación popular. Un nuevo poder en ciernes El desarrollo de la
lucha, que comenzó como un rugido sordo, que fue creciendo hasta convertirse en un poderoso
clamor popular en todo el territorio, ha venido a confirmar y a matizar las cuatro constataciones
básicas que hacíamos un día antes de comenzar el paro: El sector que lidera las luchas populares en
Colombia, es el campesinado, liderazgo que deriva de la centralidad que la Colombia rural tiene en
el proyecto rentista, minero-exportador del gobierno; del carácter oligárquico del Estado; y del
enorme acumulado de resistencias históricas de este sector. Al calor de las demandas y la
movilización campesina, se canalizó el descontento popular de las amplias capas urbanas, expresado
en movilizaciones gremiales, estudiantiles y cacerolazos. La ruana se convirtió en un emblema de
dignidad. Que el pueblo avanza en un proceso de unidad y convergencia, pero que los niveles de
unidad alcanzados aún son insuficientes para las tareas del momento. La protesta comenzó con
pliegos diferentes (MIA, Dignidades, CNA, gremios) y, aunque es normal que diferentes sectores y
localidades tengan propuestas específicas, al calor de la lucha no se logró concentrar la lucha en las
demandas centrales y más sentidas por todos los sectores. Eso dio pie para que el gobierno buscara
dividir al campo popular mediante la negociación sectorial y parcial: paperos por un lado,
transportistas por otro, lecheros por acá, indígenas Pastos por allá, etc. Al final, las “dignidades” se
bajaron en los departamentos de Boyacá, Cundinamarca, Huila, Tolima y Nariño, y los transportistas
lograron un acuerdo por su cuenta. Las negociaciones con la MIA tienen un carácter nacional y
agrupan al sector más importante del paro; sin embargo, hay sectores que no están representados
en ella, como los agrupados en torno al Coordinador Nacional Agrario, que tienen un aporte
específico que hacer. La unidad no tiene sólo una dimensión cuantitativa, sino también cualitativa,
ya que se enriquece no sólo por el número de personas sino por el número de visiones y aportes. La
unidad desde abajo, desde la lucha, desde la base, sigue siendo una tarea pendiente en la cual hay
que dar pasos mucho más audaces y abandonar ciertos chovinismos organizativos. Las tareas que
nos convocan nos requieren espíritu amplio y generosidad con los compañeros. Las bases populares,
hastiadas y burladas, han comenzado a desbordar los canales institucionales de domesticación de la
protesta y a superar a las dirigencias burocráticas. Las dirigencias de las federaciones, en la cama
con el bloque en el poder, no impidieron que sus bases insatisfechas salieran a la calle aún cuando
oficialmente no respaldaran o se opusieran a la movilización. Si bien los titulares de los primeros
días decían que los sectores populares salían al paro “divididos”, en realidad quedaba en evidencia
que esas burocracias están tan fuera de sintonía con las necesidades de sus bases como el
mismísimo gobierno. Lo mismo se vio con las dirigencias superiores del movimiento indígena, que
gracias a la luna de miel que vive con el santismo, evidenciada en los besitos que el 9 de agosto
Santos envió a la ONIC y al CRIC (que les agradecía su contribución a Colombia) [11], se
mantuvieron prácticamente al margen, salvo la movilización de último minuto del CRIC en el Cauca
que más parecía un intento de no quedarse totalmente al margen de los eventos. Sin embargo las
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comunidades indígenas y las bases de esas organizaciones desde un primer momento se movilizaron
de la mano de afrodescendientes y campesinos mestizos, con gran fuerza en el suroccidente, pero
también en otras regiones del país. Que las masas mismas son las que han irrumpido en el escenario
político mediante su lucha. Sorprende no sólo la persistencia de la resistencia, sino además la
capacidad popular para desarrollar al calor de la lucha liderazgos verdaderamente colectivos,
nacidos de las mismas bases, dejando entrever una nueva forma de democracia, ajena a las roscas y
caudillismos tan propios de la política colombiana. Hemos dicho que hay algo nuevo que está
naciendo en Colombia, algo que se ha definido de forma más nítida en este paro, y es, ni nada más ni
nada menos, que la emergencia de un verdadero poder popular capaz de enfrentar al poder de la
oligarquía, concentrado en el Estado. Un poder creador y soberano, que no se conforma con
promesas ni con ser tratado como clientela electorera. *** El paro agrario y popular no se ha
acabado, pese al acuerdo sobre desbloquear las rutas: hoy hay movilización del sindicato de la
educación (FECODE), los estudiantes seguramente pronto tendrán sus propias movilizaciones y las
organizaciones populares han planteado que estarán expectantes al cumplimiento de los acuerdos
que, de no cumplirse, los verán de nuevo tomarse las rutas. Pero las luchas del mañana deben contar
con niveles más amplios de coordinación y unidad, la cual no puede improvisarse a último minuto. La
histórica división dentro del movimiento popular, sigue siendo el talón de Aquiles del pueblo.
Aunque digamos a manera de consigna que necesitamos uno, dos, cien Catatumbos, en realidad el
pueblo colombiano no puede darse semejante lujo: el Catatumbo fue una lucha heroica, histórica,
que produjo un punto de inflexión en las luchas sociales, pero necesitamos movilizaciones de alcance
nacional, con un programa mínimo común, que convoquen a todos los sectores afectados por el
régimen en base a propuestas sencillas de superación del actual modelo rentista, neoliberal,
excluyente. El consenso social en torno a Santos se ha esfumado y éste alcanza niveles históricos de
impopularidad. El más claro sostén del régimen, en estos momentos es la física violencia, la cual no
podemos permitir que quede en la impunidad. Lo cual tiene obvias implicancias para el actual
momento político. Por una parte, debido a la ilegitimidad del actual régimen y del actual modelo, un
eventual acuerdo de paz entre Santos (quien negocia a nombre del Estado y no como persona
particular) y la insurgencia, si quiere tener un mínimo de legitimidad social, debe tener un
mecanismo de participación popular más amplio y de mayor alcance que la mera ratificación por
referéndum que propone el gobierno. La propuesta de la asamblea constituyente, en este escenario,
adquiere una relevancia mucho mayor. Finalmente, en el seno del movimiento popular está naciendo
un nuevo poder, que debe expresarse con toda claridad, que debe ser ambicioso en su vocación
transformadora. Si bien algunos comentaristas mencionan la importancia de estar en el show que se
está montando Santos el 12 de Septiembre con el Gran Pacto Nacional por el Agro, porque hay que
debatirles, porque hay que “aguarles la fiesta”, también es cierto que no podemos seguir
eternamente permitiendo que la agenda política la siga imponiendo la oligarquía. Si bien es
importante que hayan representantes de las organizaciones populares en ese encuentro para debatir
y sentar una posición clara, es muy acertada la decisión de la MIA de convocar a su propia Cumbre
Agraria Campesina y Popular, donde la agenda la ponga el mismo pueblo. Por fin está llegando la
hora a los de abajo y no podemos dejarla pasar. Estamos en un momento histórico que es como una
bisagra y debemos poner todas nuestras fuerzas para que la crisis se solucione de manera favorable
a los intereses populares; si no, como decía el anarquista italiano Malatesta ante la emergencia del
fascismo: “la burguesía nos hará pagar con sangre el susto que le hemos hecho pasar”. Ya sabemos
de sobra que a la oligarquía colombiana no le importa derramar toneladas de sangre para que no le
alboroten el rancho; pero los vientos soplan a nuestro favor y de nosotros depende romper, por fin,
el ciclo infernal de violencia de clase que consume a Colombia.
Notas: [1] http://prensarural.org/spip/spip.php?article12045 ; http://anarkismo.net/article/26054 [2]
http://anarkismo.net/article/26094 [3]
http://www.oxfamamerica.org/files/colombia-fta-impact-on-small-farmers-final-english.pdf [4]
http://www.elespectador.com/noticias/nacional/asi-celebro-aprobacion-del-tlc-francisco-santos-videolahaine.org :: 4
443247 [5] http://www.portafolio.co/economia/ventas-comida-estados-unidos-colombia [6]
http://www.caracol.com.co/noticias/actualidad/reforma-al-fuero-militar-en-colombia-preocupa-y-es-in
necesaria-onu/20130614/nota/1915987.aspx ; http://www.anarkismo.net/article/20768 [7]
http://anarkismo.net/article/26030 [8] http://prensarural.org/spip/spip.php?article12015 ;
http://prensarural.org/spip/spip.php?article12037 ;
http://www.lasillavacia.com/historia/lo-que-se-pierde-y-lo-que-se-gana-con-el-cambio-de-ministros-45
572 [9] http://www.contextoganadero.com/columna/la-tormenta-perfecta [10]
http://anarkismo.net/article/26099 [11]
http://www.elespectador.com/noticias/nacional/santos-agradece-los-pueblos-indigenas-su-aporte-soci
eda-articulo-438971 anarkismo.net
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