La desobediencia como necesidad urgente

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La desobediencia como necesidad urgente
Iñaki Gil de San Vicente - La Haine :: 15/01/2014
La solución no es otra que llenar de contenido político y teórico
socialista toda práctica de desobediencia, de lo contrario será
integrada
En Agosto de 2008 escribí un relativamente largo texto titulado 'La desobediencia como necesidad',
a libre disposición en la Red. Ahora presento a debate público en la Kultur Etxea de Burlata, Irunea,
este otro mucho más breve en contenido pero algo más largo en el título al añadirle la prioridad de
la urgencia. Las razones que justifican este llamado a la urgente necesidad de la desobediencia
masiva, sostenida, coordinada y organizada, son obvias. De verano de 2008 a enero de 2014 se ha
endurecido, intensificado y extendido sobremanera el ataque sistemático e implacable del capital
contra el trabajo, de los Estados nacionalmente opresores contra los pueblos que explotan, y del
sistema patriarco-burgués contra las mujeres. Y este devastador ataque inhumano va a endurecerse
más aún. Todavía en Agosto de 2008 éramos relativamente pocos quienes defendíamos no sólo la
existencia de una crisis sistémica en el capitalismo mundial, que iba agravándose por momentos,
sino que sobre todo insistíamos en que esa crisis estaba adquiriendo especial gravedad, formas y
expresiones mucho más agudas en el Estado español por sus contradicciones sociohistóricas
irresolubles. Todavía éramos menos quienes planteábamos la necesidad de avanzar en la
autoorganización práctica y teórica para aumentar las luchas contra los ataques capitalistas. El texto
La desobediencia como necesidad se inscribía en este esfuerzo por acelerar la concienciación
práctica y teórica que avanzaba más lentamente que la celeridad creciente de la crisis. Entonces era
obvio que por momentos se agrandaba la distancia entre la rápida agudización de las
contradicciones objetivas y el lento avance de la conciencia subjetiva organizada como fuerza
material. La reflexión sobre la desobediencia en cuanto una de las señas básicas de la identidad
humana autoconsciente y crítica, esta reflexión imprescindible, debía ser por tanto impulsada en las
dos vertientes de la praxis: en la acción y en el pensamiento. Bien mirado, este esfuerzo venía de
lejos pero se había reforzado nada más estallar la crisis parcial en Agosto de 2007, cuando la
denominada crisis de los bonos basura destapaba una podredumbre subterránea más pestilente e
infecta, más generalizada, que la trágica hecatombe de miles de familias obreras y populares
norteamericanas lanzadas al abismo de los desahucios. Si en Agosto de 2008 éramos pocos quienes
advertíamos del problema, aún éramos menos quienes justo un año antes explicábamos que la crisis
parcial de los bonos basura se inscribía en una dinámica de confluencia de sub-crisis en una única
gran crisis capitalista que por sinergia dialéctica o ley del aumento cuantitativo y del cambio
cualitativo, era esencialmente más grave que la simple suma de las crisis parciales, cambio
cualitativo ante la que debíamos responder rápidamente. En Lecciones prácticas de una crisis
prevista, del 17-08-2007, a libre disposición en la Red, se avanzaba en esta dirección. El punto
decisivo sobre el que gira en estos momentos la praxis de la desobediencia como urgente necesidad
no es otro que el de la correcta valoración de la esencia de la crisis capitalista actual. Más adelante
comentaremos algo sobre la frivolidad inconsciente de quienes siguen reduciendo la desobediencia a
la mera ideología pacifista, pero antes debemos hincar los pies en el suelo de la realidad e introducir
nuestra cabeza en lo más duro de la lucha de contrarios antagónicos que determinan las tendencias
fuertes que está imponiendo la burguesía mundial al amparo de la crisis. La desobediencia, como
una de las tácticas de lucha revolucionaria, sólo tiene visos de efectividad si se basa en una correcta
valoración de los cambios introducidos por el capital en sus anteriores tácticas, estrategias,
doctrinas y paradigmas represivos, cambios destinados a imponer definitivamente brutales
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condiciones de sobreexplotación que, en Occidente, nos recuerdan a las existentes en el capitalismo
de finales del siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX, antes de que la lucha obrera y popular
empezara a obtener victorias sectoriales que mejoraban relativamente su malvivencia cotidiana.
Pero sólo nos lo recuerdan porque ahora, a estas alturas del siglo XXI la civilización del capital
dispone de instrumentos de terror material y simbólico, de potenciación del fetichismo, de sumisión
y de obediencia muy superiores a los de entonces. Es por esto que la táctica de la desobediencia
debe siempre estar supeditada a la estrategia de la toma del poder como camino hacia la República
Socialista Vasca, porque sólo una perspectiva histórica revolucionaria puede oponerse a la
perspectiva histórica reaccionaría. El tiempo político no es neutral, es un arma. Es por esto que
siempre es necesaria la revisión autocrítica de lo que se ha escrito y sostenido en el pasado, porque
malvivimos en una realidad objetiva de lucha permanente de contrarios irreconciliables de manera
que el capital, los Estados español y francés, el sistema patriarco-burgués, también intervienen
activamente en la lucha con sus planes a medio y largo plazo, con sus innovaciones y con sus
alternativas varias, que frecuentemente aparentan ser diferentes cuando en el fondo buscan el
mismo objetivo. Las referencias a los dos textos arriba citados, el de 2008 y el de 2007, y a otros que
no se citan pero que son también necesarios como los que tratan sobre la teoría de la organización
de 2011, por ejemplo, corresponde a este deber metodológico de autocrítica colectiva permanente,
virtud tensa sustituida hace tiempo por de la cómoda palabrería normalizadora y moderadora. Lo
que sigue es una muy breve síntesis de las tendencias fuertes desarrolladas por el capital con la
excusa de «salir de la crisis», síntesis inserta en la línea teórica y política de los dos textos
referenciados pero realizada bajo las transformaciones acaecidas desde entonces hasta ahora.
Consta de tres puntos: El primero concierne a las dificultades que tiene la izquierda europea y vasca
para superar la derrota teórica y ética –mal llamada «derrota ideológica»– sufrida en los años ’70 e
incrementada en los ’80 y que justo ha empezado a ser revertida desde la segunda mitad de la
década del 2000. Naturalmente que son fechas aproximadas, que ha habido lugares en los que la
derrota ha sido menos grave y más corta en duración, y que en otros ha empezado más tarde; ahora
no podemos analizar al detalle estas diferencias. ¿En qué consiste esta derrota en lo relacionado con
la crisis y la desobediencia? Sobre todo en que se ha perdido o se ha debilitado grandemente el
conocimiento teórico de lo que es el capitalismo y de su capacidad de desactivación por un lado y
por otro de integración en su beneficio del malestar social latente y hasta emergente. La teoría
marxista de la crisis no se limita sólo a sus causas, sino también a su desarrollo y a sus posibles
salidas, con sus efectos en el largo futuro de la humanidad explotada. Por ejemplo, ahora mismo la
mayor parte de las contestaciones críticas a la propaganda oficial sobre los supuestos primeros
«brotes verdes» se centran casi exclusivamente en demostrar que lo contrario, siendo muy contadas
las que se extienden más allá de lo inmediato para alertar sobre lo realmente decisivo: la entrada
definitiva del capitalismo mundial en una nueva fase represiva y explotadora global. Constreñida por
esta limitación, la táctica de la desobediencia sólo se piensa a muy corto plazo y para áreas muy
restringidas de la totalidad explotada, oprimida y dominada. Por lo general, se cree que la situación
socioeconómica y política tenderá a mejorar a corto o medio plazo, que la presión no violenta de la
llamada «sociedad civil», o del pueblo a secas, sin contradicciones clasistas internas, logrará frenar
la voracidad omnívora del capital y de su nacionalismo imperialista facilitando así la realización de
acuerdos institucionales que abran vías para la reconquista de derechos restringidos, prohibidos e
ilegalizados. Simplificándolo un poco: se trata de una desobediencia parcial, a ratos, sobre aspectos
sectoriales, que convive con una obediencia masiva, cotidiana, psicológico-afectiva y políticocultural. Sin perspectiva histórica de las innovaciones explotadoras y represivas introducidas
durante la crisis, nuestra mente no puede superar lo más inmediato, ni tampoco comprender los
dramáticos efectos acumulativos de tales innovaciones en la creciente precarización de la vida. El
segundo punto concierne precisamente al concepto de precarización. Precarizar la existencia,
reducir casi hasta la nada la sensación colectiva de seguridad vital imponiendo la incertidumbre
atemorizada, hacer del egoísmo más frío e individualista la única garantía de sobrevivencia en medio
de la precariedad absoluta, y en este contexto presentar al Estado como el guardián que nos protege
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de los peligros pero a costa de cederle nuestra libertad, este es uno de los objetivos vitales buscados
por el capital. Aunque siempre haya alguna fracción burguesa dispuesta a frenar un poco el
empobrecimiento social y la precarización, la tendencia mayoritaria de la clase dominante ha sido,
es y será la de reducir las condiciones vitales al mínimo suficiente para la imprescindible
recomposición y cualificación de la fuerza de trabajo, nunca más allá de ese mínimo socialmente
establecido por la lucha de clases. La burguesía no descansa en imponer ese mínimo, sabiendo que
sólo la lucha obrera y popular se lo impide; por esto, cuando se sabe con fuerza sociopolítica
suficiente endurece sus ataques a los instrumentos obreros y populares por antonomasia: sus
organizaciones, sus sindicatos, sus movimientos populares y sociales, sus medios de prensa libre y
crítica, etc. Debilitados éstos, o destruidos, ilegalizados, entonces la clase dominante endurece sus
ataques. Aunque existe una conexión interna casi directa entre la pobreza relativa y absoluta y la
precarización social, hay que saber que en determinados períodos la pobreza puede ampliarse o
reducirse según los vaivenes de la lucha socioeconómica de clases, pero que la precarización es una
necesidad tendencial al alza de la lógica capitalista que sólo puede ser derrotada mediante la
revolución social y política. Sólo la revolución socialista puede acabar con la tendencia a la absoluta
precarización existencial porque ésta no es otra cosa que la pérdida total de medios propios de
autoexistencia, de medios de producción propios, colectivos y comunes, que garanticen que una
persona no tenga que venderse a un empresario como esclavo asalariado por poder subsistir. La
precarización consiste en la indefensión creciente, en la pérdida de la independencia personal y
colectiva porque se ha caído en la dependencia del salario propio o ajeno ya que el capital se ha
apropiado mediante la violencia física o económica de las fuerzas productivas. La precarización
aumenta al aumentar la concentración y centralización de los capitales, de la riqueza, en cada vez
menos manos, mientras por el lado opuesto aumenta la gente que carece de todo menos de su fuerza
de trabajo, y eso cuando todavía está en condiciones psicosomáticas de ser explotada hasta el límite.
Por esto existe relación casi directa entre empobrecimiento y deterioro de las condiciones de vida y
trabajo, por un lado y precarización vital por otro lado aunque en determinadas fases de la lucha de
clases la burguesía tenga que conceder aumentos salariales y mejoras sociales debido a la gran
fuerza obrera mientras que, por lo bajo, continúa aumentando la población que sólo tiene su fuerza
de trabajo para existir. Una vez que a un pueblo o a una persona se le ha expropiado de cualquier
medio de autoexistencia independiente de la propiedad burguesa, o sea, una vez que se le ha
rebajado a la inhumanidad de esclavo asalariado directo o indirecto al margen de la cuantía salarial
que reciba, se multiplica exponencialmente la probabilidad de empobrecimiento. A la vez, se
refuerza la tendencia al autoritarismo, al recorte de derechos y libertades. Y es que la tendencia a la
concentración de la propiedad privada en una minoría selecta es incompatible con la tendencia al
incremento del malestar social difuso e inconcreto en su inicio, pero que puede concretarse y
materializarse después. Desde esta perspectiva, la marxista, la desobediencia debe adquirir otro
contenido diferente al que se le daba hasta ahora porque la creciente precarización de la existencia
sólo puede mantenerse a la larga mediante un sistema represivo que anule cualquier posibilidad de
resistencia, sobre todo antes de que esta empiece a tomar cuerpo en las iniciales desobediencias
descoordinadas pero que pueden llegar a ser peligrosas si crecen y se coordinan. Y sobre todo
cuanto la resistencia avanza de ser defensiva a ser ofensiva, es decir, cuando mediante la formación
teórica y política toma conciencia de que la superación de la precariedad vital exige la socialización
de las fuerzas productivas, la socialización de los bienes privatizados por y para la burguesía y que
antes eran comunes, colectivos, públicos, en síntesis, mediante la expropiación de los expropiadores.
En la medida en que no exista esta conciencia política y teórica, la desobediencia defensiva puede
llegar a ser tolerada y en determinadas circunstancias inducida y apoyada indirectamente por
determinadas fuerzas burguesas para manipular la simple indignación del pueblo utilizándolo contra
otros sectores burgueses. Tal ha sido el caso de la manipulación por parte del PSOE de amplios
sectores del movimiento 15M, aunque no de todos, para crear un «movimiento ciudadano» contra el
PP. La desobediencia indignada sirve de poco si no avanza a la rebelión política y teóricamente
guiada. Entre otras muchas, la experiencia alemana también es aplastante, y del mismo modo en el
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que el avance del autoritarismo social norteamericano marca la pauta del capitalismo mundial, la
alemana marca la del europeo. Pues bien, el retroceso sistemático y continuado de las condiciones
de vida y de trabajo, de los derechos reales, durante más de dos décadas en Alemania muestra la
perversa capacidad del capital para anular la mitología tópica de las tácticas de desobediencia del
famoso «movimiento verde», «ecopacifista», «ecofeminista», «alternativo», etc., integrándolo en
buena parte incluso en la política euroimperialista. Y por si fuera poco, una vez desactivada aquella
desobediencia, aquella famosa «nueva forma de hacer política», la burguesía alemana está
preparándose para atacar a su verdadero enemigo: la lucha obrera y popular mediante la
militarización soterrada pero legal de la vida sociopolítica al permitir por primera vez desde 1945
que el ejército intervenga públicamente con excusas manipulables y laxas como las de situaciones de
riesgo, catástrofe, etc. En realidad se trata de la dinámica de policializar lo militar y de militarizar lo
policial que recorre con diversos ritmos e intensidades todo el capitalismo mundial, y que responde a
las necesidades represivas detectadas en las proyecciones de futuro que realizan los aparatos
multidisciplinares en los que la industria político-mediática está integrada como parte esencial.
Estos aparatos son a su vez parte de los «comités de crisis» de los Estados en los que se planifican
estrategias diferentes para diferentes posibles crisis más o menos graves o parciales, hasta llegar a
las definitivas, las crisis revolucionarias. ¿Alguien cree que las nuevas leyes represivas introducidas
por el PP, la compra masiva de armas y municiones antidisturbios, la impunidad legal represiva
concedida a las policías hasta ahora «privadas», todo esto y más responde sólo a los específicos
intereses económicos de la industria de la represión, como se ha sostenido desde el reformismo, o en
realidad responde a las previsiones del Estado como centralizador estratégico de todas las
represiones? En la medida en que la precariedad de la existencia aumenta, tarde o temprano se
refuerzan las condiciones objetivas que facilitan el surgimiento de las desobediencias, de las
resistencias y de la conciencia revolucionaria como síntesis última de este proceso, siempre y
cuando existan organizaciones revolucionarias que luchen en el interior de las masas explotadas
aportando su experiencia teórica, recibiendo lecciones prácticas y fusionándose con y en las luchas
concretas. Y el tercero y último punto trata precisamente de las relaciones entre la praxis
organizada y las desobediencias desorganizadas y descoordinadas como componentes de una
estrategia revolucionaria de toma del poder. ¿Por qué se plantea tan crudamente el problema en vez
de hablar genéricamente, en abstracto, por mucho que se llegue a especificar y hasta dar nombre
concretos a formas particulares de desobediencia? Pues porque siempre hay que bucear hasta la raíz
de los problemas, ahí en donde se libra el choque a muerte entre la independencia y la dominación,
entre ser propiedad-de-sí-mismo y para-sí-mismo, o se propiedad-de-otro y para-otro; dicho de otro
modo, entre la propiedad colectiva en la que la persona se sabe parte activa y dirigente, libre, y la
propiedad privada en la que la persona se sabe parte pasiva y dominada, esclavizada. Las diversas
formas de desobediencia tarde o temprano llegan a este punto de bifurcación: por el lado de la
izquierda, avanzan llenando su desobediencia de contenido socialista y colectivo, o por el lado de la
derecha, frenan su desobediencia aceptando la derrota. No existe una tercera alternativa cuando se
ha avanzado hasta la cuestión de la propiedad y del poder, cuando se ha llegado al límite de la
acción desobediente porque, a partir de ahí, lo que se cuestiona es la opresión misma. Por ejemplo,
el ejercicio del divorcio legal y definitivo, que no la simple separación; la decisión de abortar
después de haber discutido y enfrentado a todas las presiones contrarias; la decisión de denunciar
en el juzgado las agresiones machistas en el domicilio, en la empresa, en las relaciones afectivas,
sabiendo que con ello se inicia de un duro proceso judicial lleno de incertidumbres pero que conduce
a la justicia, estos y otros pasos hacia la libertad son tomados, por lo general, después de prácticas
de desobediencia creciente, de resistencias cotidianas, de negativas y de rechazos a las órdenes que
emanan en todo momento del sistema patriarco-burgués. Las desobediencias iniciales de muchas
mujeres tienen en esencia la misma lógica interna que otros procesos de lucha emancipadora en los
que las iniciales resistencias se enriquecen y radicalizan mediante el contacto con otras
experiencias, con colectivos de ayuda y solidaridad mutua que aportan conciencia teórica y apoyo
práctico. Los movimientos populares y sociales en barrios y pueblos que se enfrentan al racismo, al
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narcocapitalismo, a los desahucios, a la especulación urbanística, al consumismo de las grandes
superficies; las luchas sindicales y sociales, culturales, recreativos; las reivindicaciones
socioecológicas; la autodefensa antifascista, todas estas riadas que pueden ir confluyendo en un
incontenible tsunami de emancipación nacional de clase, recorren cada una a su manera el mismo
sendero básico del ejemplo puesto sobre la inicial desobediencia antipatriarcal. Como resultado, si el
proceso sigue adelante, las desobediencias tienden a mirar más al futuro que al presente, toman
conciencia de que llegarán batallas más ásperas y que la sencilla pero necesaria negación inicial ha
de dar el salto a una lucha por un objetivo preciso: la libertad. Según sean las luchas, la conciencia
política que cohesiones esas desobediencias iniciales va apareciendo como necesaria con diferentes
ritmos, pero en líneas generales y sobre todo en un contexto de larga crisis profunda, entonces esa
concienciación puede avanzar más rápidamente tal como lo explica la ley del desarrollo desigual y
combinado. Para terminar, llegamos al momento en el que la conciencia desobediente se enfrenta al
problema de asumir el contenido político de toda explotación, incluida la que esa conciencia sufre, o
de retroceder espantada ante la perspectiva que se le abre. La ideología dominante, la síntesis social
burguesa, nos hace creer que existen cauces legales, «democráticos», que debidamente
cumplimentados «resuelven los problemas» por lo que las desobediencias siempre tienen que
moverse por el interior de esas veredas, sin desbordarlas. Hacerlo, salirse de lo tolerado y de lo
«democrático», deslegitima la razón de la protesta y justifica que la ley intervenga. Tal creencia
presiona demoledoramente en todas las situaciones individuales o colectivas en las que puede crecer
una resistencia a la opresión, sean las que fueren, porque están inscritas en el código ideológico del
democraticismo burgués. «Tolerancia democrática» y desobediencia limitada y cobarde se apoyan
mutuamente, formando las dos mandíbulas de un cepo que una vez cerrado amputa la conciencia y
encadena la libertad. La solución no es otra que llenar de contenido político y teórico socialista toda
práctica de desobediencia, de lo contrario será integrada, paralizada o destrozada. EUSKAL HERRIA
14-01-2014
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