TEMA 1. DEL ANTIGUO AL NUEVO RÉGIMEN: LOS CAMBIOS ESTRUCTURALES.

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TEMA 1. DEL ANTIGUO AL NUEVO RÉGIMEN: LOS CAMBIOS ESTRUCTURALES.
En el s. XVIII los valores tradicionales encontrarían fórmulas de mantenimiento y arraigo asociadas o
vinculadas a los nuevos valores culturales o científicos que, definidos en los siglos anteriores y potenciados
por la dinámica intelectual del propio s. XVIII, serían, más o menos, asimilados por la sociedad establecida.
Tal coexistencia será la fórmula típica de la etapa conocida como Despotismo Ilustrado, en la que asistimos a
una coexistencia equilibrada de elementos antiguos y modernos, sin que la sociedad pierda su estructura
antigua. Una estructura tipificada por una organización social fuertemente jerárquica y compartimentada (tres
estamentos inamovibles: nobleza, clero y tercer estado −burguesía, clase popular urbana y campesinado−); por
el mantenimiento de la organización típica de la monarquía absoluta; un tipo de economía (en la que es clara
la expansión del capitalismo comercial) producida por el mercantilismo, proteccionismo o dirigismo estatal;
una cultura encuadrada, con cierta rigidez, en los marcos nacionales; unas formas exteriores de vida religiosa
apoyadas en la creencia en la Revelación. Un conjunto de características enmarcadas en el seno de la
denominación de Antiguo Régimen.
Sin embargo, el desarrollo del individualismo, el criticismo, el relativismo, el escepticismo, el cientificismo,
el liberalismo, etc. supondrían la puesta en marcha de una serie de formidables elementos subversivos del
sistema, dotados de una fuerza y de un atractivo cada vez mayor. Durante una larga etapa del s. XVIII −la del
Despotismo Ilustrado− se logrará, sin embargo, una posición de equilibrio entre estos elementos y los
tradicionales. Un equilibrio que finalmente acabaría por romperse.
La afirmación de los principios de la igualdad y la fraternidad (los ideales ilustrados) caló especialmente en el
seno de la burguesía, clase social ascendente en la Europa del S. XVIII. Y es que la doctrina de la Ilustración
se reveló como una eficaz arma ideológica para luchar contra las estructuras de la sociedad y la cultura del
Antiguo Régimen: en particular, contra los privilegios estamentales y los dogmas de la Iglesia católica. La
Ilustración propondría las bases ideológicas del profundo movimiento revolucionario que se pondría en
marcha a finales del siglo. En las últimas décadas del s. XVIII, en casi toda Europa arreciaron los ataques que,
en el orden político, económico, social e intelectual, planteaban los partidarios de un cambio total de la
sociedad y que facilitarían el estallido de una profunda fenomenología revolucionaria. Así, en los inicios del
último tercio del s. XVIII, la subversión independentista de las colonias americanas desató una importante
oleada de movimientos reformistas que en Francia acabarían dibujando las líneas más típicas del moderno
movimiento revolucionario de la burguesía. La Revolución Francesa traería aparejada la manifestación de
nuevas oleadas subversivas que encontrarían su expresión más importante en el proceso de descomposición e
independencia de los imperios coloniales español y portugués en América, durante el primer tercio del s. XIX.
Con el triunfo de la revolución burguesa se abriría una nueva época en la historia de los sistemas económicos,
sociales y políticos e incluso en la concepción de la cultura y la vida del espíritu. Una nueva época que, por
otra parte, se encontraría definida por el impacto decisivo del considerable progreso técnico, concretado por el
maquinismo, que promovería el formidable avance económico de la revolución industrial (iniciada a partir de
1780 en Inglaterra y desde principios del s. XIX en el continente europeo y en EEUU), fenómeno
trascendental que abriría nuevas perspectivas a la humanidad entera y el desarrollo del capitalismo.
A partir de la crisis del Antiguo Régimen, las características de la vida social, política y económica iban a ser
otras: libertad e igualdad, en el plano teórico−jurídico; seguridad y protección de la propiedad, en el plano
económico, garantizadas por la ley. Una ley que ya no será la expresión de la arbitrariedad de un monarca sino
de un orden permanente más fuerte: la burguesía.
El cambio del Antiguo Régimen al Nuevo Régimen puede observarse fácilmente a través de tres de sus rasgos
más característicos. En primer lugar, el Antiguo Régimen, abolido por la Revolución, mantenía una
desigualdad jurídica entre los súbditos: derecho consuetudinario, franquicias y privilegios fueron derogados o
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insertados en un sistema dominado por el principio de la igualdad jurídica de los ciudadanos ante la ley,
dentro de un estado nacional unitario que alcanzó su plenitud con el imperio de Napoleón. Igualdad jurídica,
no social, ni forzosamente política; con todo, ello no impidió que desde el año 1789 el principio igualitario
impregnara todo el movimiento de la Revolución y sus consecuencias. En segundo lugar, el estado del
Antiguo Régimen destruido por la Revolución era a la vez una monarquía, autocrática en principio y
teóricamente absoluta. El nuevo estado fundó el orden liberal en la búsqueda de la adhesión de los ciudadanos
y en la creación de instituciones para garantizar a la vez el orden social colectivo y la libertad de las personas
privadas. En este sentido, la Revolución respondió a las exigencias ideológicas y a las empresas progresistas
de la burguesía. La Revolución acabó con la superioridad esencial de la privilegiada aristocracia. Por último,
la sociedad del Antiguo Régimen se basaba, por definición, en la no intervención política de los súbditos en la
vida del estado, salvo solicitud expresa del monarca. Con la afirmación revolucionaria del principio de la
soberanía nacional como único fundamente legítimo del poder para gobernar, la Revolución introdujo el
fermento de la política en la vida colectiva de los franceses.
Igualdad de los ciudadanos, progreso social y humano, democracia: estos conceptos introdujeron nuevas
posibilidades no sólo en Francia. Por el carácter general de sus planteamientos, la Revolución tuvo validez
universal para toda la humanidad.
TEMA 2. EL INICIO DE LA ERA DE LAS REVOLUCIONES: LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA.
La colonización de Norteamérica no se efectuó según reglas fijas, establecidas de antemano por la corona
como sucedió en la América española. Ingleses y franceses empezaron a poblar Norteamérica creyéndose
autorizados por la prioridad del descubrimiento, que los ingleses atribuían a Cabot, navegante por cuenta de
Inglaterra, y los franceses a Verrazano, por cuenta de Francia. Pero ni unos ni otros dieron gran importancia a
la cuestión de precedencia, porque había tierras para todos.
El Tratado de París de 1763 (fin de la Guerra de los Siete Años) había marcado el hundimiento del primer
imperio colonial francés y el triunfo del poderío colonial inglés. Inglaterra recibe de Francia la colonia del
Senegal, todas las posesiones de la India (salvo cinco plazas) y, lo más importante, todos los territorios
situados entre el Atlántico y el Mississippí, y las islas de Granada, San Vicente, Dominica y Tobago. De
España recibe la Florida, las posesiones al este del Mississippí y el derecho de poder cortar palo campeche en
Honduras. Inglaterra devuelve a España las conquistas hechas en Cuba y Filipinas, pero conserva Menorca.
Por su parte, Portugal conserva la colonia de Sacramento. Por último, Francia liquida su primer imperio
colonial cediendo en compensación a España la Lousiana, es decir, todos los territorios norteamericanos
situados al oeste del Mississippí.
Sin embargo, aunque las ganancias de Inglaterra fueron considerables y la elevó al rango de potencia mundial,
no había conseguido reducir a Francia y a España a naciones de segundo grado.
Así, Inglaterra en el s. XVIII poseía la más importante colonia de población del mundo. Estaba formada por
trece territorios escalonados a todo lo largo de la costa atlántica de América del Norte, fundadas en épocas y
condiciones diferentes. Al desarrollarse, estos territorios adquirieron características propias, que permiten
distinguir tres grupos, en función de su género de vida, la forma de su sociedad política y sus actividades
productivas:
• Al Norte, 4 colonias formaban el grupo de Nueva Inglaterra: Massachussets, Connecticut, New
Hampshire y Rhode Island. Poblada en gran parte por puritanos, de fuerte carácter religioso, que
impregnaba profundamente la vida pública. Su ciudad más importante era Boston.
• Al Sur, 5 colonias: Virginia, Maryland, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia. De carácter
mucho más rural que las colonias del norte, con pocas ciudades. La explotación del suelo se
fundamentaba en el sistema de la plantación, con importante mano de obra negra importada de África.
Los ricos plantadores, generalmente anglicanos, formaban una sociedad aristocrática, muy distinta a
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la sociedad de Nueva Inglaterra. La ciudad más importante era Charleston.
• En la zona central, 4 colonias: New Jersey, New York, Delaware y Pennsylvania. Su población estaba
muy mezclada −ingleses, alemanes, suecos, holandeses− y contenía representaciones de todas las
sectas religiosas (Pennsylvania había sido fundada por cuáqueros, que llevan al extremo la igualdad
del hombre respecto a Dios y de la revelación directa y personal al individuo. Son pacifístas). Su
ciudad más importante era Filadelfia.
Aunque las colonias gozaban de libertades políticas análogas a las de los ciudadanos de Inglaterra, no ocurría
así en el campo económico. Las colonias de América eran, ante todo, un mercado reservado a la metrópoli, y
los colonos no tenían derecho a crear determinadas industrias. Los problemas económicos contribuían, por
ello, a separar a las colonias de la metrópoli, en un momento en que la autonomía política, muy amplia, y la
mentalidad norteamericana estaban creando una nacionalidad distinta de la nacionalidad inglesa.
Tras la Guerra de los Siete Años, Inglaterra, que atravesaba una situación financiera delicada, decidió en 1765
gravar a los colonos con un impuesto de guerra consistente en un sello que los coloniales habían de estampar
en todos sus documentos, contratos y hasta periódicos para darles carácter oficial (! papel sellado con timbre
del Estado). Ello produjo un gran descontento entre los colonos, que sostenían que ningún ciudadano inglés
debía pagar un impuesto si no había sido antes aceptado por él o por sus representantes. El gobierno de
Londres, por su parte, argüía que el Parlamento representaba a todos los súbditos de la Corona. (! Los
americanos consideraban que sólo las Asambleas coloniales estaban cualificadas para aprobar impuestos en su
nombre).
El sentimiento de descontento se tradujo en la creación de organizaciones −Los Hijos de la Libertad, Comités
de Correspondencia, Minutemen− dirigidas por hombres como Samuel Adams, John Adams y James Otis.
Los brotes aislados de sentimiento nacionalista, como la matanza de Boston (1770), el incendio del barco
inglés `Gaspee' (1772) y la rebelión del te de Boston (1773), prepararon el camino para la reunión del primer
Congreso Continental (1774), celebrado en Filadelfia, del que surgió la Declaración de Derechos (! La
mayoría de los diputados de las colonias no querían romper con Inglaterra, sino solamente que se
reconocieran sus derechos). Mientras tanto, los coloniales empezaron a armarse. El primer conflicto armado
tuvo lugar en Lexington y Concord en abril de 1775. Un mes después se reunió el segundo Congreso
Continental, que se hizo cargo de la dirección de la sublevación, asumió todos los poderes y nombró a George
Washington comandante en jefe del ejército. Este Congreso, después de haber tratado inútilmente de encontrar
una fórmula conciliadora con Inglaterra, declaró la independencia de los Estados Unidos de América el 4 de
julio de 1776. Esta Declaración de la Independencia, redactada por Thomas Jefferson, recogía los principios
del derecho natural racional, afirmando algunos derechos que consideraba inalienables en el hombre (vida,
libertad, felicidad), a la vez que exponía las quejas de las colonias. Finalmente, concluía declarando las
colonias estados libres e independientes. La Declaración de Independencia de los EEUU no era ni más ni
menos que una declaración de guerra a la corona británica. La guerra fue larga y difícil (1776−1783): la
situación militar de los americanos era angustiosa (sin recursos, sin armas ni municiones, sin vestidos y mal
organizados). Sin embargo, Inglaterra acababa de salir de las largas luchas europeas y coloniales de mediados
de siglo y debía combatir lejos de sus bases.
Los americanos buscaron la alianza de Francia, la gran enemiga de Inglaterra (aunque las colonias hubieran
luchado contra Francia durante la Guerra de los Siete Años). Los franceses, desde el principio, se habían
interesado por la causa americana. En un principio, se limitó a una ayuda indirecta (armas y municiones,
además de subsidios).
La caída de Nueva York en manos de los ingleses quedó compensada por las victorias de Washington en
Trenton y Princeton. Pero fue la decisiva victoria de las colonias en Saratoga (1777) la que persuadió a
Francia a entrar oficialmente en la guerra al lado de los americanos (1778). Francia reconocía la soberanía e
independencia de los EEUU e intentó el apoyo de España. Ésta ofreció una alianza a cambio de la promesa de
Menorca, Gibraltar, Florida y las Honduras británicas (1779). En 1780, Francia consiguió la unión de Holanda
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contra los ingleses.
El conflicto que enfrentó a Inglaterra, Francia, EEUU y más tarde también a España y Holanda tuvo como
escenario principal, además de los EEUU, las Antillas y la costa de la India y, de manera general, todas las
zonas neurálgicas marítimas y coloniales. El ejército franco−español intentó, sin éxito, reconquistar Gibraltar.
Por el contrario, Menorca fue recuperada. En el océano Índico y en las Antillas, la flota francesa desplegó una
intensa actividad.
Sin embargo, el resultado de la guerra se jugaba en América. Finalmente, en 1781, los ingleses perdieron
Yorktown, atacado por un ejército franco−americano apoyado por la flota francesa, y tuvieron que aceptar el
Tratado de Versalles (1783).
El Tratado de Versalles (1783) incluía cuatro acuerdos. El acuerdo anglo−americano donde Inglaterra
reconocía la independencia de las 13 colonias y les cedía los territorios del sur de Canadá. El acuerdo
anglo−holandés que fijaba la restitución recíproca de las conquistas, excepto Negapatau, última factoría
holandesa en la India y que quedaba en poder de los ingleses. El acuerdo anglo−español que preveía la
devolución a los españoles de Menorca y gran parte de la Florida, cuya frontera quedaba fijada en el
Mississippí, pero los ingleses se quedaban con Gibraltar. Y, por último, el acuerdo anglo−francés por el que
cedía a Francia los establecimientos ocupados en la India y en el Senegal, algunas Antillas, St.
Pierre−et−Miquelon y el derecho de pesca en Terranova.
Después de la victoria, los americanos atravesaron una grave crisis, a la vez política y financiera. Política
porque cada una de las trece colonias que se habían asociado para luchar contra la metrópoli se consideraba
independiente o con derecho a ser independiente. Financiera porque era evidente la necesidad de una moneda
común a los trece estados. La deuda era enorme, surgía el problema de los impuestos: los Estados no querían
atender a los gastos de la colectividad, había que aclarar la situación de las tierras del Oeste, habitadas por
indios y donde habría numerosas discusiones por la delimitación de fronteras.
George Washington prestó su influencia en favor del establecimiento de un sistema político fuerte y se reunió
la Convención de Anápolis (1786) para tratar problemas económicos y comerciales. Se propuso la reunión de
una Convención con poderes constituyentes para preparar la unión continental. Esta Convención (1787),
presidida por Washington y formada por 55 delegados entre los que figuraban los hombres más prestigiosos
del país, elaboró, tras no pocas discusiones, los artículos de la Constitución, que había de ser ratificada por
convenciones locales.
Tras dura controversia política entre federalistas y autonomistas, la Constitución recibió la aprobación de 9
estados, lo que bastaba para su adopción. Sin embargo, no entró en vigor hasta 1789.
La Constitución reconoce la existencia de un nuevo pueblo, el de los Estados Unidos, y suprime la soberanía e
independencia de los 13 estados. Se crean instituciones federales con dos objetivos: la prosperidad general y
la defensa común. Establece la separación de poderes: legislativo (formado por dos cámaras: la Cámara de los
Representantes, formada por diputados de cada Estado, y el Senado, que examina y vota las leyes aprobadas
por la Cámara de Representantes), ejecutivo (el presidente puede realizar su propia política, nombrar
ministros, etc. pero no puede proponer leyes ni legislar) y judicial (con un Tribunal Supremo que decidía si las
leyes eran conformes con la Constitución).
George Washington fue elegido por unanimidad como presidente de los EEUU en 1789. Con él triunfaba la
tendencia federalista, que contribuiría a fortalecer la Unión.
TEMA 3. LA REVOLUCIÓN FRANCESA.
• Orígenes de la Revolución Francesa
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A finales del s. XVIII Francia era un estado eminentemente agrícola, feudal en lo económico y lo político y
con una sociedad organizada en estamentos. A los privilegios de la nobleza y el clero, que vedaban el
progreso social y político, se sumaba la pervivencia de usos feudales en la economía, que constituían un grave
lastre para el desarrollo de la pujante burguesía, tanto en el campo como en la ciudad. A finales del s. XVIII,
el progreso económico, la evolución social y la difusión de las ideas de la Ilustración (la separación de
poderes que sostiene Montesquieu como eje de un Estado moderno y la doctrina de la soberanía nacional de
Rousseau), hacían evidente para la mayoría de los franceses que aquel era un sistema agotado. Era necesaria,
pues, una renovación radical. Por otra parte, a la situación general del país se sumó una serie de causas
coyunturales que explicarían el estallido revolucionario. La quiebra del Estado, arruinado por los dispendios
de la Corte y por el costo de la ayuda a los independentistas norteamericanos, coincidió con un período de
malas cosechas. Los ministros de Luis XVI (Turgot, Necker, etc.), empleando sistemas económicos distintos,
quisieron salvar la economía de Francia. Ninguno de ellos lo consiguió. Optaron, como último recurso, por
buscar la ayuda financiera de las clases privilegiadas, que hasta entonces y merced a sus privilegios, no habían
contribuido económicamente al sostenimiento del Estado. En 1787, Calonne, administrador general de
finanzas, decidió convocar la Asamblea de los Notables (que no se había reunido desde principios del s. XVII)
con la intención de rebajar los privilegios fiscales de la nobleza y aumentar su contribución. Su fracaso forzó
la reunión de los Estados Generales (! Ni las ideas de la Ilustración ni el hambre del pueblo hubieran
probablemente desembocado en el derribo de la monarquía de no haber coincidido con una larga crisis
política, en donde se produjo el divorcio entre la aristocracia y el trono. Los intentos de revolución fiscal que
ensayó Luis XV ya habían suscitado profunda inquietud en los sectores aristocráticos; la reunión de los
Estados Generales por Luis XVI (inexcusable si se deseaba la implantación de nuevos impuestos) produjo un
clamor que define la atmósfera de los primeros momentos de la revolución).
• Fases de la Revolución
1ª) Aristocrática (! Revuelta de los privilegiados)
Es la oposición de los dos estamentos superiores (nobleza y clero) a las reformas fiscales con las que varios
ministros de hacienda intentaron remediar el déficit creciente del Estado francés.
En 1786, Calonne, ministro de Hacienda que había sucedido a Nécker, se vio obligado a comunicar al rey el
deplorable estado del Tesoro, que acumulaba déficit anuales de 100 millones de libras. Calonne proponía un
plan de reformas, siendo la más importante el establecimiento de la contribución que deberían pagar los
privilegiados (nobleza y clero) según la extensión de las tierras y ningún predio quedaría eximido de ella; ni
aún las tierras del dominio real quedaban libres de aquel impuesto territorial. Ante las dudas del rey, Calonne
propuso que se consultara a una asamblea de Notables antes de proceder a las reformas. Los Notables se
reunieron en Versalles en 1787. La Asamblea desechó casi la totalidad de las medidas fiscales. Destituido
Calonne, su sucesor Brienne obtuvo de la Asamblea la concesión de un empréstito de 67 millones, pero ésta,
antes de disolverse, reclamó la reunión de los Estados Generales (! sólo los Estados Generales podían imponer
el impuesto territorial). Los Notables se manifestaban, por tanto, contrarios al absolutismo en el aspecto
tributario. La petición de convocatoria de los Estados Generales, que no se habían reunido desde 1614, fue
una afrenta al rey. Los nobles no sabían que la reunión de los Estados Generales abrió el camino a la
Revolución.
2ª) Burguesa (! Juego de la Pelota)
El 5 de mayor de 1789 se abrió en Versalles la reunión de los Estados Generales, una ocasión histórica que
convocó en el mismo foro a la nobleza, el clero y el tercer estado. Los 1.200 diputados quedaban repartidos
así: 600 del brazo popular, 300 de la nobleza y 300 del clero. Los diputados, siguiendo la costumbre medieval,
tenían que aportar una memoria (=cahier) en que se denunciaran abusos y propusieran mejoras. La
comparación de los cahiers del pueblo, del clero y de la nobleza reflejan las distintas mentalidades de los
estados, pero carecieron de trascendencia. Ya al día siguiente de la sesión inaugural, el brazo popular se
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declaró en franca rebeldía. La nobleza y el clero querían deliberar separadamente y emitir el voto por
estamento. El 17 de junio, el brazo popular, rebelde y aislado, se constituyó en Asamblea Nacional. Tres días
después, al encontrar la cámara cerrada, los diputados rebeldes se reunieron en el trinquete de Versalles donde
se juramentaron a no separarse hasta dejar elaborada una nueva Constitución del reino (! Juramento del Juego
de Pelota). Las extralimitaciones del brazo popular producía envidia a alguno de los otros brazos: algunos
representantes del clero y de la nobleza se unen a los diputados del pueblo (quizá creyendo que era mejor
deliberar sobre un nuevo pacto o Constitución que oír proyectos de reforma expuestos por ministros de un rey
absoluto). El rey no tuvo otro remedio que ceder; el 27 de junio autorizó la unión de los tres estados y
reconoció el hecho consumado de la Asamblea Nacional. El 6 de julio la Asamblea nombraba de su seno una
ponencia para que redactara el proyecto de Constitución. El 9 de julio decidió denominarse Asamblea
Constituyente.
3ª) Popular (! Jornadas revolucionarias)
Por otra parte, el 14 de julio de 1789 las turbas de París saqueaban el Hospital de los Inválidos donde
encontraron armas para asaltar la Bastilla. Las manifestaciones populares reciben el nombre de `Jornadas
revolucionarias'. Los orígenes de la toma de la Bastilla se remontan al mes de junio, cuando tropas fieles al
rey se fueron concentrando alrededor de París. El temor del pueblo a la conspiración aristocrática se sumó a la
crisis provocada por la escasez de grano que vivía París. La situación alcanzó su punto culminante con la
destitución de Nécker (que en 1788 había sido llamado por el rey). El 14 de julio los manifestantes y la milicia
parisina confluyeron ante la fortaleza−prisión de la Bastilla, símbolo de la dominación absolutista, para
armarse frente a la amenaza exterior. Tras cuatro horas de resistencia, la Bastilla cayó en manos de los
asaltantes. Un día después, el rey daba la orden de retirada de los ejércitos que rodeaban París.
Mientras tanto, la Asamblea Constituyente seguía debatiendo sobre la nueva Constitución. Se hizo preceder el
texto de una `Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano' (agosto de 1789). La Asamblea
obligó a Luis XVI a abandonar Versalles e instalarse en las Tullerías, para que el pueblo de París siguiera
directamente las funciones de los poderes públicos.
La Constitución aprobada por la Asamblea en 1791 (estuvo en vigor sólo un año) aceptaba la monarquía
constitucional, con una sola cámara y un sufragio todavía no universal, aunque amplio. Con la Constitución el
monarca está limitado y el poder legislativo reside en la Asamblea elegida por la nación soberana, instaurando
así la división de poderes propugnada por Montesquieu. Todos los poderes emanan de la nación.
Este mismo año (1791) se formó la Asamblea Legislativa, que tenía que aplicar la nueva Constitución. El rey
tuvo finalmente que aceptar gobernando de acuerdo con la Constitución: la monarquía absoluta era sustituida
por la constitucional.
En la nueva Asamblea Legislativa predominan sobre todo dos grupos políticos: los girondinos y los jacobinos.
Tradicionalmente se ha considerado a los primeros como conservadores y moderados, mientras se tacha a los
segundos de extremistas y precursores del socialismo.
Los girondinos representan el sector moderado de los republicanos. En cuanto a su extracción social,
representan a la gran burguesía de los negocios. Son partidarios de realizar la revolución por medio de la ley,
desaprueban el terror y defienden la propiedad. Desean exportar la Revolución y son partidarios de una
política expansiva y conquistadora. Se inclinan a dar importancia a las provincias frente a París (=
regionalistas).
Los jacobinos, cuya base social es la burguesía media y las clases populares piensan que la revolución se
realizará sin reparar en medios. Son centralistas (la Revolución se hará desde París, cuyo Ayuntamiento
controlan). Están dispuestos a limitar la propiedad privada y la libertad individual. Su figura más
representativa es Robespierre, y a su lado Danton (! Tanto Robespierre como Danton no habían podido ser
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elegidos miembros de la Asamblea Legislativa por un decreto de incompatibilidad: los miembros de la
Asamblea Constituyente quedaban excluidos de la Asamblea Legislativa. En cambio, eran miembros del
Concejo municipal de París, o sea, de la `Commune'. La presencia de los dos genios más revolucionarios de
Francia en un Consejo administrativo (Ayuntamiento de París), transformó la `Commune' en un foco de
insurrección irresistible).
La Asamblea Legislativa aprobó dos leyes por las que se castigaba con pérdida de bienes y otras medidas a los
nobles emigrados (que conspiraban en el extranjero contra los revolucionarios) y a la parte del clero que no
había querido jurar la Constitución. El rey vetó aquellas leyes, lo que soliviantó a la multitud hasta el punto de
hacer al rey culpable de todos los males. La Commune preparó un levantamiento popular para el 20 de junio
de 1792 que no dio el resultado esperado: el asesinato del rey y de su familia. Los conspiradores decidieron un
segundo golpe para el 10 de agosto: una muchedumbre indignada asaltó el palacio del rey en las Tullerías que
provocó la deposición del rey.
Todas estas insurrecciones populares fueron provocadas por el estallido de una guerra contra Prusia y el
Imperio, y la sospecha de que el rey simpatizaba con el enemigo extranjero que podía, con su victoria,
liberarle de los compromisos constitucionales que se había visto obligado a aceptar.
La guerra, que había empezado en abril de 1792 y terminó con la victoria francesa en junio de 1794, sirvió
para fundir la nación con la Revolución. La guerra consolidó la conciencia patriótica de los franceses, de la
que más tarde sacó partido el emperador Napoleón.
La caída de Luis XVI dio paso a una forma de gobierno nueva y revolucionaria: la Convención (septiembre
1792 − octubre 1795). La primera medida que se adoptó fue la abolición de la monarquía y la proclamación
de la República (año I). Por tener mayoría, los girondinos controlaron la Convención hasta mayo de 1793, e
impusieron una política moderada, aunque alterada por los ataques de la oposición montañesa (= jacobinos),
que obtuvo como principal victoria el proceso y ejecución de Luis XVI (21 de enero de 1793). A su vez,
estallaron en el oeste de Francia los primeros movimientos armados contrarrevolucionarios (! Por un lado, los
chuanes, que actuaron como pequeñas guerrillas al norte del Loira, por Bretaña y Normandía. Por otro, la
insurrección de La Vendée (3 marzo 1793) como reacción al anuncio del reclutamiento forzoso para continuar
la guerra). Estos levantamientos provocaron la inquietud de las masas populares que, desconfiando de la
actitud timorata de los girondinos frente a los contrarrevolucionarios, apoyó a los montañeses y puso punto
final al gobierno girondino.
El gobierno de la montaña en la Convención, a lo largo de aproximadamente un año, marcó el período de auge
revolucionario, el momento en que la joven república se hizo democrática y social y se ligó a los sectores
sociales más pobres; pero ese momento fue también el de máxima radicalización, con el reinado del Terror. El
Comité de Salud Pública, dirigido por Robespierre, llevó la dirección real del gobierno, intensificando la lucha
en el interior del país contra los elementos contrarrevolucionarios. El Comité de Seguridad General y el
Tribunal Revolucionario ejercieron una dura represión que condujo a la guillotina a nobles, girondinos y a la
reina Maria Antonieta, a la vez que los ejércitos revolucionarios sofocaban la rebelión de La Vendée y
derrotaban a los ejércitos europeos (Prusia, el Imperio, Inglaterra y Holanda, que se enfrentaron a Francia
especialmente tras la ejecución de Luis XVI). El poder jacobino, que con la victoria había logrado salvar la
patria y la Revolución imponiendo su dura ley, tanto a los sans−culottes (patriotas de las clases populares) y a
los campesinos como a los burgueses, cayó víctima de las mismas contradicciones que lo habían hecho
necesario catorce meses antes. Danton se opuso a los métodos de Robespierre, que consiguió su
encarcelamiento y que fuera guillotinado después por traición. El incorruptible Robespierre intentaba
proseguir la revolución, haciéndola más radical y más cruel. La dureza del régimen impuesto por Robespierre
aunó a sus enemigos (! reacción termidoriana) y el 9 de termidor (27 de julio de 1794) fue apresado y
guillotinado. En septiembre fue disuelta la Comuna de París y poco después se cerró el club de los jacobinos.
La Convención termidoriana (27 de julio de 1794 − 31 de octubre de 1795) supuso una vuelta, en muchos
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aspectos, a las posturas templadas de los primeros momentos de la revolución o a medidas propuestas por los
girondinos, y dio paso a una convención dirigida por la burguesía moderada. El nuevo gobierno llevó a cabo
una política de depuración y proscripción de jacobinos y desheredados, que se conoció como el terror blanco.
Se puede decir que la Revolución había llegado a su fin: la alianza entre la gran burguesía y el ejército firmó
su sentencia.
En octubre de 1795 (IV de la República), la situación se consolidó al disolverse la Convención y formarse el
Directorio (octubre 1795 − noviembre 1799). Compuesto de cinco miembros iguales en poder, que se
turnaban en la presidencia cada tres meses, y dos Asambleas, una de 500 diputados y otra de 250 Ancianos,
este régimen funcionó durante cuatro años. El nuevo gobierno tuvo que hacer frente a la oposición de los
monárquicos (resurgir de la rebelión de La Vendée) y de los jacobinos (conjura de los iguales, de Babeuf,
1796: proyecto de república comunista basada en el poder revolucionario exclusivo de los dirigentes de la
insurrección del pueblo, en la propiedad común y en la distribución igualitaria y pública de los frutos del
trabajo). Si a ello añadimos la excesiva disociación entre las dos Asambleas (poder legislativo) y el Directorio
(poder ejecutivo) y la desafortunada política económica y exterior (guerra en Austria e Italia), entenderemos la
caída del gobierno. El progresivo protagonismo del ejército en la política interna francesa se acentuó con sus
campañas victoriosas en Austria e Italia, en las que destacó un joven general llamado Napoleón Bonaparte.
Con la excusa, enteramente falsa, de que se fermentaba una conspiración jacobina, se produce el golpe de
estado de 18 Brumario (9 de noviembre de 1799) que coloca al frente del poder ejecutivo a tres cónsules:
Bonaparte, Sieyés y Ducos, estableciéndose el régimen del Consulado.
Se inicia la carrera política de Napoleón, cuyas atribuciones son superiores a los otros dos cónsules. El nuevo
gobierno debía redactar una nueva Constitución (año VIII, 1800). A diferencia de las constituciones
anteriores, la Constitución consular carece de declaración de los derechos. También se olvida de la división de
poderes: el primer cónsul (Napoleón) acumula poderes ejecutivos y legislativos. Se establece el sufragio
indirecto (! los ciudadanos eligen a los notables del municipio, los cuales eligen a los del departamento,
quienes a su vez eligen a los notables nacionales).
El Consulado de Bonaparte, primero compartido y limitado, se convirtió a partir del 2 de agosto de 1802
(debido a la acentuación del poder personal de Napoleón) en casi una monarquía con la proclamación del
Consulado vitalicio (! Estas etapas de retroceso hacia el poder personal y absoluto que significó después el
Imperio fueron mantenidas con victorias sensacionales más allá de las fronteras). Con esta base legal apartó a
los disidentes y terminó con cualquier oposición parlamentaria. En 1804 un nuevo plebiscito le nombró
emperador, y a fines de este año fue solemnemente coronado en París por el papa Pío VII, juntamente con su
esposa Josefina de Beauharnais.
TEMA 4. LA EUROPA NAPOLEÓNICA.
La causa o excusa de la guerras del Directorio (la doctrina de las fronteras naturales de las naciones, es decir,
la anexión de todo lo que hoy es Bélgica, incluyendo Amberes, y los países habitados por gente germánica de
la orilla izquierda del Rin que, como tierras del Imperio, dependían de Austria) impuso un estado de guerra
con las dos potencias europeas más fuertes de aquella época: Austria (porque con aquella pérdida comenzaba
a desmembrarse el Imperio) e Inglaterra (que no podía tolerar que la costa de Flandes, por proximidad, fuera
francesa). Esa idea de los límites naturales mantuvo a Europa en constante estado de guerra durante los
agitados años del Directorio, el Consulado y el Imperio.
Las campañas de Italia y de Egipto proporcionaron al Directorio inagotables recursos y a Napoleón el
prestigio necesario para hacerse con el poder absoluto en 1802 (Consulado vitalicio) y coronado emperador en
1804.
Pero la pacificación interior y exterior no podían satisfacer los ambiciosos proyectos de Napoleón. Por
diversas razones (su espíritu romántico, deseo de liberación y posterior federación de los Estados europeos,
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necesidad de una política de prestigio para mantener sus posiciones en el interior, ansias de aniquilar el
poderío inglés), puso en práctica una política expansiva, con la que pretendía erigirse en dueño del mundo. [!
Es de destacar la evolución política sufrida en Francia en apenas 15 años: de los ideales revolucionarios
(República), se pasa a la forma imperial del poder. El Imperio significó un verdadero cambio (principio básico
de la herencia monárquica, concordato con la Santa Sede, rehabilitación de la antigua nobleza...) respecto a
los ideales del período republicano. ¿Representaba el imperio la desaparición de la herencia revolucionaria?
No, según el art. 53 de la Constitución del año XII (1804), que convierte al emperador en garante de las
conquistas de la revolución: igualdad de derechos, libertad política y civil, integridad del territorio, carácter
irrevocable de las ventas de bienes nacionales. La herencia revolucionaria se respeta, pero el modelo político
se decanta definitivamente del lado de la autoridad. En definitiva, Napoleón respeta los principios teóricos de
la revolución, pero los atenúa al servicio de la concentración de poder y por otra parte contribuye al
resurgimiento de algunos valores sociales de la monarquía (síntesis del régimen antiguo y el nuevo)].
La política exterior de Napoleón presenta una triple dirección: la rivalidad con Inglaterra, el deseo de
entendimiento con Rusia y la alianza y unión con Austria. En la lucha por la hegemonía europea Inglaterra es
el enemigo inevitable; con Rusia ha de entenderse para no sostener al mismo tiempo guerras con una potencia
marítima (Inglaterra) y otra continental (Rusia); la alianza con Austria legitima el título de emperador ante las
familias reales europeas gracias al matrimonio con Mª Luisa, hija del emperador austríaco, en 1810.
Ante el creciente poderío de Napoleón y el perjuicio que puede causarle su política económica, Inglaterra
declara la guerra a Francia en 1803 (se rompe la paz de Amiens). Se formó así una tercera coalición
(1804−1806) contra Francia formada por Inglaterra (! deseo inglés de controlar las rutas oceánicas), Rusia (!
ambición por intervenir en Europa) y Austria (! que busca la preponderancia en Italia y Alemania). La
campaña de 1805 supone la gran derrota napoleónica en Trafalgar (que señala la supremacía marítima de
Inglaterra) y de las grandes victorias continentales francesas en Ulm y Austerlitz (que supusieron el
sometimiento de Austria).
Una cuarta coalición (Inglaterra, Rusia, Prusia) se forma contra Napoleón. La batalla de Jena (1806) inutilizó
a Prusia, y Rusia fue vencida en Friedland (1807). Ésta última ocasionó el Tratado de Tilsit entre Napoleón y
el zar de Rusia, que supuso la cumbre del poderío napoleónico (! formación del Gran Imperio francés y de los
Estados federados).
Tilsit somete Europa a Napoleón; únicamente Londres resiste. La derrota de Trafalgar de la escuadra
franco−española desbarató los planes napoleónicos de invadir Inglaterra, pero podía estrangularla
sometiéndola a un bloqueo comercial: por el decreto de Berlín de 1806, se prohíbe todo comercio con
Inglaterra cerrándole los puertos de Europa. Francia dominaba la costa de Holanda y del Canal y podía
imponer su voluntad a los estados de Italia, exceptuando a Nápoles; Bonaparte, sin embargo, se comprometió
a obligarle a no aceptar mercancías de bandera inglesa, y Rusia tenía que hacer lo propio con los países
escandinavos. El objetivo era hundir la economía inglesa, al cortarse al mercado europeo (crisis de
superproducción, paro, restricción del crédito, devaluación monetaria). En esta situación, Inglaterra se vería
obligada a firmar la paz. (! BLOQUEO MARÍTIMO A INGLATERRA).
En los primeros momentos (1807−1808), el bloqueo a Inglaterra alcanza gran efectividad. El país se salva
pasando a la ofensiva −bloqueo al continente−: por una serie de medidas, Inglaterra responde al decreto de
Berlín. Todos los países que lo aplican son declarados bloqueados por Inglaterra. Inglaterra se propone privar
a Europa de mercancías que le son imprescindibles: productos coloniales, materias primas, maquinaria, etc. (!
BLOQUEO CONTINENTAL).
Los europeos −a su cabeza los franceses− tratarán de reemplazar los productos coloniales por sustitutivos
(azúcar de remolacha en vez de caña) y las producciones inglesas por el desarrollo de una industria
continental (industria metalúrgica en Francia, Bélgica y el Rin). Pero no se tiene éxito y las zonas industriales
de Italia y Alemania serán gravemente perjudicadas. En 1809, a través de Rusia y Holanda, el bloqueo estaba
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prácticamente roto.
El éxito inicial del bloqueo contra Inglaterra lleva a Napoleón a enviar un ejército a España (aliada por el
Tratado de Fontainebleau, 1807, en el que se establecía el reparto de Portugal y de sus colonias) para invadir
Portugal. Las tropas francesas instaladas en la península constituían la fuerza militar más importante de
España. No fue difícil para Napoleón conducir a los reyes españoles a Bayona y allí obtener la abdicación de
la corona de España de Carlos IV y Fernando VII, quienes renunciaron (voluntariamente) a sus prerrogativas
reales a favor del emperador, que nombró rey de España a su hermano José. Todo ello provoca un alzamiento
nacional que se inicia en Madrid el 2 de mayo de 1808. Inmediatamente se extiende por otros puntos de la
península. El ejército napoleónico se vio hostilizado por las guerrillas (que se apoyan en una orografía
montañosa), por la ineficacia de la famosa estrategia napoleónica al enfrentarse a un pueblo y no a un ejército,
viéndose obligado a capitular en Bailén (julio 1808). Napoleón decidió intervenir personalmente en España.
La `Grande Armée' cruzó los Pirineos y con relativa facilidad restableció la situación. En diciembre, Madrid
capituló ante Napoleón, quien pronto abandonó la península para atender a los problemas que planteaba la
formación de una nueva coalición en Europa encabezada por Inglaterra y Austria. En Lisboa, los ingleses
habían desembarcado un ejército para hacer frente a las tropas francesas en España. La victoria de Napoleón
frente a los austríacos en Wagram dio como resultado un matrimonio: el de Napoleón con la archiduquesa Mª
Luisa, hija del emperador austríaco (Napoleón se divorció de Josefina debido a la infecundidad de ella). El
imperio francés parecía consolidado y aseguraba su continuidad con un futuro Napoleón II. Fue entonces
cuando Inglaterra se decidió por una política de desgaste, mediante el apoyo a españoles y portugueses.
Mientras tanto, el zar Alejandro I rompe el bloqueo continental en 1810 y Napoleón decide invadir Rusia. La
desastrosa campaña de Moscú (debido en gran parte a la falta de abastecimiento y a las duras condiciones
climatológicas), emprendida en 1812 en plena Guerra de Independencia española, animó a las naciones
sometidas a sacudir sus cadenas. Las potencias europeas están ahora dispuestas a unirse frente al que
consideran una amenaza continental. En 1813, al tiempo que españoles e ingleses casi expulsan de la
península ibérica a los franceses, los rusos reciben en Europa central el refuerzo sueco. Aunque Napoleón
consiguió las victorias de Lützen (mayo 1813) y Bautzen (mayo 1813), la deserción de Austria fue seguida
inmediatamente por la abrumadora derrota francesa de Leipzig (octubre 1813). Francia se había quedado sola.
Los ejércitos aliados avanzan hacia Francia. Al fin, viendo a Francia invadida, Napoleón abdica en abril de
1814 y es recluido con guarnición en la isla de Elba. Pero en febrero de 1815, Napoleón escapa y desembarca
un mes después en Francia, con lo que se inicia el reinado de los Cien días. Su presencia en Francia produjo
una revitalización de los núcleos revolucionarios, pero Napoleón no se decidió a buscar el apoyo popular, sino
que se proponía gobernar como antes de su abdicación, es decir, como emperador.
Mientras tanto, una vez recuperado el poder, empezó la campaña de Bélgica, pero la batalla de Waterloo (18
de junio de 1815), ganada por los ingleses y prusianos, dio al traste con las esperanzas de Napoleón, que
acabó sus días en la isla de Santa Elena.
−−−−−−oOo−−−−−
La obra de Napoleón Bonaparte se iba a prolongar una vez desaparecido él de la escena política.
En primer lugar, la división territorial de Francia en departamentos, al tiempo que terminaba con unas
provincias ficticias, herencia de los tiempos feudales, daría a la nación gran estabilidad, por huir de
arbitrariedades y adaptarlas a regiones naturales.
En segundo lugar, el Código napoleónico, obra de su gran capacidad de legislador y administrador, serviría de
pauta a todos los códigos civiles redactados en la Europa del s. XIX (! derogaba todos los derechos
particulares y los privilegios feudales, y proclamaba la plena igualdad ante la ley, lo que constituía el triunfo
jurídico de la idea burguesa revolucionaria).
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Por último, los movimientos de fronteras que provocaría con sus acciones militares tendrían honda
trascendencia: se puede decir que Suiza, Holanda y hasta cierto punto Italia son obra de Napoleón.
La larga fase de Revolución y de estabilización post−revolucionaria en Francia transformó en sus
fundamentos culturales y en sus comportamientos mentales y políticos a toda Europa. En efecto, Napoleón,
que siguió primero el modelo de expansionismo revolucionario del año 1792 y luego del Directorio, aceleró
singularmente la destrucción del Antiguo Régimen señorial y absolutista en Europa. Hasta 1807, la igualdad
civil y la libertad individual (principales instrumentos de la destrucción de las sociedades jerarquizadas y
feudales) progresaron en todos los lugares por donde pasaron los ejércitos franceses, gracias a la aplicación de
la legislación inspirada en el Código napoleónico. La extensión de los principios revolucionarios, entre ellos
el de la soberanía nacional, revirtió en contra de Napoleón cuando los pueblos dominados quisieron aplicarlos,
que se movilizaron a menudo en nombre de los ideales de libertad y soberanía nacional importados de
Francia.
Nueva organización administrativa y fiscal:
• Basada en la capacidad económica del contribuyente.
• Codificación legislativa.
• Concordato con la Iglesia.
• Organización del sistema educativo.
• Principio de libertad de los campesinos y de la igualdad civil.
• Abolición de los particularismos estatales en Italia y Alemania.
TEMA 5. ESPAÑA: GUERRA Y REVOLUCIÓN.
Durante el reinado en España de Carlos IV (1788−1808) se agudiza la crisis del Antiguo Régimen. Con el
estallido de la Revolución Francesa en 1789, los ministros españoles conde de Floridablanca y conde de
Aranda impusieron una dura censura, redoblando las medidas contrarrevolucionarias. Pero la política seguida
por Manuel Godoy (sucesor del conde de Aranda) fue totalmente opuesta a la anterior. Miembro de la Guardia
Real, ganándose la confianza de la familia reinante (Carlos IV y la reina Mª Luisa), siguió una vertiginosa
carrera política llegando a primer ministro. Godoy cambió el rumbo político anterior e inició una actitud de
cooperación con Francia (Tratado de San Ildefonso, 1796: alianza franco−española en caso de guerra contra
Inglaterra) que, sin embargo, no logró al cabo más que supeditar España a los intereses de aquélla.
Napoleón, una vez proclamado emperador (1804), trató de imponer un dominio hegemónico (político y
familiar) sobre Europa. La cooperación española con Francia se tradujo en una guerra con Portugal (1801)
−para obligarle a que renunciara a la alianza con los ingleses− y dos con Inglaterra (1802 y 1805). El sueño
del emperador de invadir Inglaterra se desvaneció en la batalla de Trafalgar (1805), que sostuvieron franceses
y españoles contra ingleses, y que acabó con la escuadra española.
El único medio que quedaba a Napoleón era el bloqueo, cerrando los puestos continentales europeos al
comercio británico. Para ello, en 1807 firmó con España el Tratado de Fontainebleau cuyo cumplimiento, en
versión primera del emperador, no debía tener más objeto que la de autorizar la entrada de las tropas francesas
en la Península para, en unión de las españolas, llevar a cabo una acción conjunta contra Portugal, aliada
secular de Inglaterra y opuesta a colaborar en el bloqueo continental decretado por Bonaparte contra Gran
Bretaña (! En esta época, Carlos IV tenía en mente conseguir la unidad ibérica, lo que hace que España
también esté interesada en el país luso).
Sin embargo, las tropas francesas que penetraron en España no se limitaron a encaminarse hacia Portugal sino
que fueron ocupando las plazas fuertes españolas [! Los franceses, que en un principio fueron bien recibidos
por el pueblo español, que creía que el objetivo de Napoleón era derribar a Godoy y entronizar a Fernando,
fueron ocupando sin resistencia los puntos estratégicos de España hasta llegar a Portugal. Así, Napoleón
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quedó como señor absoluto de la península (! rechazando el Tratado de Fontainebleau, que estipulaba el
reparto de Portugal entre Francia y España, Napoleón exigió la totalidad del reino portugués)].
Es el propio Godoy el que acabó descubriendo, aunque tarde, las verdaderas intenciones de Napoleón. La idea
del favorito era trasladar a la familia real y a los órganos de gobierno hasta Sevilla, para huir desde allí hacia
América. Pero el viaje se vio interrumpido por el conocido `Motín de Aranjuez' (17−marzo−1808) promovido
por la alta nobleza contraria a Godoy (! La alianza con los franceses y la derrota de Trafalgar supuso para
España dejar de ser una potencia marítima, lo cual suponía la vertiginosa liquidación de su imperio. El pueblo
achacaba todos estos males al gobierno y particularmente a Godoy, que vino a convertirse en la figura más
odiada en la historia de España. Contribuyó a este odio, extendido a todas las clases sociales, el origen que se
atribuía a su valimiento, la acumulación inaudita de bienes y honores, su petulancia, el fausto insensato de que
había rodeado su persona y su notoria inmoralidad, todo ello detestable para la austeridad española. El hacer
frente al valido sólo era posible para el hijo de Carlos IV, Fernando, al cual Godoy, en su deseo de apartarle
de toda intervención en la política, había convertido en su implacable enemigo. Se formó un partido
fernandino, en contra de los reyes y de Godoy, y en este grupo puso el pueblo español sus últimas esperanzas).
Ante la catástrofe total de la nación española, cuando los ejércitos de Napoleón avanzaban amenazadores
hacia Madrid y la corte real reunida en Aranjuez proyectaba escaparse hacia América, el pueblo asaltó el
palacete de Godoy en Aranjuez (! el partido adverso a Godoy había exaltado los ánimos entre la plebe
madrileña). Ello obligó a Carlos IV a abdicar en su hijo Fernando, que desde aquel día (19−marzo−1808)
comenzó a reinar con el nombre de Fernando VII.
El cambio de monarca no evitó la invasión francesa, como esperaba el pueblo español, por tres motivos: 1º)
Carlos IV no aceptó la pérdida de la corona realmente; 2º) la irregular forma en la que Fernando VII accedió
al trono hizo que éste buscara el consentimiento de Bonaparte, accediendo a reunirse con él en Bayona, con el
fin de impedir que con ayuda de los franceses su padre fuera repuesto en el trono; y 3º) sobre todo lo anterior,
Napoleón había decidido ya convertir la invasión de Portugal en ocupación de toda la península.
Napoleón, que nunca había reconocido la autoridad de Fernando VII, decidió aprovecharse de la crisis
dinástica española para sustituir a los Borbones por los Bonaparte. Citó a padre e hijo en Bayona, adonde
acudieron ambos por separado, y logró primero la cesión de los derechos de Carlos IV (acaso cegado todavía
por la posibilidad de que volviese la situación anterior al motín de Aranjuez) y después que Fernando, bajo
amenazas de muerte, devolviera la Corona a su padre, el cual la cedió a Napoleón, tal como habían acordado.
Esto fue un acto que tuvo lugar con todos los formulismos legales y fue aceptado por todas las instituciones y
personajes relevantes del reino. El tratado acordaba que el rey de España cedía al emperador sus derechos a la
Corona, con las condiciones de que se mantendría la integridad de la monarquía, de que el príncipe elegido
para ocupar el trono sería independiente y de que la religión católica había de ser mantenida como única en el
reino.
Con las abdicaciones de Bayona quedaba libre el trono español para colocar en él a un miembro de la familia
napoleónica: el 7 de julio de 1808 José Bonaparte era proclamado rey de España. Fernando VII permaneció
retenido en Valençay bajo la orden de Napoleón. No obstante, este alejamiento de la península le valió el
atraerse la simpatía de la mayoría del pueblo español (! sólo una minoría −los afrancesados: hombres
formados en la Ilustración y en su mayoría intelectuales− aceptó la sustitución de Fernando VII por José I,
jurando la `Constitución de Bayona', que había sido aprobada por una Asamblea de Notables reunida en junio
por Napoleón), que luchó para destituir al rey intruso y favorecer el regreso de Fernando VII.
La Constitución de Bayona no era excesivamente liberal pero protegía los derechos individuales y
modernizaba el sistema judicial y fiscal. Podía haber representado un primer paso en la modernización y
liberalización de España, pero no llegó a aplicarse, dado que una gran parte del pueblo español la rechazaba
por considerar a la nueva monarquía como ilegítima y como el producto de una traición.
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En tanto se desarrollaban las conferencias de Bayona, cuando Carlos IV era aún reconocido como rey de
España, el pueblo de Madrid estalló en una rebelión desesperada que se corrió con rapidez asombrosa hasta
los últimos confines de la península y que unificó todos los estamentos sociales. Con el levantamiento en
Madrid, el 2 de mayo de 1808, de la multitud congregada ante el Palacio Real, cuando los franceses
pretendían llevarse a la fuerza al infante Francisco de Paula, todavía un niño (hermano menor de Fernando
VII), para trasladarlo a Bayona, comenzó la Guerra de Independencia (1808−1814) que involucró a la
totalidad del territorio español.
La sublevación en Madrid fue fácilmente dominada por las infinitamente superiores fuerzas francesas. Sin
embargo, el 2 de mayo se convirtió en un símbolo de la oposición popular a la autoridad oficial, sometida a
los designios de Napoleón.
El ejemplo madrileño cundió en el resto de España. Cuando se hicieron públicas las abdicaciones de Bayona,
el resentimiento popular contra los franceses se tradujo en la defensa de los derechos de Fernando VII. El
vacío de poder, motivado por la desconfianza en las autoridades locales que se suponían leales a los franceses,
provocó el recurso a las instituciones del Antiguo Régimen: la Junta General del Principado de Asturias, la
Diputación del Reino de Galicia, las Cortes de Aragón. Y donde no existían se crearon Juntas Provinciales
que más tarde delegarían en una Junta Central, establecida primero en Aranjuez, después en Sevilla y
finalmente en Cádiz. La consigna era expulsar a los franceses del territorio nacional. Las Juntas se pusieron en
contacto con los ingleses, que enviaron armas y dinero. Más tarde, desembarcarían un ejército en Portugal,
abriendo un nuevo frente de ataque contra Napoleón.
• Guerra de la Independencia (1808−1814)
La lucha contra Napoleón pasaría por tres etapas: 1ª fase (junio 1808−noviembre 1808), 2ª fase (noviembre
1808−enero 1810) y 3ª fase (1810−1814).
♦ Primera fase:
Tras los alzamientos de mayo, fueron los franceses quienes, amparándose en su mejor organización y
superioridad numérica, iniciaron una ofensiva en gran escala para apoderarse rápidamente del país. Sin
embargo, los planes fracasaron, gracias en parte al heroísmo de algunos contingentes españoles, pero sobre
todo a la concepción estratégica utilizada por Napoleón, que dejó en poder de los sublevados el control de las
comunicaciones, al tiempo que tuvo que obligar a sus propias fuerzas a diluirse en los diversos frentes de
ataque.
Así los españoles consiguieron rechazar a sus enemigos en Zaragoza, Valencia y Girona, y con un
improvisado ejército regular dirigido por el general Castaños, frenaron al ejército francés que marchaba hacia
el sur en la batalla de Bailén (19−julio−1808). Ello provocó la salida precipitada de Madrid de José I,
retirándose a Vitoria, y las tropas francesas tuvieron que replegarse hacia el norte (! a comienzos de agosto de
1808, los franceses únicamente controlaban el territorio entre el Ebro y los Pirineos). Desde el punto de vista
político, se constató la necesidad de organizar un poder centralizado que gobernara en nombre de Fernando
VII y dirigiera la guerra. El 25 de septiembre de 1808 se crea en Aranjuez la Junta Central Suprema
Gubernativa del Reino, compuesta por 34 miembros representantes de las Juntas Provinciales. Un mes antes,
el 30 de agosto de 1808, en Portugal, los ingleses hacían capitular al ejército francés en Cintra.
♦ Segunda fase:
La segunda fase comienza en noviembre de 1808 con la llegada de Napoleón a España al frente de su gran
ejército (250.000 hombres), avanzando directamente hacia Madrid, donde repuso a su hermano en el trono de
España. Desde allí dirigió la gran ofensiva: obligó a la Junta Central a trasladarse a Sevilla y forzó a los
ingleses (que habían desembarcado en Portugal y penetrado en Galicia en persecución de los franceses) a
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reembarcar en La Coruña. En 1809, casi todas las ciudades y grandes rutas españolas habían pasado a ser
dominadas por los franceses. Las fuerzas españolas se encontraban bajo mínimos y hasta bien entrado 1811,
no se obtendrían resultados positivos. Pero en este punto suceden dos hechos de gran importancia: en primer
lugar, la definitiva entrada de Inglaterra en la guerra; en segundo lugar, la aparición de la guerrilla, tropas de
paisanos armados, perfectos conocedores del terreno, que dificultaban los movimientos del ejército francés,
asaltaban sus convoyes e impedían el avituallamiento. Si bien nunca constituyó un elemento decisivo, sí creó
un ambiente tremendamente hostil hacia el ejército invasor. Algunos agrupamientos, como los mandados por
Espoz, Longa o El Empecinado, llegaron a poseer la eficacia de las fuerzas regulares. Fueron a la vez el
máximo exponente del carácter popular de la guerra, y del fracaso militar. Comenzaba una concepción de
lucha muy distinta de la clásica y con gran futuro.
En enero de 1810, los franceses continuaban siendo dueños de la mayor parte de España, inclusive Andalucía
(en febrero caía Sevilla, pero Cádiz se mantenía inexpugnable), coincidiendo con el cese de la Junta Central.
Se constituyó entonces una Regencia como gobierno de la España independiente, que organizó la
convocatoria de Cortes, que se reunieron el 24 de septiembre de 1810 en Cádiz.
♦ Tercera fase:
La acción combinada de las guerrillas y los ataques de los ejércitos regulares de España e Inglaterra (a cuya
cabeza se hallaba sir Arthur Wellesley, el futuro lord Wellington) obligaron a iniciar la retirada a los
franceses, sobre todo después de haber tenido Napoleón que llamar de España a unos cuantos miles de
hombres para enviarlos al frente de Rusia. Victoria tras victoria (Arapiles, 1812; Vitoria y San Marcial, 1813),
España pudo considerarse victoriosa a comienzos de 1814 frente a las fuerzas de Napoleón. Quedaba todavía
en manos francesas todo el este español. Hasta el 18 de abril de 1814 hubo fuerzas francesas en España,
ocupando Cataluña, donde aún se encontraban cuando regresó Fernando VII en marzo de aquel año (! libre en
realidad desde la firma del tratado de Valençay en diciembre de 1813). A principios de junio de 1814, los
franceses había evacuado ya las últimas plazas españolas.
LA REVOLUCIÓN LIBERAL DE LAS CORTES DE CÁDIZ. LA CONSTITUCIÓN DE 1812.
Antes de que terminara la guerra, tuvo lugar en Cádiz la revolución liberal española.
El momento inicial de ésta debe situarse en septiembre de 1810, cuando la Regencia que sustituye a la Junta
Central mandó reunir Cortes en Cádiz, no por estamentos sino al estilo de la revolucionaria Asamblea
francesa de 1789, es decir, en Cámara única y voto por cabeza.
Las Cortes de Cádiz, como aquella Asamblea, trabajaron por desarticular el Antiguo Régimen y crear las
bases del sistema liberal español; ello mediante cuatro grupos de reformas:
1ª) Reforma política.− Llevada a cabo entre 1810 y 1811, tuvo como puntos básicos la proclamación de la
soberanía nacional; la promulgación de la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial); la
concesión de algunas libertades, como la de imprenta; y, por último, la aprobación de la Constitución de 1812,
donde quedan reflejados los anteriores principios.
2ª) Reforma administrativa.− Se buscó centralizar y racionalizar los organismos e instituciones del país,
sustituyendo, entre otros aspectos, la división de España en reinos por una nueva división en `provincias' −en
realidad ya existentes aunque con distinta organización−, ahora con su jefe político o gobernador civil y una
Diputación provincial en cada una.
3ª) Reforma social.− Ejecutada entre 1811 y 1813, pretendió conseguir la liquidación del orden estamental.
Para ello se declaró la igualdad absoluta de todos los hombres ante la ley. Se abolieron las instituciones del
Antiguo Régimen, suprimiéndose las pruebas de nobleza y todos los privilegios señoriales. La supresión de la
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Inquisición y del diezmo, el impuesto que tradicionalmente cobraba la Iglesia sobre la tierra, provocó la
ruptura diplomática con la Santa Sede y les atrajo la enemistad de una gran parte del clero.
4ª) Reforma económica.− Se logró regularizar y centralizar la Hacienda y liberalizar la economía,
suprimiendo los antiguos privilegios corporativos. Se abolieron la Mesta, las aduanas y los gremios. Se
liberalizaron el comercio y los precios, sentando las bases de una economía de libre mercado. La Hacienda
Pública se organizó a través de una Caja única que debía recoger todos los ingresos del Tesoro y
redistribuirlos de acuerdo con las necesidades del país.
La obra de las Cortes de Cádiz fue verdaderamente revolucionaria (! la Constitución de Cádiz de 1812 fue
tomada como modelo por las de Portugal, Grecia, Nápoles, Piamonte, Polonia y varias repúblicas americanas,
convirtiéndose en el símbolo de los nuevos tiempos). Pero a la hora de llevarla a la práctica se pondrían de
manifiesto las distorsiones entre la fórmula legal y la realidad nacional. Esta distorsión permitió a Fernando
VII anularla sin demasiados esfuerzos en cuanto pisó nuevamente territorio español.
TEMA 7. LIBERALISMO Y ABSOLUTISMO EN EL MARCO DEL ORDEN INTERNACIONAL.
La coalición que venció a Napoleón I se fijó como tarea esencial remodelar la geografía política y social de
Europa en un congreso convocado en Viena (noviembre 1814 − junio 1815). La derrota de Napoleón hace ver
la necesidad de replantear la vida internacional sobre bases muy diferentes, incluso contrarias, a las que
habían inspirado a la Europa revolucionaria, dirigida por Francia. A la dirección de una sola potencia
sustituiría la dirección de varias, las vencedoras de Napoleón. Estas naciones vencedoras desean someter la
vida internacional a un derecho que no sea el de la fuerza, para lo que han de implantar un sistema de
seguridad colectiva. Hostiles a la etapa histórica que Europa acaba de vivir, se inspiran en el Antiguo
Régimen y se oponen a la soberanía nacional; su obra significa la lucha contra el mapa y las ideas de la
Revolución Francesa.
El Congreso de Viena restauró una Europa monárquica, perturbada por la expansión francesa, pero sin una
coherencia ideológica, ni siquiera en el terreno político, donde el absolutismo dominante convivía con
prácticas constitucionales, como en Francia o en Noruega.
En el marco internacional, el orden territorial europeo se reconstruye sobre dos principios: la legitimidad
(cada territorio es devuelto a su legítimo dueño, según el derecho monárquico) y el equilibrio entre las
distintas potencias (se redondean países, se establecen zonas−tampón, etc.).
El orden político interno de cada país se caracteriza por la restauración del gobierno monárquico por
excelencia. El rey tiene siempre todo el poder, tanto en el terreno ejecutivo como en el legislativo. El rey
puede compartirlo con una Cámara o con sus ministros.
Quedan marginados, por tanto, el nacionalismo (! la aspiración de los pueblos de una misma cultura a
unificarse políticamente bajo un gobierno independiente) y el constitucionalismo (! a partir de una Carta
constitucional y de la separación de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial).
El nuevo orden europeo vendría definido por cinco potencias: las cuatro vencedoras de Napoleón (Gran
Bretaña, Rusia, Austria y Prusia) y la misma Francia (! Por la Primera Paz de París, mayo de 1814, el trono
francés era ocupado por el Borbón Luis XVIII y el retorno de Francia a las fronteras de 1792), siendo sus
principales artífices Castlereagh (por Inglaterra), el zar Alejandro I (por Rusia), Metternich (por Austria),
Hardenberg (por Prusia) y Talleyrand (por Francia). Esta dirección colegiada configura el sistema de la
Pentarquía.
El status establecido se mantuvo durante medio siglo. Así, Polonia pasó a Rusia; Sajonia y Renania a Prusia;
Tirol y Lombardía−Veneto a Austria; Noruega a Suecia; Luxemburgo y Bélgica a Holanda; Saboya y Génova
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a Cerdeña; Malta y territorios extra−europeos a Gran Bretaña.
Por iniciativa del zar Alejandro I se organizó la Santa Alianza (1815), pacto entre Rusia, Prusia y Austria y
con la adhesión de Francia para ayudarse mutuamente en el caso de revolución liberal. En virtud de dicho
pacto, los austríacos intervinieron en Italia para sofocar la revolución de Nápoles y Piamonte, y los franceses
entraron en España (Cien Mil Hijos de San Luis) para devolver a Fernando VII el poder absoluto (1823).
Este mismo año (1815) se estableció la Cuádruple Alianza, que ligaba a Inglaterra, Rusia, Austria y Prusia
contra una eventual renovación del peligro francés y se comprometían a sostener en el trono de Francia a Luis
XVIII.
En definitiva, los tres postulados de la Restauración son: realismo (rey legítimo de poder de origen divino),
responsabilidad internacional de las potencias (la vida internacional debe estar dirigida por las grandes
potencias), intervención (la Santa Alianza y la Cuádruple Alianza). Estos postulados teóricos se plasman en
varios congresos, donde se discuten los posibles conflictos.
La Restauración se vio apoyada por algunos pensadores que recogen en sus obras la hostilidad contra los
principios liberales y proclaman la exaltación de la tradición. Así, según Joseph de Maistre y otros
tradicionalistas, la sociedad humana empezó como un régimen inevitable establecido por Dios. En todas las
sociedades, los grupos sociales están escalonados en jerarquías. Las desigualdades de posición deben
considerarse consecuencia del plan divino. La obediencia al legítimo soberano es un deber religioso. El poder
del monarca queda regulado por instituciones tradicionales, se apoya en el clero y se auxilia de una nobleza
habituada a gobernar por las delegaciones de poder que durante siglos le había confiado la realeza.
Tradición, orden, defensa de las instituciones del Antiguo Régimen −realeza, Iglesia−, apelación al papel de la
aristocracia, subordinación jerárquica de los restantes grupos sociales a los estamentos del privilegio, son
postulados con los que algunos pensadores se esforzaron en cimentar intelectualmente la Europa restaurada.
TEMA 8. LOS CAMBIOS SOCIOECONÓMICOS: LA INDUSTRIALIZACIÓN Y EL TRIUNFO DE LA
CIVILIZACIÓN BURGUESA.
La Europa de 1815 parecía organizarse bajo el signo de la restauración monárquica y aristocrática. Sin
embargo, bajo el doble impulso de las nuevas ideas surgidas de la Revolución Francesa y propagadas en
Europa por los ejércitos napoleónicos y de las transformaciones provocadas por la Revolución Industrial, el
ascenso y más tarde el dominio de la burguesía caracterizaron la evolución del s. XIX, primero en la Europa
occidental y en EEUU, y después en la Europa central; también se vieron afectadas las sociedades rurales
tradicionales de la Europa oriental y meridional. El crecimiento económico derivado de la Revolución
industrial modificó las estructuras sociales.
La industrialización produjo sus primeros efectos en el Reino Unido antes de alcanzar a la Europa occidental,
EEUU y más tarde a los estados alemanes. Aunque en sus comienzos no afectara directamente más que a una
minoría de la población, supuso el desarrollo de dos grupos sociales a la vez antagónicos y complementarios:
los empresarios y las clases obreras.
El reducido coste de inversión de las primeras máquinas y la escasa concentración en el momento del
despegue de la producción industrial hicieron posible la formación de una nueva clase capitalista. En el s.
XIX, los empresarios habían tomado conciencia de sus intereses comunes para reivindicar al Estado una
mayor libertad y para resolver los problemas de mano de obra. La industrialización multiplicó las fuerzas de la
burguesía y favoreció a una burguesía financiera que drenaba y distribuía los capitales; la construcción de los
ferrocarriles, tarea que excedía la capacidad individual, exigía la formación de sociedades y obligaba a
recurrir al ahorro de otros sectores (sobre todo de la burguesía territorial), a las que interesó en la actividad
industrial.
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A medida que progresaba la industrialización las inversiones eran más importantes, las máquinas más costosas
y las manufacturas mayores, al tiempo que la concentración de las empresas levantaban una barrera entre
patronos y obreros.
Podemos decir que la Revolución industrial modificó radicalmente la estructura de la sociedad provocando el
enriquecimiento de los poseedores de los medios de producción (burguesía) y el comparativo
empobrecimiento de los trabajadores industriales, quienes muy pronto fueron conscientes de que su única
fuerza radicaba en su unión como clase.
Durante el s. XIX, la burguesía fue consolidando su poder llegando a dominar el Estado a finales de siglo. El
poder burgués se consolidó en el marco de las ciudades, que conocieron un crecimiento extraordinario a lo
largo del s. XIX. Las funciones de la ciudad se multiplicaron con la implantación de nuevas técnicas
(iluminación a gas, y posteriormente la eléctrica). Las relaciones se hicieron más funcionales, los
comportamientos más individuales y las familias más reducidas. El ferrocarril, con el establecimiento de las
estaciones, contribuyó al crecimiento de nuevos barrios. Paralelamente, la ciudad moderna acentuó las
divisiones sociales y enfrentó a unos barrios ricos residenciales con otros barrios pobres, desplazados a la
periferia. La ciudad era el centro del poder: poder político (asambleas representativas y administración
estatal), poder intelectual (escuelas, bibliotecas) y poder económico (bancos y grandes sociedades de
negocios).
La vida urbana exigía unos intercambios monetarios importantes: el dinero se ganaba, se gastaba y circulaba
con mayor rapidez, su atractivo estimulaba las actividades y se identificaba con el burgués. Por ello, la
burguesía utilizó el liberalismo para extender y reforzar su influencia. El liberalismo le proporcionó una nueva
mentalidad y una ideología de acción.
La Ilustración (s.XVIII) había introducido los nuevos conceptos de progreso y felicidad individuales: el
hombre podía mejorar su condición material y su condición moral utilizando su libertad. El liberalismo
consideraba que la sociedad debía ser el resultado del libre juego de las actividades individuales. A comienzos
del s. XIX, el liberalismo parecía subversivo por su recelo frente al Estado, las Iglesias y las tradiciones
aristocráticas: la libertad individual no puede depender de la decisión exclusiva del rey, que tendría facultad
de revocarla. El titular último del poder es el pueblo. El poder popular, o la soberanía nacional, implica la
limitación de las facultades de los reyes, mediante constituciones, en las cuales se consignan las garantías de
los ciudadanos y la división de los poderes, que nunca deben estar concentrados. El derecho a legislar
corresponde sólo a los parlamentos (formados por distintos grupos políticos que representan a los
ciudadanos).
Con estos postulados, el liberalismo comporta la destrucción del antiguo orden político (! libertad individual),
pero se despreocupa de las estructuras sociales y económicas. Se convierte así en ideología de una clase, la
burguesía. Por eso, el temor a la revolución social inclina a los liberales (= burgueses) a interpretar en sentido
restrictivo la soberanía nacional (el poder popular) con la negación del sufragio universal; sólo poseen
derecho de voto los grupos con un determinado nivel de riqueza o de cultura (! el liberalismo, preocupado por
el desarrollo del individuo, concedía una gran importancia a la instrucción), implantando el sufragio
censitario.
En definitiva, el poder burgués se basa en una constitución escrita, una monarquía limitada, elecciones y
partidos políticos, el sufragio censitario, la descentralización, la igualdad jurídica y la desigualdad social.
TEMA 9. DESAFÍOS, FRACASOS Y AVANCES REVOLUCIONARIOS
(1820−1834)
La Restauración había sofocado en 1815 (Congreso de Viena) las ansias nacionales de los pueblos. Sin
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embargo, la tendencia nacionalista iniciada por la Revolución Francesa a fines del s. XVIII había hecho mella
en todos los pueblos europeos y con mayor fuerza en los que habían quedado bajo el dominio de alguna
potencia. El Congreso de Viena no acertó a percatarse de la creciente fuerza del nacionalismo: los anhelos de
independencia nacional rebrotan y constituyen otra base de los procesos revolucionarios, en los que estallan la
rebeldía de los patriotas italianos contra el despotismo austríaco, la de los polacos contra Rusia, la actividad
de los revolucionarios alemanes, y la de los patriotas belgas que reclaman la separación de Holanda.
GRECIA
Sin embargo, el impacto que tuvo entre los medios culturales de la época la lucha de liberación de los griegos
frente a los otomanos, constituyó un estímulo para los pueblos europeos oprimidos. Desde principios del s.
XVIII, Grecia estaba sometida al Imperio otomano. La elevada presión fiscal y la distribución de la mayoría
de la propiedad agraria entre la minoría turca despertó el espíritu de independencia nacional de los griegos que
se sublevaron en 1821, redactando la Constitución de Epidauro que proclamaba la independencia de Grecia en
enero de 1822. Este levantamiento fue inmediatamente sofocado por los turcos que desencadenaron una
represión implacable con matanzas como la de Quíos en abril de ese mismo año. La lucha heroica de los
griegos, la admiración universal por el pasado cultural de Grecia y el horror de las matanzas turcas motivaron
un sentimiento de solidaridad en Europa, que acude a organizar el ejército heleno. El sultán otomano
consiguió el apoyo de Egipto, restaurando oficialmente el poder otomano en 1825, apoderándose de Atenas y
provocando la matanza de más de 200.000 griegos. Sin embargo, los Estados europeos, interesados en
debilitar el poder turco y en establecer una tutela occidental sobre los Balcanes, además de en apoyar a los
griegos en su lucha nacional, derrotan a la flota turco−egipcia en 1827, que supuso la entrada de los aliados en
territorio griego. En el Tratado de Adrianópolis (1828) Turquía reconoce la independencia de Grecia.
ITALIA
La liquidación del período napoleónico por el Congreso de Viena había dejado a la península italiana
sojuzgada y dividida: Austria conservaba Lombardía y el Véneto como provincias del Imperio; los ducados de
Parma, Módena y Toscana estaban regidos por archiduques austríacos; el papa no sólo gobernaba los Estados
Pontificios, sino que extendía su gobierno a las provincias del Adriático llamadas legaciones; en Nápoles y
Sicilia volvían a gobernar los Borbones según sus métodos tradicionales.
Todos estos monarcas eran enemigos de las ideas democráticas y se sentían autorizados a su represión por los
principios de la Santa Alianza (1815). Sin embargo, seguían propagándose las ideas revolucionarias. En un
clima de exaltación romántica, la primera generación de patriotas italianos soñaban con derrotar al
absolutismo encarnado por Austria y crear un estado nacional y democrático, heredero de la Revolución
Francesa (! El nuevo orden social y jurídico, derivado de los principios de 1789, favoreció el control de los
asuntos públicos y de la actividad económica por parte de la burguesía liberal, imbuida de la mentalidad de la
Ilustración, que empezó a aspirar a una comunidad nacional basada en el modelo galo). El primer
`Risorgimento' fue, ante todo, un movimiento de ideas, expresado en las obras de novelistas y poetas. Los
patriotas se reunían en sociedades secretas cuyo ritual y cuyos ideales derivaban de la francmasonería: los
güelfi (en Módena y Parma), los federati (en Lombardía), los adelfi (en el Piamonte) y, sobre todo, los
carbonari (en Nápoles), cuyos miembros se agrupaban en secciones llamadas `ventas'. Sobre todo, lo que unía
a los italianos era la lengua. Podían estar separados por fronteras, con monarcas extranjeros impuestos por la
Santa Alianza, pero tenían muy presente la idea de que la lengua era símbolo de nación y que la adhesión a
sus normas era un signo de nacionalidad. Los grupos revolucionarios, deficientemente organizados,
promovieron violentas campañas de agitación en contra de la nueva estructuración política del país. En
Nápoles, Fernando I (Borbón) se vio obligado a aceptar una constitución (1820), pero en 1821 solicitó la
intervención austríaca que restableció pronto sus poderes absolutos. La agitación se extendió al Piamonte,
donde Victor Manuel I se vio obligado a abdicar (1821) en su hermano Carlos Félix I, quien otorgó una
constitución; pero de nuevo la intervención austríaca puso fin al estado constitucional.
18
A lo largo de la década 1820−30, constantes revueltas, siempre reprimidas violentamente, agitaron los
territorios italianos.
La Revolución Francesa de 1830 suscitó en febrero de 1831 una nueva llamarada de revueltas en los Estados
Pontificios y en los ducados de Parma y Módena. Se fundó la Joven Italia, organización que se proponía
instaurar una república unitaria en la península italiana. Pero la Francia de Luis Felipe de Orleans, cuyo apoyo
esperaban los patriotas, proclamó la no intervención. Los movimientos fueron yugulados por los austríacos,
que ocuparon Bolonia, mientras que los franceses establecieron una guarnición en Ancona para proteger los
Estados Pontificios.
A las revoluciones de 1821 y 1831 siguieron los éxodos de patriotas proscritos, que partieron rumbo a
Francia, Suiza, Bélgica o Gran Bretaña, y se persuadieron así de que la generación de Italia no podía lograrse
a base de conspiraciones aisladas, sino por la adhesión general de todos los estamentos sociales en torno a un
proyecto común.
FRANCIA
En 1814, al ser restituido en el trono francés, Luis XVIII promete dotar a Francia de un régimen
representativo. Es lo que se llama el régimen de `Carta otorgada'. Se trata de un régimen que pretende
combinar el poder real, sin debilitarlo, y la consulta a la nación (! Los Borbones insistían en sus derechos de
soberanos por la gracia de Dios y otorgaban libertades constitucionales como un favor gratuito, no como un
reconocimiento de la soberanía popular). La Carta establecía dos cámaras: un Senado (o Cámara de los Pares),
ocupado por los aristócratas, cuyo asiento es hereditario, escogidos por el rey; y la Cámara de los Diputados,
elegidos por el censo de los que pagaban una contribución superior a 300 francos anuales. La Carta reconocía
los principios de libertad, igualdad y propiedad, aunque preveía que la libertad de prensa podría ser restringida
por leyes para reprimir los abusos (! se impedía la circulación de los periódicos con el establecimiento del
impuesto o tasa de un sello en cada número). También se garantiza la libertad religiosa y la práctica de los
diferentes cultos (! aunque se proclama la religión católica como credo oficial del Estado). Sin embargo, no
existe la separación explícita de poderes: la autoridad no viene del pueblo, sino de Dios, y en consecuencia el
rey acumula la del ejecutivo y su proyección sobre el legislativo (! se otorgaba al rey el derecho de legislar por
decreto) e incluso sobre el judicial (! se reserva al rey los tradicionales privilegios de gracia).
Luis XVIII había concedido la Carta, un poco para dar muestra de su benevolencia, pero una vez promulgada
se sentía satisfecho con el poder que aquélla le reservaba. No pensaban así los ultras (más realistas que el rey)
que constituyeron durante la Restauración la fuerza política mejor organizada. Representada por una fracción
importante de la nobleza territorial, el ultrarrealismo enlazaba con la ideología contrarrevolucionaria:
tradicionalismo y defensa de la monarquía de derecho divino, aborreciendo incluso la noción de un texto
constitucional.
En contra de los ultras estaban las diferentes formas del liberalismo: los doctrinarios (una burguesía abierta y
móvil formada por antiguos miembros de la administración napoleónica y también por algunos negociantes y
miembros de las profesiones liberales) que estaban a favor de la Carta, no sólo porque ésta garantizaba las
conquistas revolucionarias sino porque levantaba una barrera ante las masas populares (que no podían
participar en los asuntos políticos). A la izquierda de los doctrinarios se hallaban los independientes, que
combatían activamente no sólo los tratados de 1815, sino también la preeminencia que habían recuperado el
clero y la nobleza.
Para imponer sus principios, los ultras y las oposiciones se esforzaron en conseguir mayoría en la Cámara de
los Diputados. La consiguieron los ultrarrealistas que pedían una represión para los revolucionarios (! período
llamado Terror blanco). Les parecía tibio el gobierno constitucional y el rey inconsecuente porque no
aprovechaba la mayoría parlamentaria para reformar o abolir la Carta. Así, durante el reinado de Luis XVIII y
debido a la mayoría ultrarrealista, se retorna a las medidas autoritarias: depuración del ejército, campaña de
19
recatolización del país, represión de la prensa. Despojada de sus armas legales, una parte de la oposición se
inclinó hacia la acción clandestina, en el marco del carbonarismo.
En 1824 asciende al trono Carlos X (hermano de Luis XVIII), acentuándose todavía más las tendencias
conservadoras del gobierno, primero con el gobierno del ministro Villèle y después con el príncipe Polignac,
con medidas satisfactorias para la nobleza y el clero en perjuicio de la clase media (! aprobación de las leyes
sobre los sacrílegos y los miles de emigrados, indemnización a la nobleza por los bienes confiscados por la
Revolución, restablecimiento de los mayorazgos que vinculaban las tierras a los primogénitos de las familias
nobles...)
Descontento el rey por unas elecciones de que había resultado una Cámara opuesta a su política, decretó en
julio de 1830 las cinco ordenanzas siguientes: 1ª) Suspensión de la libertad de prensa; 2ª) Disolución de la
Cámara; 3ª) Reforma de la ley electoral; 4ª) Convocatoria de nuevas elecciones; y 5ª) Nombramiento para
consejeros de estado de varios personajes famosos por sus opiniones ultrarrealistas.
Al día siguiente se amotinó el pueblo de París. Fue la llamada Revolución de las Tres Gloriosas. El triunfo del
pueblo (que luchaba bajo la bandera tricolor que los Borbones habían sustituido por la bandera flordelisada)
desemboca en el destronamiento de Carlos X, que huye a Inglaterra.
En los primeros días de agosto todavía se dudaba en París entre instaurar una nueva dinastía con el duque de
Orleans (cuya familia había alardeado de liberalismo y hasta participado en la Revolución) o una república. El
temor de nuevos excesos y venganzas movió a los doctrinarios a redactar proclamas sobre la fidelidad de Luis
Felipe de Orleans a la nación, el cual ocupa el trono no por un designio divino ni por una herencia histórica,
sino simplemente por la voluntad de los representantes del pueblo en el ejercicio pleno de la soberanía
nacional. La monarquía orleanista duró hasta 1848. Si bien Luis Felipe juró aplicar sin reservas ni
disminución la Carta borbónica, nunca sintió la necesidad de una constitución avanzada, que incorporara la
nueva justicia social: la burguesía se enriqueció enormemente, superando en importancia a la nobleza y sin
dar ninguna concesión al proletariado. Así pues, el orleanismo puede definirse como un gobierno de las élites
(nobleza y burguesía). Con sus fortunas colosales, los nuevos hombres de la clase media se convirtieron en
conservadores, impidiendo toda evolución y provocando, en parte, la revolución de 1848.
ALEMANIA
En 1815, en el Congreso de Viena, por iniciativa de Rusia y de Austria, los príncipes alemanes integraron una
confederación, cuyo órgano federal era una Dieta permanente, presidida por Austria. En la mayoría de los
estados había regímenes absolutistas. Sin embargo, de tal modo se hacía sentir la fuerza de la opinión que
demandaba un régimen constitucional, que algunos príncipes tuvieron que transigir, pero los grandes estados
se mantuvieron intransigentes. En una reunión de delegados de los príncipes se decidió que la Confederación
podría obligar a los estados que habían otorgado cartas constitucionales a derogarlas, si se preveía peligro para
los principios monárquicos. Tales medidas hicieron que aumentara el descontento del pueblo, en tanto crecía
un vigoroso sentimiento unitario. Así, la ola revolucionaria que afectaba a Europa también llegó a Alemania,
donde en 1830 se produjeron levantamientos populares en varios estados menores, y el resultado de la
revolución que ese mismo año agitó a Francia llevaron en unos casos a otorgar constituciones y en otros a usar
medidas represivas.
Sin embargo, en 1834 la aspiración nacional de unidad se vio estimulada por la creación de una unión
aduanera (= Zollverein) que encabezó Prusia (! Austria persistió en quedarse fuera, renunciando así
automáticamente a su posición de jefe de la Confederación germánica). Los estados de la Zollverein
prosperaron enormemente al verse libres por fin de las trabas de comercio que les imponían las absurdas
fronteras medievales. Este primer paso dejaba vía libre al ansia de unificación nacional que recorría Alemania.
POLONIA
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El gran ducado de Varsovia creado por Napoleón I (1807) fue repartido en el Congreso de Viena (1815) entre
Austria, Prusia y principalmente Rusia. El reino de Polonia conservaba empero una cierta autonomía con
administración y ejército propios, respeto total a su lengua nacional y un texto constitucional que había
establecido la emancipación personal de los campesinos en 1815 (! en muchos aspectos, la represión rusa era
mucho más suave que la austríaca o la prusiana).
El ejemplo de la Revolución parisina de julio de 1830, animó los sentimientos nacionales y liberales de los
polacos (! grupos de pequeños nobles, altos funcionarios y profesionales liberales), que se levantaban contra
la dominación rusa (noviembre 1830). Los polacos deponen al virrey ruso y enseguida se proclaman nación
independiente. Esperan ayuda del bloque liberal (Francia e Inglaterra), pero estos países no se la concederán
por temor a un conflicto general. Así, aislados de cualquier ayuda de las potencias occidentales, los polacos
sucumbieron ante las tropas del zar Nicolás I (septiembre 1831), que emprendió una política de aniquilación
de la nacionalidad polaca, sometiendo al país a un vasto proceso rusificador, mientras unos 10.000 polacos se
exiliaban.
BÉLGICA
La unión de Bélgica a Holanda, decidida en el Congreso de Viena de 1815 con la finalidad de que los Países
Bajos constituyeran un estado fuerte frente al expansionismo francés, no había sido aceptada por los belgas.
Guillermo I, el nuevo rey de los Países Bajos (antiguo estatúder Guillermo V) impuso un gobierno autocrático
de acuerdo con los amplios poderes que le confería la Ley Fundamental de 1814. Según esta ley, belgas y
holandeses tendrían una representación igual en los Estados Generales. Pero la realidad fue muy distinta, y el
texto constitucional de 1815 subordinaba Bélgica a Holanda.
Las diferencias entre ambos estados eran profundas: la religión (los belgas eran católicos, los holandeses
protestantes), el idioma (se decretó el neerlandés como lengua oficial), la economía (Bélgica era
predominantemente agrícola e industrial, mientras que Holanda era marcadamente mercantil). Aunque en el
parlamento había igualdad numérica, los holandeses monopolizaban el gobierno y la administración pública (!
En 1830, seis de los siete ministros eran holandeses y el 90 % de los funcionarios del Ministerio del Interior y
otro tanto de los oficiales del ejército eran también holandeses). Los holandeses se habían asegurado también
el control de la banca y preconizaban una política librecambista frente al proteccionismo agrícola e industrial
que requería la economía belga.
Todo ello, unido al autoritarismo de Guillermo I, creó un profundo descontento entre los belgas. Los liberales
de este país desaprobaban las restricciones a la libertad de prensa y el poder autocrático del rey, los católicos
rechazaban la política religiosa del gobierno de La Haya (que intentaba a través de la enseñanza religiosa
obstaculizar la asimilación del credo católico), y unos y otros clamaban contra la preponderancia holandesa en
los negocios públicos. Esta confluencia de oposiciones llevó en 1828 a la formación de la Unión
Católico−Liberal, precedente de los hechos revolucionarios de 1830.
Los hechos de julio en París convencieron a los belgas de que también ellos podían lograr sus objetivos
mediante la revolución. En agosto de 1830 un levantamiento popular acaecido en Bruselas fue secundado en
la mayor parte del país. Un mes después, las tropas de Guillermo I fracasaron en el intento de someter a la
ciudad de Bruselas, y el acuerdo de los Estados Generales de separar totalmente la administración de uno y
otro país −concesión tardía− no fue aceptada por los belgas. Toda Bélgica se había levantado y los holandeses
retenían únicamente las plazas de Amberes y Maastricht. La Junta de Defensa que en los primeros días del
levantamiento se había formado en Bruselas se transforma en gobierno provisional, proclama la
independencia el 4 de octubre, convoca un Congreso nacional para que elabore una constitución y solicita el
apoyo francés.
El conflicto se internacionaliza y las dos Europas políticas toman posturas contrarias ante la revolución (! se
corría el riesgo de que los intereses contrapuestos de las diversas potencias llevaran a una guerra general). A
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requerimiento de Guillermo I, Prusia −contando con el consentimiento de Austria y Rusia− se dispuso a
intervenir, pero Francia y Gran Bretaña se opusieron a ello con firmeza (! los ingleses, por rivalidad comercial
con los holandeses y consciente de la importancia del puerto de Amberes para el tráfico de sus mercancías,
mira con simpatía el movimiento belga).
Ante el peligro de un conflicto general europeo, se reúnen en Londres la cinco potencias del sistema de la
pentarquía (Austria, Prusia, Rusia, Gran Bretaña y Francia), e imponen un armisticio entre belgas y
holandeses, reconociendo en enero de 1831 la independencia de Bélgica, cuya neutralidad garantizaban las
potencias. Las fronteras de Holanda serían las que tenía en 1790 y los belgas tendrían que asumir la mitad de
la deuda pública de los Países Bajos. Fue elegido rey de los belgas Leopoldo I que consiguió modificar alguno
de los acuerdos adoptados. Guillermo I no aceptó los referidos artículos y ordenó la invasión de Bélgica.
Leopoldo I solicitó la ayuda de Francia que obligó a los holandeses a retirarse. Por su parte, los ingleses,
recelosos ante la presencia de tropas en el canal, exigieron la evacuación de los franceses, y la Conferencia de
Londres tuvo que buscar una nueva solución: un nuevo tratado que tampoco fue aceptado por los holandeses
(a pesar de las concesiones hechas por los belgas). Francia y Gran Bretaña tuvieron que intervenir
militarmente. En noviembre de 1832 los franceses expulsaron a los holandeses de Amberes, cuya plaza
seguían ocupando, y una flota franco−británica bloqueó las costas de Holanda. El conflicto belga−holandés no
quedó zanjado hasta mayor de 1839, por el Tratado de Londres; en virtud de él, la participación de Bélgica en
la antigua deuda pública fue reducida a cerca de la mitad, pero el nuevo reino tuvo que devolver a Holanda los
territorios de Luxemburgo y de Limburgo. La independencia y la neutralidad de Bélgica fue de nuevo
ratificada por las grandes potencias.
La revolución de 1830 introdujo en Bélgica una monarquía constitucional: soberanía nacional, monarca que
debe su poder al pueblo y a su juramento de la Constitución, separación de poderes, declaración de derechos,
libertades de religión, asociación, educación, lengua y prensa, clero pagado por el Estado...
TEMA 10. LAS REVOLUCIONES DE 1848.
De las revoluciones de 1830, sólo Bélgica había conseguido la independencia y una constitución liberal. En
Francia, el viraje conservador de la monarquía orleanista a partir de 1832 supone una traición para la
revolución que ha llevado al trono a Luis Felipe; en Italia los austríacos mantienen su presencia; en Alemania
muchos estados siguen gobernados por soberanos con un régimen prácticamente absolutista; en Polonia los
rusos han suprimido todas las libertades.
Ante este panorama, en 1848 se extiende por Europa una nueva oleada revolucionaria. A diferencia de los
movimientos revolucionarios de 1830 que preconizaban las ideas del liberalismo (sufragio censitario,
soberanía nacional, despreocupación por las grandes diferencias sociales y la monarquía como forma de
gobierno), los revolucionarios del 48 reivindicaban el sufragio universal, la soberanía popular (ejercida por la
totalidad de los individuos), la igualdad social y la república como forma política más idónea. Son las nuevas
ideas democráticas.
A estos ideales democráticos hay que añadir los problemas económicos y las convulsiones sociales que
azotaban Europa: las malas cosechas hicieron que los precios agrícolas subieran provocando la hambruna; tras
varios años de prosperidad, y probablemente de superproducción, algunas fábricas quiebran debido a la
insuficiencia de las ventas, provocando que miles de obreros se queden sin trabajo. Ante los sufrimientos y las
miserias de las clases trabajadoras, surgieron una serie de pensadores que criticaban el sistema capitalista y las
desigualdades sociales que provocaba. Es el socialismo utópico, la fase inicial de la evolución del
pensamiento socialista.
Estos movimientos revolucionarios, alentados por la pequeña burguesía (por el deseo de asumir la hegemonía
política y, por tanto, económica) y por los grupos obreros (gracias a la difusión de las ideas socialistas),
comenzaron en Francia, y desde allí, pasaron a Italia, Austria y Alemania.
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FRANCIA
En Francia, el régimen de Luis Felipe de Orleáns había encumbrado a la clase media industrial, predominante
en la política. Con sus grandes fortunas, los nuevos hombres de la clase media cínicamente desmoralizaban las
elecciones. Empezó a considerarse corriente y lícito lo que después hemos llamado corrupción electoral. El
resultado fue la atonía en las altas esferas del gobierno, somnolencia parlamentaria harto fastidiosa para
Francia, que se había acostumbrado a la agitación de las jornadas revolucionarias.
Uno tras otro, los grupos políticos empezaron a desertar de la monarquía de julio de 1830. Desde el principio,
los republicanos, irreconciliables con la Restauración, se dieron cuenta de que Luis Felipe no era muy
diferente de los Borbones. También se mantenían enemigos los aristócratas ante un rey que lo era por
proclamación armada del pueblo. A los descontentos se sumó el ejército, desmoralizado por el olvido de sus
sacrificios en Argelia y por el carácter interminable de la lucha social; la Iglesia, que se quejaba de las
limitaciones en el campo de la educación católica; y, por supuesto, los proletarios, cada vez más numerosos y
más convencidos de sus derechos, estaban también en la oposición.
En una atmósfera de crisis, la oposición republicana abrió la denominada campaña de los banquetes donde se
plantearía la cuestión del sufragio universal. La prohibición del banquete, que debía celebrarse el 22 de
febrero de 1848, provocaría en cuestión de pocas horas la dimisión del ministro Guizot. La insurrección
continúa en París provocando la abdicación de Luis Felipe y el hundimiento de la monarquía orleanista.
La presión popular (las masas obreras habían jugado un papel clave en la revolución) exige la formación de un
gobierno provisional que decreta la proclamación de la República, el sufragio universal, la abolición de la
esclavitud en las colonias, libertad de prensa y reunión, supresión de la pena de muerte, derecho al trabajo,
libertad de huelga, limitación de la jornada laboral a 10 horas, creación de talleres nacionales en los que se dé
trabajo a los parados...
La II República francesa había nacido con una fuerte preocupación social y con presencia en el gobierno
provisional de dos socialistas. Sin embargo, las elecciones celebradas en abril para la Asamblea Constituyente
demostraron ya que la revolución que había comenzado democrática y radical viraba hacia la burguesía y la
derecha. Pronto las elecciones a la Presidencia de la República, que se verificaron limpiamente, con sufragio
universal, acabaron de demostrar el carácter burgués y derechista de Francia en 1849.
Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón I, triunfa sobre los otros candidatos, en parte por el apoyo de
los monárquicos. Se camina hacia una república conservadora (ya en 1849 se promulgaron varias leyes de
tendencia absolutista: supresión del sufragio universal, control sobre los clubs, la prensa y las
universidades...). Así, en 1851, el presidente ya preparaba la restauración bonapartista. En diciembre de 1851
dio un golpe de estado que le permitió deshacerse de sus enemigos republicanos. Según un plebiscito de
algunos días después, se redactaba una nueva Constitución que rigió desde el 14 de enero de 1852, por la cual
el presidente conservaría el poder durante diez años. Tras un nuevo plebiscito el 21 de noviembre de 1852, el
presidente Luis Napoleón fue proclamado emperador el 2 de diciembre de aquel mismo año con el nombre de
Napoleón III.
El desenlace de la revolución del 48 no puede ser más paradójico: de una república social se ha pasado a una
monarquía autoritaria, de una revolución a una reacción conservadora, de un movimiento que se había
iniciado contra el escaso respeto de la monarquía de Luis Felipe por la Constitución a un régimen que se inicia
suprimiendo el sufragio universal.
ITALIA
En 1831, el ejército austríaco había ahogado los movimientos insurreccionales de los patriotas italianos
inspirados por la revolución francesa de 1830. El nuevo rey del Piamonte, Carlos Alberto, despierta
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esperanzas entre los patriotas, pronto desvanecidas. Entre 1831 y 1846, la `Joven Italia', el grupo fundado por
el genovés Giuseppe Mazzini fomentó una serie de insurrecciones, mal preparadas y todavía peor ejecutadas,
condenadas al fracaso. En 1846 fue elegido como papa Pío IX, favorable al Risorgimento. Durante su papado
y bajo la presión de los liberales, una oleada de reformismo institucional y jurídico atravesó la península
italiana. Pío IX concedió una amnistía para delitos políticos, establecimiento de una Consulta que recogería
los deseos de la población, libertad de prensa... Leopoldo II en Florencia y Carlos Alberto I en Turín
moderaron el absolutismo.
La revolución de París de 1848 impulsó el movimiento y lo radicalizó, así como la correspondiente secuela de
motines en Viena y la dimisión de Metternich. Venecia se sublevó, y el pueblo de Milán, amotinado contra los
austríacos, obligaba, después de cinco días de lucha por las calles (las `cinque giornate', 18−23 marzo), a las
fuerzas austríacas de Radetzky a evacuar la capital lombarda. Toda la Italia revolucionaria se movilizó
electrizada por los sucesos de Milán y Venecia. El entusiasmo popular era irresistible. En medio de esta
efervescencia se desarrolló la primera guerra de la independencia (25 de marzo de 1848). Carlos Alberto, rey
del Piamonte (cuya capital era Turín) se puso a la cabeza de los patriotas italianos, rehusando la ayuda de la II
República francesa y reservando exclusivamente a los italianos la tarea de la redención nacional. La ofensiva
obtuvo diversos triunfos hasta principios de julio, a causa del debilitamiento de las fuerzas austríacas,
ocupadas en la represión de Viena. Pero la coalición de los diferentes reinos italianos se resquebrajó
rápidamente. Pío IX, aterrado por el movimiento revolucionario y antiaustríaco, evolucionó hacia una actitud
conservadora y reaccionaria, que ya no abandonaría, y se declaró fuera del conflicto en virtud de su misión de
pastor de la Iglesia universal. En agosto todo estaba perdido: Radetzky había recibido refuerzos de Viena y
Carlos Alberto no tuvo más remedio que firmar un armisticio. Las hostilidades recomenzaron al año siguiente
para acabar con una completa derrota de los piamonteses en los llanos de Novara. Carlos Alberto abdicó en el
campo de batalla y marchó a morir a Portugal. Su hijo Víctor Manuel II le sucedió y tuvo que firmar un nuevo
armisticio. Los austríacos ocuparon de nuevo las legaciones pontificias y los ducados. En todas partes, menos
en Turín, se restauró la monarquía absoluta y los soberanos ejercieron una rigurosa represión que provocó la
partida de numerosos proscritos. Sólo Cerdeña−Piamonte conservó su constitución y se constituyó en
esperanza de los patriotas italianos.
La lección que toda Italia sacó de las guerras del 48 y 49 fue que no bastaba el concurso de un príncipe
italiano para que triunfara la revolución: nunca se podrían libertar las provincias sujetas a la dominación
austríaca sin el apoyo de una potencia extranjera con un ejército fuerte.
AUSTRIA
Viena, que había sido con Metternich el alma de la represión y el más firme baluarte del absolutismo en
Europa, se vio arrastrada también por la revolución en 1848. El emperador austríaco y, sobre todo, Metternich
sabían muy bien que el Imperio abarcaba diversos pueblos y consideraban que una monarquía constitucional
conduciría a la desintegración. El único nexo de unión para todos esos pueblos era la figura del monarca, la
lealtad hacia el soberano, un legitimismo apoyado en la nobleza, la burocracia, la Iglesia y el ejército. Al
luchar por el legitimismo en Europa, Austria defendía al mismo tiempo el principio de su propia existencia.
La situación interna austríaca, a pesar de la vigilancia policíaca y la censura, que reducían la vida social y
económica a un modesto nivel, iba evolucionando sin embargo a causa de las exigencias constitucionales y
democráticas promovidas por sectores disconformes con el centralismo autoritario de la corte vienesa, y de las
renacidas conciencias nacionales (! multiplicidad de pueblos componen el Imperio con diversidad de lenguas
y culturas). La Revolución de París de 1848 repercutió en Austria, y además de en Viena estallaron rebeliones
en Hungría, Bohemia e Italia. Fernando I, el emperador, ante la presión popular, concedió una constitución
liberal, basada en dos cámaras y en el sufragio censitario; pero la izquierda democrática exigía el sufragio
universal y la Cámara única. El triunfo de los radicales obliga al emperador a abandonar Viena en mayo de
1848. Sin embargo, la revolución vienesa estaba condenada al fracaso: las fricciones sociales y los
desacuerdos entre las fuerzas políticas liberales permitieron que el ejército imperial ocupara Viena,
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significando el final de la revolución en Austria. Al mismo tiempo, los italianos habían sido derrotados en
Custozza (julio) y poco después el ejército austríaco aplastó la revuelta en Bohemia. Igual suerte corrieron los
húngaros: aunque lograron resistir hasta agosto de 1849, fueron sometidos con el apoyo de Rusia (! el fracaso
del movimiento nacionalista húngaro fue debido, sobre todo, a los problemas internos del recientemente
formado Estado húngaro: los húngaros no estaban dispuestos a que las minorías étnicas que viven en Hungría
consigan la independencia).
Después de la derrota de la revolución de 1848 en Austria, se implantó un neo−absolutismo personificado en
el ministro Alexander von Bach, bajo el reinado de Francisco José I. (! No se restauró el régimen feudal, la
política económica del nuevo régimen siguió siendo liberal y permanecieron en vigor algunas reformas
progresivas de la enseñanza secundaria y universitaria llevadas a cabo en los tiempos de la revolución. Sin
embargo, como la meta a que apuntaba el régimen era una monarquía unitaria, se suprimió la autonomía de las
provincias, no hubo más elecciones y toda la administración quedó en manos de la burocracia. Ya no se
hablaba de igualdad de derechos para todas las lenguas: el alemán debía ser la lengua de la administración y
de la enseñanza secundaria y universitaria).
ALEMANIA
En Alemania, el movimiento de 1848 adquirió, por una parte, un signo nacionalista, y por otra, un signo
democrático y liberal.
La amplitud de la crisis económica de 1846−47 señalan el inicio de las revueltas del 48 en Alemania. Primero
son revueltas campesinas, provocadas por la crisis económica y, seguidamente, son revueltas de la burguesía
industrial y comerciante que reclaman con violencia la convocatoria de un parlamento electo (! En Berlín
consiguen que el monarca convoque por sufragio universal una Asamblea constituyente. Esta victoria de los
insurrectos de Berlín provoca nuevas revueltas y nuevas concesiones en otros estados).
Con el compromiso de no tomar decisiones contra los monarcas se acuerda la celebración de una Asamblea en
Frankfurt (mayo 1848). Formada principalmente por notables e intelectuales de ideas liberales y unitarias, ya
desde el principio se aprecian claramente las diferencias entre los liberales (partidarios de monarquías
reformadas y de asambleas que no se reunirán de forma periódica) y los demócratas (partidarios de una
República federal). La Asamblea no tuvo la suficiente fuerza para imponer sus puntos de vista, de modo que
hubo de consentir en la continuidad de las instituciones estatales tradicionales y, en particular, de las fuerzas
armadas de cada estado. Divididos entre las presiones de Austria (que había sofocado la revolución en Viena)
y Prusia, los parlamentarios acabaron ofreciendo la corona imperial al monarca prusiano (Federico Guillermo
III), que la rechazó, en parte por no deber su trono a una asamblea elegida, y en parte también porque temía
que Prusia quedara diluida en el nuevo Imperio. Este rechazo provocó, en un breve plazo, la disolución del
Parlamento. En Berlín, la persistencia de una agitación hizo que el rey prusiano pactase con la aristocracia y
con el ejército, reprimiendo duramente a los sublevados. La reacción se generaliza en todos los estados
alemanes que vuelven a su situación de principios de 1848.
CAUSAS DEL FRACASO DE LAS REVOLUCIONES DE 1848
La causa de este fracaso fue principalmente la actitud vacilante de la burguesía ante el empuje adquirido por
las reivindicaciones proletarias y campesinas. El temor a una revolución social, capaz de superar los
planteamientos estrictamente políticos, debilitó estos núcleos liberales de la burguesía, que por otra parte no
lograron la movilización del proletariado y de los campesinos (! Los campesinos, satisfechos por la abolición
de la servidumbre y el feudalismo, temen que una revolución de mayor alcance les prive de la propiedad).
Otro factor es la solidaridad que se produce entre los monarcas absolutistas en los momentos decisivos y la
insolidaridad entre los revolucionarios de los distintos países.
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Sin embargo, se deben a este movimiento algunas conquistas políticas y sociales: la implantación del sufragio
universal en Francia y de constituciones en diversos países; la eliminación del régimen feudal agrario en los
pueblos de la Europa central; la aparición de Prusia y Piamonte como núcleos de atracción de los
movimientos nacionales alemán e italiano; y, en el ámbito social, los trabajadores han descubierto que no
obtendrán ventajas de una revolución protagonizada por la burguesía y se impone contar con las propias
fuerzas.
TEMA 12. ESPAÑA, DEL ABSOLUTISMO AL LIBERALISMO (1814−1845).
% FERNANDO VII
Ya vuelto a España, en marzo de 1814, Fernando VII fue acogido con enormes esperanzas por un pueblo que,
además de ver en él la encarnación de los ideales por los que había luchado contra los franceses, creía que su
rey (el `Deseado') le proporcionaría paz, orden y bienestar. Pero la situación del país no permitía augurarlo:
estaban arruinadas las fuentes de riqueza y anulado el comercio exterior; no había posibilidad de obtener
recursos en Hispanoamérica, tanto porque España acababa de perder su flota como porque las colonias se
hallaban en conflicto abierto con la metrópoli; la deuda pública había aumentado de 7.000 a 12.000 millones
de reales.
• Restauración del absolutismo (Sexenio absolutista, 1814 − 1820)
Apenas llegado a España, el Congreso Nacional le hizo saber a Fernando VII que no sería reconocido rey de
los españoles si no juraba la Constitución de 1812. Ante tal situación, Fernando VII no sólo dejó de cumplir
esta disposición, sino que, por deseo propio, varió el itinerario trazado para su entrada en Madrid, yendo a
Valencia por Zaragoza, en vez de seguir el camino de la costa.
En Valencia, se reunió con diputados absolutistas que le presentaron un escrito (! el `Manifiesto de los Persas',
aludiendo a una costumbre de los antiguos persas por la cual se toleraba la anarquía durante cinco días
después de la muerte del soberano) que reconocía la monarquía absoluta y el derecho divino del monarca.
El 4 de mayo de 1814, Fernando VII suscribió un Real Decreto en el cual se derogaba todo lo legislado en
Cádiz y se decretaba la nulidad de las disposiciones de los regentes y de las Cortes. De este modo, su gobierno
se limitó a restaurar el Antiguo Régimen −la sociedad y el mecanismo de gobierno anteriores a 1808−, de
acuerdo con el punto de vista de los conservadores.
Se siguió una política de represión y de venganza contra todo sospechoso de liberalismo o simpatía a la obra
de las Cortes: los jefes liberales fueron condenados por no someterse a la autoridad del soberano.
El verdadero gobierno del país era llevado por la camarilla del rey, grupo de individuos allegados al monarca
que constituían una verdadera organización paralela de gobierno (don Antonio Ugarte, el canónigo
Escoiquiz...). Sólo Martín Garay fue competente (! era un liberal al que apelaron los absolutistas para sanear
las finanzas, pero dada la crisis que atravesaba el país, su misión se vio seriamente dificultada).
Se restauró el Tribunal de la Inquisición y el restablecimiento de los jesuitas en España, considerados como
indispensables para mantener la seguridad de la monarquía y de la Iglesia. Fernando VII resucitó el antiguo
sistema de gobierno y escogió a sus ministros en función de sus posiciones reaccionarias.
Oposición al régimen: Los militares, que después de la guerra de la Independencia, se consideraron relegados
(además, estaban impregnados ya de la mentalidad liberal y de la sensibilidad romántica, tan dada a las
conspiraciones). Además de los militares, numerosos intelectuales que habían estado prisioneros en Francia
establecieron numerosas logias masónicas en España (! La masonería siempre había estado opuesta a la
Iglesia y al gobierno absolutista). La pésima situación económica en que dejó a España la pérdida de sus
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colonias americanas, produjo además un malestar creciente entre la burguesía de negocios.
En política exterior:
− Movimientos independentistas en las colonias americanas: Fernando VII (sin tropas nacionales) pidió la
intervención de la Santa Alianza sin éxito (! se debilita la posición española a nivel internacional). Abolición
de la trata de negros.
• Pérdida de Chile, Nueva Granada y parte de Venezuela.
− Aislamiento español en Europa (! Inglaterra y Francia no estaban de acuerdo con la política represiva en
España).
• Caída del Antiguo Régimen (Trienio liberal, 1820−1823)
La opinión liberal, desprestigiada en 1814, hizo avances enormes en los años que van desde éste al de 1820.
La acción de las logias masónicas se hace, como nunca, intensa y eficaz.
La intervención de los militares en la vida política dará lugar a un gran número de pronunciamientos que
pretendían implantar un régimen liberal. Entre 1814 y 1820, por falta de apoyo popular, habían fracasado
varios pronunciamientos militares (! Características: tenían lugar en las ciudades de la periferia, no eran
movimientos populares sino militares y su principal objetivo no era eliminar al rey sino que pretendían
restaurar la constitución y limitar el poder del monarca).
− Revolución de 1820.− El 1 de enero de 1820 las tropas, que estaban a punto de zarpar rumbo a las
Américas, mandadas por el comandante Rafael Riego, se alzaron en Cabezas de San Juan (Sevilla) y
restauraron la Constitución de 1812. Otras regiones van a seguir este ejemplo y ante la amenaza de un
levantamiento a nivel nacional, el rey se vio obligado en marzo a jurar la Constitución de 1812. (! Esta
sublevación fue preparada en la logia masónica de Cádiz, la más poderosa y eficaz de España, que supo
explotar hábilmente la repugnancia de las tropas a embarcarse con objeto de combatir en la campaña
americana).
• Gobierno liberal (pasa por tres fases)
1ª fase (marzo a septiembre de 1820)
! Gobierno de los liberales doceañistas (los que habían intervenido en la Constitución de 1812).
! Política reformista y moderada (extinción de la Inquisición, declaración de las libertades −sobre todo la de
imprenta y de asociación−, supresión de la Compañía de Jesús, cierre de conventos y confiscación de los
bienes de la Iglesia, plan de instrucción pública y reforma de la administración municipal y provincial).
2ª fase (septiembre 1820 − julio 1822)
! Divisiones entre:
• liberales y realistas
! doceañistas o moderados (partidarios de un acercamiento a la Corona)
!
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! veinteañistas o exaltados (la soberanía nacional debía recaer en el
pueblo)
• Gobierno e Iglesia
• Sociedades Patrióticas (agrupaciones de café convertidas en verdaderos clubs revolucionarios) y
Sociedades Secretas (Masonería, Comunería y Anilleros)
! Descontento general por el desorden, el caos económico y la reforma regalista y unilateral que los ministros
liberales pretendían imponer al país.
3ª fase (julio 1822 − septiembre 1823)
! La radicalización de las disensiones anteriores agravaron la situación.
! Una conspiración fernandina (alentada por el rey) fue derrotada en Madrid y obligó a Fernando VII a
nombrar como jefe de gobierno a Evaristo San Miguel, representante de la tendencia exaltada, que no
consiguió dominar la situación.
! Estado de verdadera guerra civil, desde mediados de 1822, a raíz de haberse generalizado la formación de
guerrillas realistas decididas a terminar por las armas con el régimen constitucional.
! Fernando VII solicita la intervención extranjera: en el Congreso de Verona que reunía a las principales
potencias de la Santa Alianza (Inglaterra, Francia, Rusia y Prusia) se aprobó la intervención en España de un
ejército francés (los `Cien Mil Hijos de San Luis'), bajo la dirección del duque de Angulema.
! El 1 de octubre de 1823 Fernando VII anuló todas las medidas adoptadas por el gobierno liberal y
restableció, con el apoyo de las juntas absolutistas, el despotismo monárquico.
• La década ominosa (1824 − 1833)
! Persecución durísima contra los liberales.
! Política tiránica: mantener el equilibrio sujetando, a veces con violencia, los excesos de liberales y realistas.
! Se rodeó de ministros con mayor capacidad y de tendencias moderadas: López Ballesteros (creación de la
Bolsa de Comercio, fundación del Conservatorio de Artes, la promulgación de la primera Ley de Minas...),
Cea Bermúdez (que suavizó el rigor de las persecuciones y dio entrada en puestos oficiales, a veces
importantes, a antiguos afrancesados y liberales del trienio).
! Pese a ello, era tal la división de los españoles tras lo acaecido en el período anterior, que incluso estas
iniciativas resultaron nulas. No sólo no satisficieron a los liberales, que las consideraron insuficientes, sino
que también descontentaron a un amplio sector del propio realismo, que se oponían a cualquier reforma (! Los
realistas exaltados, que comenzaron a llamarse apostólicos, se sintieron defraudados). Desde entonces, los
gobiernos fernandinos hubieron de hacer frente no solamente a las conspiraciones de los liberales, sino
también a las de los apostólicos.
Viendo como el partido de los moderados (como así se denominó al constituido por aquellos liberales
moderados y afrancesados) se hacía dueño del gobierno, los apostólicos protagonizaron una serie de intentos
armados de intenciones confusas (! combaten por el rey contra el rey) como fueron los de Bessiéres en 1825,
de los `agraviados' en Cataluña en 1827...
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Los liberales hicieron lo mismo, en conexión con sociedades secretas (en 1824 en Tarifa, en 1826 en
Alicante...)
Fernando VII llegó a temer a los realistas exaltados aún más que a los liberales y fue con ellos más
implacable. El rey rompió definitivamente con los apostólicos, que se agruparon en torno al infante don
Carlos (hermano de Fernando VII) formando el partido carlista, apoyándole en la lucha por la sucesión al
trono español.
! Fernando VII, al morir su tercera esposa, se casó con Mª Cristina de Borbón−Dos Sicilias. De sus anteriores
matrimonios, Fernando VII no había tenido hijos. Si el nuevo matrimonio tenía algún hijo, éste sería el
sucesor directo, por lo que el infante don Carlos −en quien el sector realista había depositado sus esperanzas−
quedaría excluido de la corona.
De hecho, cuando Mª Cristina se hallaba en sus primeros meses de embarazo, Fernando VII promulgó la
Pragmática Sanción (marzo 1830) que reconocía el derecho de las mujeres a heredar el trono. Este acto, que
alteraba la Ley Sálica promulgada por Felipe V en 1713 (! Carlos IV obtuvo en 1789 la derogación de dicha
ley, pero nunca llegó a publicarse) y eliminaba toda posibilidad de que reinara el infante don Carlos, provocó
de inmediato una serie de protestas, que se acrecentaron ante el nacimiento de la princesa Isabel (octubre
1830).
Los españoles se dividieron de inmediato entre los partidarios de don Carlos y los de Isabel. Tras la querella
entre carlistas e isabelinos se escondía una realidad mucho más importante, una lucha ideológica entre los
partidarios del absolutismo más intransigente (carlistas) y los adeptos de un acercamiento a los liberales
moderados y de una política de reformas (isabelinos).
En septiembre de 1832, Fernando VII cayó gravemente enfermo. A fin de evitar una guerra civil, el ministro
Calomarde indujo al rey moribundo a revocar la Pragmática. Sin embargo, la derogación no se llevó a cabo
oficialmente a la práctica por un golpe de estado isabelino, que provocó la caída del Ministerio e hizo
desaparecer el documento (! Son los `Sucesos de la Granja').
Tras ello, el 6 de octubre de 1832, Mª Cristina asumió las funciones de Regente, lo cual le permitió adoptar
tres medidas de decisiva importancia:
1º) Destitución del ministro Calomarde, sustituido por el liberal moderado Cea Bermúdez, el cual dictó un
amplísimo decreto de amnistía (complementario del que fue promulgado en 1824) que permitió el regreso a
España de miles de liberales desterrados, la reconciliación de éstos con el Régimen y, asimismo, la formación
de un partido liberal moderado favorable a los intereses de la infanta (partido isabelino−cristino).
2º) Buscó la desarticulación de todas las fuerzas partidarias de don Carlos (voluntarios realistas, capitanes
generales y autoridades de los ayuntamientos).
3º) Hizo jurar a Isabel princesa de Asturias (heredera por tanto), por unas Cortes restringidas reunidas en
Madrid. El no reconocimiento de este acto produjo finalmente la expatriación a Portugal del propio don
Carlos.
A la muerte de Fernando VII (29 de septiembre de 1833), el tránsito político entre el Antiguo y el Nuevo
Régimen quedaba prácticamente ultimado. Según el testamento del rey, Mª Cristina se convertía en Regente
hasta la mayoría de edad de Isabel.
% REGENCIA DE MARIA CRISTINA (1833−1840)
El país seguía dividido entre carlistas e isabelinos. Con don Carlos se encontraban los que defendían el ideario
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realista (Dios, Religión, Patria, Rey, Cortes y Fueros). Así, regiones como el País Vasco, Navarra y Cataluña,
hostiles a la dinastía que les había privado de sus libertades particulares (fueros), estaban en el bando carlista,
formado principalmente por pequeños propietarios rurales, clero y campesinos del norte de España. La
nobleza, en cambio, al frente de los grandes latifundios apoyaba la Corona, que era el régimen en que se
habían perpetuado esos privilegios. También los funcionarios, las clases populares urbanas y, sobre todo, los
intelectuales y la oficialidad del ejército.
Mª Cristina intentó, como luego había de hacer su hija Isabel II, apoyarse en los elementos moderados que
querían conectar la tradición española, el principio de autoridad y el sistema del orden con el sistema
parlamentario. Así, publicó un manifiesto en el que ofrecía la defensa de la religión católica y el
mantenimiento de las leyes fundamentales de la monarquía y, al mismo tiempo, una radical reforma en el
sistema administrativo del Estado. Cea Bermúdez fue sustituido, ante las presiones de numerosos militares,
por Martínez de la Rosa (otro liberal moderado) a principios de 1834.
Todavía con Cea Bermúdez en el gobierno, el 3 de octubre de 1833 estalló la guerra civil (primera guerra
carlista). Inmediatamente después de publicarse el Manifiesto de Abrantes (1 octubre 1833) por el cual don
Carlos anunciaba haberse hecho cargo de la Corona, hubo ya levantamientos en casi todas las provincias
−sobre todo en los medios campesinos, aunque no sólo en ellos− para combatir los principios liberales y la
monarquía constitucional personificados en la regente Mª Cristina y la reina niña Isabel.
Una vez iniciado el alzamiento, la superioridad numérica de los carlistas y la capacidad organizadora del
general Tomás de Zumalacárregui lograron numerosos éxitos en la región, situada al norte del Ebro, a pesar
de carecer de medios y del apoyo del ejército, que había aceptado la sucesión femenina.
Pero tras esta primera fase brillante (1833−35), vino otra de signo claramente favorable a la causa liberal a
partir de 1836. Según unos historiadores, en la base de todo ello estuvo la desamortización de los bienes de la
Iglesia llevada a cabo por Mendizábal, que hizo posible a partir de ese año pagar y reorganizar a los ejército
liberales. Otros, en cambio, señalan como causa básica el apoyo decisivo que desde esa fecha prestaron al
gobierno liberal Francia, Inglaterra y Portugal. Finalmente, no ha faltado quien ha preferido ver en la muerte
de Zumalacárregui (en el sitio de Bilbao en 1835) y en las disensiones que afectaron a los partidarios de don
Carlos las razones de que así sucediera.
Sin embargo, los ejércitos cristinos fracasaron en su intento de aislar a los carlistas en la zona vasco−navarra,
y en 1837, éstos llegaron incluso a las puertas de Madrid, optando inexplicablemente por no ocuparlo (! en
realidad, don Carlos esperaba un levantamiento de los absolutistas que permanecían en Madrid que no se
produjo). A partir de ahí, la balanza se inclinó del lado cristino. Los carlistas se habían dividido entre ellos,
mientras el ejército gubernamental conseguía reorganizarse con ayuda extranjera. En agosto de 1839 el jefe
del ejército carlista, Rafael Maroto, se vio obligado a pactar con Espartero, victorioso general isabelino, el
`Convenio de Oñate', ratificado con el `abrazo de Vergara'. Fue un acuerdo intermedio: se firmaba la paz, pero
se mantenían los fueros. La guerra había concluido, a pesar de que el general carlista Cabrera se mantuvo
hasta 1840 luchando en Cataluña y en el Maestrazgo.
Paralelamente a la guerra, Mª Cristina tuvo que enfrentarse a la organización institucional del régimen. Ya en
1834 los liberales moderados, que venían dominando el gobierno desde 1832 (Cea Bermúdez, Martínez de la
Rosa), habían promulgado el Estatuto Real, que estableció el sistema de gobierno parlamentario. El Estatuto
era una especie de `Carta Otorgada' (de Luis XVIII de Francia), que suponía un primer paso hacia un régimen
representativo, no absolutista, y la asunción implícita del liberalismo doctrinario, teoría política que intentaba
armonizar libertad y orden, basaba el gobierno en la capacidad y veía en la riqueza un símbolo de ella. Era, en
otras palabras, la justificación teórica del sufragio censitario y, por tanto, del gobierno de la burguesía
adinerada.
Este Estatuto no satisfizo a los liberales progresistas (o exaltados), iniciando una campaña contra Martínez de
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la Rosa, que se vio obligado a dimitir a mediados de 1835. A partir de este momento, los liberales exaltados se
hicieron dueños del poder. Primero fue el conde de Toreno, que extremó la política anticlerical. Después, Juan
Álvarez de Mendizábal, cuya obra más destacada fue la desamortización de los bienes de la Iglesia, es decir,
su nacionalización y posterior venta.
La desvinculación de las propiedades eclesiásticas se realizó en tres fases mediante sucesivos decretos, entre
finales de 1835 y principios de 1836: 1ª) Supresión de todas las órdenes religiosas que no se dedicasen a la
beneficencia o a las misiones en Ultramar; 2ª) Se declararon bienes nacionales todas las propiedades de los
conventos y comunidades suprimidas; 3ª) Se sacaron estos bienes a subasta pública. Los objetivos de la
desamortización eran evidentes: se trataba de desmantelar el poder económico del clero, considerado uno de
los pilares básicos del Antiguo Régimen; proporcionar a la Hacienda pública recursos necesarios para hacer
frente a los gastos de guerra; y crear una clase de propietarios burgueses (los compradores de los bienes
subastados) que proporcionasen apoyo político al régimen liberal. La desamortización de Mendizábal supuso
la ruptura de relaciones diplomáticas del Gobierno español con la Santa Sede.
Esta época supuso la configuración definitiva, a partir de 1835, del Partido Moderado, surgido a raíz del
descontento ocasionado por las medidas anticlericales del Partido Progresista (o Exaltado), que a partir de
1844 se hará dueño del poder.
Mendizábal dimite en mayo de 1836 y sube al poder Francisco Javier Istúriz (moderado) que tuvo que hacer
frente a varias sublevaciones. Una de ellas se produjo en La Granja de San Ildefonso por un grupo de
sargentos con la exigencia de disminuir el precio del tabaco (se dice que el verdadero conspirador fue
Mendizábal), que obligaron a la regente a aceptar la Constitución de Cádiz. El asunto se resolvió convocando
Cortes que promulgaron un nuevo texto constitucional: la Constitución de 1837, que presentaba una solución
intermedia entre la Constitución de 1812 y el Estatuto Real. Se suceden una serie de ministerios efímeros,
pero se va vislumbrando lo que había de ser la clave de la política española en todo el s. XIX: el predominio
de los soldados prestigiosos.
A partir de 1837, se ahonda la división entre moderados y progresistas. Los moderados vuelven al poder entre
1838 y 1840 dedicándose fundamentalmente a terminar el conflicto carlista. Al acabar éste, el régimen liberal
está ya consolidado en España y la alianza de los liberales y el trono deja de tener sentido. Un nuevo
pronunciamiento llevará al poder, con apoyo de los progresistas, al vencedor de los carlistas: Baldomero
Espartero.
% REGENCIA DE ESPARTERO (1840−1843)
Una vez terminada la guerra carlista, Mª Cristina se vio obligada a ceder la regencia al general Espartero.
Baldomero Espartero era un general liberal progresista, valeroso militar pero desastroso gobernante. Había
llegado a la regencia en nombre de los progresistas, pero dado su personalista gobierno, muy pronto se
enemistó también con sus correligionarios. El regente, de otra parte, practicó una poco afortunada política
económica, tan desafortunada que le acarreó igualmente la oposición tanto de los industriales como de los
trabajadores, especialmente de los catalanes, que vieron hundirse sus fábricas textiles por la política
arancelaria llevada a cabo. Tras una serie de alzamientos que, como protesta contra el bombardeo de
Barcelona en 1842 para reprimir desmanes, estallaron en diversas ciudades (Reus, Valencia, Alicante y
Sevilla), una coalición de moderados y progresistas hubo de intervenir para obligar al regente a abandonar
España, rumbo a Londres (1843).
TEMA 13. EL SEGUNDO IMPERIO FRANCÉS (1852−1870)
El destronamiento de Luis Felipe de Orleáns por la revolución de 1848 llevó consigo la instauración de la II
República francesa. Luis Napoleón Bonaparte, presidente de la República en 1849 y tras un golpe de estado el
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2 de diciembre de 1851 que le permitió ser reelegido presidente de la República, se proclama emperador al
cabo de un año (2 de diciembre de 1852), bajo el nombre de Napoleón III.
Su gobierno se caracterizó por la contradicción entre su política exterior, al servicio de ideales revolucionarios
(lucha contra la obra de la Santa Alianza, apoyo a los movimientos nacionalistas), y su política interior,
claramente reaccionaria (restricción de las libertades en beneficio de su acumulación de poder).
• Política interior:
Desde su proclamación como emperador, Napoleón III gobernó con poder personal sin restricciones.
Promulgó una Constitución (1852) pero era sólo para facilitar su gobierno personal y disimular los excesos de
su camarilla. Mantuvo una sombra de Asamblea elegida por sufragio universal, pero el gobierno proponía
candidatos oficiales recomendando a los prefectos y alcaldes que favorecieran su elección. La Asamblea
estaba compuesta por tres cámaras: Consejo de Estado (formado por 50 miembros nombrados y revocables
por el emperador) que fiscalizaba las leyes que salían del Cuerpo Legislativo; el Cuerpo Legislativo (sus
miembros eran elegidos por sufragio universal, pero no tenían derecho a interpelar al gobierno ni replicar el
mensaje del emperador) y el Senado (sus miembros eran elegidos por el emperador y velaban por la
constitucionalidad de las leyes. La validez de sus decisiones dependía del refrendo imperial).
La Constitución de 1852 no hace más que confirmar la concentración de todos los poderes en un solo hombre:
Napoleón III.
Esta primera etapa de su mandato (! conocida como `Imperio Autoritario', 1852−1860) ha de afianzarse
mediante medidas de fuerza. Así, Napoleón III decide controlar la vida política del país reprimiendo a la
oposición: orleanistas, legitimistas y, sobre todo, a los republicanos; censurando la prensa y degradando la
práctica del sufragio universal masculino al controlar las candidaturas oficiales (! el emperador gobernaba con
un ministerio de parientes y amigos: el duque de Morny, hermano bastardo de Napoleón III; el conde
Walewski, hijo de Napoleón I y Maria Walewska...).
Muy lentamente el panorama político irá cambiando hacia el reforzamiento del liberalismo y el viraje del
régimen, dando así lugar al nacimiento de la segunda etapa denominada el `Imperio Liberal' (1860−1870). Las
causas del cambio pueden encontrarse en: el fracaso de la política social y la imposibilidad de llevar a la
práctica las reformas educativa y militar; el ascenso de los republicanos en las convocatorias electorales; el
descontento de los industriales ante las medidas librecambistas en materia económica; la hostilidad de los
católicos (inquietos por el futuro del Estado Pontificio) ante la política seguida por el emperador en Italia; el
fracaso de la expedición a México; las nuevas corrientes de pensamiento (positivismo)...
El Imperio Liberal tendrá como característica primordial la reforma de la Constitución en 1869 y la apertura
del régimen en cuestiones tan importantes como educación (enseñanza primaria pública y una enseñanza
secundaria estatal, quizá para buscar una compensación en la pequeña burguesía y en la clase obrera, lo que
perjudicará a la Iglesia, ya que en la anterior etapa del régimen se favorecía a las escuelas religiosas). Con
respecto a la Iglesia, la gran favorecida de la etapa anterior, el Ministro de Cultos Rouland, de tendencia
galicana, obtiene del emperador el poder aplicar contra ella una política severa suspendiendo periódicos como
`L'Universel' y sometiendo a censura las cartas pastorales de los obispos.
En 1864 se concede a los obreros el derecho de huelga y se abole del Código el delito de asociación, pudiendo
de esta forma el proletariado francés participar en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Las
concesiones dadas a la prensa favorecen las críticas al régimen y refuerzan las corrientes de opinión de la
oposición y la reforma de la Constitución de 1869 hace que el Cuerpo Legislativo reciba nuevos derechos (de
recurso, de interpelación y de iniciativa), la discusión para cada ministerio de los presupuestos (de ingresos y
gastos) sin posibilidad de transferencia de los mismos a otros menesteres.
32
Todas estas medidas acentuaron cada vez más la ruptura con los católicos y la gran burguesía de negocios.
Empero, estas medidas liberalizadoras (combatidas por la emperatriz Eugenia y por el ministro de Estado
Rouher, y defendidas por el duque de Morny) serán insuficientes para atraerse a la opinión republicana y a las
clases urbanas (que no podían borrar de su recuerdo el golpe de estado, la represión de 1852 y los aspectos
policíacos del Régimen), y en las elecciones de 1869 superaron a los incondicionales del Imperio. El Senado
consulto de septiembre de 1869 amplió los poderes del Cuerpo Legislativo. Los ministros pasan a ser
responsables ante la Asamblea, aunque siguen siendo elegidos por el emperador. En medio de insuperables
dificultades y de la reanudación de la agitación social, el republicano Emile Ollivier es llamado para aplicar
este ambiguo programa. El emperador se inclina ya decididamente por apoyar la política de reformas, pero al
mismo tiempo necesita reforzar su autoridad. Para ello, convoca un plebiscito en demanda de apoyo popular a
las reformas consiguiendo un éxito indiscutible que animó al emperador a establecer un régimen autoritario.
El bonapartismo parlamentario había fracasado, antes incluso de la declaración de guerra de Francia a Prusia,
que después de la derrota de Sedán significaría el fin del Segundo Imperio (septiembre de 1870).
• Política exterior:
Napoleón III intenta plasmar en política exterior su idea de elevar a Francia a gran potencia mundial con el fin
de restaurar el viejo imperio napoleónico oponiéndose, por tanto, a los tratados firmados en 1815. Para lograr
este fin realizará una política exterior intervencionista, tanto en Europa como en el resto del mundo.
Sus intervenciones exteriores son de dos tipos:
• Coloniales.− Su deseo de grandeza impulsa expediciones coloniales en África, en Extremo Oriente y en
México.
En Argelia, Francia continúa la campaña iniciada en 1830 para frenar la piratería y la afrenta a los franceses, a
los que se exigía una importante contribución como derechos de pesquería y aterraje. La conquista fue larga y
difícil, pero los franceses se adueñaron de importantes tierras, construyeron el ferrocarril e impulsaron un
desarrollo económico que acentuó el conflicto entre colonos y nativos, provocado por la ocupación.
En África occidental, fundará Dakar −capital de Senegal−, expandiéndose por este territorio hasta terminar su
colonización.
En África oriental, Napoleón III lleva a cabo la construcción del Canal de Suez, obra de F. Lesseps (1859−69)
y conquista Somalia.
En Extremo Oriente se inicia la penetración, junto con otras potencias, en China y el Sudeste asiático. Con el
pretexto de defender a los misioneros católicos amenazados, los marinos franceses ocupan Saigón y después
toda la Conchinchina; posteriormente ponen bajo la protección de Francia Camboya y exploran Laos, con
vistas a penetrar en el inmenso mercado chino.
En México realiza una expedición con el fin de instalar a Maximiliano de Austria como emperador de los
mejicanos. Esta intervención americana responde al deseo de comparecencia en los asuntos mundiales, pero
también a motivaciones económicas ante la eventualidad de la construcción de un nuevo canal interoceánico.
• Apoyo a los movimientos nacionalistas y lucha contra la obra de la Santa Alianza.− En Europa intervino en
la Guerra de Crimea (1854−56), en la que Francia e Inglaterra (primera cooperación militar de Francia e
Inglaterra después de Waterloo) y también el Piamonte, en auxilio de Turquía, se enfrentaron a Rusia en su
proyecto de avanzar hasta los Dardanelos, y que finaliza con la Paz de París (1856). Para Francia, el más
importante resultado de la Guerra de Crimea fue que se echaron las bases de una inteligencia entre Francia
e Inglaterra. Estas relaciones, empezadas con un fin político, acabaron con un tratado de comercio, el
primer tratado puramente comercial efectuado entre naciones de la época moderna (1860).
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Apoyando el nacionalismo italiano, luchará contra Austria en 1859 (quizá en compensación por la ayuda
prestada por el Piamonte en la Guerra de Crimea). Así, Napoleón III y Víctor Manuel II (rey del Piamonte,
hijo de Carlos Alberto) derrotaron a los austríacos en Magenta y Solferino. Por el tratado de Zurich (armisticio
de Francia con Austria), Austria cedía a Francia −la cual a su vez la cedía al Piamonte− la Lombardia. Todo lo
demás de Italia quedaba igual (Venecia continuaba siendo dominio austriaco). Según el acuerdo
franco−italiano, con Toscana y los ducados de Italia central, se tenía que formar un reino para un primo de
Napoleón, aunque finalmente (por la presión de los toscanos que querían anexionarse al Piamonte) y como
compensación a Napoleón III por no haberse formado en la Italia central el reino para su primo, Víctor
Manuel II tuvo que cederle Niza y Saboya.
En cambio, mantiene su neutralidad en la Guerra de los Ducados que enfrenta a Prusia y Dinamarca (1864) (!
el rey de Dinamarca deseaba incorporar a su corona los tres ducados daneses que, desde 1815, se le habían
confiado para administrarlos).
En 1870 estalla la guerra entre Francia y Prusia. El motivo ocasional pretextado para la declaración de guerra
fue la posibilidad de que un Hohenzollern (dinastía alemana, pariente lejano del rey de Prusia) ocupara el
trono de España, vacante tras el destronamiento de Isabel II. Napoleón III logró que esta candidatura fuera
desechada, pero pretendió que Guillermo I de Prusia se comprometiera a no presentar a ningún otro candidato
alemán (! La instalación de un príncipe prusiano en el trono de España no podía agradar a los franceses.
Volverían a encontrarse, como en tiempos de Carlos V, con un enemigo alemán por el este y por el sur). Tal
petición enojó a Guillermo I (pero no hasta el punto de hacerle pensar en la guerra), que telegrafió la noticia a
Bismarck (canciller alemán). Éste, adulterando el telegrama, lo entrega a la prensa, haciendo aparecer como
que Francia era objeto de un desaire por parte de Guillermo I. El telegrama exacerbó el ánimo de los franceses
y el Cuerpo Legislativo procedió, tal como quería Bismarck, a declarar la guerra. La guerra fue corta,
desarrollándose justo de 1870 a febrero de 1871; la derrota final se produjo en Sedán y en Frankfurt se firma
la paz en 1871, muy dura para Francia pues pierde Alsacia y Lorena y tiene que pagar una indemnización de
5.000 millones de francos; el triunfo del ejército prusiano fue la demostración de su superioridad militar.
Esta derrota significó la caída del II Imperio francés, instaurándose en Francia, después de un movimiento
revolucionario organizado por la Comuna de París (*), la III República.
(! La política intervencionista de Napoleón III le acarreó la enemistad de las potencias europeas: con
Inglaterra y España por su intervención de México; con Rusia en la Guerra de Crimea; con Austria en su
guerra del 59; con los italianos, incluso, porque tras apoyarles les había abandonado; con los países nórdicos
porque no intervino en favor de Dinamarca. Por todo ello, en la guerra contra Prusia, Francia no obtiene
ningún apoyo.)
(*) La guerra franco−prusiana, iniciada en 1870, terminó con una humillante derrota francesa, provocando la
caída del Imperio de Napoleón III. Aprovechando el vacío de poder creado al abandonar París el gobierno,
que se refugió en Versalles, el pueblo de la capital se alzó en armas y ocupó el poder (marzo de 1871), con un
programa político revolucionario: supresión del ejército, elegibilidad de los funcionarios públicos, gestión
comunal de las fábricas, abolición del trabajo nocturno, separación de la Iglesia y el Estado... Se trató de una
revolución típicamente decimonónica, siguiendo los pasos de la de 1789. Por primera vez, sin embargo, se
había creado un gobierno de la clase obrera, y los dirigentes de la Internacional participaron en el movimiento.
El gobierno francés reaccionó con energía, y en abril atacó París, que sucumbió después de una desesperada
resistencia. A los `communards' se les hizo objeto de una feroz represión: centenares de ellos fueron
ejecutados. La idea de lo que pudo haber representado el triunfo de la Comuna indujo a las autoridades a
frenar la expansión del movimiento obrero no sólo en Francia, sino también en otros países europeos como
España, Dinamarca, Austria y Alemania.
La Comuna de París fue un movimiento improvisado, sin una dirección organizada, con una ideología
indefinida, en la que las concepciones socialistas se mezclaban con ideales republicanos y sentimientos de
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oposición a los alemanes. A pesar de todo, su importancia radica en el hecho de ser la primera tentativa de
llevar a cabo un programa de gobierno proletario. Por ello, la Comuna alcanzó una dimensión mítica,
despertando recelos en la burguesía y esperanzas en el proletariado (! Los sucesos de la Comuna tuvieron un
fuerte impacto sobre la opinión pública mundial y en muchos países tuvieron lugar movimientos de apoyo a
los `communards').
La política económica llevada a cabo por Napoleón III es el aspecto más positivo a resaltar de su reinado. Con
el Segundo Imperio la economía francesa se transforma en una economía moderna, con un mercado de ámbito
nacional; favorecida, ciertamente, por un cambio de la coyuntura económica causado por la puesta en
circulación de una enorme masa monetaria tras los descubrimientos de las minas de oro de California y
Australia (en 20 años, la producción de oro en el mundo casi iguala a la cantidad acumulada desde el
descubrimiento de América), y que provocará un alza de precios que durará casi un cuarto de siglo. Esta
economía se basará en cuatro factores fundamentales: librecambismo, puesto en vigor a partir de 1860;
grandes avances en el desarrollo de los transportes (se rehabilitaron los ferrocarriles con subvenciones y
alargando el plazo de reversión), con la construcción de vías férreas (18.000 km. de líneas en 1870), mejora de
canales y creación de grandes compañías de navegación; desarrollo de las obras públicas con el
embellecimiento urbanístico de París y del resto de las ciudades francesas (! La reforma de París la llevó a
cabo un prefecto con poderes dictatoriales llamado Haussmann. Construyó espaciosos bulevares que, además
de un anillo de vías a propósito para la circulación, comunicaban fácilmente las varias estaciones de
ferrocarril. Se terminó el Louvre, se construyó la Opera y los grandes mercados. El París actual es todavía el
París del Segundo Imperio).
También la industria alcanzó un gran desarrollo en esta época. Innumerables empresas de orden industrial o
económico fueron sostenidas o patrocinadas por el gobierno. Toda iniciativa que a la larga pudiera producir
riqueza, aunque representara un privilegio escandaloso disfrazado de interés público, estaba segura de
encontrar el apoyo oficial.
Se fundaban compañías por acciones para toda clase de empresas, que muchas veces sólo resultaban
provechosas por su carácter de monopolio. De todas éstas, la más importante es la del Canal de Suez,
realizado con capital francés en su mayor parte.
Todo ello constituyó para los financieros sin duda una coyuntura óptima, con peticiones de empréstitos por
parte del gobierno, posibilidad de invertir en la industria y los ferrocarriles y, sobre todo, con una ilimitada
demanda de capitales en el exterior. El crédito se convierte en una industria motriz. La idea clave es la de
movilizar los ahorros que crecen con la prosperidad del país y que hasta entonces permanecían estériles o se
empleaban improductivamente, proporcionado a las empresas que empiezan. Este sistema dio un gran impulso
a los más varios negocios industriales y mercantiles. La revolución de la Banca francesa permite movilizar el
crédito que hará posible la transformación económica de Francia. París será considerado, después de Londres,
como el gran mercado financiero del mundo, lo que explica la atracción de los países extranjeros hacia las
inversiones francesas.
Sin embargo, se puede resumir que la prosperidad económica favoreció especialmente a una minoría de
hombres de empresa que se orientaron tempranamente hacia actividades especulativas, y sólo en una fase
tardía se ocuparon de la producción industrial. Es la era de la gran burguesía, clase social constituida por
personas: 1º) que trabajan, no manualmente, pero sí ejerciendo funciones directoras; 2º) que se hallan
comprometidas en actividades particularmente remuneradas; 3º) que disponen de enormes ingresos. Los dos
primeros elementos separan a la gran burguesía de la antigua aristocracia terrateniente; el tercero la separa de
las demás burguesías: pequeña (tenderos y pequeños funcionarios) y mediana (comerciantes, funcionarios
medios, profesionales libres), ya que son sólo diferencias de riqueza las que trazan la frontera entre ellas.
Si el Segundo Imperio fue un período de prepotencia de la gran burguesía, al mismo tiempo permitió la
recuperación social de los sectores de la nobleza capaces de apoyar al régimen y aceptar los valores que
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imponía una economía en expansión.
TEMA 14. LA INGLATERRA VICTORIANA.
El Congreso de Viena dio a Gran Bretaña, como botín de guerra, Malta, Ceilán, las islas Mauricio y Trinidad
y la colonia de El Cabo. Sin embargo, la mayor ganancia que allegaron a la Gran Bretaña las guerras
napoleónicas fue infundirle un sentimiento de su propio poder, lo que hoy se llama complejo de superioridad,
que en este caso puede definirse como mezcla de celo por el honor nacional y de conciencia de los deberes
individuales. La aristocracia inglesa, en su lucha contra Napoleón, había adquirido el hábito de resolver en
cada caso, por su propia iniciativa individual, dificultades insospechadas.
La grandeza de Gran Bretaña se debió pues al material humano, al carácter flemático de sus habitantes, que, a
pesar del régimen político inglés (que a principios del s. XIX no era democrático ni representativo), superó
dificultades que para otras gentes hubieran sido catastróficas (! Inglaterra es uno de los pocos países que no
sufre la conmoción de 1848 y que atraviesa sin alterarse la guerra franco−prusiana de 1870. Mientras no
peligrase su dominio en los mares, las Islas Británicas se refugiaron en lo que se llamó su espléndido
aislamiento, y si en 1854 se embarcaron en la aventura de la Guerra de Crimea, en alianza con franceses y
turcos contra Rusia, fue por mantener los estrechos, puntos vitales de la seguridad inglesa, alejados del
imperialismo zarista. En 1870, cuando la guerra entre Francia y Prusia, la inteligencia de Bismack, dejando
ver claro que la ballena británica nada tenía que temer del bisonte germánico, hizo que Inglaterra se
mantuviera al margen de un conflicto en el que la derrota francesa en Sedán y la caída de Napoleón III fueron
un alivio para los ingleses, temerosos de que la navegación a vapor supusiera una tentación irresistible para el
emperador francés, llevándole a intentar lo que soñaba Napoleón I: la invasión de las islas. Tan sólo la
apertura del Canal de Suez había inquietado al gobierno británico, preocupado porque alguna potencia pudiera
estrangular aquella nueva vía que acortaba en semanas la ruta de las Indias. El dominio sobre la cuenca del
Nilo y la creación del Sudán anglo−egipcio fueron razones que instaron al jedive a vender a los ingleses sus
acciones sobre el canal, dejando bien clara la influencia británica sobre una zona vital para la integridad del
Imperio).
La historia de Gran Bretaña a lo largo del s. XIX viene enmarcada fundamentalmente por el largo reinado de
Victoria I, que se prolongó por espacio de 64 años (1837−1901). En este período, conocido como era
victoriana, se desarrolló uno de los momentos más florecientes de la historia inglesa, con el máximo apogeo
del imperio, pero también, paralelamente, con la afirmación del régimen democrático parlamentario, la
consolidación del liberalismo económico y, en definitiva, la primacía mundial del país en los ámbitos
comercial e industrial, de tal modo que Inglaterra se convirtió en el taller del mundo.
A diferencia de sus antecesores (Jorge III, Jorge IV y Guillermo IV), que nunca se entrometieron en las cosas
de gobierno, la reina Victoria participó con sincero interés en la política de su país, sin extralimitarse ni forzar
resoluciones de los Consejos ni en el Parlamento (! Victoria no fue, como Luis XIV, su propio ministro).
Su reinado tendrá dos características fundamentales: supremacía económica y supremacía política, lo que
convertirá a Gran Bretaña en la primera potencia mundial del s. XIX.
• Supremacía económica
El impulso que Inglaterra experimenta durante la era victoriana la convierte en la potencia económica por
excelencia de la era industrial. En efecto, la que fue cuna de la Revolución Industrial supo aprovechar sus
factores favorables (su arraigada tradición mercantil, la existencia de importantes yacimientos de hierro y
carbón, su extenso mercado exterior) para llevar a cabo una espectacular expansión de la economía.
Los factores básicos de la prosperidad económica británica se basarán en:
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− Desarrollo de una política económica librecambista, puesta en práctica con la derogación de la Ley del
Trigo (Corn Law) a través de la cual los sectores agrarios (predominantes en el Parlamento) mantenían tarifas
aduaneras que hacían prohibitivas las importaciones de cereales extranjeros, particularmente rusos. Con la
derogación de la Ley del Trigo los sectores industriales inflingen un duro golpe a los sectores agrarios, lo que
permitió la cristalización de normas librecambistas en el Parlamento de manera que, en 1852, se abole el Acta
de Navegación, por la cual se impedía que barcos extranjeros pudiesen transportar mercaderías a los puertos
ingleses en las mismas condiciones que los nacionales. La supresión de los aranceles favoreció la expansión
comercial inglesa, pues atrajo las importaciones de materias primas y productos alimenticios de los que
carecía Gran Bretaña y facilitó la exportación de sus manufacturas.
El apóstol de las teorías del librecambio fue Richard Cobden, elegido miembro de la Cámara de los Comunes
en 1841. En 1860 puede decirse que Inglaterra era una nación enteramente librecambista. Había sólo 40
artículos de importación que pagaban derechos de aduanas y más tarde se redujeron a 20. Los productos
alimenticios entraban libremente y se importaban de aquellas naciones que los producían más baratos.
! Sistema del librecambio de Adam Smith: 1º) La moneda es sólo un medio de facilitar los cambios de
productos. Éstos son la única y verdadera riqueza. 2º) Las naciones, como los individuos, por su diferente
suelo y clima, tienen su especialidad. Con la división del trabajo se facilitará la producción, y con el
intercambio todos serán más ricos. Por tanto, impedir el intercambio entre dos naciones es ruinoso (! porque
disminuye la riqueza de ambas) e imposible (! porque la prohibición se supera con el contrabando). En una
palabra, no se puede ni se debe restringir el comercio entre naciones, como no se puede ni se debe restringir el
comercio entre individuos).
• Las transformaciones de los medios de comunicación y transporte, tanto marítimos como terrestres,
resultaron decisivas en el proceso de la Revolución industrial. Por lo que respecta a las
comunicaciones terrestres, los años centrales del s. XIX vieron el desarrollo espectacular del
ferrocarril. Tras las primeras pruebas realizadas por Stephenson y su locomotora Rocket, en 1830 se
inauguró en Inglaterra la primera línea de ferrocarril para viajeros, que unió los núcleos industriales
de Liverpool y Manchester.
• Los numerosos yacimientos de hulla situados al pie de las montañas inglesas (Yorkshire, Lancashire y
Nottinghamshire) atrajeron la instalación de nuevas industrias, en especial de la siderurgia (hierro
fundido y acero), que tomó el relevo de la industria del algodón como motor del crecimiento
económico británico.
• El que Gran Bretaña posea la flota mercante más importante del mundo (representa los tres cuartos
del tonelaje mundial) supone que su organización comercial tenga puntos clave en distintas partes de
los continentes (dominio sobre unos continentes −Australia, Canadá, India− o posesión de unas bases
estratégicas −Gibraltar, Malta, Suez, El Cabo, Port Stanley−), al estar respaldada por un vasto Imperio
colonial que cumple una doble función: como abastecedor de materias primas y a la vez como cliente
de productos manufacturados.
En el s. XVIII los ingleses ya mantenían una actividad comercial relevante con China, pero fue realmente
durante el s. XIX cuando este comercio adquirió su máximo esplendor. Gran Bretaña desempeñó un papel
mucho más destacado que otros países en el comercio con el imperio chino (! En China se encontraban
productos muy preciados por la sociedad occidental, en particular, té y sedas). Las importaciones británicas de
té chino aumentaron progresivamente. Por otra parte, no había demasiadas posibilidades de exportar
productos hacia China, que sólo aceptaba oro y plata en pago por sus sedas, té y porcelanas, lo cual dio lugar a
una balanza comercial deficitaria. Frente a esta situación desfavorable, se vio la necesidad de buscar algún
producto que pudiera ser introducido en el mercado chino para compensar las enormes cantidades de dinero
que eran pagadas en metálico por el té. La solución se encontró en el opio.
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A comienzos del s. XIX aumentaron rápidamente las exportaciones de barriles de opio hacia China, hecho que
favoreció a la economía inglesa. La estrategia comercial de los británicos consistió en apoyar la conversión de
una parte de la sociedad china en toxicómana. Una vez que millones de chinos se volvieron drogadictos, la
introducción del opio en China estuvo completamente asegurada. El consumo de opio entre los chinos pronto
se extendió como la pólvora. Hay que añadir que gran parte de la sociedad china del momento estaba muy
descontenta con la última dinastía manchú que estaba en el poder hacia finales del s. XVIII (! Así, los chinos
veían en el opio una forma de evasión y, también, de rebelión contra la autoridad).
Los ingleses introdujeron el opio en China a través de la compañía East India Company que lo trasladaba
desde la India. Esta compañía se transformó en una gigantesca empresa de narcotráfico.
Los gobernantes chinos se percataron de la peligrosidad del opio a partir de sus repercusiones negativas sobre
los consumidores, ya que era un factor de desorganización social y podrían volverse peligrosamente contra el
poder. Para llegar a eliminar, o en todo caso a reducir, la introducción del opio, el Gobierno chino promulgó
edictos que prohibían el comercio y el consumo de este producto.
El comercio y las relaciones diplomáticas entre China y Gran Bretaña se vieron muy afectadas como
consecuencia del comercio del opio porque, a pesar de haberse declarado ilegal, los comerciantes continuaban
introduciendo clandestinamente este producto, hecho que provocó repetidamente la ira de las autoridades
chinas hacia los británicos.
Tras infructuosos intentos de negociación a cargo de diplomáticos británicos para solventar los conflictos
ocasionados por el comercio del opio, Gran Bretaña declaró la guerra a China en nombre del libre comercio.
En esta guerra, denominada la Guerra del Opio (1839−1842), no solamente se enfrentaron chinos y británicos,
sino que también participaron en ella norteamericanos, franceses y rusos, quienes en el transcurso del
conflicto saquearon todo lo que pudieron de China. China perdió la guerra y con ella la isla de Hong Kong.
Debió abrir, además, cinco puertos a los productos ingleses, con tarifas bajas o nulas, y tuvo que conceder
extraterritorialidad a los comerciantes extranjeros, como si fueran diplomáticos.
• Todo ello se acompaña de una organización financiera muy avanzada, con relación a la del
continente, consistente en nuevas prácticas como la utilización del cheque bancario como forma de
pago, el desarrollo de las sociedades anónimas y por acciones y la exportación de capitales mediante
préstamos a gobiernos de otras naciones, o por exportación de maquinarias o instalaciones de fábricas
en países extranjeros. Mediante la exportación de capitales se buscó evitar el exceso de capital dentro
de sus fronteras, lo cual podía provocar un descenso en la tasa de interés o también la
superproducción de artículos que el mercado interno no lograse absorber, lo que va en perjuicio de la
economía.
Sin embargo, no todo fueron aspectos positivos, pues conllevó graves problemas para muchos ciudadanos: el
llamado coste social de la Revolución industrial. Progreso económico y precariedad social fueron las dos caras
de una misma moneda. El liberalismo económico había facilitado la creación de inagotables fuentes de
riqueza, pero a costa del sacrificio de la clase trabajadora. La desigualdad que esto había engendrado era
escandalosa: a mediados del s. XIX se estimaba que unas 7.000 familias poseían el 85 % de la renta nacional.
El destino del proletariado industrial era infrahumano. Se admitía con la mayor tranquilidad la existencia de
unas clases pobres como tributo a unas ineluctables leyes económicas. El industrialismo era la fuente de
creación de un capital para el que la fuerza de trabajo era una factor irrisoriamente barato y sujeto, como
cualquier mercancía, a la ley de la oferta y la demanda. Y así, durante años del período victoriano, el trabajo
en las minas, en los telares y en la siderurgia hizo de hombres, mujeres y niños verdaderos esclavos del
sistema. Este era el espíritu de una época preocupada por la riqueza material y por la organización puramente
mecánica de la sociedad. No resulta, pues, extraño que en Inglaterra naciera el movimiento obrero (cartismo)
del que posteriormente saldrían el laborismo, uno de los pilares fundamentales de la vida política británica
moderna. (! Fue en Londres donde Carlos Marx ideó la primera teoría económica concebida desde el punto de
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vista de los desheredados ante las espantosas condiciones del capitalismo, creado al amparo del liberalismo
económico, El manifiesto comunista de 1847).
En las circunstancias descritas, la rebaja de unos peniques en 1842 en el jornal de los trabajadores provocó el
estallido. En muchas localidades, los obreros se amotinaron negándose a trabajar. A partir de entonces se
iniciará el lento camino de las reivindicaciones. Un estado de opinión, al que contribuyeron en gran medida
las novelas de Dickens y de Disraeli, los folletos de Carlyle y los poemas de Elizabeth Barrett Browning,
sacudió la conciencia nacional, descubriendo la realidad social a las clases cultas, estimulándoles el deseo de
reforma social. ¿Una nueva sensibilidad? En alguna manera sí, más también el temor creado por el
movimiento obrero cartista a una insurrección social.
Poco a poco, los factores citados, unidos a las reformas electorales democráticas de 1867 y 1884, que
aumentarían la influencia de la clase trabajadora, determinarían un cambio en la actitud del estado. Así, en
1847 se promulgaría la Ley de Diez Horas para el trabajo de mujeres y niños; en 1850 se prohibió el trabajo a
menores de diez años; en 1867 las reformas electorales de Gladstone significaron un reconocimiento a la
personalidad de los marginados; en 1860 se acepta el principio de la legislación industrial; en 1871 se
permitió el derecho de asociación de los obreros, creándose los sindicatos, las primeras Trade Unions; en 1874
se fijó la jornada laboral en 56 horas semanales; de 1875 es la Ley de Sanidad Pública, encaminada a mejorar
las condiciones higiénicas de los barrios bajos. El problema social no es ya un problema individual, sino un
problema político que tenderá a desplazar a los restantes.
• Supremacía política
Su supremacía política se basará en el desarrollo del liberalismo político, llevándose a cabo durante este
período una serie de reformas políticas y sociales que consolidaron el sistema liberal, democrático y
parlamentario.
Ya antes de la entronización de Victoria en 1837, dos importantes reformas habían iniciado la transformación
del marco político británico: la igualdad para los católicos (1829) que les permitía ocupar puestos en el
Parlamento, y la primera reforma electoral (1832) que permitía la redistribución de distritos electorales para la
elección de miembros de la Cámara de los Comunes (! A principios de siglo, los grandes propietarios y los
obispos ocupan la Cámara de los Lores, nombrados directamente por el rey; en ella residía el poder judicial
supremo con capacidad de vetar las disposiciones aprobadas por la Cámara de los Comunes. Esta última, si
bien teóricamente estaba integrada por diputados elegidos de forma democrática, a la postre sus miembros no
diferían en mucho de los de la Cámara de los Lores: los diputados se elegían por distritos electores que
representaban el estado de la población de tres siglos antes. De esta manera, los Lores querían mantener estos
anacrónicos distritos electorales, enclavados dentro de sus señoríos, porque les permitían elegir allí diputados
a su gusto y conveniencia. Con la reforma de 1832, la Cámara de los Comunes deja de ser un monopolio de
los terratenientes para convertirse en el órgano en el que se oye la voz de las ciudades y la industria).
El régimen político británico en la era victoriana estaba centrado en la figura de la reina y del Parlamento, el
cual estaba integrado por dos fuerzas políticas, los antiguos partidos Tory y Wigh denominados, a partir de
este reinado, como partidos conservador y liberal respectivamente.
Las principales figuras políticas durante el primer período del reinado eran Peel (conservador) y Palmerston
(liberal), y durante la segunda mitad del s. XIX fueron J. Disraeli (conservador) y Gladstone (liberal).
Aún siendo el partido conservador el defensor del proteccionismo como sistema económico y gerente del
sector agrario, a la muerte de Peel será Disraeli, en 1867, quien comience a gestionar el librecambismo como
sistema económico y una nueva reforma al sistema electoral vigente desde 1832.
La reforma del sistema electoral de 1867 consiste en duplicar el número de electores incorporando al sistema
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a los obreros especializados que puedan demostrar la posesión de una casa o, en su defecto, el pago del
alquiler de la misma, y redistribuir los distritos electorales concediendo un mayor número de electores a las
ciudades industriales en detrimento de la aristocracia competitiva.
¿Por qué son los conservadores los que impulsan la ampliación del censo electoral? Varias explicaciones:
creencia de Disraeli de que los obreros ingleses son conservadores; iniciativa de Gladstone aceptada por
Disraeli; presión social tenaz.
Este nuevo sistema llevó a que en las elecciones de 1868 ganaran los liberales que continuaron con el sistema
reformista preconizado por los conservadores con el fin de no perder las elecciones. Será durante el mandato
de Gladstone cuando se reconozca, por ley, a los sindicatos (1871), el derecho al voto secreto (1872) y a la
enseñanza primaria pública. Esta última medida se verá frenada por la actitud de la Iglesia anglicana, que se
opuso al desarrollo de las escuelas del Estado.
La crisis económica de 1873 y el enfrentamiento con la Iglesia anglicana serán los causantes de la vuelta de
los conservadores al poder. Disraeli se volcará durante el decenio siguiente (1874−1884) en la política
exterior impulsando la expansión del Imperio.
El regreso de Gladstone al poder (1884−85) traerá consigo la segunda reforma de la ley electoral durante el
reinado de la reina Victoria, con la ampliación al derecho de voto del campesinado. El cuerpo electoral se verá
ampliado de 3 a 5 millones de votantes, quedando privados aún más de dos millones de ciudadanos de este
derecho (! La ley rehúsa conceder voto a los hijos que viven con sus padres y a los criados. El voto femenino
no llegó hasta 1911, siendo Australia y Nueva Zelanda las pioneras −Inglaterra, en su avance hacia la
democracia, fue a la zaga de las colonias con autogobierno−).
Inglaterra inicia en 1886 una etapa de dificultades económicas y sociales, bajo los conservadores, que se
mantienen en el gobierno hasta 1906.
En definitiva, podemos observar que, en los primeros años del reinado, es numerosa la presencia en las
Cámaras de la nobleza terrateniente; luego, pierde potencia a favor de la burguesía de negocios de las
ciudades; hasta 1874 no entran los primeros diputados obreros en la Cámara de los Comunes.
• El Imperio británico
Gran Bretaña fue en el s. XIX la primera potencia marítima del mundo. No existía un país que la igualara en
este ámbito. Los navíos británicos y los productos que transportaban invadían el mundo. Durante el reinado de
Victoria I el Imperio contaba con una población cercana a la cuarta parte de la mundial, y una quinta parte del
mundo estaba gobernada desde Londres. Los británicos consideraban imprescindible el control de los mares.
De ahí que en todas las rutas poseyeran enclaves estratégicos como Gibraltar, Malta, Chipre, Adén (en la
actual Yemen), Zanzíbar, Hong Kong, Ceilán, etc. Los territorios que estaban bajo su poder se extendían por
todos los continentes habitados.
En Asia poseían, entre otros, países tan extraordinarios como la India (en 1858 el gobierno de la India quedará
bajo la directa autoridad de la corona inglesa y su Parlamento).
En África entendían que era fundamental la zona del canal de Suez, por lo que decidieron imponer su
autoridad en Egipto (conquista de Sudán), y también afirmaron su presencia en Rhodesia del Norte (hoy
Zambia), Rhodesia del Sur (actualmente Zimbabwe), Unión Sudafricana (! La colonia de El Cabo era
holandesa en su origen. Los boers eran los descendientes de los primeros fundadores. Cuando los ingleses se
instalaron en la zona, los boers holandeses se trasladaron al otro lado del río Vaal (Transvaal), al NE de la
actual República Sudafricana. La invasión de este territorio por los ingleses en busca de minas de oro originó
una guerra entre ambos grupos de colonos (1899−1902) que terminó con victoria inglesa).
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En América, Canadá se convirtió en un granero del Imperio.
En Oceanía, Australia y Nueva Zelanda eran los dominios británicos más destacados (! A principios del s.
XIX eran casi desconocidas y sólo servían para deportar criminales. A partir de 1820, el descubrimiento de
minas de oro estimuló la inmigración inglesa).
Ningún otro Imperio aventajó en extensión al británico. Gran parte de los 33 millones de km² de su imperio se
debieron a la prontitud con que se iniciaron sus conquistas, cuando el resto de Europa aún estaba en sus
prolegómenos.
• El problema de Irlanda
Irlanda fue durante la época vitoriana el único reducto del mundo que consiguió crear serias dificultades al
poderío británico. En esta isla, poblada por más de 8 millones de habitantes, el rencor de los irlandeses contra
los ingleses tenía varios siglos de antigüedad, desde el s. XVII, cuando fue conquistada por Cromwell.
Campesinos en su mayor parte, los irlandeses habían sido privados de sus tierras y, a cambio, debían pagar
altos arrendamientos a los propietarios ingleses y, siendo católicos, habían estado privados de muchos
derechos, estando obligados a pagar el diezmo a la Iglesia anglicana.
Los irlandeses carecían de toda autonomía política pues, a raíz del Acta de Unión (1801), la isla era gobernada
por el Parlamento del Reino Unido.
Para los irlandeses los problemas políticos, económicos y religiosos se concretaban en un solo problema,
creando un estado de violencia permanente (! El sentimiento autonomista irlandés se alimentaba del recuerdo
de los agravios cometidos en la época de Cromwell, y se encendía con la defensa de la religión católica y de
su lengua nacional gaélica; las crisis de los años 40, y especialmente las hambres de 1845, que obligaron a
casi la mitad de los irlandeses a emigrar a EEUU, convirtieron la situación irlandesa en un verdadero
polvorín).
En 1857 se crea en París una sociedad republicana, Fenier, cuyo fin era luchar por la independencia de
Irlanda. Debido a la presión ejercida por esta sociedad secreta, en 1867 el Parlamento hizo algunas
concesiones como eximir a los irlandeses del pago del diezmo a la Iglesia anglicana. Pero la crisis de los 70
vuelven a provocar una situación dramática en un país que seguía siendo rural, sin desarrollo industrial. Los
irlandeses encuentran un líder en Parnell, terrateniente protestante nacido en Irlanda, quien dirige la lucha por
la autonomía con partidas armadas en el campo y con obstrucción parlamentaria en la Cámara de los
Comunes.
En 1886, el primer ministro Gladstone intentó conceder la autonomía a Irlanda; la oposición inglesa a esta
medida fue tan fuerte que debió renunciar a la idea pero, a cambio, los irlandeses obtuvieron algunas ventajas
menores como fueron la ayuda estatal que recibieron para comprar tierras y convertirse en propietarios, y la
facultad de elegir Consejos locales quitando a los propietarios ingleses el dominio de la Administración local.
La cuestión de Irlanda provocó la caída del gobierno Gladstone, sucediéndole el partido conservador en la
persona de Salisbury.
TEMA 15. LA FORMACIÓN DE LAS UNIDADES ITALIANA Y ALEMANA.
LA UNIFICACIÓN ITALIANA: EL `RISORGIMENTO'
• Orígenes de la conciencia unificadora
De los países europeos, Italia fue, junto con Alemania, el último que llevó a cabo su unificación política, entre
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1859 y 1870. El movimiento de afirmación nacional ha sido denominado Risorgimento (= Resurgimiento),
por analogía con el Renacimiento artístico y cultural del s. XVI.
A partir de la Alta Edad Media, Italia padeció una serie de dominaciones extranjeras: estuvo bajo la
hegemonía del Imperio germánico, de Francia, de la corona de Aragón, de la monarquía española y de
Austria.
El Risorgimento nació por una convergencia de causas. La más antigua fue la lenta afirmación de una
identidad cultural, aglutinada en torno a la lengua toscana, que se cargó de contenido sociopolítico durante el
período de la Ilustración del s. XVIII. Para tratar de paliar la falta de adecuación de las estructuras del Antiguo
Régimen al desarrollo demográfico y a las reivindicaciones sociales, los soberanos del despotismo ilustrado
realizaron una serie de reformas que pusieron de manifiesto la necesidad de transformaciones políticas: los
inconvenientes de la fragmentación política (Italia estaba dividida en pequeños estados), los arcaísmos
económicos y el peso social de grupos retrógrados, estimula a los intelectuales a la exaltación de las ventajas
de la unidad.
La Revolución francesa y, más tarde, la incorporación de la península italiana a la Francia jacobina y
napoleónica (1799−1815) prepararon el terreno para la unificación. La situación dio a Italia un nuevo orden
social y jurídico, derivado de los principios de 1789, que favoreció el control de los asuntos públicos y de la
actividad económica por parte de la burguesía liberal, imbuida de la mentalidad de la Ilustración. Las masas
campesinas siguieron careciendo de conciencia política durante mucho tiempo, pero los habitantes de las
ciudades y los viejos militares que habían vivido la epopeya imperial empezaron a aspirar a una comunidad
nacional basada en el modelo galo.
El derrumbamiento de la Europa napoleónica pareció poner fin a esa primera experiencia y, en 1815, los
antiguos soberanos volvieron a ocupar sus tronos. Triunfaba la reacción y, como afirmaba Metternich, la
palabra Italia sólo era una simple expresión geográfica, desprovista de cualquier connotación nacional.
Así, el ideal unitario se expresa desde 1815 a 1848 en tres planos: literario (los escritores románticos cantan la
grandeza perdida de la patria italiana), político (sociedades secretas, sobre todo los carbonarios, que solicitan
la creación de un estado nacional y democrático) y económico (los comerciantes y fabricantes de los estados
del norte son conscientes de la necesidad de la unidad para acometer la industrialización).
Frente a este triple impulso pueden distinguirse tres obstáculos: la división territorial consagrada por el
Congreso de Viena, la presencia austriaca en el norte y centro de la península y la cuestión romana (un Estado
que se resistirá a ser absorbido en el proceso de unificación).
• La unidad italiana
Los problemas más serios que debía afrontar Italia para concretar la unidad se vinculaba a la estructura
territorial existente: la península italiana se mantenía dividida en siete Estados, restaurados tras el
hundimiento napoleónico, oponiéndose a su unificación la ocupación austriaca y el problema de los Estados
Pontificios (! recordemos que el papa Pío IX, que había sido elegido sumo pontífice en 1846, gozó de fama de
progresista, pero tras la revolución en Roma de 1848 se mostró claramente reaccionario y acabó oponiéndose
a la política unificadora).
El Reino de Piamonte−Cerdeña, con capital en Turín, será el que impulse su unidad. Carlos Alberto y Víctor
Manuel II de Saboya serán quienes tengan más posibilidades de éxito porque cuentan con el ministro Cavour,
cuya actividad puede resumirse en tres ámbitos: político, económico y diplomático. En el ámbito político hace
del Piamonte un Estado moderno y liberal: nuevo código, cuerpo de funcionarios, marina de guerra anclada en
La Spezia, laicización del Estado con disolución de las órdenes religiosas contemplativas y nacionalización de
sus bienes. En el orden económico, ante la falta de capitales en Piamonte, Cavour no duda en recurrir a la
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Banca extranjera para crear una infraestructura ferroviaria y una red de canales. En el dominio diplomático,
Cavour piensa que debe situarse la cuestión italiana en un contexto europeo (intervención del Piamonte en la
Guerra de Crimea junto con Francia e Inglaterra contra los rusos, con el objeto de conseguir el apoyo de las
grandes potencias en una hipotética guerra contra Austria).
La eficacia y el dinamismo del Piamonte−Cerdeña concitaron en torno suyo a todos los exiliados políticos,
que eran generosamente acogidos y recibían la nacionalidad sarda. Turín fue, desde entonces, el foco más
activo de la vida cultural y política de Italia y la cuna del despertar nacional.
El Reino Lombardo−Veneto, con capitales en Milán y Venecia, respectivamente, estaban bajo dominio
austriaco.
Los Ducados de Toscana, Módena y Parma, aunque independientes, estaban bajo influencia austriaca.
Los Estados Pontificios tenían su capital en Roma, y el Reino de las Dos Sicilias, con capital en Nápoles,
estaba bajo la soberanía de los Borbones.
Estos siete Estados sufrirán movimientos revolucionarios que se extienden desde la Restauración (1815) hasta
su unidad en 1870, con raíces tanto en las Revoluciones atlánticas (! idea de independencia) como en la
Revolución francesa (! idea de ruptura con el Antiguo Régimen).
• Proceso de unificación
El fracaso del movimiento revolucionario de 1848 en la península italiana traerá consigo dos ideas
fundamentales que se extenderán por todo el territorio: la idea de unidad y la idea de expulsión de Austria.
Será Cavour quien represente esas ideas recurriendo tanto a medios políticos internos italianos como a una
calculada política exterior europea.
En cuanto a política interior, Cavour consigue que todos los movimientos revolucionarios italianos acepten la
propuesta de unidad en torno al Reino de Piamonte−Cerdeña. Consigue el apoyo de Mazzini (fundador de la
Joven Italia en 1831 que propugnaba la formación de una república con capital en Roma), Garibaldi (antiguo
miembro de los carbonarios) y de los patriotas refugiados en el Piamonte huyendo de la represión
desencadenada en 1848−49.
Para fortalecer más la unión de las diversas corrientes crea, en 1857, la Sociedad Nacional Italiana.
En cuanto a política exterior, Cavour convierte la cuestión de la unificación italiana en un problema
internacional: el Reino del Piamonte participa en la Guerra de Crimea (1854) como aliado de Francia e
Inglaterra contra Rusia y, aprovechando el atentado de Orsini (1858) contra Napoleón III, se reúne con él en
Plombières donde acuerda con el emperador ceder Saboya y Niza a Francia a cambio de ayuda francesa ante
un ataque de Austria al Reino de Piamonte−Cerdeña.
La declaración de guerra por parte de Austria no se hace esperar (! había exigido el desarme del Piamonte) y
en abril comienzan las movilizaciones. Las campañas en la Lombardía estuvieron jalonadas por las victorias
franco−italianas. En Magenta y Solferino son vencidas las tropas austriacas, que pierden Lombardía. Pero
antes de ser ocupado el Véneto, Napoleón III firma, ante la sorpresa general, un armisticio con Austria (Paz de
Villafranca). ¿Por qué? Varias teorías: por sentimientos humanitarios ante el alto número de víctimas en las
batallas, por las crecientes reticencias de la opinión pública francesa y por un avance de las tropas prusianas
hacia el Rin. Así, Piamonte obtuvo Lombardía (Milán) pero Venecia quedó en manos de los austriacos (! ello
provocó el odio de los italianos hacia un aliado que les había abandonado en un momento crítico).
Sin embargo, el proceso de unificación continuó a cargo de los italianos y abarca de agosto de 1859 a febrero
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de 1861. Al no haberse alcanzado los objetivos de Plombières, Francia renunció a reclamar Saboya y Niza.
Pero, también según lo convenido en Plombières, con Toscana y los ducados de la Italia central se tenía que
formar un reino para un primo de Napoleón III. Ante esta situación, los toscanos pedían la anexión al
Piamonte por lo que Cavour reanudó las negociaciones con Napoleón III para anexionar al Piamonte los
ducados de Toscana, Parma y Módena (Italia central) a cambio de Saboya y Niza. A continuación, varios
plebiscitos confirman la unión con Piamonte de Parma, Módena y Toscana, así como el traspaso de
nacionalidad de Saboya y Niza.
La cesión de Niza y Saboya se había tratado en marzo de 1860, y en mayo de este mismo año, el antiguo
carbonario Giuseppe Garibaldi, a la cabeza de un cuerpo de voluntarios (los `Mil' o los `camisas rojas')
reclutado entre los exiliados refugiados en Turín (intelectuales, médicos, periodistas, abogados...), desembarcó
en Sicilia y se apoderó de Palermo, Messina y Nápoles (1860). Simultáneamente, fuerzas piamontesas
procedentes del norte atravesaron los Estados Pontificios (con permiso de Napoleón III) y completan la
derrota del rey de Nápoles. El encuentro entre Garibaldi y Víctor Manuel tuvo lugar en Teano, provincia de
Nápoles. Durante esta entrevista, el líder republicano rindió acatamiento a Víctor Manuel como rey de Italia y
le cedió la soberanía de los territorios que había conquistado.
Finalmente, en febrero de 1861 se reunió en Turín una asamblea integrada por diputados de todas las nuevas
regiones incorporadas; a dicha asamblea se la denominó Parlamento Italiano, proclamó la existencia de Italia
y reconoció como su rey a Víctor Manuel II.
Así, a comienzos de 1861 toda Italia estaba unida al Piamonte, excepto Venecia y los Estados Pontificios. A
partir de este año, el proceso de unificación italiana se vio frenado durante una década. Cavour había muerto
en 1861 y sus sucesores tuvieron que enfrentarse con los enormes problemas causados por lo laborioso de la
fusión administrativa de los antiguos estados, por el marasmo económico y financiero y por el bandidaje que
asolaba el sur de la península. Francia, que mantenía su cuerpo de ocupación para proteger a Pío IX,
bloqueaba el sueño italiano de Roma capital.
Italia obtuvo a Venecia como consecuencia lejana del convenio de Plombières. En 1866, Italia se alió con
Prusia en la Guerra Austro−Prusiana, sufriendo varios reveses (Custozza y Lissa); pero Austria, vencida en
Sadowa, pidió a Napoleón III que intercediera cerca de Bismarck para obtener mejores condiciones de paz, y
ofreció Venecia como premio. A su vez, Napoleón III cedió Venecia a Víctor Manuel II.
Para Roma se tuvo que esperar a que Francia pasara por la crisis del año 1870. Desde 1849 Napoleón III
estableció una división de su ejército en los Estados Pontificios para defensa del Papa. Los italianos deseaban
que Roma fuera la capital del nuevo Estado establecido. Los católicos franceses presionaban a su emperador
para que las tropas francesas permanecieran en Roma e incluso la propia emperatriz manifestaban antes los
prusianos en París que los italianos en Roma, por lo que la situación era extremadamente difícil. Mediante
negociaciones diplomáticas entre Víctor Manuel II y Napoleón III se llegó a la transacción de la retirada de las
tropas francesas de Roma ante la promesa formal que Víctor Manuel II respetaría el Estado Pontifical.
Evacuado el territorio romano, Garibaldi intentó ocuparlo violando el compromiso italiano ante los franceses,
siendo derrotado por una nueva intervención francesa en 1867.
La situación internacional solucionará el conflicto: la guerra franco−prusiana obligó a Napoleón III a retirar
las tropas. Las tropas italianas invadieron Roma en 1870 y se convirtió en capital de Italia pese a las protestas
de Pío IX. La situación del Papa después de la toma de Roma por los italianos debía quedar reglamentada con
la llamada `Ley de Garantías', que el Papa no quiso aceptar. Según la Ley de Garantías, se asignaba al Papa un
importante subsidio en concepto de indemnización y se le aseguraba libre comunicación con el mundo
católico; el Papa conservaba en Roma cinco edificios (el Vaticano, el Letrán, la Cancillería, el Santo Oficio y
la Propaganda). Dentro de ellos el Papa tenía los honores de soberano. Según la Ley de Garantías, su categoría
de monarca reinante no había disminuido, sólo que su dominio quedaba reducido a aquellos cinco palacios.
Estaban éstos en distintos barrios de Roma, y como quiera que para ir de uno a otro tenía que pisar territorio
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italiano, y sus idas y venidas hubieran ocasionado dificultades, prefirió quedar prisionero voluntario dentro del
Vaticano. La incómoda situación, aunque se suavizara poco a poco a partir de 1905, no se resolvió hasta el
Tratado de Letrán de 1929, que dio origen al Estado de la Ciudad del Vaticano.
La unidad italiana quedaba organizada sobre la base de una monarquía constitucional similar a la inglesa
enfrentándose con el problema de lograr la unidad económica y moral entre la Italia del norte (industrial) y la
Italia del sur (atrasada).
LA UNIFICACIÓN ALEMANA
• Bases de la unidad alemana
Los tratados de Viena de 1815 establecen para Alemania una Confederación Germánica de 39 Estados de los
cuales sobresalen dos, Austria y Prusia como los más poderosos. Este sistema de Confederación favorece el
predominio de Austria sobre la misma, lo que excluye, en un principio, todo intento de unificación debido a la
política ejercida por el canciller Metternich que, no sólo mantiene la hegemonía política de Austria en la
Confederación, sino también en el resto de la Europa restaurada.
Esta situación cambiará a mediados de siglo porque la política de Metternich se irá deteriorando
progresivamente por ser el máximo responsable del absolutismo −lo que le acarreará problemas con las
nacionalidades de las provincias italianas y Hungría que conforman el Imperio austriaco− y por su desarrollo
económico tardío, teniendo que esperar a la década de 1860−70 para encontrar una industrialización en
marcha. (! Austria creía que para continuar siendo árbitro de las naciones germánicas le bastaba su heredado
prestigio histórico. Es más, Austria era un país rico que para conservar su tesoro se empobrecía; para
preservar sus posesiones en Italia o mantener a Hungría bajo su dependencia, se debilitaba y enervaba). En
cambio, Prusia tomó la iniciativa a mediados de siglo al actuar su burguesía protestante e intelectual a favor
no sólo del proceso de unidad, sino también del proceso de desarrollo económico de la región; para ello, crea
una zona libre de comercio entre los Estados alemanes denominada Zollverein, que, desde 1834, suprimirá las
barreras aduaneras alemanas y protegerá sus productos frente a los extranjeros consiguiendo, en 1852, bajo su
dirección, la integración de todos los Estados alemanes, excepto Austria, en una unidad económica,
preparando de esta forma la unidad política deseada y alentada, desde las universidades, por los filósofos
alemanes sobre todo a raíz de la publicación de los Discursos a la Nación alemana de Fichte.
El Parlamento de Frankfurt, formado por representantes de los 39 Estados, intenta la organización de la
unidad alemana aprovechando la oleada revolucionaria de 1848 en Europa. La posible unificación fracasó
debido a las disensiones dentro de la propia burguesía, entre los partidarios de la Pequeña Alemania, sin
Austria y bajo el predominio de Prusia, y los defensores de la Gran Alemania, que incluyera también a
Austria. Al vencer la primera opción, se ofreció la corona al rey de Prusia, Federico Guillermo IV. Éste, sin
embargo, la rechazó por provenir de unos parlamentarios liberales elegidos por sufragio universal, lo que era
del todo incompatible con su dignidad imperial. Con este gesto, la consecución de la unidad alemana por la
vía democrática y parlamentaria quedó cerrada.
• La unificación alemana
Con la contrarrevolución triunfante en Austria y en Prusia y con el acceso al trono de Guillermo I en Prusia y
el nombramiento de Otto von Bismarck como canciller se inicia una nueva fase en la historia alemana que
lleva directamente a la realización de la unidad. Será Bismarck al frente del gobierno prusiano quien,
mediante un ministerio fuerte, contando con un ejército poderoso a cuyo mando figuraba Moltke y realizando
una acción diplomática en el exterior, consiga la tan anhelada unificación.
Para ello provocará tres guerras sucesivas en siete años (1864−1870): la de 1864 contra Dinamarca, la de
1866 contra Austria y la de 1870 contra Francia. En tres jugadas elevó a Prusia a la categoría imperial.
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La guerra contra Dinamarca (la Guerra de los Ducados, 1864) tuvo por excusa una cuestión de nacionalismo.
Los ducados del sur de Dinamarca (Schleswing, Holstein y Lavenbourg) eran casi en su totalidad de
población alemana, pero estaban gobernados por Dinamarca (según el Congreso de Viena de 1815). A la
muerte del rey danés, que no tenía descendencia, se produjo un conflicto sucesorio que, hábilmente manejado
por Bismarck, implicó a Austria y a Prusia a luchar contra Dinamarca. Después de una corta lucha lograron
derrotar a Dinamarca y se resolvió que Prusia y Austria se repartieran la administración de los ducados. Pero
las cláusulas por las que se integraba a los ducados en la Zollverein permitía a Prusia la marginación de
Austria (fuera de la Zollverein) que provocaría la ruptura de las dos potencias.
En primer lugar, Bismarck garantizará la neutralidad de Francia y de Rusia con respecto al reino de Prusia con
el fin de dejar aislada a Austria. Deseoso de una guerra con Austria, una vez obtenida la aquiescencia de los
franceses, Bismarck concertó una alianza con Piamonte, elevado a la categoría de reino de Italia (! Bismarck
contaba con que cuando llegara la guerra y los prusianos atacaran a Austria de frente, los italianos podrían
atacarla por la espalda, invadiendo las provincias que todavía conservaba en Italia).
En segundo lugar, Bismarck inicia una campaña de descrédito hacia Austria (! provocaba controversias
patrióticas para excitar la opinión pública en el sentido que convenía a su política).
A todo ello siguió la guerra. La guerra austro−prusiana (1866) fue muy corta y demostró a las claras el
predominio militar de Prusia, que venció a los austriacos en Sadowa. Italia, según lo convenido, había abierto
otro frente contra los austriacos (siendo esta argucia permitida tanto por Rusia como por Inglaterra, que
consideraban que sólo el poder alemán neutralizaría la agresividad de Napoleón III). Austria, tras la derrota,
pidió a Napoleón III que interviniera, y las negociaciones de paz se establecieron en el Tratado de Praga:
Prusia excluye a Austria del proceso de reorganización alemán y establece con los Estados del norte la
Confederación de Alemania del Norte, integrada por 22 Estados, teniendo como presidente al rey de Prusia y
a Bismarck como canciller, creándose dos organismos legislativos (Bundesrat y Reichstag), ambos
controlados por Prusia (el rey de Prusia asumía todos los poderes militares y diplomáticos, con el derecho de
declarar la guerra, conferir la paz y concertar tratados). Los Estados del sur eran reacios al dominio prusiano.
Por eso, para llenar el abismo abierto entre el norte y el sur de Alemania, Bismarck planea una tercera guerra
para culminar la unificación alemana.
La guerra franco−prusiana (1870) marcará dos cambios importantes en la organización política europea: el fin
de la preponderancia francesa impulsada por Napoleón III y el principio del predominio alemán en el
continente. La candidatura Hohenzollern al trono español es el pretexto para la guerra. Un golpe de estado en
España había destronado a Isabel II. Bismarck manejó las cosas de tal modo que la candidatura con más
probabilidades de éxito fue la del príncipe Leopoldo de Hohenzollern, lejano pariente del rey de Prusia. La
instalación de un príncipe prusiano en el trono de España no podía agradar a los franceses ya que volverían a
encontrarse, como en tiempos de Carlos V, con un enemigo alemán por el Este y otro por el Sur. Los demás
estados europeos tomaron cartas en el asunto: en realidad, nadie quería la guerra más que Bismarck. Viendo la
tormenta que se preparaba, el príncipe de Hohenzollern retiró su candidatura; el rey de Prusia prefería también
no arriesgarse a perder los que había ganado en las guerras contra Dinamarca y Austria. Es más, la exigencia
del ministro de Negocios Extranjeros francés al rey de Prusia de que no presentara a ningún otro candidato
alemán, enojó a Guillermo I, pero no hasta el punto de hacerle pensar en la guerra. El telegrama que
Guillermo I envió a Bismarck contándole la notifica fue manipulado por el propio Bismarck y publicado en
los periódicos en Alemania, y hacía parecer que Francia era objeto de un desaire por parte de Guillermo I. El
efecto fue inmediato: Francia declara la guerra a Prusia el 19 de julio de 1870.
El estallido de la guerra franco−prusiana enfrentó dos concepciones de la guerra bien distintas: la francesa,
basada en la improvisación y el coraje, y la prusiana, cimentada en el estudio, la planificación y, sobre todo,
en un ejército disciplinado y bien equipado. En pocos días los prusianos avanzaron sobre Alsacia y Lorena.
Los ejércitos franceses, en retirada, los agrupó MacMahon en Châlons, y Napoleón III tomó personalmente el
mando para lanzar la contraofensiva sobre Metz y liberar el ejército allí atrapado. Sin embargo, el ejército
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francés, tras una serie de graves errores, quedó acorralado en Sedán y fue derrotado por Moltke. Napoleón III
fue hecho prisionero junto a 100.000 franceses más. La derrota francesa provocó la caída de Napoleón III, la
proclamación de la III República en París y la coronación de Guillermo I como emperador de Alemania (II
Reich alemán).
El sueño de Bismarck se había realizado: no sólo Francia estaba derrotada sino que toda Alemania había
aceptado la guerra impuesta por Prusia, consiguiendo convertir la constelación de estados en una unidad
política, un Estado federal de múltiples soberanos bajo la autoridad imperial.
La paz firmada en Frankfurt en 1871 fue muy dura para Francia, pues pierde Alsacia y Lorena y tiene que
pagar una indemnización de cinco mil millones de francos (= Alsacia y Lorena volverán a ser francesas
después de la derrota alemana en 1918).
Los resultados de tres guerras victoriosas son evidentes: el rey de Prusia pasa a ser emperador de Alemania; el
ejército prusiano constituye una formidable máquina de matar, por su armamento y por la categoría de los
estrategas de su Estado Mayor; una red de transportes densa y una industria estimulada por el crecimiento del
mercado exterior anuncian la aparición de otra gran potencia.
TEMA 16. REFORMAS EN EL CENTRO Y ESTE DE EUROPA.
Secularmente la Rusia imperial se había considerado protectora de los demás pueblos eslavos y sucesora de
Bizancio. La verdadera influencia rusa en los Balcanes comenzó con Alejandro I, que insistió en ser protector
de los cristianos súbditos de los turcos, porque la mayoría de ellos eran eslavos y de la Iglesia ortodoxa. Esta
posición de protector espiritual de los cristianos le obligó a intervenir repetidas veces en los asuntos interiores
del Imperio otomano, con la consecuencia de que los rusos estuvieron en constante guerra con los turcos del
año 1806 al 1812. Por fin, unas paces concertadas entre ambos imperios establecieron la semiindependencia
de Moldavia y Valaquia (que en conjunto forman la moderna Rumania) y que Besarabia se incorporara al
Imperio ruso.
El estallido de la insurrección griega contra la dominación turca en 1820 abrió el proceso hacia la
independencia de Grecia. En una primera etapa de la guerra greco−turca, hasta 1824, los otomanos ejercieron
una fuerte represión sobre los nacionalistas helenos. Pero a partir de 1827, Rusia e Inglaterra apoyaron la
causa griega (Francia se adhirió un año después) que por el Tratado de Adrianópolis (1829), consiguió su
independencia, ratificada al año siguiente. La victoria sobre los turcos supuso para Rusia el protectorado sobre
Moldavia y Valaquia, y la costa del Mar Negro que se extiende hasta el Danubio.
El gobierno ruso, en manos del reaccionario zar Nicolás I (sucesor de Alejandro I), impulsó activamente la
política expansionista de Rusia aprovechando la debilidad turca. El colapso del Imperio otomano a manos
rusas podría llevar aparejada la irrupción rusa en el Mediterráneo y la amenaza a los estados ribereños. Por
otra parte, el surgimiento de estados eslavos aliados de Rusia en los Balcanes, aumentaba el peligro. Francia y
especialmente Inglaterra se propusieron evitarlo.
Cuando la guerra estalló en 1854 entre Rusia y Turquía (! el motivo principal fue que Nicolás I buscaba una
salida directa al mar Mediterráneo), Inglaterra, Francia y Piamonte−Cerdeña se pusieron del lado turco para
evitar la posible victoria de los rusos.
Además de los combates entre turcos y rusos en el Cáucaso y los Balcanes, el principal campo de batalla fue
Crimea (= la Guerra de Crimea, 1854−56). Con la finalidad de amenazar el corazón de Rusia y despojar a la
flota rusa de su principal puerto en el mar Negro, los aliados desembarcaron en la península de Crimea.
Después de derrotar a los rusos en Alma en 1854, rodearon y sitiaron Sebastopol. Tras la batalla de Inkerman
en 1854 y la conquista de Sebastopol por lo aliados en 1855, Rusia fue forzada a pedir la paz. Al negociarse
ésta en 1856 (Tratado de París), Rusia tuvo que hacer solamente unas pequeñas cesiones de territorio, pero su
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presión sobre los Balcanes cesó, al menos temporalmente, porque en la década de 1870 apoyó el surgimiento
de otros estados en los Balcanes (Serbia, Montenegro, Rumania, Bulgaria).
La lucha entre los pequeños estados balcánicos (un enrevesado mosaico de culturas y religiones), pretendidos
por las grandes potencias vecinas (Rusia y Austria) fueron la base sobre la que se gestó la Primera Guerra
Mundial.
TEMA 17. LOS ESTADOS UNIDOS E IBEROAMÉRICA.
ESTADOS UNIDOS
La Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776 supuso, por primera vez en la historia, que una
colonia se emancipara de su metrópoli para crear un nuevo estado, los Estados Unidos. La dominación
británica quedó así sustituida por la soberanía de los antiguos colonos, convertidos en ciudadanos de pleno
derecho. De hecho, la independencia de Estados Unidos se alcanzó, al cabo de seis años de guerra
(1885−1781), por el Tratado de Versalles de 1783.
La Constitución promulgada en 1789 (todavía hoy vigente, aunque se le han agregado, con el transcurso del
tiempo, 26 enmiendas con objeto de adecuarla a las nuevas circunstancias) afirma que la soberanía reside en
los Estados (cada uno de los cuales tiene Gobernador, Parlamento, policía y leyes propias), aunque hay un
gobierno federal que se ocupa de los asuntos concernientes a toda la nación. Sólo el gobierno federal posee la
soberanía exterior, es decir, el derecho a hacer la guerra y a concluir tratados, así como a representar a la
Unión ante las potencias extranjeras. También tiene una soberanía interior, ya que puede recaudar impuestos
indirectos, alistar a la milicia y contar con un aparato judicial. Globalmente, la ley de la Unión es superior a la
de los Estados.
La Constitución se basaba en la separación de poderes: el Congreso, que en sus dos cámaras (Senado y
Cámara de Representantes) encarnaba el poder legislativo, se elegía mediante el voto de los ciudadanos; el
ejecutivo (Presidente) lo nombra un colegio electoral formado por los delegados de los Estados; el judicial
(Tribunal Supremo) es designado por el Presidente tras consultar al Senado. Cada uno de estos poderes es
totalmente independiente de los demás.
La Constitución da al Presidente una estabilidad casi monárquica durante el período de cuatro años (reelegible
por otros cuatro) de su mandato.
En el momento de su constitución, Estados Unidos contaba sólo con 13 colonias situadas en la costa atlántica,
con una población de 4 millones de habitantes. Pero poco a poco, la Unión iba adquiriendo, por expansión
natural, nuevos territorios más allá de las antiguas fronteras coloniales. La expansión territorial hacia el Oeste
se efectuó por diversos procedimientos:
• La compra: 1º) La Lousiana a Napoleón I por 15 millones de dólares en 1803 (! compra casi obligada
porque era peligroso dejar un territorio vecino a Estados Unidos, con el agravante de estar allí la
desembocadura del Mississippí, en poder de Bonaparte). 2º) La Florida (1810−1819) comprada a
España por 5 millones de dólares. 3º) Alaska (1867) comprada al gobierno imperial ruso por 7
millones de dólares (! se calcula que con sus minas, pieles y otros recursos naturales, Alaska ha
producido ya más de 150 veces lo que costó).
• El poblamiento: Zonas semivacías, muchas de ellas ocupadas por población india, a la que se expulsa,
se convierten con la llegada de los colonos en nuevos estados de la Unión. Así se integra Oregón
(1846), a través de un tratado firmado con Inglaterra, constituyéndose de manera definitiva la frontera
entre Canadá y Estados Unidos. También Utah es colonizada por la llegada de los mormones.
La ley `Homestead Act' (1862) legitimaba la ocupación de tierras a expensas de la población india que las
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ocupaba. La nación americana tuvo que enfrentarse, durante 25 años, a la resistencia que ofrecían las diversas
tribus indias que ocupaban los territorios. El uso de un armamento más perfeccionado, el exterminio de
manadas de bisontes (base de la economía de alguna de estas poblaciones) y la introducción de nuevas
enfermedades acabaron con la resistencia india: los indios fueron expulsados o exterminados. Hay que
destacar que, en un primer momento, los indios no recibieron mal a los blancos. Estas tribus no veían
amenazado su espacio, creían que podían compartir la inmensidad del territorio e intercambiar productos con
los nuevos colonos. Fueron las exigencias de éstos últimos las que generaron la hostilidad y el exterminio.
• La guerra: Las enormes extensiones casi despobladas pertenecientes a Méjico se ofrecían a Estados
Unidos. La falta de visión del presidente mejicano Santa Anna, que impulsó la inmigración
norteamericana en territorio de Texas facilitó, junto con la inestabilidad política del propio Méjico, la
intervención de Estados Unidos en esta región. En 1835, el dictador Santa Anna proclamó una
constitución unificadora de Méjico, que dejó a los colonos de Texas a merced de cualquier
funcionario de la capital. Los colonos texanos, irritados, establecieron un gobierno provisional siendo
eliminados por Santa Anna (El Álamo), hecho que ocasionó un levantamiento general en Texas, cuyas
fuerzas derrotaron al presidente mejicano. Ello consagró la independencia de Texas, que pronto se
adhirió a Estados Unidos. La independencia de Texas no impidió la guerra entre Méjico y Estados
Unidos, cuyas tropas entraron en la ciudad de Méjico e impusieron un oneroso tratado a Santa Anna,
por el cual pasaban a Estados Unidos Nuevo Méjico, Arizona, Nevada, California, Utah y parte de
Colorado (1848).
Pronto esta extensión de territorios se vio invadida por un rápido crecimiento demográfico posibilitado por la
elevada natalidad, la reducción de la tasa de mortalidad y por las grandes oleadas de inmigrantes europeos,
fundamentalmente ingleses, irlandeses y escandinavos. A mediados del s. XIX la población ya alcanzaba la
cifra de 32 millones.
Por la colonización hacia el Oeste, rápidamente se empezó a desarrollar la agricultura, así como la
construcción de vías férreas que facilitaba tanto la colonización como la salida de los productos agrícolas (!
La primera línea de ferrocarril se puso en funcionamiento en 1830. Tres líneas transcontinentales atravesaron
el país. La construcción se inició con capital extranjero, pero cada vez fue adquiriendo más importancia el
capital norteamericano). Aún fue más espectacular el desarrollo de las actividades industriales debido a que el
país es riquísimo desde el punto de vista minero, como lo prueba la fiebre del oro que se desató en California
a partir de 1848 o en Alaska y el ser el primer productor mundial de uranio y petróleo y el segundo de hierro y
carbón.
Sin embargo, a pesar del desarrollo económico que estaba alcanzando Estados Unidos durante la primera
mitad del s. XIX, entre los Estados del norte y del sur existían profundas divergencias. El crecimiento
económico no era homogéneo: los Estados del norte se industrializaban a ritmo vertiginoso, mientras que los
del sur, dedicados al cultivo del algodón, padecían un atraso económico. Los burgueses y obreros del norte
contrastaban con los terratenientes y esclavos del sur.
Lo que más agriaba las relaciones entre Norte y Sur eran los conflictos que producía la esclavitud −prohibida
en el Norte, tras el compromiso de Missouri, y vista como una necesidad en el Sur−. Al fundarse la Unión, las
dos tendencias (abolicionista y esclavista) estaban equilibradas; había tantos estados que permitían la
esclavitud como estados que la prohibían. Pero, ¿qué ocurriría con los nuevos estados incorporados a la Unión
por la marcha hacia el Oeste? Cuando entraba en la Unión un estado nuevo esclavista, como Texas, se tenía
cuidado de ascender a la categoría de estado un territorio de la región del Norte, donde no se admitían
esclavos (en alguna ocasión se empleó la estratagema de dividir los estados antiguos abolicionistas para que
no predominaran los esclavistas). El Parlamento de la Unión estableció que a partir de ciertas líneas de
demarcación no se permitiría la esclavitud, pero los arreglos no fueron duraderos porque no satisfacían
enteramente a ninguna de las partes.
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La esclavitud no era, por otra parte, el único motivo de fricción. También se contraponen dos economías, dos
formas de vida y dos concepciones del Estado federal. Mientras los industriales del Norte impulsaban una
política proteccionista mediante tarifas aduaneras, los grandes propietarios del Sur, que venden sus mayores
partidas de algodón a Inglaterra, defendían el librecambismo. El Sur consideraba que su civilización rural y
paternalista era superior a las perversiones materialistas de los yankis del Norte. Éstos, a su vez, veían en los
sudistas a unos pecadores impenitentes, explotadores, representantes de una época caduca perdidos en el
mundo moderno. De este modo, a uno y otro lado de la línea divisoria entre los estados esclavistas y los
demás se desarrollaron imágenes falseadas que alimentaban la hostilidad e impulsaban a la venganza.
Finalmente, esta oposición, aunque se basaba en motivos políticos, económicos y sociales, acabó
convirtiéndose en enfrentamiento cultural: se trataba de la existencia de dos naciones.
• La Guerra de Secesión (1861−1865)
En 1860 fue elegido presidente de la Unión el antiesclavista Abraham Lincoln. Un mes después de su
elección, Carolina del Sur proclama que la Unión ha sido disuelta. Carolina del Sur fue imitada por otros diez
estados que declararon su separación de la Unión en una convención reunida en Charleston. Los once estados
crean la Confederación de Estados de América, se otorgan una constitución, una bandera y un gobierno con
Jefferson Davies como presidente. Richmond (en el estado de Virginia) sería la capital de la Confederación.
En 1861 estalla la guerra civil. Fue la más sangrienta que han sostenido los Estados Unidos, costó más de
medio millón de muertos y grandes destrucciones. Inglaterra y Francia reconocieron a los estados del Sur, su
envío de material de guerra no les llegará debido al bloqueo naval decretado por los estados del Norte; en
cambio, Rusia tiende a favorecer a los estados del Norte.
Los confederados estaban más motivados en su lucha que sus adversarios: se batían por su propia existencia,
por su cultura, por el mantenimiento de un determinado género de vida. Tenían fe y ésta los sostuvo a pesar de
su inferioridad numérica (23 estados del Norte contra 11 del Sur) y armamento, de la escasez de municiones,
de provisiones y de medicinas (superioridad industrial del Norte frente al Sur).
Pese a esa inferioridad numérica y económica de los sudistas, éstos oponen gran resistencia conducidos por el
general Lee y obtienen ventajas iniciales; paulatinamente, las ventajas se inclinaron para los nordistas que
eran superiores en hombres y material de guerra. La capitulación incondicional del general Lee en Appometox
Court House ante el general Grant en 1865 pone fin a la guerra.
La Guerra de Secesión fue terrible porque enfrentó a ciudadanos de una misma nación y porque en ella se
recurrió a los medios sofisticados de la guerra moderna, como ferrocarriles, telégrafos, barcos acorazados,
fusiles de cañones rayados y carga posterior, etc., y opuso a ejércitos numerosos (medio millón de
confederados frente a casi un millón de unionistas). Sembró la destrucción (en particular en Georgia) y dejó al
Sur en un estado de postración que habría de durar cerca de un siglo.
• La reconstrucción
Las consecuencias de la guerra fueron todavía más trágicas que la propia guerra, en parte por el asesinato de
Lincoln cinco días después de la rendición del Sur. Lincoln, miembro del ala moderada del partido
republicano, había emancipado a los esclavos en 1864 pensando que su integración en la sociedad debía
hacerse gradualmente. Desaparecido Lincoln, los republicanos radicales quisieron reconstruir el Sur a su
imagen, apoyándose en los negros emancipados y en los blancos pobres, a expensas de los antiguos
plantadores. El Sur tuvo que pasar por la humillación de un gobierno de vencedores; se le dividió en cuatro
grandes regiones que administraron generales nombrados por el Presidente. Esta época, que se llamó era de
reconstrucción, fue en verdad era de venganza. Impusieron gobernadores negros y expropiaciones sin cuento.
El vicepresidente Andrew Johnson, a quien la muerte de Lincoln elevó automáticamente a la presidencia,
quiso frenar la política de represalias, logrando sólo enemistarse con el Parlamento. Era el inicio de los
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primeros roces graves entre el poder ejecutivo y el legislativo.
Abolida la esclavitud, la situación de los negros no deja de ser precaria. Hubo esfuerzos por promover la
instrucción de los negros, por integrarlos en el aparato económico, por darles responsabilidades a nivel
municipal, pero chocaron con una evidencia: los estados del Sur estaban representados en el Congreso en
proporción a su población blanca. Si se estableciera el voto de todos los negros, el Sur tendría mucha mayor
representación que el Norte. Por tanto, mediante enmiendas a la Constitución, sólo se contabilizaría a los
negros en caso de que éstos tuviesen derecho de voto (se excluía a los analfabetos o se requería el derecho de
voto en dos generaciones precedentes). Fracasado el proyecto de reforma agraria que hubiera sido la solución
de la masa negra, condenó a los negros a emplearse en trabajos domésticos, como aparceros en antiguas
plantaciones o a emigrar a las ciudades, donde rápidamente se creaba un vacío a su alrededor; así nacieron los
primeros ghettos. Al no haber querido o podido resolver la reconversión económico social de los negros, los
republicanos en el poder crearon, sin darse cuenta, el problema negro del s. XX. El rechazo de los negros en el
Sur se refleja en la aparición de asociaciones ultraderechistas, de las cuales la más importante es el Ku Klux
Klan, que se organiza en 1866, que intenta con la práctica del linchamiento (frecuente hasta bien entrado el s.
XX), expulsar de los territorios meridionales a los negros; el método de la intimidación se sobrepone con
frecuencia a las normas legales.
Aunque la aristocracia de plantadores quedó muy quebrantada y en parte arruinada por la guerra y muchos
latifundios fueron divididos, siguió existiendo el predominio absoluto del blanco, la economía agraria y
ciertas supervivencias feudales mantendrán las diferencias entre los estados del Norte y los estados del Sur.
• Recuperación económica
Superadas las secuelas de la guerra civil, Estados Unidos experimentó un gran despeque. Un factor
fundamental es el rápido aumento de la población gracias a la alta natalidad y a la llegada masiva de europeos
atraídos por las riquezas (que proporcionaron una mano de obra abundante y barata a una economía que
necesitaba gran cantidad de trabajadores). A finales del s. XIX contaba con casi 100 millones de habitantes.
Otros factores importantes fueron las innovaciones constantes en la maquinaria y el desarrollo de nuevas
fuentes de energía como el petróleo y la electricidad. La localización de los yacimientos petrolíferos (Arizona,
Texas) permitió a Estados Unidos convertirse en una de las primeras potencias mundiales en recursos
energéticos, ya que, con la excepción de Rusia, la mayoría de los países industrializados no disponía de
petróleo en abundancia. El petróleo generó grandes empresas y cuantiosas fortunas (Rockefeller).
También el campo experimentó durante este período un gran desarrollo debido a la colonización del Oeste y
al gran despliegue de la red ferroviaria que permitía dar rápida salida a los productos agrícolas. La explotación
de grandes espacios, la utilización de un utillaje mecánico perfeccionado, la especialización de los cultivos y
la irrigación de las regiones áridas del oeste, hicieron de Estados Unidos el primer productor agrícola del
mundo.
El proceso de industrialización fue asombrosamente rápido. La segunda revolución industrial con las nuevas
fuentes de energía (petróleo y electricidad), los enormes yacimientos de carbón (Pensylvania), sus recursos
mineros (hierro, cobre, plata) van a traer consigo un gran desarrollo de las industrias químicas, del automóvil,
del teléfono, etc. La mayor parte de las fábricas se localizó en el nordeste. Esto dio lugar al desarrollo de
ciudades como Baltimore, Boston, Filadelfia y Nueva York. Chicago tuvo también un enorme crecimiento
debido a la industria siderúrgica.
Fenómeno característico de esta época fue la tendencia de muchas empresas a convertirse en monopolios con
el fin de eliminar competencias, reducir riesgos y asegurarse el máximo de beneficios; así los trusts y los
holdings constituyeron el paisaje económico y financiero de Estados Unidos.
Sin embargo, el desarrollo económico perturbó profundamente a la sociedad americana. El final del s. XIX
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fue un período agitado, tanto en el mundo de los agricultores como entre los trabajadores industriales. La gran
depresión mundial de 1873 golpeará duramente a la agricultura con un fuerte descenso de los precios. Esta
situación produjo un gran descontento entre el campesinado que cristalizó en la formación de un Partido
Populista en 1892 cuya petición más concreta era la de elevar los precios de los productos agrícolas.
Los desequilibrios económicos también golpearon a la clase obrera. La historia del movimiento obrero está
jalonada de huelgas y de enfrentamientos sangrientos con las fuerzas del orden. La formación de sindicatos
fue más tardía en Estados Unidos que en otros países y hasta 1914 no obtuvieron reconocimiento legal. El más
destacado fue la Federación Americana del Trabajo (1886) que sólo admitía trabajadores cualificados, dejando
fuera a los inmigrantes, los negros y los no cualificados. El sindicalismo americano tendrá como
características primordiales su apoliticismo y su defensa de reformas sociales prendiendo sus peticiones en la
opinión pública, cada vez más deseosa de reformar a su corrupta clase política.
• La era del imperialismo
Apenas concluida la guerra civil, los Estados Unidos continúan su política expansionista adquiriendo Alaska
(1867) y tomando posesión ese mismo año de las islas Midway; en 1899 se anexionan el archipiélago de
Samoa y las islas Hawai. Esta política expansionista está suscitada por los hombres de negocios americanos,
que proyectan su campo de acción hacia otros continentes, en los que buscan mercados o suministros de
materias primas. Aparte de motivaciones políticas, estratégicas y económicas, Estados Unidos tenía
argumentos morales con los que justificar su participación exterior: por la declaración de Monroe, Estados
Unidos se había atribuido unilateralmente una misión de protección sobre el resto del continente, disfrazada
muy pronto con el término de panamericanismo. Consecuencia de ello fue la guerra contra España por Cuba
(1898) y la creación de la República de Panamá. Puerto Rico, las Filipinas y la isla de Guam pasaron a ser
colonias americanas. Estados Unidos también intervendrá en Centroamérica para defender sus intereses
económicos y estratégicos siempre que lo considere oportuno; arrogándose el control de la zona invadirá
Nicaragua (1912−25), Santo Domingo (1906−24), Venezuela (1912), Méjico (1913), etc.
Con este tipo de intervencionismo, Estados Unidos se arroga el derecho de ser guardián de la zona antedicha.
IBEROAMÉRICA
Los territorios españoles de América del Sur estaban divididos en los virreinatos de Méjico, Nueva Granada
(actualmente Venezuela, Colombia y Ecuador), Perú y Río de la Plata (parte de los territorios actuales de
Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia). La población, unos 20 millones de habitantes, era muy diversa: por
un lado, 4 millones de criollos (blancos, ricos y cultos) que habían nacido en América y eran descendientes de
españoles; por otro, 300.000 españoles; y por último, una gran masa social formada por indios, negros,
mestizos y mulatos. Estos últimos y los criollos manifestaban un gran descontento: los primeros, por el
régimen de explotación al que los sometían los blancos; los criollos, aunque controlaban el comercio y la
industria, por la imposibilidad de intervenir en la vida política del país, al estar reservados los cargos
administrativos a los españoles. En los criollos se había formado una conciencia de grupo marginado que se
hipervalora a sí mismo y estaban imbuidos por las ideas de la Ilustración que llegaron a América a través de
España. La universidad y la prensa fueron las encargadas de difundir las obras de algunos ilustrados españoles
como Jerónimo Feijoo y Gaspar de Jovellanos (! aparecen infinidad de escritos en los que se afirma que el
hombre nace libre y que los gobiernos que no están basados en el consentimiento popular son tiranías).
Otro factor que favoreció el proceso emancipador fue el conseguir una auténtica libertad comercial que
rompiese el monopolio español. El sistema comercial montado por España imposibilitaba que las colonias
estableciesen relaciones comerciales con otros países. Sin embargo, el escaso desarrollo industrial de España
le impedía abastecer de productos manufacturados el mercado sudamericano y generaba el descontento de las
capas más ricas de la población (los criollos).
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• El triunfo de la independencia
Mientras España padecía la ocupación napoleónica, en las colonias se crearon Juntas, que en un principio
colaboraron con las Cortes de Cádiz y posteriormente se convirtieron en organismos que canalizaron los
deseos de emancipación. La primera declaración de independencia se produjo en el virreinato del Río de la
Plata (1810). El ejemplo cundió en el resto de los territorios: insurrecciones en Méjico, Venezuela, Chile y
Colombia. Sólo la zona de Perú y Quito se mantuvo vinculada a España. Sin embargo, salvo en el primer
caso, todos los levantamientos fueron rápidamente reprimidos por la actuación de las tropas del virrey Abascal
del Perú y por el ejército que Fernando VII envió una vez finalizada la guerra contra Napoleón. Pero la
cuestión no estaba resuelta y los movimientos de emancipación rebrotaron: la poca fuerza de España −en
plena crisis política− y la actuación de grandes caudillos −José de San Martín y Simón Bolívar,
fundamentalmente− facilitaron el triunfo del movimiento liberador. Las campañas de San Martín en el Sur y
de Bolívar en el Norte supusieron el final de la presencia española en el continente y la aparición de nuevos
estados. San Martín conquista Chile y posteriormente Perú. Bolívar se adueña de Venezuela, Colombia y
Ecuador y sueña con una gran federación de estados que no puede hacerse realidad, dada la dispersión
geográfica y la heterogeneidad social de los países liberados. La unión de las dos campañas de los Andes (la
de San Martín al Sur y la de Bolívar al Norte), culmina diplomáticamente en la entrevista de Guayaquil
(Ecuador) en julio de 1822. España, a lo largo de la segunda mitad del s. XIX, fue reconociendo políticamente
a estos países. Inglaterra, y especialmente Estados Unidos, que habían apoyado el movimiento emancipador,
ejercieron un control político y económico sobre los nuevos estados americanos.
• Los nuevos estados americanos
Simón Bolívar impulsó la unión de los Estados que habían conseguido la independencia en el Congreso de
Panamá (1826). Sin embargo, sus intentos fracasaron dando lugar a una gran fragmentación política. Sólo
consiguió crear la Gran Colombia, pero su existencia fue efímera. En 1830 se disgregó en tres repúblicas:
Ecuador, Venezuela y Colombia. Lo mismo ocurrió en el resto de los territorios. Una parte de Perú se
independizó con el nombre de Bolivia. En el Río de la Plata se formaron tres Estados: Argentina, Paraguay y
Uruguay. Méjico no pudo mantener su dominio sobre el espacio centroamericano. En 1823 estos territorios se
separaron creando la Confederación Centroamericana, y posteriormente se disgregaron en una serie de
pequeñas repúblicas: Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica.
A esta fragmentación política contribuyen las condiciones geográficas (selvas, cordilleras infranqueables,
grandes cuencas fluviales).
Ambos factores (condiciones geográficas y fragmentación política) se suman para dificultar la construcción de
una red ferroviaria y la comunicación fluvial. A diferencia de Estados Unidos, en América del sur la
naturaleza levantó obstáculos infranqueables −especialmente climáticos−, la parcelación política hizo más
difícil la lucha con la naturaleza, la escasa red de transportes mantuvo en el continente unas dimensiones
sobrehumanas.
• Sociedad y economía en los nuevos Estados
En la mayor parte de los Estados la natalidad se mantuvo muy alta a lo largo del s. XIX, pero a pesar de ello,
su población, en relación con el espacio, es débil. A principios de siglo sólo unos 20 millones de habitantes
ocupaban el inmenso espacio de Sudamérica. Ante esta situación, las repúblicas independientes estimularon la
inmigración europea. Europa encontró en ello una válvula de escape para el gran crecimiento demográfico que
vivió sobre todo en la segunda mitad del siglo. La llegada de inmigrantes estimuló el crecimiento de las
ciudades y generó un estilo de vida bastante europeo.
La vida económica se caracterizó por una agricultura latifundista y con poca diversidad de productos, un
escaso desarrollo industrial y un comercio basado en la exportación de materias primas e importación de
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productos manufacturados. Gran parte de los recursos de estos Estados fueron explotados por empresas
extranjeras, que introdujeron una nueva forma de colonialismo.
La consecución de la independencia no estuvo acompañada de mejoras en los social y económico. La mayor
parte de las naciones iberoamericanas atravesaban una difícil situación debido a los gastos bélicos. La
producción sufrió un retroceso: algunos empresarios −favorables al dominio español− abandonaron los
nuevos Estados, la explotación minera estaba paralizada y la red comercial destruida por los efectos de la
guerra. Por otra parte, la escasa producción industrial tuvo que competir con productos llegados del exterior
−fundamentalmente británicos− más baratos y de mejor calidad. La antigua burguesía urbana se fue
empobreciendo.
En el campo, las tierras comunitarias que explotaban los indígenas fueron expropiadas y puestas a la venta en
el mercado libre. La mayoría de los gobernantes facilitaron la formación de grandes propiedades agrícolas:
Rivadavia y Rosas en Argentina repartieron tierras entre los grandes propietarios; en Uruguay, Artigas obligó
a los no propietarios a acreditar que trabajaban como asalariados de un propietario. La situación de los
trabajadores rurales era bastante penosa. En Méjico, por ejemplo, existían campesinos que cobraban su salario
en especies o en vales canjeables en las tiendas del patrón.
Uno de los cambios más importantes desde el punto de vista social fue la supresión paulatina de la esclavitud
en la mayoría de los Estados. En 1810 la Junta Suprema de Caracas dio un paso adelante al suprimir la trata y
el comercio de esclavos. Durante la lucha por la independencia, la mayoría de los gobiernos decretó leyes que
prohibían la esclavitud, y firmaron acuerdos para perseguir a quienes se dedicaban a la trata. También se
decretó la libertad de vientres, según la cual el hijo de una esclava nacía libre. A mediados de siglo, en
Iberoamérica sólo se mantenía la esclavitud en Brasil y en las Antillas españolas. Brasil, primer productor
mundial de azúcar, utilizó mano de obra esclava en todo el proceso de elaboración de este producto. En 1873,
el Estado brasileño decretó la abolición de la esclavitud y en 1888 hicieron lo mismo las Antillas.
La militarización, imprescindible y lógica durante la guerra, sobrevive en las etapas de consolidación de los
nuevos Estados. Las nuevas repúblicas no se atreven a prescindir de sus cuerpos de oficiales en períodos en
que la autoridad no ha podido todavía articular un sistema de administración civil eficaz.
La debilidad de la Administración estatal facilitó la aparición de grupos tendentes hacia las fidelidades
personales: dueños de los latifundios, familias influyentes. El resultado fue el caciquismo. Frente a estas
fuerzas disgregadoras de tipo local y personal, el caudillismo cumplió la función centralizadora al servicio del
fortalecimiento del Estado y de la disciplina nacional. En muchos casos, al someter a los caciques, el caudillo
hispanoamericano ha ejercido una función de unificación de tierras similar a la de las monarquías europeas.
TEMA 19. DE LA MONARQUÍA CONSTITUCIONAL A LA EXPERIENCIA DEMOCRÁTICA EN
ESPAÑA (1845−1874).
% ISABEL II (1843−1868)
Con el fin de acabar con la inestabilidad en que se venía moviendo el régimen español, a la caída de
Espartero, Isabel II fue declarada en noviembre de 1843, con sólo 13 años, mayor de edad.
• La década moderada (1844−1854)
En 1844 la reacción contra los progresistas y su líder y jefe de gobierno Olózaga, que había decretado la
disolución de las Cortes, llevó al poder a los moderados durante los siguientes diez años. Su jefe, el general
Narváez, llevó a cabo con mano firme una política de estabilidad.
El partido moderado lo integraban las clases medias ilustradas, las enriquecidas por la desamortización, la
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aristocracia latifundista y la burguesía en sentido estricto. De acuerdo con sus intereses se redactó la
Constitución de 1845, mucho más moderada que la Constitución progresista de 1837.
Su política se caracterizó por la centralización y unificación del aparato administrativo del Estado: se
recortaron los poderes de los ayuntamientos; se creó la Guardia Civil como fuerza armada del gobierno para
garantizar la ley y el orden; se promulgó un nuevo Código Penal; se redactó un Plan de Estudios unificado,
privando a las universidades de su tradicional independencia; se reformó la Hacienda...
Reforzado con estas medidas, saneado económicamente el Estado y con la mayoría del Ejército de su parte, le
fue fácil a Narváez controlar la situación en el interior del país y hacer abortar, primeramente, las nuevas
insurrecciones carlistas desencadenadas a partir de 1846 en Cataluña, Aragón, Guipúzcoa y Navarra (! el
carlismo tenía ahora un nuevo pretendiente, Carlos Luis de Borbón y Braganza, hijo de don Carlos, y había
superado sus divisiones internas) y, en segundo término, la tímida revuelta progresista que estalló en 1848 en
Madrid, reflejo de las revoluciones europeas del mismo año. (! La revolución del 48 fracasó en España por
falta de respaldo de los progresistas, la falta de verdadera implicación popular y la eficaz represión de
Narváez).
Sin embargo, a partir de 1848 comenzaron a aflorar problemas en el seno del propio Partido Moderado que,
unidos a los planteados por la oposición, acabarían por desgastarlo e inutilizarlo como fuerza política. Entre
estos problemas, el primero serio se planteó cuando Narváez, disconforme con la displicente actitud de sus
partidarios, decidió retirarse. Ello constituyó un duro golpe para el moderantismo que, no obstante, trató de
capearlo concediendo las riendas del gobierno a otro moderado ilustre, Bravo Murillo (1851). Sin embargo, si
éste como administrador llevó a cabo la labor más relevante de su época (fue el primer gobierno español que
publicó las cuentas del Estado y dio un impulso extraordinario a la red de ferrocarriles y a las obras del canal
de Isabel II) y como político logró reanudar las relaciones con la Santa Sede, que habían quedado rotas con
Espartero (Concordato de 1851), fracasó de modo rotundo al intentar imponer un régimen autoritario. A su
caída (1852), su partido se halló tremendamente desgastado, a la par que muy desprestigiado entre sus
adversarios, también por la salida a la luz pública de algunos escándalos financieros. En junio de 1854, una
coalición de progresistas, de moderados `puritanos' (= fracción del partido moderado recelosa de la tendencia
excesivamente conservadora que iba tomando el partido), de generales y políticos, que se había venido
configurando desde 1852, acabó por hacer estallar la revolución.
• El bienio progresista (1854−1856)
El pronunciamiento de Vicálvaro (la famosa Vicalvarada) con que el general O'Donell (moderado puritano)
inició esta revolución, no resolvió nada al principio. Pero la intervención a mediados de julio, a instancias de
los progresistas, de importantes sectores del pueblo madrileño en favor de la revuelta, acabó por obligar a
Sartorius, conde de San Luis, entonces jefe de gobierno, a dimitir. A continuación, con el fin de salvar la
situación o, mejor dicho, la corona, Isabel II volvió a llamar a Espartero, que se había unido a los sublevados,
y le encargó la formación de gobierno.
Pero si con el cambio político pudo salvarse la Corona, lo cierto es que el país vio incrementar sus problemas
con la llegada al poder del progresismo, tan dividido como su antagonista.
No sólo dejó sin resolver el problema económico, sino que agravó el problema político−social con la
desamortización de los bienes comunales (desamortización Madoz, 1855) y las medidas anticlericales, que de
inmediato supusieron la ruptura, otra vez, del Concordato de 1851 y las relaciones con Roma. De ahí que tras
la crisis de 1855−56, en la que fueron frecuentes los motines y alteraciones del orden (Barcelona, Andalucía y
Cuenca del Duero), Espartero se viera obligado a dimitir.
• Moderados y Unión Liberal (1856−1863)
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A continuación, tras un gobierno interregno impuesto por la presencia de O'Donell (ministro de la guerra con
Espartero), Narváez fue llamado de nuevo por la reina en 1856; decisión que no tuvo en cuenta los
inconvenientes que podía representar el entregar el gobierno a un partido gastado y autoritario, en un
momento en que el espíritu liberal había ganado terreno.
No es de extrañar por ello que muy pronto, tras un bienio tan sólo de mantenimiento (1856−58), el viejo
sistema moderado se viese obligado a ceder también ante el empuje de la Unión Liberal, partido de centro que
se había ido formando, a instancias de O'Donell, con gentes descontentas pero templadas de los dos viejos
partidos históricos (los progresistas de Espartero y los moderados de Narváez).
La época de la Unión Liberal (1858−1863) fue la más estable de la España constitucional, por varios factores:
Primeramente, por el nuevo talante político, mezcla de tolerancia y pragmatismo, que supo contentar a la
oligarquía, sentando las bases del futuro caciquismo, y controlar a los militares con mano suave pero firme.
En segundo lugar, fue un período de prosperidad económica, propiciado por una coyuntura claramente
expansiva que favoreció la movilización de capitales. Y aunque éstos se dirigieron fundamentalmente a los
ferrocarriles, patronos y obreros se beneficiaron del aumento de las inversiones en general. Finalmente, fue
una época dorada en el terreno de la política exterior: de entonces datan las expediciones militares a
Conchinchina, Méjico (1861), Chile, Marruecos (que acabó con la toma de Tetuán en 1860) y, por último, la
restauración temporal del dominio de España sobre Santo Domingo.
• Hundimiento del régimen (1863−1868)
Pese a todas estas positivas realizaciones, ya desde muy pronto pudo advertirse que la Unión Liberal no
lograría sobrevivir a la caída de su líder. Por ello, cuando O'Donell cayó en 1863, el partido se vino abajo.
Tras la dimisión de O'Donell, la reina podía haber ofrecido nuevamente el poder a los progresistas,
asegurando así una dinámica bipartidista, al estilo de la británica que tan buenos resultados estaba dando. En
lugar de eso, volvió a llamar a Narváez. Su actitud frustró la consolidación del liberalismo en España.
El partido progresista, viéndose marginado en la vida política tanto por la postura de la reina como por el
funcionamiento de las elecciones, optó por la abstención. Paralelamente, se produjo en su seno un relevo
generacional. La vieja guardia fue sustituida por nuevos políticos entre los que pronto descolló Práxedes
Mateo Sagasta. También se produjo el relevo de los militares: a Espartero le sucedió el general Prim, avalado
por sus éxitos en Marruecos y en Méjico.
Fallecido O'Donell (noviembre de 1867), los unionistas se incorporaron a la coalición demócrata−progresista
firmante del pacto de Ostende (julio 1866), donde se llegó al acuerdo de derribar el trono de Isabel II. A partir
de 1867 la Corona se halló ya, por tanto, con el solo apoyo de los moderados y del Ejército que, como
consecuencia de unas medidas de destierro dictadas por González Bravo −sucesor de Narváez− contra varios
generales, se incorporó a la conspiración. En estas condiciones, perdida ahora también la confianza de buena
parte del Ejército, la causa isabelina no pudo hacer otra cosa que limitarse a esperar su fin.
En septiembre de 1868 la coalición de unionistas, progresistas y demócratas (! estos últimos eran figuras de la
intelectualidad española −Castelar, Pi y Margall...−, que coincidían sólo con los progresistas en la necesidad
de una revolución que restableciese una auténtica soberanía nacional, pero preconizaban la república como
única forma lógica de gobierno, prescindían de todo contacto con la Iglesia y en la cuestión social, sin
renunciar a un liberalismo doctrinario, mantenían contacto con las nuevas doctrinas del socialismo) hizo
estallar la revolución en Cádiz, Sevilla y Málaga, que muy pronto siguió en Cataluña y Valencia, donde
también se proclamaron las libertades fundamentales y el sufragio universal. Ante ello, el Gobierno isabelino
se apresuró a organizar el ejército adicto a la reina para sofocar la rebelión. Pero el 28 de septiembre, el
general Serrano batió a las tropas gubernamentales. La Revolución de Septiembre de 1868 (la Gloriosa) había
triunfado. Isabel II cruzó la frontera de Francia.
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En Madrid se constituyó un gobierno provisional que convocó elecciones generales, restableciendo las
libertades fundamentales y el sufragio universal. De esta manera triunfaban en España, 20 años después, los
ideales que habían conmovido Europa en 1848.
% EL SEXENIO REVOLUCIONARIO (1868−1874)
• Revolución 1868 ! destronamiento de Isabel II
• Gobierno Provisional (1868−1871)
♦ Constitución 1869
♦ Proclamación Amadeo de Saboya
• Monarquía Amadeo I (1871−1873)
♦ Tercera guerra carlista (1872)
♦ Problemas interpartidistas
. constitucionales
. radicales
♦ Abdicación
• Primera República (1873−1874)
♦ República Federal
. proclamada por las Cortes
. problema cantonal
♦ República Radical Unitaria
% GOBIERNO PROVISIONAL (1868−1871)
El triunfo de la Revolución de Septiembre de 1868 supuso el derribo de la monarquía de Isabel II.
El primer paso dado por los vencedores fue la formación de un Gobierno provisional. El nuevo Gobierno
quedó constituido con cinco progresistas y cuatro unionistas bajo la presidencia del general Serrano (líder de
la viejo Unión Liberal y general victorioso en la batalla de Alcolea frente a las fuerzas isabelinas), todos
monárquicos, por tanto; pese a lo cual llevó a cabo una verdadera institucionalización democrática del
régimen.
A partir del 15 de octubre de 1868, Serrano fue reconociendo las diversas libertades (de enseñanza, de
imprenta, de asociación, de reunión pacífica, de residencia, de cultos) y el derecho de todos los ciudadanos,
mayores de 25 años y con derecho de vecindad (25 % de la población), a la participación política (sufragio
universal).
Sobre estas bases, el Gobierno llevó a cabo algo jamás intentado hasta aquel momento en España, la
convocatoria de elecciones por sufragio universal con el fin de designar los diputados de la única cámara de
que debían componerse las Cortes Constituyentes. Una vez reunidas, tras una intensa campaña electoral
(resultaron victoriosos los monárquicos progresistas, seguidos de los monárquicos unionistas y de los
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demócratas federales −fracción ésta del Partido Demócrata−), aprobaron una nueva Constitución.
La Constitución de 1869 establece, como forma de gobierno, la monarquía constitucional (en conformidad
con el casi común sentir de las Cortes Constituyentes) y, como sistema representativo, las Cortes bicamerales
(con un Senado que debería en su momento ser elegido por las provincias), elegidas por medio del sufragio
universal masculino. Esta Constitución contiene una declaración de derechos y libertades, triunfando la idea
de libertad de cultos y la soberanía nacional.
Al proclamarse como forma de gobierno la monarquía, las propias Cortes, en consecuencia, hubieron de
nombrar una Regencia, cuya presidencia recayó en Serrano, el cual nombró a Prim como Jefe de Gobierno.
La Regencia de Serrano tiene como tarea primordial la búsqueda de un monarca para el trono español, lo que
produce la división entre el grupo de monárquicos, ya que mientras unos apoyan la candidatura del rey de
Portugal (Fernando Coburgo), otros apoyan la candidatura del duque de Montpensier (el cuñado de Isabel II),
mientras que los demócratas tienen como candidato a Amadeo de Saboya.
Prim, como jefe de gobierno de la Regencia, intentará por todos los medios que el candidato elegido sea bien
visto por todos los partidos políticos españoles e incluso por las potencias europeas (! el apoyo por parte de
Prusia al candidato Leopoldo de Hohenzollern provocará el rechazo de Francia y será el detonante de la
guerra franco−prusiana en 1870, con la consiguiente caída de Napoleón III).
Por una u otra razón fueron rechazadas a lo largo de un año hasta 13 candidaturas al menos. Y, al cabo, la
elección recayó en la persona de Amadeo de Saboya (hijo de Víctor Manuel II de Italia), por el prestigio de la
casa de Saboya al haber realizado la unificación italiana y, sobre todo, porque era el candidato de Prim. Por
primera vez, España cuenta con una monarquía popular ya que es el pueblo soberano quien elige al monarca
frente a la monarquía borbónica que se apoya en la tradición.
% REINADO DE AMADEO I (1871−1873)
Dos días antes de que el nuevo monarca desembarcara en Cartagena fue asesinado el general Prim en Madrid
(! la fracción más exaltada de los republicanos federales no podía perdonarle el que hubiese hecho
desembocar la revolución de septiembre hacia una monarquía). La monarquía quedaba desde el principio en
situación de orfandad, porque la inmensa mayoría de los españoles (fuerzas políticas y pueblo) jamás le
prestaría apoyo.
Ante tal situación, planteada desde el primer momento y prolongada a lo largo de todo su fugaz reinado,
Amadeo trató de buscar fórmulas que propiciasen el gobierno, como la creación de un sistema de turno
parlamentario (turnismo: preludio del sistema de la Restauración) con las dos únicas fuerzas políticas que
sostenían su causa: los `constitucionales', dirigidos por Sagasta, y los `radicales', acaudillados por Ruiz
Zorrilla, que no supieron articularse adecuadamente para poder proporcionar estabilidad política al país.
Mientras tanto, los carlistas se habían alzado en armas de nuevo (tercera guerra carlista, 1872) y crecía el
sentimiento republicano en el pueblo, a lo que hay que añadir la rivalidad entre Ruiz Zorrilla y Sagasta, que
debilitaba todavía más los pilares sobre los que descansaba la monarquía recién instaurada.
Amadeo I comprendió que no podría reinar constitucionalmente sobre aquel volcán político que era España y
renunció al trono el 11 de febrero de 1873, poco más de dos años después de haber sido proclamado rey por
las Cortes españolas.
% PRIMERA REPÚBLICA (1873−1874)
La primera noche del día en que dimitió Amadeo de Saboya, reunidas las Cortes en Asamblea Nacional,
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decidieron proclamar la República. Su presidencia fue otorgada a Estanislao Figueras. Pero el nuevo régimen
tampoco mejoró situaciones precedentes. Antes al contrario, durante aquellos once meses, el país se vería
sumergido en un estado de indescriptible anarquía, en una situación incomparablemente peor que las
anteriores.
Durante los once meses de República, el poder ejecutivo estuvo en manos de 4 presidentes (Figueras, Pi i
Margall, Salmerón y Castelar) pudiendo establecerse dos modalidades distintas: República Federal
(federación de diversos estados, como EEUU) y República Autoritaria (unitaria).
La República Federal (1873).− La orientación federalista que va a tomar la República fue concebida por dos
hombres pertenecientes a la periferia, Figueras y Pi i Margall. Ellos impusieron en la concepción federal las
ideas de hombres periféricos y la concepción socio−económica propia del levante español que, dominado por
el anarquismo propugnado por Fanelli (discípulo de Bakunin) va a derivar hacia el extremismo radical.
Sucedió durante la presidencia de Pi i Margall cuando estalló la sublevación cantonal. A partir de la
proclamación de la República de Cataluña por parte de la Diputación de Barcelona, el país se fue disgregando
en cantones o repúblicas independientes preconizadoras de un sistema federal: las de Málaga, Granada, Cádiz,
Sevilla, Valencia, Utrera (que se desgajó de la de Sevilla), Jaén (que hizo lo propio de la de Granada) y un
largo etcétera del que lo más importante sería la Cantonal Cartagena que, disponiendo de la escuadra y una
poderosa guarnición, llegó a declarar la guerra a Madrid.
La situación se agravó por la virulencia que por esas mismas fechas adquirió otra vez en el norte la guerra
carlista. Ampliamente superado por la situación y, probablemente, también muy impresionado por la
equivocada interpretación que los españoles acababan de hacer de su propia doctrina federal, Pi i Margall
dimitió a los pocos días de haberse hecho cargo del poder. Esta concepción radical del federalismo
republicano pondrá sobre el tapete la existencia física de España como nación.
El caos político provocado dio lugar a dos tipos de reacción: una militar y otra política, ambas tendentes a la
unidad del país.
La República Autoritaria (1874).− Después de Pi i Margall fue nombrado Nicolás Salmerón, partidario de un
sistema de gobierno basado en una República radical unitaria, no federal.
Durante la presidencia de Salmerón, y por su expreso deseo, se logró la sumisión de los cantones de Valencia
y Alcoy (labor que corrió a cargo del general Martínez Campos) y de Córdoba, Sevilla, Cádiz y Granada (por
mediación del general Pavía). Pero cuando llegó la hora de ratificar las varias condenas a muerte que
resultaron para los cantonalistas, el presidente se negó a hacerlo (era enemigo de la pena capital). En
consecuencia, presentó su dimisión, siendo sustituido por Emilio Castelar.
Con Castelar el nuevo régimen todavía giró más a la derecha que con Salmerón. Quedó convertido en
República unitaria conservadora.
Castelar obtiene de las Cámaras poderes extraordinarios, casi autoritarios, con el fin de restablecer la unidad
política de la nación ante los problemas que tuvo que afrontar: indisciplina en el ejército, la guerra carlista y la
lucha contra los cantonalistas. Castelar sancionó aquellas penas de muerte, reorganizó el cuerpo de artillería
(en su empeño de robustecer el Ejército y restablecer el orden, éste se convertirá en árbitro de la situación
política), reanudó las relaciones con la Santa Sede y venció por mar (a través del contralmirante Lobo) el
cantón de Cartagena. Sin embargo, la rebelión carlista no había podido ser sofocada y los propios
republicanos están multidivididos. Cuando el 2 de enero de 1874 se reunieron las Cortes, una votación adversa
derribaba a Castelar de la jefatura del Estado. A continuación, las Cortes intentaron elegir a Eduardo Palanca
como quinto presidente. Pero esta última elección no pudo llevarse a efecto por el golpe de estado de Pavía,
capitán general de Madrid, que ocupó militarmente el Congreso, expulsando a los representantes de la nación.
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En adelante, el Poder Ejecutivo republicano, por deseo expreso de los capitanes generales reunidos en Madrid,
pasó a manos del general Serrano, iniciándose de este modo el Régimen de la Interinidad.
% LA INTERINIDAD (1874)
Durante esta fase de algo menos de un año, Serrano ejerció una curiosa especie de dictadura: suspendió las
garantías constitucionales disolviendo inmediatamente las Cortes y organizó un Gobierno provisional, con el
nombramiento de un gobernador general (Zabala), que prosiguió la liquidación del cantón de Cartagena
(ocupado finalmente el 13 de enero por el general López Domínguez) y la guerra carlista (que sin embargo no
sería concluida hasta 1876).
Durante la República, se había ido formando un partido restaurador que veía en la persona de Alfonso (hijo de
Isabel II) la restauración de la monarquía borbónica, dirigido por Canovas del Castillo. El partido alfonsino
comenzó a tener un enorme arraigo en todas las clases sociales a las que la anarquía hacía la vida imposible y,
sobre todo, entre los jefes y oficiales del Ejército, a los cuales se obligaba a combatir contra los carlistas y los
cantonalistas.
El gobierno de Serrano, carente de un ideal y aún de un programa de gobierno, no pudo contrarrestar una hábil
propaganda a favor de Alfonso (! Alfonso dirige un manifiesto −redactado por Canovas− prometiendo paz y
convivencia política a los españoles, intentándolos convencer para que acepten la restauración borbónica).
Precipitó el triunfo de la restauración el pronunciamiento de Martínez Campos (Sagunto, 29 de diciembre de
1874) proclamando rey de España a Alfonso XII.
Había muerto la Primera República y nacía la Restauración.
TEMA 21. LUCHA DE CLASES Y MOVIMIENTO OBRERO.
La Revolución Industrial origina el desarrollo urbano y el nacimiento de la fábrica; ciudades y fábricas serán
la base de la toma de conciencia del obrero respecto a su situación social, mostrada porque en la sociedad
industrial capitalista primó la inversión sobre el consumo, lo que se traduce en largo jornadas laborales para el
trabajador a cambio de bajos salarios. Las condiciones materiales y sociales del proletariado eran
extremadamente duras, porque a lo prolongado de su jornada laboral se añadía la insalubridad del lugar de
trabajo, falta de seguridad en el mismo, alojamientos lúgubres, alimentación deficiente y explotación de
mujeres y niños (! El trabajo de niños y niñas en talleres, fábricas y minas, donde a menudo realizaban un
trabajo excesivo para su edad, perjudicaba gravemente su salud y, además, recibían un salario muy inferior al
de los adultos). La escasa intervención del Estado para paliar esa situación hace que los comienzos del
movimiento obrero fueran de carácter violento, destruyendo las máquinas.
La reacción contra la injusta situación en que vivían los trabajadores inspiró a una serie de pensadores las
primeras críticas teóricas del sistema capitalista, y diversas alternativas para evitar las desigualdades sociales
y construir una sociedad justa. A estos reformadores sociales se les conoce como socialistas utópicos, a causa
del carácter idealista de las soluciones que preconizaron. Este grupo de hombres dio cuerpo a lo que puede
definirse como la fase inicial de la evolución del pensamiento socialista; sus planteamientos no se limitaron a
una crítica de la realidad existente sino que se adentraron también en la descripción de un sistema social que
ellos pretendían perfecto. Sin embargo, y aunque influyeron notablemente en las ideas de muchos pensadores
posteriores, sus teorías han pasado a la historia más por su costado romántico que realista. Fue en Francia
donde se desarrolló el socialismo utópico. Destacan, entre otros, el conde de Saint−Simon, que propuso
sustituir a la aristocracia de privilegio por una aristocracia de mérito compuesta por hombres preparados.
Exigía la reorganización de la sociedad de forma que cada hombre tuviera asegurado el libre desarrollo de sus
aptitudes, es decir, una sociedad en la que existiese una auténtica igualdad de oportunidades para todos;
Charles Fourier, que planteó unas comunidades ideales llamadas falansterios, donde la propiedad se
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compartía. Defendió el trabajo libre, el amor libre y la desaparición del matrimonio y la familia; Étienne
Cabet, que propugnaba la distribución de la riqueza según las necesidades de cada uno; Pierre−Joseph
Proudhom que, si bien en un principio comulgó con las ideas de los socialistas utópicos, luego los criticó por
considerar que apelaban al poder del Estado para resolver los problemas sociales; en estas críticas se hallaba
el origen del anarquismo; y Louis Blanc, propulsor de los Talleres Nacionales.
En definitiva, los socialistas utópicos prefieren la evolución a la revolución y los medios pacíficos a los
violentos. No centran el cambio social en la capacidad revolucionaria del proletariado sino en el
convencimiento progresivo y la aceptación por la burguesía de esa necesidad de cambio.
• El nacimiento del sindicalismo
En los inicios del movimiento obrero, la situación era muy desfavorable para los trabajadores. Una legislación
de carácter antiobrero prohibía la constitución de asociaciones de trabajadores, pues se consideraban que
atentaban contra el principio de libertad en la contratación y en las relaciones laborales. Por tanto, la
reivindicación obrera básica en esta etapa inicial fue el reconocimiento legal del derecho de asociación. Para
paliar la falta de seguridad social, los trabajadores empezaron a crear sociedades de socorros mutuos, con
objeto de hacer frente al paro, las enfermedades y los accidentes laborales.
Fue en Inglaterra donde tomaron forma las primeras organizaciones obreras. En 1825 se derogaron las leyes
antiasociativas, lo que permitió el desarrollo de las Trade Unions, que reúnen a una élite de obreros
especializados con el fin de obtener mejoras salariales y, mediante una cuota de afiliación, ayudar a sus
compañeros en caso de huelga. Los obreros alemanes actúan igual que los ingleses, mientras que los franceses
tendrán que esperar el derecho de asociación para poder organizarse, conseguido durante el II Imperio.
También fue en Inglaterra donde tuvo lugar un primer intento de crear un partido político obrero. La
decepción de las masas obreras por la insuficiente apertura que supone la Ley electoral de 1832 provoca el
nacimiento del movimiento cartista. En torno a la Carta del Pueblo de 1838, un documento que formulaba una
serie de reivindicaciones básicas, tanto de carácter laboral como político (sufragio universal masculino,
democracia política...), se aglutinó este movimiento político, que consiguió la jornada de 10 horas (1847),
pero que acabó disolviéndose.
• Ideologías
Las dos ideologías que más influencia ejercieron en la evolución del movimiento obrero fueron el anarquismo
y el marxismo.
♦ Anarquismo
A partir de las primeras formulaciones de Proudhom (considerado el padre del anarquismo), los grandes
ideólogos anarquistas fueron Kropotkin y, sobre todo, Bakunin. Las teorías anarquistas criticaban el sistema
capitalista, postulaban una sociedad sin clases ni opresión, y anteponían la libertad individual (! Esta defensa
del individualismo se compagina con una actitud solidaria y una práctica de la ayuda mutua. Los obreros
deberían ser autodidactas que se preocuparan de su formación personal). No aceptaban ningún tipo de Estado,
ni siquiera controlado por los trabajadores, como el que propugnaban los marxistas, pues consideraban que el
Estado atenta directamente contra la libertad y es en si mismo opresor. Por lo tanto, su objetivo era la
destrucción del Estado por los trabajadores, pero no a través de la acción política, sino mediante la huelga
general revolucionaria (la acción directa ejercida por sindicatos, asociaciones culturales y cooperativas), que
se convirtió en una de las ideas clave del pensamiento anarquista. La influencia del anarquismo en el
movimiento obrero fue muy importante, ya que contribuyó al surgimiento del sindicalismo revolucionario y a
la adopción de actitudes apolíticas por amplios sectores del proletariado.
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♦ Marxismo
Pocas personas han tenido una influencia tan determinante en la evolución del mundo contemporáneo como
Karl Marx. En el Manifiesto Comunista (1848) Marx y su amigo y colaborador Friedrich Engels plantearon
una visión materialista de la historia, que concibieron como una lucha de clases entre opresores y oprimidos.
En su obra fundamental El capital, Marx analizó críticamente el sistema capitalista, enunciando el concepto
clave de la plusvalía, es decir, la apropiación por el capitalista de los beneficios producidos por el trabajador.
Para acabar con la explotación capitalista, el marxismo considera la necesaria conquista del poder político por
los trabajadores, que instaurarán la dictadura del proletariado y socializarán la propiedad para avanzar, de esta
manera, hacia una nueva sociedad sin clases, explotadores ni explotados: la sociedad comunista. Estas
doctrinas tuvieron una amplia difusión entre las sociedades industrializadas y cristalizaron en la constitución
de varios partidos socialistas.
La toma de conciencia de los problemas comunes que afligían al proletariado en todas las naciones
industriales suscita la necesidad de una organización que encauce la movilización del obrerismo europeo.
El fracaso de la revolución de 1848 supone un retroceso en el movimiento obrero. Pero hacia 1864 el
socialismo empieza a ser reconocido por los gobiernos europeos. El entendimiento entre los dirigentes obreros
franceses e ingleses llevó a la constitución de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), conocida
con el nombre de I Internacional, que se fundó en Londres en 1864, y a la cual se adhirieron representantes
obreros de otros países. Marx redacta sus principales documentos y poco a poco comienzan a afiliarse los
trabajadores. La I Internacional proclama que la emancipación de los trabajadores debía ser obra de ellos
mismos, y representó un paso muy importante en la toma de conciencia de la clase obrera, hasta llegar a
considerar que los problemas y objetivos del proletariado eran comunes, pasando por encima de las diversas
nacionalidades. Sin embargo, el desarrollo de la I Internacional se vio afectado por las graves disensiones
entre los partidarios de la acción política de los trabajadores (Marx) y los partidarios de Bakunin, los
bakuninistas, que se oponían a aquélla. La polémica se zanjó con la expulsión de los bakuninistas en el
Congreso de La Haya (1872). Esta expulsión, unida al estallido de la guerra franco−prusiana de 1870 y a la
represión provocada por los sucesos de la Comuna de París, hirieron de muerte a la I Internacional, que se
disolvió en 1876.
Tras el fracaso de la I Internacional los movimientos obreros vuelven a fundamentarse en organizaciones y
partidos nacionales. Citemos, por ejemplo, la creación de la Confederación General del Trabajo (CGT) en
Francia en 1902 o de la American Federation of Labor (1886) en los EEUU. En Inglaterra se funda el Partido
Laborista, como expresión política de las Trade Unions, los poderosos sindicatos británicos. El socialismo,
por su parte, cristalizó en partidos políticos autónomos, llamados socialdemócratas, que adquirieron una
considerable extensión en toda Europa y desarrollaron una intensa actividad política. Entre ellos destaca el
Partido Socialdemócrata alemán (SPD), fundado en el Congreso de Unificación de Gotha (1875).
Finalmente, en 1889 se formó en París la II Internacional, que agrupó los diferentes partidos socialistas. La II
Internacional tendrá que dirimir sus enfrentamientos, por una parte, entre anarquistas y socialistas sobre la
forma de llevar la lucha de la clase obrera (por medio del sindicalismo o por medio de los partidos socialistas)
y, por otra, entre los socialistas que desean la independencia de los sindicatos frente a los partidos políticos.
La II Internacional adoptará un compromiso salomónico al pedir a los sindicatos una solución socialista, y a
los partidos apoyo para los sindicatos.
Sin embargo, la petición −no escuchada− por parte de la Internacional de no intervención del proletariado
mundial en la Primera Guerra Mundial paralizó su funcionamiento, que se vio afectado posteriormente, por la
Revolución rusa y por la creación de partidos comunistas, que se agruparon en la III Internacional (1919).
TEMA 22. LAS BASES SOCIOECONÓMICAS DE LA EXPANSIÓN EUROPEA.
62
A lo largo del último tercio del s. XIX y hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914, se produjo uno
de los hechos más importantes de la historia contemporánea: las potencias europeas iniciaron una gran
expansión por otros continentes y crearon vastos imperios. Juntamente con el imperialismo y estrechamente
vinculado a él, apareció un nuevo colonialismo, ya que la posesión y el control total de los territorios equivalía
a demostrar a los restantes países su superioridad. Empezó una ambiciosa competencia por el dominio del
mundo, en la que los motivos económicos y estratégicos tuvieron un papel preponderante y en la que los
blancos ignoraron los intereses de los pueblos indígenas. Los avances técnicos y científicos permitieron llegar
a los rincones más apartados del planeta. La consecuencia fue el que mundo cambió y se transformó.
El imperialismo preindustrial se basaba en la extracción de productos exóticos, compañías de navegación y
monopolio comercial; a partir de 1870 el expansionismo de las potencias europeas presenta rasgos distintos
Ahora, el imperialismo se basa en el dominio que las naciones más desarrolladas practican sobre unos
territorios que viven en condiciones muy inferiores. Además, no es solamente un dominio económico, sino
también social, cultural y político. Clave importante de este imperialismo es, sin duda, la creación de grandes
empresas que, con unos capitales extraordinarios, se imponían a las restantes y monopolizaban sus productos.
Incluso tienen necesidad de exportar sus capitales y su influencia sobre los gobiernos es tal que los propios
Estados practican una política colonial que favorece los intereses de esas empresas.
Las causas del colonialismo son muchas y de muy distinta índole. Los factores de tipo económico son los más
importantes. La Revolución Industrial provocó la necesidad de materias primas indispensables para el buen
funcionamiento de las fábricas. Europa no suministraba todo lo que aquéllas pedían y se hizo preciso buscar
las materias en las colonias (! los belgas encuentran enormes riquezas mineras en el Congo; los franceses se
abastecen de seda en Extremo Oriente; los ingleses buscan el algodón egipcio...). Al mismo tiempo, estas
colonias se convirtieron en mercados para los productos manufacturados (! la crisis económica de 1873, con
un descenso de los precios, inclina a las potencias al proteccionismo, con lo que se suscita la necesidad de
encontrar nuevos mercados que no estén protegidos por barreras aduaneras; expansión colonial y
proteccionismo suelen ir juntos).
El aumento de la población europea en unos 150 millones de personas entre 1870 y 1914, determinó también
una urgente necesidad de alimentos que hubieron de proporcionar las colonias, tanto si la población europea
permanecía en la metrópoli como si se trasladaba a los territorios conquistados (! la fuerte presión
demográfica hace que muchas familias intenten iniciar una nueva vida en otros continentes).
Otra causa del colonialismo fue la necesidad de poseer territorios estratégicamente ubicados que permitieran a
las grandes potencias coloniales el control de las rutas marítimas y terrestres, fundamentales para el prestigio
de un país. A mayor cantidad de colonias, mayor prestigio político poseía un Estado (! la expansión francesa
estaba inspirada por el deseo de olvidar la vergüenza de la derrota de 1870; las preocupaciones estratégicas
determinan las líneas marítimas del imperio inglés y están siempre presentes en el reparto de África. Política y
estrategia se dan la mano; un imperio es una red de comunicaciones con múltiples bases de apoyo, cada
conquista exige una conquista nueva).
También había gran interés en que los pueblos que habitaban las colonias recibieran la religión de los
europeos, motivo que explica la ayuda y colaboración de los gobiernos a los misioneros cristianos. Los
misioneros católicos y protestantes se sienten llamados por la urgencia de la evangelización de los pueblos
atrasados; escritores e intelectuales hablan de la misión civilizadora de los blancos, que llevan a otros
continentes su instrucción, su higiene, la mejora del nivel de vida, la matemática europea, el estilo de la
arquitectura, la ingeniería y los hospitales europeos.
La conquista de territorios por las potencias europeas no representó para éstas ningún problema, dado que la
diferencia militar y técnica entre conquistadores e indígenas era evidentemente favorable a los europeos (! el
barco de vapor permite llevar tropas con relativa celeridad a cualquier punto del globo y remontar los ríos
hasta el interior de los continentes; los progresos en la navegación fueron un instrumento valioso para el
63
descubrimiento y la ocupación). Después de la conquista militar, se desarrolló otro tipo de conquista: la
económica. Entre la colonia y la metrópoli se produce siempre una asimilación aduanera, los productos entre
la colonia y la metrópoli circulan libres de aranceles mientras tarifas proteccionistas mantienen alejados
productos de otras naciones. Pero el pacto colonial no es una relación comercial entre iguales en un ámbito de
preferencias mutuas, la colonia se encuentra en una situación de inferioridad, de proveedora de materias
primas (minerales, productos de plantación...) y compradora de los productos industriales de la metrópoli; no
se le permite industrializarse y se ve obligada a comprar transformados los mismos productos que ella ha
vendido a bajo precio en bruto (ej.: la India vende algodón a Inglaterra y compra tejidos de algodón ingleses).
Una vez completada la conquista económica, se hizo preciso organizar el territorio conquistado. Había
distintas formas de hacerlo. Cuando un territorio contaba con poca población, la metrópoli decidía organizarlo
política y económicamente: era la colonia. Existían dos tipos de colonia: la de explotación y la de
poblamiento. En el primer caso, que solía darse en climas cálidos, un grupo reducido de blancos, muchas
veces una compañía privada, ostentaba el poder y administraba el territorio. Las compañías no tardaron en ser
sustituidas por la persona de un gobernador ayudado por sus funcionarios. Las colonias de poblamiento,
generalmente situadas en territorios de clima templado, se caracterizaron por la numerosa presencia de
europeos que se establecieron allí de forma permanente. En este caso, la forma de gobierno y de
administración era prácticamente la misma que la de la metrópoli, y se tendía a la autogestión. Con el tiempo,
a muchas de estas colonias se les otorgó autonomía política y recibieron el nombre de dominios. Se entendía
por protectorado el territorio muy poblado y con buena administración propia. La metrópoli conservaba en
este caso la organización indígena, aunque se reservaba las competencias en materia militar y de política
exterior.
La primera oleada colonizadora, que se inicia hacia 1876, tiene sus figuras en el inglés Disraeli, el francés
Ferry y el rey belga Leopoldo II. Las primeras fricciones territoriales hacen ver la necesidad de una regulación
internacional de la expansión colonial. La Conferencia de Berlín de 1885 decide que sólo la ocupación
efectiva, y no únicamente la instalación en la costa, otorga derecho a la posesión de un territorio; esta decisión
acelera la carrera colonizadora con la entrada de Alemania, Italia y países no europeos. En 1914 el 60 % de las
tierras emergidas, y el 65 % de la población mundial, la casi totalidad de África y Oceanía, y el Asia del Sur y
Sudeste y Siberia, dependen de Europa.
TEMA 23. LA EUROPA OCCIDENTAL (1870−1914)
FRANCIA (III REPÚBLICA)
La noticia de la derrota de Sedán el 1 de septiembre de 1870 contra los prusianos provocó en Francia un golpe
de estado y la proclamación de la III República el 4 de septiembre de 1870.
Sin embargo, el ejército alemán continuó avanzando y, en enero de 1871, Francia tuvo que rendirse y aceptar
las condiciones alemanas: devolución de Alsacia y Lorena y una indemnización de guerra (5.000 millones de
francos), permaneciendo las tropas alemanas en Francia hasta que se pagara. La Asamblea Nacional (formada
por 400 monárquicos y 200 republicanos), que detentaba el poder desde febrero y que contaba mayoría
monárquica, aunque dividida entre legitimistas (que encarnaban a la Francia rural y ultramontana) y
orleanistas (herederos de las dinastías burguesas), al no llegar a un acuerdo dinástico decidió que la República
se encargara del desastroso estado de los asuntos. Elegido Thiers jefe del poder ejecutivo, recibió el título de
presidente de la República. Thiers se encargó de reprimir la Comuna de París (1) con alto coste de vidas y
bienes. Tres años más tarde quedó liberada la indemnización y salieron de Francia las tropas alemanas.
Hostigado por los monárquicos (! las tres derechas monárquicas decidieron constituir un frente común en
torno al duque de Broglie para pedir una política decididamente conservadora), que promovieron un voto de
censura, Thiers presentó la dimisión en 1873 (! Thiers, símbolo de la derecha, es derribado precisamente por
la derecha. Se le acusa de permitir el ascenso de un sector exaltado del republicanismo, los radicales. Cuando
Thiers apoya la definición definitiva del régimen como república, los monárquicos se sienten traicionados,
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denuncian el pacto de Burdeos −en el cual Thiers fue nombrado jefe del poder ejecutivo− y provocan su
caída). Fue elegido presidente de la República el mariscal MacMahon, con De Broglie como jefe de gobierno.
Entonces comenzó el régimen del orden moral, que utilizó a todas las fuerzas conservadoras, y especialmente
a la Iglesia católica, para hacer desaparecer hasta el recuerdo de la República y expiar las atrocidades de la
Comuna. Los monárquicos, con mayoría en el parlamento, propugnaron la restauración monárquica. El
candidato favorito era el nieto de Carlos X, el conde de Chambord. Su negativa a aceptar la bandera tricolor
(insistía en que debía restablecerse el pabellón blanco flordelisado) hizo imposible su restauración cuando se
daba por seguro el regreso de la monarquía borbónica (! el candidato orleanista, el conde de París, también se
negó a aceptar la bandera tricolor). En estas condiciones, y para asegurar el futuro, la Asamblea amplió a 7
años la duración de la presidencia de MacMahon y aprobó la Constitución de 1875, ciertamente concebida en
términos casi monárquicos (la acumulación de atribuciones en el presidente hace pensar en un trono: puede
prorrogar las sesiones de las cámaras, disolver la de diputados con la conformidad del Senado, nombrar los
ministros, etc. El Senado acumula funciones excesivas, que perfilan un régimen aristocrático), preveía un
sistema legislativo bicameral, así como la elección del presidente por las dos cámaras.
La división de los monárquicos, entre legitimistas y orleanistas, permitió el triunfo de los republicanos en las
elecciones de 1876. Los republicanos, dirigidos por León Gambetta, se hacen dueños de las dos cámaras.
MacMahon tuvo que enfrentarse a una moción de censura y en las elecciones de 1877 se confirma el triunfo
republicano. En 1879 (después de renovar el Senado) MacMahon dimite y comienzan a gobernar los
auténticos republicanos. Pero no hay duda de que los notables conservaban en los grandes organismos del
Estado, en la Iglesia y en el mundo de los negocios una situación predominante.
En 1879 es elegido presidente de la República el republicano Jules Grévy que reforzó la política republicana,
decidiendo la Asamblea la prohibición de residir en territorio de la República francesa a los jefes de las
familias reinantes anteriormente en Francia y a sus herederos directos en la línea de primogenitura. La
dirección política pasa de la aristocracia católica y monárquica a la burguesía, que intenta construir un
régimen conservador en materia social y liberal en el plano político. Los republicanos del gobierno se
escindieron entre Unión Republicana (en la extrema izquierda, que defienden un programa revolucionario:
supresión del Senado, separación de la Iglesia y el Estado, reducción de la jornada de trabajo) e Izquierda
Republicana, muy pronto llamada `oportunista' (que consideraba que las reformas habían de introducirse de
modo progresivo y en un clima diplomático distendido). Es un período de extraordinaria inestabilidad, con
alternancia de gabinetes radicales y oportunistas.
La figura más influyente de estos años fue Jules Ferry. Atraído por el positivismo de Comte, el `oportunista'
Ferry realizó una obra considerable en el campo escolar, dirigida contra los privilegios de la Iglesia y el credo
del orden moral. Creó una enseñanza primaria obligatoria, gratuita y laica, liceos y colegios de la Instrucción
Pública, del que se hallaban excluidos los miembros eclesiásticos. La laicización del Estado se completó con
la secularización de los hospitales y de los tribunales, así como con el restablecimiento del divorcio. Una serie
de leyes organiza las libertades públicas, de reunión, de prensa, sindical. Ferry entiende que el papel de
Francia en Europa debe ser el de gran potencia: bajo su inspiración se consolida la doctrina imperialista y la
formación territorial del imperio francés (Túnez, Madagascar, Indochina).
La gran crisis económica de 1882, una serie de escándalos (el de las condecoraciones para la Legión de
Honor, que recae sobre el presidente Grévy) y el movimiento boulangista (promovido por el general
Boulanger, que excitaba al pueblo contra Alemania para el desquite) sucedieron durante el gobierno
republicano. (! Boulanger aprovecha la doble crisis que afecta al gobierno oportunista para presentarse a las
elecciones de 1889. Aunque triunfa en París, se niega a efectuar un golpe de estado. El éxito de la izquierda en
otros departamentos electorales lo empuja al suicidio. Las elecciones legislativas dieron el triunfo definitivo a
los republicanos.
El movimiento boulangista sucedió bajo la presidencia de Sadi Carnot (que había sustituido a Grévy). Fue
también bajo su mandato que estalló el escándalo del canal de Panamá (! la construcción del canal fracasa, por
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desbordamientos y deslizamientos de tierras, pero con sobornos en el Parlamento se consigue un empréstito
especial. Descubiertos los sobornos, la prensa de extrema derecha denuncia el entendimiento entre
parlamentarios y hombres de negocios). Este hecho provocó que en las elecciones de 1893, los socialistas
fueran ganando terreno aunque las elecciones fueran ganadas otra vez por los oportunistas. Asesinado en 1894
Sadi Carnot, le sucedió Casimir Périer, dimitido a su vez en 1895 y sustituido por Félix Faure, bajo cuyo
mandato tuvieron lugar la Entente franco−rusa y el escandaloso asunto Dreyfus (! Tras la alianza con Rusia, el
Estado Mayor francés cambia sus planes de guerra y su material artillero, lo que provoca una intensificación
del espionaje alemán. El caso Dreyfus reveló que no sólo la administración, sino también el ejército, estaban
corrompidos. Hacía tiempo que, aprovechándose de todos los escándalos de la República, se venía haciendo
apasionada campaña de antisemitismo. El fracaso del canal de Panamá, la quiebra de varios bancos, la venta
de condecoraciones y cargos se atribuían a manejos inmorales de los judíos. Los altos oficiales del ejército se
habían contaminado de esta idea; así es que cuando en 1894 se descubrió que algún miembro del Estado
Mayor había vendido documentos importantes a la embajada alemana, inmediatamente se acusó a un judío: el
capitán Alfred Dreyfus. Se falsificaron pruebas documentales y, con un proceso de cuatro días a puerta
cerrada, se le condenó a degradación y deportación a la isla del Diablo, en la Guayana. Sólo dos años después,
el coronel Picquart descubrió las falsificaciones y pudo precisar quiénes habían vendido información a los
alemanes. Se pide la revisión del proceso, pero el Estado Mayor, deseoso de salvar el honor del tribunal
militar, no desea revisar el caso, enviando al mismo Picquart en misión especial lejos de París, al desierto de
Túnez. Fueron los intelectuales no políticos quienes se encargaron de proclamar la verdad y reparar la
injusticia (! primero fue Zola con su Yo acuso, donde acusaba no sólo a las autoridades militares que forjaron
las pruebas del proceso Dreyfus, sino también a los altos magistrados de la República, de complicidad y
protección del atropello. A Zola le siguieron Anatole France y otros intelectuales). Con el concurso de estos
intelectuales y de la izquierda (con Clemenceau y los radicales) se consigue la revisión del proceso y la
rehabilitación de Dreyfus).
El asunto Dreyfus da el poder a la izquierda y desencadena, no sólo el descrédito del Ejército y de la
Magistratura, sino también una vigorosa acción anticlerical, puesto que la mayoría de los católicos se
manifestaron antisemitas y se pronunciaron en contra de Dreyfus.
En el período comprendido entre 1899 y 1914 el bloque de las izquierdas gobierna Francia. La postura
anticlerical del bloque de izquierdas (radicales y socialistas) llevó a la ruptura con la Santa Sede (1904) y a la
separación de la Iglesia y el Estado (1905), pero no resolvió las reivindicaciones obreras (! los sindicatos se
separaron de las izquierdas y los socialistas pasaron a la oposición). No obstante, el gobierno realizó una
activa política exterior, dirigida contra Alemania (! la intervención alemana en Marruecos en 1905 llevó a
ambos países al borde de la guerra, evitada por una conferencia internacional celebrada en Algeciras (1906) y
en La Haya (1908). Se había firmado un tratado de amistad con Inglaterra (Entente Cordiale, 1904), al que se
unió Rusia (Triple Entente, 1907), contra las potencias de la Triple Alianza (Alemania, Austria−Hungría e
Italia).
La elección presidencial, en 1913, de Raymond Poincaré, conocido como enemigo inflexible de Alemania,
recrudeció la tensión política. En vísperas de la guerra, Francia presentaba una agricultura e industria
prósperas, pero asentadas sobre falsas bases (inestabilidad social, excesivo proteccionismo) y una marcada
crisis demográfica.
Desde 1870 la III República ha recorrido una curiosa senda política, que se inicia con su control por
monárquicos y aristócratas, pasa por un largo período en el que la alta burguesía lleva los asuntos públicos en
medio de crisis y escándalos, y culmina en su conducción por republicanos radicales y socialistas.
(1) LA COMUNA DE PARÍS (1871)
La guerra franco−prusiana, iniciada en 1870, terminó con una humillante derrota francesa, provocando la
caída del Imperio de Napoleón III. Aprovechando el vacío de poder creado al abandonar París el gobierno,
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que se refugió en Versalles, el pueblo de la capital se alzó en armas y ocupó el poder (marzo de 1871), con un
programa político revolucionario: supresión del ejército, elegibilidad de los funcionarios públicos, gestión
comunal de las fábricas, abolición del trabajo nocturno, separación de la Iglesia y el Estado... Se trató de una
revolución típicamente decimonónica, siguiendo los pasos de la de 1789. Por primera vez, sin embargo, se
había creado un gobierno de la clase obrera, y los dirigentes de la Internacional participaron en el movimiento.
El gobierno francés reaccionó con energía, y en abril atacó París, que sucumbió después de una desesperada
resistencia. A los `communards' se les hizo objeto de una feroz represión: centenares de ellos fueron
ejecutados. La idea de lo que pudo haber representado el triunfo de la Comuna indujo a las autoridades a
frenar la expansión del movimiento obrero no sólo en Francia, sino también en otros países europeos como
España, Dinamarca, Austria y Alemania.
La Comuna de París fue un movimiento improvisado, sin una dirección organizada, con una ideología
indefinida, en la que las concepciones socialistas se mezclaban con ideales republicanos y sentimientos de
oposición a los alemanes. A pesar de todo, su importancia radica en el hecho de ser la primera tentativa de
llevar a cabo un programa de gobierno proletario. Por ello, la Comuna alcanzó una dimensión mítica,
despertando recelos en la burguesía y esperanzas en el proletariado (! los sucesos de la Comuna tuvieron un
fuerte impacto sobre la opinión pública mundial y en muchos países tuvieron lugar movimientos de apoyo a
los `communards').
ALEMANIA (II REICH)
Durante el asedio de París por parte de las fuerzas prusianas y aprovechando el clima de entusiasmo alemán
que siguió a la victoria, Guillermo I fue proclamado emperador de Alemania, en Versalles (18 de enero de
1871). Comenzaba así el II Reich, un imperio que abarcaba a todos los estados alemanes, excepto Austria.
Con la unificación de los estados alemanes, el imperio nacerá con la necesidad de solucionar una serie de
problemas derivados de las grandes diferencias existentes entre la numerosa población. Así, distinguimos
entre problemas étnicos (polacos, daneses, alsacianos...); políticos (los diferentes estados tenían sus
Asambleas, legislación, tradiciones...); religiosos (el 60 % de la población era protestante, pero el catolicismo
es mayoritario en algunos estados. La doble confesionalidad implica dos mentalidades y dos éticas) y sociales
(hay estados en los que subsisten los grandes dominios agrícolas con tradiciones feudales, otros en los que
predomina la pequeña explotación familiar, y Berlín, donde el capitalismo industrial ha propiciado la
aparición de una sociedad urbana con un fuerte componente obrerista).
El carácter fundamental del Imperio se refleja en la Constitución de 1871, que supone un compromiso entre
unificación y federación, y entre el principio monárquico y la soberanía del pueblo. La Constitución de 1871
disponía que el Imperio alemán era en tanto que nación un Estado federal compuesto por 4 reinos, 6 ducados,
4 condados, 8 principados, 3 ciudades y un territorio (Alsacia−Lorena), y todos ellos mantenían sus
constituciones, gobiernos e incluso sus propias representaciones diplomáticas no sólo ante los diferentes
Estados alemanes, sino también ante los Estados extranjeros, aunque se estipula que delegan en el Reich
algunas de sus atribuciones (asuntos exteriores, ejército, ferrocarriles y correo, moneda, legislación de prensa)
y mantienen su plena soberanía en instrucción, obras públicas, justicia, al tiempo que el funcionamiento de sus
instituciones de gobierno.
El Estado federal estaba regido por un órgano colegiado denominado `Bundesrat', donde residía la soberanía
nacional. En él se hallan representados todos los Estados por miembros designados por los soberanos, de
forma proporcional a sus dimensiones (! Prusia ostentaba los 2/3 de los diputados), siendo sus funciones las
de tener capacidad para vetar las leyes aprobadas por el Reichstag, así como ejercer poderes especiales en
temas de control fiscal y aduanero.
El `Reichstag' era el único órgano representativo de la nación alemana, ya que se elegía por sufragio universal
masculino. Detenta la función legislativa sobre todo el territorio, aunque de forma limitada, y no controla al
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Ejecutivo, ya que no tenía frente a sí gobierno alguno sino solamente al Canciller nacional, el cual, en tanto
que canciller nacional, no era responsable ante el Reichstag sino ante el emperador que es quien le nombra,
por lo que no podía exigirle responsabilidad porque tampoco le había otorgado su confianza.
La Constitución de 1871 confería la dirección de la nación al emperador y al canciller. Será Bismarck el que,
como canciller nacional, detente el gobierno de la nación ya que la Administración nacional quedará
fuertemente centralizada en la Cancillería nacional.
Concluyendo, nos encontramos con un Estado teóricamente federal, pero con la prepotencia de uno de los
Estados federados, Prusia; teóricamente democrático con el sufragio universal, pero con la preeminencia de
los grandes propietarios (las circunscripciones territoriales otorgan ventajas a los terratenientes); con una
monarquía constitucional que funciona sin control parlamentario. Por todo ello, el modelo político alemán se
caracteriza por un fuerte carácter autoritario y centralizador.
La creación del Reichstag imperial y el sufragio universal propiciaron la organización de 4 partidos políticos
fuertes:
• Los conservadores.− Representantes de la aristocracia terrateniente. Su programa se resume en el
apoyo a las prerrogativas del emperador y privilegios nobiliarios, y en la identificación con la Iglesia
evangélica.
• Los liberales.− Representantes de la alta y media burguesía, grupos intelectuales, pequeños
funcionarios..., escindidos en derecha (liberales−nacionales) e izquierda (progresistas). Los primeros
se inclinan hacia los conservadores y simpatiza con su política de orden público frente a la
movilización del proletariado por los socialistas, y los segundos defienden un programa democrático
auténtico.
• Los católicos.− Organizados en el denominado Partido del Centro que surgió como defensa contra la
Prusia luterana. Lógicamente se implanta en los Estados de población católica. Denunciaban la
intromisión del gobierno en asuntos de educación.
• Los socialdemócratas.− Se organizan con un programa revolucionario, convirtiéndose en un partido
de masas, con creciente influencia sobre la clase obrera (! ante los acontecimientos de la Comuna de
París, se verán hostigados por Bismarck).
Política de Bismarck
Mientras Bismarck permaneció al frente del gobierno, tuvo que mantener alianzas con los diferentes partidos
políticos que representaban a su vez las bases sociales que sustentaban el régimen y, aunque él no tenía la
menor inclinación por el sistema parlamentario y nunca se vinculó a un partido político concreto, supo, en
todo momento, utilizar el Parlamento al servicio de su propia política.
Hasta 1878 gobernó con los nacional−liberales, que representaban a la burguesía rica e ilustrada. Con su
ayuda llevó a cabo un buen número de medidas económicas (implantó el librecambismo y en 1873 determinó
el establecimiento de una tarifa aduanera aún más baja que la vigente), y legales destinadas a consolidar la
unidad del nuevo imperio. Con ellos prosiguió la lucha (= Kulturkampf) contra el catolicismo político, ya que
le preocupaban sus reivindicaciones sociales, así como el apoyo que prestaban a las minorías nacionales,
siendo lo más sobresaliente sus medidas anticlericales aprobándose leyes que imponían fuertes restricciones a
la educación y culto católicos.
A partir de 1879, Bismarck rompe con el partido nacional−liberal y se apoya en el conservador, constituido en
su parte más importante por los junkers (grandes propietarios terratenientes), adoptando una política
proteccionista ante la competencia del trigo americano y ruso, más barato. Asimismo, la gran industria
metalúrgica pedía protección arancelaria. Ante las necesidades financieras del imperio y no pudiendo hacer
frente a los déficit continuos más que con un aumento de los derechos de aduanas, estableció en 1879 una
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tarifa proteccionista que gravaba productos antes libres, como cereales, el hierro y el petróleo. Ello supuso
triplicar los ingresos estatales. En resumen, puede decirse que el nacionalismo político representado por
Bismarck, la voluntad de poder y el deseo de construir un estado vigoroso e independiente, destruyeron el
sueño de la burguesía liberal.
Bismarck obtuvo de los conservadores y del Partido del Centro católico (a partir del ascenso al solio pontificio
de León XIII la situación mejoró y las tensiones se suavizaron) la aprobación de una legislación contra los
socialdemócratas, ya que temía su creciente influencia sobre la clase obrera. Ante el desarrollo económico que
experimenta la nación y el aumento de la clase obrera alemana, se promulgaron en 1878, por una parte, leyes
antisocialistas que permitían acosar a los grupos socialistas, secuestrar sus periódicos, prohibir sus reuniones...
A pesar de la persecución de los socialistas, éstos mantuvieron su actividad clandestina y aumentaron su
clientela electoral. Por otra parte, con el fin de atraerse al movimiento obrero, se ponía en vigor una
legislación social (leyes sobre la seguridad y el retiro obrero), que situaba a Alemania a la cabeza en cuanto a
legislación social se refiere. Estas últimas medidas no obtuvieron el resultado político deseado por Bismarck.
Las condiciones del obrero no mejoraron durante la gestión del canciller. El descontento se plasma en el
volumen creciente de los movimientos huelguísticos. Por ello, en los últimos años de su gobierno, Bismarck
pensaba en una transformación autoritaria de la Constitución.
En cuanto a las minorías nacionales, Bismarck, viendo en ellos separatistas, intensificó la germanización (en
Posnania y Silesia, habitadas por 3 millones de polacos, prohibió la lengua polaca y tomó medidas represivas
contra el clero católico polaco).
En 1890, Guillermo II, el nuevo emperador, le retira su confianza cuando Bismarck choca con el Reichstag,
que deseaba suavizar una ley antisocialista, forzando la dimisión del canciller.
Conclusión: No hay duda de que Bismarck supo crear un equilibrio entre los poderes del Reich y las
tradiciones históricas de los estados alemanes. Pero, además de que contenía unas minorías que no deseaban
ser anexionadas (polacos, daneses, loreneses y alsacianos), el II Reich no había resuelto la integración de dos
importantes fuerzas: los católicos −que no consideraban definitiva la estructura unitaria del Imperio−, y el
mundo obrero, sobre el que el socialismo ejercía una influencia cada vez mayor, y que se sentía apartado de la
comunidad nacional.
El desarrollo económico
Alemania se convierte en este período en una gran potencia industrial, aprovechando una serie de factores
favorables: la unificación del mercado nacional (que estimula los intercambios comerciales e incrementa la
inversión) en un momento de expansión mundial; la indemnización de 5.000 millones de francos que tiene
que pagar el gobierno francés y Alsacia y Lorena, que aportan una potente industria algodonera y recursos
minerales.
A pesar de la crisis de 1873 (por exceso de especulación), Alemania se convirtió en una gran potencia
industrial, lo que se explica por su riqueza minera, por la íntima unión de la ciencia y la industria, y por el
extraordinario talento de unos empresarios que, ayudados por los grandes bancos, efectuaban los más notables
tipos de concentración horizontal y vertical, de cártel y de konzerns, y racionalizaban una producción a la que
se ofrecían grandes mercados. No desaparecen los grandes dominios agrarios gobernados por los junkers; más
que por cambios de estructura de la propiedad, la agricultura alemana destaca por sus audaces innovaciones
técnicas, por su pronta mecanización y la utilización de abonos químicos, con lo que se convierte en la más
moderna de Europa.
Así, su organización científica −laboratorios−, su estructura bancaria −concesión de créditos sin garantía−, la
construcción de vías férreas, puertos y canales, y la expansión de las finanzas y el comercio exterior,
convierten a Alemania en un coloso.
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Esta expansión económica suscita sueños de expansión imperialista y condujo a Alemania −que conoció
entonces un prodigioso ascenso demográfico− a una política colonial (= Weltpolitik) con el fin de aumentar la
expansión de intereses económicos. De este modo, Alemania se apartará de la prudente política exterior
defendida por Bismarck y se internará en una dinámica imperialista, lo que provocará rivalidades
internacionales. Pero esta aspiración imperialista correspondía a las clases dirigentes, que veían en ella el
medio de apartar a la nación de sus conflictos internos, de unirla en la persecución de una idea de grandeza y
de potencia. Sin embargo, era evidente que desde la desaparición de Bismarck (1890), el gobierno era incapaz
de arbitrar los antagonismos de los partidos, que representaban intereses económicos y sociales difícilmente
conciliables.
Lo que resulta evidente a principios del s. XX era la necesidad de transformar el régimen en un sentido
parlamentario. La transformación en un régimen parlamentario (que suponía la derogación de la ley de las tres
clases en Prusia) chocaba con una encarnizada resistencia de las clases dirigentes (grandes propietarios
territoriales, industriales y altos funcionarios ligados a la diplomacia y al ejército), las cuales preveían incluso
medidas de excepción para contrarrestar la acción de quienes, cada vez más numerosos, reclamaban reformas
profundas que adaptaran las estructuras políticas al nuevo rostro de la sociedad alemana. La grave crisis que
agitaba al Reich induce a pensar que en 1914 el gobierno tal vez deseaba una guerra preventiva que le
permitiera recuperar el control de la situación.
INGLATERRA
A partir de la década de 1870, la industrialización de nuevos países (Alemania, EEUU, Francia) obligó a
Inglaterra a abandonar el librecambismo y a reservar y ampliar su imperio colonial como mercados exclusivos
de sus productos. La actividad obrera se intensificó en el interior del país con la formación de nuevas Trade
Unions de obreros. El nuevo sindicalismo que surge en los años 80 agrupará especialmente a los trabajadores
no cualificados, hasta entonces fuera de las organizaciones sindicales.
El advenimiento de un nuevo rey, Eduardo VII, a la muerte de la reina Victoria, no modificó sustancialmente
la atmósfera de la época victoriana, excepto por el hecho de que las mentalidades evolucionaron rápidamente
(creciente importancia de la clase media, democratización del régimen universitario, desarrollo del feminismo,
creciente alejamiento de las Iglesias por parte de las capas populares...). Sin embargo, la desigualdad en la
distribución de las riquezas seguía provocando el descontento de las clases obreras. Sobre esta base, se
constituirá en 1893 el Partido Independiente del Trabajo (I.L.P.) que practicó una política de alianzas con las
trade unions, las cuales eran las únicas capaces de aportar al partido el apoyo de las masas. Hacia los años 90,
el reaccionarismo patronal y ciertas amenazas legislativas a las actividades obreras determinaron la
constitución en 1900 del Comité para la Representación del Trabajo (L.R.C.), integrado por sindicalistas y
socialistas, destinado a organizar elecciones favorables a los trabajadores. En las elecciones de 1906
consiguieron 29 diputados que formaron el Partido Laborista, que terminaría por desplazar al Partido Liberal
dentro del sistema político inglés.
Antes de las elecciones de 1906, el gobierno conservador había apostado por el proteccionismo económico
que, en su opinión, aseguraba la unidad imperial. Pero la opinión inglesa seguía visceralmente aferrada al
librecambio. Por ello, las elecciones de 1906 dieron un amplio triunfo a los liberales, decididos a las más
atrevidas reformas a favor de las clases populares (! para superar al Partido Laborista, respondiendo a las
aspiraciones de mayor justicia social). De ahí que en los años siguientes se aprobara una importante
legislación que creó especialmente un sistema gratuito de primas de jubilación y un régimen obligatorio de
seguros contra la enfermedad y el paro. Estas medidas motivaron la oposición de los lores (! el gasto
presupuestario que supusieron estas medidas hizo que el gobierno liberal estableciera impuestos
suplementarios sobre las grandes rentas y las plusvalías de las propiedades territoriales). En las elecciones de
1910, el gobierno liberal presentó un proyecto constitucional basado en el predominio de los comunes en
materia financiera. En 1911, los lores fueron privados de su derecho a veto permanente. Ello sucedió con el
reinado de Jorge V (1910−1936), que había sucedido a Eduardo VII.
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En las elecciones de 1910, el Partido Liberal había ganado pero con una reducida mayoría, que le obligó a
tener en cuenta el apoyo de los diputados irlandeses y a hacer aprobar la `Home Rule' en 1914 (estatuto de
autonomía irlandés), lo que suscitó la frenética oposición del Ulster (las tierras del norte de Irlanda) y puso a
Gran Bretaña al borde de la guerra civil. La situación en Irlanda había empeorado en los últimos años y sólo el
estallido de la Primera Guerra Mundial evitó la ruptura.
TEMA 24. LA EUROPA CENTRAL Y DEL ESTE (1870 − 1914)
RUSIA
El Imperio ruso, gobernado autocráticamente por los zares, permanece durante la primera mitad del s. XIX
ajeno a los cambios económicos y sociales de la Revolución industrial.
Desde el punto de vista territorial, era un vasto imperio con 67 millones de habitantes pero sin suficiente
cohesión ya que, mientras las provincias del centro estaban unidas por la religión ortodoxa y la misma lengua,
en las provincias de la periferia existían diferentes religiones y distintas lenguas: así, Polonia y Lituania
practicaban la religión católica y su población era eslava; Finlandia y las provincias bálticas poseían su propia
lengua y eran luteranas.
En materia económica, el Imperio ruso tenía una base esencialmente rural. Su industria era tremendamente
deficitaria, en comparación con las nuevas técnicas desarrolladas en la Europa occidental, por lo que podemos
afirmar que Rusia se situaba en una sociedad preindustrial.
Al ser una sociedad eminentemente rural, en su composición prevalecía una minoría noble (dueña de tierras y
hombres) frente a una gran masa de siervos apegados a la tierra que, sometidos a un durísimo régimen de
servidumbre, pagaban impuestos y prestaban servicios gratuitos a sus amos (! casi la totalidad de campesinos
eran siervos; la servidumbre es, por tanto, el rasgo definitorio de la sociedad rusa).
Políticamente, la máxima autoridad era el zar, con poder ilimitado, apoyado por la Iglesia ortodoxa (posee
autoridad religiosa: el zar es la cabeza de la Iglesia), un ejército numeroso (que desde varios puntos de vista
−reclutamiento, táctica− estaba más avanzado que los ejércitos de occidente), una pesada y compleja
burocracia y una represiva policía (la `okrana').
En el momento en que los grandes estados europeos entraron en la vía del capitalismo, caracterizado por un
rápido desarrollo industrial, y sus pueblos, liberados de las ataduras feudales, accedieron a la vida política,
Rusia seguía siendo un estado absolutista. A comienzos del s. XIX, en el Imperio ruso la voluntad del zar era
ley, el pueblo vivía aún en la servidumbre y el lento desarrollo económico, fundado en la actividad agrícola y
artesanal salvo la metalúrgica de los Urales, sólo dejaban aparecer las formas más elementales de un tímido
precapitalismo.
Es una sociedad aristocrática (a la nobleza se reservan todos los puestos de oficiales en el ejército y
funcionarios en la administración, y el monopolio de la propiedad de la tierra) donde no queda sitio para la
burguesía (sin industria y con algunas profesiones liberales reservadas a los descendientes de los nobles, no
era posible la formación de una burguesía sólida). Así, la prepotencia nobiliaria, la ausencia del Tercer Estado
y la servidumbre campesina es el rasgo fundamental de la sociedad rusa.
En el s. XIX, los campesinos siervos constituyen la mayoría de la población rural; sus categorías y
obligaciones son de diversos tipos: a) siervos domésticos; b) siervos sometidos a la corvea, es decir, con
trabajo no remunerado y c) los siervos `obrok', los que pagaban a sus propietarios en moneda o en productos y
no en trabajo. Más que una precaria situación económica, el drama de la servidumbre radica en la indignidad
de su estado, en su ignorancia total, en su hundimiento espiritual y físico. Los derechos de los señores son casi
ilimitados sobre ellos.
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Los reinados de Alejandro I (1801−1825) y de Nicolás I (1825−1855) se caracterizaron por su inmovilismo,
basando sus gobiernos en la autocracia, la ortodoxia y la idea de una Rusia superior a Occidente. Fueron las
derrotas de la Guerra de Crimea (1854−56), al desvelar brutalmente el retraso de Rusia, su debilidad real y la
ineficacia de su burocracia en circunstancias graves, las que harían urgente la reforma de las instituciones.
La muerte de Nicolás I y el fin de la Guerra de Crimea (el Tratado de París de 1856 bloqueó el expansionismo
ruso al neutralizar el mar Negro), inauguraron un nuevo período caracterizado por los esfuerzos de
recuperación tras la costosa derrota y de introducción de reformas que, sin modificar fundamentalmente el
régimen, tendían a una mejor organización social, administrativa, judicial y militar.
Será Alejandro II (1855−1881) el encargado de impulsar las reformas de carácter liberal que el Imperio
necesitaba. Las principales fueron las siguientes:
• Reformas administrativas.− Se intenta una descentralización regional, creando los `zemstvos'
(asambleas territoriales) a nivel de los distritos y de las provincias, cuya función era supervisar a nivel
regional la instrucción y salud pública sin inmiscuirse en la vida política. El `zemstvo de distrito'
estaba formado por propietarios de tierras, ciudadanos a partir de un determinado censo y campesinos.
El `zemstvo de provincia' era elegido, sin consideraciones de pertenencia social, por los `zemstvos de
distritos'. El aumento de su actividad modificó profundamente las estructuras sociales de la provincia.
También se llevó a cabo la reforma municipal de las ciudades. En adelante, la ciudad tendría su existencia
administrativa particular y su asamblea (la duma), elegida por los contribuyentes de acuerdo con un sistema
censitario, pero seguiría bajo la estricta tutela de la administración.
• Reforma judicial.− Inspirada en los modelos occidentales, separó la justicia de la administración, la
hizo independiente mediante la elección de los jueces en las instancias inferiores, disminuyendo en las
funciones que ejercía en este campo la nobleza rusa.
• En materia educativa.− Se concede autonomía a la Universidad y se reglamenta incrementar la
instrucción pública.
• En cuanto al Ejército.− Se establece el servicio militar obligatorio durante un período de seis años,
frente a la legislación anterior que podía mantener al soldado toda la vida.
• Empero, la reforma más importante fue la abolición de la servidumbre.− El decreto de 1861, que
partía de un conjunto de leyes y textos que afectaban a las diferentes categorías de siervos y a los
estatutos locales, emancipó a los siervos, que pasaron a ser hombre libres, asimilados a los
campesinos del Estado. De su contenido cabe destacar de una manera inmediata que el propietario ya
no podía vender a los siervos ni desplazarlos, castigarlos o someterlos a gravámenes o prestaciones
abusivas. Pero la libertad efectiva, completa, sólo pudo aplicarse a los siervos domésticos. Esta
categoría de siervos, que no poseía nada, se proletarizó, convirtiéndose en una mano de obra móvil, de
obreros agrícolas, de los que una parte pasaría a engrosar los efectivos de las manufacturas, en pleno
desarrollo.
Sin embargo, para la mayoría de los campesinos siervos ligados a sus tendencias la libertad no fue completa.
En efecto, el decreto les concedía en plena propiedad un lote de tierras por el que habían de pagar una
indemnización al señor, a reembolsar con sus intereses durante 49 años.
Las dificultades del reparto y de la fijación del precio de retroventa hicieron muy lentas las operaciones. Esta
medida no satisfizo a los propietarios que perdían mano de obra, ganancias y derechos a administrar justicia.
Tampoco satisfizo a los campesinos pues suponía que todavía debían permanecer atados a los propietarios a
causa de la deuda contraída. Muchos campesinos abandonaron las tierras y emigraron a las ciudades, lo que
favoreció el desarrollo industrial debido a la nueva mano de obra que llegaba y a la política de apertura
decretada por el zar, por lo que capitales extranjeros se establecieron en el Imperio, sobre todo capital francés,
lo que permitió un desarrollo del tendido ferroviario mejorando la comunicación y el desarrollo del mercado
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interno. Esta medida también favoreció el surgimiento de una clase social, los `kulaks', campesinos que se
enriquecieron debido al desarrollo de Rusia como exportadora de trigo.
Aún con el peso de bastantes arcaísmos y contradicciones (mantenimiento de la autocracia), es indudable que
el Imperio experimenta una transformación en el orden económico y que el momento del despegue coincide
con el de transformación de su sociedad, tras la abolición de la servidumbre (! ésta no solucionó la situación
económica de los campesinos pero sí su condición jurídica: desaparecen las trabas para la creación de
escuelas; la posibilidad de vender sus cosechas los introduce en el mundo del comercio y la moneda; pueden
buscar mejor fortuna en otras tierras −emigración interior−...). Podemos destacar cinco puntos básicos para la
industrialización rusa:
• la Banca.− En 1860 se crea un Banco del Estado para ayudar a los terratenientes afectados por la
supresión de la servidumbre. Después aparecen los primeros bancos con depósitos de particulares.
• el ferrocarril.− Con la creación de líneas que unen diferentes regiones industriales.
• los textiles.− Aumento del algodón y lino.
• la metalurgia.− Descubrimientos de yacimientos de hierro y carbón, transformando regiones, antes
agrícolas y pastorales, en poderosos emporios industriales.
• el petróleo.− Su hallazgo permitió acelerar el desarrollo. Rusia tenía carbón, fuente de energía de la
primera revolución industrial, y petróleo, base de la segunda.
Las medidas liberalizadoras decretadas por Alejandro II se vieron paralizadas a raíz de la revuelta polaca de
1863. La brutalidad de la represión zarista aceleró el movimiento contra el gobierno (! el apoyo moral del
sector estudiantil al levantamiento polaco aconsejó al zar la supresión de alguna de las medidas de apertura.
Se produjeron desórdenes en Moscú que provocaron la detención de delegados estudiantiles. El atentado
contra el zar de un estudiante frenó decisivamente los deseos reformistas de Alejandro II). Por un lado, los
liberales, agrupados en un movimiento denominado `intelligentzia', vieron frustrados sus deseos de conseguir
mayores reformas, sobre todo las dimanadas del aspecto político que traerían consigo la reforma hacia un
régimen constitucional, dado el viraje tomado por la política de Alejandro II, apoyado esta vez por el sector
más regresivo de la sociedad rusa. A este grupo se unió un sector de la nobleza, cada vez más empobrecida
por la abolición de la servidumbre. Pero frente a ellos aparecen organizaciones revolucionarias alimentadas
por la burguesía nacida de la incipiente industrialización.
Estas organizaciones revolucionarias cubrían todo el aspecto revolucionario inspirándose en las corrientes
socialistas que ibas desde el anarquismo de Bakunin al marxismo y blanquismo, pasando por el populismo
(que veía en la comuna rural el futuro del socialismo y en el campesinado el motor de la revolución). Pero en
esta etapa, el movimiento que tuvo más trascendencia fue el nihilista, de tipo terrorista, que promovía los
atentados políticos y tenía su centro de reclutamiento entre sectores universitarios. Así, se formaron
organizaciones terroristas como Tierra y Libertad (que difundió las ideas populistas) y Libertad del pueblo
(que se lanzó a la lucha mediante una serie de atentados contra altos funcionarios). En 1881, el propio zar,
Alejandro II, fue víctima mortal de un atentado. Con la muerte del zar se puso fin al intento de `occidentalizar'
a Rusia y este fracaso significó el comienzo de un proceso de regresión y retorno al autocratismo zarista,
aunque ya se estaban consolidando las bases de un nuevo movimiento revolucionario.
El asesinato de Alejandro II (1881) marcó el comienzo de un período de endurecimiento del absolutismo y del
nacionalismo ruso. Su sucesor, Alejandro III (1881−1894), procedió de inmediato a eliminar cualquier
síntoma de libertad establecido en el reinado anterior, aunque en el aspecto económico Rusia alcanza en esta
época un progreso económico notable motivado por la entrada de capitales extranjeros, por la obtención de
préstamos extranjeros y por la explotación y producción petrolífera localizada en Bakú, lo que hará aumentar
el tendido ferroviario y el desarrollo de las industrias extractivas, con lo que Rusia se incorporaba −a final de
siglo− a la revolución industrial; este desarrollo no se verá acompañado de ninguna mejora en las condiciones
sociales de la clase obrera, cuyas condiciones de vida eran pésimas, ni tampoco se mejorará la vida del
campesinado, ya que la falta de capitales hará inviables todo tipo de explotación intensiva por lo que no
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podrán subsistir con lo obtenido de sus pequeñas parcelas de tierra, empobreciéndose aún más si cabe. Esta
situación social será excelente caldo de cultivo para el descontento y la subversión. (! La industria rusa no
crecerá a consecuencia del mercado −la demanda campesina aumenta poco−, sino a base tanto de inversiones
de recursos estatales, obtenidos agravando la presión fiscal sobre el campesinado, como y esencialmente de la
aportación extranjera, tanto de técnicos como de capitales franceses, ingleses, alemanes, belgas y
norteamericanos).
El desarrollo industrial de los años 90 implicó un fuerte crecimiento de los efectivos obreros, cada vez más
desvinculados de la tierra, que formaban un verdadero proletariado concentrado en las grandes ciudades. Esta
nueva categoría social luchaba por la mejora de unas condiciones de vida miserables, impuestas por el
paternalismo patronal (! A finales de la década de los 90 se formaron en el extranjero, entre los emigrados, y
en la propia Rusia algunos grupos socialistas que, algunos años más tarce, tendrían un papel decisivo en el
destino del Imperio).
Con Nicolás II (1894−1918), la entrada en el s. XX marcó el apogeo de un Imperio cuyo desarrollo encubría
las debilidades internas. Las seguridades que ofrecían en el oeste la alianza franco−rusa y la conclusión del
Transiberiano le permitieron llevar a cabo en Extremo Oriente una política agresiva de poderío imperialista.
Pero el Imperio movilizaba unos efectivos militares cuya base nacional era insuficiente. En efecto, Rusia era
todavía un país subdesarrollado, solidario de los mercados internacionales por sus exportaciones de cereales y
dependiente del extranjero por sus industrias metalúrgicas más modernas. Además, el desarrollo global se vio
frenado súbitamente hacia 1900 a causa de un equipamiento industrial deficiente y de la disminución de la
demanda del estado, mientras se estancaba el mercado de consuma de una población eminentemente rural y
sometida a una fuerte presión fiscal.
En los primeros años del s. XX la atmósfera política y social sufrió una transformación sorprendente por su
rapidez. La crisis industrial de 1900−1903, que dejó sin trabajo a cerca de 100.000 obreros, provocó
manifestaciones, dio lugar a casi en todas partes a numerosas huelgas, a veces violentas, que fueron
reprimidas de forma muy dura. Ello no logró impedir el desarrollo de una conciencia de clase que hacía más
apremiantes las reivindicaciones de las agrupaciones constituidas en la lucha clandestina (los socialistas
revolucionarios −SR−, dentro de la línea populista partidaria de la acción directa, y los socialdemócratas
−SD− , que se dividieron en dos facciones: una mayoría bolchevique, encabezada por Lenin, y una minoría
menchevique. Había una diferencia fundamental entre la idea de una democracia autoritaria, más apta para la
lucha de cara a objetivos inmediatos (bolcheviques), y de una democracia liberal, que podía esperar que una
lenta evolución condujera a las transformaciones de la sociedad (mencheviques)).
Mientras tanto, Rusia, en su expansión hacia oriente, se presentó como defensora de la integridad China en la
guerra que habían mantenido los chinos con los japoneses. En virtud del tratado de paz entre chinos y
japoneses en 1895, China cedió al Japón Corea, Formosa, las islas Pescadores y la península de Liao−Tung,
con Port Arthur. Rusia obligó a los japoneses a retirarse de la península y devolverla a los chinos. Pero en
realidad fue Rusia quien ocupó militarmente la península, adquiriéndola de los chinos por 24 años para
construir una vía ferroviaria. En 1904, Japón atacó, sin previa declaración de guerra, la flota rusa anclada en
Port Arthur. La flota rusa fue anulada y destruida. Los japoneses estaban mucho mejor preparados: las cargas
de la vieja caballería cosaca eran inútiles frente a las modernas infantería y artillería niponas. En 1905 se
produjo la destrucción completa de la flota rusa del Báltico, forzando al gobierno ruso a firmar la paz.
La guerra en Extremo Oriente fue la espoleta que desencadenó el primer ensayo revolucionario en Rusia. Las
causas del descontento entre las clases trabajadoras, la insatisfacción intelectual y la agitación de los políticos
eran previas al conflicto armado; pero la guerra pondría al descubierto el rostro del sistema autocrático,
arrastrando al pueblo a un conflicto que le resultaba odioso. En enero de 1905 se produce una huelga de
140.000 obreros que inician una marcha pacífica ante el Palacio de Invierno, y de este modo hacer patentes
tanto las reivindicaciones sociales y económicas como la repulsa de la guerra. La manifestación fue disuelta
con disparos del ejército contra el pueblo (`domingo rojo') provocando una masacre. El `domingo rojo' inicia
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la Revolución de 1905: se pone en marcha un profundo movimiento de protesta que rápidamente se extendió
por toda Rusia, con huelgas y manifestaciones, que fue cogiendo fuerza alcanzando su punto culminante en
octubre de 1905. De los obreros de la industria, la protesta pasó al campesinado e incluso comenzó a hacer
mella en las filas del ejército (motín en el acorazado Potemkin). Es en este mes de octubre cuando se
constituyen dos Soviets: uno en San Petersburgo y otro en Moscú, que fuerzan al zar a convocar la Duma con
funciones legislativas, que supone un primer triunfo para los sublevados. El zar renunció al poder absoluto, se
comprometió a gobernar constitucionalmente, con una Dieta nacional, y garantizó las libertades individuales y
políticas. Por eso, se convocó una asamblea legislativa, la Duma imperial.
Satisfechos con las reformas conseguidas, los burgueses y liberales dejaron solos a los socialistas y a los
obreros, que querían llevar la revolución hasta las últimas consecuencias. El régimen reaccionó disolviendo en
diciembre el soviet de San Petersburgo y aplastando una insurrección obrera en Moscú.
Pero el régimen constitucional fue una burla, ya que la Duma era escasamente representativa y tenía pocos
poderes. Además, el zar dio marcha atrás en lo referente a sus concesiones, animado por los reaccionarios y
por su éxito en la represión de los revolucionarios. Las dos primeras Dumas (1906 y 1907) fueron disueltas al
cabo de pocos meses de su elección porque tenían mayoría de oposición. Así, se modificó el sistema electoral
por decreto. Con el nuevo sistema, la tercera Duma tuvo mayoría conservadora, lo que permitió que durara
durante los cinco años de mandato (1907−12).
Así y todo, y aunque suprimió casi todas las libertades políticas, la Asamblea influyó sobre el desarrollo
político del país, y Rusia dio un paso importante en el camino hacia el sistema parlamentario. La revolución
de 1905 fracasó políticamente a causa del miedo de la burguesía respecto a los excesos de radicales y
socialistas.
En septiembre de 1911 reapareció con fuerza la agitación revolucionaria. Al final del mandato de la Duma, la
corte se orientó otra vez hacia el régimen autocrático, que se mantuvo con dificultad hasta la guerra, pero no
sobrevivió a sus calamidades y a las derrotas producidas. Además, subsistían tensiones y problemas serios: las
tendencias conservadoras consolidaron el nacionalismo ruso e hicieron revivir los sentimientos eslavos
comunes a Rusia y a otros países. Eso proporcionó un gran vigor al paneslavismo e hizo que Rusia diera
apoyo a los movimientos del sudeste de Europa y entrase en la guerra para su defensa.
LOS BALCANES
Condicionada por los intereses de los grandes imperios ruso, austríaco y turco, la región de los Balcanes era,
desde hacia mucho tiempo, una zona de conflicto permanente. Entre otras cosas, al principio de la segunda
mitad del s. XIX, el avance ruso hacia Constantinopla y su llegada a mar abierto era un hecho que chocaba
con los intereses de los Habsburgo hacia Salónica y la desembocadura del Danubio. Por otra parte, Moscú
instrumentalizó el paneslavismo para atraerse a las etnias eslavas de la región, hecho que también entorpecía
los intereses de Viena. El acceso de los pueblos balcánicos a la condición de estados era dificultado por
aquellas realidades y por el conflicto latente del Imperio turco. Aprovechando el desmembramiento otomano,
Grecia y Serbia recobraron la independencia en 1830. Los principados rumanos de Valaquia y Moldavia se
liberaron de la soberanía turca en 1856.
Por la Conferencia de Londres de 1871, después de la victoria de Prusia sobre Francia, Bismarck accedió a la
petición rusa de tener libre acceso a los estrechos del sudeste de Europa, como salida al mar. En este marco de
ofensiva contra la influencia turca de la región, en 1875−76, estalló la guerra entre Serbia y Turquía: las
agresiones de la minoría turca en Bulgaria fueron un pretexto que originó una declaración de guerra de los
serbios y montenegrinos el 1 de julio de 1876. Cuando la derrota de éstos era evidente, la intervención rusa
impuso un armisticio a Turquía, favoreciendo a los perdedores. Al año siguiente, Turquía rompió el pacto y
Moscú le declaró la guerra en 1877 (previamente Rusia había negociado la neutralidad con Gran Bretaña y
Austria), aliándose con los serbios, los montenegrinos y los rumanos. A principios de 1878, el ejército del zar
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estaba en las afueras de Constantinopla. Por la Paz de San Estéfano (marzo de 1878), nació un gran estado
búlgaro a costa de Turquía. Tanto Austria como Gran Bretaña se sensibilizaron por lo que consideraban una
expansión de la influencia rusa. Bismarck hubo de intermediar, proponiendo que se reuniera en Berlín un
congreso europeo (junio−julio 1878). Según los acuerdos de esta conferencia, Rumania, Serbia y Montenegro
accedían a la independencia; Bulgaria se convertía en principado autónomo pero tributario de Rusia, y perdía
Macedonia, que pasaba a integrarse a Turquía, así como Rumelia oriental, convertida en una región autónoma
administrativamente bajo influencia austríaca y rusa; Besarabia y una parte de Armenia se integraban a Rusia,
y Austria asumía el derecho de administrar Bosnia y Herzegovina. Por su parte, Inglaterra obtuvo el dominio
de la isla de Chipre.
Rusia no quedó satisfecha con estas soluciones, después de haber ganado la guerra a los turcos, y consideró
que el nuevo mapa europeo oriental construido en Berlín favorecía al Imperio austríaco (! Austria es la gran
vencedora, ya que se abre un pasillo de penetración en los Balcanes sin haber tomado ninguna iniciativa
bélica). El primer asalto del problema balcánico se había consumado, pero no tardaría mucho en abrirse una
nueva serie de conflictos.
Esta nueva organización balcánica había de durar, casi sin alteraciones, hasta 1913. Serbia, Montenegro y
Rumania obtuvieron su independencia; Bosnia y Herzegovina pasaron a depender militarmente de la
administración de Austria (que las anexionó en 1908); la gran Bulgaria, sobre la que Rusia tenía puestas sus
miras, fue sacrificada: la parte septentrional se constituyó en un principado independiente, vinculado
nominalmente al vasallaje del sultán; la parte meridional, o Rumelia oriental, permaneció hasta 1886
autónoma, pero bajo la soberanía turca. Estas sistematizaciones balcánicas agudizaron las diferencias entre
Rusia y Austria, contribuyendo a alimentar las rivalidades internacionales que conducirían, en 1914, a la
Primera Guerra Mundial.
Cuando en 1908, Austria, apoyada por Alemania, se anexionó Bosnia y Herzegovina, provocó la indignación
de Rusia, enemiga de la intromisión de las potencias centrales en los asuntos balcánicos, y con ello se sentó un
precedente de la Primera Guerra Mundial.
Todavía en 1912 restaba Macedonia en poder de los turcos, ocasión que aprovechó Rusia para apoyar una
alianza entre Montenegro, Serbia, Bulgaria y Grecia y echar definitivamente a los otomanos. Esto permitió a
los rusos restablecer su influencia en los Balcanes y contraatacar a la dominación austríaca en Serbia. En esta
primera guerra balcánica (1912−13), los aliados balcánicos ocuparon toda Macedonia y empujaron a los
turcos hacia Constantinopla (Tratado de Londres, 1913). No obstante, el reparto entre los vencedores de las
posesiones arrebatadas a los turcos no satisfizo a todos. Bulgaria atacó a las fuerzas serbias de Macedonia y a
las griegas de Salónica, estallando así la segunda guerra balcánica (1913). Griegos, montenegrinos y serbios
concluyeron una alianza contra Bulgaria, añadiéndose más adelante Rumania. Bulgaria, invadida y atacada
por todas sus fronteras, no tuvo otro recurso que solicitar el armisticio. Por el Tratado de Bucarest (1913),
Bulgaria tuvo que ceder a Serbia la mayoría de los territorios que habían conquistado. De este tratado, Serbia
salió muy robustecida y con gran prestigio en la zona.
En esta guerra, Austria estuvo a punto de intervenir, deseosa de aplastar a Serbia, en favor de Bulgaria, pero
desistió ante la presión alemana. Un año después, Alemania se uniría a Austria en su guerra contra Serbia,
dando con ello origen a la Primera Guerra Mundial (! El dominio austro−húngaro en los países eslavos se vio
amenazado a principios del s. XX por los deseos de autonomía que tenían los serbios de Bosnia−Herzegovina.
Las esperanzas de independencia de estos países estaban alimentadas por sus vecinos de Serbia, que se habían
convertido en enemigos del dominio austríaco en los Balcanes).
TEMA 26. EL IMPERIALISMO COLONIAL.
&EL IMPERIALISMO COLONIAL BRITÁNICO
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El s. XIX conocerá el movimiento y expansión del Imperio británico, el cual fue adquirido por una
combinación de conquistas militares y penetración pacífica extendiéndose por los cinco continentes. La
importancia del Imperio británico se asienta en dos bases fundamentales: 1º) el control de las rutas marítimas
fundamentales, sobre todo de Asia −con centro en el Canal de Suez− como consecuencia de poseer la mayor
flota del mundo, y 2º) el dominio sobre grandes extensiones territoriales por medio de colonias de
poblamiento blanco como Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Unión Sudafricana, con instituciones de
autogobierno igual que la metrópoli y colonias de explotación como las existentes en África y Asia,
fundamentalmente la India, su pieza esencial.
1º) El dominio inglés se asienta en una serie de bases fortificadas −Gibraltar, Freetown, Ascensión, Santa
Elena, El Cabo, Isla Mauricio, Ceilán− que garantizan las comunicaciones de la metrópoli con las distintas
colonias. Durante todo el s. XIX proseguirá esta política de ocupación de puntos estratégicos: las Malvinas (en
el Atlántico sur), Adén (en el Mar Rojo), Hong Kong (en las puertas de China), Chipre (en el Mediterráneo
oriental) y Suez.
2º) En la política de extensión territorial pueden distinguirse dos tipos distintos de territorios: los dominios y
las colonias de explotación.
Los dominios son las colonias de poblamiento, es decir, las preferidas para instalarse de modo definitivo los
emigrados de Gran Bretaña. Disfrutaban de amplia autonomía y tenían instituciones de gobierno semejantes a
las inglesas. Por tanto, gozaban de un grado muy elevado de independencia política. Canadá, Australia, Nueva
Zelanda y la Unión Sudafricana pertenecen a este grupo. Canadá se convirtió en uno de los graneros del
mundo. Australia y Nueva Zelanda eran a principios del s. XIX casi desconocidas y sólo servían para deportar
criminales. En 1820 comenzaron a emigrar a Australia colonos incitados por las perspectivas de la cría de
ovejas y el comercio de la lana. Estimuló también la inmigración en Australia el descubrimiento de minas de
oro. Nueva Zelanda, que en todo momento prefirió permanecer como una entidad diferente a la australiana,
destaca igualmente por el elevado nivel de vida de sus habitantes. En África del Sur, los descubrimientos
mineros de diamante y oro atraen a los ingleses desde sus posiciones costeras de El Cabo y Natal hacia el
interior, donde viven los boers, descendientes de holandeses. La invasión de los ingleses en este territorio
originó una guerra que duró tres años (1899−1902). Con la paz de Pretoria pierden su independencia pero
conservan su lengua y obtienen promesas de cierta autonomía.
Las colonias de explotación, la India y África (con excepción de la Unión Sudafricana), suministran materias
primas y carecen de la autonomía política de los dominios.
Desde el s. XVII mercaderes franceses e ingleses se establecieron en la India (a través de compañías
coloniales). Pronto surgió entre ellos una fuerte rivalidad que culminó con un enfrentamiento abierto. Los
ingleses, levantando a los príncipes semiindependientes de la India contra los franceses, y aprovechando la
querella de los príncipes entre sí, acabaron por conquistar Bengala, con lo que sentaron las bases del futuro
imperio británico. Pero en 1857, cuando la supremacía inglesa en la India parecía asegurada, estalló la
revuelta de los cipayos (! debajo de la aparente resignación con que los indígenas habían aceptado la
penetración inglesa latía un enorme descontento. La India suministra a Gran Bretaña algodón, yute, trigo,
aceites, té y algunos minerales, pero las hambres y la ruina del artesano indígena provocan un movimiento
nacionalista en 1857). La sublevación fue general y maravillosamente organizada: en guarniciones muy
apartadas unas de otras y compuestas de cipayos o soldados hindúes murieron a sus manos los oficiales
ingleses y hasta en algunos casos sus familias. Los rebeldes eligieron emperador al viejo rey de Delhi. La
India parecía perdida para los ingleses; a pesar del telégrafo eléctrico, que ya funcionaba entre diversos países,
las noticias tardaron semanas en llegar a Londres. En cualquier otro país habrían aparecido derrotistas, pero ni
en Inglaterra ni en la India nadie habló de abandonar aquella lejana posesión. Los grupos de supervivientes
que quedaban de la guarnición inglesa emprendieron en seguida la obra de reconquista. La rebelión había
empezado en mayo, y en septiembre los ingleses entraban otra vez en Delhi. A medida que llegaban refuerzos,
las demás posesiones fueron recobradas. La `pacificación' de la India costó dos años, y los ingleses se
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aprovecharon de la crisis para fortalecer su situación. En cambio, los indígenas demostraron ser incapaces de
cooperar y organizarse, divididos en dos mil castas, treinta religiones y centenares de lenguas diversas. La
rebelión tuvo como consecuencia la sustitución de la Compañía de las Indias Orientales por el gobierno inglés
en todas sus funciones: administración y defensa. Se creó un ministerio o secretariado para la India; al
gobernador general se le llamó desde entonces virrey y, por fin, en 1877, la reina Victoria fue proclamada
emperatriz. A pesar de su calidad de colonia de explotación, que la mantiene en una situación especial de
dependencia, la presencia inglesa contribuyó de forma decisiva a la transformación de este heterogéneo país:
prosperidad de algunas ciudades como Bombay y Calcuta, crecimiento de las ciudades ...
En África los británicos avanzaron desde Sudáfrica hacia el norte (Rhodesia) y desde Egipto hacia el sur
(Sudán, Uganda, Kenia) con objeto de unir norte−sur (El Cairo−El Cabo), idea que queda plasmada en el
ferrocarril en gran parte construido y ocupando a partir de la década de los ochenta, parte de los territorios
mencionados: Bechuanalandia, Somalia, Zanzíbar, Nigeria, Costa de Oro y Sierra Leona.
&EL IMPERIO COLONIAL FRANCÉS
Francia tuvo el otro gran imperio colonial, aunque no revistió la importancia del británico (carece de colonias
de la importancia de la India o Canadá), quizá debido a que carecía de enclaves estratégicos que permitieran la
perfecta conexión entre las colonias y París, y también al menor potencial demográfico, lo que le impidió
realizar colonias de poblamiento blanco.
El imperio francés tuvo su principal campo de acción en África (desde buen principio, Francio deseó contar
con posesiones en el norte de África). Se inició con la conquista de Argelia en 1830 como colonia mixta de
explotación y poblamiento; después de la derrota de Sedán, proclamada la III República y debido al
exacerbado nacionalismo existente en el país (! la pérdida de territorios propios redobla el deseo de
compensarlos con adquisiciones de tierras en otros continentes), Francia se lanzó a la aventura colonial.
En África, Argelia ya fue conquistada en la primera mitad del s. XIX, y el canal de Suez, proyecto de
Ferdinand de Lesseps, se construyó con capital francés, lo que demostró una gran visión estratégica de la
zona. Llegó a ocupar Madagascar, Gabón, Senegal, Costa de Marfil y los protectorados de Túnez y
Marruecos.
En Asia, después de la ocupación de territorios pertenecientes a los actuales Laos, Camboya y Vietnam, se
creó la Unión Indochina. En China, Francia obtuvo importantes ventajas comerciales.
Las colonias de Francia se caracterizaron por la fuerte centralización administrativa que perduró muchos años.
Esto se tradujo en un cumplimiento estricto de las normas dictadas desde la metrópoli por parte de los
gobernadores de los territorios coloniales, sin que tomaran iniciativas de tipo personal. Francia consiguió,
gracias a su imperio colonial, una buena cantidad de materias primas que fomentaron un gran auge
económico, especialmente industrial, de la metrópoli.
&OTRAS POTENCIAS COLONIALES
Las restantes potencias coloniales europeas ocuparon un segundo lugar, bien por ser países que debido a su
reciente constitución llegan tarde al reparto colonial, caso de Alemania, Italia y Bélgica, o bien porque son
antiguas potencias coloniales en decadencia como Portugal, España y Holanda.
Alemania comparece tarde en el reparto del mundo: la preocupación europeísta de Bismarck provoca una
despreocupación por las cuestiones coloniales y, aunque por iniciativa suya se reúne en 1885 la Conferencia
de Berlín con el fin de dirimir los conflictos dimanantes de la adjudicación de los territorios centroafricanos,
será a raíz de 1890 con el káiser Guillermo II cuando se haga efectivo el asentamiento alemán en África:
Togo, Camerún, Namibia y Tanzania. A España le adquiere las islas Carolinas, Marianas y Palau.
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Italia intentó, mediante un gran esfuerzo, crear un imperio colonial en la costa del mar Rojo, aunque los
italianos fueron derrotados por los etíopes en Adua en 1896, cuando Italia pretendía establecer un
protectorado en Abisinia. No obstante, lograron asentarse firmemente en Eritrea y Somalia. En 1911 ocuparon
Libia, que se convirtió en una colonia del reino de Italia.
Bélgica, que ya en pleno s. XX se encontró con la posesión del Congo (actualmente Zaire). No se afanó en la
ocupación de colonias y no obstante se anexionó el Congo en 1908, con lo que multiplicaba su territorio y sus
riquezas. Pero no se trata de una empresa nacional sino de una empresa privada pilotada por el rey Leopoldo
II, que formó una compañía para la explotación del territorio, absorbió la mayoría de las acciones y cedió a su
muerte sus derechos al pueblo belga.
Holanda, al igual que Portugal, puede apoyarse en posesiones ocupadas en la edad moderna. Mantiene sus
posesiones en Melanesia (Java, Sumatra, Borneo, Célebes).
Portugal mantenía su dominio sobre Angola, Mozambique, Guinea portuguesa y Cabo Verde.
EL REPARTO DE ÁFRICA
África fue durante mucho tiempo un continente abandonado prácticamente a su suerte. Pero a partir del s.
XIX, África cambió su sino: se convirtió en uno de los continentes más deseados por los europeos. En África
comparecen ingleses y franceses, superpotencias del imperialismo, pero también belgas, alemanes, italianos,
portugueses y españoles. En 1880 era un continente desconocido, en el que los europeos ocupaban únicamente
una serie de posiciones costeras; en 1914 está totalmente repartido entre las potencias europeas y sólo
subsisten dos estados independientes: Liberia y Etiopía. Inglaterra extendía sus dominios sobre territorios
superiores a los 10 millones de km² y Francia ocupaba un tercio de África; el resto pertenecía a los dos
estados independientes y a las otras potencias coloniales citadas.
El reparto colonial de África no se consumó sin luchas y rivalidades internacionales, que dieron lugar a la
conclusión de numerosos tratados y la celebración de conferencias. La ambición francesa se cifró en dominar
todo el norte, desde el Atlántico al mar Rojo, y desde el Mediterráneo al golfo de Guinea. Inglaterra aspiraba a
formar una dependencia británica que se extendiera desde El Cabo hasta El Cairo. Los portugueses aspiraban
unir Mozambique con Angola y los italianos, que ambicionaban el dominio del África oriental, mantuvieron
sus afanes imperialistas hasta 1941.
Hubo dos hechos importantes durante el proceso de colonización del continente africano:
Conferencia de Berlín (1884−85).
Del 15 de noviembre de 1884 al 26 de febrero de 1885 se celebró en Berlín una conferencia convocada por
Francia y Alemania, donde representantes europeos y también de los EEUU se reunieron bajo la presidencia
de Bismarck (! Bismarck, que había rechazado hasta entonces todos los proyectos coloniales, juzgó que había
llegado el momento de intervenir para alejar a los franceses de Europa y enfrentarlos a los británicos). El
objeto era contrarrestar el acuerdo firmado por Portugal e Inglaterra el 26 de febrero de 1884 que proponía
que la Sociedad de Congo, cuyo principal accionista era el rey belga Leopoldo II, no tuviera ninguna salida al
Atlántico. La Conferencia significó el reconocimiento de la figura del rey belga, cuya soberanía sobre el
Estado Libre del Congo quedaba sancionada. Aparte de la creación del Estado del Congo, se elaboraron unas
normas clave para las futuras conquistas africanas. En lo sucesivo existiría plena libertad de navegación por
los grandes ríos y en concreto por el Congo y el Níger. También se decidió la obligación de comunicar la
posesión de un territorio a las demás potencias, y al mismo tiempo había que ocuparlo. Otro acuerdo fue el
reconocimiento del derecho a ocupar la zona interior correspondiente a una zona costera previamente tomada.
A partir del Congreso de Berlín, las potencias colonizadoras intentaron crear espacios continuos entre diversas
posesiones. La Conferencia de Berlín inauguró la era de las fronteras trazadas al azar en el mapa, a través de
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regiones desconocidas y con total desprecio por los intereses y deseos de sus habitantes; fronteras cuya
arbitrariedad fue tanto más escandalosa cuanto que los estados africanos, una vez alcanzada su independencia,
en una crisis de significativo conservadurismo, consideraron inamovibles.
Fashoda.
El incidente de Fashoda fue el preludio de la conquista del Sudán por los ingleses en 1898. Los franceses
−que buscaban extender sus posesiones del África occidental hasta el mar Rojo− avanzan hacia el Sudán
desde el oeste, mientras que los ingleses lo hacen desde el norte y el sur. Los ejércitos de ambos países se
encuentran en Fashoda. El ejército francés, que había llegado antes, se niega a retirarse ante la amenaza
inglesa (! en 1895, el gobierno inglés avisa a los franceses de que un avance hasta el Nilo será considerado
inamistoso). Así, el ejército británico dispuso sus fuerzas de forma que los franceses quedaran virtualmente
prisioneros. El gobierno británico se oponía a una colonia francesa que llegara desde el Atlántico al mar Rojo,
porque interfería con su propio proyecto colonial de un África inglesa extendida de N. a S. entre Alejandría y
El Cabo (incluso se proyectaba enlazar ambas ciudades mediante un gigantesco ferrocarril transafricano). La
retirada del ejército francés (por decisión del gobierno galo) permite el control del valle del Nilo
exclusivamente por los ingleses y las constitución de un imperio casi continuo, únicamente interrumpido por
el África oriental alemana.
En un espacio de tiempo históricamente insignificante, África ha sido repartida: los ingleses han conseguido
controlar las zonas más preciadas, el Valle del Nilo con su algodón y el sur del continente con su oro y
diamantes, dos zonas que tienen además el valor estratégico de apoyos en las dos rutas de la India; Francia ha
constituido un imperio sólido en la zona occidental; los belgas han podido reservarse una colonia de inmensas
riquezas; los portugueses han establecido dos colonias en la costa atlántica e índica, Angola y Mozambique,
pero no han podido unirlas por rutas terrestres porque los ingleses los frenan en Rhodesia (es un conflicto
similar al de Fashoda, el cruce de un imperio que intenta extenderse de oeste a este con otro que lo hace de
norte a sur).
CONSECUENCIAS DE LA COLONIZACIÓN
Para las colonias:
Desde el punto de vista económico pueden señalarse adelantos importantes en los territorios ocupados,
debidos sobre todo a la infraestructura creada por las metrópolis en ellos en las denominadas redes de
comunicación (navegación y líneas férreas sobre todo), no en cuanto a la creación de una economía colonial,
prácticamente inexistente, ya que las metrópolis ven a las colonias como fuentes de materias primas y
mercado para sus productos industriales, y prohíben y obstaculizan la industrialización de sus economías.
Desde el punto de vista social y político, la metrópoli destruye las estructuras tradicionales indígenas −por lo
general tribales− y tampoco considera que las colonias estén preparadas para autogobernarse, por lo que
mantendrán la tiranía política. Las fronteras acordadas por los europeos no guardan ninguna relación con el
mapa étnico y viejas civilizaciones ven parcelado su solar por la confluencia de los dominios europeos, y las
viejas lenguas se enfrentan al desafío lingüístico −a veces plural− de los vencedores.
Desde el punto de vista cultural, se impone la cultura de la metrópoli frente a la cultura indígena, perturbando
sus creencias y tradiciones. Sólo las diversas Iglesias llevarán a cabo planes de culturalización −aunque no
sistemáticos− para erradicar el analfabetismo.
En el orden demográfico se consiguen las primeras victorias contra las enfermedades tropicales, se instalan
hospitales y se aplican terapéuticas europeas; pero, al mismo tiempo, el progreso de las comunicaciones
permite una difusión más rápida de las epidemias, y el contacto con los europeos provocó en algunas
sociedades una disminución de la población. En general, el descenso de la mortalidad, con mantenimiento de
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una natalidad muy alta, permitió el incremento de la población.
Para las potencias europeas:
En el orden demográfico, aliviaron la tensión demográfica de los países europeos (para resolver excedentes de
mano de obra en caso de crisis económica, para brindar asilo a las víctimas de las crisis políticas...)
En el orden económico, obtención de materias primas baratas, consolidación del capitalismo financiero...
TEMA 29. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Desde 1870 Europa vive una época de paz no exenta de tensiones; es el período conocido como paz armada.
Bismarck intentó consolidar el II Reich, y para tener manos libres en su política interior se preocupó, sobre
todo, por aislar a la doblegada III República francesa. Con tal fin, preparó una serie de alianzas: Entente de los
Tres Emperadores (Rusia, Austria, Alemania); Dúplice Entente germano−austríaca (1878), convertida más
tarde en Triple Alianza (Alemania, Austria, Italia). Gran Bretaña se alarmó, Francia se acercó a Rusia y así
nació la Triple Entente (Francia, Rusia, Gran Bretaña), 1904−1907. Las crisis marroquíes de 1905 y 1911 y,
sobre todo, la crisis de los Balcanes (1912−13), provocaron el enfrentamiento de intereses entre las grandes
potencias: Francia y Alemania en Marruecos, Rusia y Austria en los Balcanes. La pólvora estaba almacenada,
sólo bastaba aplicarle la mecha para que el sistema de alianzas europeas saltara por los aires.
# Las grandes crisis prebélicas (1905−1914).
A principios del s. XX, la tensión internacional crecía imparable. Desde 1905 se sucedieron una serie de crisis
que enrarecieron el panorama internacional y prepararon la guerra. Estas crisis fueron de dos tipos: coloniales
entre Alemania y Francia por el tema de Marruecos, y balcánicas de carácter nacionalista entre
Austria−Hungría y Rusia por su influencia en la zona. Hubo otros focos de fricción de tipo financiero y
estratégico (Persia, Turquía y Etiopía), pero no presentaban en ningún momento peligro de conflicto bélico.
• 1ª crisis marroquí (1904−1906).− Marruecos estaba ocupada en 1904 por los franceses (y una pequeña
parte por España). Fue en 1905 cuando el emperador alemán, con el fin de presionar a Francia,
proclama en Tánger la defensa de la independencia de Marruecos y la libre concurrencia económica
en la zona de todas las naciones; sólo admitiría las pretensiones francesas si Francia y Rusia
aceptaban una alianza con Alemania. Para resolver la crisis, en 1906 se celebraba en Algeciras una
conferencia internacional, en la que −respetando la independencia de Marruecos− se daba a Francia y
España el control de sus puertos. La conferencia afianzó la presencia francesa en Marruecos y
robusteció la Entente cordial entre Francia e Inglaterra (que ve la política exterior agresiva de
Alemania).
• 1ª crisis balcánica.− Desde 1903 ocupaba el trono de Serbia el rusófilo Pedro I, por lo que se acaba el
período de amistad entre Austria y Serbia. El gobierno de Pedro I quería unir a todos los eslavos del
sur frente a Austria−Hungría e inicia una política hostil hacia Austria, cerrándole la salida de los
productos austríacos hacia el sudeste. El problema se agrava cuando Rusia mira interesada la zona de
los Balcanes (proyecto de ferrocarril transversal que incrementaría la circulación de mercancías rusas
e italianas, entre el mar Negro y el Adriático). Así las cosas, en 1908 los austríacos invaden y ocupan
Bosnia y Herzegovina, que son incorporadas como provincias al imperio. Ello elevó la tensión
austro−rusa a límites insostenibles. Se llega al borde de la guerra, pero Francia no apoya a Rusia y
Alemania presiona para impedir el conflicto. A simple vista fue un éxito para Austria, pero atizó más
el nacionalismo yugoslavo y empujó a Rusia a estrechar más sus lazos con la Entente.
• 2ª crisis marroquí.− Fue desencadenada por la ocupación de Fez y Meknés en 1911 por tropas
francesas. Considerando que ello violaba el Tratado de Algeciras (1906), Alemania envió a Agadir un
pequeño contingente militar; pretendía obtener compensaciones coloniales de París por dejar
Marruecos, y romper la Triple Entente. Francia, apoyada por Inglaterra, se resiste. Finalmente, tras
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largas y difíciles negociaciones, se firmó un acuerdo por el que Berlín aceptaba el protectorado
francés en Marruecos a cambio de parte del Congo francés. El acuerdo exacerbó el nacionalismo en
Francia, donde se reprocha la firma de tratados bajo amenaza, y en Alemania, donde se estima que la
compensación ha sido insuficiente. La crisis robusteció la Triple Entente, preocupados Rusia e
Inglaterra por la acción de Alemania.
• 2ª crisis balcánica.− Turquía había aceptado en 1908 la renuncia a Bosnia−Herzegovina a cambio de
una compensación monetaria. Ello era síntoma de la debilidad que afectaba al imperio otomano. Ante
ello, en 1912 los Estados balcánicos (Serbia, Bulgaria, Grecia y Montenegro) declaraban la guerra a
Turquía para expulsarla de sus últimas posesiones europeas (Macedonia) = Primera guerra balcánica.
Apoyados por Rusia alcanzaron una rápida victoria, pero el reparto de los territorios entregados por
Turquía enfrentó a los vencedores. En 1913 estalla la guerra entre los vencedores = Segunda guerra
balcánica. En el choque entre serbios y búlgaros, los griegos apoyan a aquéllos y los turcos
reemprenden el combate. Finalmente firmaron el Tratado de Bucarest, siendo Bulgaria la gran
perdedora. Turquía mantiene en Europa sólo 26.000 km². Serbia es la gran vencedora: se ha
engrandecido y supone un obstáculo para las comunicaciones austríacas. El enfrentamiento entre las
dos naciones parece inevitable.
La situación era más peligrosa que nunca, y las coaliciones se reforzaron, excluyéndose toda posibilidad de
compromiso: Austria estaba decidida a impedir cualquier nuevo brote de nacionalismo eslavo que hiciera
peligrar su precario equilibrio interno; Berlín la apoyaba y se exasperaba ante el cerco al que se creía sometida
por la Entente, y por la presión que suponía para ella la competencia naval británica; rusos y eslavos se sentían
amenazados por el pangermanismo de Viena; Francia seguía apoyando a Rusia, y Gran Bretaña se negaba a
frenar el ritmo de sus construcciones navales.
A comienzos de 1914 la paz parece precaria.
# Causas profundas de la guerra.
Los motivos de rivalidad entre las grandes potencias son de índole territorial, económica y psicológica.
• Rivalidades territoriales.−
Localizadas, sobre todo, en dos zonas: Alsacia−Lorena (! el nacionalismo francés no deja de reivindicar los
territorios; los alemanes adoptan medidas de germanización que provocan incidentes con la población) y los
Balcanes (! Austria−Hungria comprendía que su sistema plurinacional sólo era posible si ahogaba los
nacionalismos eslavos. Por tanto, había que eliminar a Serbia, pero ésta estaba apoyada por Rusia, que se
oponía al pangermanismo austríaco. Ambas potencias ambicionaban el poder territorial en la región
balcánica).
En Polonia se mantienen las reivindicaciones nacionalistas, en un territorio dividido bajo administración
alemana, rusa y austríaca (! otro punto de conflicto entre rusos y austríacos).
Otra zona conflictiva era la de los Estrechos (! para Turquía el peligro era Rusia, donde el movimiento
paneslavista había expresado claramente sus pretensiones. Alemania envió a sus oficiales para adiestrar al
ejército turco, inundó Turquía con sus productos, y el antes poderosísimo imperio llegó a parecer un
protectorado alemán).
• Rivalidades económicas.−
Principalmente las anglo−alemanas contribuyeron a aumentar las tensiones internacionales, pues el poder
económico alemán amenazaba seriamente a la primacía inglesa. (! A mediados del s. XIX, la potencia de Gran
Bretaña era igual a la de todos los demás países juntos. No obstante, durante la segunda mitad de la centuria,
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la distancia que la separaba de las demás naciones industriales fue disminuyendo paulatinamente, y se
formaron otras naciones industriales, que lograron crecer, prosperar y escapar al dominio británico. Entre
1880 y 1914, Alemania dio el salto económico más prodigioso de la historia. Siguiendo el ejemplo de ingleses
y franceses, adoptó la idea de la expansión a ultramar, ya fuera para abastecerse de materias primas o bien
para ampliar sus mercados. Pero el mundo entero, o casi, estaba ya conquistado o repartido. Con su enorme
potencia económica (el rápido desarrollo de la industria alemana fue gracias a la concentración y a la
coordinación entre la ciencia y la industria) concentrada en un territorio relativamente pequeño y su campo de
extensión estrechamente limitado por las posiciones adquiridas por sus rivales, Alemania no podía satisfacer
su necesidad de crecimiento, mientras que su economía era perfectamente competitiva. Gran Bretaña era el
país que se sentía más amenazado por esta voluntad de desafío, sobre todo a partir de 1900 cuando, bajo la
influencia de los pangermanistas, se produjo un gran aumento del poderío naval alemán. Ello suscitó vivos
recelos entre los británicos, que decidieron abandonar definitivamente su política de aislamiento, estrechando
las relaciones que habían contraído con Francia y Rusia (la Triple Entente) implicándose militarmente de
forma plena cuando apareció con toda evidencia que Alemania amenazaba efectivamente su hegemonía).
Otro conflicto paralelo y de la misma naturaleza fue el que enfrentaba a Alemania y Francia, animadas por
una hostilidad secular. A las rivalidades territoriales (Alsacia y Lorena) se sumaba el de la expansión colonial,
la exportación de productos y la conquista de los mercados financieros. Hacia principios de siglo, el desarrollo
económico de Francia había recobrado cierto vigor, pero comparado con el de su rival daba signos de fatiga,
lo mismo que la curva demográfica, y París veía con inquietud cómo crecía la sombra de su enemigo
hereditario.
Del mismo modo, Rusia, el otro enemigo secular de Alemania, se sentía amenazada a la vez por el tradicional
`Dang nach Osten' (expansión hacia el este) y por la rápida difusión de los productos alemanes
manufacturados, que dificultaban el desarrollo de la industria rusa.
• Rivalidades psicológicas.−
En los años que precedieron a la Gran Guerra, los ciudadanos de los distintos países fueron sometidos a una
especial educación que les predisponía al enfrentamiento: los niños en las escuelas y los adultos a través de la
prensa recibieron un verdadero bombardeo de contenido ultranacionalista (los textos escolares y la prensa
franceses presentaban a Francia desgarrada por los bárbaros alemanes, que en 1870 habían robado Alsacia y
Lorena; en Alemania, la opinión pública consideraba que los franceses −envidiosos, rapaces y frívolos−
acechaban continuamente, mientras los embrutecidos eslavos de Rusia constituían por el otro lado una
permanente amenaza; en Austria se temía, desconfiaba y odiaba a los rusos, y éstos juzgaban con severidad a
los alemanes).
También existía un ambiente militarista a nivel popular. Los militares tenían un inmenso poder: se les suponía
el valor, el patriotismo y la honorabilidad (sólo en Francia, con el caso Dreyfus, los militares habían sufrido
una merma de su prestigio, pero en 1910 lo habían recuperado). Los frecuentes desfiles y las galas de los
uniformes fascinaban a las masas.
Hay que comentar que, aparte de las causas anteriores, hubo razones sociales: los movimientos obreros (! la
presión de la clases trabajadora hizo que los distintos gobiernos consideraran que una guerra desviaría a los
socialistas de sus objetivos revolucionarios y liberaría parte de la tensión social. De hecho, la II Internacional
socialista se dejó arrastrar por la vorágine bélica y nacionalista, olvidando los viejos principios obreros del
internacionalismo proletario).
# El asesinato de Sarajevo (28 de junio de 1914)
La chispa que hizo estallar el conflicto saltó el 28 de junio de 1914 cuando el heredero del trono austríaco,
Francisco Fernando, junto con su esposa, fueron asesinados en Sarajevo por un miembro de la organización
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serbia `Mano Negra'. Sin embargo, la guerra no estalló hasta el 3 de agosto. Durante el mes de julio, los
diplomáticos y ministros europeos se movieron pero fueron incapaces de evitar la guerra: las recomendaciones
de Alemania a su aliado Austria no eran más que para evadir responsabilidades; Inglaterra no manifestó
claramente que participaría en el conflicto hasta que vio a Bélgica amenazada; Francia tuvo empeño en
mantenerse correcta sin agitarse; Rusia, segura de la alianza francesa, nada temía y movilizaba sus tropas...
Pero, sobre todo, donde había un empeño decidido en no transigir, a menos en asestar el golpe definitivo a
Serbia, era en Viena.
El 23 de julio, Austria presentó un durísimo ultimátum a Serbia, a la que responsabilizaba del atentado (!
Austria demandaba a Serbia que en 48 horas hiciese público el reconocimiento de su participación en el
atentado, pusiese fin a toda propaganda paneslava y antiaustríaca, permitiese la participación de la policía
austríaca en la investigación del atentado dentro de la propia Serbia y prohibiese organizaciones nacionalistas
como la `Mano Negra' que, legales en Serbia, operaban en la clandestinidad en Bosnia−Herzegovina
−anexionada a Austria en 1908−). Serbia, que se sabía más débil que Austria, trató de mantener una actitud
conciliadora pese a su respuesta negativa. Ante ella, Austria le declaraba la guerra el 28 de julio.
En ese momento se pusieron en marcha los compromisos previstos por las alianzas, desembocando en una
guerra generalizada: Rusia apoyó a Serbia por razones políticas, religiosas y de prestigio, y decretó la
movilización general el 30 de julio. Al día siguiente, Alemania pidió a Rusia que detuviese la movilización.
Ante la negativa rusa a su petición, Alemania declara la guerra a Rusia el 1 de agosto. Francia respondió
ordenando a su vez horas después la movilización de tropas. El 3 de agosto Alemania declaró la guerra a
Francia; y finalmente, el 4 de agosto, después de que Alemania iniciase la invasión de Bélgica para entrar en
Francia, Gran Bretaña, como garante de la neutralidad de Bélgica acordada en 1839, declaró la guerra a
Alemania. El ciclo se cerró cuando Austria declaró formalmente la guerra a Rusia y cuando Gran Bretaña y
Francia lo hicieron con Austria.
Así adquiría la guerra dimensiones jamás imaginadas: a la Triple Entente se unieron Japón, Italia, Portugal,
Rumania, EE.UU. y Grecia que, a cambio, perdieron Rusia tras el triunfo de la revolución bolchevique en
octubre de 1917; mientras que Turquía y Bulgaria apoyaban a la Triple Alianza. Sólo España, Suiza, Holanda,
los países escandinavos y Albania permanecieron, por lo que se refiere a Europa, neutrales.
La razón de la generalización del conflicto estuvo en el funcionamiento automático de movilizaciones y
mecanismos de alianzas establecidos por las potencias a lo largo de los años. En buena medida, la guerra se
precipitó por un inmenso error en los cálculos alemanes y austríacos. Creyeron que podrían mantener la
ficción de una guerra localizada en los Balcanes. Por lo menos, Austria erró totalmente al creer que Rusia no
apoyaría a Serbia y pensar que el respaldo de Alemania disuadiría a otros países de intervenir. Alemania se
equivocó al apoyar a Austria contra Serbia creyendo que ni Francia ni Gran Bretaña entrarían en guerra por un
conflicto en los Balcanes y que Rusia carecía de la preparación adecuada. También Rusia erró al pensar que la
movilización de sus tropas en apoyo de Serbia no provocaría respuesta de Alemania.
# Responsabilidades
Las mayores `responsabilidades inmediatas' de la guerra recayeron sobre Austria (que no quiso atender
ninguna recomendación para negociar con Rusia el problema serbio, ni siquiera de los alemanes) y sobre
Rusia (que ordenó la movilización general cuando otros países, como Gran Bretaña, propiciaban la reunión de
una conferencia internacional para tratar la cuestión, cuando la propia Alemania estaba tratando de detener a
Austria y a pesar de que Francia le pidió que adoptara posiciones conciliadoras).
Sin embargo, Alemania fue la principal responsable de buena parte de la tensión internacional generada en los
años 1900−1914 (! al fin y al cabo, el art. 231 del Tratado de Versalles le declaró culpable de la guerra). Su
`Weltpolitik' (1899) respondía a una aspiración indisimulada a la hegemonía mundial. La construcción de la
escuadra lanzó la carrera de armamentos y generó una fuerte rivalidad con Gran Bretaña por la superioridad
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naval. Los planes militares de Schlieffen (destruir al ejército francés en un ataque rápido) y de Moltke (atacar
Francia atravesando Bélgica) suponían el riesgo calculado de guerra con Francia (y probablemente con Gran
Bretaña), por más que se tratara de planes de naturaleza defensiva y como medida preventiva que impidiera,
precisamente, conflagraciones de gran alcance. Más todavía, la diplomacia alemana provocó las graves crisis
marroquíes de 1905 y 1911, que reavivaron la tensión franco−alemana y estimularon el revanchismo francés.
Finalmente, Alemania alentó en 1908 a Austria−Hungría para que procediese a la anexión de
Bosnia−Herzegovina que tuvo, como se ha visto, numerosísimas y peligrosas derivaciones (! la anexión vino a
ser una provocación al reino de Serbia, que reivindicaba el territorio como parte de la Serbia étnica e
histórica). Alemania, en suma, rompió el equilibrio internacional (el equilibrio de poder entre las grandes
potencias basado en distintos bloques de alianzas ideado por Bismarck) y provocó una siempre peligrosa
bipolarización entre las potencias (Alemania y Austria−Hungría de una parte; Gran Bretaña, Francia y Rusia
de otra).
# Repercusiones de la guerra
La I Guerra Mundial dejó un balance de 10 millones de muertos y cerca de 30 millones de heridos. La
catástrofe demográfica que ello supuso −agravada por la epidemia de gripe que asoló Europa en 1919−
difícilmente podría ser exagerada. Todas las pirámides demográficas de los países que intervinieron en la
contienda registraron acentuados estrangulamientos en la zona de edad de los 20 a los 40 años (Francia, por
ejemplo, perdió el 50 % de los varones de 20−23 años). El descenso de la natalidad y el envejecimiento de la
población fueron evidentes en toda Europa desde 1920. Viudas, huérfanos y mutilados de guerra se contaron
por millones.
Las destrucciones materiales no fueron menos intensas. Francia fue el país más afectado (5.000 km. de vías
férreas destruidas, unos 30.000 edificios derrumbados, las minas del norte anegadas), afectando a un 30 % de
su riqueza nacional. Para Alemania supuso el 22 %, para Inglaterra el 32 %, para Italia el 26 %, para los
EE.UU. el 9 %. La guerra supuso una debilitación del continente europeo en el concierto mundial. El coste de
la guerra hizo que las potencias europeas contrajeran una deuda de 10.000 millones de dólares con los EE.UU.
en 1919.
Las transformaciones sociales son intensas. La incorporación de la mujer a una serie de trabajos, hasta
entonces monopolio masculino, se acelera; el éxodo rural hacia las ciudades es más rápido; al lado de millones
de familias empobrecidas han aparecido nuevos ricos, fabricantes de armas o especuladores que han amasado
fortunas.
# Los tratados de paz.
En noviembre de 1918, Alemania, hambrienta, agotados los recursos, desconcertada y, sobre todo,
indisciplinada (! Al comienzo de las hostilidades, el ardor patriótico había arrastrado a los pacifistas y, con
ello, a la Internacional; los militantes revolucionarios habían corrido a luchar contra el enemigo, como todo el
mundo. Hubo, desde luego, algunos casos aislados (sindicalistas, anarquistas, marxistas) que trataron de
luchar contra corriente. Pero su acción encontró un eco sumamente débil, incluso en Alemania, donde el
grupo de la Liga Espartaquista (formado en 1916 por Rosa Luxemburgo) tenía al menos un miembro en el
Reichstag. En 1918, ante la verdadera situación militar de Alemania, se produjeron en el país manifestaciones
a favor de la paz, estallaron motines en Kiel, los marinos formaron soviets con los obreros y la ola
revolucionaria se extendió por toda Alemania que obligó al káiser Guillermo II a abdicar), pidió un armisticio
que fue una verdadera rendición.
En una serie de tratados (Versalles, Saint Germain, Neuilly, Trianon y Sèvres) se dirimen los problemas
legados por la guerra; en el más importante de todos ellos, Versalles, se afronta el problema alemán y los
temas básicos de la reconstrucción de Europa.
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• Tratado de Versalles (28−06−1919)
Las condiciones de la paz definitiva se discutieron en el Salón de los Espejos de Versalles (el mismo escenario
de la proclamación de Guillermo I como emperador de Alemania en 1871) en enero de 1919. A finales de
junio, Alemania firmó las condiciones que le impusieron los aliados, sin que éstos le hubieran permitido
participar en los debates ni, mucho menos, introducir modificaciones en el texto final (! Fue algo que no tenía
precedentes en las relaciones internacionales: fue un juicio que condenó a los vencidos sin concederles el
derecho de defensa. Al llegar el día de la firma, los plenipotenciarios alemanes se encontraron con un
documento que no podían hacer más que firmar. Fue una verdadera sentencia −los alemanes todavía llaman al
Tratado de Versalles, que jurídicamente acabó la guerra, un `Diktat', es decir, una condena−).
El punto de partida de los tratados de paz fueron los 14 puntos que el presidente norteamericano Wilson había
hecho públicos en enero de 1918, cuyos objetivos prioritarios eran la democratización de la diplomacia (punto
primero) y la creación de una asociación de naciones destinada a velar por la seguridad del sistema
internacional (punto catorce). Los otros puntos del programa eran sobre la libertad de los mares, el desarme,
reajustes territoriales la cuestión colonial.
Sin embargo, habida cuenta de los conflictos de intereses entre las principales potencias (Francia estuvo
interesada ante todo en su seguridad y en la imposición de sanciones y reparaciones de guerra a Alemania,
hecho que no contemplaba el plan norteamericano; Italia luchó para que se le concediera lo que le había sido
prometido en 1915 a cambio de su entrada en la guerra; Gran Bretaña, muy poco interesada en la Sociedad de
Naciones, quiso ante todo defender sus intereses coloniales, mejorar la parte que le correspondiese de las
reparaciones alemanas y asegurarse su antigua supremacía naval), Wilson acabó haciendo numerosas
concesiones a cambio de asegurarse la aceptación de la Sociedad de Naciones.
El Tratado se encabezaba con el pacto de la Sociedad de Naciones, garante de la seguridad de sus miembros.
Sin embargo, ni Alemania ni la Unión Soviética (maniatada ésta última por la revolución bolchevique)
integraban la nómina de los miembros de la organización, y EE.UU. terminaría por abandonar la Sociedad. El
organismo debía garantizar la cooperación entre las naciones integrantes y la resolución mediante el arbitraje
y la diplomacia abierta de conflictos y disputas internacionales. La Sociedad de Naciones se completó,
además, con la Organización Internacional del Trabajo, para extender la legislación laboral, y con el Tribunal
Internacional de Justicia, con sede en La Haya. Sin embargo, las divergencias entre los países miembros, la
aparición de Estados fascistas militaristas y la propia impotencia de la Sociedad de Naciones para solventar
pacíficamente los conflictos internacionales, condujeron a una crisis general de la organización y a su
ineficacia práctica (quizá por la falta de poder coercitivo sobre sus miembros para la aplicación de sanciones
que sólo tenían carácter de condena moral).
A continuación, el Tratado se ocupaba de la cuestión alemana. Territorialmente, Alemania devolvía Alsacia y
Lorena a Francia; cede a Polonia parte de la Prusia oriental (donde se abre un `pasillo' para permitir el acceso
de Polonia al mar) y acepta para Memel y Dantzig el estatuto de ciudades libres; el Tratado obliga a Alemania
a entregar todas sus colonias. Al considerarla responsable total del conflicto (art. 231), las reparaciones de
guerra que tuvo que aceptar ascendieron a la utópica cifra de 132.000 millones de marcos oro (! lo cierto era
que Alemania no podía pagar aquella exorbitante suma), amén de obligarla a entregar también su flota
mercante y de guerra (los marineros hundieron ésta última antes de hacerlo), el material ferroviario que le
quedaba y las propiedades de los ciudadanos alemanes en el extranjero. Como `anticipo a cuenta', Francia
ocupó el Sarre, territorio rico en minas e industrias, por un plazo de quince años. Las cláusulas militares dejan
a Alemania prácticamente indefensa: el ejército alemán quedó reducido a 100.000 hombres.
Francia había conseguido reparar la humillación infligida en 1871 imponiendo el desquite más completo: se
había rectificado la historia. La dureza de las cláusulas impuestas a Alemania (que no había sido derrotada en
el campo de batalla) hizo que muchas fueran imposible de cumplir. Esta imposibilidad justificó los intentos de
Hitler por romper los acuerdos del Tratado e intentar recuperar la dignidad perdida, esta vez por los alemanes
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(! Cuando Keynes comprobó con asombro que las compensaciones de guerra que Alemania debía pagar a los
aliados eran astronómicas y, por tanto, inaceptables, no pudo por menos de manifestar que aquel documento,
más que una capitulación, parecía el acta de declaración de una nueva guerra mundial. Y no iba muy
desencaminado).
• Los Tratados de Saint Germain (con Austria) y Trianon (con Hungría) dividieron el imperio
austro−húngaro. Austria quedó reducida a un pequeño país de 6 millones de habitantes. Hungría
perdió dos terceras partes de su territorio (el nuevo estado tenía una población de 8 millones).
• El Tratado de Sèvres (con Turquía) estableció la desmilitarización de los Estrechos; la cesión de la
Tracia oriental y Esmirna a Grecia; que los territorios no turcos del Imperio (Armenia, Kurdistan,
Siria, Líbano, Palestina, Irak y Transjordania) se constituyeran en estados independientes o
autónomos. La dureza de los términos provocó la reacción del nacionalismo turco y la guerra contra
Grecia. Los aliados aceptaron revisar el Tratado de Sèvres (! Tratado de Lausanne, 1923).
• El Tratado de Neuilly (con Bulgaria) impuso la reducción de sus fronteras occidentales para fortalecer
la posición estratégica de Yugoslavia (nuevo estado), la cesión de la Tracia occidental a Grecia (lo
que le privaba de acceso al mar Egeo), una indemnización y la reducción de su ejército.
# El nuevo mapa de Europa después de la guerra.
En el Tratado de Versalles también se trazaron las fronteras de la nueva Europa. Muchos de los Estados
europeos, sobre todo si formaban parte de los vencedores, vieron como sus fronteras se extendían de alguna
manera y como, además, otros países comprendidos en el seno de algún viejo imperio alcanzaban la
independencia. Asimismo, hubo países que aparecieron con autonomía en el concierto mundial, aunque
momentáneamente quedaran sujetos a la tutela colonial de alguno de los vencedores.
Los Estados que aparecieron fueron, en Europa, los de Polonia, Yugoslavia, Checoslovaquia y Hungría, todos
ellos con antiguos territorios pertenecientes a Alemania, Rusia o el Imperio austro−húngaro. Polonia, aunque
era un país con clara identidad nacional desde hacía muchos siglos, estaba bajo la tutela de la Rusia zarista,
con importantes territorios en poder de Alemania y Austria; después de Versalles recobró su identidad
nacional, lo que al parecer fue conveniente para las potencias occidentales, que querían un Estado entre la
Rusia comunista y Alemania. Checoslovaquia se independizó del Imperio austríaco, y Yugoslavia formó un
Estado con una parte de territorio austríaco más los antiguos reinos de Serbia y Montenegro. También
aparecieron otros Estados pertenecientes antes a la Rusia imperial: Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania.
Aumentaron su territorio y extendieron sus fronteras Francia (con Alsacia y Lorena), Italia (el Tirol del sur),
Rumania (la Transilvania austríaca) y Grecia (la costa del Egeo).
El imperio otomano quedó reducido a la península de Anatolia. En su antigua posesión, la península arábiga,
aparecieron varios estados que, de momento, quedaron bajo dominio inglés o francés (los ya citados de Siria,
Irak, Transjordania y Palestina) más dos estados árabes independientes: Hedjaz y Yemen.
TEMA 30. LA ESPAÑA DE LA RESTAURACIÓN (1875−1923)
• Reinado de Alfonso XII (1875−1885)
A finales de 1874, la Restauración alfonsina era inminente. El manifiesto de Sandhurst (colegio militar inglés
donde Alfonso era estudiante) fue una hábil propaganda a favor de la restauración borbónica inspirada por
Canovas del Castillo, el verdadero articulador del sistema de la Restauración. El ambiente alfonsino se hacía
cada vez más intenso en toda España, no sólo entre la aristocracia y el ejército, sino también en el pueblo.
Canovas estimaba que la Restauración debería hacerse por la abrumadora mayoría obtenida en unas Cortes
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Constituyentes, pero el general Serrano (que había asumido el poder después de la I República) nunca hubiese
convocado estas Cortes.
Fue el pronunciamiento del general Martínez Campos (el 29 de diciembre de 1874), que proclamó rey de
España a Alfonso XII, el que acabó con el Sexenio Revolucionario y restauró la monarquía.
Se aprobó la constitución de un ministerio−regencia hasta la llegada del monarca el 14 de enero de 1875.
Con Alfonso XII se inicia uno de esos períodos de paz precaria durante los cuales España se recupera un poco,
aprovechando también la coyuntura de estabilidad general que conoce Europa en el último tercio del s. XIX.
La paz promueve un tímido renacimiento industrial, singularmente en Cataluña y en el País Vasco.
Pero, sobre todo, la monarquía restaurada crea un ancho campo de convivencia entre los españoles de diversa
ideología. Así, la responsabilidad en la dirección de la política española corresponde a tres personajes:
Alfonso XII, Canovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta. Estos dos últimos como responsables de sus
respectivos partidos políticos que sabrán articularlos obviando los enfrentamientos causantes del fracaso del
Sexenio Revolucionario.
Con Alfonso XII concluyó la guerra carlista en 1876 y la paz interior que reinó en la península permitió un
avance considerable en el proceso de su incorporación al ritmo europeo. Conforme a las corrientes
predominantes entonces en el continente europeo, Canovas del Castillo (espíritu y alma de la Restauración)
concibe el nuevo régimen español a la manera británica: como monarquía parlamentaria bicameral y
bipartidista (! lo hace como manera de romper con el sistema de hecho unipartidista que −en beneficio del
Partido Moderado− imperaba bajo el reinado de Isabel II). Las reglas del juego establecidas por Canovas
quedan expresadas en la Constitución de 1876 (la Constitución de Notables) que parte de una declaración de
derechos del hombre plenamente democrática pero en la que no hay una estricta separación de poderes, sino
que el ejecutivo reside en el rey y, en cambio, el legislativo lo comparte el propio monarca y las Cortes [! El
Senado era elegido por un sistema mixto electivo (senadores designados por las corporaciones del Estado y
entre los mayores terratenientes) o vitalicio (designados por el rey). Los diputados eran elegidos, en principio,
por sufragio censitario, y en 1890 por sufragio universal]. La cuestión religiosa fue clave de opiniones
enfrentadas ya que declara la religión católica como oficial del Estado pero permitiendo la libertad de cultos,
siendo éste último punto el que promovió las más violentas polémicas.
Siempre con el modelo inglés por delante, Canovas constituye y encabeza el Partido Conservador, con
antiguos moderados y hombres de la Unión Liberal sobre todo. Y, a fin de hacer realidad el bipartidismo, él
mismo suscita indirectamente la formación de una oposición que se concentra en el Partido Liberal, creado en
torno a Práxedes Mateo Sagasta.
Tras un período de monopolio conservador del poder (1875−1881), en este último año acceden al gobierno los
liberales (por primera vez en la historia de España sin necesidad de recurrir por ello a la fuerza). En 1881 se
inaugura con ello el turnismo característico de la Restauración: el `turno pacífico' entre los dos partidos que
dominan la vida pública (! Ese turno no responde a una división real de los españoles, sino a un acuerdo entre
la minoría dirigente, que mantiene la ficción de democracia por medio del amaño de las elecciones en favor
del Gobierno −liberal o conservador− que en cada caso detenta el poder. Así, al revés que en el Reino Unido,
el Gabinete no se forma a tenor de los resultados del sufragio, sino que cuando un gobierno se desgasta, es el
rey el que llama a otros al poder, aconsejado por los políticos más relevantes. Y es el nuevo Gabinete,
constituido de este modo, el que convoca y hace las elecciones, amañándolas, fabricando los diputados
necesarios para obtener la mayoría parlamentaria y así poder gobernar. El analfabetismo y la inservibilidad
política de los españoles serían las razones aducidas para tal práctica).
Para el ejercicio de este sistema, cada uno de los partidos se apoya en personajes y personajillos locales, de
diversas categorías (provinciales, de partido, de aldea), que, por su posición económica, su prestigio social o
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sus facultades para manejar a sus convecinos, pueden asegurar triunfos locales que permitan la victoria
general. Son los caciques, cuyo `trabajo' era remunerado con prebendas y destinos para ellos, sus familiares y
clientes y, sobre todo, con la codiciadísima supremacía política en su distrito.
Así, las dos piezas fundamentales donde se apoya el sistema serán, por un lado, los dirigentes políticos que en
Madrid ocupan Ministerios, Senado y Congreso, pertenecientes por lo general a la oligarquía terrateniente y
nobiliaria, y, por otro, en los caciques pertenecientes a la oligarquía local.
• Regencia de María Cristina (1885−1902)
El turno pacífico supera felizmente la muerte de Alfonso XII en 1885: situación particularmente delicada por
la continua amenaza del levantamiento de carlistas y republicanos, ahora favorecida por el hecho de quedar en
el poder una mujer, María Cristina de Habsburgo−Lorena, segunda esposa del rey, extranjera (apenas
conocedora de España y apenas conocida de los españoles), y con descendencia sólo femenina aunque en
estado de embarazo. Sin embargo, el acuerdo de Canovas y Sagasta para mantener el sistema (el Pacto del
Pardo) y el nacimiento de Alfonso XIII, hijo póstumo del monarca fallecido, en 1886, permiten superar la
situación.
Durante la Regencia, el Partido Conservador se amplía por la derecha con la adhesión de los hombres de
Alejandro Pidal, personaje de familia política destacada, que por medio de una asociación de fieles −la Unión
Católica− consigue la atracción de elementos carlistas hacia la monarquía alfonsina. Como contrapartida, el
sector más moderado del republicanismo (los posibilistas, que acaudilla Castelar) prestan su apoyo al Partido
Liberal a fin de que pueda realizar mejor su programa de liberalización total de la monarquía.
Cataluña (asentada en la industria textil), País Vasco (en la siderurgia) y Asturias (en la minería) han
alcanzado un alto desarrollo industrial con un espectro social dinámico en el que se definen burguesía y
proletariado. El crecimiento del proletariado facilitó la difusión del socialismo. Así, el activismo obrero
adquiere una paulatina definición cuyos hitos principales son: 1º) la formación del Partido Socialista Obrero
Español (1879) fundado por Pablo Iglesias, y la constitución de una central sindical obrera, la UGT en 1889;
2º) la obtención de la Ley de Asociaciones (1887) autorizando los sindicatos obreros; 3º) la ley del sufragio
universal masculino (1890) que permitía a los movimientos obreristas actuar con sentido electoral.
Otro sistema político, el anarquismo, tuvo a fines del s. XIX, brotes peligrosos en España. A lo largo del
período surgieron brotes de anarquismo andaluz, como medio de protestar contra un régimen social
intolerable (motivado por las crisis agrícolas y ante el reparto de la propiedad de la tierra). Con mayor
violencia y con preparación más inteligente estalló el anarquismo en Barcelona, que hacía mella tanto en
figuras políticas −como Martínez Campos o Canovas−, como en la explosión de bombas. La situación
miserable e insostenible del proletariado español daba lugar a una violenta expresión obrera contra el dominio
oligárquico.
La relativa estabilidad de los partidos turnantes se vio interrumpida por las guerras de Ultramar. Durante este
período estalla la guerra de independencia de Cuba, en 1895, apoyada por Estados Unidos. Parecía que el
problema colonial había terminado con la Paz de Zanjón (1878) y la conversión de Cuba en provincia
española. Pero en 1895 se produce la sublevación de los manigüeros y cubanos conocida como Grito de Baire;
el Partido Revolucionario Cubano, dirigido por José Martí, que emprende una guerra secesionista, y el afán
imperialista norteamericano chocarán con la intervención del General Weyler sobrevalorando las
posibilidades bélicas españolas y con la opinión pública española que no se percata de la realidad del
conflicto.
La guerra se complicó con el levantamiento rebelde en Filipinas en 1896, dirigido por José Rizal.
El gobierno liberal de Sagasta, en noviembre de 1897, concedió por fin la ansiada autonomía, pero esta
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determinación llegaba tarde (además fue rechazada por los españoles de La Habana), ya que los separatistas
cubanos se afirmaron en la declaración de independencia. Fue entonces cuando EE.UU., con ambiciones
imperialistas, propuso a España la compra de Cuba, siendo rechazada la proposición. Así, con el pretexto de
proteger a los súbditos norteamericanos residentes en Cuba, que en realidad no corrían ningún peligro, envió
al puerto de La Habana al acorazado `Maine' (! En realidad, EEUU, que apoyaba abiertamente a los rebeldes,
intentaba presionar al gobierno español). Una explosión espontánea en el interior del `Maine' provocó su
hundimiento el 15 de febrero de 1898. EEUU acusó del hecho a los españoles sin mediar comprobación y
halló un pretexto para declarar la guerra a España. La inmensa superioridad numérica y técnica de las fuerzas
navales y terrestres norteamericanas dio a éstas fácil victoria.
Por el Tratado de París de 1898, España reconoció la independencia de Cuba y cedió Puerto Rico, Guam y las
islas Filipinas a los EE.UU., por las que recibió en compensación 20 millones de dólares (! Las antiguas
provincias españolas de ultramar se convertían ahora en colonias de una potencia explotadora −no misional,
como era España− y que, convencida de la superioridad de la raza sajona, miraba con menosprecio a criollos,
mestizos, mulatos y negros. De ahí la reacción de los nativos defraudados: la hostilidad de Cuba hacia sus
dominadores, a pesar de su ficticia independencia, ha creado a los EEUU el que acaso sea el más grave de sus
problemas; Puerto Rico, que había obtenido de España una amplia autonomía, estaba reducida ahora a una
durísima dominación militar, que no concedía a los nativos ningún derecho).
España inició el siglo conmocionada por el desastre de 1898 en la guerra con EEUU. La pérdida de Cuba,
Puerto Rico y Filipinas confirmó que había dejado de ser una potencia colonial, desbancada por los poderosos
europeos y americanos. En el interior se vio el desfase entre la España `oficial' y la España `real': era
necesario regenerar el sistema político, económico y social, vigente desde la restauración alfonsina.
Durante los últimos años de la Regencia, sigue vigente el sistema de turnos: ahora entre Francisco Silvela
(sucesor de Canovas, tras su muerte en 1897, a manos del anarquista Angiolillo) y Sagasta.
Sin embargo, el sistema de turnos estaba agotado al no renovarse el programa de los partidos que componen
dicho sistema, sobre todo del Partido Liberal. Así, mientras el Partido Conservador adopta el ideario del
regeneracionismo (que preconiza una política realista, eminentemente pragmática, dirigida al fomento de las
fuentes de riqueza −por ejemplo, la política hidráulica−, al saneamiento de la Hacienda Pública por medio de
la reducción de gastos, al descuaje del caciquismo y, en último término, de todo lo que suponga supeditación
del país a intereses creados o al recuerdo de glorias del pasado −como había ocurrido en parte con las guerras
ultramarinas−), el Partido Liberal ha quedado sin programa, y no ve otra solución que acudir a la ficción de
reavivar el viejo rescoldo del anticlericalismo como manera de revitalizar y reagrupar sus huestes.
• Reinado de Alfonso XIII (1902−1923) = Monarquía constitucional=
En 1902 fue declarado mayor de edad el rey Alfonso XIII quien continuó gobernando con el turno pacífico de
los dos partidos mayoritarios. Sin embargo, la oposición al sistema de turnos era cada vez más clara. Así,
estaban los partidos antidinásticos (carlistas por la derecha y republicanos por la izquierda), los nacionalismos
periféricos (sobre todo el catalanismo) y el movimiento obrero en sus dos vertientes (socialista y anarquista).
Estos primeros años del siglo los republicanos formaron un importante partido de masas en torno a Lerroux
(el republicanismo radical), y al final de la época otro sector de republicanos intelectuales crearía el partido
reformista.
El problema de los regionalismos comienza a plantearse ahora, especialmente el regionalismo catalán.
Cataluña había conocido durante la segunda mitad del s. XIX un renacer de su cultura propia (Renaixença).
Pero, además, la pérdida de las colonias de ultramar había afectado a los intereses económicos catalanes,
abundantes en las islas. Este catalanismo cultural y regionalista dio origen a la Lliga de Francesc Cambó,
fundada en 1901, que se proponía la obtención de libertades autonómicas, garantizadoras de un desarrollo
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vital para Cataluña. Los años iniciales de la Lliga resultaron difíciles. Sin embargo, el nuevo partido se
afianzó mediante la creación, en 1905−06, de Solidaritat Catalana, amplia alianza que integraba las fuerzas
más dispares, con la intención de propugnar la organización autonomista del Estado. Probablemente el
ejemplo de Cataluña fue un factor importante para la formación de un nacionalismo vasco. Hubo otros
movimientos regionalistas (valenciano y gallego), pero fueron esencialmente culturales.
En cuanto al movimiento obrero, España no había conseguido hasta entonces, como otros países europeos, un
sindicalismo que fuese a la vez reivindicativo, fuerte y reformista. Había oscilado entre el paternalismo de los
sindicatos católicos (! habían alcanzado gran importancia, principalmente en el sector agrario. Hacia finales
del s. XIX habían comenzado a desarrollarse como sindicalismo mixto, de patrono y obreros, y sólo a
comienzos del s. XX, y muy polémica y tímidamente, como sindicalismo horizontal) y el radicalismo de la
UGT, socialista de hecho (la sindicalista revolucionaria CNT no sería creada hasta 1910−11). Anarquismo y
socialismo se habían venido repartiendo la geografía industrial española. Mientras el primero se había hecho
especialmente influyente en Cataluña y Valencia; Madrid, Bilbao y Asturias eran los centros del socialismo.
Políticamente, el sistema de turnos continuaba. En 1907, el conservador Antonio Maura sube al poder para
inaugurar el llamado `Gobierno largo' (1907−1909). Maura intentó resolver la disociación entre la España
oficial y la España real mediante la revolución desde arriba. Así, procura la transformación del Estado
mediante un programa regeneracionista:
• Concibió un movimiento de aproximación mutua entre el Estado y el pueblo: el Estado tenía que acercarse
al pueblo, humanizándose, creando unas instituciones y unos organismos que fueses auténticos medios de
servicio público; y al mismo tiempo, el pueblo tenía que tomar conciencia de su ciudadanía, considerando
lo público como algo propio.
• Para acabar con el caciquismo presentó a las Cortes la reforma de la Ley Electoral de 1907 −con garantías
jurídicas que frenaran el fraude y la manipulación electoral− y la Ley de Administración Local, que
ampliaba considerablemente la autonomía municipal. Pero su proyecto fracasó por la oposición de
republicanos y socialistas.
• Para contentar las aspiraciones regionalistas ofertó la creación de mancomunidades como estructura
interprovincial.
• Con la ley de 1909 legitimaba por primera vez en España el derecho de huelga, dentro de determinadas
condiciones legales, y reconocía el derecho obrero de asociarse en sindicatos.
• Creó el Instituto Nacional de Previsión (INP) para regular las cuestiones sociales.
• Desarrolló una política económica de signo nacionalista, con un amplio programa de construcciones
navales con el que resurgió la industria naval y se reconstruyó nuestra flota.
Pero una grave crisis vino a hacer naufragar tal esquema maurista: la Semana Trágica de Barcelona en julio de
1909. La Semana Trágica, estallido anarquizante provocado por el envío de tropas reservistas hacia Melilla
para asegurar la plaza contra los ataques de los rifeños, sería el punto inicial de una serie de acontecimientos
que iban a hacer imposible la convivencia de los españoles en los años siguientes. Fue una huelga general de
protesta organizada por socialistas, anarquistas y republicanos, una revolución social de signo anticlerical de
extraordinaria importancia en la que el pueblo realizó toda clase de atropellos (! se quemaron monumentos
ilustres y obras de arte capitales, se destruyeron puentes y ferrocarriles y edificios dedicados a la enseñanza).
El gobierno tuvo que actuar con energía, aunque quizá un tanto precipitadamente, tanto Maura como su
ministro de la Guerra, Linares. Varios de entre los culpables fueron ejecutados. El más conocido de ellos,
Francisco Ferrer Guardia (fundador de la agrupación anarquista `Escuela Moderna') provocó al ser fusilado
una protesta de amplitud europea (! en realidad, de un amplio movimiento masónico de carácter
internacional). En España, el ¡Maura, no! de la izquierda (del republicanismo de Lerroux y del obrerismo
militante) comenzó a difundirse por todas partes. Los liberales, por su parte, que desde 1908 había venido
formando parte del Bloque de Izquierdas, aprovecharon la oportunidad que les brindaba la protesta de los
extremistas. Se negaron a prestar en las Cortes cualquier tipo de apoyo a los conservadores si éstos seguían en
el poder. Ante tal cúmulo de circunstancias, Antonio Maura presentó su dimisión que el rey se vio finalmente
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obligado a aceptar.
Ello supuso la llegada al Gobierno del Partido Liberal en 1909. Un breve gobierno de Moret, dio paso al
gobierno de José Canalejas en 1910. Durante su mandato, Canalejas tuvo que replantear otro de los grandes
problemas de la Restauración: el religioso. El líder liberal alternó una política de atracción de las izquierdas
anticlericales con concesiones más aparentes que reales (! Ley del candado de 1910, mediante la que prohibió
el establecimiento en España de cualquier nueva orden religiosa durante dos años, siendo así que ya se
hallaban en ella prácticamente todas) con una serie de aproximaciones diplomáticas a la Santa Sede,
encaminadas a tranquilizar al Vaticano acerca del alcance de las medidas de gobierno que parecían lesionar
los derechos de la Iglesia.
Su programa incluía la sustitución del impopular impuesto de consumos por uno progresivo sobre las rentas
de la burguesía y la implantación del servicio militar obligatorio, que venía a suprimir la situación de
privilegio de aquellos que pagaban una cuota para librarse de él.
Sin embargo, su política ambigua le valió la hostilidad de la izquierda (que le acusaba de la continuación de la
guerra de Marruecos y de la dura represión que contra las organizaciones obreras había desplegado a lo largo
de los conflictos laborales) y de los ultracatólicos (por la Ley del candado).
En noviembre de 1912, Canalejas fue asesinado en la madrileña Puerta del Sol por el anarquista Manuel
Padiña (que se suicidó después de cometer el atentado). A partir de entonces se aceleró la escisión definitiva
de los partidos turnantes, fracasando la revolución desde arriba intentada por el regeneracionismo.
El primer afectado por la pérdida de su líder fue el propio Partido Liberal. Se inició una pugna en su seno por
la sucesión. García Prieto, ministro de Estado, y el conde de Romanones, antiguo ministro de Instrucción
Pública y presidente del Congreso de Diputados, quedaron como candidatos para el relevo, y acabaron por
dividir en dos el partido (1913).
Por su parte, la negativa de Maura a seguir turnando en el Gobierno con el Partido Liberal (en vista del
comportamiento de éste en la crisis de 1909), provocó la división también del Partido Conservador entre los
mauristas y los `idóneos' de Eduardo Dato, dispuestos éstos a seguir turnando con los liberales.
Mientras tanto, los grupos marginados del poder tampoco parecían capaces de constituir una alternativa
política a los partidos dinásticos; únicamente la conjunción republicano−socialista a partir de 1910 potenció
bastante el peso político del partido socialista.
En fin, a partir de 1913 la descomposición de los partidos históricos estaba consumada, y la dirección política
quedó encomendada a los llamados idóneos, conservadores que se unieron a Dato (eran hombres
acomodaticios, enemigos de lanzarse a aventuras reformistas, que a su modo de ver podían resultar
peligrosas).
El gabinete Dato de 1913 fue bien visto en la medida en que suponía el rechazo casi definitivo de Maura.
Pero, ante todo, su Gobierno destacó por su esfuerzo en mantener cuidadosamente la neutralidad en la Primera
Guerra Mundial (! aunque la sociedad sí tomó partido por uno u otro bando. Por un lado, estaban los
aliadófilos −intelectuales, socialistas e izquierda−, y por otro, los germanófilos −extrema derecha,
conservadores y base del Partido Liberal−). España carecía de motivos para estar presente en las contiendas
internacionales, con la excepción de la expectativa de un protectorado en Marruecos (Tratado de 1912).
No obstante, y pese a su neutralidad, la guerra alteró toda la vida nacional:
1.− Supuso un gran estímulo para la actividad económica: se benefició de las numerosas exportaciones de
materias primas, productos agrícolas y artículos industriales a los países beligerantes (que lo compraban todo,
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a altos precios, sin reparar en la calidad), lo que posibilitó la nacionalización de la deuda exterior,
recuperación de la mayoría de las inversiones extranjeras y notable incremento de sus reservas de oro. Pero no
supo aprovechar la oportunidad de realizar un auténtico crecimiento económico con la industria, mejorando el
utillaje y sus técnicas de producción; además el aumento de las exportaciones sin un paralelo incremento de la
producción disparó los precios, mientras los salarios crecían menos.
2.− Estos cambios económicos influyeron en la sociedad: mientras la burguesía se enriquecía, el proletariado
y las clases medias que vivían de un sueldo o pensión fijos se empobrecían. Ello provocó una tensa situación
social, que alimentó a los sindicatos, sobre todo UGT y CNT, que crecieron considerablemente. Y frente a
ello, se vio la incapacidad del sistema político para dar respuesta al malestar social.
Dato se mantuvo en el poder durante dos años (1914−15). Vivió en la neutralidad y de mantener el
Parlamento cerrado el mayor tiempo posible. Fue muy criticado por no adoptar medidas adecuadas −en
materia económica− a la situación internacional de guerra, tan aparentemente favorable a España. Pero a la
postre, en diciembre de 1915, regresó al poder el conde de Romanones, que se limitaría a sostener una política
similar a la seguida por el anterior gabinete conservador.
En el poder, sucedió a Romanones en 1917 García Prieto. Fue en este año, cuando el triunfo de los aliados en
la gran contienda internacional era inminente, cuando España vivió una grave crisis que minaría lo que aún
quedaba del régimen de la Restauración.
Esta crisis, que se planteó en el verano de 1917, se desarrolló en tres momentos:
• Juntas Militares de Defensa.− Los militares estaban descontentos por la actitud de abandono del gobierno,
la burocratización del cuerpo, el favoritismo en recompensas y ascensos, los bajos sueldos, etc. Por todo
ello organizaron las Juntas, especie de sindicatos propios que protestaban contra la situación. Después de la
dimisión del gobierno liberal de García Prieto, el gabinete conservador que presidía Dato (de nuevo en el
poder desde abril) dio estado legal a las Juntas y aprobó su reglamento (! Ello significó una tremenda
claudicación del poder civil. A partir de entonces el Gobierno tuvo que contar con los militares).
• Asamblea de parlamentarios.− Como protesta ante el cierre casi permanente de las Cortes, regionalistas
catalanes, republicanos, radicales y socialistas se enfrentaron a Dato amenazándole con reunir en Madrid
una Asamblea Nacional de Parlamentarios al margen de las Cortes; aunque no se hizo, los parlamentarios
catalanes de la Lliga de Cambó y de Ezquerra Republicana sí se reunieron en julio de 1917 en Barcelona,
pese a la prohibición del Gobierno. La Asamblea representaba la entrada en política de nuevos sectores:
intelectuales y burguesía activa (no la terrateniente y rentista base del sistema canovista). Pretendía lanzar
todas las fuerzas del país contra el Estado, y conseguir no sólo un cambio de régimen sino también de
fuerzas y estamentos rectores. Pero la crisis social que entonces se produjo hizo temer a los asambleístas
una desviación hacia posturas socialistas, y se disolvieron espontáneamente. Allí se vio la imposibilidad de
colaboración entre todas las fuerzas políticas del país.
• Huelga general revolucionaria.− Durante la Gran Guerra el movimiento obrero español creció bastante.
Este fortalecimiento, unido a la mala situación económica de las clases bajas y la subida de los precios
agravó la protesta social, que a partir de 1916 fue canalizada por las dos centrales sindicales mayoritarias
que empezaron a colaborar; en marzo de 1917 pidieron al gobierno solución al problema de las
subsistencias, y en agosto estallaba una huelga dirigida por republicanos y socialistas −la huelga se convocó
en realidad como efecto al conflicto que se vivía en Valencia entre los ferroviarios y la Compañía del
Norte−, que trataron de aprovechar la evidente crisis política de aquellos meses para provocar un colapso
del régimen. El método sería el paro general con una huelga pacífica, que no daría lugar a la represión; el
objetivo era la abdicación del rey y la implantación de la república. Los anarquistas secundaron la huelga,
pero no la no−violencia. Por ello, en las grandes ciudades se produjeron grandes incidentes que obligaron al
gobierno a recurrir al Ejército. Los militares se unieron al Gobierno y sofocaron la rebelión proletaria. Por
su parte, los parlamentarios reunidos en Barcelona se asustaron ante el cariz que tomaba el asunto, y
obedecieron la orden de disolución dada en Madrid.
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En suma, la burguesía se unía frente a la amenaza de la insurrección proletaria, y el Ejército, que se podía
haber considerado como un elemento renovador, se opuso radicalmente a la revolución social, apoyando al
poder. Por tanto, la crisis de 1917 terminó realmente en nada, y todas las reformas necesarias quedaron
pendientes. Lo que pudo ser el fin de la monarquía no lo fue por la imposibilidad para conciliar los intereses
de militares, catalanistas, republicanos y socialistas. Una nueva coincidencia no se daría hasta 1931.
García Prieto volvió a formar gobierno, pero esta vez ya no fue un Gabinete homogéneo de partido. El
turnismo se había, por fin, agotado y hasta 1923 se acudió a gobiernos de concentración. Así, el primer
gabinete de concentración de la Restauración se formó con ministros liberales, catalanistas (Ventosa, Rodés) y
algún conservador (La Cierva). (! Estos gobiernos de concentración tuvieron graves inconvenientes: la
heterogeneidad de las tendencias, que impedía la existencia de cualquier programa coherente; y la
desaparición de la dinámica del turnismo, pues mientras el sistema canovista se basaba en la oposición de dos
fuerzas incompatibles simultáneamente, pero ambas necesarias al régimen y que se turnaban en el poder, los
gabinetes de concentración, en cambio, al exigir esta simultaneidad rompieron el mecanismo y acabaron con
lo que aún quedaba de ficción entre mayoría y oposición. El año 1917 fue el de la caducidad definitiva del
sistema de turnos). En 1918 y 1921 se repitió el intento de aglutinar en el Gobierno, bajo la presidencia de
Antonio Maura, a todas las fuerzas que estuviesen dispuestas a colaborar con la monarquía (liberales,
conservadores, catalanistas, reformistas...). Pero todo fue en vano. La compleja crisis que la paz de la Primera
Guerra Mundial trajo consigo se concretaría en breve en multitud de cuestiones: oleada de terrorismo
(especialmente en Barcelona); huelgas laborales tan importantes como la `Canadiense' (1919) y la huelga
general de marzo de ese mismo año; asesinato de Dato, a la sazón jefe de Gobierno (1921); malestar social
debido a la diferencia entre salarios y precios; y, de otro lado, el problema de Marruecos (! Allí, tras los
acuerdos con Francia, nuestra zona de influencia quedó limitada a las montañas del Rif y la Yebala, sin
ningún valor económico y difíciles de mantener. La guerra que España mantenía en Marruecos (1909−1927)
adquirió después de la crisis de 1919 un primer plano de actualidad al terminar la Primera Guerra Mundial. En
1921 se producía el desastre de Annual, donde más de 10.000 soldados españoles cayeron muertos ante las
tropas rifeñas de Abd−El−Krim). Esta guerra fue desde siempre muy impopular y esta oposición encontró
respaldo en algunas fuerzas políticas y en la opinión pública en general. En las responsabilidades de la guerra
de África se pretendió implicar al Ejército y al monarca. Y el Ejército, que captó el deseo de muchos
españoles de que se pusiera fin a un parlamentarismo estéril, y que por otra parte no quería verse envuelto en
las salpicaduras de esa exigencia de responsabilidades, provocó el 13 de septiembre de 1923, un golpe de
Estado, al frente del cual se hallaba el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera.
= Así, podemos hablar de dos factores que determinan la dictadura de Primo de Rivera. El primero está
centrado sobre el proceso de responsabilidades por Annual. El segundo reside en la incapacidad de los
gobiernos parlamentarios del régimen para hacer frente a la violencia y espontaneísmo de conflictividad social
que asolaban el país.
Otra teoría mantiene que el golpe de Estado se produjo con la finalidad de cortar la posibilidad de un
movimiento revolucionario y de evitar que se llegara hasta el fondo en las investigaciones de los desastres de
Marruecos (! este golpe de Estado tuvo el apoyo de la monarquía y de la alta jerarquía militar).=
TEMA 31. LA ECONOMÍA INTERNACIONAL Y LA SOCIEDAD DE MASAS.
La Primera Guerra Mundial había trastocado toda la economía mundial. El comercio internacional y las
inversiones en el exterior de los principales países europeos quedaron prácticamente interrumpidos entre 1914
y 1918. EEUU y, en menor medida, Japón se hicieron con buena parte de los mercados antes controlados por
Gran Bretaña, Francia y Alemania. La marina mercante norteamericana creció espectacularmente. Londres
vio su posición como centro financiero amenazada por la huída de dinero a Nueva York y Suiza. En muchos
países neutrales la sustitución de importaciones dio lugar a procesos más o menos consistentes de expansión
(o reconversión) industrial. La demanda de materias primas y alimentos impulsó la producción agrícola de los
países centro y sudamericanos, asiáticos, africanos e incluso de EEUU.
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Los países beligerantes habían tenido, además, que hacer frente a un doble problema: el aumento
extraordinario de los gastos militares y a la necesidad de controlar y regular la propia economía nacional para
su transformación para la guerra (fabricación de armamento y munición, y de todo tipo de material de
campaña). De una parte, las economías europeas habían recurrido a préstamos cuantiosos y a otras formas de
financiación (emisión de deuda, aumentos de la circulación monetaria, bonos del tesoro...): EEUU pasó a ser
el principal acreedor del mundo y se enriqueció considerablemente, y su producto nacional bruto
prácticamente se dobló en relación a las cifras de poco antes de estallar la guerra. En resumen, a partir de
entonces EEUU añadió a su primacía industrial y agrícola una superioridad marítima y financiera. De otra
parte, los gobiernos europeos impusieron desde 1914 fuertes controles sobre sus respectivas economías.
El efecto que todos aquellos cambios tendrían sobre las economías de posguerra fue enorme. Todas ellas
tuvieron que hacer frente no ya sólo a la reconstrucción, reabsorción de excombatientes y sostenimiento de
viudas, huérfanos y mutilados, sino además a fuertes procesos inflacionarios y elevadísimos endeudamientos
exteriores. La inflación y la inestabilidad monetaria tuvieron en todas partes el mismo efecto: pérdida del
valor adquisitivo de los salarios y hundimiento de rentas fijas y del ahorro. Prácticamente ningún país pudo
recuperar el ritmo de actividad económica anterior a la guerra hasta 1923 (y Alemania, abrumada por el pago
de reparaciones, hasta después de ese año).
Reconstrucciones, inflación, deuda exterior, inestabilidad monetaria, reajustes económicos y, en los casos
alemán, austríaco, húngaro y búlgaro, las reparaciones de guerra configuraron una situación económica
internacional excepcionalmente vulnerable.
A partir de 1920, la crisis comenzó a manifestarse en EEUU −aumento de stocks, caídas de precios−, que
inauguró una política deflacionista que se tradujo en una restricción de los créditos a operaciones a realizar en
el interior, una disminución de los gastos presupuestarios y, sobre todo, la suspensión de los préstamos
gubernamentales a los extranjeros. La actitud norteamericana se debía a unas reacciones reflejas de los
acreedores, que no veían ninguna razón para continuar suministrando mercancías sin una contrapartida sólida
y que exigían la consolidación de las monedas y la estabilidad de los precios.
A medio plazo, las políticas deflacionistas y las medidas fuertemente proteccionistas permitieron restablecer
la estabilidad económica, sobre todo, desde que en 1924 se solucionó el problema hiperinflacionista alemán (!
el Plan Dawes, destinado a solucionar el problema de las indemnizaciones que Alemania debía pagar a sus
antiguos adversarios) y, en definitiva, se propició así la relativa prosperidad que la economía mundial
experimentó entre 1924 y 1929.
Pero a corto plazo, en 1921−23, deflación y proteccionismo provocaron una aguda recesión económica y un
fuerte aumento del desempleo. Consecuencia de todo ello sería la intensa agitación laboral que toda Europa y
EEUU conocieron en los años 1919−22, que hizo pensar que el mundo occidental estaba abocado a una
situación revolucionaria (a lo que contribuyeron desde luego el ejemplo de la revolución rusa y la creación en
toda Europa de partidos comunistas alineados con las posiciones del nuevo régimen soviético).
En el umbral de la Primera Guerra Mundial ya se materializaba rotundamente el punto más agudo en las
luchas sociales: la entrada en liza de las clases obreras, no como en los primeros tiempos de la revolución
industrial, sino en forma organizada −los sindicatos horizontales−, con reivindicaciones y medios de lucha
más eficaces y terminantes: huelgas generales, huelgas parciales, resistencias pacíficas o no pacíficas a las
fuerzas del orden burgués−liberal, defensa agresiva, ocupación de fábricas, negociaciones colectivas, etc. Los
obreros industriales, a través de sus grandes sindicatos y uniones sindicales, toman carta de naturaleza en las
luchas sociales ya con dimensión autónoma a partir de los años inmediatos a la guerra y reclaman no sólo
medidas de apoyo −derechos sociales, seguridades laborales, etc.− sino la participación o el control del poder
político dentro del propio sistema o con el propósito más o menos expreso de conquistarlo por métodos
revolucionarios.
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Con todo, las consecuencias económicas de la guerra y la agitación laboral de la posguerra transformaron la
política y aún la naturaleza del Estado (! Hasta la Primera Guerra Mundial, los enfrentamientos políticos
básicos habían surgido entre conservadores y liberales, quienes gobernaban alternativamente en la mayoría de
los países europeos a fines del s. XIX y lo seguirían haciendo durante todavía algunos años). La situación
provocó, de una parte, un reforzamiento notabilísimo de la responsabilidad económica de los poderes
públicos; de otra, sensibilizó a gobiernos y sociedad en general en torno a los problemas sociales. A partir de
la Primera Guerra Mundial los gobiernos asumirían la responsabilidad de la prosperidad económica, del
empleo y de la seguridad social. La jornada laboral de 8 horas fue acordada en numerosísimos países en 1919.
En la Conferencia de París que puso fin a la guerra, se acordó la creación de la Organización Internacional de
Trabajo (dentro de la Sociedad de Naciones), como una especie de asamblea internacional de los sindicatos
que fuese elaborando la legislación social que habrían de aprobar los respectivos gobiernos.
En cualquier caso, la doble idea de que la economía debía ser planificada de alguna forma y de que el libre
juego de las fuerzas económicas resultaba inoperante para combatir las desigualdades económicas impregnó
profundamente la conciencia pública. En 1928, el nuevo país revolucionario salido de la guerra, la URSS,
aprobaría el primero de sus planes quinquenales. En 1936, el economista de Cambridge, Keynes, publicaría la
Teoría general del empleo, el interés y el dinero que precisaba cuáles debían ser los instrumentos de los
gobiernos para asegurar la estabilidad económica y el empleo. Ni la economía, ni la extensión ni los fines de
los gobiernos volvieron a ser los mismos. Era como si la guerra del 14 hubiese alumbrado las sociedades de
masas, según la expresión que se desarrollaba por entonces, como si dichas masas impusieran efectivamente
la revisión a fondo de los viejos sistemas políticos de la época anterior y de las anticuadas luchas entre
absolutistas y liberales.
TEMA 32. RUSIA: DE LA AUTOCRACIA ZARISTA A LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE.
• La Rusia zarista
A principios del s. XX, Rusia presentaba estas características fundamentales: un país económicamente
atrasado, socialmente desequilibrado y políticamente anclado en el pasado.
Nicolás II y algunos grandes propietarios acaparaban el 98 % de la tierra. Y aunque la servidumbre había sido
abolida en 1861, el rescate que los campesinos habían de pagar para acceder a la propiedad de la tierra
resultaba inalcanzable para ellos en la mayoría de los casos. De ahí que hubieran de decidir entre quedarse en
el campo y seguir soportando sus miserables condiciones de vida, o emigrar a la gran ciudad (Moscú, Kiev,
San Petersburgo), para incrementar las desempleadas e irredentas masas proletarias. La expansión industrial,
iniciada a partir de 1880, se hizo principalmente con capitales franceses e ingleses, y respondía a unas
características muy precisas: se trataba de una industrialización muy rápida (que, al comenzar el siglo,
convirtió al país en la quinta potencia industrial), territorialmente muy concentrada (San Petersburgo, Moscú,
Ucrania, Bakú, Urales), estructurada en grandes empresas (con más de 500 obreros) y financieramente
dependiente del extranjero. Por ello no resultaba extraño que, ya antes de 1900, se produjeran huelgas y
revueltas que culminaron en los hechos revolucionarios de 1917. Mientras el campesinado suponía el 75 % de
la población activa, a las clases medias les faltaba solidez, prácticamente no existía una burguesía, y la
intelectualidad brillaba como una reducidísima minoría que contrastaba con el generalizado páramo cultural
de aquella sociedad. En lo político, la Rusia zarista de principios de siglo ofrecía todas las características del
poder absoluto y autocrático que actuaba sin contrapeso y que contaba con el apoyo de tres fuerzas decisivas:
la Corona, la Iglesia ortodoxa (que ejercía una gran influencia sobre la sociedad rusa) y una enorme
burocracia para tan extenso territorio. Para imponer su voluntad, el sistema se servía de dos instrumentos
eficaces: el ejército, con la nobleza en los puestos clave, y la policía (ojrana), fuertemente represiva.
Dos eran las alternativas diferenciadas que se presentaban para terminar con la autocracia zarista:
• la liberal−reformista.− formada por profesionales y empresarios liberales, agrupados en el Partido
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Constitucional Demócrata (KD).
• la socialista.− que se divide en: el Partido Socialista Revolucionario (PSR), de matiz campesino, y el
Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), con base en las teorías de Marx y dividido en
bolcheviques (fracción dura del partido, que propugnaba el establecimiento directo de la dictadura del
proletariado y, en consecuencia, rechazaba toda colaboración con el sistema burgués. Estaba liderado
por Lenin) y mencheviques (moderados y adversarios de las tesis de Lenin, que confiaba en el
establecimiento del socialismo tras un período de gobierno burgués).
Todos pedían reformas sociales y políticas de carácter liberal, en un ambiente de creciente descontento
popular. La agitación social aumentaba, combinándose la acción obrera, las revoluciones agrarias masivas y la
acción clandestina de los municipios.
Mientras tanto, la expansión rusa en el este la enfrentó contra el enano japonés por la posesión de Manchuria.
La guerra que empezó en 1904 terminó en el más completo desastre para las tropas zaristas a causa de su mala
organización, pésimo armamento, deficiencias del mando e insuficiencias de transporte.
A partir de entonces se multiplicaron las revueltas, que desembocaron en la manifestación pacífica ante el
Palacio de Invierno en San Petersburgo (`domingo rojo'), que pedía el cambio político y que fue
sangrientamente reprimida. Estalla la revolución de 1905: los obreros respondieron con la huelga general,
constituyéndose los soviets (o consejos obreros). Rápidamente se extendió la revolución al campo, las fábricas
y el ejército, mientras se levantaban voces independentistas. Finalmente el zar claudicó en octubre: renunció
al poder absoluto, prometió gobernar constitucionalmente y garantizó las libertades individuales y políticas.
Pero todo fue un espejismo: los liberales, creyendo el cumplimiento de las promesas del zar, abandonaron la
lucha, dejando solos a socialistas y obreros, cuyos dirigentes fueron detenidos o huyeron. La revolución de
1905 había fracasado por el miedo de los liberales ante los excesos de los radicales y socialistas. Rusia
continuó gobernada por el zar de un modo absoluto, aunque con una apariencia parlamentaria, pues la Duma,
que era una Junta meramente consultiva cuyos dictámenes podían o no ser seguidos por el zar, era disuelta por
éste cuando no le agradaba su composición.
En 1914, Rusia entró en guerra al lado de Francia e Inglaterra para defender, sobre todo, a su protegida Serbia.
Pese a que los ejércitos rusos habían mostrado una notable capacidad militar en el frente oriental y a que el
esfuerzo de guerra (producción de armas, munición y material de todo tipo) había sido extraordinario, o
precisamente por eso, Rusia estaba exhausta. La movilización de 12 millones de soldados (que dejaron de
trabajar el campo) y la necesidad de abastecer a los frentes provocó el desabastecimiento de las grandes
ciudades. El precio de alimentos y bienes de consumo aumentó entre 1914 y 1916 en un 300−500 %. A finales
de 1916, la industria, los transportes y la agricultura estaban al borde del colapso, por lo que el país se vio
afectado por una muy grave crisis de subsistencias que se manifestó en una dramática escasez de alimentos y
combustible. En 1916 se produjeron ya más de 1.500 huelgas, en principio espontáneas, pero a las que el
partido bolchevique comenzó a dar orientación política y coordinación desde la clandestinidad.
El descontento con el curso de la guerra abrió la crisis política. La oposición en la Duma era cada vez mayor.
El zar tomó directamente el mando de la guerra y dejó los asuntos de Estado en manos de la zarina Alexandra.
La crisis era ya incontenible: el zar había cambiado hasta tres veces de Primer Ministro entre febrero de 1916
y marzo de 1917.
A medida que la situación se deterioraba −motines de tropas, deserciones−, la oposición fue creciendo. El
descontento se canalizó hacia la zarina, por su condición de alemana, y hacia su asesor Rasputín, un
campesino intuitivo y audaz, de conducta escandalosa e insolente, incorporado a la Corte en 1905 por su
habilidad para tratar la hemofilia del heredero de la Corona y que ejercía una enorme influencia en la zarina.
El rumor popular comenzó a acusarles de traición y complicidad con Alemania: la opinión iba volviéndose
contra la Monarquía.
97
• La Revolución rusa
Entre noviembre de 1916 y marzo de 1917, la crisis se agravó. El asesinato de Rasputín en diciembre de 1916,
víctima de una conspiración nobiliaria para eliminar a quien se pensaba era causa principal del desprestigio de
la monarquía, no sirvió para nada. Escasez, carestía y crisis política se recrudecieron.
• La revolución de marzo de 1917 (! liberal)
En marzo, San Petersburgo estaba paralizado por las huelgas. El día 8 se celebró una manifestación con
motivo del Día Internacional de la Mujer, que se convirtió en una protesta contra la escasez de alimentos, a la
que se unieron tropas amotinadas. Durante 4 días la ciudad vivió una especie de revuelta general
(concentraciones en plazas y calles céntricas, choques callejeros, saqueos...). El gobierno no consiguió
restablecer el orden y ante la negativa del zar a nombrar nuevo gobierno, los liberales que dominaban el
Parlamento eligieron un comité ejecutivo de la Duma para que se hiciera cargo del poder. Pero junto a este
poder parlamentario surgió otro revolucionario, el soviet de Petrogrado (nombre ruso con el que se rebautizó a
la capital desde el comienzo de la guerra), por iniciativa de los mencheviques. Bajo la presión del soviet de
Petrogrado, el comité de la Duma nombró un gobierno provisional formado por los partidos liberales, pero
con Kerenski (vicepresidente del soviet de Petrogrado) como ministro. Se había producido un verdadero
colapso de toda autoridad: Nicolás II optó por abdicar en su hermano, el gran duque Miguel, que declinó la
corona. Así Rusia se convertía en una república.
El nuevo gobierno concedió amnistía general, proclamó las libertades de expresión, reunión, asociación y
huelga, y prometió convocar elecciones a una Asamblea constituyente. Esas libertades permitieron el regreso
a Rusia de los líderes bolcheviques (! los alemanes facilitaron el regreso a Rusia, en un tren blindado que
partió de Suiza, de Lenin). Kámenev y Stalin, redactores del periódico bolchevique Pravda (= La Verdad),
siguieron la línea general mantenida por el soviet de Petrogrado y reclamaron apoyo para el nuevo régimen
siempre y cuando su política no entrara en conflicto con los fines de la revolución. A la formación del soviet
de Petrogrado siguió la de otros muchos en distintas ciudades rusas, con lo que en Rusia quedó establecido lo
que se ha definido como doble poder: el Gobierno provisional y los Soviets.
En abril de 1917, Lenin consiguió llegar a Petrogrado y expuso las llamadas Tesis de abril, en las que declaró
que los bolcheviques no apoyarían al Gobierno provisional y exponiendo la idea de que la única forma de que
triunfara la revolución socialista era que Rusia abandonara la lucha en Europa y los bolcheviques se
mantuvieran independientes, evitando alianzas con otros partidos, especialmente con la mayoría menchevique
del Soviet de Petrogrado. Durante los meses siguientes, la propaganda de los bolcheviques, fortalecidos tras el
regreso del exilio de Trotski, promovió constantemente esta idea, por lo que fueron el soviet de Petrogrado y
el Gobierno provisional los que quedaron aislados a mediados del verano, frente a las fuerzas que reclamaban
el fin de la lucha en Europa.
Mientras el Gobierno provisional intentaba seguir fiel a su política de continuar la guerra y mantener sus
pactos con las potencias aliadas −actitud que le supuso el desprecio del pueblo, que le consideraba el heredero
del zar−, los bolcheviques continuaban su campaña derrotista.
En el frente, el ejército ruso carecía ya de disciplina interna y de moral de combate, por lo que el Gobierno
provisional, tras la dimisión de los ministros de Guerra y de Asuntos Exteriores, nombra al socialista Kerenski
presidente. Se dio entonces una definitiva inclinación hacia la república de izquierda, que intentó controlar y a
la vez contentar a las masas. Sin embargo, Lenin continuó reclamando todo el poder para los soviets, a la vez
que atacaba a los socialistas que habían sido seducidos por el poder.
Kerenski estaba convencido de que la supervivencia de la democracia en Rusia dependía del Ejército y de que
éste recobrara la moral y la disciplina: recorrió los frentes galvanizando a los soldados con sus discursos y
diseñó para la segunda mitad de junio una gran contraofensiva en el frente austríaco.
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Continuar la guerra tuvo muy graves consecuencias políticas. Como respuesta, los bolcheviques
desencadenaron, bajo unos eslóganes simples y de gran eficacia (paz, tierra, pan y libertad), las llamadas
jornadas de julio, un verdadero ensayo de asalto insurreccional al poder: unos 30.000 hombres protagonizaron
manifestaciones, concentraciones y disturbios violentos en el centro de Petrogrado, de cara a la toma del poder
por el Soviet. Consecuencia de ello fue la detención de los dirigentes bolcheviques (Trotski fue detenido
mientras que Lenin huyó a Finlandia).
Kerenski nombró comandante en jefe del Ejército al general Kornilov, un militar de gran valor y prestigio,
que no había ocultado que deseaba el restablecimiento de la disciplina militar y la militarización de la
industria y de la producción de cara al esfuerzo bélico, y que creía preciso poner fin a la dualidad de poder
gobierno−soviet.
En otoño, la decadencia económica era ya catastrófica: escasez de víveres, devaluación de la moneda, alza de
los precios, parálisis de los transportes y cierre de fábricas se combinaban para aumentar aún más la miseria,
multiplicar las huelgas y los conflictos y fomentar una impresión de inseguridad e inestabilidad cuyos efectos
eran desastrosos para el Gobierno provisional. En el Ejército, entonces ya prácticamente descompuesto, se
había multiplicado el número de deserciones. Como culminación de esta situación, desastrosa para el
Gobierno provisional, el general Kornilov, con el fin de frenar el movimiento revolucionario en Petrogrado,
marchó al frente de una división de cosacos sobre la capital. Ante la idea de que el general preparaba un golpe
de estado al servicio de una contrarrevolución zarista, Kerenski tuvo que apoyarse en las fuerzas de izquierdas
para contenerlo y destituirlo.
El affaire Kornilov desacreditó totalmente a Kerenski, probó que el verdadero poder eran el Soviet y las
masas, y provocó el reforzamiento de los bolcheviques. Lejos de procesarlos por su actuación en las jornadas
de julio, el Gobierno, presionado por el Soviet, excarceló a los principales dirigentes bolcheviques (! Era
lógico: los militantes de base del partido bolchevique habían constituido el núcleo principal de las unidades y
comités revolucionarios creados para combatir a Kornilov).
La debilidad del Gobierno era evidente. La desintegración de la autoridad era casi absoluta: ni en Petrogrado,
ni en Moscú, ni en ninguna parte parecía existir poder público alguno; la disciplina militar sencillamente no
existía (deserciones, soldados que ignoraban las órdenes de sus superiores...); los trabajadores habían
impuesto en fábricas y talleres una especie de poder obrero asambleario; los campesinos se apropiaban de
millones de hectáreas de tierra de propiedad bien comunal, bien privada.
• La revolución de octubre
En estas circunstancias, agravadas por el avance militar de los alemanes, la dirección del partido bolchevique
(Lenin ya había regresado clandestinamente de Finlandia) optó por la organización de un movimiento
insurreccional para la toma del poder. Se fijó el 25 de octubre para el alzamiento (para hacerlo coincidir con el
II Congreso de los Soviets de toda Rusia, a fin de que el Congreso, con mayoría bolchevique, aprobase y
legitimase el golpe).
La revolución de octubre no fue ni una revolución de obreros y campesinos, ni una revolución de masas. Fue
la obra de una minoría: la Guardia Roja bolchevique (formada a consecuencia del asunto Kornilov), grupos de
soldados y marineros de regimientos simpatizantes (un total de unos 10.000 hombres), que fueron ocupando
los puntos clave de la ciudad (estaciones, puentes, centrales de teléfonos, edificios oficiales...) y finalmente el
Palacio de Invierno (fue ocupado, no asaltado). Kerenski había huido (! El golpe de estado se produjo en una
situación de vacío de poder y descomposición del Estado. El gobierno no pudo utilizar el Ejército, puesto que
había perdido su apoyo ante el arresto de Kornilov). En la misma noche, Lenin se presentó ante el II Congreso
de los Soviets y anunció ya la formación de un nuevo gobierno, integrado exclusivamente por bolcheviques.
Las primeras medidas que tomó el nuevo gobierno fueron: anunciar el propósito de firmar la paz; decretar la
expropiación inmediata y sin indemnización de los grandes latifundios, que serían entregados a comités
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campesinos; nacionalización de los bancos; conceder el control de la producción a los trabajadores y declarar
el derecho de autodeterminación de todas las nacionalidades del antiguo imperio (lo que abría la posibilidad
de que las nacionalidades que habían sido integradas por la fuerza en el imperio zarista pudieran separarse
voluntariamente). Tras la ocupación de Petrogrado, los bolcheviques procedieron a la toma del poder en toda
Rusia, a través de los soviets locales. Encontraron resistencia en Moscú, donde tropas leales al Gobierno
combatieron a la revolución durante unos 15 días (! en Petrogrado, la revolución bolchevique había triunfado
sin sangre, pero no sucedió lo mismo en Moscú, donde la lucha sería sangrienta).
Una vez que los bolcheviques se hicieron con el poder, el nuevo gobierno puso fin a la participación de Rusia
en la I Guerra Mundial a través de la firma de la Paz de Brest−Litovsk, en marzo de 1918. De acuerdo con lo
establecido en este tratado, los rusos se vieron obligados a entregar Finlandia, Polonia, Ucrania y las
repúblicas bálticas (! Rusia perdió así a casi la cuarta parte de su territorio, de su población y de su producción
industrial y agrícola).
Las circunstancias en que los bolcheviques llegaron al poder y la situación verdaderamente calamitosa y
adversa en que se hallaba sumido el país, hacía inevitable que el régimen desembocara, de forma casi
inmediata, en un Estado totalitario y represivo (! la centralización del poder apareció como una necesidad
inevitable para la reconstrucción del país). Por ello, restablecieron los dos instrumentos básicos de coerción y
defensa del Estado: la policía política (la Cheka) y el Ejército Rojo.
Introdujeron un conjunto de medidas económicas para relanzar la economía, asegurar el abastecimiento de la
población y del Ejército y contener la inflación (requisa de la producción agraria, se fijaron cuotas de
producción a todas las unidades rurales, se impuso un Código de Trabajo que asignaba trabajos específicos a
toda la población industrial y penalizaba severamente los bajos rendimientos...). Es lo que se llama
comunismo de guerra.
La dureza con que se implanta el comunismo de guerra aumenta la oposición al nuevo régimen: los
socialrevolucionarios de izquierda (SR), que combaten la política agraria de Lenin, agrupan a los
descontentos. La guerra civil estalló en la primavera−verano de 1918 y tomó las más diversas formas: desde el
sabotaje en los servicios públicos a la huelga de los técnicos o funcionarios, pasando por los complots, los
motines, las traiciones y la represión. Se producen atentados mortales (el embajador alemán, el jefe de la
Cheka en Petrogrado) e incluso Lenin sufre uno en Moscú. A raíz de esto, el gobierno desencadenó lo que
Lenin mismo definió como terror rojo (detenciones y ejecuciones en masa se extendieron por todas las
provincias, la Cheka creó campos de concentración para presos políticos y la ejecución de la familia real en
pleno y varios de sus servidores en Ekaterimburgo el 16 de julio de 1918 por miedo a que el soberano fuera
liberado por los contrarrevolucionarios `blancos').
Al acabar la Primera Guerra Mundial tras la derrota de los alemanes, se produce la intervención extranjera en
la guerra civil, que deseaban el hundimiento del sistema socialista que había desposeído a todos los
propietarios extranjeros y se negaba a pagar las deudas contraídas por el régimen zarista en el exterior.
Además temían que la implantación y el triunfo de un Estado socialista fomentase los movimientos
revolucionarios en occidente (de hecho, estallaron revoluciones comunistas en Alemania, Hungría y Austria).
Sin embargo, las potencias extranjeras se mostraron incapaces de mantener una política de coherencia. En
cambio, el Ejército Rojo, organizado por Trotski, aumentó sus efectivos al sustituir el servicio voluntario por
el reclutamiento, restableciendo una disciplina rigurosa para luchar contra las deserciones (en 1920 son 3
millones de hombres, de los cuales 300.000 pertenecen al partido bolchevique).
La victoria bolchevique se produjo en 1920 y fue posible, en primer lugar, por la desunión de las fuerzas
contrarrevolucionarias (el Ejército Blanco), pero también por la ayuda de los campesinos a quienes favorecían
los repartos de tierras decretados por los bolcheviques. Aparte, claro está, la actuación implacable del Ejército
Rojo.
100
Así, la Revolución se consolidó sobre todo por la victoria del Ejército Rojo en la guerra civil. En diciembre de
1922, la nueva Rusia (menos extensa que el Imperio) se transforma en la URSS al unirse en una federación
Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia (Armenia, Georgia, Azerbaiján). El Partido Comunista −único
poder en todas las repúblicas y nacionalidades− se convertía en fundamento y garantía de la unidad del país.
TEMA 33. LA CRISIS DE LAS DEMOCRACIAS EUROPEAS.
Los acuerdos de París al finalizar la I Guerra Mundial fueron recibidos como un gran triunfo de los valores
democráticos (alternancia en el ejercicio del poder, prensa libre, libertad, igualdad ante la ley, pluralismo
político...) y como el preludio de una nueva era de paz y prosperidad para el mundo. Y en efecto, en más de
un sentido, la I Guerra Mundial significó el triunfo de la democracia. A esa interpretación contribuyeron
hechos como: 1º) la desaparición de los imperios autocráticos de los Romanov, los Habsburgo, los
Hohenzollern, y del Imperio otomano; 2º) la proclamación de repúblicas democráticas en Alemania, Austria,
Checoslovaquia, Polonia, Turquía, Letonia, Estonia, Lituania y Finlandia; 3º) la concesión del sufragio
femenino en Gran Bretaña, Holanda, Suecia y EEUU, y la introducción de fórmulas de representación
proporcional en países como Francia e Italia; 4º) la constitución de la Sociedad de Naciones sobre el principio
de una nación, un voto.
Pero aquel triunfo de la democracia tuvo mucho de ilusorio. La guerra había destruido el optimismo y la fe en
la idea de progreso y en la capacidad de la sociedad occidental para garantizar de forma ordenada la
convivencia y la libertad civil. Una parte cada vez más numerosa de la opinión confiaría en adelante en
soluciones políticas de naturaleza autoritaria.
Por un lado, el nuevo régimen comunista ruso actuó como revulsivo de la conciencia revolucionaria, al tiempo
que provocaba la reacción de alarma de las clases conservadoras del mundo occidental (! El comunismo, en
todo caso, visto no ya sólo como una forma igualitaria de organización de la sociedad sino como una nueva
moral, ejerció en los años de la posguerra una fascinación innegable).
De otra parte, los acuerdos de paz provocaron una reacción ultranacionalista en los países derrotados
(Alemania) o decepcionados por los tratados (Italia), sobre todo entre los excombatientes (de mentalidad
patriótica y militarista identificada con el recuerdo de la guerra, con abierta hostilidad a la democracia). (! El
reconocimiento por los aliados del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades de los ex imperios
austro−húngaro y otomano reforzó en todas partes las aspiraciones de los movimientos nacionalistas e
independentistas).
El nuevo orden internacional creado por la I Guerra Mundial se cargaba así de inestabilidad y conflictos.
Además, por otra parte, las esperanzas que había suscitado la creación de la Sociedad de Naciones se
desvanecieron pronto (! Ya nació con grandes limitaciones: la Rusia soviética y Alemania habían quedado
excluidas. Tampoco lo hizo EEUU −el Senado norteamericano votó por el tradicional `aislacionismo' del
país−. Además carecía de autoridad para imponer sus decisiones).
Las nuevas democracias del centro y este de Europa nacieron condicionadas por el peso de la herencia de la
guerra: gravísimos daños materiales, desajustes económicos, fuerte endeudamiento exterior, pago de
indemnizaciones (en el caso de los países derrotados)... El legado de la guerra hipotecó decisivamente el
futuro de la democracia en aquella región de Europa.
A pesar de estos peligros, mientras en varias naciones se instauran regímenes autocráticos, Francia, Inglaterra
y EEUU no renuncian a sus instituciones y a su pluralismo.
= FRANCIA DESPUÉS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Tras la guerra, Francia es la nación que afronta la reconstrucción con heridas más profundas. Los tres
101
problemas principales que hubo de afrontar eran:
• Debilitamiento demográfico.− Se debió no sólo a los muertos y desaparecidos durante la guerra (entre
militares y civiles fueron aproximadamente 1.600.000), sino a la contracción de la natalidad que
entonces se dio. Así, Francia experimentó una pérdida teórica de 3 millones de personas, a pesar de la
incorporación de Alsacia y Lorena. Todo ello la retrotrajo a la demografía de principios de siglo.
Al incidir estas pérdidas entre los jóvenes, la población francesa ha envejecido (! más pasiva en el sentido
laboral).
• Reestructuración de la economía.− Francia trató de orientar los esfuerzos hacia el desarrollo industrial
con mano de obra agrícola. Hasta 1927 adoptó una política proteccionista, más en la industria que en
la agricultura, estimulando con diversas medidas la concentración industrial.
• Tensiones sociales.− Ante el desencanto de las masas obreras excombatientes, que a su vuelta de la
guerra esperaban una legislación social que les compensara su fidelidad (! recordemos que durante el
conflicto se suman a las demás fuerzas de la nación y se aplazan las reivindicaciones), pero que
encontraron sólo tímidas disposiciones como la jornada de 8 horas en la industria. Los obreros
comenzaron a afiliarse en masa a los sindicatos (C.G.T.) e incrementaron su combatividad, que
culminó en las huelgas de 1920. De manera paralela se produce el aumento de fuerza del Partido
Socialista, pero ha de enfrentarse con la experiencia rusa y el nacimiento de la III Internacional
(Komitern), que supuso la escisión de muchos partidos socialistas.
Todos los problemas económicos y sociales fueron afrontados por el gobierno sin represión y sin suspensión
constitucional, a diferencia de Alemania antes e Italia después, que persiguen de manera sangrienta a los
movimientos socialistas.
La vida política francesa en el período de entreguerras pasa por las fases siguientes:
• Bloque Nacional (1919−24)
• Cartel de Izquierdas (1924−26)
• Unión Nacional (1926−32)
• Nuevo Cartel (1932−36)
• Frente Popular (1936−1937)
• Bloque Nacional (1919−24) ! Hombre fuerte: Millerand
El Bloque Nacional, la gran coalición de la derecha republicana, ganó las elecciones de noviembre de 1919,
favorecida por el clima de exaltación patriótica generada por la victoria en la guerra y por el giro a la derecha
de una parte del electorado francés (participación de héroes de la guerra en las candidaturas, el peligro
bolchevique). Los gobiernos del Bloque fueron gobiernos nacionalistas y conservadores. El incremento de las
movilizaciones sociales en 1919−20 −consideradas por los gobiernos del Bloque como intentos
revolucionarios, por el temor de contagio de la revolución rusa, fueron duramente reprimidas por el ejército.
Pero esta postura represiva podía frenar momentáneamente las tensiones sociales, pero no solucionaba nada
en el campo económico, donde se dio inflación y deterioro de la cotización internacional del franco. El
gobierno vinculó la solución de los grandes problemas del país al mantenimiento de una política exterior de
prestigio y autoridad que impusiese la estricta aplicación del Tratado de Versalles, garantizase la seguridad
colectiva europea y obligase a Alemania a cumplir con los pagos de las reparaciones de guerra (pieza esencial
para financiar los gastos de la reconstrucción de Francia).
En enero de 1923, para asegurarse el pago de las reparaciones alemanas, el gobierno decidió la ocupación
militar del Ruhr, conjuntamente con Bélgica. Pero los resultados fueron contraproducentes: la actitud francesa
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provocó su aislamiento internacional y un evidente deterioro en las relaciones con Gran Bretaña y EEUU que,
convencidos de que la seguridad europea requería la recuperación de Alemania, impusieron en abril de 1924
el Plan Dawes, que contemplaba modificaciones en los plazos de pago de las reparaciones. Para combatir la
inflación, el gobierno acordó drásticos recortes presupuestarios y una fuerte subida de impuestos. Todo ello
llevó a la opinión a votar a las izquierdas democráticas y al socialismo en las elecciones de 1924.
• Cartel de izquierdas (1924−26) ! radicales y socialistas !
Pero las grandes expectativas suscitadas por la victoria de la izquierda quedaron pronto defraudadas. El cartel
de izquierdas, que agrupaba al partido radical y a los socialistas, no pudo sobrevivir a las diferencias políticas
que separaban a los dos socios ni resolver el que aparecía como principal obstáculo a la reconstrucción de
Francia: la crisis monetaria. Los radicales (expresión del francés medio) eran contrarios a la política de
intervensionismo estatal en cuestiones económicas y sociales que defendían los socialistas. Estas diferencias
agravaron la crisis financiera: el franco se devaluó perdiendo un 30 % de su valor.
En el plano exterior, destacamos que el Cartel puso fin a la ocupación del Ruhr, aceptó el Plan Dawes,
estableció relaciones diplomáticas con la URSS y aprobó la admisión de Alemania en la Sociedad de
Naciones. Sin embargo, se vio sorprendido por el estallido del problema colonial, primero en Marruecos y
luego en Siria, donde se produjeron insurrecciones y violencias de distinto tipo a partir de julio de 1925.
Como consecuencia de todo ello, los radicales decidieron liquidar la experiencia del Cartel y propiciar,
mediante combinaciones parlamentarias, sin necesidad de convocar nuevas elecciones, la formación de un
gobierno de centro−derecha, un gobierno de Unión Nacional en julio de 1926.
• Unión Nacional (1926−1932) ! radicales y derechas !
El nuevo gobierno, presidido por Poincaré, procedió de forma expeditiva −y de acuerdo con las exigencias de
los grandes círculos económicos− a sanear la moneda y estabilizar la situación financiera, lo que consiguió en
muy poco tiempo y con gran éxito. Su éxito justifica que en las elecciones de 1928 triunfara plenamente
Poincaré.
A grandes rasgos, la segunda mitad de la década de los 20 fue para Francia una etapa de prosperidad
económica con desarrollo de nuevas industrias y crecimiento de otras.
La crisis económica mundial de 1929 llegó a Francia con retraso, pero en 1932 era ya evidente la onda
depresiva de la economía (! Ello, por una parte, era debido a que la economía francesa tenía una interconexión
menor con el mercado mundial que el de otras potencias capitalistas y, por otra, a que tenía una estructura
económica de pequeños empresarios que dependían poco del crédito y en la que el comercio exterior jugaba
un papel débil). Se produjo un hundimiento de la producción del acero y de automóviles y el paro aumentó de
manera considerable. Como consecuencia de ello hubo una reducción del consumo que hizo bajar
drásticamente los precios de la carne y del trigo.
El aumento de las reivindicaciones de los obreros y el descontento del sector rural por la baja de sus productos
dieron el triunfo a los izquierdistas en las elecciones de 1932, reconstruyendo el Cartel de izquierda.
• Nuevo Cartel (1932−36) ! radicales y socialistas !
Era otra coalición entre radicales y socialistas, y de nuevo también el desacuerdo sobre el programa para salir
de la crisis impidió que durase la mayoría de izquierdas. La inestabilidad del gobierno contribuía a la
ineficacia de la administración y al descrédito del régimen parlamentario. Ello contribuyó a la resurrección de
una derecha antirrepublicana y antidemocrática que desde comienzos de la III República había existido en
Francia. Asimismo, hubo un auge de las ligas de organización fascista. Pero a diferencia de Alemania (Hitler
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ya había llegado al poder), la crisis económica no desembocaría finalmente en el triunfo del fascismo.
Ante la amenaza de la derecha se produjo la unión de toda la izquierda francesa. Los comunistas cambiaron
radicalmente de postura y se convirtieron en los más firmes defensores de esa unión (! durante años, las
discrepancias entre comunistas −III Internacional− y socialistas −II Internacional− habían sido constantes).
Así, en las elecciones de 1936 el Partido Comunista se alió con radicales y socialistas formando el Frente
Popular. Su campaña electoral estuvo centrada en el peligro fascista y en la responsabilidad de la oligarquía en
la crisis económica.
• Frente Popular (1936−38) ! comunistas, radicales y socialistas !
Tras el triunfo electoral, el socialista Leon Blum formó gobierno junto a los radicales (los comunistas
rehusaron su participación). Para hacer frente a la crisis se toman una serie de medidas económicas que
aumentan la capacidad adquisitiva de la clase obrera. Se creó la Oficina del Trigo, organismo estatal
encargado de fijar su precio, como un apoyo al campesinado que con sus votos habían contribuido de manera
decisiva al triunfo del Frente Popular.
La obra principal del gobierno Blum fue la legislación social: se aprobaron una serie de leyes para fijar el
procedimiento de la negociación colectiva entre patrones y obreros con aumentos de salarios, las vacaciones
anuales pagadas y semanas de 40 horas.
Fructífero en el plano social, el balance del Frente Popular se mostró catastrófico en el plano económico: en
octubre de 1936 se llevó a cabo la devaluación del franco, tardía respecto al dólar y la libra esterlina, y que fue
insuficiente para eliminar el déficit comercial.
Ante el fracaso de la política económica y la conflictiva situación social (huelgas y ocupación de fábricas) se
produjeron disensiones internas en el seno del Frente Popular: los comunistas culparon a Blum de no haber
efectuado una reforma profunda de las estructuras y, por el contrario, los radicales consideraban
excesivamente revolucionarias algunas de las medidas adoptadas. La guerra civil española aumentó estas
divergencias ya que los comunistas eran partidarios de una política de resistencia (armas para los republicanos
españoles), mientras que por el contrario los radicales se oponían a cualquier compromiso.
En 1937 los radicales se separaron de los socialistas, acercándose hacia los moderados, formando una mayoría
orientada hacia la derecha. Esto supuso el fin de la gestión de izquierdas y consecuentemente del Frente
Popular.
En abril de 1938 se formó un gobierno de coalición de radicales y de la derecha que suponía el fin del Frente
Popular.
Francia, por tanto, estaba en vísperas de la II Guerra Mundial, en una grave situación de crisis económica y de
profunda división interna. El Estado Mayor militar, además, era un organismo derechista, inclinado a una
estrategia de guerra estrictamente defensiva y que pensaba que la debilidad económica del país (y la reducción
de gastos militares) habían reducido considerablemente su capacidad ante una eventual guerra en Europa. El
nuevo gobierno optó así por seguir una política de apaciguamiento.
Sin embargo, también tuvo que enfrentarse con la política agresiva de Hitler, que anexionó Austria en 1938, y
con ello Francia se preparó para la guerra apoyándose en las derechas y organizando un programa de
armamento. Los esfuerzos diplomáticos para evitar la guerra (Conferencia de Munich, acuerdos
franco−alemán de París) fracasaron al ser invadida Polonia por Alemania, a la que Francia declaró la guerra.
= GRAN BRETAÑA TRAS LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
104
En los años de posguerra, Gran Bretaña dio los últimos pasos para afirmarse como una verdadera democracia
política: la reforma de la Ley Electoral en 1918 concedió el voto a todos los varones mayores de 21 años y a
más de 8 millones de mujeres mayores de 30 años.
Las elecciones de 1918 dieron el triunfo a una coalición liberal−conservadora dirigida por David Lloyd
George, que negoció la paz de Versalles tras la guerra.
Los grandes sacrificios económicos por la guerra, la pérdida de la hegemonía mundial, unido a las dificultades
para exportar, supusieron un rápido crecimiento de precios y un fuerte desempleo que se tradujo en una
importante conflictividad social con numerosas huelgas. Presionado, el gobierno tomó importantes medidas
en materia de legislación social: comités conjuntos de patronos y obreros, seguro de desempleo...
Otro problema al que tuvo que enfrentarse fue la cuestión irlandesa. El partido nacionalista radical, Sinn Fein,
desencadenó una oleada de terror en Irlanda para expulsar del país a los ingleses. Lloyd George les ofreció el
reconocimiento del Estado Libre de Irlanda, sin el Ulster, con un estatuto de autonomía, en calidad de dominio
de la Corona. Esta solución pacificó el país.
Pero la mala situación económica de Gran Bretaña hundió al partido liberal. Los conservadores le retiraron su
apoyo por la solución dada al problema irlandés.
En las elecciones de 1922 los conservadores obtuvieron una compacta mayoría (que gobernaron tras la caída
de Lloyd George), pero el hecho más significativo fue el espectacular aumento de los laboristas (desplazando
a los liberales como segundo partido del país en las elecciones de 1924).
El encargado de formar gobierno fue Stanley Baldwin, quien impuso una política proteccionista con el objeto
de fortalecer la libra.
En las elecciones de 1923, los conservadores, no obstante haber ganado las elecciones, carecían de mayoría
absoluta, por lo que el rey encargó al líder laborista Ramsay McDonald la formación de gobierno (por primera
vez en la historia).
Que el primer gobierno laborista durase apenas 10 meses; que fuese un gobierno minoritario dependiente del
apoyo parlamentario de los liberales; y que por ello no pudiera hacer política socialista (aunque aprobó una
ley de viviendas populares, reconoció a la URSS y, distanciándose de la tradicional política imperial británica,
participó activamente en la Sociedad de Naciones), todo ello importaba tal vez menos que el hecho mismo de
la llegada del laborismo al gobierno. Había cristalizado un nuevo sistema político en el que el partido de los
sindicatos aparecía como la principal alternativa al gobierno de las élites tradicionales.
Una coalición de los votos conservadores y liberales derriban al partido laborista, y en las elecciones de 1924
triunfan los conservadores con Baldwin a la cabeza. (! Estas elecciones confirman la desaparición definitiva
de la escena política inglesa del partido liberal como partido de turno, papel que hereda el laborismo).
El gobierno de Baldwin (con Churchill como ministro) decidió reducir los salarios, lo que provocó un choque
directo con los sindicatos. Baldwin tuvo que hacer frente a la única huelga general de toda la historia de Gran
Bretaña en 1926, declarada por los sindicatos en solidaridad con los mineros (que eran a quienes les habían
reducido el salario). En esta huelga se comprobó la solidez de la democracia británica, pues no hubo actos de
violencia ni el gobierno tomó represalias contra los huelguistas. La democracia salió robustecida, y los
gobiernos conservadores se mantuvieron hasta 1929, en que ganó la mayoría del partido laborista, que hubo
de hacer frente a la crisis de Wall Street de 1929.
Muy pronto la crisis alcanzó a Gran Bretaña, con sus consecuencias de reducción de exportaciones y descenso
de los fondos bancarios; la libra perdió terreno y el número de parados llegó a más de 2 millones. Todo ello
105
obligó a formar un gabinete de Unión Nacional en 1931, que presidió McDonald hasta 1935.
La recuperación económica británica comenzó hacia 1933 gracias a las medidas proteccionistas adoptadas por
el gobierno (elevó las tarifas aduaneras, dio preferencia al comercio con países miembros de la
Commonwealth (=Comunidad Británica de Naciones)). El paro comenzó a disminuir y comenzaban a cobrar
auge una serie de industrias como la construcción o las de fabricación de productos nuevos (radios,
automóviles, fibras sintéticas). En cambio, las industrias dedicadas a la exportación estaban estancadas. Los
subsidios de desempleo mejoraron en estos años.
La fórmula de la Unión Nacional (coalición de conservadores, laboristas y liberales) dio el poder a partir de
1937 a los conservadores. El resultado no pudo ser más positivo contra la crisis económica, aún con altos
costes sociales. Gobiernos nacionales y políticas conservadoras sacaron a Gran Bretaña de la crisis. El fracaso
del extremismo político fue patente (ni comunismo, ni fascismo).
• El problema irlandés
El reconocimiento por los aliados del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades de los ex imperios
austro−húngaro y otomano reforzó en todas partes las aspiraciones de los movimientos nacionalistas e
independentistas. En Gran Bretaña, ello produjo el resurgimiento del nacionalismo irlandés.
En las elecciones de 1918, el partido independentista Sinn Fein (= Nosotros Mismos) obtiene 73 diputados
para el Parlamento de Londres pero, imbuidos por el nacimiento de los nuevos estados propiciados por los
tratados de paz, deciden no ocupar sus escaños y constituirse en Parlamento irlandés en Dublín y proclamar la
independencia de Irlanda. Disueltos el Parlamento irlandés y el Sinn Fein por las autoridades británicas y
detenidos (o exiliados) sus principales dirigentes, dos de éstos, Michael Collins y Sean McBride,
reorganizaron en la clandestinidad el Ejército Republicano Irlandés (IRA).
A partir de principios de 1920, el IRA desencadenó una violentísima campaña de atentados terroristas contra
objetivos ingleses, a la que el ejército inglés respondió con una durísima política de represalias que incluyó
atentados y asesinatos igualmente brutales. Irlanda vivió dos años de virtual guerra abierta.
A la vista de la situación y de la creciente oposición de la opinión inglesa a la guerra y a los métodos de las
fuerzas auxiliares reclutadas para combatir al IRA (los llamados Blacks and Tans −negros y marrones−, por el
color de sus uniformes), el gobierno de Lloyd George aprobó una ley (1920) que dividía la isla en dos
regiones autónomas: el Ulster (o Irlanda del norte) e Irlanda del sur, cada una con su propio Parlamento y bajo
la autoridad de una Consejo de Irlanda. En elecciones separadas, los resultados fueron contradictorios: en el
Ulster (norte) se imponen los unionistas, partidarios del mantenimiento de la unión con la Corona; en el sur,
ganan por mayoría los del Sinn Fein. Un tratado entre una delegación irlandesa y Londres convierte en Estado
Libre de Irlanda a Irlanda del sur, con categoría de dominio equiparable a Canadá, dentro de la
Commonwealth. Irlanda del norte quedaba como región autónoma dentro de Gran Bretaña.
Pero una parte del Sinn Fein no aceptó el tratado (estiman que no se ha conseguido la independencia plena ni
respetado la unidad nacional de la isla) por lo que continuaron con la resistencia armada. La ruptura entre las
dos facciones fue inevitable: la guerra civil se prolongó hasta la primavera de 1923.
Había nacido en Europa otra nación independiente: el Estado Libre de Irlanda, con todos los atributos que
reclama la identidad nacional (Parlamento, Ejército, lengua oficial gaélica), pero subsiste el problema de la
separación de Irlanda del norte y los lazos que la ligan de su antigua metrópoli dentro de la Commonwealth.
= ALEMANIA TRAS LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
La democracia parlamentaria se implantó en Alemania como consecuencia de una derrota que sorprendió a la
106
población, y sus gobiernos hubieron de aceptar los sacrificios y las humillaciones impuestos por los
vencedores. Estos hechos dañaron de modo irreparable la popularidad y legitimidad del nuevo régimen.
Cuando Alemania comprendió la inminencia de su derrota, en septiembre de 1918 decidió formar un gobierno
representativo (con la participación de todos los partidos políticos) que pudiera solicitar un armisticio y
negociar la paz. Este gobierno, que estuvo presidido por el aristócrata liberal príncipe Max de Baden, reformó
la constitución democratizándola y aumentó considerablemente las prerrogativas del Reichstag (Parlamento).
El nuevo gobierno pidió el armisticio (petición apoyada por Austria−Hungría) sobre la base de los 14 puntos
del presidente norteamericano Wilson, y que eran relativamente generosos con alemanes y austro−húngaros
en la medida que no incluían disposiciones punitivas para ellos.
Mientras se negociaba el armisticio, los combates continuaban. Con todo, no hubo acuerdo: los aliados,
convencidos de que los alemanes simplemente querían ganar tiempo, endurecieron sus posiciones
negociadoras. Alemania intentó una última ofensiva y los marineros de Kiel se amotinaron. La revuelta se
extendió a otros puertos. De la flota pasó a las unidades del Ejército de Tierra. Ante tal situación, Max de
Baden cede el poder al líder del SPD (partido socialdemócrata), Friedrich Ebert, que firmó el armisticio. El
káiser Guillermo II abdicó y se exiló en Holanda, y el socialista Ebert rápidamente proclamó la república.
Así se produjo la revolución en Alemania, fruto exclusivamente de la derrota de la Gran Guerra y no de una
larga preparación ni de una vasta oleada de entusiasmo popular. Sólo los elementos más izquierdistas del
socialismo intentaron en Alemania algo parecido a la revolución soviética de octubre de 1917. Por ello, en
enero de 1919 los más radicales −los espartaquistas− fundaron el Partido Comunista Alemán, de corte
soviético, y desencadenaron una campaña de agitación basada en huelgas, motines y luchas callejeras. Para
imponer el orden, el gobierno (que era provisional) recurrió al antiguo ejército que sofocó la insurrección
berlinesa en tres días, seguida por una represión sangrienta e indiscriminada en la que los líderes
espartaquistas (Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht) fueron asesinados mientras estaban detenidos.
Las elecciones para la Asamblea Nacional se celebraron en enero de 1919 en la ciudad de Weimar; en ellas el
partido socialdemócrata obtuvo la mayoría, seguido del partido católico del Zentrum, demócratas, extrema
derecha e independientes, mientras los comunistas boicoteaban el proceso electoral.
• La República de Weimar
El futuro de la República era incierto: para la extrema izquierda representó la derrota de la revolución, por la
represión de los intentos insurreccionales; para la extrema derecha, el régimen de Weimar significó la traición
nacional, los traidores de noviembre (según la propaganda hitleriana), la aceptación humillante del Tratado de
Versalles. Además, en Alemania aún permanecían firmes las bases del anterior régimen (poder de los grandes
terratenientes prusianos, el viejo ejército seguía siendo un Estado dentro del Estado, y además la enseñanza y
el poder judicial seguían en manos de elementos antidemocráticos), a pesar de haberse establecido la
democracia política y una constitución que reconocía los derechos de los trabajadores.
La República de Weimar fue, además, un régimen políticamente débil. El sistema proporcional elegido hizo
que ningún partido tuviese nunca la mayoría absoluta, recurriéndose siempre a gobiernos de coalición, causa
de inestabilidad gubernamental.
La crisis económica erosionó profundamente la legitimidad de la República (! condiciones del Tratado de
Versalles: deuda adquirida, pérdida de tierras productivas y de la flota mercante y pesquera): la industria
alemana quedó paralizada, el déficit de la balanza de pagos se disparó, el marco se devaluó rápidamente. Todo
ello impedía la recuperación de la economía alemana.
Ante todo ello, el gobierno alemán solicitó a los aliados una investigación sobre la economía alemana y el
estudio de nuevas fórmulas para el pago de las reparaciones. El resultado fue el Plan Dawes (1924).
107
Pero el daño político y social que la hiperinflación y la ocupación causaron a la nueva democracia alemana
fue irreparable, a pesar de la prosperidad −a la postre ficticia− que Alemania tendría de 1925 a 1929. La
hiperinflación destrozó las economías de las clases medias: eso explicaría el auge de la derecha.
Ya en 1920 se produjo un intento de golpe de estado en Berlín promovido por los militares, y en 1923 se
repitió el intento, esta vez por el ultraderechista Partido Nacional−Socialista (creado en febrero de 1920), al
que ayudó el general Ludendorff, destacado militar de la Gran Guerra (! en este intento, Hitler, líder del
partido nazi, fue detenido y procesado).
Las sucesivas elecciones que se celebraron en Alemania mostraban el avance de los partidos de derechas, pero
también, aunque en menor proporción, del partido comunista, que atrajo a los sectores obreros descontentos
con la actuación del gobierno.
La ficticia prösperitat del período 1925−29 (con una coalición de socialistas y centristas en el gobierno)
permitió hasta creer que la República de Weimar pudiera estabilizarse. Para el partido nazi, este período (aún
sobreviviendo al fracaso que supuso su intento de golpe de estado en 1923) fue el peor en el campo político.
Los socialistas ganaron las elecciones de 1924 y 1928. Pese a que la derecha nacional (que no los nazis)
obtuvo buenos resultados, los partidos de centro aún retenían suficientes escaños y votos como para equilibrar
el juego político. Durante este período, Alemania hizo sustanciales contribuciones a la paz internacional y fue
por ello admitida en la Sociedad de Naciones en 1926.
La crisis económica mundial de 1929 afectó a Alemania de forma particularmente negativa. La economía
alemana no pudo resistir la retirada de los capitales norteamericanos y la falta de créditos internacionales. El
comercio exterior se contrajo bruscamente. Caídas de precios, descenso de la producción, desempleo
provocaron la adopción de medidas por parte del gobierno que resultaron a corto plazo muy negativas
(elevación de impuestos, reducción del gasto público y de las importaciones, recortes salariales y
mantenimiento del marco).
Fue precisamente la depresión de 1929 la que dio la oportunidad a Adolf Hitler. En efecto, las consecuencias
inmediatas de aquella crisis fueron: la ruptura de la coalición gubernamental entre socialistas y centristas que
había sido el principal soporte de la República; la formación de una liga patriótica entre los dos partidos de
derecha (la derecha nacional y el partido nazi); y una polarización muy acusada (! los resultados de las
elecciones de 1930 vieron ya un espectacular aumento del voto de nazis y comunistas. El trasvase de votos de
los partidos de centro y de la derecha moderada a los nazis fue evidente). Desde 1929−30 se agudizaron todas
las tensiones de la sociedad alemana: se produjo el hundimiento de la economía alemana. El gobierno siguió
una política deflacionista con la esperanza de que la bajada de los precios alemanes aumentaría las
exportaciones y permitiría la recuperación industrial, pero fracasó porque los precios mundiales bajaron más
rápidamente que los de las exportaciones alemanas. Se produjo un espectacular aumento del paro (de 2 a 6
millones) y la política de restricción afectó con fuertes reducciones a los servicios sociales. Los nazis
capitalizaron en su favor el clima de incertidumbre y de malestar social creado por la crisis. En las elecciones
presidenciales de 1932, Hitler consigue el segundo puesto por detrás de Hindenburg (que es apoyado por
todos los partidos democráticos). En las elecciones generales celebradas ese mismo año, los nazis fueron ya el
primer partido del país (! la clase media y la pequeña burguesía se inclinó por el partido nazi). En enero de
1933, tras el fracaso de anteriores gabinetes, Hindenburg encarga a Hitler que forme nuevo gobierno.
En sólo seis meses, Hitler procedió con extraordinarias determinación y celeridad a la conquista del poder y a
la destrucción fulminante de toda oposición. Hitler forzó a Hindenburg a autorizarle la disolución del
Parlamento y la convocatoria de nuevas elecciones, que se celebraron (marzo de 1933) en un clima de
intimidación y violencia extremadas, desencadenadas por las fuerzas paramilitares nazis (las SA) y con las
garantías suspendidas como consecuencia del incendio del edificio del Reichstag, que Hitler denunció como
una conspiración comunista (el Partido Comunista fue, por ello, ilegalizado).
108
Tras ganar las elecciones con el 44 % de los votos, Hitler logró que las cámaras aprobaran (con la sola
oposición de los socialistas) una Ley de Plenos Poderes que le convertía virtualmente en dictador de
Alemania. Las fuerzas nacionalistas y de derechas son absorbidas y el resto de los partidos disueltos, igual que
los sindicatos (! centenares de dirigentes socialistas y comunistas fueron enviados a campos de
concentración). La noche del 29 al 30 de junio de 1934 (la noche de los cuchillos largos), Hitler, usando las
SS de Himmler, procedió a la ejecución sumaria de los dirigentes del ala radical de su partido y de
personalidades independientes, por supuesto complot contra el Estado (en total 77 personas fueron asesinadas
en aquella noche y varios centenares más en los días siguientes). El 14 de julio, Hitler declaró al partido nazi,
partido único del Estado. Poco después, en agosto, fallece Hindenburg y Hitler, sin dejar la chancillería,
asumió la Presidencia (aunque usó siempre el título de Führer) después de un plebiscito clamoroso en que
logró un 88 % de votos afirmativos.
La dictadura alemana había quedado en menos de un año firmemente establecida. Era el III Reich.
TEMA 34. EL AUGE DE LAS DICTADURAS.
La mayoría de los estados europeos (excepto Turquía y la URSS) tenían regímenes democráticos en torno a
los años 20, pero sin embargo a finales de la década de los 30 sólo sobrevivían once democracias, que
pertenecían en su mayoría a la zona noroccidental de Europa. La I Guerra Mundial no significó, pues, el
triunfo de la democracia. La dictadura triunfó en Rusia (1917), Italia (1922), España (1923, luego en 1939),
Portugal (1926), Alemania (1933), y en otros países europeos. Muchas de estas dictaduras −militares o
civiles− fueron simplemente regímenes autoritarios más o menos temporales. La dictadura soviética, el
fascismo italiano y el régimen nacional−socialista alemán constituyeron, en cambio, un fenómeno histórico
enteramente nuevo. Eran dictaduras que aspiraban a la plena centralización del poder y al total control y
encuadramiento de la sociedad por el Estado a través del uso sistemático de la represión y de la propaganda.
Las atrocidades de la Gran Guerra habían representado un primer golpe contra la fe en el hombre y en su
capacidad de progreso moral y habían supuesto la glorificación de la violencia y del deseo de poder. En
aquellos países europeos con menor tradición democrática y con estructuras económicas menos desarrolladas,
las corrientes autoritarias empezaron a cuajar muy pronto en dictaduras militares del viejo estilo o en
dictaduras fascistas y totalitarias de factura moderna. Este proceso se amplió sobre todo a partir de 1930, en el
momento en que la gran depresión aumentó las dificultades de los países europeos más endeudados con el
exterior y agudizó en su seno las tensiones sociales cuando todavía estaba en la memoria de todos la inflación
galopante de la posguerra, en la que se había volatilizado buena parte de los ahorros de las clases medias.
El fascismo explotó el sentimiento de frustración nacional −en el caso de Italia, la victoria mutilada, y en el
caso de Alemania la convicción de haber sido sometida a discriminaciones internacionales y al pago de unas
reparaciones abusivas durante medio siglo, sin haber sido derrotada ni invadida− y justificó la violencia
sistemática y la destrucción de la democracia parlamentaria por el temor de un golpe comunista que condujese
a un régimen como el soviético (! pero en realidad, ni Mussolini en 1922 ni Hitler en 1933 se enfrentaron con
un movimiento obrero en ascenso).
Los fascismos europeos de entreguerras no pueden estudiarse separados del modelo comunista soviético,
considerado su principal antagonista y que fue también el justificante de sus propias concepciones totalitarias.
• Los movimientos fascistas
Los rasgos definitorios de la doctrina fascista son los siguientes:
♦ Omnipotencia del Estado.− Los individuos están subordinados al Estado que ignora los
derechos individuales. Éstos no pueden expresar su voluntad mediante el voto de la mayoría.
En el plano político se aniquila toda oposición (se erige el partido único), se adueña de los
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mecanismos del estado (no tolera la separación de poderes); en el plano intelectual disfruta
del monopolio de la propaganda y la verdad (elimina toda crítica y capacidad de disentir
frente al sistema político impuesto).
♦ Desigualdad de los hombres.− El fascismo cree que sólo una minoría está predestinada para
gobernar. Como se parte de la desigualdad de los hombres, se rechaza, por tanto, la
democracia porque concede los mismos derechos a todos. Este pensamiento deriva, en primer
lugar, en una descalificación de la mujer (! al no tener la misma capacidad que el hombre, se
convierte automáticamente en ciudadano de segunda categoría). Las mujeres, según el código
fascista, deben reducir sus funciones a los niños, la cocina y la iglesia. En segundo lugar,
afirman la desigualdad de las razas humanas, que desembocó en el exterminio de los judíos y
en los individuos tarados física y psíquicamente (! para los nazis será dogma la superioridad
de la raza aria, para los fascistas italianos la supremacía del pueblo de Italia).
♦ Filosofía de la víctima propiciatoria.− Se intenta convencer a los ciudadanos de que el origen
de sus problemas viene del exterior, como son el marxismo, el capitalismo y el judaísmo. (!
Al antisemitismo se añaden algunas variantes xenófobas contra minorías como los gitanos,
los negros, los homosexuales, los masones o los trabajadores extranjeros. La violencia contra
ellas no se considera delito sino un servicio al Estado e insufla en los seguidores fascistas un
sentimiento de superioridad, lo que les convence que han pasado de ser víctimas a ser
verdugos).
♦ Caudillaje.− Se produce una exaltación del líder carismático que representa a la nación entera,
la cual sigue sus instrucciones sin titubeos. El Duce o el Führer son objeto de idolatría sin
límites y se les presenta como genios, gigantes dotados de todos los poderes (! muchedumbres
que los aclaman y que crean una atmósfera sacral que establece una comunión hipnótica entre
el guía y sus seguidores). El modelo de conducta viene dictado por los hábitos de la milicia:
disciplina, obediencia, fidelidad han de tributarse al líder.
♦ Nacionalismo exacerbado.− El fascismo nace de la humillación de la derrota, o de una
victoria de la que no se ha obtenido provecho. Se exige la revancha, que no sería posible sin
una invocación apasionada a la grandeza de la propia nación ultrajada. Con facilidad se pasa
del nacionalismo al imperialismo, una gran nación encuentra su horizonte en la formación de
un imperio. Un pueblo superior tiene derecho a disponer de espacio para realizarse y a
conquistarlo.
♦ Código de conducta basado en la violencia.− Necesidad de la violencia militar y policíaca en
gran escala ante la urgencia de los objetivos y, en consecuencia, se dota a las fuerzas
represivas de toda suerte de prerrogativas. (! Existencia de los campos de concentración nazis
y de la Gestapo, la policía secreta estatal alemana).
♦ Desconfianza de la razón.− El fanatismo está por encima del análisis lógico. El individuo no
debe ejercer la actividad de pensar. El tabú, lo que no puede discutirse, caracteriza a los
regímenes totalitarios.
◊ EL FASCISMO ITALIANO
El movimiento fascista que Mussolini acaudilló fue el primero de los movimientos de derecha que ocuparon el
poder en el occidente europeo.
El fascismo italiano fue, como el comunismo ruso, resultado a la vez de la I Guerra Mundial y del propio
contexto histórico nacional.
En la década de 1910 había cristalizado en Italia un nuevo nacionalismo autoritario y antiliberal que aspiraba
a la creación de un nuevo orden político basado en un Estado fuerte y en la afirmación de la idea de nación.
Todo ello iba acompañado por el descrédito político del régimen liberal italiano.
Las consecuencias de la I Guerra Mundial fueron igualmente decisivas. Primero, la guerra creó un clima de
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intensa exaltación nacionalista, reforzado en la posguerra por la decepción que en Italia produjo el Tratado de
Versalles (! La anexión del Trentino era insignificante en comparación con las pérdidas de la guerra −casi
700.000 muertos y más de un millón de heridos−. Además, la región de Fiume se incorporará a Croacia,
convirtiéndose en la primera bandera del nacionalismo fascista. Por lo demás, Italia no verá satisfechas sus
pretensiones colonialistas en el continente africano. Es lo que los fascistas llaman la victoria mutilada). La
guerra provocó, en segundo lugar, una grave crisis económica (gigantesco endeudamiento del Estado,
inflación, desempleo, inestabilidad monetaria) y una amplia agitación laboral que culminó en el llamado
bienio rosso (1919−20) y en las ocupaciones de fábricas por los trabajadores en septiembre de 1920 (! se
solucionó el problema ofreciendo a los trabajadores aumentos salariales y el reconocimiento del poder sindical
en las fábricas). En tercer lugar, la guerra rompió el viejo equilibrio político de la Italia liberal (! tras la
aprobación en 1919 de un sistema electoral de representación proporcional, Italia entró en un período de gran
turbulencia política, definido por el avance electoral de los partidos de masas −el Partido Socialista Italiano y
el Partido Popular Italiano−, por la formación de gobiernos de coalición y por una extremada inestabilidad
gubernamental).
El fascismo capitalizó la crisis económica, social, política y moral de la Italia de la posguerra. Nació
oficialmente en 1919, cuando Benito Mussolini (que años antes había sido expulsado del Partido Socialista)
celebró un mitin en Milán, donde se crearon `Fascios italianos de combate' (bandas, `squadre' en italiano, de
ciudadanos armados que actuaban por su cuenta cuando el gobierno no podía dominar a los obreros en huelga.
Se produjeron enfrentamientos y peleas callejeras entre las milicias obreras y estos grupos armados). El
primer manifiesto−programa de Mussolini reivindicaba el espíritu revolucionario del movimiento e incluía
medidas políticas radicales (proclamación de la República, abolición del Senado, derecho de voto para las
mujeres), propuestas sociales y económicas avanzadas (abolición de las distinciones sociales, mejoras de
todas las formas de asistencia social, supresión de bancos y bolsas, confiscación de bienes eclesiásticos y de
los beneficios de guerra, impuesto extraordinario sobre el capital) y afirmaciones de exaltación de Italia en el
mundo.
Sin embargo, en las elecciones de 1919 no obtuvieron ni un solo escaño, lo que obligó a Mussolini a variar su
orientación política y erigirse como defensor del orden frente a la agitación social. El ascenso del fascismo a
partir de 1920 se debió a su capacidad para postularse como única solución nueva y fuerte ante la crisis
política y social que Italia vivía desde el final de la guerra y para afirmarse como alternativa de orden a un
régimen liberal y parlamentario desacreditado y en decadencia, ante la amenaza de revolución social que
pareció cernirse sobre el país.
En un primer momento algunos políticos liberales pensaron que el fascismo podía ser el contrapeso en la
lucha contra el socialismo y que los fascistas acabarían por integrarse en la filas liberales.
La violencia desencadenada en aquel período por las escuadras fascistas fue esencial para ir debilitando poco
a poco la autoridad del Estado. Algunos empresarios agrícolas e industriales, ante la pasividad del gobierno,
llegaron a subvencionar estas bandas para hacer frente a la agitación social. Pero su motor de acción decisivo
será la burguesía empavorecida por los ecos revolucionarios que llegan de la Rusia bolchevique. La base
social del fascismo italiano la integraban elementos de todas las clases sociales, pero preferentemente de la
pequeña burguesía urbana y rural y con un alto componente de jóvenes. La capacidad de actuación del
escuadrismo y el número de sus seguidores se incrementa con tanta rapidez que no se explicaría sin el apoyo
directo o indirecto de muchos sectores de la vida italiana (! ya hemos dicho que el gobierno, al principio,
ayudó e incluso financió a los grupos fascistas con el fin de frenar a la extrema izquierda).
Desde luego, la crisis política italiana favoreció la estrategia del fascismo. Los resultados de las elecciones de
1919 y 1921 obligaron a gobernar en coalición; ningún partido logró en ellos la mayoría absoluta. Todas las
combinaciones gubernamentales que se ensayaron fueron por definición frágiles. Hubo cinco gobiernos y un
número mayor de crisis ministeriales.
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En las elecciones de 1919, los fascistas no consiguieron ningún escaño. Sin embargo, en las de 1921
consiguieron 35 diputados (entre ellos Mussolini). Seguro del creciente apoyo popular al fascismo, Mussolini
procedió a transformar un movimiento indisciplinado y heterogéneo en un partido político, el Partido
Nacional Fascista. La presencia del escuadrismo en el partido ratificaba la naturaleza violenta y totalitaria de
la organización.
El Partido se ocupa inmediatamente de articular su estructura paramilitar con la institución de las Milicias
(divididas en centurias, cohortes y legiones, al modo romano). Se pone en marcha toda la grotesca
parafernalia fascista, que tratará de recordar los fastos de la Roma imperial, desde los saludos hasta los
estandartes.
A lo largo de 1922 multiplicaron las movilizaciones de masas en abierto desafío a las autoridades. Lo
característico fue la organización de marchas sobre las ciudades, esto es, concentraciones disciplinadas y
marciales de miles de fascistas uniformados y armados que, desfilando tras sus banderas, ocupaban durante
una horas calles, plazas y edificios de la localidad elegida y procedían a disolver los ayuntamientos y a
expulsar a las autoridades locales. El gobierno no se atrevía a usar la fuerza. Ante tal situación, los socialistas
y las organizaciones proletarias convocaron para el 31 de julio de 1922 una huelga general en defensa de la
libertad. Fue un desastre. El contraataque fascista fue fulminante: movilizando todos sus efectivos y
extremando la violencia, los fascistas, y no las autoridades del Estado o la policía, rompieron en apenas 24
horas la huelga y restablecieron el orden (39 muertos). La conquista del poder estaba claramente a su alcance.
En efecto, en octubre de 1922 Mussolini ordenó a sus milicias que marcharan sobre Roma. La marcha sobre
Roma fue una movilización militarizada de todos sus efectivos para converger desde distintas localidades
sobre la capital y exigir el poder. El gobierno decide proclamar el estado de sitio pero el rey se niega a firmar
el decreto, para evitar el derramamiento de sangre. Dimite el gabinete y el rey pide a Mussolini que forme
gobierno, el 30 de octubre. Mussolini asume la gobernación del país al frente de un gobierno de coalición
(cuatro fascistas, cuatro liberales, dos populares, un nacionalista y algún independiente).
La primera etapa del gobierno fascista (octubre 1922 − enero 1925) fue una etapa de transición en la que la
vida pública (Parlamento, partidos, sindicatos, prensa) siguió funcionando bajo una cierta apariencia de
normalidad constitucional. En ese tiempo se siguió una política económica no intervencionista que favorecía
el libre juego de la iniciativa privada (privatizaciones, incentivos fiscales a la inversión, drásticas reducciones
de los gastos del Estado, estímulos a las exportaciones...). Favorecida por el relanzamiento de la economía
mundial y de la propia demanda interna, la economía italiana creció notablemente en este período.
En cuestiones internacionales, dejó clara su oposición al Tratado de Versalles y a la Sociedad de Naciones
(ocupación militar de la isla griega de Corfú; firma con Yugoslavia, al margen de la Sociedad de Naciones, un
compromiso sobre Fiume, que pasaba a integrarse en Italia a cambio de concesiones importantes sobre
territorios del entorno de la ciudad; firma de acuerdos comerciales con Alemania y la URSS −a la que
reconoció en seguida−). Pero hubo también manifestaciones tranquilizadoras (firma del Tratado de Locarno;
del Pacto de Briand−Kellog; con el Vaticano los acuerdos de Letrán).
Con todo, Mussolini tomó antes de 1925 iniciativas políticas significativas creando órganos paralelos a los del
Estado como el Gran Consejo Fascista, que puede tomar decisiones políticas y reduce al gobierno a un simple
papel administrativo. De igual manera, legaliza la Milicia fascista, verdadero ejército del partido (uniformado
y jerarquizado), colocándola bajo el control del citado Gran Consejo y encargándole la defensa del Estado, lo
que le convertía de hecho en un ejército paralelo. Más aún, Mussolini procedió a la fusión del partido fascista
con los nacionalistas y, dos meses más tarde, hizo aprobar al Parlamento una nueva ley electoral en virtud de
la cual la lista que obtuviera más del 25 % de los votos recibiría el 66 % de diputados.
Mussolini, por tanto, daba pasos hacia la fascistización de las instituciones, el control del Parlamento y el
partido único. En las elecciones de 1924, celebradas entre asesinatos y violencia de los escuadristas, los
112
fascistas obtienen cinco de los siete millones de votos gracias a la nueva ley electoral.
Los fascistas disponen ya de la mayoría suficiente para acometer cualquier reforma constitucional, son los
dueños del Parlamento, pero las irregularidades cometidas durante el proceso electoral aumentan la resistencia
antifascista.
Al abrirse las sesiones del Parlamento, el diputado socialista Matteoti denunció la gestión del gobierno de
Mussolini e hizo una crítica demoledora que tuvo un gran eco en Italia. A los pocos días fue secuestrado y
asesinado (con conocimiento previo de la Secretaría del Partido). El delito Matteoti pudo haber servido para
liquidar la experiencia fascista. El estupor e indignación nacionales, expresados por la prensa, fueron
extraordinarios. El crédito internacional del gobierno italiano sufrió un desgaste evidente. La oposición se
retiró del Parlamento, como forma de presionar al rey. Se habló de hasta un posible golpe de estado. Pero nada
se hizo. La oposición, dividida y debilitada, no acertó a canalizar la crisis. El rey, a pesar de que un grupo de
empresarios intenta convencerle para que retire su confianza en Mussolini, no toma ninguna iniciativa, quizá
temeroso del regreso a la anarquía.
Poco a poco, los escuadristas del partido fueron retomando la iniciativa (! las marchas fascistas volvieron a la
calle sembrando de nuevo el terror). El 3 de enero de 1925, Mussolini se presentó ante el Parlamento y en un
desafiante discurso que galvanizó a sus diputados y a todos los cuadros y militares del fascismo, asumió toda
la responsabilidad moral e histórica de lo acaecido. El fascismo había recobrado el pulso.
Empezaba la segunda etapa del régimen fascista. Desde 1925, Mussolini procedió a la creación de un régimen
verdaderamente fascista, esto es, de una dictadura totalitaria del partido. El Estado encarnaba la colectividad
nacional (! Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nadie contra el Estado).
El régimen fascista italiano se concretó, primero, en una dictadura fundada en la concentración de poder en el
líder máximo del partido y de la Nación (el Duce acumula el título de jefe de gobierno, primer ministro, un
número cada vez más elevado de ministerios, secretario de Estado, caudillo del partido y la posibilidad de
gobernar en adelante por decreto ley. El rey perdió parte de sus prerrogativas), en la eliminación violenta y
represiva de la oposición (suspensión de los partidos políticos y arresto de numerosos miembros de la
oposición) y en la supresión de todas las libertades políticas fundamentales (los grandes periódicos quedaron
bajo control directo del Estado, se suprimen los derechos individuales y justifican la opresión, se instruye el
delito de opinión, se restaura la pena de muerte...); segundo, en una amplia obra de encuadramiento y
adoctrinamiento de la sociedad a través de la propaganda, de la acción cultural, de las movilizaciones
ritualizadas de la población y de la integración de ésta en organismos estatales creados a aquel efecto (con el
control de la prensa y de la enseñanza se pudo conseguir un grado de uniformidad de la sociedad. El culto al
Duce fue parte esencial del Estado fascista. Una propaganda desaforada lo presentaba como un superhombre
de excepcional virilidad e incomparable capacidad de trabajo. Saludarle y vitorearle eran obligados siempre
que aparecía en público. El culto al Duce tuvo una proyección social extraordinaria y como tal, fue parte
principal en la obra de adoctrinamiento y encuadramiento sociales emprendida por el fascismo: creación de
organizaciones infantiles y juveniles, estructuradas en unidades de tipo pseudo−militar, que juraban lealtad
personal al Duce. Tenían por objeto la educación física y moral de la juventud con intencionalidad política
evidente −la juventud encarnaba las nuevas levas fascistas−. A través de la prensa y propaganda, el fascismo
hizo igualmente de la cultura y del deporte vehículos de propaganda estatal y de adoctrinamiento ideológico.
Los dos ejes de su actuación fueron la exaltación de la romanidad y la italianización. El culto al deporte se
convirtió en política oficial: los éxitos que obtuvo el deporte italiano en esta época tuvieron una significación
extradeportiva y política. Desde la perspectiva de la propaganda fascista, eran la demostración evidente de que
una nueva Italia −sana, joven y fuerte− estaba naciendo bajo el liderazgo del Partido y su Duce); tercero, en
una política económica y social basada en el decidido intervencionismo del Estado en la actividad económica,
en una política social protectora y asistencial y en la integración de empresarios y trabajadores en organismos
unitarios (corporaciones) controlados por el Estado. (! Fue en el ámbito económico donde el dirigismo estatal
fascista se hizo más evidente. Desde 1925−26 se dio por finalizada la etapa liberal y la economía italiana
113
quedó sujeta a un creciente control del Estado en razón de las concepciones nacionalistas y autárquicas del
fascismo. El objetivo era el aumento de la producción. Primero fue la batalla del trigo, que pretendía
conseguir el autoabastecimiento aumentando la producción nacional mediante la extensión de la superficie
cultivada y la modernización de las técnicas de cultivo, y reducir las importaciones imponiendo una fortísima
elevación arancelaria. La producción se incrementó en un 50 % pero tuvo graves contrapartidas, pues se hizo
a costa del abandono de pastos, que arrastró a la ganadería vacuna y a la industria láctea, y de cultivos de
exportación esenciales a la economía italiana como el viñedo, los cítricos y el olivo. Más tarde, vino la batalla
de la lira que, para combatir la inflación, revaluó la lira (que llegó a situarse, con orgullo de Mussolini, en
paridad con el franco francés), procedió a elevar los tipos de interés y a reducir los costes salariales (que
compensó con reducción de la jornada laboral, concesión de subsidios a familias numerosas, vacaciones
pagadas, paga extraordinaria de Navidad...). Todo ello produjo una gran estabilidad de precios y hasta una
disminución del coste de la vida, pero perjudicó al comercio exterior, que tenía que pagar a precio más alto. (!
Estas medidas adoptadas harían que el país aguantara bien la crisis mundial de 1929). Después vino la batalla
de la bonificación o desecación de grandes zonas pantanosas cercanas a Roma para su conversión en tierra
arable y su colonización mediante poblados, carreteras... Sin embargo, los objetivos quedaron muy por debajo
de los objetivos oficiales. Se hicieron grandes inversiones públicas en obras de infraestructura (construcción
de pantanos, trazado de autovías, electrificación de la red ferroviaria...). En política social, el fascismo fue
configurándose como un Estado corporativo en virtud del cual las organizaciones patronales y obreras
quedaban integradas unitariamente bajo la dirección del Estado. Corporativismo y acción social del Estado
eran, así, las alternativas del fascismo al capitalismo liberal y al socialismo obrero. Ello supuso un alto grado
de dirigismo estatal en materia laboral (regulaba las relaciones laborales elaborando directamente los
convenios colectivos). La acción social del Estado se concretó ante todo en la Opera Nazionale Dopolavoro
(Obra Nacional de Descanso) que consistió básicamente en la organización de actividades recreativas para los
trabajadores: casas de recreo, viajes, piscinas, salas de cine... Fue un éxito innegable y explica la adhesión
pasiva al régimen de una parte considerable de la población italiana. (! Las realizaciones económicas y
sociales del fascismo no fueron, por tanto, en absoluto desdeñables. Pero todo ello se hizo a costa de un
gigantesco gasto público y de enormes déficits. Además, el proteccionismo favoreció los monopolios de las
grandes empresas tradicionales. El fascismo tampoco hizo nada para equilibrar las diferencias entre norte y
sur. La política del trigo sólo benefició a los grandes latifundistas, la población rural siguió sin otra alternativa
a la pobreza que la emigración); y cuarto, en una política exterior ultra−nacionalista y agresiva encaminada a
afianzar el prestigio internacional de Italia y a reforzar su posición imperial en el Mediterráneo y África (! El
reparto del Tratado de Versalles de los despojos de las potencias vencidas deja marginada a Italia. Al quedar
excluida, adquiere un sentimiento de frustración que Mussolini emplea como justificación principal de su
política de rearme con intenciones imperialistas). Tras la aprobación cómplice de Gran Bretaña y Francia −los
tres países habían formado un frente común contra la actuación exterior alemana en 1935 (Mussolini no se
entendió con Hitler en 1934 por su desacuerdo con el propósito de Hitler de anexionar Austria a Alemania)−
al expansionismo africano de la Italia fascista, un fuerte ejército italiano invade Abisinia en 1936. A corto
plazo, fue un extraordinario éxito para Mussolini y suscitó una genuina explosión de patriotismo en el pueblo
italiano. Pero a medio y largo plazo, fue un error gravísimo (resultó costosísimo y además las colonias no
ofrecían nada a la economía italiana). Además, Abisinia supuso el aislamiento internacional de Italia,
decretado por la Sociedad de Naciones y la aproximación de Italia al único valedor que tuvo en aquellos
momentos, a la Alemania de Hitler. El 25 de octubre de 1936, Hitler y Mussolini proclamaron la creación del
Eje Berlín−Roma. Con él, Italia quedó desde ese momento dentro de la órbita de Alemania en una posición de
subordinación y dependencia, y condujo a Italia a la Segunda Guerra Mundial, de la que saldría derrotada y el
régimen fascista destruido.
• Relaciones del fascismo con la Iglesia.
El régimen fascista resolvió en 1929 el problema del Vaticano, pendiente desde la unificación del país en
1870. Los pactos de Letrán de 1929 supusieron la reconciliación formal entre el reino de Italia y la Santa
Sede. Italia reconocía la soberanía de la ciudad−Estado del Vaticano (palacios y parques del Vaticano,
diversos edificios en Roma y la villa pontificia de Castelgandolfo) mientras que la Santa Sede reconocía al
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reino de Italia y renunciaba a Roma. El gobierno italiano reconoció la religión católica como única religión
del Estado, indemnizó al Papa con una suma cuantiosa por las posesiones confiscadas tras la ocupación de
Roma en 1870 y concedió a la Iglesia importantes privilegios en materia educativa.
Los pactos de Letrán no significaron, sin embargo, ni la catolización del fascismo (que continuó apelando a la
Roma clásica como afirmación de su identidad cultural e histórica) ni la fascistización de la Iglesia. Algunas
veces hubo algún roce ocasional entre ambos poderes (en la existencia y actuación autónomas de
organizaciones juveniles católicas). Pero es indudable que la Iglesia dio al fascismo el apoyo que jamás dio a
la Italia liberal.
• LA DICTADURA DE SALAZAR EN PORTUGAL
En mayo de 1926, un movimiento militar iniciado en Braga por el general Gomes de Costa, derribó en
Portugal el régimen republicano implantado desde 1910 (! el período republicano fue de una gran
inestabilidad política: las Cortes estaban dominadas por los monárquicos y, en la calle, los sindicatos eran
arrolladoramente revolucionarios. El régimen hizo una política radical −derecho al divorcio, a la huelga,
laicismo en las escuelas, disolución de las órdenes religiosas−. A la situación creada por estos cambios en un
país pobre se unió la entrada del país en la Primera Guerra Mundial).
Inicialmente el régimen portugués fue una dictadura militar, preocupada ante todo por el mantenimiento del
orden público y la suspensión de toda actividad política. La dictadura −formalmente republicana− sufre, en los
primeros dos años de su existencia, vicisitudes y cambios que parecen augurarle poca estabilidad. A los pocos
meses de su instauración, otro general, Carmona, se hace con las riendas del poder y consigue, en 1928, ser
elegido presidente de la República y reelegido cada 7 años hasta su muerte en 1951. El país está
completamente deteriorado, con un nivel de vida que raya en la miseria y en el que el caos económico es la
regla común. El régimen solicita un empréstito a la Sociedad de Naciones que no es concedido. En vista de
ello, se recurre a los empréstitos de la clase rica del país y, en 1928, se piensa para que ocupe el Ministerio de
Hacienda en un catedrático de Economía de la Universidad de Coimbra, ya conocido y respetado en los
medios católicos y reaccionarios, Antonio de Oliveira Salazar, un hombre de origen campesino y humilde,
antiguo seminarista, muy religioso, soltero, ascético, de vida privada reservada, anodina y austera, que en muy
poco tiempo logró, mediante una política muy conservadora de economías y ahorro, estabilizar la moneda,
reducir el déficit y restaurar la confianza internacional en la economía portuguesa.
Salazar −que ejerció como primer ministro de 1932 a 1969− institucionalizó la dictadura y le dio una
significación política clara y precisa (y distinta, sin duda, de los proyectos iniciales de los militares). En el año
1933 es promulgada una nueva Constitución que sirve de estructura al llamado Estado Novo, un régimen
antiliberal, antidemocrático, contrarrevolucionario, católico y corporativo, inspirado en las directrices sociales
del catolicismo conservador portugués. La Constitución de 1933, en efecto, además de establecer una especie
de diarquía entre la Jefatura del Estado (ejercida por Carmona hasta 1951) y la del Gobierno (detentada por
Salazar hasta su muerte), creaba un Estado fuerte, en el que el gobierno era responsable no ante el Parlamento
(con muy escasas competencias) sino ante el presidente (elegido cada 7 años) e introducía un sistema de
representación corporativa, en el que grupos y corporaciones (gremios, casas de pescadores, universidades y
similares) y no los individuos, constituían la base de la representación. Los partidos políticos fueron
prohibidos, salvo el partido gubernamental, la Unión Nacional.
En octubre de 1936, como dato revelador de la orientación ideológica del Estado Novo portugués, éste rompe
relaciones con la Segunda República española y apoya a Franco en la guerra civil (en 1942 firmaría con el
régimen español el Pacto Ibérico). Pero la neutralidad que observó durante la Segunda Guerra Mundial y su
especial relación amistosa con Gran Bretaña (a pesar de la simpatía y admiración que sentía por el Eje
Berlín−Roma, es evidente que Portugal, dados sus lazos casi coloniales de dependencia económica con Gran
Bretaña, no podía hacer otra cosa que mantenerse neutral), hizo que, paradójicamente, la dictadura portuguesa
se encontrara en 1945 al lado de los países democráticos. No obstante, Portugal continuaría en un cierto
115
aislamiento internacional hasta su entrada en las Naciones Unidas en 1955, organización de la que sería
siempre un miembro molesto a causa del problema colonial (! en los años 50 nace en Portugal la mística
neoimperialista del Estado Novo con interés por explotar a fondo las colonias, precisamente cuando se
empieza a organizar el anticolonialismo africano, que daría lugar en 1961 al inicio de la guerra colonial).
En el interior, la dictadura, severa y paternalista, personificada por un hombre completamente superado por la
dinámica capitalista de la posguerra, logró impedir la industrialización acelerada y conservar la
preponderancia de los sectores agrarios. Existía sólo una industria de pequeñas unidades lucrativa gracias al
miserable nivel de los salarios, situación sostenible debido al fuerte desempleo y subempleo y a la total
represión de cualquier proceso reivindicativo (! Instrumento básico de la política salazarista fue la PIDE
(Policía Internacional y de Defensa del Estado), que junto a los agentes de paisano o de uniforme reclutó a
miles de burócratas y a legiones de informadores que durante años se dedicaron a fichar a sus conciudadanos
y a anotar meticulosamente los detalles más nimios, que eran utilizados cuando se necesitaban. Todos los
ciudadanos eran sospechosos ante la todopoderosa policía política).
En 1951 muere el presidente Carmona y ante las desavenencias que tiene con su sucesor, Salazar (aleccionado
quizá sobre el peligro que podría surgir de un eventual equilibrio de poderes) promueve en 1959 una reforma
de la Constitución que otorga más poderes a la figura del Jefe del Gobierno, a costa de la del Presidente de la
República.
Pero éste y otros intentos no hacen más que poner de manifiesto, a lo largo de los años 60, la incompatibilidad
total del régimen con la nueva situación creada por una serie de cambios estructurales que afectan gravemente
a su precario equilibrio social, político y económico (sublevaciones militares en el país, descontento entre la
población, el inicio de las guerras coloniales en África, el gran aumento de las emigraciones masivas de
trabajadores a Europa). El resultado de todo ello fue un proceso de fuerte concentración de capital y una
inflación que desde entonces no dejó de agravarse.
En estos años de creciente oposición interior y exterior, el detonante de las guerras coloniales de 1961
transformó la mentalidad del Ejército, especialmente de la oficialidad joven que era enviada a África y veía lo
que estaba costando esta guerra al pueblo portugués (el 50 % del presupuesto nacional se destinaba a
mantener la guerra colonial).
En septiembre de 1968, Salazar sufre una embolia cerebral y queda apartado del gobierno. Marcelo Caetano
intentó, hasta 1974, mantener el salazarismo aún después de la muerte del dictador en 1970. En 1974, Portugal
tiene 110.000 desertores, un ejército en franca rebeldía y derrotismo, una economía en bancarrota y una
situación social tan injusta que no tiene parangón en Europa. El 25 de abril de este mismo año, el Movimiento
de las Fuerzas Armadas (MFA), controlado por oficiales jóvenes, curtidos en las guerras coloniales y hartos
de la corrupción, abusos y represión del régimen, toman el poder controlando todos los centros neurálgicos del
poder, en medio de las entusiastas aclamaciones de la inmensa mayoría de la población. El gran apoyo
popular a los militares hizo casi totalmente incruenta la operación. La imagen simbólica de los soldados con el
cañón de sus fusiles adornado por un clavel hizo que esta revolución pacífica fuera conocida con el nombre de
Revolución de los claveles, el clavel apareciendo por el cañón como queriendo decir que, esta vez, las armas
venían en son de paz.
• EL NAZISMO EN ALEMANIA
El golpe de estado frustrado en 1923 apartó a Adolf Hitler de la idea de acceder al poder mediante la violencia
o cualquier otro tipo de presión al estilo italiano. Lo que no abandonó Hitler fue su idea de destrucción de los
mecanismos constitucionales o institucionales que le impidiesen implantar la dictadura en Alemania.
Elevado al poder dentro de la legalidad constitucional de la República de Weimar, los propósitos de Hitler se
encaminaban hacia la consecución de la dictadura mediante el decreto de suspensión de garantías
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constitucionales y la Ley de Plenos Poderes, que le fue concedida tras las elecciones de 1933 el día 24 de
marzo (! en ausencia de los comunistas −el Partido Comunista fue disuelto tras el incendio del Reichstag en
febrero del mismo año−, sólo el partido socialdemócrata se había opuesto a ello).
A partir de entonces estaba abierto el camino para la destrucción de todas las fuerzas políticas y sindicales. El
Partido Nacionalsocialista fue elevado al rango de partido único. Para que no le entorpecieran el camino hacia
la presidencia del país, Hitler hizo asesinar a los jefes de las SA (el cuerpo paramilitar del partido nazi), que
habían contribuido en gran medida a abrirle el acceso al poder, en la noche de los cuchillos largos (30 de junio
de 1934) y aprovechar este ajuste de cuentas para hacer desaparecer a diversas personalidades conservadoras
o que habían desaprobado el establecimiento de su dictadura. Tras la muerte de Hindenburg, Hitler se
convirtió en el Reichsführer.
En adelante, Hitler ejerció el poder absoluto. Los nazis hicieron un uso excepcionalmente intensivo de los
mecanismos totalitarios de control social (policía, propaganda, educación, producción cultural).
Más que formas más o menos autoritarias de coerción, impusieron un verdadero régimen de terror policial. La
creación de los campos de concentración supuso un instrumento definitivo de control del pueblo (! el primero
se abrió antes de los dos meses de la llegada de Hitler al poder). En la Alemania nazi se abrieron unos 40
campos de concentración, en los que fueron internados comunistas, socialistas, pacifistas e individuos
asociales, y cuya vigilancia estaba asociada a las SS. Ya en 1929, Hitler había nombrado a Himmler jefe de su
guardia personal, de las SS, que hacían, además, las veces de servicio de seguridad. En 1934 le dio el control
de la Gestapo (la policía secreta), que reorganizó como una subdivisión de las SS. En 1936, con la integración
de todas las fuerzas policiales y parapoliciales (SS, Gestapo, policía de seguridad, policía criminal, policía
política) bajo el mando de Himmler, la Alemania hitleriana se convirtió en un estado policíaco. El poder de las
SS y de la Gestapo, que controlaban también los campos de concentración y los servicios de espionaje, fue
inmenso, un Estado dentro del Estado.
Pero junto al terror, la propaganda era el segundo pilar en que se apoyaba el sistema nacionalsocialista. Los
nazis hicieron un uso excepcional de la propaganda y la cultura como formas de manipulación de las masas,
de movilización social y de doctrinamiento colectivo. Goebbels, nombrado ministro de Ilustración y
Propaganda en marzo de 1933, con control sobre prensa, radio y todo tipo de manifestación cultural, hizo de
la propaganda el instrumento complementario del terror en la afirmación del poder absoluto de Hitler y su
régimen. Las bibliotecas fueron depuradas de libros subversivos (quemados en inmensos autos de fe), junto
con las universidades (! conocidos escritores y artistas no nazis −Thomas Mann, Brecht, Gropius, Lang, ...− y
centenares de intelectuales, científicos, profesores, etc. tuvieron que exiliarse). El arte expresionista y de
vanguardia fue considerado como un arte degenerado; en su lugar, el arte nacionalsocialista exaltó el
clasicismo greco−romano, la grandeza y los mitos alemanes, el heroísmo y el trabajo. Goebbels cuidó
especialmente el cine y los grandes espectáculos (! la producción de documentales y de films de ficción que
por lo general glorificaban el pasado alemán y el régimen hitleriano aumentó considerablemente y su
proyección se hizo obligatoria. Los espectáculos de masas en grandes estadios, en explanadas al aire libre, con
uso abundante de recursos técnicos novedosos (luz, sonido, rayos luminosos), alcanzaron una perfección
efectista sin precedentes. Los grandes desfiles de Berlín y Nuremberg, entre mares de svásticas y de
estandartes nacionales, fanatizaban al pueblo alemán. En el mismo espíritu, Goebbels hizo de los JJ.OO. de
1936, celebrados en Berlín, una verdadera exaltación de la raza aria, de Alemania y de Hitler).
En 1936, se hizo obligatoria la afiliación de los jóvenes a las Juventudes Hitlerianas, donde se inculcaba la
convicción de pertenecer a una raza superior.
Un elemento clave en la Alemania nazi fue el antisemitismo. El 1 de abril de 1933 se decretó el boicot a los
comercios judíos. Seis meses después, una ley excluyó a los judíos de toda función pública. El 15 de
septiembre de 1935, el Partido proclamó las Leyes de Nuremberg, leyes racistas que privaban a los judíos de
la nacionalidad alemana y les prohibían el matrimonio y aún las relaciones sexuales con los alemanes. El
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atentado de un judío contra un diplomático alemán en París fue el pretexto para que la noche del 7 al 8 de
noviembre de 1938 (la noche del cristal), sinagogas, comercios y propiedades judías fueran asaltadas e
incendiadas en toda Alemania (91 personas fueron asesinadas aquella noche) y para la exclusión de los judíos
de todas las profesiones y lugares públicos. De este modo se trataba de provocar la emigración masiva de los
judíos (en 1939 habían emigrado la mitad de los judíos alemanes, que habían comprendido la amenaza que
pesaba sobre ellos). Luego, en 1941, comenzó el horror, una nueva fase de represión que culminaría en la
ejecución de unos 6 millones de judíos en los campos de concentración, como solución final al problema.
El sistema judicial, también depurado, quedó subordinado al poder arbitrario de la policía. Al tiempo que son
creados multitud de tribunales especiales, la judicatura pierde totalmente su autonomía, para convertirse en un
simple órgano auxiliar del gobierno. La utilización masiva de la detención preventiva hará posible el más
absoluto estado de inseguridad jurídica para la población.
En el terreno religioso, los nazis, cuya ideología era paganizante y atea, sometieron a las iglesias protestantes
al control del Estado y del Partido, lo que indispuso contra el régimen a muchos creyentes (que fueron
duramente represaliados). El Concordato que la Alemania nazi firmó con la Santa Sede en 1933 les hizo ser
más tolerantes con los católicos. Pero la animadversión de los nazis al catolicismo −una religión no nacional−
era manifiesta. Las violaciones del Concordato hicieron que el papa Pío XI condenara el nacionalsocialismo
como doctrina fundamentalmente anticristiana.
Una política social intervensionista prodigó sus atenciones sobre la familia y sobre la natalidad, fin último de
un Estado lanzado hacia la expansión territorial. En cuanto a la organización laboral, los sindicatos existentes
fueron prohibidos y se crearon en su lugar sindicatos oficiales, el Frente de los Trabajadores Alemanes, que
supuso el control gubernamental directo de todo el cuerpo social trabajador (las huelgas y la negociación
colectiva fueron prohibidas).
• La política económica
El descenso del número de parados (se consigue el pleno empleo en 1936 al aumentar de manera vertiginosa
la actividad de las industrias de guerra y ampliar el número de soldados) y el relanzamiento económico eran
los grandes logros del régimen. La renta per cápita se elevó en un 40 % y los salarios en un 20 %. Las
condiciones de trabajo y la vivienda mejoraron notablemente.
Sin el apoyo de la gran industria, este programa económico no habría sido posible (! la gran industria fue la
base de la sustentación del nazismo). Los empresarios conservan la propiedad, dirección y beneficios de las
empresas, pero el Estado controlaba los precios, salarios, el mercado de trabajo y el comercio exterior. Se
aunaron esfuerzos para conseguir la máxima autarquía (! En 1936 se pusieron en marcha planes cuatrienales
destinados a garantizar la total independencia con respecto al extranjero de la economía alemana que, sin
embargo, se encontraba en un círculo vicioso: el rearme necesitaba materias primas, la obtención de éstas
exigía la guerra y la guerra requería a su vez nuevos armamentos).
El régimen económico nacionalsocialista reservó a las grandes empresas grandes beneficios que no dejaron de
aumentar. En cambio, la concentración industrial y bancaria perjudicaba a los pequeños patronos, a los
artesanos y comerciantes que, sin embargo, encontraban en el dirigismo burocrático una amplia
compensación. En cuanto al mundo obrero, que perdió la libertad sindical y cuyo ritmo de trabajo aumentó
considerablemente, aunque se benefició de los elevados salarios en las industrias de armamento, se vio
fuertemente gravado por las cotizaciones y deducciones que le imponía el Frente de los Trabajadores. La clase
campesina, se mantenía, como consecuencia de su endeudamiento, en una situación precaria, como lo
atestigua el éxodo masivo a las ciudades.
En resumen, el régimen económico y social era el de una nación cínicamente explotada por el Estado.
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TEMA 33 bis. LAS RELACIONES INTERNACIONALES DESPUÉS DE LA PRIMERA GUERRA
MUNDIAL. LA ILUSIÓN DE LA PAZ.
A partir de 1924 se estaba germinando un nuevo clima internacional favorable a la cooperación multilateral y
a la solución pacífica de conflictos y tensiones, a pesar de la escasa operatividad de la Sociedad de Naciones.
La prosperidad general que se empezó a disfrutar entonces en todo el mundo ayudó a superar el trauma de la
Guerra y facilitó la reconciliación entre los pueblos.
En efecto, el Plan Dawes (abril de 1924) sentó las bases para la solución de la cuestión alemana (! las
reparaciones de guerra impuestas a Alemania eran excesivamente graves para que ésta pudiera pagar todo lo
que se le pedía. Hasta 1924, Francia había exigido que se cumpliera estrictamente el Tratado de Versalles,
incluso había ocupado la cuenca del Ruhr, pero la llegada al poder de la izquierda distendió las relaciones con
Alemania). El gobierno alemán había solicitado una investigación sobre la economía de su país. La comisión
de expertos nombrada al efecto, presidida por el banquero norteamericano Charles G. Dawes, recomendó que
la cantidad anual que Alemania debía pagar se fijase en 2'5 millones de marcos−oro y que se concediese a
Alemania una cuantiosa cantidad en créditos. El plan logró sus objetivos: la economía alemana inició su
recuperación, Alemania pudo empezar a pagar las anualidades acordadas (! Francia retiró sus tropas del Ruhr
a partir de 1925).
El 1 de diciembre de 1925 se firmaron los Tratados de Locarno, auspiciados por Gran Bretaña, Francia y
Alemania. El principal de ellos, suscrito por Francia, Bélgica y Alemania, y garantizado por Gran Bretaña e
Italia, confirmó la inviolabilidad de las fronteras alemanas con Bélgica y Francia y la desmilitarización del
Rin. Por último, Alemania era admitida en la Sociedad de Naciones. Un nuevo espíritu empezó a reinar en
Europa, el espíritu de Locarno, en el que el entendimiento parecía asegurado y todo el mundo tenía ansia de
paz y buena voluntad.
En aquel ambiente de distensión general también se dieron iniciativas, en busca de una fórmula permanente y
segura de paz. Así, en agosto de 1928, Gran Bretaña, Francia, EEUU, Alemania, Italia y Japón firmaron en
París el llamado Pacto Briand−Kellog, esto es, la propuesta del ministro francés de Exteriores, Briand, de
quien partió la iniciativa, y del Secretario de Estado norteamericano Frank B. Kellog, por la que los países
firmantes renunciaban a la guerra como medio de resolver los conflictos.
En ese clima, el Plan Dawes fue revisado y sustituido por otro mejor, el Plan Young (febrero de 1929): la
deuda de guerra alemana fue reducida en un 75 % y fijada en 121 billones de marcos, y se amplió el número
de plazos para su pago.
Lo que se dio en llamar espíritu de Locarno, el deseo de paz y cooperación, parecía, pues, triunfante. Sin
embargo, la gran depresión económica de 1929 destruiría el espíritu de Locarno y propiciaría que la
inseguridad, la violencia y la tensión volvieran a caracterizar las relaciones internacionales. Lo que en 1928
era impensable, la posibilidad de una nueva guerra mundial −como mostraba que un total de 62 Estados
ratificasen el Pacto Briand−Kellog−, resultaría casi inevitable en unos pocos años.
TEMA 35. ESTADOS UNIDOS EN ENTREGUERRAS (1919−1939)
La Primera Guerra Mundial para EEUU fue corta (entró en 1917), lejana, sin las secuelas desastrosas de
Europa y la puerta que le abrió los mercados que antes monopolizaban Inglaterra y Francia. Ciertamente fue
para el país una fuente de extraordinarios beneficios: durante las hostilidades fue el proveedor de la Entente y
luego de todos los ex beligerantes; la fuerte demanda le obligó a aumentar su producción y el excedente de su
balanza comercial produjo un flujo de capitales que le permitió liquidar parte de sus deudas y ser el acreedor
del mundo, convirtiéndose en una potencia financiera que prestó a Europa y suplió a ésta en la financiación de
los países sudamericanos.
119
La primera intervención de EEUU en Europa estaba aureolada por la política exterior del presidente
demócrata Woodrow Wilson. Pero tras la victoria, los americanos confían la administración del país a los
republicanos, que la conservaron hasta 1933. Fue un período feliz, al menos hasta 1929. Con la elección de los
republicanos se retornaba pura y simplemente a la política y a los métodos anteriores a 1914 mediante la típica
enunciación liberal de no intervención en los asuntos propios de la iniciativa privada, esencialmente de la
capitalista. Se retornó a la normalidad, según el slogan republicano durante la campaña presidencial de 1920.
En política exterior, la normalidad tras la etapa de intenso intervencionismo internacional significó no un
decidido repliegue aislacionista sino, en todo caso, una menor presencia internacional. EEUU participó en la
reconstrucción económica de Europa, multiplicando sus inversiones en Gran Bretaña y en Alemania (Planes
Dawes y Young), reflejando la nueva posición acreedora de EEUU. Sin duda, esta política no era
desinteresada, pues al invertir en Europa los americanos facilitaban el reembolso de las deudas contraídas con
ellos por sus antiguos aliados. Sin embargo, esta política intervencionista carecía de coherencia: mientras se
desarrollaban las relaciones financieras y económicas con Europa, EEUU se escudaba tras unas barreras
aduaneras que impedían a sus deudores vender sus productos en el mercado americano y acumular así divisas
para el pago de sus deudas.
En política interior, la normalidad significó el fin de las reformas progresistas y el comienzo de una era de no
intervención, de búsqueda de satisfacciones individuales, de disfrute y de enriquecimiento. Era la `prosperity',
favorecida por una serie de transformaciones materiales, que alcanzó ampliar capas sociales urbanas que,
gracias a los avances técnicos, pudieron acceder a los bienes de consumo en forma de electrodomésticos,
radios, automóviles... (! De este bienestar quedaron excluidos los campesinos al romperse el equilibrio entre
los precios industriales y agrícolas en favor de los primeros; el sector agrario, que perdió más de medio millón
de hectáreas de cultivo, quedó sumido en una gran crisis cuya principal consecuencia fue el éxodo a la ciudad
de un millón y medio de personas).
En dos palabras puede resumirse la década de los 20 en EEUU: riqueza y aislamiento.
La economía asimiló los avances de la segunda revolución industrial y los índices de crecimiento fueron
prodigiosos. Destacan tres factores que influyeron en el crecimiento económico: 1º) los grandes yacimientos
petrolíferos que posee el país; 2º) el incremento de la producción de electricidad (lo que permitió modernizar
las máquinas y, por tanto, perfeccionar los procesos de producción); y 3º) los procedimientos tayloristas de
trabajo en cadena que incrementan la producción.
Aislacionismo porque al no verse afectado por los problemas demográficos de Europa, pudo restringir la
inmigración y disfrutar egoístamente y en solitario su bienestar (establecimiento de cupos que limitaban el
número de inmigrantes a 162.000 por año). El aislacionismo también crea un clima de recelo hacia las ideas
procedentes de Europa que son consideradas nocivas para la sociedad de la opulencia. Se recrudece el racismo
(el Ku−Klux−Klan se refuerza con nuevos adeptos); se acentúa el anticomunismo y el antianarquismo
(proceso y condena de Sacco y Vanzetti, ejecutados no por sus hechos, sino por ser italianos y anarquistas).
Otra medida que se adoptó fue la prohibición del consumo de bebidas alcohólicas (conquista de la sociedad
puritana y virtuosa, la Ley Seca −decreto Volstead−). Sus resultados no pudieron ser más nefastos. Raramente
una ley ha sido tan contumazmente transgredida, ni a su amparo se ha producido tal aumento del delito
organizado (establecimientos de venta clandestina de licores, bandas de gangsters que controlaban los
lucrativos mercados del alcohol y el juego).
La expansión puede resumirse en tres capítulos:
• Desarrollo industrial.− Fue posible precisamente por la guerra, que aceleró la producción industrial a un
ritmo acelerado, sobre todo en siderurgia, eléctricas, construcción e industrial químicas. En cambio, los
sectores tradicionales (construcciones navales, textiles y carbón) sufren una crisis estructural. También la
agricultura, tras varios años difíciles, ha de afrontar una profunda reconversión: así surgen los belts,
120
extensas regiones consagradas a una producción agrícola determinada.
• Concentración de empresas.− Agigantamiento de las empresas que se convirtió en un factor de poder y
eficacia, y fue favorecido por el gobierno republicano. Ello sería la base de la competitividad mundial
americana. En 1929, sólo 200 empresas poseían la quinta parte del capital norteamericano. Ejemplo típico
de concentración industrial lo tenemos en la industria del automóvil: General Motors, Ford y Chrysler.
• Expansión bancaria y bursátil.− También en la Banca se dio la reducción y la concentración, siguiendo las
mismas pautas organizativas que la industria. Desde la guerra, los valores en Bolsa experimentan subidas
continuas.
A principios de 1929 muchos creían que se había conseguido la meta de una sociedad opulenta, dirigida por el
beneficio y el consumo de bienes materiales. Unos meses después, en octubre, una crisis profunda estalla y
somete a interrogantes la viabilidad del liberalismo capitalista.
• La crisis de 1929
Hasta septiembre de 1929 la tendencia de la Bolsa de Nueva York había sido al alza (en 6 años había
experimentado una subida del 340 %). Pero en la última semana del mes de octubre se hundió la Bolsa de
Nueva York. El 29 de octubre (jueves negro) bajaron rápidamente los índices de cotización de numerosos
valores. El pánico provoca una fiebre de ventas que no encuentran comprador. Esta espectacular baja de las
cotizaciones se produjo al derrumbarse las esperanzas de los inversores después que la producción y los
precios de numerosos productos cayeran por espacio de tres meses consecutivos.
¿Cuáles fueron las causas? La prosperidad económica y el ambiente de optimismo que hubo entre 1924 y
1929 estaba amenazado por una serie de desequilibrios en el sistema que fundamentalmente se debía a:
♦ Una superproducción tanto industrial como agrícola.− Durante la guerra y para paliar el
déficit industrial de los países beligerantes, los países industrializados que se mantenían al
margen de la contienda incrementaron su producción. Los países nuevos no industrializados
se vieron obligados a suplir las compras de productos manufacturados que realizaban en
Europa con la improvisación de una industria propia. Después de la guerra, ni los países
industrializados no combatientes no disminuyeron su capacidad productora ni los países
nuevos desmantelaron sus industrias, en tanto que los países beligerantes reconstruían sus
industrias y alcanzaban pronto los niveles de producción de 1914. Este estado de
sobreproducción general provoca un aumento continuo de los stocks y la oferta superaba la
demanda. A pesar de este desfase entre producción y ventas las cotizaciones no dejaban de
subir.
¿Cómo puede explicarse que las cotizaciones de las empresas subieran sin vender una parte de su producción?
Pues por
♦ La inflación del crédito.− Las necesidades de capitales para la reconstrucción después de la
guerra estimularon la generalización de los créditos, que pronto no guardaron relación con la
actividad económica. Se había empezado concediendo créditos a la industria para la
financiación de las reparaciones y los nuevos equipos. Se continuaba concediéndolos para la
amortización de los primeros préstamos. También la venta a plazos tuvo un gran desarrollo ya
que permitía comprar sin dinero.
Cuando se produjo la caída de las cotizaciones en 1929, muchos inversores (que habían recurrido a préstamos
para así poder comprar más acciones) quisieron vender sus valores para así hacer frente a sus deudas. Esta
tendencia a vender producía una mayor baja de las cotizaciones y cuanto más bajaban, la necesidad de vender
era más perentoria. En un mes el índice de la Bolsa de Nueva York (Down Jones) bajó en un 40 %.
121
A causa del hundimiento de la Bolsa mucha gente retiró su dinero de los bancos y éstos, no pudiendo hacer
frente a tantos depositantes que reclamaban se les devolviera su dinero, se vieron abocados a la quiebra (! En
torno a unos 5.000 bancos norteamericanos cerraron en el período comprendido entre 1929 a 1932).
En seguida, la crisis de la Bolsa repercute de inmediato en la industria y el comercio, pues muchas empresas
obtenían créditos con la garantía de los títulos que poseían, títulos que desaparecen ahora. A causa de la
restricción de créditos, muchas empresas abocaron a la bancarrota. Todo ello produjo un aumento
considerable del paro y una disminución de los salarios que a su vez suponía una disminución del poder
adquisitivo de la población.
Muy pronto la crisis económica de los EEUU se extendió al resto del mundo ya que la economía mundial
había alcanzado un considerable grado de interconexión. Tras el crack financiero se prohibió la salida de
capitales americanos que habían jugado un papel vital en la economía de países como Alemania y, en general,
de la mayor parte de Europa.
El descenso de la producción industrial es brutal, afectando profundamente a países en que la expansión del
crédito era mayor (EEUU y Canadá) o en los que dependían de capitales extranjeros (Alemania y Austria).
La producción agrícola también se verá muy afectada. El descenso de los precios agrícolas supuso la pérdida
del poder adquisitivo de los campesinos, que se encierran en una economía autárquica (! desaparición de sus
mercados).
• El New Deal de Roosevelt
En el terreno político, el crack del 29 era el resultado de la política liberal, individualista y, sobre todo,
hipercapitalista mantenida por el partido republicano.
La consecuencia fue el triunfo del candidato demócrata en las elecciones presidenciales de 1933 (! Hasta 1953
los republicanos no volvieron a ostentar el poder).
El nuevo presidente, Franklin Delano Roosevelt, aplica una nueva política económica denominada New Deal
(= Nuevo Trato) con el fin de sacar al país del estancamiento y de la depresión.
El New Deal se materializó en un amplio conjunto de reformas económicas y sociales que, preservando los
valores de la sociedad democrática, devolvieron al país la confianza en su capacidad para recobrar la
prosperidad económica.
Sus primeras medidas fueron de orden financiero: Roosevelt, tras cerrar todos los bancos y reabrir sólo los
bancos federales de reserva, aprobó dos leyes por las cuales creó un sistema de garantía estatal de depósitos
que permitió sanear muchos bancos y restablecer el mecanismo de los créditos, que se conceden a los estados
más afectados por la crisis y el paro.
En el terreno agrícola, se proporcionaban subsidios e indemnizaciones a los agricultores para que limitaran la
producción de ciertas cosechas y estabilizar así los precios.
En el plano industrial, se abolió el trabajo de los niños, se establecieron salarios más altos y se redujeron las
horas de trabajo. Se establecieron unos códigos para la justa regulación de la competencia empresarial y del
trabajo.
Desde el punto de vista social, el principal esfuerzo del Gobierno fue encaminado a dar trabajo a los
desempleados. Para ellos se emprendieron numerosas obras públicas (juzgados, escuelas, hospitales,
carreteras) que dieron trabajo −por lo general, temporal− a unos 2 millones de personas.
122
El segundo New Deal (1935−38) se inició una vez que las primeras medidas habían devuelto la confianza al
país, y después de que Roosevelt fuera reelegido en 1936. Sus objetivos fueron consolidar la obra iniciada,
frenar la contraofensiva conservadora (que había logrado paralizar por anticonstitucionales distintas
iniciativas) y ampliar la cobertura social para la masa de la población (! se introducían los seguros sociales en
EEUU y se proporcionaba dinero a los solicitados). En este período se reconoció el derecho a la sindicación y
se regularon las relaciones entre trabajadores y empresarios.
El New Deal, tomado en su conjunto, no consiguió todos sus objetivos: se logró estabilizar la economía, pero
no se consiguió el crecimiento propuesto.
Lo que no se puede negar es que el New Deal había supuesto una labor legislativa que, por su volumen y
capacidad de innovación, superó a todo lo hecho anteriormente por cualquier administración norteamericana.
La creación de nuevos organismos federales había propiciado lo que era en realidad una auténtica revolución
institucional. El New Deal palió la miseria rural, proporcionó trabajo temporal a millones de personas,
electrificó la Norteamérica rural, sentó las bases del estado del bienestar, desplazó el poder social en favor de
los sindicatos y trajo considerables beneficios sociales a las minorías étnicas marginadas de las grandes
ciudades, en especial, a la minoría negra.
En el plano internacional, Roosevelt renunció desde el principio a la idea de colaborar con el resto del mundo
en la solución de la crisis. Los asuntos domésticos requerían toda su atención. Sus relaciones exteriores en
esta época fueron mínimas e insolidarias (! De hecho, la gran depresión es el adiós al espíritu de Locarno.
Cada potencia se desatenderá de los problemas colectivos. El camino hacia la guerra comienza por una actitud
de recelo e insolidaridad, esta actitud se adopta durante los 3 años de la gran depresión. En las políticas
nacionales se reafirma el intervensionismo estatal y los gobiernos autoritarios −ascenso de los sistemas
totalitarios−). Durante la guerra civil española, Roosevelt se había manifestado a favor de la República, pese a
que oficialmente mantuvo la neutralidad. Durante largo tiempo mantuvo la misma actitud respecto a la
contienda europea, debido a la presión de la opinión pública norteamericana, que deseaba permanecer al
margen del conflicto. Además, en 1937 el Congreso y el Senado habían aprobado una ley de neutralidad que
impedía incluso la venta de armamento a los aliados (este punto fue revocado en 1939).
TEMA 36. NACIMIENTO Y CONSOLIDACIÓN DE LA URSS
La revolución, la guerra civil y el comunismo de guerra de los bolcheviques habían literalmente devastado el
país. El descontento popular era manifiesto. A lo largo de 1920 estallaron disturbios y protestas en zonas
rurales y en enclaves industriales de las grandes ciudades. Entre el 23 de febrero y el 17 de marzo de 1921 se
produjo el más grave de todos ellos, verdadero punto de inflexión, además, en la historia del régimen
comunista: la sublevación de los marineros del Kronstadt, la unidad emblemática de la revolución de octubre,
que fue aplastada por el Ejército Rojo tras violentísimos combates y una posterior y durísima represión. El
Ejército Rojo había añadido así a su papel militar, una función claramente represiva. (En la primavera de 1921
el gobierno tuvo que reconocer que el hambre, la desnutrición y enfermedades derivadas habían creado una
situación de emergencia que podía afectar a unos 25 millones de personas. En agosto firmó acuerdos de ayuda
con EEUU y la Cruz Roja Internacional).
Como consecuencia de todo ello, el régimen, a instancias de Lenin, procedió a una rectificación radical de su
política económica. Así se aprobó en 1921 la NEP (Nueva Política Económica) que supuso básicamente la
reintroducción de mecanismos de mercado en la economía y la eliminación parcial del control del Estado
sobre la producción y la distribución de mercancías. (Lenin y Stalin aceptaron la conveniencia de imprimir un
ritmo más lento a la instalación del comunismo en Rusia y de una etapa transitoria de respeto por la propiedad
privada y el libre intercambio de productos. La NEP sustituye a la severidad de la economía de guerra, en la
que se había extinguido el derecho privado de propiedad ante las urgencias colectivas).
La NEP supone el abandono del ideario colectivista en economía y el retorno transitorio a formas de
123
capitalismo controlado, con el fin de estimular la producción. En concreto, se permitió el funcionamiento del
sector privado en la agricultura, en el comercio y en la industria. Las requisas de alimentos fueron abolidas. Se
autorizó la libertad de comercio dentro del país. Volvieron a autorizarse los establecimientos comerciales
privados. Muchas pequeñas industrias fueron devueltas a los empresarios. Se estimuló la inversión extranjera
y el sistema bancario y financiero fue reformado. Paralelamente, se produjo una apertura diplomática.
Los resultados fueron rápidos y notables: en 1926 la producción industrial alcanzó ya los niveles que había
tenido en 1913. En el frente diplomático, los frutos también fueron positivos (en 1924, Gran Bretaña
reconoció al régimen soviético; luego lo hicieron los principales países europeos).
Políticamente, la dictadura era cada vez más rigurosa. Primero, se prohibieron los partidos menchevique y
socialista revolucionario, y en el X Congreso del Partido Comunista de 1921 se impuso éste como partido
único. Los cuadros del partido, sólidos y cerrados, mantenidos en constante guardia por la disciplina, la
delegación y la purga, dominaron la opinión pública del país y fiscalizaron la gestión del Estado y sus
delegaciones administrativas. El partido se constituyó bajo la jefatura implacable de dos comités: la Oficina de
organización y la Oficina política (o Politburó).
En 1922 se constituyó la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas compuesta por la República Federal
Rusa, la Ucraniana, la Bielorrusa y la Trascaucásica. Esta organización federal fue la respuesta a los
problemas planteados por la existencia de numerosas nacionalidades en el antiguo Imperio, y en ella los
grados de autonomía administrativa variaban según la importancia de cada nacionalidad.
En 1924 se aprobaba la nueva Constitución que configura un Estado cuya célula funcional se desea que
continúe siendo el soviet. Sus puntos principales son:
• Dos Cámaras: un Comité Central (o Soviet Supremo), equivalente a los parlamentos occidentales, y
un Presidium (o Consejo de Comisarios del Pueblo), equivalente a un gobierno.
• Dominio del Partido Comunista, único admitido.
• Sólo tenían derecho al voto los trabajadores.
• La organización burocrática y política se basaba en los soviets, que serían locales, regionales,
republicanos y el Congreso de los Soviets de la Unión, supremo órgano legislativo que designaba al
gobierno.
Paulatinamente se fue radicalizando el aparato del Estado, dominado por el Partido único (! Lenin consideraba
necesario reforzar la dictadura en el terreno político, a fin de evitar el desviacionismo en el plano económico y
social).
A partir de 1922, la salud de Lenin (sufría de arterioesclerosis) entra en un rápido empeoramiento. Fue en ese
momento cuando Lenin se ocupó insistentemente de dos problemas que se agrandaban en el nuevo régimen: el
burocratismo (dentro del aparato estatal) y su propia sucesión. En sus últimos días recomienda la ampliación
del Comité Central para democratizarlo y repartir mejor el poder en él (! Lenin se da cuenta del poder
acumulado en manos de Stalin y teme el mal uso de él). Propone que se reparta el poder; de no hacerse así,
cree además que las relaciones siempre tirantes entre Stalin y Trotski conducirían rápidamente a una escisión
(! Lenin acertaba plenamente, sólo que no pudo prever que no sería exactamente una escisión lo que ocurriría,
sino la eliminación por parte de Stalin de cualquier tipo de oposición en el plazo de 15 años y una persecución
que acabaría física y políticamente no sólo con Trotski, su tradicional enemigo, sino con toda la vieja guardia
bolchevique: Zinoviev, Kamenev, Bujarin...)
• El estalinismo
Efectivamente, Stalin dominó totalmente la burocracia del partido, convirtiéndose en 1929 en su jefe absoluto
e indiscutible, al expulsar a Trotski, Kamenev y Zinoviev del PCUS (en enero de 1928 Trotski fue, además,
124
exiliado a Siberia y un año después fue expulsado de la URSS).
Con Stalin se confirmó el triunfo de la concepción nacional−comunista, esto es, la tesis del socialismo en un
solo país (es decir, la tesis de que la revolución mundial exigía previamente la consolidación y defensa de la
revolución soviética y, por tanto, la subordinación de la política comunista internacional a los intereses de la
Unión Soviética), en contraposición a la teoría internacionalista de Trotski, que creía en una revolución
internacional.
Con Stalin también terminó la NEP (en 1931) y al año siguiente se prohibió el comercio privado; acababa así
la era de las concesiones y de las excepciones, y se instalaba el colectivismo integral.
El deseo de Stalin era, por una parte, una reafirmación del poder y de la unidad del Partido, y por otra, el
fortalecimiento económico y militar de la URSS. Sus objetivos serían la rápida industrialización del país, la
colectivización forzosa de la agricultura y la planificación estatal de toda la actividad económica; sus medios,
la coerción y la represión, ejercidos a una escala jamás conocida en país alguno, y el encuadramiento de la
sociedad a través de una formidable presión propagandística; los resultados, la transformación de la URSS en
un gigante industrial y militar y una completa revolución social que cambió definitivamente la sociedad rusa.
El cambio se inició con la creación de un sistema económico de planificación central: cada cinco años se
elaboraban unos planes que establecían los objetivos económicos a alcanzar (los planes quinquenales). Un
departamento del gobierno central, el Gosplan, fijaba las cantidades a producir, los precios de los artículos, los
salarios, etc. La dirección de cada empresa informaba al Gosplan de sus necesidades de materias primas,
energía, maquinaria y personal, en función de los objetivos a alcanzar fijados por el plan.
El éxito de la industrialización fue completo (se construyeron unas 1.500 factorías y se quintuplicó la
producción de carbón y acero, la de electricidad y la de petróleo). Pero lo realmente revolucionario fueron los
cambios que introducía en el mundo agrario: se creaban granjas colectivas (o koljozes), de propiedad
cooperativa, en las que se integrarían las explotaciones individuales y los minifundios y a las que el Estado
asignaría maquinaria y otros recursos para elevar su productividad con menos mano de obra; y la granjas
estatales (o sovjozes), de propiedad estatal y explotación directa por el Estado, con sus propios funcionarios y
trabajadores. El ritmo de colectivización fue impresionante (en 1941, la agricultura estaba prácticamente
colectivizada).
Pero numerosos campesinos −no sólo los kulaks− se opusieron a esta colectivización, apoyada
exclusivamente por una minoría de campesinos pobres. Pese a todo, el gobierno la impuso, matando a
centenares de miles de campesinos y desterrando a Siberia a muchos más con sus familias, mientras sus tierras
eran entregadas a los koljozes. Muchos de estos campesinos preferían matar el ganado antes que entregarlo al
Estado. Esto, unido a las sequías de 1930−31, ocasionó el hambre que produjo millones de muertos en Rusia
en 1932. No obstante, los objetivos de la colectivización se consiguieron: el hambre fue desapareciendo hacia
1938−39 y la producción de cereales y sobre todo de trigo −para cuya explotación, pronto mecanizada, se
abrieron grandes áreas en Siberia y otras regiones− mejoró. Pero la producción de alimentos, y la misma
productividad agraria, nunca se recuperaron (! Lo mismo bajo Stalin que bajo sus sucesores, la URSS sufrió
una escasez crónica de alimentos básicos. La oferta de bienes de consumo fue en todo momento paupérrima.
El objetivo de la industrialización y de la colectivización no era el bienestar individual, sino el desarrollo
colectivo y el reforzamiento de la URSS).
Pero los cambios eran formidables. La mecanización del campo había avanzado considerablemente, lo que
permitió que casi 20 millones de personas pasaran de la agricultura a la industria y los servicios (! La
revolución había hecho la clase obrera, y no al revés). La emigración del campo a la ciudad hizo que
aumentara la población urbana (! La escasez de viviendas en las grandes ciudades generó un gravísimo
problema de hacinamiento). La industrialización fue posible gracias a la restricción del consumo popular y a
los salarios industriales bajísimos, sacrificios impuestos por el régimen dictatorial de Stalin en el que no había
125
libertad de expresión, de asociación, de prensa, de sindicación (! Una legislación laboral verdaderamente
tiránica definió huelgas, accidentes de trabajo y absentismo como formas de `traición' contra el Estado y la
revolución, y los castigó incluso con la pena de muerte).
El régimen impuso un nuevo rigorismo moral como expresión de la ética proletaria del trabajo (! la
homosexualidad y el aborto fueron prohibidos. La familia, el matrimonio, la procreación y la maternidad,
estimulados y exaltados). La simbología y los mitos del nacionalismo ruso fueron actualizados y puestos al
servicio de la policía oficial, como elemento para enaltecer el colosal esfuerzo colectivo. En esa visión, Stalin,
cuyo culto comenzó desde 1930, era el gran arquitecto del socialismo según la propaganda oficial. Se creó una
cultura e ideología nacional y comunista (cine, arte y literatura fueron forzados a reflejar los valores y estética
de la nueva moral proletaria). El régimen estalinista hizo, con todo, un colosal esfuerzo educativo, que tuvo
además enorme trascendencia social: el número de estudiantes en secundaria y de universitarios aumentó
espectacularmente (de éstos últimos, casi el 50 % era de clase obrera).
El marxismo era dogma de vida y ello conllevó finalmente a la implantación sistemática y planificada del
terror. Fue llevada a cabo por la policía secreta, el Comisariado de Asuntos Internos (la antigua Cheka), y tuvo
un doble objetivo: la depuración del PCUS y el reforzamiento continuado del poder de Stalin, y la formación
de una sociedad neutralizada y subordinada a los proyectos de engrandecimiento nacional y socialista trazados
por el Partido y sus líderes. Todos los opositores al régimen creado por Stalin llenaron los campos de
concentración o fueron eliminados en las purgas. El alcance de las purgas de los años 1934−41 fue
escalofriante: en total, una cifra cercana a los 10 millones de personas fueron arrestadas y represaliadas de
alguna forma (ejecutados o encarcelados). El clima de delaciones, sospechas y miedo así creado cumplió su
objetivo: toda posible alternativa de gobierno, todo potencial centro de oposición, toda hipotética reacción de
descontento popular, quedaron destruidos para siempre. La política de Stalin quedó sólidamente apuntalada.
En resumen, el partido de Lenin y de Trotski desencadenó, contra la Gran Guerra, la Revolución de Octubre
para instaurar la dictadura de los soviets; pero al concluir la guerra civil, el partido dominante fue devorado
poco a poco por su propio aparato, al tiempo que Stalin se hacía dueño de éste último. Al término de este
proceso, el poder absoluto se instauró en la URSS, y el partido bolchevique se hacía monolítico. La dictadura
del partido fue sustituida a partir de 1928−29 por la dictadura de un hombre. Acosado por las consecuencias
devastadoras de sus tentativas de transformación socioeconómica, el dictador desencadenó un terror loco; la
Revolución devoraba a sus hijos, y se alejaba de sus objetivos.
TEMA 37. EL ANTICOLONIALISMO EN ÁFRICA Y ASIA (1914−1950).
Europa, que había logrado el pleno dominio mundial en los últimos treinta años del s. XIX (recordemos que
en 1885, en la Conferencia de Berlín, se había repartido África), empezaba de hecho a dejar de mandar en el
mundo. En general, la expansión colonial había tropezado con fuertes resistencias. Al principio no fueron sino
explosiones de xenofobia y resistencia de inspiración las más de las veces tradicionalista y a menudo tribal y
religiosa. Pronto, sin embargo, el nacionalismo vendría a dar sentido y legitimidad a la reacción antioccidental
de muchos pueblos asiáticos y africanos (! La victoria de Japón sobre Rusia en 1905 −primera victoria militar
de un país asiático sobre un país europeo en la época moderna− sacudió la conciencia nacional de los pueblos
o colonizados o mediatizados por Europa, particularmente en Asia).
Pero fue la Primera Guerra Mundial el acontecimiento que iba a constituir el catalizador del despertar
nacionalista de los pueblos de Asia y África. Todavía en aquella contienda los grandes imperios −Gran
Bretaña, Francia− pudieron usar numerosos contingentes de tropas coloniales: australianos, neozelandeses,
árabes, canadienses, indios, nepalíes, sudafricanos... combatieron con lealtad junto a sus respectivas
metrópolis.
Fueron varias las razones que explicarían el cambio que se produjo desde 1919:
126
1º) La afirmación de los principios de autodeterminación y nacionalidad como fundamento del nuevo orden
internacional representado por la Sociedad de Naciones.
2º) La decepción que en el mundo colonial produjo la ampliación de los dominios coloniales de Gran Bretaña
y Francia a Oriente Medio bajo la forma de los mandatos, reemplazando al antiguo poder otomano.
3º) La aparición de una nueva generación −culta y bien educada− en el mundo colonial, resultado
precisamente de la propia obra colonial (que, en general, potenció la educación superior de las élites de los
pueblos colonizados).
4º) El impacto de la revolución soviética de 1917 y la labor de la Internacional Comunista en apoyo de la
lucha anticolonial.
5º) La necesidad de las propias potencias coloniales de establecer nuevas formas de organización de sus
dominios, como consecuencia de los crecientes costes de las administraciones imperiales y de las grandes
dificultades militares que conllevaba la propia defensa del imperio.
Como quiera que fuese, los poderes coloniales se encontraron a partir de 1919 con una creciente oposición.
En la India, el gobierno inglés aprobó en 1919 la Ley del Gobierno de la India que remodelaba la
administración del territorio sobre la base de la diarquía: se concedía autonomía política y administrativa a las
provincias y estados, y se creaba un sistema bicameral nacional (en parte elegido, en parte designado), pero el
Virrey y la administración británicos continuaban reteniendo el poder ejecutivo e importantes funciones
(policía, justicia, finanzas). Era, evidentemente, un nuevo paso hacia el autogobierno de la India. Pero, como
indicación del cambio que se estaba operando, el Partido del Congreso Nacional Indio, dirigido desde 1915
por Gandhi, consideró la nueva ley como muy insuficiente y escaló la política de confrontación a favor de la
independencia. La terrible matanza de Amritsar, la capital del Punjab (donde el 13 de abril de 1919 un total de
379 personas resultaron muertas y más de 1.000 heridas cuando tropas mercenarias gurkhas y baluchis
mandadas por un oficial británico abrieron fuego contra una multitud congregada pacíficamente en la plaza
del mercado) marcó el final de todo posible entendimiento.
Como respuesta, Gandhi (que todos los 13 de abril, hasta su muerte, ayunaba todo el día) promovió su primera
gran campaña de desobediencia civil y resistencia pacífica (huelga general y ayuno masivo de toda la
población india, junto a la no cooperación, devolución de medallas británicas, no comprar productos ingleses,
no asistir a las escuelas oficiales, ni reconocer tribunales ni autoridades británicos), que mantuvo hasta 1922.
La agitación, no siempre pacífica, se extendió por gran parte de la India. El problema indio reemplazó al
problema irlandés como primera preocupación británica, sin que los distintos gobiernos ingleses encontraran
solución.
En 1930, Gandhi lanzaba su segunda campaña de desobediencia civil, la marcha de la sal (una marcha en la
que Gandhi dirigió a sus cientos de miles de seguidores hacia el mar a lo largo de 320 km. para protestar
contra los impuestos británicos sobre la sal). En 1935 se aprobó la nueva Ley del Gobierno de la India que
creó asambleas legislativas de elección plenamente democrática en los 14 estados que integraban la India
británica. El Partido del Congreso Nacional Indio ganó las elecciones en 7 de los 14 estados.
La anhelada independencia llegó tras la II Guerra Mundial. La guerra cambió los planteamientos de la
dominación colonial británica (! En 1942, cuando Gran Bretaña atravesaba los peores momentos de su historia
ante el enemigo hitleriano, el Imperio se comprometió a otorgar la independencia a su ambiciada colonia). El
15 de agosto de 1947 la India adquirió la independencia, que vendría acompañada por la separación de
Pakistán (! Los intereses británicos promovieron la constitución de dos Estados: la Unión India y el Pakistán
(subdividido a su vez en Pakistán occidental y Pakistán oriental −la actual Bangladesh, independizada en
1972−), basada en las creencias religiosas dominantes entre su población (hinduismo e islamismo),
127
provocando sangrientos enfrentamientos y disturbios religiosos que ocasionaron más de 100.000 muertos y el
desplazamiento forzoso de unos 17 millones de personas).
TEMA 38. CONFLICTIVIDAD INTERNACIONAL Y SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.
La distensión internacional a partir de 1924, gracias a una mejor coyuntura económica y política, se quebró al
inicio de la década de 1930, como una de las consecuencias de la crisis económica del 29. La crisis trajo paro,
pobreza, exaltación del nacionalismo, desprestigio del sistema democrático y, lo que es peor, el ascenso del
nazismo al poder, con su política exterior agresiva, revanchista y expansionista. Tras el triunfo de Hitler en
Alemania, la guerra, o la amenaza de guerra, reapareció como factor principal en las relaciones
internacionales.
La llegada de Hitler al poder en 1933 desestabilizó el equilibrio europeo. Hitler significaba la denuncia del
Tratado de Versalles, el rearme alemán, la idea de la unión con Austria, una amenaza cierta sobre los Sudetes
(el enclave alemán en Checoslovaquia) y sobre Dantzig (puerto también alemán dentro de territorio polaco), y
aún la posibilidad de que Alemania buscase para sí un espacio vital en las regiones eslavas del este de Europa.
La comunidad internacional no supo reaccionar con firmeza. Francia, dividida y debilitada por sus propios
problemas internos (sufrían los efectos de la crisis del 29) y Gran Bretaña (que creía que una política de
concesiones a Alemania haría entrar en razón a Hitler) optaron por una política de apaciguamiento hacia los
dictadores.
Ante la pasividad occidental (EEUU está también instalado en un decidido aislacionismo, que cuenta con un
mayoritario respaldo popular), Italia y Alemania proclamaron en 1936 el Eje Berlín−Roma, que tres años más
tarde se convirtió en una alianza formal (El Pacto de Acero), incorporándose Japón al año siguiente.
La debilidad de la Sociedad de Naciones y las evidentes contradicciones en que se movían Gran Bretaña y
Francia −mientras EEUU permanecía al margen de la política europea− reforzaron los planes de la política
exterior de Hitler. En marzo de 1936, tropas alemanas ocuparon, entre el entusiasmo de la población, la zona
desmilitarizada del Rin (! el acto destruía literalmente el sistema de Versalles. Gran Bretaña y Francia no
hicieron nada). Durante la guerra civil española, Gran Bretaña y Francia impulsaron una política de
neutralidad y no intervención con el objeto de que la guerra española pudiera desembocar en una
conflagración europea. Alemania e Italia enviaron armas, soldados y asesores a Franco (la República española
sólo recibió la ayuda de la URSS).
El uso de la fuerza determinaba la política internacional; la seguridad colectiva era ya un concepto inoperante.
El peligro de una nueva guerra mundial era evidente. La política de apaciguamiento adoptada por el gobierno
británico (aunque iba acompañada de un nuevo impulso al reforzamiento militar británico) no pudo evitar la
guerra.
En 1938 el Reich consumó la anexión de Austria (el 12 de marzo tropas alemanas entraron en Austria,
aclamadas por la mayoría de la población) y de Checoslovaquia (! el pretexto de intervención lo proporcionó
la campaña separatista llevada a cabo contra el gobierno checo por la población alemana de la región de los
Sudetes, apoyada por Alemania. El 30 de mayo, Hitler, decidido a anexionarse el territorio, ordenó la
preparación del ejército. Gran Bretaña y Francia, temerosas de una guerra −las fronteras checas estaban
garantizadas por los tratados de Locarno y, además, Checoslovaquia había firmado acuerdos defensivos con
Francia y con la URSS−, entraron en contacto con Mussolini quien sugirió a Hitler la celebración de una
conferencia que resolviera el conflicto. La reunión entre los cuatro grandes de la política europea (Gran
Bretaña, Alemania, Italia y Francia) se celebró el 29 de septiembre de 1938 en Munich (Tratados de Munich),
donde se acordó transferir los Sudetes a Alemania, parte de Rutenia a Hungría y Teschen a Polonia, a cambio
de la garantía de los cuatro a la independencia de Checoslovaquia. Sin embargo, en marzo de 1939, Hitler con
sus ejércitos entra en Praga y declara que Bohemia y Moravia forman parte del espacio vital alemán,
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convirtiéndose el resto del Estado checo en protectorado alemán, ocupado definitivamente por fuerzas
militares alemanas, con carácter permanente).
Las democracias europeas sentían el peligro de la guerra, pero se resistían a creer en la posibilidad de un
nuevo conflicto bélico. Para hacer frente a las fuerzas del Eje hubiera sido necesaria una alianza con la URSS,
pero Francia y Gran Bretaña no se decidían a aliarse con un estado comunista porque no se fiaban ni de su
sinceridad pacifista ni de su solidez militar. Ante el estupor de las democracias occidentales, en agosto de
1939, Hitler y Stalin firmaron el pacto germano−soviético de no agresión. De esta manera, Hitler conseguía la
neutralidad soviética ante la inminente invasión nazi de Polonia, mientras que la URSS aseguraba su zona de
influencia en las repúblicas bálticas y en la parte oriental de Polonia. Francia y Gran Bretaña anunciaron que
se opondrían a ello con las armas.
Pocos días después se produce la invasión y el avance alemán en Polonia, que se realizó según los planes de la
llamada guerra relámpago, culminando en sólo cuatro semanas. Dos días después de la invasión, el 3 de
septiembre de 1939, Inglaterra y Francia declaraban la guerra a Alemania.
• La Segunda Guerra Mundial
Inglaterra y Francia declaraban la guerra al III Reich alemán, pero era demasiado tarde para Polonia, derrotada
en tan sólo 26 días por el veloz ataque alemán, en una táctica que se denominó guerra relámpago. En
cumplimiento de su pacto con Alemania, la URSS completó la liquidación de Polonia cuando ya la cuestión
estaba decidida, atacando por la retaguardia. En tan solo unas semanas, Stalin convirtió a los países bálticos en
satélites destinados a formar parte de su perímetro defensivo. Las dificultades empezaron cuando intentó
hacer algo parecido con Finlandia, que ofreció una fuerte resistencia, por lo que tuvo que ceder en marzo de
1940.
El 9 de abril de 1940, el ejército alemán (la Wehrmacht) emprendió una nueva ofensiva relámpago hacia
Dinamarca y Noruega, impidiendo así a sus enemigos el acceso a los países escandinavos para cortar la ruta
del hierro entre Suecia y la cuenca del Rhur, emprendida en abril a lo largo de las costas de Noruega.
En el seno de las democracias reinaba una enorme preocupación por la inactividad desmoralizadora de las
tropas movilizadas (! Paul Reynaud y Winston Churchill llegaron al poder en Francia y en Inglaterra). El 10
de mayo de 1940, la Wehrmacht avanzó como un rodillo sobre los Países Bajos y Bélgica, sobrepasando por
el extremo occidental la formidable línea de defensa francesa (línea Maginot). En escasos días los alemanes
alcanzaban París sin necesidad de entablar batalla, pues la capital había sido abandonada por el gobierno
francés. El 22 de junio, el mariscal Petain (que había sustituido a Reynaud al frente del gobierno) firmaba, en
nombre de Francia, el armisticio con Alemania y el 24 con Italia (que había entrado en guerra al lado de
Alemania). El gobierno francés se establecía en Vichy, mientras los alemanes administraban el norte de
Francia desde París (! El general De Gaulle, subsecretario de Estado para la Guerra en el gobierno de
Reynaud, se trasladó a Londres, desde donde hizo un llamamiento a todos los franceses para la continuación
de la guerra). Así, Francia quedó dividida en dos zonas: una ocupada por los alemanes y otra, bajo el gobierno
del mariscal Petain, con sede en Vichy, más o menos libre pero condicionada por las circunstancias.
La posición de Alemania era extraordinariamente ventajosa frente a sus enemigos: había conseguido una
superioridad estratégica, la que le daban los puertos del canal.
Gran Bretaña se convierte en el próximo objetivo de Hitler, que creía que, producida la derrota francesa,
Inglaterra reconocería que tenía perdida la guerra. De hecho, muchos ingleses se interrogan acerca de la
posibilidad de un entendimiento con quien demuestra ser ya el verdadero árbitro de la situación en Europa (!
una cierta tendencia, dirigida a evitar en Gran Bretaña los horrores de la guerra directa, se hace entonces
patente). Pero la decisión de Churchill y de los grupos que le siguen está ya tomada en sentido inverso. Gran
Bretaña, aislada y sin otros ejércitos que la Royal Navy y 1.500 aviones, se negó a entablar negociaciones con
129
Alemania. Toda la sociedad británica se movilizó para el combate, ya que tenían la sensación inequívoca de
estar desarrollando una tarea colectiva en la que se jugaban, en última instancia, su propio destino individual.
En agosto de 1940 Alemania inició la ofensiva contra las islas. Incapaz de efectuar por mar un desembarco en
las costas británicas (Gran Bretaña tenía una flota superior a la alemana), Alemania puso en práctica dos
métodos para romper la moral de los británicos y desmantelar su aparato guerrero. El primero fue una
fulgurante ofensiva aérea sobre Londres y los puertos y centros industriales de la isla. Las fuerzas aéreas
británica (RAF) y alemana (Luftwaffe) se enfrentaron en la mayor batalla aérea de la guerra: la Batalla de
Inglaterra, que duró 10 meses. La RAF causó tales pérdidas a la Luftwaffe que Hitler se vio obligado a
interrumpir la campaña emprendida. Es la primera derrota, ya que sin controlar el aire no puede intentar la
invasión de una potencia que dispone además de supremacía en el mar. El segundo método consistió en una
ofensiva submarina contra la flota y contra el tráfico británico, no sólo en los mares estrechos sino a todo lo
ancho del océano Atlántico (! el peligro podía llegar a ser mortal, pero se conjuraría en parte con la invención
del radar y en parte con la compra a EEUU de destructores).
Consciente de que no podría someter directamente a Gran Bretaña, trasladó el centro de su interés hacia los
Balcanes debido a las derrotas italianas frente a Grecia (! Mussolini, que se había creído capaz de obrar por su
cuenta, se lanzó a lo que él mismo denominó guerra paralela, en la que podría pretender llevar a cabo tantas
iniciativas autónomas como Hitler. Las derrotas italianas en el Mediterráneo descubrieron las debilidades de
su potencia militar). En el verano de 1941 Hungría, Rumania y Bulgaria se habían adherido al Eje, mientras
que Yugoslavia y Grecia habían sido aplastadas por los alemanes, a pesar de la ayuda recibida por parte de las
tropas británicas. La victoriosa campaña alemana en los Balcanes terminó con la conquista de Creta.
La intervención italiana en el N. de África fue frenada por las tropas británicas. Por tal motivo, Alemania, con
la intención de poner fin al avance aliado, en febrero de 1941, acudió a la zona con el `Africa Korps' de
Rommel. El éxito en las campañas del N. de África le valieron el sobrenombre de el zorro del desierto y el
nombramiento de mariscal.
En 1941 Hitler no tenía más enemigos que Gran Bretaña. Sin embargo, la ruptura entre el Reich y la URSS
iba a dar una nueva dimensión a la guerra europea. El 22 de junio de 1941, la Wehrmacht había entrado en
acción contra la URSS. Esta ruptura brutal del pacto traducía el antagonismo básico entre fascismo y
comunismo. Desde hacía tiempo, en su libro `Mein Kampf', Hitler había dejado claro que la expansión hacia
el Este eslavo era su propósito fundamental. Además, Hitler creía que cuando Rusia estuviera ya conquistada,
Inglaterra se vería obligada a firmar la paz (! En realidad, la apertura de un nuevo frente en el Este iba a servir
de desahogo inmediato y muy oportuno a Gran Bretaña y, a largo plazo, sería la causa del desastre de la
Wehrmacht).
La ofensiva contra Rusia (Operación Barbarroja) se inicia con el núcleo del Ejército alemán (3 millones de
soldados junto con medio millón más de los aliados). Al principio, el ataque alemán pareció irresistible: a
fines de año los alemanes sitiaban Leningrado, estaban tan solo a 40 km. de Moscú y habían entrado en
Crimea. Pero el plan de ataque alemán fracasó en dos puntos básicos: 1º) el retraso en el inicio de la ofensiva
y 2º) no haber previsto la tenaz resistencia del pueblo soviético. La población rusa fue tratada con
extraordinaria dureza y brutalidad por el Ejército alemán (! siguiendo órdenes de Hitler, las diferencias de raza
e ideología hacían que los eslavos fueran considerados una raza inferior), hecho que fomentó la resistencia
hacia los alemanes y contribuyó a que Stalin respondiera con idéntica dureza.
La llegada del invierno y la tenaz resistencia soviética frenó el avance alemán, que se reanudó en verano de
1942. Se inicia una doble ofensiva sobre Stalingrado y el Cáucaso (! la alianza que se produce entre los
aliados occidentales y Rusia se traduciría en el envío de aprovisionamientos y material de guerra). Sin
embargo, la batalla decisiva se jugó en torno a Stalingrado (enero 1943) donde la insistencia de Hitler en
mantener sus posiciones (prohibe la retirada de sus tropas y, por supuesto, cualquier clase de rendición)
concluyó en una tremenda derrota. Sin embargo, el contraataque soviético hizo capitular a los germanos. El
130
Ejército Rojo comenzó a avanzar y no se detuvo hasta Berlín. La batalla de Stalingrado marcó el cambio de
rumbo de la guerra.
Mientras tanto, en África, a mediados de 1942, el ejército británico, al mando del general Montgomery, lanzó
una ofensiva hacia las posiciones alemanas e italianas concentradas en el norte de África, con Tobruk como
base de operaciones. Las dificultades de abastecimiento del Afrika Korps favorecen la victoria de los
británicos en El−Alamein (23−octubre−1942) que expulsó a las tropas del Eje de Libia. En noviembre de
1942, el desembarco de tropas aliadas en Marruecos y Argelia acabó por desequilibrar la balanza de fuerzas a
favor de los aliados en el norte de África.
• La intervención del Japón y entrada de EEUU en la guerra
Ya en 1935, Japón había emprendido la tarea de procurarse un espacio vital en el Asia oriental (! al igual que
la Alemania nazi, Japón pretendía establecer la hegemonía de una raza superior sobre los pueblos menos
evolucionados de su continente) haciéndose dueños de la mayor parte de la China urbana e industrial y
obligando a Francia, después de su derrota en 1940, a cederles bases en Indochina. En septiembre de 1940,
Alemania, Italia y Japón firmaron en Berlín un pacto tripartito según el cual los dos gobiernos del Eje
reconocían anticipadamente la denominada Gran Asia Oriental, formada por el gobierno de Tokio, y el Japón,
a su vez, aceptaba el nuevo orden europeo que los firmantes quisieran construir.
Pero durante 1941, los EEUU pidieron a Japón que abandonara Indochina (! la opinión norteamericana,
resueltamente aislacionista en cuanto a Europa, se mostraba, en cambio, decidida a mantener el antiguo
equilibrio en Asia), o dejaría de vender petróleo a los japoneses. La invasión alemana de la URSS hizo que
Japón se lanzara con absoluta tranquilidad a su expansionismo por Asia, seguro de la imposibilidad material
de una reacción soviética en el Extremo Oriente (! Stalin, preocupado por la dramática situación en Rusia,
firmó un pacto de neutralidad con Japón por el que se comprometía a no participar en conflicto alguno en el
Asia oriental). Así, el 7 de diciembre de 1941 la aviación japonesa atacó por sorpresa la mayor parte de la
flota norteamericana anclada en Pearl Harbor, en las islas Hawai. En EEUU, la noticia provoca la unanimidad
de la población en el acuerdo sobre la necesidad de una entrada en la guerra. Inmediatamente, EEUU y Gran
Bretaña (después del ataque japonés, Churchill se desplazó inmediatamente a Washington para sellar la Gran
Alianza, pues Gran Bretaña tenía más necesidad de ayuda que capacidad para darla) declararon la guerra a
Japón y Alemania e Italia se la declararon a EEUU.
EEUU, no preparado materialmente para una entrada tan precipitada en la guerra, debe adecuar toda su
economía con una enorme presteza. Mientras tanto, Japón, dueño absoluto de la situación en el Extremo
Oriente, extenderá muy rápidamente su dominación por el continente. Entre diciembre de 1941 y febrero de
1942 el Japón ocupó Birmania, Filipinas, Malasia y Singapur. Mientras en el Pacífico, se hizo con importantes
enclaves insulares: Guam, Wake, las islas Gilbert, Nueva Guinea, las Alentianas y las Midway.
El avance victorioso de las fuerzas del Eje en todo el mundo había durado hasta la segunda mitad de 1942. A
partir de esta fecha la guerra cambia de signo (! en el N. de África: la batalla de El−Alamein (23−10−1942),
desembargo aliado en Marruecos y Argelia (noviembre 1942); en el frente ruso, la batalla de Stalingrado
(septiembre 1942−enero 1943); en el Pacífico, con los japoneses amenazando Australia, la flota
estadounidense obtuvo dos importantes victorias en el mar del Coral (mayo 1942) y en Midway (junio 1942)
−ésta última significó el punto final a la expansión japonesa en el Pacífico, momento a partir del cual EEUU
se convirtió en dueño y señor de los mares−; en el Atlántico, los aliados, gracias al radar y a la aviación fueron
eliminando los submarinos alemanes, la mejor arma naval que tenía Alemania, y reduciendo el tonelaje de
buques hundidos por ellos).
En 1943, EEUU y Gran Bretaña decidieron una operación contra Italia. En verano, los angloamericanos
desembarcaron en Sicilia y acto seguido lo hicieron en Italia continental. Se demostró entonces
definitivamente que Mussolini había empujado a su país a una intervención en la guerra para la que no estaba
131
preparado. La consecuencia fue la caída de Mussolini (que fue destituido por el rey de sus funciones y
encarcelado) y del fascismo. La caída del fascismo supuso la ruptura del Eje y dejó a Alemania aislada en el
momento más difícil. Sin embargo, sus tropas reaccionaron apoderándose de todos los puntos estratégicos de
la península italiana, rescatando a Mussolini y organizando con él la defensa de una `pseudorrepública'
fascista. Tras meses de combates encarnizados, finalmente los aliados entraron en Roma en mayo de 1944 (!
esto no significó, sin embargo, la conquista total de Italia, que no se produjo hasta mayo de 1945 con la
definitiva capitulación de los alemanes en Italia).
La incursión en Europa meridional abrió un segundo frente en Francia: el 6 de junio de 1944, estadounidenses
y británicos desembarcaron en las costas normandas (Operación Overlord). Fue una operación de enorme
envergadura que consiguió mediante la superioridad material concluir con la resistencia alemana, protegida
por unas formidables barreras fortificadas. El avance aliado fue rápido: el 25 de agosto fue liberado París, con
ayuda de la resistencia, y en septiembre se traspasaba la frontera alemana.
Por el este, los rusos habían hecho retroceder a los alemanes hasta sus puntos de partida. Poco después del
desembarco de Normandía, los rusos llegaron a las puertas de Varsovia, en donde se produjo una insurrección
de la resistencia polaca a la que no dieron su apoyo por carecer de dirección comunista y fracasó (! los
soviéticos entraron la ciudad en ruinas e instalaron en octubre un Comité compuesto exclusivamente de
hombre fieles a Moscú). Rumania firmó el armisticio en septiembre de 1944, y luego eran ocupadas Bulgaria
y Hungría, y liberada Yugoslavia. En febrero de 1945 los ejércitos soviéticos alcanzaban la frontera germana,
dos meses después tomaban Viena (13 de abril) y finalmente pisaban Berlín (24 de abril) que capitulaba el 2
de mayo de 1945.
Con estas operaciones se aproximaba el fin de la guerra en Europa. En abril, Mussolini fue ejecutado por un
grupo de partisanos italianos. El 8 de mayo se rindió Alemania después del suicidio de Hitler en la Cancillería.
En el Pacífico, el Japón todavía resiste. Los norteamericanos fueron conquistando posiciones cada vez más
cercanas al archipiélago japonés (batallas de Iwojima y Okinawa). Sin embargo, la resistencia japonesa duraba
y suponía un enorme número de bajas (! los japoneses llevaban a cabo ataques suicidas en los que los pilotos
estrellaban sus aviones cargados de explosivos contra la flota americana −los kamikaze−). La situación se
había convertido en dramática. El Estado Mayor norteamericano evaluó lo que costaría la prolongación de la
guerra en condiciones semejantes. En la Conferencia de Postdam (17 de julio de 1945), el presidente Truman
anunció su voluntad de poner rápido fin a la guerra haciendo uso de una nueva arma: la bomba atómica (!
también obtuvo la cooperación de la URSS para que interviniera contra Japón). Las bombas que cayeron
sobre Hiroshima y Nagasaki provocaron la rendición incondicional del Japón el 2 de septiembre de 1945. La
guerra había terminado.
• El balance de la guerra
La Segunda Guerra Mundial se saldó con una destrucción terrible, muy superior a la producida durante la
Primera Guerra Mundial, aunque en ésta los reajustes territoriales fueron más intensos. Sus consecuencias más
importantes fueron:
• Pérdidas humanas: La cifra de muertos como consecuencia de la II Guerra Mundial es muy posible
que llegase a alcanzar los 60 millones de personas, al menos cuatro veces más que el número de
muertos en la I Guerra Mundial (! Como es lógico, este balance debe ponerse en relación con la
potencia destructiva de las armas y el carácter de guerra total). El elevado porcentaje de víctimas
civiles, un 50 % constituye otra nota peculiar. Si se examinan esas cifras contabilizándolas por
naciones, el resultado puede parecer algo sorprendente porque alguno de los vencedores cuenta entre
quienes más padecieron en el conflicto: en la URSS el número de muertos se eleva a 20 millones de
personas (de los que tan solo 1/3 serían militares). Esa cifra supondría al menos el 10 % del total de
los habitantes de la URSS, pero en el caso de Polonia, los 6 millones de muertos representan el 15 %
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del total (en esos porcentajes se incluye la población judía de ambos países). El tercer lugar lo ocupa
Yugoslavia, cuyo número de muertos (de 1'5 a 2 millones) derivó de la existencia de una guerra civil
en la que el componente étnico jugó un papel primordial. Francia experimentó 600.000 muertos y
Gran Bretaña sufrió 500.000 pérdidas (60.000 civiles como consecuencia de los bombardeos). Los
EEUU resultaron ser los mejor parados, con 300.000 muertos, todos militares.
De los países vencidos en la contienda, el mayor número de muertos le correspondió a Alemania, con algo
menos de 5 millones (en su mayoría militares). Dos millones de japoneses murieron como consecuencia de la
guerra (200.000 muertos en pocos minutos en las dos explosiones atómicas).
Las muertes no fueron la única consecuencia. Como resultado de la guerra hubo, principalmente en Europa,
30 millones de desplazados (sobre todo alemanes y también japoneses que tuvieron que abandonar las tierras
ocupadas al terminar la guerra).
También los programas de exterminio nazis contribuyeron a la gigantesca masacre de esos años (! en los
campos de concentración se intentó la `solución final' del problema judío y la eliminación de los opositores
políticos al tiempo que se ensayaban experimentos de esterilización y de eliminación de los ciudadanos
tarados. Fueron unos 6 millones de judíos exterminados por el régimen nazi −casi 1/3 de los que vivían en
Europa−).
• Pérdidas económicas: La potencia de las armas y muy especialmente los bombardeos aéreos (además
de los avances y retrocesos de los ejércitos por los mismos parajes) produjeron una destrucción
material incomparablemente superior a la de cualquier conflicto anterior. La red de comunicaciones
estaba prácticamente destruida en el centro de Europa; el petróleo escaseaba y la producción industrial
había descendido a 1/5 con respecto a la preguerra; los campos, sembrados de minas y bombas,
habían quedado inservibles para la agricultura (existía un enorme déficit de alimentos por lo que en
todas partes reina el hambre). Sólo los EEUU han salido indemnes en su territorio nacional, y su
ayuda constituye la única esperanza de recuperación para un continente triturado.
− Repercusiones territoriales: Este conflicto supuso escasas modificaciones de las fronteras, en comparación
con los de otros tiempos. Estas modificaciones fueron el producto del acuerdo entre los dirigentes de las
grandes potencias que se reunieron repetidamente a lo largo del conflicto con el propósito de crear un nuevo
orden internacional para evitar nuevos conflictos.
La última de las reuniones de los grandes líderes mundiales aliados durante el conflicto tuvo lugar en Postdam
(julio 1945) cuando estaba reciente la derrota alemana y se pensaba que la japonesa podía resultar remota. Ya
se ha mencionado la relevancia de esta reunión en lo que respecta a la intervención soviética contra Japón y al
descubrimiento de la bomba atómica por los norteamericanos, pero en Postdam ya se acordó hacer retroceder
la frontera oriental de Alemania hasta la línea marcada por los ríos Oder y Neisse. Se acordó también la
desmilitarización de Alemania, el juicio de los criminales de guerra (! El juicio de Nuremberg (1946) contra
22 dirigentes alemanes acusados de crímenes de guerra constituyó el epílogo de la II Guerra Mundial. Como
consecuencia de él fueron condenados a muerte y ejecutados algunos de los principales dirigentes nazis que
no se habían suicidado) y se establecen las reparaciones a Alemania.
Rusia incorporó la zona oriental de Polonia, los estados bálticos, parte de Finlandia y Besarabia (la URSS fue
la gran beneficiada territorialmente, ya que consiguió una amplia zona de protección en el este de Europa
mediante el establecimiento de las llamadas democracias populares).
Italia cedió una parte de Istria a Yugoslavia y Rodas a Grecia. Rumanía perdió Besarabia pero obtuvo
Transilvania. Bulgaria no tuvo ya acceso al mar Egeo.
Japón perdió su imperio y quedó reducido al archipiélago de su nombre.
133
El cambio territorial más importante se produjo en la propia Alemania. En la Conferencia de Yalta (febrero
1945), Roosevelt (muy enfermo), Churchill y Stalin acordaron la división de Alemania en cuatro zonas de
ocupación, administradas por cada uno de los aliados (Francia, Gran Bretaña, EEUU y la URSS) y en donde
se anula la soberanía germana (! De esta ocupación surgiría la definitiva división de Alemania en dos que
perduró hasta 1990).
TEMA 39. ESPAÑA: CRISIS DE LA MONARQUÍA Y REPÚBLICA (HASTA LA GUERRA CIVIL).
• LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA Y CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1923−1931).
La dictadura de Primo de Rivera, influido por el fascismo italiano, tuvo el apoyo del Ejército, la burguesía, los
terratenientes y los eclesiásticos. En principio, sólo se pretendía una reorientación de la política en Marruecos,
realizar modificaciones en la Constitución de 1876 y solucionar los problemas básicos (subversión social y
bancarrota económica). No obstante, esto no se cumplió y la dictadura se prolongó hasta 1930.
Se suele dividir la historia de la Dictadura en tres períodos: el Directorio Militar (1923−1925), el Gabinete
Civil (1925−1927) y la Asamblea Nacional Consultiva (1927−1930).
• Directorio Militar (15−septiembre−1923 / 3−diciembre−1925)
Durante esta primera etapa, Primo de Rivera se dedicó preferentemente a solucionar los problemas que le
habían inducido a reclamar el poder: la subversión social, el desorden y la bancarrota económica.
Por lo menos los dos primeros aspectos logró hacerlos desaparecer, aunque a costa del desmantelamiento de
las instituciones (! con el fin de acabar con el caciquismo rural, destituyó ayuntamientos y diputaciones e
instaló en cada partido judicial unos delegados gubernativos, representantes de su gobierno) y la suspensión
de las garantías constitucionales de los españoles y sustitución por el estado de guerra (! Restricción de
libertades públicas, prohibición de reunión y asociación y censura en la prensa. En este sentido, también se
persiguió duramente a los anarquistas catalanes).
Entre tales medidas (que vinieron acompañadas, como es lógico, del cese de todos los miembros del Gobierno
y disolución de las Cortes) se produjo la autoproclamación del propio Primo de Rivera como Presidente del
Directorio a título de ministro único y con facultades para legislar. A fin de institucionalizar el régimen, en
1924 creó un grupo político, la Unión Patriótica, que asumió la ideología del Directorio y fue su instrumento
político.
Junto a tales medidas, otras de índole económico y administrativo pretendieron (aunque no serían cumplidas)
poner orden en el país: así, las dictadas para poner fin a la oligarquía caciquil, acerca de la intervención de los
ayuntamientos y, de otro lado, sobre el establecimiento de un sistema de administración central, provincial y
municipal (Estatutos municipal y provincial).
En el exterior, durante esta etapa se solucionó el problema de Marruecos que, después del desastre de Annual,
se había hecho insoportable. Si bien al principio Primo de Rivera era partidario de abandonar la región, pronto
cambió de opinión. Intentó negociar con los rifeños la solución al problema, pero éstos −animados por sus
éxitos− se negaron y atacaron a españoles y franceses. Ante esta actitud, Francia, hasta entonces reacia a
realizar una política conjunta con España en la zona, se avino a ello. En 1925 acordaron una alianza por la que
se prometía a las tribus marroquíes autonomía, al tiempo que anunciaban la decisión conjunta de actuar
enérgicamente y aumentar los efectivos militares. Pronto se comprobó la eficacia de la unión: el desembarco
de Alhucemas (septiembre 1925), casi exclusivamente español, pero protegido por barcos franceses,
constituyó un rotundo éxito. A partir de entonces la victoria hispano−francesa fue rápida y fácil: en mayo de
1926 concluyeron los combates y Abd−El−Krim fue hecho prisionero. La victoria permitió a Primo de Rivera
institucionalizar la dictadura como un fenómeno estable que pretendía plantear una nueva organización
134
política para el país.
• Gabinete Civil (3−diciembre−1925 / 10−julio−1927)
Esta segunda etapa se abrió con la sustitución por Primo de Rivera del Directorio Militar por un denominado
Gabinete Civil, integrado en realidad por seis civiles pertenecientes a la Unión Patriótica y por cuatro
militares.
Fue ésta una fase en la que, al amparo de la favorable coyuntura económica europea, se emprendieron
notables reformas socioeconómicas o se prepararon proyectos importantes para el fomento de obras públicas.
Así, en el campo de la Hacienda Pública, el nuevo ministro, el maurista José Calvo Sotelo, saneó el régimen
tributario y permitió, sin necesidad de crear nuevos impuestos, multiplicar notablemente los ingresos del
Estado. Organizó una gigantesca operación de conversión que absorbió la mayor parte de la enorme deuda, y
desde 1927 el presupuesto se liquidó con superávit. También creó la Campsa, sistema de nacionalización
parcial del petróleo (! hasta entonces se habían encargado de distribuir dos compañías extranjeras, la Standard
y la Shell). En Obras Públicas se realizó un gran plan de construcción de embalses, tanto para el regadío como
para la producción de energía eléctrica. También los ferrocarriles experimentaron una considerable mejora,
con electrificación de líneas, construcción de nuevos tramos y renovación del material. Finalmente, también
se realizó un plan de casas baratas protegidas, así como una gran cantidad de edificios públicos.
La política social del régimen estuvo muy en consonancia con la línea paternalista de Primo de Rivera.
Intensificó la legislación protectora del trabajo, dio notable desarrollo al Instituto Nacional de Previsión y se
creó por decreto−ley el Código del Trabajo Corporativo (que pretendía sustituir la lucha de clases por la
colaboración de clases: resolución de los problemas laborales entre patronos y obreros, regulación de las
condiciones de trabajo...) y la Organización Corporativa del Trabajo (que enfocaba la solución de los
problemas sociales y económicos mediante instancias que representaban intereses colectivos, propios de la
sociedad española).
A pesar de las notables mejoras en el plano económico (aunque su actuación benefició sobre todo a las clases
pudientes y, en concreto, a la Banca, tanto privada como oficial) y en el social, hubo unas cuestiones de fondo
en las que el sistema dictatorial fracasó de lleno:
• La primera es la relativa a la transformación de la propiedad agraria.− Se intentó combatir el
caciquismo, pero lo cierto es que todavía en 1930 el mapa agrario nacional registraba los mismos
defectos que antaño.
• La segunda cuestión fue la de los regionalismos.− Cara al catalanismo, Primo de Rivera intentó de
momento atraerse a la Lliga; pero después, cuando se promulgó el Estatuto Provincial (1925), que
prácticamente suprimía la Mancomunidad, casi la totalidad de las fuerzas vivas catalanas se pusieron
frente a él.
• En tercer lugar, el régimen primorriverista tampoco triunfó en lo que se refiere a política obrera.−
Había declarado ilegales a la CNT y al PC. En cambio, quiso atraerse a los socialistas para crear un
nuevo cauce sindical ajustado a su estilo de gobierno −el líder del PSOE, Francisco Largo Caballero,
llegó a ser nombrado Consejero de Estado−. Sin embargo, el propio socialismo rehuyó la
colaboración franca.
• La cuarta cuestión en la que no se acertó fue, paradójicamente, la relativa al Ejército (! La victoria en
Marruecos no logra la cohesión en el interior del Ejército. En 1926 se produjo la sanjuanada,
conspiración político−militar; y el conflicto del dictador con el Cuerpo de Artillería, que terminó con
la disolución de éste).
• Por último, la oposición por parte de los intelectuales (Unamuno, Blasco Ibáñez) hacia el régimen,
que se había mostrado totalmente indiferente hacia el mundo intelectual, y por parte de los
estudiantes, que mostraban su rechazo en la calle.
135
♦ Asamblea Nacional (12 septiembre 1927 / 28 enero 1930)
Esta etapa se inició con el éxito definitivo en Marruecos. Y en ella, la continuación sistemática del plan de
reformas económica y social (corporativismo, asistencia social, intervención estatal en la economía,
planificación...), y la reunión de la Asamblea Nacional Consultiva, que supuso el rechazo del parlamentarismo
pues la Asamblea representaba a todas las clases e intereses.
• Caída del Régimen y de la Monarquía
En 1929, ninguno de los viejos problemas planteados en 1923 (propiedad agraria, regionalismo, movimiento
obrero, Ejército, mundo intelectual, republicanismo) aparecía resuelto, y sí, por el contrario, casi todos ellos
agudizados.
Además, entre 1927 y 1929 (con anterioridad por tanto al crack de la Bolsa neoyorquina), las circunstancias
económicas empezaron a hacerse especialmente difíciles para España: recesión en la llegada de capitales,
pérdida de valor de la peseta, etc. Ello vino a dar ya el argumento que faltaba a la oposición y, desde entonces,
los hechos iban a precipitarse con rapidez en contra de la Dictadura. En enero de 1929 fue descubierta una
conjura político−militar que pretendía el derrocamiento del régimen. Al poco tiempo, en agosto, se sugirió al
propio Primo de Rivera la retirada. No lo hizo, y parece ser que hasta el propio Alfonso XIII le retiró su
confianza. Entonces fue cuando Primo de Rivera, sabedor de su difícil situación, acudió a los capitanes
generales y altos jefes militares para inquirir cuál era su actitud ante el Régimen. Al comprobar que no tenía
su apoyo, Primo de Rivera presentó su dimisión el 28 de enero de 1930 y se marchó a París, donde murió dos
meses después.
Poco después de la marcha de Primo de Rivera, Alfonso XIII intentó restablecer el viejo orden constitucional
(fracasos del Gabinete del general Berenguer y del Gobierno de concentración monárquica
Aznar−Romanones).
Mientras, al amparo de la gran depresión económica mundial y de la progresiva baja de salarios y el creciente
paro que provocaba huelgas, las fuerzas republicanas, socialistas y catalanistas de izquierdas se unieron (Pacto
de San Sebastián) para pedir una convocatoria de elecciones y el establecimiento de la República. Se preparan
dos conspiraciones militares en favor del republicanismo que fracasan: sucesos de Jaca y de Cuatro Vientos en
Madrid.
Al fin, el 12 de abril de 1931, se celebraron elecciones municipales aunque se enfocaron como un plebiscito
donde elegir entre monarquía o república, en las que ganó la coalición de republicanos y socialistas en las
grandes ciudades. Alfonso XIII, ante la falta de sus apoyos tradicionales, se exilió a Francia y la II República
fue proclamada en España el 14 de abril de 1931. El cambio fue revolucionario en la medida de que fue una
modificación de régimen sin actos violentos, sino todo lo contrario: de forma pacífica y con total apoyo de la
población.
• LA SEGUNDA REPÚBLICA (14 abril 1931 / 18 julio 1936)
♦ Gobierno Provisional y Cortes Constituyentes (1931)
Después de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 y con la victoria de los republicanos, el día 14
se proclamó la II República al frente de la cual se puso un gobierno provisional que emprendió las medidas
reformistas de la etapa republicana.
En un principio, la actividad del Gobierno Provisional, presidido por Niceto Alcalá Zamora, se intentó
concentrar en la organización de la nueva legalidad, razón por la que el 15 de abril de 1931 dictó el `Estatuto
jurídico del Gobierno provisional', donde se formularon una declaración de derechos y un esbozo de programa
136
de reformas y de institucionalización.
Pero aquella actividad se vio muy pronto alterada, a partir incluso del mismo día 14 de abril, por una serie de
hechos:
♦ la actitud manifiestamente separatista de los nacionalistas catalanes (! declaración de
independencia de Cataluña por Francesc Macià y la `Esquerra catalana').
♦ el recelo del cardenal Segura (primado de España) ante el nuevo régimen, que acabó con la
expulsión del primado del país, pero al mismo tiempo produjo los primeros síntomas de
descontento entre los españoles ante el planteamiento de la política religiosa del Gobierno,
que se había pronunciado por la libertad de cultos y de conciencia.
♦ el anticlericalismo, exultante e irracional, especialmente entre el 10 y 12 de mayo, en que
ardieron una serie de conventos; y el anarcosindicalismo, hostil a los socialistas que figuraban
en el Gobierno (! en este período cabe destacar la huelga general desarrollada en Sevilla en
julio donde la CNT logra paralizar la ciudad. Ante esta situación, el gobierno reprime
duramente a los agitadores con un saldo de 20 muertos).
Pese a ello, las elecciones de junio a Cortes Constituyentes proporcionaron el triunfo de las izquierdas
representadas en el Gobierno (más de 300 diputados), especialmente a socialistas, que consiguieron más de un
centenar de escaños. Por el contrario, las derechas, dispersas todavía, sólo lograron 40. (! En realidad, la
composición de las Cortes resultó mucho más escorada a la izquierda de lo que era el país). La primera tarea
de estas Cortes fue la redacción de una nueva Constitución, que resultó un fiel reflejo de la composición de la
Cámara.
La Constitución de 1931 definía al régimen como una república de trabajadores de todas las clases, se
afirmaba la renuncia de España a la guerra como instrumento de relación internacional, se prohibía la retirada
de España de la Sociedad de Naciones sin que se votara previamente en las Cortes, se regulaban los derechos
sociales y se extendía el derecho de voto a la mujer. Los poderes del Presidente de la República estaban muy
limitados (nombrado por seis años, no podía ser reelegido inmediatamente y sólo podía disolver las Cortes en
dos ocasiones, dando cuenta de la segunda a las Cortes. Éstas tenían una sola Cámara).
• El bienio socialazañista (1931−1933)
En diciembre de 1931 Alcalá Zamora fue elegido Presidente de la República y durante los próximos dos años
sería Manuel Azaña el Presidente del Gobierno de alianza entre republicanos de izquierda y socialistas.
En el poder, la alianza socialzañista desplegó un programa reformista para la transformación política y social
de España:
• Reforma del Ejército.− Consistió, sobre todo, en una reducción de la oficialidad y en una disminución
de los aspectos políticos de los mandos militares (ley del retiro).
• Reforma religiosa.− Ya la discusión en las Cortes sobre el artículo 26 de la Constitución entre los
partidarios de una separación amistosa entre la Iglesia y el Estado −Miguel Maura y Alcalá Zamora−
y entre los que querían la expulsión de todas las órdenes religiosas −radicalsocialistas y socialistas−,
hizo posible una primera crisis. Prosperó el programa anticlerical de Azaña con la expulsión de los
jesuitas y se suprimió la enseñanza de las órdenes religiosas.
• Se consiguió solucionar el problema autonómico catalán mediante un Estatuto aprobado por las
Cortes en 1932, en el que se proclamaba la autonomía de Cataluña y la lengua catalana adquiría el
mismo rango de oficialidad que el castellano.
• Reformas sociales.− Las llevadas a cabo por los socialistas supusieron una mejora del nivel de vida de
las clases trabajadoras (legislación de Largo Caballero, ministro de Trabajo, sobre las Delegaciones
de Trabajo, los seguros sociales, la Ley de Términos Municipales −por la que se establecía la
137
obligatoriedad de los patronos a contratar a los obreros de la localidad−...).
• Reforma agraria.− Se creaba el Instituto de Reforma Agraria (IRA) cuyo objetivo consistía
esencialmente en la expropiación de los latifundios para su redistribución entre los obreros agrícolas.
De todas maneras, era claro que no todos los problemas venían siendo resueltos satisfactoriamente por el
Régimen. Al menos, a gusto de la gran mayoría de españoles, cada vez más afectada por el paro y la crisis
económica (! A partir de 1931 numerosos capitales empezaron a salir de España hacia el extranjero, enviados
por la oligarquía y las clases altas que se negaban a colaborar con el régimen republicano).
Los adversarios del programa reformista de Azaña estuvieron en la extrema derecha (! ya en agosto de 1932
se produjo una conspiración militar del derechista general Sanjurjo que, derrotada, permitió a Azaña aprobar
la reforma agraria y el Estatuto de Cataluña) y en la extrema izquierda. A finales de 1932 y principios de 1933
nacieron dos organizaciones derechistas: la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) y
Renovación Española (grupo católico y monárquico) (! La política religiosa del régimen republicano daba
cohesión a los católicos, a los monárquicos y a los derechistas, tan desunidos y desorientados en 1931).
También comenzó entonces a hacerse insistente (aprovechando en buena medida el fracaso de la Reforma
Agraria, inapropiada e inefectiva) la agitación anarcosindicalista, traducida en diversas revueltas (! Casas
Viejas, en Cádiz, donde un anarquista y su familia, tras una fracasada proclamación en la localidad del
`comunismo libertario'. La revuelta hubo de ser reprimida violentamente por orden del ministro de
Gobernación, Casares Quiroga) que deterioraron la imagen política del Gobierno. La represión de Casas
Viejas marcó el punto de partida de la enemistad entre buena parte de la izquierda y el Gobierno.
El desgaste del gobierno de Azaña llevó a Alcalá Zamora a forzar las elecciones que se celebraron en
noviembre de 1933. Los partidos republicanos se desplomaron prácticamente, y los grandes vencedores
fueron los partidos antimarxistas, sobre todo la CEDA, a cuya cabeza se hallaba José Mª Gil Robles. El
segundo grupo parlamentario fueron los radicales.
• El bienio radical cedista (1933−1935)
Aunque la CEDA había sido el partido más votado, el presidente de la República Alcalá Zamora confió el
poder a Alejandro Lerroux, jefe del partido radical. (! La posibilidad de colaboración entre los radicales y la
CEDA era muy limitada: los radicales representaban una posición posibilista y moderada, tras unos orígenes
demagógicos y anticlericales; la CEDA era un partido católico unido por la oposición al programa anticlerical
del gobierno de Azaña. Desde finales de 1933 a octubre de 1934 los gobiernos fueron exclusivamente
radicales. En octubre de 1934 la CEDA obtuvo tres carteras en el Gabinete y este hecho provocó una protesta
muy dura de la oposición).
Los objetivos del Partido Radical instalado en el poder se centraron básicamente en desarticular la obra del
bienio anterior. De hecho, en aquellos doce meses, no sólo se congeló la aplicación de la reforma agraria y
suspendió la Ley de Términos Municipales, sino que, de otro lado, se detuvo igualmente la iniciada
estatalización de la enseñanza, se restablecieron también las dotaciones del clero y, por último, se vetó la Ley
de Contratos de Cultivo, que había sido votada anteriormente por la Generalitat de Cataluña (cultivo de la
viña).
Esta labor rectificadora no resolvió el problema económico (la crisis continuó latente, el paro en aumento) y
además coadyuvó a agudizar las tensiones (entre la Generalitat y el Gobierno, y entre éste y los vascos, que
una vez más hubieron de conformarse ante la negativa a aprobar su Estatuto, solicitado en 1931).
Ante tal situación, se intentó hallar solución. Así, la CEDA obtuvo tres carteras en el Gabinete Lerroux, lo que
provocó la reacción de la extrema izquierda. Se organizaron protestas ante aquella presencia cedista por parte
de los republicanos de izquierda y al cabo, respondiendo a un llamamiento formulado por la UGT, estalló un
movimiento huelguístico en el país. Esta Revolución de Octubre de 1934 no triunfó en Madrid ni en el País
138
Vasco, pero fueron graves los incidentes que se produjeron en Cataluña y Asturias. En Cataluña, Lluís
Companys proclamó la independencia de Cataluña, declarando la República federal, aunque a la postre la
revuelta fue dominada por el Ejército. En Asturias, durante quince días al menos, los mineros armados (quizá
más de 50.000) azuzados por la CNT, UGT y los comunistas, provocarían una situación de verdadera guerra
civil, que sólo fue posible poner fin con la llegada a Oviedo de la Legión Extranjera y las tropas de Regulares.
Estos hechos provocaron la entrada de Gil Robles en el Gobierno (la CEDA obtuvo cinco carteras). Sin
embargo, poco pudo solucionar su presencia. En efecto, no sólo fracasaron las pretendidas reformas
constitucional y electoral, sino que también fracasarían las gestiones en torno a los temas sociales (! La
derrota obrera de octubre de 1934 supuso el endurecimiento general de las derechas en el aspecto político y el
dominio absoluto de la patronal en el aspecto laboral, más notorio y cotidiano. Los escasos sectores de la
oligarquía, desplazados en 1931, volvieron triunfantes a los centros de poder). Y, para colmo, se llevó a cabo
la llamada Contrarreforma Agraria.
La represión de 1934 y el gobierno de la derecha sirvió para despertar a la izquierda. Poco a poco se fueron
reorganizando los partidos de izquierdas, desarbolados tras la derrota electoral de 1933. A lo largo de 1935 se
va perfilando el Frente Popular (agrupación que incluía a la totalidad de las fuerzas de izquierdas).
Tras la ineficacia del gobierno cedista, en diciembre de 1935, Alcalá Zamora decidió poner fin a la República
de derechas y confió el poder a Portela Valladares que disolvió las Cortes y convocó elecciones generales para
febrero de 1936.
En las elecciones de febrero de 1936 quedó de manifiesto la polarización del país. Los resultados mostraron
una ligera superioridad del Frente Popular (34'3%) frente a la CEDA (33'2%). Las elecciones fueron un
antecedente de la guerra civil en el sentido de que mostraron a España dividida en dos porciones casi iguales.
Tres razones parecen explicar la victoria de la izquierda: 1º) Las derechas se habían presentado a las urnas
completamente divididas (CEDA y Bloque Nacional de Calvo Sotelo); 2º) La propia alianza de la izquierda (!
el punto esencial del programa del Frente Popular fue la amnistía total para los miles de presos de octubre de
1934, lo cual motivó una masiva participación electoral, incluida la de los anarcosindicalistas a pesar de su
alergia de principio de acercarse a las urnas, pero en esta ocasión acudieron a ellas para poder vaciar las
prisiones); 3º) La disminución de apoyo popular al programa −nada eficaz− de la derecha.
• El Frente Popular (1936)
Los vencedores desplazaron a Alcalá Zamora de la presidencia de la República, que pasó a ocupar Manuel
Azaña, el cual llevó a la presidencia del Gobierno a Casares Quiroga, representante de la autonomía gallega.
Inmediatamente se proclamó la amnistía, se restableció la plena vigencia del Estatuto de Cataluña y se
reemprendió la reforma agraria, distribuyéndose 250.000 ha. en tres meses.
Pero desde el primer momento aquellos proyectos e intenciones se hallaron desbordados. Por una parte, las
organizaciones obreras incrementaron sus presiones para unas reformas de estructuras que sólo por métodos
revolucionarios consideraban viables (! las fuerzas obreras de izquierda procedieron a la quema de iglesias y a
formular ataques abiertos a la Fuerza Pública). Por otra, algunos sectores de la derecha (la Falange Española,
partido fascista fundado por José Antonio Primo de Rivera, Acción Española y el Bloque Nacional de Calvo
Sotelo), conscientes de su impotencia parlamentaria y alentados por los ejemplos de Alemania e Italia,
pusieron sus esperanzas en una sublevación.
La violencia se enquistó definitivamente en la vida diaria. Los elementos extremistas se hicieron dueños de la
calle y del campo. En los primeros días de julio era asesinado en Madrid el teniente Castillo, miembro de la
Guardia de Asalto (policía), conocido por sus simpatías izquierdistas; el 13, en represalia, caía a su vez el líder
derechista José Calvo Sotelo. Ello fue la chispa que desencadenó los acontecimientos que culminaron en el
139
levantamiento armado en Melilla el 17 del mismo mes de julio. La guerra civil había comenzado.
TEMA 41. EL SISTEMA BIPOLAR. LA ONU Y OTRAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES.
En el período inmediatamente posterior a la conclusión de la guerra se produjo una importante expansión de la
URSS: la parte que le correspondía de Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria. En
toda esa zona, la URSS, gracias a la presencia del Ejército Rojo, implantó el modelo político existente en ella,
el comunismo. Ello determinó una amplia área de influencia comunista (cuya imaginaria línea demarcatoria
recibió de Churchill la denominación de telón de acero) formada por países que pasaron de un período de
pluralismo político a la instauración forzada de `democracias populares' vigiladas estrechamente por Moscú.
En 1947, Stalin impuso la creación de la Oficina de Información Comunista (Kominform), destinada a
asegurar la cohesión de los regímenes prosoviéticos.
La guerra civil que estalla en Grecia (1946−49) (! Grecia era, tras la guerra mundial, zona de influencia
reservada a Gran Bretaña, la cual instaura la monarquía. Ante la incapacidad de los monárquicos para hallar
soluciones a la crisis económica, estalla la lucha de las guerrillas comunistas griegas contra el gobierno
instaurado por los ingleses, que reciben armas desde Yugoslavia) y el golpe de Praga (1948), que provoca el
paso de otro Estado a la órbita de Moscú, tuvieron su respuesta en el feroz anticomunismo de la doctrina
Truman, que consistía en ayudar a aquellos pueblos libres que resistieran los intentos de dominación
comunista. Así se llegó a la denominada estrategia de contención: se trataba de poner límite a su expansión.
Ante el temor de la expansión del comunismo en Europa y la gravedad de la situación económica, las
potencias occidentales tomaron una serie de medidas que marcaron aún más las diferencias entre los
vencedores. Mientras en su sector la URSS organizaban la economía y la sociedad de acuerdo con los
principios comunistas, EEUU, Gran Bretaña y Francia fusionaron los suyos y pusieron todos los medios para
una rápida reconstrucción del país. En este sentido, los aliados occidentales no sólo condonaron gran parte de
las indemnizaciones de guerra de las que Alemania era deudora, sino que aportaron importantes cantidades de
capital, sobre todo a través del Plan Marshall estadounidense (! las dificultades económicas de los países
europeos y el temor al avance comunista sobre ellos movió a EEUU a otorgarles una ayuda suplementaria
para activar su recuperación. Este plan tomó el nombre del Secretario de Estado norteamericano Geroge C.
Marshall), que derivaron en la reforma monetaria de 1948 y en la creación de un marco de gran fortaleza,
cuya introducción en la zona soviética provocó, como reacción más espectacular y preludio de la división del
país, el bloqueo terrestre de Berlín entre el 24 de junio de 1948 y el 12 de mayor de 1949 (! La situación de
Berlín en 1945 seguía siendo una extraña anomalía en el conjunto del reparto de controles de los vencedores.
Berlín quedaba muy dentro de la zona soviética, pero como capital del Reich que era, se decidió que fuera
ocupada por las cuatro potencias europeas. El bloqueo consistía en la obstaculización del tráfico y transporte
del Berlín ocupado por los aliados. Durante este tiempo, las mercancías fueron transportadas por vía aérea que
aseguraba el abastecimiento de los berlineses de los sectores aliados). Como contrapartida al Plan Marshall,
en 1949 los soviéticos constituyeron el Consejo de Mutua Asistencia Económica (COMECON) destinado a
coordinar las economías de los países comunistas.
La partición de Alemania se consumó con la constitución de la República Federal Alemana por los
occidentales el 23 de mayo de 1949 y de la República Democrática Alemana por los soviéticos el 7 de octubre
del mismo año, entidades estatales que no ejercieron su soberanía hasta la derogación del Estatuto de
Ocupación en 1955.
Todas estas tensiones derivaron en lo que se dio en llamar guerra fría, consecuencia de las diferencias de
organización política y el malentendido respecto de los deseos del adversario. La dinámica de los
acontecimientos arrastró a las potencias occidentales y a la oriental a configurar dos bloques ideológicos
antagónicos. Una dinámica en cuya orientación no fueron ajenos el talante autoritario de Stalin y el
dogmatismo anticomunista de Truman.
140
El segundo escenario de la guerra fría fue China. El 1 de octubre de 1949 Mao Tse−Tung proclamaba en
Pekín la nueva República Popular China. El nuevo régimen partía de una China unificada con la excepción de
la isla de Formosa (Taiwán), ocupada por los nacionalistas del derechista Chiang Kai−Shek (! la ONU, por
influencia norteamericana, siguió reconociendo hasta 1971 al gobierno de Chiang Kai−Shek como
representante de China). Lo acontecido en China repercutió en el continente asiático, especialmente en Corea,
país al que la capitulación de los japoneses había dejado en una situación parecida a la de Alemania: el
paralelo 38 señaló un Norte y un Sur integrados en los dos sistemas que dividían al mundo. Al norte los
soviéticos y al sur los norteamericanos mantuvieron el control de sus respectivas zonas en espera de una
elecciones que hicieran posible un gobierno unificado. Sin embargo, el choque ideológico hizo imposible este
propósito y el 25 de junio de 1950, tropas norcoreanas invadieron Corea del Sur dando lugar al más grave de
los incidentes que amenazaron con desencadenar una tercera guerra mundial (! La iniciativa fue de los
norcoreanos y no de Stalin, aunque éste les apoyó). La operación norcoreana fue condenada por la ONU y el
ejército estadounidense (bajo el mando del general MacArthur) bajo el pabellón de la ONU, expulsó a los
invasores y ocupó a su vez Corea del Norte. En defensa de ésta acudió la República Popular China, que hizo
retroceder a las tropas de la ONU y elevó la tensión mundial (! Stalin no quiso intervenir directamente, lo que
podría haber supuesto el estallido de la guerra mundial). La recomendación del general MacArthur de atacar
directamente a China y emplear la bomba atómica le costó el cargo, lo que evidenció que los líderes políticos
habían tomado conciencia de las terribles consecuencias para todo el mundo de una nueva guerra. En 1951 se
llegó a un alto el fuego y en 1953, mediante un tratado, quedó consagrada una división de Corea en dos.
La guerra fría originó una creciente carrera de armamentos (! cada bando considera amenazado su modo de
vida por el contrario). En 1949 los soviéticos hicieron explotar su primera bomba atómica y en 1952 los
norteamericanos crearon la bomba de hidrógeno. En adelante ambos países mantuvieron una competición en
cuanto a su armamento convencional y atómico. Paradójicamente, la bomba atómica, por su tremendo poder
de destrucción, contribuyó a hacer más improbable la guerra aunque una verdadera paz estable fuera
imposible.
La tensión existente entre los dos bloques hizo que las potencias buscaran la seguridad y el equilibrio de
fuerzas mediante un sistema de alianzas regionales. Para EEUU, convertido en líder de las potencias
occidentales, las alianzas regionales constituían una novedad en su política internacional ya que exigían
modalidades según las áreas geográficas, las condiciones socioeconómicas de los países y las relaciones
históricas que tuviese con ellos. De acuerdo con este criterio, EEUU propició para América Latina la creación
en 1948 de la OEA (Organización de Estados Americanos). Con los países desarrollados, EEUU estableció un
modelo de alianza del que la OTAN (Organización del Tratado Atlántico Norte) en 1949, y la ANZUS (pacto
tripartito con Nueva Zelanda y Australia) en 1951, son los principales ejemplos. En una línea similar, en 1954,
EEUU firma la SEATO (Tratado del Sudeste Asiático) y en 1955 firma la OTEM (Organización del Tratado
de Oriente Medio). Si a estos tratados, todos ellos apoyados básicamente en los EEUU, unimos los pactos de
este país con naciones individuales (España, Japón) tendremos configurado un amplio sistema de bases
militares norteamericanas en todo el mundo.
El papel aglutinante que desempeñaban los partidos comunistas de los distintos estados determinó que tras el
telón de acero la respuesta al sistema de alianzas occidentales fuese distinta. A diferencia del sistema de
alianzas norteamericano, el soviético se basaba esencialmente en tratados bilaterales firmados en su mayoría
entre 1943 y 1947, a los que se sumó el tratado de amistad, alianza y asistencia mutua con la China popular en
1950. Como réplica a la admisión de la RFA en la UEO (Unión Europea Occidental) y en la OTAN en 1954,
se firmó entre los países comunistas, en 1955, el Pacto de Varsovia, en el que también se integraba la RDA.
En 1956 estallan, simultáneamente, dos crisis que van a aumentar peligrosamente la tensión internacional: el
conflicto del Canal de Suez y la invasión de Hungría.
• Conflicto de Suez: Egipto fue líder de los árabes sobre todo después de la desaparición de la
monarquía y la aparición del régimen nacionalista de Nasser. Para la modernización económica del
141
país, el régimen de Nasser había proyectado la construcción de la gigantesca presa de Asuán (que
pondría en regadío más de un millón de hectáreas de tierra no cultivable), que requería unas
inversiones muy superiores a la capacidad financiera del país. EEUU había prometido ayuda
financiera para llevar a cabo el proyecto pero la política neutralista de Nasser (que mantenía
relaciones diplomáticas, que no ideológicas, con la URSS, confirmadas por la adquisición de
armamento y material de guerra a la URSS y a Checoslovaquia) hizo que EEUU negara los fondos
prometidos. Ello provocó el inmediato ofrecimiento soviético para asumir las obligaciones financieras
abandonadas por los norteamericanos (! con el tiempo, la presa de Asuán se convertiría en símbolo de
la amistad entre Egipto y la URSS). Consecuencia de ello fue la decisión de Nasser de nacionalizar el
Canal de Suez (1956). La acción de la nacionalización chocaría rápidamente con los intereses
económicos de los franceses y los intereses militares británicos. En octubre de 1956, Gran Bretaña y
Francia, con ayuda de Israel (en eterna hostilidad con el mundo árabe desde la creación del Estado de
Israel en territorio palestino en 1948) atacaron Egipto. EEUU se negaba a aceptar la acción de sus
aliados europeos, exigiéndoles la suspensión inmediata de la operación militar conjunta. Por su parte,
la URSS apoyó plenamente a Nasser y lanzaba dos misivas a Gran Bretaña y Francia, advirtiéndoles
que había proyectiles dirigidos soviéticos, con cabezas nucleares, que apuntaban a Londres y a París.
La amenaza había surgido efecto: los atacantes iniciaron la retirada de Egipto. En la crisis se ha
producido la coincidencia de criterios de las dos superpotencias, lo que explica el fracaso de los viejos
imperialismos coloniales europeos, el inglés y el francés.
• La invasión de Hungría: En 1956, Budapest estaba inmersa en expectación y tensión. El sucesor de
Stalin, Krushev, parece que, con la denuncia de los excesos de la dictadura estalinista, abre nuevas
expectativas entre los países que giran en la órbita soviética, los cuales creyeron ver una oportunidad
para hacer valer sus reivindicaciones (! en Polonia, la presión de estudiantes y obreros había logrado
algunos resultados). Estos acontecimientos estimulan un levantamiento en Budapest (el 23 de octubre)
que capitalizó a gran parte de la población. En un principio, Moscú reaccionó sorprendentemente de
forma suave. El Kremlin, con apariencias de conciliación, llegó a admitir que existía descontento en
Hungría y sólo condenó a los insurgentes de forma muy vaga. Pero el nuevo jefe de gobierno, Imre
Nagy, se identifica con los rebeldes, proclama el sistema multipartidista, la neutralidad de Hungría y
el abandono del Pacto de Varsovia. Los cambios proyectados eran demasiado bruscos y profundos
como para que la URSS pudiera admitirlos: el 4 de noviembre de 1956, 6.000 tanques soviéticos
invaden Hungría junto con 15 divisiones de infantería. Se inició el bombardeo de los puntos clave de
Budapest y la insurrección fue aplastada sin que las potencias occidentales, ocupadas en la crisis de
Suez, intentaran intervención alguna. Inmediatamente se formó nuevo gobierno, todo de comunistas,
con Janos Kadar a la cabeza, empezando un período de represiones y fusilamientos.
La consecuencia inmediata fue el recrudecimiento de la guerra fría. En la ONU se condenó la invasión de
Hungría (sin intervención) exigiendo, sin éxito, la retirada rusa.
La llegada al poder de Krushev (1953) determinó un giro notable en la política exterior, que favoreció un
cierto grado de distensión en las relaciones entre los bloques. En el XX Congreso del PCUS, celebrado en
1956, Krushev denunció los errores y atrocidades de Stalin y su culto a la personalidad y propugnó una
política de coexistencia pacífica en el plano internacional (! aunque la denuncia del estalinismo alentó las
insurrecciones de Polonia y de Hungría en 1956, ésta última sofocada con la intervención de los tanques
soviéticos). Se normalizan las relaciones con diferentes Estados (Austria, Japón), se canalizan ayudas a los
países subdesarrollados e incluso proponen que Berlín se convierta en ciudad−libre (! ello provocó una
incontrolable corriente migratoria de alemanes orientales hacia la Alemania Federal a través de Berlín y,
consecuentemente, la construcción del muro en 1961 que separaría las dos zonas de Berlín).
Sin embargo, diversas crisis mantuvieron la tensión. Cuba y Vietnam se convirtieron en una verdadera
pesadilla para los EEUU.
142
En Cuba, la dictadura de Fulgencia Batista fue derribada el 1 de enero de 1959 por la revolución que lideraban
Fidel Castro y Ernesto Che Guevara. A pesar de las manifestaciones de Fidel Castro respecto al
restablecimiento de la legalidad democrática, su política fue de progresivo acercamiento a los postulados del
marxismo revolucionario. Las relaciones entre Cuba y EEUU se fueron deteriorando: Castro había decidido
nacionalizar algunas fincas y fábricas pertenecientes a estadounidenses, lo que provocó la reacción airada del
presidente Eisenhower, quien amenazó con dejar de importar azúcar. La amenaza se hizo efectiva en julio de
1960, pero Castro ya había firmado un convenio comercial con la URSS, que se comprometió a comprar la
producción azucarera cubana. La respuesta de Castro a la sanción no se hizo esperar: incautó el resto de
propiedades norteamericanas. En enero de 1961, EEUU rompió relaciones con Cuba, lo que acercó aún más al
régimen castrista a la URSS. Convencido de que el gobierno cubano se había transformado claramente en
comunista, el nuevo presidente estadounidense, John F. Kennedy, dio el visto bueno a un plan de invasión de
la isla por voluntarios anticastristas entrenados por la CIA. El desembarco en la bahía de Cochinos fue un
estrepitoso fracaso. En 1962 Cuba permitió la instalación de una base de misiles nucleares a escasa distancia
de los EEUU. Los aviones espía norteamericanos descubrieron las instalaciones, por lo que Kennedy ordenó
el bloqueo de la isla que obligó a los soviéticos a retirar el material nuclear. El acuerdo final supuso también
la retirada de algunas armas estratégicas norteamericanas de Turquía y la promesa implícita de que Cuba no
sería invadida.
En Vietnam, los rebeldes dirigidos por Ho Chi Minh consiguieron en 1954, tras más de 7 años de lucha con
los franceses, llegar a un acuerdo provisional de partición del país. En el Norte el régimen comunista
estableció una dictadura que contribuyó poderosamente a hacer inviable el régimen corrompido e inestable del
Sur, en donde la intervención norteamericana se hizo cada vez más presente (! en esta época, la
administración norteamericana consideraba a Vietnam del Sur como la última muralla contra la expansión
comunista en el sudeste asiático), imponiendo en Vietnam del Sur un gobierno títere (! en realidad, el
gobierno de Saigón era un gobierno norteamericano). En 1964, el presidente norteamericano Johnson ordenó
los bombardeos de Vietnam del Norte. Sin embargo, ni siquiera estos procedimientos fueron capaces de
someter a la guerrilla adversaria. La guerra contra las tropas comunistas del vietcong se iba alargando, y ante
el elevado número de víctimas norteamericanas, surgieron airadas voces de protesta en el seno de la sociedad
norteamericana. De nada le sirvieron a los EEUU el dominio del aire y la utilización de armas de gran poder
destructivo. En enero de 1973 se llegó a un acuerdo de alto el fuego, pero en la práctica fue una ofensiva
comunista la que aplastó al adversario en un momento en que, por la crisis interna creada por la oposición de
la sociedad a la guerra, los EEUU no eran capaces de reacción alguna. En 1975 la capital de Vietnam del Sur,
Saigón, cayó en manos de las fuerzas norvietnamitas y las fuerzas del Sur capitularon sin condiciones. En
1976, Vietnam se reunificó creando un régimen comunista que ejercía una función dominante en toda la zona.
Camboya y Laos también establecieron sendos regímenes comunistas. EEUU había sufrido una de las
mayores derrotas y humillaciones de su historia.
LA ONU Y OTRAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES
En la Conferencia de Yalta (1945), las potencias aliadas dieron los primeros pasos hacia la creación de una
organización capaz de mantener la paz y la seguridad mundial dotada de mayores medios instrumentales que
la fallida Sociedad de Naciones. Fue en la Conferencia de San Francisco donde fue aprobada la Carta de la
Organización de las Naciones Unidas, suscrita por 50 naciones y prácticamente, con el transcurso del tiempo,
formaron parte de la organización la totalidad de los estados del mundo, a diferencia de lo sucedido con la
Sociedad de Naciones.
• Objetivos:
♦ Mantenimiento de la paz.− Los miembros de la ONU se comprometen a dirimir sus conflictos
por medios pacíficos y renuncian al uso de la fuerza.
♦ Libre determinación de los pueblos.− La sujeción de un pueblo a otro constituye una
violación de los derechos humanos fundamentales y compromete la causa de la paz.
143
♦ Defensa de los derechos de la persona.− Aprobación de la Declaración de los Derechos del
Hombre y prohibición de los atentados contra ellos.
♦ Fomento de la cooperación pacífica en materias económicas, culturales, sanitarias, etc.−
Llevado a cabo a través de organismos especializados: la OIT para las cuestiones sociales, la
UNESCO para las educativas, científicas y culturales, la OMS para las sanitarias, la FAO
para las relativas a la agricultura y la alimentación, el FMI para las cuestiones económicas...
◊ Estructura interna:
♦ Consejo de Seguridad.− Con 5 miembros permanentes (EEUU, Rusia, Francia, Gran Bretaña
y China) que disponen de derecho al veto y otros 6 miembros rotativos (hoy son 10). Es el
que interviene en los casos de urgencia, pero el derecho de veto de los miembros permanentes
ha aminorado la eficacia del Consejo.
♦ Asamblea General.− De la que forman parte todos los Estados miembros y pueden hacer oír
su voz en igualdad de representación y voto. Si bien carecen de poder ejecutorio, las
recomendaciones de la Asamblea al Consejo y a los Estados miembros están avaladas por el
peso moral y político de la mayoría.
♦ Secretaría General.− Es el único órgano permanente y ejerce una notable influencia sobre la
marcha de la Organización, dependiendo de la personalidad de sus secretarios: el noruego
Trygve Lie, el birmano U Thant, el austríaco Kurt Waldheim, el peruano Pérez de Cuellar, el
egipcio Butros Ghali y el actual Koffi Annan.
CHINA S. XX
Como protesta por la creciente influencia de las potencias occidentales, que no sólo amenazaba el peligro del
reparto del país sino que aparecía candente la cuestión más grave del efecto que sobre las antiguas costumbres
e ideas chinas producían las nuevas y materialmente superiores instituciones occidentales, en 1911 se inició
un movimiento revolucionario que depuso (febrero 1912) al último emperador P'u−yi, de la dinastía manchú.
El nuevo régimen republicano estuvo dirigido por Sun Yat−sen, líder del Partido Nacionalista, con el triple
objetivo de modernizar el Estado para lograr un mejor orden social, terminar con la explotación por las
potencias extranjeras y conseguir la unidad del país. A la muerte de Sun Yat−sen (1925) le sucedió el general
Chiang Kai−shek. Éste, al intentar eliminar a los comunistas, inició la guerra civil (1927−1949). Desde 1930
hasta 1934, Chiang Kai−shek lanza numerosas y costosas campañas militares contra los comunistas y los
campesinos del ejército rojo (! desde 1927, Mao Tse−tung, el líder del Partido Comunista, atribuyó a la
población campesina la responsabilidad del establecimiento del comunismo en China. En este sentido, dispuso
la creación de un ejército campesino). En 1934−35 se produjo la larga marcha del ejército comunista,
conducido por Mao, para escapar a las persecuciones y propósitos aniquiladores de las tropas de Chiang
Kai−shek, hacia la región del Shenshi (al norte) donde organizaron un Estado sin propiedad privada. Con la
invasión japonesa en 1937, nacionalistas y comunistas pactaron para luchar contra el invasor. Pero tras la
capitulación del Japón (septiembre 1945), Chiang reanudó la guerra civil contra los comunistas. Gracias a su
experiencia en la guerra de guerrillas contra las tropas japonesas, las fuerzas comunistas emprendieron la
ofensiva desde el verano de 1947. Tras la victoria de Lin Biao en Manchuria, los comunistas conquistaron
todo el territorio chino y el gobierno de Chiang Kai−shek se refugió en la isla de Formosa que, en lo sucesivo,
constituiría el estado independiente de Taiwán (también llamado China nacionalista). De este modo, Mao
Tse−tung proclamó (1 de octubre de 1949) en Pekín la República Popular China.
La política básica del régimen comunista fue transformar China en una sociedad socialista. Para alcanzar este
fin se utilizaron ampliamente la educación en los principios del marxismo−leninismo y la propaganda política,
en especial hacia los jóvenes. Se aseguró a las mujeres una posición de igualdad mediante las nuevas leyes de
matrimonio. Se controló estrictamente la religión (expulsaron a los misioneros extranjeros y colocaron
clérigos chinos dispuestos a cooperar con los comunistas). Los intelectuales se vieron sujetos al control
144
gubernativo dirigido a la erradicación de las ideas anticomunistas (ejecución de los denominados elementos
contrarrevolucionarios).
• Política interior
La primera acción de los comunistas fue reconstruir la economía: lucha contra la inflación, restaurar las
comunicaciones y restablecer el orden interno necesario para el desarrollo económico.
Se potenció la colectivización agrícola para poder promocionar el ahorro necesario para el establecimiento de
la industria pesada. La industria privada pasó gradualmente a estar bajo propiedad mixta estatal y privada. La
reforma agraria se inició en 1950 y fue seguida de la creación de equipos de ayuda mutua, cooperativas y
granjas colectivas. El primer plan quinquenal, que se inició en 1953 y se llevó a cabo con ayuda soviética,
potenció la industria pesada a costa de los bienes de consumo. La ayuda económica y el consejo técnico
soviético contribuyeron en gran manera al éxito inmediato del programa.
Mientras los comunistas luchaban por construir la sociedad china, aparecieron diferencias entre Mao, que
favorecía una ideología comunista pura, y los intelectuales, profesionales y burócratas, que querían un
acercamiento más racional y moderado que animara la eficacia y productividad del país. En mayo de 1956, los
dirigentes del partido lanzaron la campaña de las cien flores, que provocó un cambio liberalizador e invitaba a
la libre crítica de la política gubernamental. Aunque hubo una cierta apertura intelectual, esta situación duró
poco. En junio de 1957 se volvieron a imponer estrictos controles sobre la libertad de expresión.
La prudencia y planificación que supuso el primer plan quinquenal fueron abandonadas en gran medida hacia
1958. Se impusieron controles más rígidos sobre la economía para incrementar la producción agrícola (!
Implantación de las comunas, creadas por la unión de cooperativas. Como unidades autárquicas constituyeron
explotaciones agrícolas y, a la vez, empresas industriales con funciones de gobierno local, ideológico y militar
sobre la población campesina −no sólo se ocupaba de tareas agrícolas sino que afrontaba objetivos más
amplios como infraestructura agraria, distribución comercial, etc.−), restringir el consumo y acelerar la
industrialización (se aumenta el horario de trabajo y se fijan cotas más altas de rendimiento y producción
final); se trataba en definitiva de realizar un gran salto adelante, como lo llamó la propaganda oficial. Sin
embargo, a causa de una mala dirección e inadecuada planificación, el programa fracasó: la economía se
desorganizó y la producción industrial descendió entre 1959 y 1962 hasta un 50%.
Durante este período se produjo la ruptura entre la URSS y China. En 1960 concluyó la cooperación técnica
soviética. Aparte de determinados problemas fronterizos existía la lógica rivalidad entre dos potencias
gigantescas y fronterizas. A ese factor se añadía el ideológico: los dirigentes soviéticos predicaban la
coexistencia pacífica y la desestalinización, mientras que los chinos mantenían que la revolución era el único
medio para poder lograr el objetivo máximo del comunismo, poner fin al capitalismo (! en 1962 China
condenó abiertamente a la URSS por retirar sus misiles de Cuba ante las presiones de EEUU). Como resultado
de ello, la URSS cortó totalmente su financiación al desarrollo económico de China. Los chinos comenzaron a
competir abiertamente con la URSS por la jefatura del bloque comunista y por la influencia entre los nuevos
Estados surgidos de la descolonización.
El fracaso del gran salto produjo una profunda conmoción en la vida interna de China. La escisión entre Mao
y los dirigentes más moderados se convirtió en conflicto cuando en 1965 Mao y sus seguidores más radicales
lanzaron la Revolución Cultural en contra de los dirigentes más pragmáticos que estaban dispuestos a cambiar
la evolución política y social, y para recuperar el celo revolucionario del primitivo comunismo chino.
Estudiantes autoproclamados guardias rojos, a los que se unieron grupos de trabajadores, campesinos y
soldados desmovilizados, tomaron las calles para manifestarse a favor de Mao, a veces violentamente,
convirtiendo a las autoridades establecidas en sus principales objetivos. Se desmontó la estructura central del
Partido, ya que se destituyó a los numerosos altos dignatarios y se los expulsó del Partido. Se cerraron las
escuelas y la economía quedó paralizada.
145
Aunque a fines de 1968 se había restablecido la calma, prosiguieron las tensiones entre las dos tendencias, que
no se resolvieron definitivamente sino hasta 1976, tras la muerte de Mao. Su desaparición dio comienzo a una
nueva etapa dirigida por su sucesor Deng Xiaoping, máximo representante del sector menos ideológico y más
pragmático del Partido Comunista, no sin antes tener que vencer la resistencia del ala más izquierdista y afín a
Mao, conocida con el nombre de la banda de los cuatro y expulsar del Partido a la viuda de Mao. El nuevo
gobierno significó el cambio de rumbo de la economía china, encaminada al desarrollo de las infraestructuras
energética y viaria y a la potenciación de la industria de consumo y la agricultura. Además, se introdujeron
tímidas aunque significativas medidas encaminadas a romper la rigidez y potenciar el mercado, atrayendo
inversiones extranjeras. La política desarrollada por Xiaoping generó un rápido desarrollo económico, pero
también desencadenó una crisis social considerable (las grandes urbes crecieron a un ritmo más rápido que el
resto del país, lo que originó graves desequilibrios entre el campo y la ciudad, así como dentro de las
ciudades) y política, pues enseguida se puso de manifiesto que el Partido Comunista seguiría teniendo el
poder absoluto.
En la actualidad China ofrece el contraste entre una evolución económica y un estancamiento político (! la
matanza de Tiananmen en 1989 que se produjo en una manifestación de estudiantes que reclamaban una
mayor democratización y libertad de expresión es muestra de la represión y la tiranía del Estado). Con la
muerte de Deng Xiaoping en 1997, Jiang Zemin se convirtió en la figura indiscutible de la escena política
china.
TEMA 45. DESCOLONIZACIÓN Y TERCER MUNDO.
El proceso de descolonización acelerado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial es uno de los mayores
fenómenos del s. XX. Este proceso, que marca el fin de la hegemonía europea en el mundo, se ha desarrollado
paralelamente al conflicto Este−Oeste, ya sea independientemente de él, como son los casos de la India o
Argelia, o ligado a sus vicisitudes, como lo ejemplifican los conflictos del sudeste asiático y del Oriente
Medio.
Estos nuevos estados surgidos al desaparecer los imperios coloniales suelen ser englobados bajo la
denominación de Tercer Mundo, término que implica subdesarrollo económico y cultural, dependencia
tecnológica del bloque capitalista o socialista, y voluntad de una parte de ellos de constituir una especia de
tercera fuerza en la política internacional independiente del sistema bipolar.
Fue en Bandung (Indonesia) donde se celebró la primera conferencia intercontinental de los pueblos
afroasiáticos que en aquellos días (abril de 1955) habían accedido a su total independencia. En la Conferencia
de Bandung estaban representados 23 países asiáticos y 6 africanos, mayoritariamente antiguos territorios
colonizados. Sus cuatro grandes protagonistas fueron: Nehru (por la India), Sukarno (por Indonesia), Nasser
(por Egipto) y Zhon Enlai (por China). En esta conferencia, el Tercer Mundo, nuevo protagonista de las
relaciones internacionales, encontró la plataforma ocasional desde la cual lanzar al mundo la expresión de sus
deseos y el anticipo de su pretendida nueva vía: cooperación económica y cultural, conquista de la
autodeterminación, asunción de la declaración de los derechos humanos proclamados por la ONU, y
proclamación del derecho de los nuevos países a intervenir en la política mundial sin alinearse con ninguno de
los grandes bloques. Se proponían, en efecto, un neutralismo activo que favoreciera la concordia y el
entendimiento entre los pueblos. Las repercusiones de la Conferencia fueron decisivas para la generalización
del proceso de independencia de otras colonias, principalmente en África, que en pocos años completó el
proceso emancipador. Bandung contribuyó asimismo a una toma de conciencia internacional sobre la dignidad
y la presencia de los pueblos de color en el concierto mundial.
La Primera Guerra Mundial ya había supuesto el nacimiento de movimientos independentistas en los antiguos
imperios coloniales, pero la Segunda potenció mucho más estos movimientos. (En la Primera Guerra Mundial
los pueblos colonizados aportan hombres o materias primas a la metrópoli; ésta, en vez de compensar la ayuda
de las colonias, sólo piensa en solucionar sus problemas internos mediante una intensificación de la
146
explotación colonial. En la Segunda Guerra Mundial el proceso se repite e intensifica, con el agravante de que
algunas colonias sufren en su propio territorio la guerra). Tanto la URSS como EEUU se identificaron con
estos movimientos independentistas y la Carta del Atlántico incluyó tales principios. El declive económico de
Gran Bretaña y Francia contribuyó a la desaparición de sus respectivos imperios.
• La descolonización en Asia
El gran continente asiático había tenido en franceses, holandeses y británicos sus principales colonizadores
hasta 1945, especialmente Asia meridional, que por variedad, riqueza y situación geográfica quedó
históricamente ligada a los intereses económicos europeos. Bastaron diez años (1945−55) para que las que
parecían extensiones naturales de Gran Bretaña (India, Pakistán, Birmania), Francia (Indochina) y Holanda
(Indonesia), alcanzaran su independencia política.
♦ Indochina
Durante la Segunda Guerra Mundial los japoneses ocupan Indochina que les ha sido entregada por la Francia
colaboracionista de Vichy (! Como oficialmente el régimen de Vichy era aliado de Alemania, coexisten juntas
autoridades niponas y francesas). Tras la guerra, el gobierno popular de Vietnam, bajo la presidencia de Ho
Chi Minh, proclama su independencia. Sin embargo, los franceses intentaron recuperar la preeminencia en el
territorio (! para Inglaterra y Francia, la paz significaba la restauración de sus anteriores poderes). Tras la
rendición de Japón, Francia intentó negociar con Ho Chi Minh la constitución de una federación que incluyera
Vietnam, Laos y Camboya, con una zona alrededor de Saigón administrada por París. Muy pronto surgieron
las dificultades de interpretación de los acuerdos diplomáticos debidas al ansia independentista vietnamita y a
la negativa francesa al abandono de su antigua colonia. Con esto, en 1946, el ejército francés se instaló
rápidamente en el sur del país e inició una agresiva escalada contra el norte. La dirección del Viet−Minh (el
movimiento nacionalista) estimó que esta sangrienta acción ponía fin al `modus vivendi' mantenido a lo largo
del año y, en consecuencia, decidió llevar a cabo una lucha abierta contra la potencia colonial, a través de
enfrentamientos llevados a cabo por las guerrillas populares vietnamitas. Los franceses controlaban todas las
ciudades importantes y las principales carreteras. Así, Francia declara que el gobierno de Ho Chi Minh es sólo
una organización clandestina, cuya existencia no acepta por considerar que carece de toda legitimidad, y
repone al emperador Bao Dai como jefe de Estado, si bien se reserva la defensa y otros asuntos
trascendentales (1949).
El triunfo de Mao en China, con el subsiguiente establecimiento de un régimen comunista al norte de
Vietnam, cambia radicalmente el desarrollo de la lucha. A partir de este momento, Vietnam cuenta con un
aliado que se convierte en una segura fuente de abastecimientos en armamento y pertrechos de todo tipo. En
1953, las fuerzas francesas habían sido expulsadas de tres cuartas partes del país, a pesar de recibir
suministros bélicos y financieros de EEUU. En 1954, el ejército francés es cercado y hecho prisionero en Diên
Biên Phu, lo que obliga a Francia a conceder la independencia. En la Conferencia de Ginebra (1954),
Indochina queda dividida en Vietnam del Norte (en la que se concentrarían todas las fuerzas del Viet−Minh) y
Vietnam del Sur (adonde se retirarían las tropas francesas), que constituyen un solo Estado y cuyo futuro sería
la reunificación mediante elecciones libres (! la división de Vietnam se materializaría en dos estados
antagónicos y las elecciones nunca llegarían a celebrarse). Los acuerdos de Ginebra, más que poner fin a la
guerra, marcaron el inicio de una nueva fase de la misma (! enfrentamiento entre los dos Estados vietnamitas,
comunista el del Norte y marcadamente anticomunista el del Sur).
• La descolonización de África
También en África la Primera Guerra Mundial siembra las semillas de la independencia, pero las diferencias
de civilizaciones, islámica al norte, negras al sur, y la no existencia de entidades de gran potencia demográfica
como la India o Indonesia, además de una más fuerte presencia del tribalismo, retrasan el proceso hasta la
Segunda Guerra Mundial. Al finalizar ésta, sólo tres estados eran formalmente independientes en el continente
147
africano: Egipto, Etiopía y Liberia. En las dos décadas siguientes, en especial en los años 60, África se
configuró en un mosaico de naciones independientes y soberanas, que se completó con la independencia de
Angola y Mozambique en 1975. Entre las causas que explican este impresionante cambio político, cabría citar
la propia debilidad de las potencias europeas tras su participación en la contienda mundial, junto a las rápidas
transformaciones económico−sociales que se estaban dando en el continente y que tomaron forma política en
movimientos nacionalistas que a partir de conceptos como negritud o el panarabismo, manifestaron su firme
vocación independentista. Junto al nacionalismo, el panafricanismo, expresado en la fundación de la OUA
(Organización de la Unidad Africana) en 1963, supuso la respuesta de África a siglos de explotación y
servidumbre, y cuyos retos futuros eran la superación del subdesarrollo y de la dependencia económica.
• El Norte de África
♦ Túnez (1956)
Desde 1883 Francia había establecido un protectorado sobre Túnez. Fue después de la Primera Guerra
Mundial cuando aparecieron los primeros movimientos nacionalistas con el partido Destur
(liberal−constitucional) formado principalmente por clases acomodadas burguesas. Hacia 1930 el partido
deriva hacia otro llamado Neo−Destur, liderado por Habib Burguiba. Tras la Segunda Guerra Mundial, la
Francia liberada se negó a acceder a las peticiones autonomistas y arreció la represión. En 1952, Burguiba fue
detenido, lo que dio origen a una insurrección armada en la que abundaron los sabotajes y actos de terrorismo.
En 1954, el gobierno francés prometió la autonomía interna a Túnez, pero las negociaciones se vieron
dificultadas por el comienzo de la guerra en Argelia. Se volvieron a iniciar los actos de terrorismo; esto, unido
a la independencia de Marruecos, movió a Francia a apoyar plenamente a Burguiba y a conceder la total
independencia a Túnez en 1956. Un año después fue instaurada la República con Burguiba como presidente.
♦ Marruecos (1956)
En 1912 Marruecos se constituyó formalmente en protectorado francés por medio de un pacto entre el sultán y
Francia. Siguió a ello otro acuerdo entre Francia y España por el cual este último país recibió en protectorado
una zona norte (Rif) y una zona sur (Ifni). La ocupación de estos territorios por las tropas españolas provocó
hostilidades por parte de los nativos. Desde entonces, aunque todo el país estuvo nominalmente bajo el
gobierno del sultán, existió en todo el territorio una doble administración francesa y española y hubo
guarniciones de ambos países en sustitución del ejército marroquí. Durante la Segunda Guerra Mundial, la
burguesía y el proletariado urbano pugnaron por la emancipación y el sultán reclamó la independencia en
1947. París se vio forzada a aceptar ciertas condiciones, rechazadas por los colonos franceses residentes en
Marruecos, que no querían perder sus propiedades. Los colonos franceses se opusieron al fortalecimiento del
poder de los nativos y en el verano de 1955 se produjeron violentos disturbios y matanzas entre franceses y
marroquíes. La autonomía dentro de la Unión francesa y la inmediata independencia en marzo de 1956 hizo
que el gobierno español renunciara a su protectorado sobre la zona norte un mes después, salvo Ceuta y
Melilla. El nuevo estado se organizó en monarquía constitucional, ingresó en la Liga Árabe y sostuvo una
política de apoyo a la independencia argelina.
♦ Argelia (1962)
Reacia a otorgar la ciudadanía francesa a los argelinos, a quienes imponía como condición para obtenerla
abdicar de su religión y hábitos culturales, Francia cerró el camino de la integración y se opuso a la concesión
de su independencia. En esta actitud pesaba no sólo la responsabilidad sobre un millón de súbditos franceses,
sino también los intereses económicos tejidos entre los colonos y la metrópoli y los fabulosos recursos de gas
natural, petróleo, hierro y manganeso que atesoraba.
En estas circunstancias, en 1954 estalló una insurrección armada entre los independentistas del FLN (Frente
de Liberación Nacional) y el ejército francés, que se mostró impotente ante la táctica guerrillera del FLN, que
148
hizo de cada callejuela, restaurante, teatro, etc. un frente de combate.
Hacia 1958, la guerra argelina había alcanzado un punto de extrema crueldad por parte de ambos bandos y
puesto a Francia al borde del colapso moral e intelectual. Los colonos y la OAS (Organización de la Armada
Secreta), sector del ejército, de organización clandestina, empecinado en mantener la Algérie Française,
contribuyó a la caída del gobierno francés, y el general De Gaulle fue investido presidente de la V República.
En contra de lo que esperaban sus compañeros de armas, De Gaulle inició conversaciones con los
representantes del FLN, que terminaron en 1962 con los acuerdos de Evián, por los que Argelia consiguió su
independencia como república democrática y popular, y se regulaban las futuras relaciones entre Francia y
Argelia. El nuevo estado se orientó entonces hacia un intento de conjunción entre arabismo y revolución
socialista, que le valió un enorme prestigio hasta que la crisis económica de los 70, el aumento demográfico y
la aparición del integrismo islámico recordaron que la batalla de Argel todavía no había concluido.
BALANCE DE LA DESCOLONIZACIÓN
Transcurridos más de 50 años del inicio del proceso de descolonización, su valoración no puede ser del todo
optimista. Prácticamente los países que accedieron a la independencia política en estas décadas configuran
hoy el mapa del subdesarrollo. Los indicadores económicos sitúan estas sociedades entre las más atrasadas.
Los niveles de industrialización se mantuvieron muy bajos y resultaron incapaces para poder transformar los
inmensos recursos naturales que tiene el continente. Esto ha obligado a una exportación de materias primas
hacia los mercados internacionales a precios muy bajos y a una importación de productos manufacturados que
genera grandes desequilibrios en la balanza de pagos, dando lugar a un endeudamiento que se ha convertido
en problema crónico. La desnutrición eleva la mortalidad infantil a niveles intolerables, y el desempleo afecta
a amplísimas capas de la población. El débil crecimiento económico contrasta con un rápido incremento de la
población, fenómeno que agudiza los problemas sociales y genera todo tipo de incertidumbres sobre el futuro.
No han funcionado ni los modelos de economía capitalista, ni los de economía planificada, y tampoco los
modelos políticos han cuajado en sociedades que siguen manteniendo en la tradición y el tribalismo su forma
de reconocerse a sí mismas.
EL TERCER MUNDO
El Tercer Mundo es, en general, un mundo dependiente. Dependencia que va mucho más allá de los aspectos
económico−políticos y afecta a todos los ámbitos de la actuación humana: el educativo, el cultural, el
científico, el tecnológico... De esta manera, el Tercer Mundo se encuentra cada vez más lejos de alcanzar a los
países ricos. Posiblemente, el parámetro más significativo para evaluar la distancia de ambos mundos venga
dado por la colonización industrial, que actúa en un doble sentido: por un lado, aumenta la dependencia de los
países del Tercer Mundo respecto a los del primero; por otro, condiciona el futuro desarrollo de estos países al
ser destinatarios de una transferencia de tecnología en gran parte obsoleta. Asimismo, los denominados
programas de ayuda son en realidad vías de penetración de corporaciones multinacionales que controlan la
tecnología, el capital y los mercados del Tercer Mundo.
Uno de los problemas que sufre el Tercer Mundo es el del elevado crecimiento demográfico que conduce
inevitablemente a la superpoblación de la Tierra. Sin embargo, el problema de la superpoblación tiene
diversas interpretaciones según desde el punto de vista que se mire. Para algunos, el origen del conflicto se
halla en los altos índices de natalidad que se dan en los países del Tercer Mundo. Para otros, en cambio, se
trata sólo de un problema de reparto de las riquezas; es decir, que los recursos que existen actualmente en el
mundo alcanzarían para permitir la supervivencia de toda la población de la Tierra.
Sin embargo, el más grave problema que se plantea al Tercer Mundo viene originado por la deuda externa,
unida a la caída de los precios de las materias primas, de las que son principales suministradores de los países
del Primer Mundo. Los planes económicos a largo plazo son difíciles de realizar en el Tercer Mundo; la
pobreza estructural o una riqueza condicionada al juego especulador de los importadores, no permiten valorar
149
el nivel de ingresos con los que dar respuesta a la deuda contraída. Por otro lado, la producción de materias
primas o de recursos alimentarios está controlada en el Tercer Mundo por las grandes multinacionales. Éstas
manejan hoy la producción mundial del cacao, el tabaco, el té, el café, el azúcar, el algodón y los productos
forestales. El control de la propiedad se extiende a los países pobres de África, Asia y Latinoamérica,
obligados a cultivar productos y materias primas que les permitan atraer capital extranjero para pagar sus
deudas. Este hecho supone una inversión en las formas tradicionales agrícolas de los países del sur: donde
antes se cultivaban productos agrarios básicos para la subsistencia, se obtienen ahora productos destinados
exclusivamente a la exportación, dándose la paradoja que en época de grandes sequías algunos países han de
importar productos alimentarios básicos (el maíz, por ejemplo), cuando en su suelo prosperan los cultivos
agrícolas para la exportación.
TEMA 47. EL LARGO CAMINO EUROPEO HACIA LA INTEGRACIÓN.
Un hecho esencial en la historia de la Europa de la posguerra es el camino iniciado hacia la unificación
política. Ésta resultó el producto de la colaboración entre opciones políticas diversas pero coincidentes en la
defensa de los valores democráticos y de la economía de mercado.
Dos organismos sirvieron de precedente para la experiencia del Mercado Común o Comunidad Económico
Europea: el BENELUX y la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero). Una vez liberados Bélgica,
Holanda y Luxemburgo de la ocupación alemana, retomaron la idea de una unión económica y aduanera, el
BENELUX (Bélgica, Nederland−Países Bajos y Luxemburgo). La aplicación de los primeros acuerdos,
firmados en 1943, hubo de aplazarse hasta el 1 de enero de 1948, una vez finalizada la guerra. La CECA nació
en 1951 y con ella sus firmantes (Francia, Alemania Federal, Italia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo)
pretendían regular la producción y los precios de dos materias primas tan fundamentales como el carbón y el
acero. A partir de ambas experiencias, surgió la idea de crear un Mercado Común Europeo capaz de hacer
frente a la avasalladora competencia de los EEUU.
Por el Tratado de Roma de 1957 (que entró en vigor en 1958) se creó, a la vez, el Mercado Común Europeo y
el EURATOM (Comunidad Europea de Energía Atómica). Mientras que el segundo era un mecanismo de
colaboración más, el primero establecía una zona de librecambio con un arancel común frente al resto del
mundo. A los seis países iniciales, luego, en 1973, se le añadirían Irlanda, Dinamarca y Reino Unido; Grecia
en 1981; Portugal y España en 1986; y Austria, Suecia y Finlandia en 1994.
Los principales órganos de la C.E. son:
• Consejo de Ministros.− Se ocupa de la coordinación de la política económica.
• Comisión.− Viene a ser el equivalente al gobierno de cualquier Estado democrático. Los países de
más población (Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España) tienen dos comisarios cada uno, el
resto de los países miembros sólo uno por cada país. Al frente de la Comisión hay un presidente,
nombrado por todos los gobiernos de los países miembros, aunque después actúa con total
independencia. La Comisión alterna su sede habitual de Bruselas con la de Luxemburgo.
• Parlamento.− Estudia y aprueba el presupuesto y controla a la Comisión. Sus miembros se agrupan en
la Cámara de acuerdo con las filiaciones ideológicas y no las procedencias nacionales.
• Tribunal de Justicia.− Entiende de recursos entre los Estados o formulados contra instituciones
comunitarias, y además vela por la aplicación de las reglas de la Comunidad.
La primera gran reforma vino marcada por la firma del Acta Única Europea (1986), que entró en vigor un año
más tarde, y que supuso un paso más en el proceso comunitario. Y en ese sentido, intentaba avanzar en la
eliminación de fronteras interiores e impulsar la idea de un Sistema Monetario Europeo (SME), al tiempo que
pretendía desarrollar una política exterior común y coordinada entre los diversos Estados miembros. El Acta
Única establecía las cuatro libertades identificatorias de un mercado único: de circulación de personas, de
capitales, de mercancías y de prestación de servicios.
150
El segundo gran momento fue en 1992 con la firma del Tratado de Maastricht, por el que la Comunidad
pasaba a denominarse oficialmente Unión Europea, y donde se pusieron los cimientos para la configuración,
sobre bases sólidas y objetivas, de unos auténticos Estados Unidos de Europa. En Maastricht adquiría carta de
naturaleza la ciudadanía de la Unión (libre circulación y residencia dentro del territorio comunitario) y unión
económica y monetaria (libre circulación de capitales, establecimiento de una moneda única). El Tratado de
Maastricht ha dado un nuevo y decidido impulso al europeísmo tanto en lo económico como en lo social y lo
político.
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