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Ninguna mujer nace para puta
Comentario de libros
Ninguna mujer nace para puta
Autores: María Galindo1, Sonia Sánchez
Editorial: Ediciones Lavaca, 2007, Buenos Aires, Argentina
(Rev GPU 2010; 6; 3: 260-262)
Susana Cubillos
M
otiva este comentario la producción de telenovelas chilenas que invitan una mirada crítica, de
acuerdo a las autoras: “Abrir el terreno de la prostitución como escenario de debate para la condición de las
mujeres en una sociedad, sobre las relaciones sociales
y sobre las concepciones de la política y el cuerpo.”
(p. 32).
Escrito en primera persona, el texto abre el universo de experiencias de las mujeres en estado de prostitución, lleno de preguntas sin respuesta, impotencia
y soledad política. Soledad comprendida en un doble
sentido: cómo se sufre y cómo se construye; desde los
silencios que son muchos, los simulacros para cambiar
el sentido de lo que debe ser dicho, y los testimonios de
aquello que ya no puede ser ni acallado ni simulado,
pero sí “interpretado”.
La palabra puta, dice María Galindo, está instalada en nuestras vidas al mismo tiempo que la palabra
mamá (p. 14). Es una palabra biográfica que moldea la
identidad, no meramente sexual sino también política:
así deberá comportarse, de otra manera se es irremediablemente puta. El mensaje del libro sería para las
autoras “seamos putas”. Como desafío de ejercitar la
genuina elaboración de pensamiento crítico, como el
único capaz de acercar con algún grado de verdad a la
compleja realidad de estos tiempos.
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Sonia desafía a recoger la palabra no para definirse sino para interpelarse a sí misma y para interpelar a
otros y otras, a la sociedad y al Estado, para poner un
espejo donde nos podemos mirar por fuera del sistema
de control (p. 15), y desestructurar la cadena de mentira, culpa e hipocresía que las y nos rodea al mismo
tiempo (p. 16). Debatir con la sociedad su complicidad
con el prostituyente, que son sus hermanos, padres,
primos, curas y pastores, responsables desde su omisión de la cosificación y explotación, hasta la violencia
física de la policía. Discutir con el Estado las políticas
mal llamadas de “inclusión social”, las cuales las siguen
manteniendo en las esquinas, burdeles, y servicios de
control sanitario (p. 33). Poner en debate el lugar y
significado político del cuerpo de las mujeres en una
sociedad patriarcal. Hacerlo desde la puta a la sociedad
puede remover los cimientos mismos de conceptos con
los que convive. La prostitución no es un debate de putas y entre putas, implica nuestras complicidades con
el proxeneta, con el prostituyente y con la condición de
objeto de los cuerpos de las mujeres que vivimos todos
los días (p. 34). Nadie queda por tanto fuera del universo de la prostitución.
La paternidad2, función social legitimada de antemano, descubre sus máscaras dentro de la prostitución.
La paternidad “hipócrita” es una estrategia de retener a
María Galindo, psicóloga, pensadora, escritora, grafitera, activista, fundadora del colectivo Mujeres Creando, Bolivia.
“Una función social por la cual el varón, en un ejercicio de poder, puede optar o rechazar y se convertirá en padre con su sola
condición biológica. Sobre el padre no se descarga ningún tipo de adjetivo, ni de juicio social. El padre es el padre y punto. Su
legitimidad como padre no está puesta en cuestión, tanto que la propia madre es capaz de cubrirlo, socaparlo, o inventar un
fantasma con tal de dejar el lugar del padre intacto”. P.41.
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la madre, conteniendo dentro del mismo universo a los
niños y niñas. La madre es cómplice por miedo y dependencia. La “paternidad cínica” ejerce violencia brutal y
directa en su grado extremo. La madre es víctima controlada por el pánico. El “padre fantasma” es un invento
de la madre, que cubre la paternidad ausente, por darle
una referencia de padre a los niños y niñas, y justificar
la dignidad del “varón”. Este esquema de maternidades
y paternidades está presente en otros mundos, porque
es una condición básica del patriarcado: la maternidad
subordinada a la paternidad. Por ello es que no existe
la noción social de mal padre pero sí de “mala madre”,
y es también por eso que un insulto universal es el de
“hijo de puta”, “hija de puta”. La “veneración del padre”
tiene como contraparte una madre fuerte dispuesta a
todo (p. 43). En la prostitución la maternidad se hace
fría, distante, atragantada por los silencios, se bloquean
los sentimientos porque todo es abuso.
La mudez y silenciamiento compartido por las mujeres es fruto de un prolongado “cállate”, “tú qué sabes”,
“eso no se pregunta”, “de eso no se habla”, parte de la
socialización común: “ya llegas muda a la prostitución.
Responder a la violencia psicológica con el silencio asegura que no haya paso a la violencia física, por eso el
miedo hace de candado y asegura el silencio”. Existe un
tránsito desde la mudez hacia la condición de “objeto
atontado”. Por sentimientos de humillación y culpa, no
exclusivos del mundo de la prostitución, se encuentra
en niñas incestuadas, mujeres víctimas de violencia
conyugal, mujeres víctimas de ataques sexuales. No
hay prostitución sin humillación y culpa. El supuesto
“orgullo de la puta” gratifica sólo al prostituyente y lo
potencia en su poder. Para Sonia, la postura del “orgullo de la puta” es un corsé que te mantiene parada en
la esquina.
En el mismo sentido, hablar de “trabajadoras
sexuales” es un maquillaje. La verdad es que la prostitución es violencia, no es trabajo, es violencia física y psicológica ejercida sobre cuerpos de niñas, adolescentes,
jóvenes, maduras y viejas. Es una violación concreta y
simbólica, porque al mismo tiempo violan sus cuerpos
y sus derechos. El derecho de humillar a la puta es universal. El discurso o la postura de la trabajadora sexual
protege, justifica y fortalece al prostituyente .
La mentira de construir una realidad paralela: no se
dice “voy a prostituirme”, dices “voy a trabajar”. Se habla
de marido cuando es un “fiolo”. Hablas que “haces de
psicóloga” cuando la relación de poder nunca sale de
las manos del cliente. Dices que estás “levantando” un
prostituyente cuando es él el que tiene el poder de elegir. Hablas de que estarás un tiempo corto en la prostitución y es mentira porque ahí sigues. Hablas de que
pones el precio como una forma de sentir que tienes un
mínimo de poder en tu condición de objeto. Es la edad
la que determina el precio, el hambre y la cantidad de
mujeres en la prostitución. “Todas las condiciones del
‘uso’ las pone el prostituyente. Es él quien impone no
usar condón. El condón que te da el sindicato es el que
te hace quitar el prostituyente por unos pesos más,
porque es él el que sabe la verdad: que eres una mujer
hambreada, explotada y no puedes decir no. Es ése el
poder que tiene el prostituyente y no se lo otorga sólo
el billete que tiene sino todo y todos los que sostienen
a una mujer en ese lugar” (Sonia, p. 57).
Parar la máquina de la mentira es la capacidad de
nombrar las cosas desde las relaciones de poder que
te sujetan. No es un proceso terapéutico que sana a la
puta enferma o que salva a la puta perdida, y sí político
porque su punto de partida es desde el lugar de la mujer rebelde. Ahí está la capacidad de poder romper, de
saber instalar el conflicto en tu propia vida. Todas las
mujeres hemos sido programadas desde muy pequeñas para evitar el conflicto, para no hacer rupturas, para
mantener la armonía y el equilibrio a cualquier costo.
La lógica del silenciamiento se ha adherido al sentido
de ser mujer. “La palabra puta está cargada de odio hacia las mujeres y desde las mujeres y nuestros cuerpos,
nos es por eso vital manejarla para movernos de ese lugar de humillación donde se nos coloca” (María y Sonia,
p. 68). Cuando te gritan puta desde afuera eso te paraliza, pero si te nombras desde dentro de ti misma puta,
la relación es otra (Sonia, p. 70). “La única que no tiene
su propia versión de puta es la puta misma. La iglesia
tiene a Maria Magdalena, las culturas populares hacen
de la puta una figura arquetípica a partir de la cual se
la usa para explicar todo tipo de deseos y pasiones del
varón masculino universal. Los movimientos sociales
también tienen su versión de la puta como la madre de
todos los tiranos y malditos, porque por nuestra boca
habla el opresor. La única que no tiene su propia puta
es la puta, porque para ser, tiene que ser el reflejo del
deseo del otro y eso no es gratificante para ella misma”
(María, p 70).
“La toma de la palabra puta va al corazón mismo
de la mentira y la hipocresía, descifra el juego de poder sobre ti y te pone en un estado de sensibilidad y
desnudez a ti también. Pero es un estado creativo y
vital que vale las alegrías, las rabias y los dolores que
supone. Es un acto de desobediencia imprescindible,
inevitable y desencadenante de cambios. Cuando
tomo la palabra ella es mía… mi palabra recupera
su fuerza y bloquea y neutraliza ese acto cínico que
pretende convertirme en un objeto sin ideas, voz ni
voluntad” (Sonia, p. 72).
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Ninguna mujer nace para puta
La lucidez y coraje de Maria y Sonia hacen posible
un trabajo que “…ilumina la habitación oscura donde
nuestros hombres consumen cuerpos de mujeres, con
un foco potente que permite al fin ver”.
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BibliografÍa relacionada
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Lastra Torres T. Las “otras” mujeres. Ed. Gráfica Alternativa. Santiago de Chile, 1997
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Dides C (coordinadora), Márquez A, Guajardo A, Casas L. Chile,
Panorama de sexualidad y derechos humanos. Centro latinoamericano de Sexualidad y Derechos Humanos. Instituto de Medicina Social. Santiago de Chile, Río de Janeiro, Brasil: CLAM, 2007.
ISBN 978-956-7236-19-0
Heritier F. Masculino/Femenino II. Disolver la Jerarquía. Fondo de
Cultura Económica, México, 2007
Lagarde M. Los cautiverios de las mujeres; madresposas, monjas,
putas, presas, locas. UNAM, México, 1993
Welldon E. Madre, Virgen, Puta: Idealización y denigración de la
maternidad. Siglo XXI de España Editores, S.A., 1993
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