Comunicación de base X dirección de altura

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Comunicación de base X dirección de altura
Autor: Enrique Sueiro
Profesor asociado de Comunicación
Universidad de Navarra
Fecha: 26 de marzo de 2006
Publicado en: Heraldo de Aragón
“Tengo la convicción de que los políticos pasan poco tiempo de rodillas. Estoy
convencida de que desempeñarían mucho mejor su tarea si lo hicieran”. Así habla una
mujer combativa, de carácter recio, preocupación social, convicciones firmes, talante
amable y magnetismo personal. Y no es Hillary Clinton.
Aunque arrodillarse conlleva también otras ventajas, me fijo ahora en un dato
irrefutable: en esa postura estamos mucho más cerca del suelo, donde se cimienta la
base de cualquier altura. La cercanía a la realidad es uno de los mejores activos de los
buenos dirigentes y la alergia crónica de los jefes galácticos, los que patrullan por la
galaxia, lejos de la tierra en la que su gente padece los problemas que ellos ignoran y,
por tanto, no arreglan.
Dirigir sin comunicar no es dirigir
Hacer pie permite gestionar una comunicación con fundamento. Las ventajas se
multiplican en progresión geométrica cuando se fusionan dirección y comunicación.
Prescindir de tal simbiosis conduce a dirigir sin comunicar, o sea, a no dirigir. Con
frecuencia, el directivo no comunica porque no escucha: se limita a hablar y, a veces, ni
eso.
Aspectos de la más efectiva comunicación política son adaptables a la arena
empresarial. Un caso ejemplar -mientras duró- fue la sintonía entre Felipe González y
Alfonso Guerra, tanto en el PSOE como en el Gobierno. El paradigma de esta pareja
magistral es aplicable al binomio dirección-comunicación. Cuenta el ex vicepresidente
su efectiva complementariedad con el líder: “Él era fuerte, yo resistente; él brillante, yo
sistemático; él buen improvisador, yo minucioso en la preparación. Juntos
multiplicábamos la eficacia de la capacidad de cada uno de nosotros”.
Más adelante, Alfonso Guerra espiga los síntomas y las consecuencias de los líderes que
comienzan pegados al suelo de la realidad y, poco a poco, despegan. Para entonces
recomienda el “distanciamiento de las voces de los aduladores, la necesidad de escuchar
alguna discrepancia, alguna disidencia, pues el hábito de oír permanentemente la
versión acorde sin nota crítica conduce de forma inexorable a un mundo ajeno a la
realidad”.
Esquizofrenia institucional y estilo personal
Otro buen botón de muestra, la empresa con esquizofrenia institucional. Como la que
aseguraba que el presidente estaba abierto a cualquier sugerencia de sus empleados y
atendía personalmente toda comunicación dirigida a él. Ante un panorama así, un
trabajador probó y… experimentó el escenario real. Preocupado por un aspecto de su
multinacional, le escribió y lo hizo con sinceridad. No sólo no le respondió el
presidente, sino que recibió una amonestación de un directivo nacional por molestar al
jefe máximo con lo que podría dar la impresión de que algo funcionaba mal. Claro, ese
empleado no volvió a abrir la boca y sobra decir que el descrédito interno se extiende.
La comunicación tiene mucho que ver con la dirección y, en particular, con el carácter
del máximo responsable. El ex presidente Ronald Reagan practicaba uno de sus lemas:
“Rodéate de la mejor gente que puedas encontrar, delega autoridad y no interfieras”.
Esa actitud le llevaba a fiarse de las recomendaciones de sus consejeros, incluido el de
comunicación. Un estilo así parece lógico en cualquier organización y, sin embargo,
contrasta con el de otros inquilinos de la Casa Blanca. Se cuenta cómo John F. Kennedy
solía llamar a funcionarios inferiores para verificar detalles, Richard M. Nixon discutía
con sus ayudantes asuntos menores de su política con China y Bill Clinton dejaba
exhaustos a sus colaboradores con interminables sesiones de trabajo.
Precisamente Clinton recuerda en sus memorias una frase que, en su infancia, le dijo su
profesora de sexto, la señorita Kathleen Schaer: “Billy, cuando crezcas vas a terminar o
siendo gobernador o metiéndote en líos. Todo depende de si aprendes cuándo debes
hablar o cuándo tienes que callar”. Gran lección, por el arte que requiere llevarla a la
práctica con tino. Él mismo reconoce el reto de discernir “qué secretos debía guardar,
cuáles podía dejar libres y qué secretos era mejor evitar tener desde un principio”. Más
de 800 páginas después confiesa alguno de los errores, también de comunicación. Como
siempre, arrancan y explotan dentro; sólo después vienen, muy multiplicados, los
perjuicios públicos.
Profesionalidad de la comunicación
Reveladoras igualmente las palabras del portavoz del Vaticano acerca de Juan Pablo II:
otro magnífico emparejamiento dirección-comunicación. Joaquín Navarro-Valls explica
que su jefe apenas le dio directrices sobre el modo de realizar su trabajo. Y detalla: “No
recuerdo una sola vez en 20 años que el Papa indicara el carácter reservado de cuanto
decía. Determinarlo era, en su opinión, competencia de la profesionalidad de quien lo
escuchaba. Cuando, por ejemplo, en 1992, le fue diagnosticado un tumor intestinal del
que había de ser operado, después de informarme de cuanto era preciso me dijo: ‘Yo
diré el domingo solamente que he de internarme en el hospital. Usted puede decir a
continuación lo que le parezca conveniente’”.
La mujer que recomienda a los políticos arrodillarse de vez en cuando encarnaba, en
ella misma, lo que hasta ahora he contemplado por parejas: comunicación de base y
dirección de altura. Teresa de Calcuta.
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