LAS ISLAS CANARIAS EN EL MUNDO CLÁSICO

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LAS ISLAS CANARIAS EN EL MUNDO CLÁSICO
Históricamente, los griegos nunca estuvieron en las Islas
Canarias. Al menos así lo demuestran los estudios antropológicos que
no han podido descubrir huellas de la presencia en nuestras islas del
pueblo heleno. Sí estuvieron cerca los romanos, como lo atestiguan
descubrimientos arqueológicos (vasijas, ánforas, etc.). Incluso hay
varios autores antiguos que piensan que tres figuras históricas han
estado en Canarias: el almirante Cartaginés Hannón, Sertorio y el rey
mauritano Juba II.
La parte de nuestra tradición que guarda relación con el mundo
clásico, descartados aspectos antropológicos y arqueológicos
importantes, se produce a través del mito. En efecto, existe un
corpus bastante extenso de relatos mitológicos que conectan
nuestras islas con la cultura clásica grecolatina.
Hay varias razones para esta extraordinaria mitologización de
Canarias:
- el hecho de ser islas. La isla, para un pueblo rico en islas
como el griego, es siempre un lugar privilegiado para el desarrollo de
lo exótico y milagroso.
- la existencia de montañas, proclives a desarrollar en su
entorno misterios y fenómenos insólitos.
- su situación geográfica en el occidente del mundo conocido
entonces. Los “extremos del mundo” son también considerados
lugares extraordinarios y míticos por lo que de desconocido encierran.
- el clima y la naturaleza de las Islas. El clima privilegiado que
reina en nuestro archipiélago puede constatarse en los textos
antiguos.
Los temas míticos que tradicionalmente se relacionan con
Canarias son los siguientes:
1.- Campos Elíseos.
El Elíseo hace su aparición en la literatura en un pasaje de la
Odisea como una morada más allá de la muerte, distinta del Hades,
de determinados héroes; más tarde, con el poeta Píndaro, de las
almas de los justos y los piadosos. Es un lugar de retiro confortable
en el que se goza de absoluta felicidad, al que no llega la muerte, y
está situado en una región de la superficie de la tierra.
Los autores latinos, entre ellos Virgilio, recurren a la variante de
Píndaro de los Campos Elisios como residencia de justos y piadosos
después de la muerte.
La vaguedad del texto homérico motivó la localización de los
Campos Elíseos en variados emplazamientos: islas del Mediterráneo
(Rodas, Lesbos,…), Egipto, la Luna y en las islas atlánticas (algunos
autores ven en el texto no sólo las Canarias, sino también Madeira y
Porto Santo).
Por otro lado, el hecho de que desde Homero se nos describa
la vega elisíaca como un lugar de vida cómoda y llena de lujos, clima
apacible y agradable, tierra fértil, etc. nos lleva a situar este mito en
el contexto del locus amoenus o paisaje ideal. Esta versión es la que
se desarrolla en los siguientes fragmentos de Ovidio y Virgilio: prados
bellísimos siempre verdes; abundancia de flores variadas; bosques de
grandes árboles; riqueza de frutos de toda clase; abundancia de
aves, especialmente cisnes, palomas, golondrinas y otras aves de
dulce canto; abundancia de perfumes, aire puro, dulzura de los rayos
solares que proporcionan una purpúrea luz; ausencia de inviernos y
veranos extremos; fuentes de agua cristalina; ausencia de
penalidades y una vida llena de encantos y diversiones de todo tipo
(ejercicios físicos, coros de danza, música, cantos, banquetes,…)
“A los pies de la colina del Elisio crece un bosque de encinas de oscuro
follaje y la tierra, humedecida, verdea siempre por el césped. Si hay que dar crédito
a cosas inciertas, aquél es el lugar de la aves piadosas según se dice, adonde les
está prohibido entrar las aves siniestras. Allí, en toda su extensión, picotean los
cisnes inocentes y el fénix imperecedero, ave siempre solitaria; despliega sus alas
también allí el ave de Juno, y la paloma cariñosa da besos al apasionado macho.
Acogido el papagayo en esta morada boscosa, atrae con su lenguaje la atención de
los pájaros piadosos”
(Ovidio, Amores, II, 6,49-58)
“Hechas estas cosas, realizada la ofrenda a la diosa, llegaron a unos parajes
deliciosos (los Campos Elíseos), a unos verdes prados de unos maravillosos
bosques y moradas felices. Aquí el aire puro es más abundante y reviste estos
campos con una luz de púrpura; conoce su sol, sus astros. Unos, sobre el césped, se
ejercitan en la palestra, compiten en el juego y luchan sobre la dorada arena; otros
danzan en sus coros y cantan.”
(Virgilio, Eneida VI, 637-644)
Conocer la descripción física de la naturaleza de los Campos
Elisios sirve para entender la conexión de estos parajes con el marco
geográfico de las islas.
2.- Islas de los Bienaventurados.
El nombre corresponde a la traducción del griego makáron
nêsoi que podría entenderse también como "islas de los dioses", pues
makaroi "los felices" es una denominación dada a los dioses. El
nombre aparece por primera vez en los Trabajos y los Días de
Hesíodo y se repite en la segunda Olímpica de Píndaro.
En Hesíodo forma parte de la descripción del mito de las Edades
y se refiere a la estirpe de los héroes y semidioses que, en vida, van
a residir a unas islas dichosas, fértiles y ricas. En Píndaro, se trata de
una sola isla en la que van a residir también las almas que han
llevado una vida justa (en tal sentido se confunden con los Campos
Elíseos, de modo que en muchos autores aparecen conjuntamente).
En ambos casos son característicos los elementos del locus
amoenus.
El poeta latino Ovidio, en su obra Metamorfosis, describe
también el mito de las Edades, correspondiendo el siguiente pasaje al
de la Edad de Oro, la más idílica, en la que era soberano Crono.
“La edad de oro fue creada en primer lugar, edad que sin autoridad y sin ley,
por propia iniciativa, cultivaba la lealtad y el bien. No existían el castigo ni el temor
(...) Sin necesidad de soldados los pueblos pasaban la vida tranquilos y en medio
de la calma. También la misma tierra, a quien nada se exigía, sin que la tocase el
azadón ni la despedazase reja alguna, por sí misma lo daba todo; y los hombres,
contentos con alimentos producidos sin que nadie los exigiera, cogían los frutos
(...) Había una primavera eterna y apacibles céfiros de tibia brisa acariciaban a
flores nacidas sin simiente. Pero además la tierra, sin labrar, producía cereales, y el
campo, sin que se le hubiera dejado en barbecho, emblanquecía de espigas
cuajadas de grano. Corrían también ríos de leche, ríos de néctar, y rubias mieles
goteaban de la encina verdeante.”
Ovidio, Metamorfosis, I, 89-112
3.- Islas Afortunadas.
Fortunatae insulae aparece por primera vez en la obra de
Plauto “Las Tres Monedas” y suele considerarse como el equivalente
latino de la expresión griega makáron nêsoi.
Hoy es una de las denominaciones del archipiélago. Hay en la
denominación dos posibilidades: textos que hablan de lugares míticos
o literarios o textos que hablan de las islas por ser ya conocidas. Si
son textos del primer tipo se refieren al mito de la Edad de Oro,
lugares de total felicidad por el clima, frutos, etc. Tal es el caso de
este pasaje del poeta latino Horacio entresacado del Épodo XVI,
épodo donde el poeta relata los males que se ciernen sobre Roma
durante la guerra civil de Octavio y Marco Antonio, hallando la
solución en la huida hacia las tierras en las que reina todavía la Edad
de Oro:
“Nos espera el Océano que fluye en derredor de la tierra: las campiñas,
busquemos las feraces campiñas y las islas afortunadas, donde la tierra cada año
hace entrega de Ceres sin haber sido arada y sin haberla podado florece siempre la
viña: renueva sus brotes también el ramo de olivo gris sin nunca frustrar
esperanzas, y el higo morado engalana el árbol en el que nació; mieles manan de la
hueca encina. Otras muchas maravillas, además, contemplaremos felices: cómo ni
el Euro lluvioso erosiona los campos con aguaceros continuos, ni las fértiles
simientes se abrasan en la gleba seca, equilibrando los dos extremos el rey de los
celestes moradores.”
(Horacio, Épodo XVI, 42-56)
Hay un conjunto de autores latinos (Salustio, Pomponio Mela)
que citan unas islas atlánticas geográficamente situadas frente a la
actual Mauritania, o a lo largo de la costa occidental africana, que con
cierta probabilidad pueden referirse a cualquiera de los archipiélagos
de esos lugares, como las Azores, Madeira, Canarias, Salvajes, Cabo
Verde, etc., aunque seguramente se refieren a nuestras islas.
“Situadas enfrente, las Islas Afortunadas abundan en plantas que se crían
espontáneamente y con los frutos que nacen sin parar unos tras otros alimentan a
sus despreocupados habitantes más felizmente que otras ciudades civilizadas. Una
isla es muy célebre por la extraña naturaleza de dos fuentes: los que han probados
el agua de la una acaban muriéndose por la risa que les provoca; mas para los
afectados por este mal el remedio consiste en beber agua de la otra fuente.”
(Pomponio Mela, Corografía III, 102-103)
El primer texto antiguo, y el más importante, que con toda
seguridad habla de las Islas Canarias con la denominación de
Afortunadas es el de Plinio, Historia Natural. El fragmento que
incorporamos es un resumen que ofrece el historiador latino del rey
mauritano Juba II. Según Plinio, Juba mandó hacer algunas
averiguaciones sobre estas islas que él también llamaba Afortunadas,
diferenciándolas de otras que llamó Purpurarias, islas que algunos
estudiosos han tratado de identificar con Fuerteventura, Lanzarote y
sus islotes, aunque probablemente sean las islas marroquíes de
Mogador
“Juba averiguó sobre las Afortunadas lo siguiente: que también están
situadas bajo el Mediodía cerca del Ocaso 625.000 pasos de las Purpurarias. Que la
primera, sin rastro alguno de edificios, se llama Ombrion. Que la segunda se llama
Junonia y en ella hay un templecillo construido únicamente con una sola piedra;
que muy cerca está la isla menor del mismo nombre y a continuación viene
Capraria plagada de grandes lagartos; que a la vista de ellas está Ninguaria que ha
recibido este nombre por sus nieves perpetuas, cubierta de nubes; que la más
cercana a ésta se llama Canaria por la cantidad de canes de enorme tamaño, de los
cuales se trajeron dos a Juba; que en ella aparecen vestigios de edificaciones; que,
si bien todas abundan en cantidad de frutas y de aves de toda clase, ésta asimismo
abunda en palmeras productoras de dátiles y en piñas piñoneras; que hay también
abundancia de miel.”
(Cayo Plinio Segundo, Historia Natural VI, 202-205)
Aunque resulta difícil y arriesgado asignar cada una de las islas
citadas por Plinio a las actuales, parece corresponder a ciencia cierta
Canaria a Gran Canaria y Ninguaria a Tenerife.
El texto clásico por excelencia de estas Islas Afortunadas es el de
Isidoro de Sevilla (s. VII) en su obra Etimologías.
“Las Islas Afortunadas nos están indicando, con su nombre, que producen
toda clase de bienes; es como si se las considerara felices y dichosas por la
abundancia de sus frutos. De manera espontánea producen frutos los más
preciados árboles. Las cimas de las colinas se cubren con vides sin necesidad de
plantarlas; en lugar de hierbas nacen por doquier mieses y legumbres. De ahí el
error de los gentiles y de los otros poetas paganos, según los cuales, por la
fecundidad del suelo, aquellas islas eran el paraíso. Están situadas en el Océano,
enfrente y a la izquierda de Mauritania, cercanas al continente de la misma y
separadas ambas por el mar.”
(Isidoro de Sevilla, Etimologías, XIV, 6,8-10)
4.- Jardín de las Hespérides.
Se conoce con el nombre de Hespérides a las descendientes de
Héspero, genio del lucero vespertino, por lo cual su nombre significa
“Las Occidentales”. Otra versión las considera hijas de Atlas o
Atlante, gigante castigado por Zeus a sostener sobre sus hombros la
bóveda celeste y convertido en montaña por Perseo después de haber
dado muerte a la Gorgona Medusa.
El mítico jardín es otro más de los mitos ubicados en el extremo
occidental del mundo antiguo, desarrollado ampliamente en la
literatura antigua, y viene a ser un símbolo del paraíso terrenal, de
los estados espirituales que corresponden a las estancias
paradisíacas.
La búsqueda de unas manzanas de oro, custodiadas por las
ninfas Hespérides y el dragón Ladón, es un episodio más de los
innumerables que tienen que ver con Heracles, que por mandato de
su primo trata de apoderarse de las manzanas que habían sido un
regalo a Hera de su madre Gea (la Tierra) con ocasión de su boda con
Zeus.
Respecto a lo que pudieron ser las manzanas de oro, ya desde
la Antigüedad se barajaron varias interpretaciones. Hoy se sabe que
esas mágicas manzanas, también presentes en la tradición de otros
pueblos, son un símbolo de inmortalidad o de renovación de la
juventud.
El tema del Jardín de las Hespérides es uno de los temas que
más se ha puesto en conexión con Canarias porque se identifica el
Atlas con el Teide; se equiparan las Hespérides con unas supuestas
islas, así llamadas, en el Océano Atlántico; se localiza el famoso
jardín en valles canarios, fundamentalmente en el Valle de la
Orotava; se identifican las manzanas con algún fruto de estas tierras,
como los nísperos.
La primera alusión clara a unas islas atlánticas occidentales como
morada de las Hespérides la encontramos en Pomponio Mela. A partir
de él otros autores latinos, entre ellos Isidoro de Sevilla, mencionan
unas islas Hespérides situadas en la fachada atlántica, frente a las
costas marroquíes y mauritanas:
“Las Islas Hespérides se llaman así por la ciudad de Hespéride, que estuvo
en los confines de Mauritania. Se hallan más allá de Las Górgadas, en el límite del
Atlántico, hacia donde comienzan los abismos marinos. En sus jardines –según
cuentan las leyendas- había un dragón que vigilaba las manzanas de oro. Se dice
que allí se origina del mar un estuario tan infructuoso por sus recortadas orillas
que quienes lo contemplan desde lejos creen ver los espirales de una serpiente.”
(Isidoro de Sevilla, Etimologías, XIV,6, 10)
Es evidente que las islas mencionadas pueden referirse a
cualquiera de las islas de esta parte atlántica que se conoce hoy
como Macaronesia: Azores, Madeira, Canarias, Salvajes, Cabo
Verde,…
5.- Jardín de las Delicias.
Igual que el Jardín de las Hespérides, el Jardín de las Delicias es
uno de tantos jardines míticos que se encuentran en la literatura
antigua, asociado al tópico del locus amoenus.
El escritor español Isidoro de Sevilla (s. VII d.C.) explica en el
pasaje de su obra Etimologías el origen de la expresión “Jardín de las
Delicias”, producto de la combinación de dos nomenclaturas; fuera ya
de este pasaje, explica a la vez por qué se asoció y se creyó
erróneamente que el Paraíso estaba en las Islas Afortunadas.
“El paraíso es lugar situado en tierras orientales, cuya denominación,
traducida del griego al latín, significa “jardín”; en lengua hebrea se denomina Edén,
que en nuestro idioma quiere decir “delicias”. La combinación de ambos nombres
nos da “el jardín de las delicias”. Allí, en efecto, abunda todo tipo de arboledas y de
frutales, incluso el “árbol de la vida”. De su centro brota una fontana que riega
todo el bosque, y se divide en cuatro ramales que dan lugar a cuatro ríos distintos.
La entrada a este lugar se cerró después del pecado del hombre. Por doquier se
encuentra rodeado de espadas llameantes, es decir, se halla ceñido de una muralla
de fuego de tal magnitud, que sus llamas casi llegan al cielo.”
(Isidoro de Sevilla, Etimologías, XIV, 3)
Algunos autores canarios han querido ver en el famoso cuadro
de El Bosco, “El Jardín de las Delicias”, una cierta relación con
nuestras islas, dado que en el lado izquierdo del tríptico se representa
un drago. Creen que El Bosco pensó en las Islas al representar el
Paraíso.
6.- Atlántida.
Atlante era en la mitología griega tanto el titán condenado por
Zeus a sostener la bóveda celeste, como el primer rey de los atlantes
y de la isla de la Atlántida, descrita única y exclusivamente por Platón
en el mito que lleva su nombre (diálogos Timeo y Critias).
Platón nos cuenta que en tiempos pasados hubo una guerra
entre Atenas y un pueblo que habitaba más allá de las Columnas de
Hércules en la isla Atlántida. En ella los atlantes fueron derrotados
por los atenienses y, finalmente, acabaron siendo aniquilados por un
cataclismo, del mismo modo que la isla, que acabó hundida en el
océano.
Platón presenta la historia de una manera tan ambigua que ha
habido interpretaciones para todos los gustos, desde una pura
creación poética, una alegoría, hasta una "verdadera historia". Lo
más acertado parece situar el mito como un ejemplo de utopía –
sueño, una comunidad ideal en un pasado remoto.
Que haya alguna posibilidad de que las Islas Canarias sean un
resto de la antigua Atlántida, como se oye incluso ahora de vez en
cuando, no es sino un asunto de creencia literaria, sin ningún apoyo
histórico, geográfico, científico, etc.
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