profecía del jefe seattle

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INTRODUCCIÓN A AGROECOLOGÍA TROPICAL
PROFECÍA DEL JEFE SEATTLE
Desde los años sesenta muchas personas comenzaron a reflexionar sobre los problemas ambientales y a
discutir asuntos relacionados con la Ecología. Un estudio sobresaliente e impactante fue el texto
Primavera Silenciosa (1), de la investigadora norteamericana Raquel Carson, en el cual se inicia el debate
sobre la problemática desencadenada por la utilización de pesticidas de síntesis química, especialmente los
hidrocarburos clorados, tales como el DDT (diclorodifeniltricloroetano). Muchos de estos pesticidas
químicos, eran substancias experimentadas en personas durante las dos grandes guerras mundiales en los
campos de concentración y posteriormente empleadas por los productores agropecuarios para matar
insectos y ácaros.
Pero debe aclararse que los problemas ambientales no son fenómenos exclusivos del siglo veinte. Ellos
siempre han existido, pero muchas veces no eran discutidos, ni valorados por los contemporáneos, a
excepción de algunas pocas referencias históricas. Se pueden enunciar algunos de ellos tales como la
deforestación, erosión y salinización del suelo y la desertificación de los territorios actuales de Irán, Irak,
Afganistán, Israel, Palestina, Siria, Jordania, Turquía, Grecia, Italia, España, todo el norte de África
además de extensos territorios de China e India, entre otros.
Esta degradación ambiental fue provocada por las técnicas agropecuarias empleadas, donde predominaban
la utilización del arado, los cultivos con el suelo desprotegido, el pastoreo exagerado de ganados y los
sistemas de riego. Además, la gran dimensión del aparato militar de estos imperios, con las guerras
permanentes, el consumo exagerado de maderas y alimentos y sumando a lo anterior, el cada vez más
marcado crecimiento de los centros urbanos, derrumbó estas sociedades.
En América, en tiempos anteriores a la invasión europea, también se conocieron problemas ambientales,
sobresaliendo el colapso del imperio Maya, los problemas ambientales ocurridos en el valle de México y
la deforestación con el posterior abandono de la isla de Pascua.
Con la utilización de la pólvora, del carbón, de la máquina de vapor, del petróleo, de la dinamita, de la
síntesis química de substancias y finalmente de la energía nuclear aumentó la capacidad de las máquinas
para modificar el medio, destruyendo ecosistemas y formas de vida, de manera muchas veces irreversible.
Lo anterior debe servir como reflexiones iniciales para entender que todas las culturas deben articularse al
mundo natural con sabiduría y respeto si desean ser sustentables a través del tiempo. De esta manera, se
podrán evitar situaciones de crisis que las llevaría a situaciones de hambrunas y guerras.
A través de la historia se han confrontado dos paradigmas: uno que coloca a los seres humanos sobre la
naturaleza, considerándose como no dependientes de ella, con capacidad de transformarla
descuidadamente y dominarla y el otro que los coloca como seres integrados a la naturaleza, surgiendo y
dependiendo inexorablemente de ella.
Una de estas visiones del mundo se manifiesta claramente en el discurso pronunciado por el Jefe Seattle,
de la tribu Duwamish, el año de 1855, en el cual responde al presidente de los Estados de La Unión
Americana, Franklin Pierce, la propuesta de compra de las tierras de la tribu. Aunque la tribu Duwamish
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había sido amistosa con los colonos blancos, en el año de 1849, al aumentar la presión de éstos buscando
oro, los obligaron a aceptar la firma del tratado de Port Elliot, por el cual tenían que ceder su territorio y
confinarse en una área conocida como reserva. Alrededor del año de 1875 se le prohibió a los indígenas
entrar a la ciudad de los blancos.
Este discurso fue publicado, por primera vez, por Henry Smith, en el periódico Sunday Star Seattle, el día
29 de octubre del 1887, época en que la situación de los pueblos indígenas de Norteamérica, había llegada
a un estado de tal miseria, que muchos analistas contemporáneos temieron que fueran a desaparecer como
cultura.
La siguiente es una versión recopilada en la literatura norteamericana sobre este discurso.
“El gran jefe de Washington manda palabras, ha mandado decir que quiere comprar nuestra tierra. El gran
jefe nos ha asegurado también su amistad y benevolencia. Esto es amable de su parte, pues bien sabemos
que él no necesita nuestra amistad.
Vamos, sin embargo, a pensar en su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco vendrá con
armas y tomará nuestra tierra. El gran jefe en Washington puede confiar en lo que dice el jefe Seathl con
la misma certeza con que nuestros hermanos blancos pueden confiar en el retorno de las estaciones del
año. Mi palabra es como las estrellas: ellas no palidecen.
¿Como se puede comprar o vender el cielo y el calor de la tierra? Tal idea nos es extraña. Nosotros no
somos dueños de la pureza del aire, ni del fulgor del agua. ¿Entonces cómo puede usted comprarlos de
nosotros? Nosotros decidiremos en nuestro tiempo.
Cada terrón de esta tierra es sagrado para mi gente. Cada reluciente espina de pino, cada playa arenosa,
cada velo de neblina en la oscura selva, cada claro del bosque y cada insecto que zumba son sagrados en
las tradiciones y en la conciencia de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles, lleva
consigo las memorias de nosotros.
El hombre blanco olvida su tierra natal cuando, después de muerto, va a vagar entre las estrellas. Nuestros
hermanos nunca olvidan esta hermosa tierra, pues ella es la madre del hombre rojo. Somos parte de la
Tierra y ella es parte de nosotros. La flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo y la
gran águila, estos son nuestros hermanos. Las cumbres rocosas y los húmedos prados, el calor del cuerpo
del caballo y del hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por eso cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, exige mucho de
nosotros. El Gran Jefe manda decir que va a reservar para nosotros un lugar en el que podamos vivir
cómodamente. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso vamos a considerar su oferta
de compra de nuestra tierra. Pero no va a ser fácil, porque esta tierra es sagrada para nosotros.
Esta agua brillante que corre por los ríos y arroyos no es sólo agua, sino también la sangre de nuestros
antepasados. Si les vendemos la tierra deberán recordarse que es sagrada y tendrán que enseñarle a sus
hijos que es sagrada y que cada reflejo en el espejo del agua transparente de los lagos cuenta las historias y
los recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son
nuestros hermanos. Sacian nuestra sed. Los ríos transportan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.
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Si les vendemos nuestra tierra habrán de recordar y de enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros
hermanos y también suyos y tendrán que tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vivir. El no sabe distinguir entre un
pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La
tierra no es su hermana sino su enemiga, y después de conquistarla sigue su camino. Deja tras de sí las
tumbas de sus antepasados y no le importa. Arrebata la tierra de las manos de sus hijos y no le importa.
Olvida la sepultura de sus padres y el derecho de sus hijos a la herencia. Trata a su madre la Tierra y a su
hermano el Cielo, como cosas que se pueden comprar, saquear o vender como ovejas o cuentas de colores.
Su voracidad arruinará la Tierra, dejando tras de sí sólo desierto.
La visión de sus ciudades causa tormento a los ojos del hombre piel roja. No existe un lugar tranquilo en
las ciudades del hombre blanco. No hay un lugar en el que se pueda oír el brotar de las hojas de los árboles
en la primavera o el zumbido de las alas de un insecto. Pero tal vez eso se deba a que yo soy un salvaje
que no entiende nada. El ruido no sirve más que para insultar a los oídos. Y yo me pregunto ¿qué queda de
la vida si el hombre ya no puede escuchar la hermosa voz solitaria de un pájaro nocturno ni las
conversaciones de las ranas junto al lago? Soy un hombre piel roja y no entiendo nada. Nosotros
preferimos el suave susurro del viento acariciando la superficie de un lago y el aroma del mismo viento
purificado por una lluvia de mediodía o perfumado con aroma de pinos.
El aire es muy valioso para el hombre piel roja, porque todas las criaturas comparten un mismo aliento: los
animales, los árboles y los hombres. Todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece percibir
el aire que respira. Como un moribundo que agoniza durante muchos días, es insensible al aire fétido. Pero
si les vendemos nuestra tierra habrán de acordarse de que el aire es precioso para nosotros, que el aire
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comparte su espíritu con toda la vida que el sustenta. El viento que dio a nuestro bisabuelo su primer soplo
de vida, recibe también su último suspiro. Y si les vendemos nuestra tierra, deberán mantenerla reservada
y sagrada, como un lugar al que el mismo hombre blanco pueda ir para saborear el viento perfumado por
la fragancia de las flores de la pradera.
Así pues, vamos a considerar su oferta de compra de nuestra tierra. Si decidimos aceptar, lo haré con una
condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como si fuesen hermanos.
Soy un salvaje y no consigo pensar de otro modo. He visto a millares de bisontes pudriéndose en la
pradera, muertos por el hombre blanco a tiros desde un tren en movimiento. Soy un salvaje y no entiendo
cómo un humeante caballo de hierro puede ser más importante que el bisonte que nosotros matamos
únicamente para sustento de nuestras vidas.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se acabasen, el hombre moriría de soledad del
espíritu. Porque todo lo que le suceda a los animales, le sucede también al hombre. Todo está relacionado
entre sí. Debéis enseñarles a vuestros hijos que la tierra donde pisan simboliza las cenizas de nuestros
antepasados. Para que tengan respeto a sus padres, cuéntenles a sus hijos que la riqueza de la Tierra son
las vidas de nuestros parientes. Enséñenles a sus hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que
la Tierra es nuestra madre. Todo lo que hiera a la Tierra herirá a los hijos y a las hijas de la Tierra. Si los
hombres escupen el suelo, escupen sobre sí mismos. El hombre no tejió la trama de vida: él es sólo un
hilo. Todo cuanto haga a la trama se lo hará a sí mismo. Todas las cosas están relacionadas entre sí como
la sangre que une una familia. Todo está relacionado.
Una cosa sabemos: que la Tierra no le pertenece al hombre. Es el hombre el que pertenece a la tierra. De
eso estamos ciertos.
Nuestros hijos han visto a sus padres humillados en la derrota. Nuestros guerreros sucumben bajo el peso
de la derrota. Y después de la derrota pasan sus días sin hacer nada, envenenando sus cuerpos con
alimentos endulzados y bebidas fuertes. No tiene mucha importancia dónde pasaremos nuestros últimos
días. Estos no son muchos. Algunas horas más, algunos inviernos quizás, y ninguno de los hijos de las
grandes tribus que vivieron estas tierras o que han vagado en grupos por los bosques quedará para llorar
sobre las tumbas de un pueblo que un día fue tan poderoso y lleno de confianza como el nuestro.
Ni el hombre blanco con su Dios, con el que anda y con quién conversa de amigo a amigo, queda al
margen del destino común. Podríamos ser hermanos a pesar de todo. Vamos a ver. Estamos ciertos de que
el hombre blanco llegará tal vez a descubrir, un día, una cosa: nuestro Dios es el mismo Dios. Quizás
piensen que Lo pueden poseer de la misma manera que desean poseer nuestra tierra. Pero no pueden. El es
el Dios del hombre. Él tiene la misma piedad para con el hombre rojo y para con el hombre blanco. Esta
Tierra es preciosa para Él. Causar daño a la Tierra es despreciar a su Creador.
Los blancos también han de acabarse un día. Puede que más temprano que las otras tribus. Seguid
adelante. Ensuciad vuestra cama y alguna noche vais a morir ahogados en vuestros propios excrementos.
Sin embargo, al desaparecer, brillarán con fulgor, abrasados por la fuerza de Dios que los trajo a esta tierra
y los destinó a dominar a ella y al hombre rojo. Este destino es un enigma para nosotros. No conseguimos
imaginarnos cómo será cuando los bisontes hayan sido masacrados, los caballos salvajes domesticados,
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los rincones más apartados del bosque infestados por el olor de muchos hombres y las colinas ondulantes
cortadas por los hilos que hablan.
¿Dónde ha quedado el bosque denso y cerrado? Se acabó. ¿Dónde estará el águila? Desaparecida. ¿Qué
significa decirle adiós al caballo ligero y a la caza? Es el fin de la vida y el comienzo de la supervivencia.
Por algún designio especial, Dios os ha dado el dominio sobre los animales, los bosques y el hombre rojo.
Pero ese designio es para nosotros un misterio. Tal vez lo comprenderíamos si conociésemos los sueños
del hombre blanco, si supiésemos cuáles son las esperanzas que transmite a sus hijos e hijas en las largas
noches de invierno y cuáles son las visiones de futuro que ofrece a sus mentes para que puedan formular
deseos para el día de mañana. Pero nosotros somos salvajes. Los sueños del hombre blanco siguen ocultos
para nosotros. Y por estar ocultos, hemos de caminar solos nuestro propio camino, pues, por encima de
todo, apreciamos el derecho que cada uno tiene de vivir conforme desea. Por eso, si nosotros aceptamos,
será para asegurar la reservación que nos han prometido. Allí quizás podamos vivir nuestros últimos días
conforme deseamos.
Después que el último hombre rojo haya desaparecido de la tierra y su recuerdo no pase de ser la sombra
de una nube flotando sobre las praderas, el alma de mi pueblo seguirá viviendo en estos bosques y playas,
porque nosotros los hemos amado como un recién nacido ama el palpitar del corazón de su madre.
Si vendemos a ustedes nuestra tierra, ámenla como nosotros la amábamos, protéjanla como nosotros la
protegíamos. Nunca olviden como era esta tierra cuando tomaron posesión de ella. Y con toda su fuerza,
con su poder y con todo su corazón consérvenla para sus hijos e hijas y ámenla como Dios nos ama a
todos.
Una cosa sabemos: nuestro Dios es el mismo Dios de ustedes y esta Tierra le es Sagrada. Ni siquiera el
hombre blanco puede eludir el destino común a todos nosotros.”
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Boff, Leonardo. Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres. Ed. Trotta S.A. Madrid. 1996
Campbell, Bernard. Ecología Humana. Ed. Salvat. Barcelona. 1986
Carson, Raquel, Primavera Silenciosa. Ediciones Grijalbo. Barcelona. 1980
Dubos, René. Un Dios Interior. Ed. Salvat. Barcelona. 1986
Juan Guillermo Restrepo Arango.
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