IV capítulo del libro “Mordisco de lobo” LAS CADENAS INVISIBLES DEL SISTEMA DE DOMINACION (El secreto del patriarcado) 1)EL INSTINTO (el concepto de continuum) (Jean Liedloff) “La realidad es mucho más simple. Sencillamente, a fuerza de haber sido empujado a valerse únicamente de su lado racional, y al cabo de milenios de ejercicio exclusivo de la mente, al ser humano se le han atrofiado definitivamente ciertos sentidos naturales que muchos animales han conservado por no estar sujetos a las formas de vida que la civilización y la llamada evolución nos han hecho aceptar”. Juan G. Atienza. “A lo largo de unos dos millones de años, y a pesar de tratarse de la misma especie animal que nosotros, el ser humano tuvo éxito. Había evolucionado de la simiedad a la humanidad como cazador, con un estilo de vida eficiente que, de haber continuado, podría haberle llevado a sobrevivir millones de años. Tal y como están las cosas, todos los ecologistas están de acuerdo en que sus posibilidades para sobrevivir este milenio decrecen cada día. Durante los escasos miles de años que han pasado desde que el ser humano abandonó el estilo de vida para el que evolutivamente fue adaptado, no sólo ha alterado el orden natural de todo el planeta, sino que además se las ha ingeniado para poner en entredicho el altamente evolucionado buen sentido que había guiado su propio comportamiento durante millones de años. Mucho de este sentido ha sido arruinado recientemente, al haber sido arrancados de cuajo los últimos recodos de nuestra capacidad instintiva, y haber sido expuestos a la mirada incapaz del silencio. Cada vez con mayor frecuencia la sospecha produce un corto circuito en nuestro sentido innato de lo que es mejor para nosotros, mientras que el intelecto, que nunca ha sabido mucho sobre nuestras necesidades reales, decide qué se hace. Por ejemplo, no es asunto de la razón el decidir cómo debe ser tratada una criatura. Desde mucho antes de que nos convirtiésemos en algo parecido al Homo Sapiens, hemos tenido instintos exquisitamente precisos y expertos en cualquier detalle sobre el cuidado de los niños. Pero hemos logrado desconcertar de tal manera este conocimiento que teníamos de antiguo, que ahora contratamos investigadores para que nos aclaren como hemos de comportarnos con los niños, con nosotros mismos y con los demás. No es ningún secreto que los expertos no han logrado "descubrir" cómo vivir satisfactoriamente, pero cuanto más fallan, mayor es su empeño en resolver todos los problemas a través de la razón a ignorar aquello que la razón no puede entenderá controlar. En este momento estamos bastante dominados por el intelecto; nuestro sentido innato de lo que es bueno para nosotros ha sido destruido hasta el punto de que apenas somos conscientes de que está ahí, y no podemos distinguir un impulso original de otro distorsionado. Pero creo que es posible partir desde donde estamos, perdidos y minusválidos, y encontrar un camino de vuelta. Al menos podríamos aprender qué direcci ón seguir para velar mejor por nuestros intereses, y no seguir realizando esfuerzos que nos llevan a descarrilar. La parte consciente de la mente, como un buen "asesor técnico" en la guerra de otro, al ver que sólo lleva a error debería quitarse de en medio, no empujar aún más al otro en territorio extraño. Hay, por supuesto, muchísimas tareas que nuestra capacidad de razón puede llevar a cabo sin estar con ello apropiándose del trabajo que durante millones de años ha sido llevado a cabo por esas áreas de la mente, infinitamente más refinadas y sabias, llamadas instinto. Si tales áreas fuesen también conscientes, nos harían perder la cabeza al minuto, aunque sólo fuese por el hecho de que la mente consciente, por naturaleza, sólo puede hacerse cargo de diversas cuestiones una a una, mientras que el inconsciente puede llevar a cabo, simultánea y correctamente, un gran número de observaciones, cálculos, síntesis y ejecuciones. En este contexto, "correcto" es una palabra complicada. No implica que todos estemos de acuerdo en lo que querernos conseguir con nuestras acciones, pues las ideas intelectuales sobre lo que se quiere varían con las personas. Lo que aquí se entiende por "correcto" es aquello que es adecuado al antiguo continuum de nuestra especie, en el sentido de que está de acuerdo con los impulsos y expectativas con los que evolucionamos. En este sentido, la expectativa está arraigada en el hombre tan profundamente como su mismo diseño. Se puede decir que sus pulmones no sólo tienen, sino que son una expectativa de aire; sus ojos son una expectativa de rayos de luz de longitud de onda específica, emitidos por aquello que le es útil ver durante las horas en que le es útil a su especie poder ver; sus oídos son una expectativa de vibraciones causadas por los sucesos que más le pueden afectar, incluyendo las voces de otras personas; y su propia voz es una expectativa de que los oídos de otros funcionen de la misma manera. La lista podría extenderse interminablemente: piel y cabellos a prueba de agua - expectativa de lluvia; pelos en los orificios nasales - expectativa de polvo; pigmentación en la piel - expectativa de sol; mecanismo de transpiración - expectativa de calor; mecanismo para coagular expectativa de heridas en la superficie del cuerpo; un sexo - expectativa del otro; mecanismo reflejo - expectativa de la necesidad de reaccionar con rapidez en emergencias. ¿Cómo logran las fuerzas que lo componen, conocer con antelación lo que serán las necesidades de un ser humano? El secreto es la experiencia. L a cadena de experiencias que preparan a un ser humano para su vida en la tierra comienza con las aventuras de la primera célula viva. Lo que esta célula experimentó con respecto a temperatura, composición de su entorno, alimento disponible con el que sustentar sus actividades, cambios climáticos y encuentros con otros objetos ó miembros de su especie, fue transmitido a sus descendientes. A partir de estos datos, transmitidos por medios que aún resultan misteriosos para la ciencia, surgieron cambios lentos, lentísimos, que, tras un tiempo inimaginablemente largo, dieron lugar a una gran variedad de formas que podían sobrevivir y reproducirse adaptándose al medio de diversas maneras. Como ocurre siempre que un sistema se diversifica y adquiere mayor complejidad, adaptándose con más precisión a una variedad más amplia de circunstancias, el efecto fue mayor estabilidad. La vida misma estaba sometida a un peligro menor de extinción debido a catástrofes naturales. Aún cuando toda una forma de vida desapareciese, habría muchísimas otras para seguir adelante y seguir complicándose, diversificándose, adaptándose y estabilizándose. (No parece una locura el aventurarse y suponer que unas cuantas formas "primeras" de vida se extinguieron antes de que alguna llegara a sobrevivir, quizá millones de años después, diversificándose a tiempo para evitar desaparecer tras algún suceso elemental intolerable). Simultáneamente, el principio estabilizador estaba en funcionamiento en cada forma y en cada parte de cada forma, tomando datos de la herencia de experiencias y de contactos de todo tipo, y equipando aún más complejamente a los descendientes para encarar con mayor eficiencia tales experiencias. Así pues, el diseño de cada individuo era un reflejo de la experiencia que esperab a encontrar. La experiencia que podría tolerar estaba definida por las circunstancias a las que sus antecesores se habían tenido que adaptar. Si las criaturas se habían formado evolutivamente en un medio que nunca superó los 120 ° F, ni descendió por debajo de los 45 ° F, ellas podrían sobrevivir en tales temperaturas; pero no podrían sobrevivir de ser expuestas por períodos excesivamente largos a condiciones extremas para su tolerancia. Las reservas de emergencia se extinguirían, y de no llegar a tiempo el al ivio, ocurriría la muerte, ya del individuo, ya de la especie. Si uno quiere saber lo que es correcto para una especie, ha de conocer las expectativas innatas de esa especie. ¿Cuánto sabemos sobre las expectativas innatas del ser humano? Conocemos bastante bien lo que consigue, y a menudo se nos dice lo que, de acuerdo con el sistema de valores imperantes, quiere o debería querer. Pero, irónicamente, aquello que su historia evolutiva le ha condicionado a esperar como espécimen último de un antiguo linaje hereditario, permanece como el más oscuro de los misterios. El intelecto ha tomado el poder de decidir lo que es mejor, e insiste en que se dé soberanía a sus caprichos y suposiciones. En consecuencia, la expectativa confiada del ser humano de encontrar ent orno y trato adecuados está hoy tan frustrada, que mucha gente considera una suerte el no carecer de hogar ó no estar sufriendo. Y aún cuando diga "estoy bien", hay en el ser humano un sentido de pérdida, una ansiedad de algo que no puede nombrar, un sentimiento de estar descentrado, de faltarle algo. Si se le pregunta directamente, pocas veces lo niega. Así pues, para descubrir la naturaleza precisa de estas expectativas evolutivas, no tiene sentido observar el último modelo, el ejemplo civilizado. Observar otras especies puede ayudar, pero también puede llevarnos a error. Donde el nivel de desarrollo se corresponde, las comparaciones con otros animales resultan válidas. Este es el caso de las necesidades más antiguas profundas y fundamentales que anteceden a nuestra forma antropoide, como el requisito de aire para respirar, que surgió hace cientos de millones de años y es compartida por muchos animales. Pero resulta obviamente más útil el estudiar sujetos humanos que no han abandonado comportamiento y ent orno adecuados al continuum. Aún si somos capaces de identificar algunas de esas expectativas nuestras menos evidentes que "aire para respirar", siempre quedará una cantidad inmensa de expectativas sutiles que identificar antes de que podamos siquiera pensar en un ordenador que nos ayude a alcanzar una pequeña fracción de nuestro conocimiento instintivo de ellas. Es, por lo tanto, esencial, el aprovechar cualquier oportunidad que se nos brinde para restablecer nuestra capacidad innata pata elegir lo que nos es adecuado. El torpe intelecto con el que ahora intentamos reconocer aquello que nos es adecuado, quedaría libre para ocuparse en las tareas que le son más propias. Las expectativas con las que encaramos la vida están inseparablemente ligadas a los impulsos (por ejemplo, a mamar, a evitar daño físico, a gatear, a explorar, a imitar). Según el trato, y circunstancias que esperamos se van haciendo accesibles, entran en interacción con conjuntos de impulsos en nosotros, preparados para ello por la experiencia de nuestros antecesores. Cuando lo esperado no tiene lugar, impulsos correctivos o compensatorios hacen un esfuerzo por restablecer la estabilidad. El continuum humano puede ser descrito como la sucesión de experiencias que se corresponden con las expectativas e impulsos de nuestra especie en un entorno consistente con aquel en que tales expectativas e impulsos se formaron. Esto incluye, como parte del entorno, un comportamiento adecuado y un trato adecuado por parte de otras personas. El continuum de un individuo es un todo, pero a la vez forma parte del continuum de su familia, que a su vez forma parte del continuum de su clan, comunidad y especie, de la misma manera que el continuum humano forma parte del continuum de toda la vida. Cada continuum tiene sus propias expectativas e impulsos, que surgen a partir de un precedente largo de formación. Así, el continuum que incluye todo ser vivo espera incluso, debido a su experiencia, un marco adecuado de condiciones en el entorno inorgánico. En cada forma de vida, el impulso a evolucionar no es aleatorio, sino que sigue sus propios intereses. Está dirigido hacia una estabilidad mayor, es decir, mayor diversidad, complejidad y por lo tanto adaptabilidad. Esto no tiene nada que ver con lo que llamamos “progreso”. De hecho, la resistencia al cambio, que no esta en conflicto con el impulso a evolucionar, la resistencia al cambio, que impulso a evolucionar, es una fuerza indispensable para mantener cualquier sistema estable.” Jean Liedloff En busca del bienestar perdido Solo podemos hacer suposiciones sobre que es lo que interrumpió nuestra propia resistencia innata al cambio, hace tan solo unos cuantos miles de años... 2) EL UTERO (la clave del asunto) (Casilda Rodrigañez) La oxitocina, que se utiliza como oxitócico, como dilatador del útero en la medicina, se empleaba en las orgías eleusíacas por medio del hongo del cornezuelo de centeno. La misma química, una aplicada en el parto con dolor forzado, la otra como afrodisíaco. La misma hormona (la oxitocina) que está presente en el parto para dilatar el cuello uterino es también la hormona del orgasmo, que por ello se la conoce como “la hormona del amor”. “Un animal crece a partir de una sola célula, un zigoto que crece hasta hacerse un embrión. Este proceso requiere una protección especial, porque el zigoto/embrión no puede dársela a sí mismo. Las especies animales que no se dotaron de una protección adecuada, no prosperaron. Una vez más, una forma de simbiosis entre dos seres vivos resuelve el problema de la conservación y regeneración de la vida. Los huevos de las aves tienen una protección, una cáscara de calcio que no puede ser más dura y proteger más de lo que hace, porque, dado que se trata de una estructura ovoidea herméticamente cerrada, el embrión mismo tiene que poder romperla cuando llega el término: esto, la salida, determina su fragilidad. El invento de los mamíferos es sorprendente, como todo o casi todo en la evolución de las formas de vida. La madre guarda dentro de sí el óvulo fecundado en lugar de expulsarlo y lo protege al tiempo que se protege a sí misma, con su movilidad, su propia nutrición, etc. Pero debe resolver la contradicción entre la consistencia de la envoltura protectora y la salida del embrión de dicha envoltura en su debido momento. La contradicción la resuelve el tejido muscular: fuerte y a la vez elástico y flexible, conectando con el sistema nervioso de la madre, y formando una bolsa con una puerta de salida que puede cerrarse y abrirse. Una articulación (la neuromuscular) puesta a punto para la locomoción, bombear la sangre (el corazón es tejido muscular), etc., combinando el sistema nervioso involuntario y el voluntario. Aquello que nuestro organismo debe ejecutar sistemáticamente (el bombeo de la sangre, la respiración, la digestión cuando llega alimento al estomago) se realiza automáticamente por el sistema nervioso involuntario; pero aquello que sólo se realiza en momentos determinados, como correr para cazar, coger un fruto de un árbol, requiere la actuación del sistema nervioso voluntario, seguramente siempre en conexión con el sistema nervioso involuntario: los engranajes neuromusculares realizan su cometido a la perfección. Entonces intervienen los sentidos: la percepción sensorial indica cuándo el sistema nervioso voluntario debe ponerse en marcha. Los sentidos en su origen, antes del desarrollo cultural que los recrea, están al servicio de la conservación de la vida: el gusto, la vista, el oído, el tacto, el apetito, et. El deseo sexual, al igual que el deseo de comer, tiene ese origen. La reproducción en los mamíferos tiene involucrada una sensibilidad especial, una inducción de tipo sensitivo que pone en marcha un sistema de producción de hormonas (la oxitocina del orgasmo y del parto es una de ellas) para realizar las funciones sexuales reproductivas. Esta inducción sensitiva es lo que llamamos instinto, o en los humanos, deseo sexual. Por ejemplo, las cerdas sólo eyaculan leche de sus mamas cuando son estimuladas por la succión del lechón. No es una producción continua, sino una serie de eyaculaciones sucesivas a la estimulación. Si alguien entra en la cochiquera y distrae a la cerda, deja de hacerlo. Hemos visto parir a una gata varios gatitos. Cuando terminaba de lamer la bolsa y de comerse la placenta de un gatito, reactivaba las contracciones para expulsar al siguiente. Como si pudiese controlar de modo voluntario las contracciones uterinas. Unos versos mesopotámicos del tercer milenio a.c. nos dan a entender que los humanos de los tiempos en los que las mujeres parían sin dolor, tenían también el útero en el sistema nervioso voluntario: Ninhursaga, única y grandiosa, contrae la matriz; Nintur, que es una gran madre desencadena el parto. ¿Qué mejor invento podría hacerse para tener seguro al embrión y para que salga cuando llegue el término, que la fuerte, dúctil y elástica bolsa uterina, con su cuello que cierra firmemente y es a la vez capaz de abrirse? En este contexto situamos las contracciones uterinas para dilatar el cuello. Ahora bien, no es lo mismo mover un músculo contracturado, rígido, que está medio atrofiado por no ser usado, que mover un músculo distendido y que es utilizado habitualmente. Actualmente parimos con el útero rígido, sin elasticidad, medio atrofiado y sin que el deseo estimule la producción de oxitocina. Por eso duelen también las reglas. La sexualidad en la que nos educan es la sexualidad de un cuerpo despiezado, escindido en “cuerpo” y alma. Lo que llamamos “cuerpo” es en realidad el subproducto de un cuerpo despiezado y en buena medida desvitalizado. La clave de esta escisión es “la ruptura psicosomática entre la conciencia y el útero”, como dice J.Merelo Barberá. El “cuerpo” que la mujeres creemos que tenemos, es un cuerpo al que le ha sido arrebatado el órgano central de su sistema erógeno; es un cuerpo sin útero, con un sistema erógeno que comprende sólo vagina y clítoris. Y todo esto, establecido por la Ciencia; porque cuando la sexualidad fue abordada “científicamente” en el siglo pasado, la sexualidad femenina que se definió fue la de un cuerpo castrado, devastado, despiezado; sometido y explotado: una sexualidad falocrática, vaginal y/o clitoridiana. Aunque algunos llegaron a reconocer que había algo “indefinido” en la sexualidad de la mujer (Groddeck), que era un “continente negro” inexplorado y desconocido (Freud al final de su vida, Lacan). ¡Y tan desconocido! ¿Y qué ocurre realmente con la verdadera líbido y anhelo de la mujer? El deseo se reprime, se sublima en amores románticos y espirituales, se manipula y, finalmente, lo que queda después de toda esta descomposición, se orienta hacia el falo, dejando un rastro de enfermedades psicosomáticas que prueban la quiebra de la autorregulación de la vida: partos traumáticos, histerias, depresiones post-parto, falta de leche, dolores menstruales, etc. Pensemos en nuestro útero inexistente; en nuestro tejido muscular uterino. Y pensemos en que si una simple inmovilización durante algún tiempo por una escayola requiere después ejercicios de rehabilitación para que el tejido muscular se recupere, ¿qué sería, por ejemplo, de un brazo que hubiese permanecido inmovilizado durante toda la vida porque no sabíamos que teníamos ese brazo ni para que servía? Y si quisiéramos utilizarlo, nos encontraríamos con unos músculos que habrían perdido su elasticidad, rígidos y contracturados. Y como todo el mundo sabe lo que duele un calambre, podemos entonces entender los dolores de la dilatación del cuello uterino en nuestra sociedad. Es significativo que en el Génesis se diga “parirás con dolor”, como algo nuevo que iba a ser y que antes no era. Todavía hay una observación más sobre la fisiología del parto en la especie humana: Al adquirir la posición erecta, el plano de inclinación del útero se hace casi vertical, quedando el orificio de salida hacia abajo, sometido a la fuerza de la gravedad, Esto supone/requiere un perfeccionamiento del dispositivo de cierre y apertura del útero, un cierre más fuerte para sujetar 9 u 11 Kg. De peso contra la fuerza de la gravedad. Y el dispositivo de cierre y apertura del útero no es otra cosa que el cuello, cuya relajación total deja una abertura de hasta 10 cm de diámetro. Por eso “el origen del auténtico orgasmo femenino está en el cuello del útero”. Nuestra opinión, contrastada con Merelo-Barberá, es que el orgasmo fue el invento evolutivo para accionar el dispositivo de apertura del útero. “La recuperación de la sexualidad de la mujer pasa por escuchar y sentir el latido del útero” La civilización patriarcal cambia el principio de la vida por el de la muerte, y por eso ha tenido en el cuerpo femenino su principal enemigo y su objetivo estratégico central; Romeo de Maio decía que la historia del cuerpo femenino, en nuestra civiliza ción, es una Ilíada de sufrimientos. En el Génesis también se ordena la destrucción de la serpiente (el símbolo de la sexualidad de la mujer) y la prohibición de su conocimiento. Porque si la mujer pare sin deseo y con dolor, y si se aparta de ella a la criatura en el momento del alumbramiento (para cortar el deseo y la producción hormonal que regularía el acoplamiento de ambas), la criatura queda privada de la carga de energía que le corres ponde a su integridad humana, al tiempo que la madre queda insensibilizada; insensibilizada ante los deseos y ante el sufrimiento de su prole; es decir, capacitada para realizar las funciones nutricias maternas de manera fría y aséptica, con la discipli na y la represión establecidas en el orden social. El parto será doloroso mientras las reglas de las adolescentes sean dolorosas, es decir, mientras no exista una cultura que restablezca la unidad psicosomática del cuerpo de la mujer, que respete, cultive y dé conciencia a la mujer de su condición, de su sexo, de su sexualidad, de lo que en realidad es. Una cultura que reconozca y nombre el latido del útero como el latido de la vida. A menudo decimos que el parto actualmente es una violación del cuerpo de la mujer, como lo es el coito cuando la mujer no lo desea, cuando no opera el deseo y se realiza en estado de rigidez, de sequedad, con desgarros. Para la recuperación de la sensibilidad uterina y de la sexuali dad de la mujer, tenemos que explicar a nuestras hijas desde pequeñas que tienen un útero, para qué sirve y cómo funciona. Las mujeres tenemos que poner en funcionamiento nuestro neocórtex para que nuestra conciencia asuma y asimile el útero; para que lo reintegremos en la percepción de nuestro cuerpo; para recomponer nuestro cuerpo despiezado y que fluya la corriente de sensibilidad entre el útero y la conciencia. Tenemos que aprender a escuchar y a sentir el latido del útero; practicar la visualización y la concentración en el útero; y también recuperar la cultura arcaica y su mundo simbólico que han definido y expresado la verdadera sexualidad femenina y la regeneración de la vida. La danza del vientre, en sus orígenes ancestrales, no debía consistir sólo en el movimiento del esqueleto pélvico; de hecho, si se realizan los ejercicios que en algunos sitios se recomiendan para la preparación al parto, para ejercitar los músculos pélvicos, si la mujer se concentra en el útero, si ha recuperado en alguna medida la sensibilidad uterina, puede llegar a diferenciar los músculos pélvicos de los uterinos.” Casilda Rodrigañez y Ana Cachafeiro. “La sexualidad femenina” “Las mujeres embarazadas trabajan hasta el último momento y dan a luz prácticamente sin dolor; al día siguiente se bañan en el río y están tan limpias y saludables como antes de dar a luz”. Bartolomé De Las Casas 3 EL PARTO CIVILIZADO (la herida primaria) (Casilda Rodrigañez) “Me daría vergüenza el reconocer ante los indios que allá dónde yo vengo las mujeres no se sienten capaces de criar a sus hijos hasta que han leído las instrucciones escritas por un desconocido” Jean Liedloff En busca del bienestar perdido “Al término de la gestación se produce en la criatura la sensación de estar demasiado comprimida y el deseo de salir. Se trata de un deseo placentero que nos invade de alegría. Y en este estado anímico nos prepararnos psíquica y físicamente para el gran acontecimiento. Cuando este deseo llega a un punto máximo, sobreviene una gran excitación: todo el pequeño cuerpo humano está dispuesto para realizar ese esfuerzo. Hasta entonces, psíquicamente el “yo” primario actúa según el principio del placer. (Stettbacher, 1991). A partir de aquí, comienza el fin del período paradi síaco del ser humano, pues el nacimiento no resulta el acto placentero que estaba previsto: la madre no está en el mismo estado anímico que la criatura abandonada al deseo, gozando de los últimos momentos de la gestación y esperando el gran acontecimiento. El útero de la madre, tenso y rígido, no va a responder a los movimientos y masajes que acompañan a la excitación sexual del parto. Para la criatura la sensación de compresión pasa de ser una excitante sugerencia a salir, a la desagradable sensación de estar «atascada». Entonces comienzan las sensa ciones de dolor físico y de ahogo, y los sentimientos de angustia. Sentimos miedo. De pronto, todo va «mal». Pero no podemos hacer nada para evitarlo. Estamos atrapadas, sufriendo una compresión asfixiante. Con el dolor y la sensación de asfixia crecen la angustia y el miedo. La increíble capacidad de supervivencia del ser humano hace posible que nazcan tantas criaturas vivas a pesar de los parto s traumáticos.” Casilda Rodrigañez y Ana Cachafeiro. “La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente Dentro de la práctica de partos “alternativos” o humanistas existe la constatación de Michel Odent de que cuanto menos se interfiera, cuanto menos se provoque el neocortex de la mujer, haciéndola prestar atención (racional) a conversaciones, y cuanto más desinhibido permanezca el cerebro ancestral, más fácil resulta el parto. La mujer no puede estar en ese estado si no está en ese clima de confianza y de cierta intimidad. “Los seres humanos adultos tratan el parto como una operación quirúrgica en la que toda manipulación es válida, sin tener en cuenta ni siquiera las pulsiones instintivas; mucho menos los deseos, las emociones, los sentimientos o la capacidad racional de la madre. La madre está anulada en tanto que ser deseante y ser pensante. No existe dimensión psíquica o racional en el acto. Como dice Odent, se podría aprender de los veterinarios porque éstos al menos tienen en cuenta las pulsiones instintuales de los animales: Este cerebro arcaico que podemos llamar cerebro instintivo y emocional se puede considerar como una glándula que segrega las hormonas necesarias para el proceso del parto... El proceso del parto se desarrolla tanto más fácilmente, cuanto más acepte el otro cerebro, el nuevo, el ponerse en reposo... De ese neocortex es de donde provienen todas las inhibiciones, en el transcurso del parto como en el transcurso de todo acontecimiento perteneciente a la vida sexual. Por esa razón, en el transcurso de un parto muy espontáneo... hay una fase en la que la mujer parece estar desconectada del mundo, camina en otro planeta. Este cambio de estado de conciencia traduce con toda evidencia la reducción del control del neocortex... la forma más segura de hacer un parto largo, más difícil, más doloroso (y por lo tanto más peligroso) consiste en estimular el neocortex, causa de todas las inhibiciones. Se puede estimular con la luz o utilizando un lenguaje lógico, racional o comportándose como observador. La sensación de intimidad traduce la reducción de control del nuevo cerebro. Para hacernos una idea de lo que se hace con los partos podemos recordar lo que ocurre en las relaciones sexuales entre adultos cuando suena el teléfono o alguien llama a la puerta. Si una llamada de teléfono nos “corta”, es porque las funciones sexuales requieren la pasividad del neocortex, un estado de inhibición a favor del cerebro arcaico: lo que se dice estar en un estado de “abandono” al deseo y al placer. Imaginemos lo que seria lograr un orgasmo en medio de personas entrando y saliendo, hablando y diciéndonos lo que tenernos que hacer, impidiendo el abandono al deseo... Pues algo así es lo que hacemos cuando parimos, es decir, sustituir los sentimientos, el amor, el deseo entre dos personas que lleva al alumbramiento, por la técnica y las órdenes. La pérdida de la intimidad que tiene lugar en los paritorios de los hospitales culmina la trágica consagración del parto violento y doloroso. La segunda estancia del infierno de la criatura recién nacida, Stettbacher la denomina “sala de torturas”: es el paritorio. Allí, por primera vez, vemos un ser humano. Vemos borroso, no vemos con la nitidez con la que vemos ahora. Pero vemos; por primera vez vemos una figura alta, enorme, oscura, que se mueve, que nos azota. Es la figura que más adelante será emulada como “el hombre del saco” o los “ogros” con los que luego nos amenazaran si no nos portamos bien, aludiendo al recuerdo que guardamos en el inconsciente de esa primera sombra terrible... F. Leboyer, en su obra Por un nacimiento sin violencia, cuestiona el sufrimiento de los recién nacidos, sufrimiento que durante milenios se ha considerado inevitable e incluso conveniente: ¿Decir - que no habla el recién nacido? Venid, contempladle. ¿Hacen falta más comentarios? Esa frente trágica, ojos cerrados, cejas arqueadas, preñadas de dolor... Esta boca herida por el llanto, esta cabeza levantada hacia atrás que pugna por escapar... Esas manos, ora tendidas y suplicantes, luego a la cabeza, ese ademán de calamídad... Esos pies que patalean furiosamente, esas piernas encogidas para proteger su frágil vientre... Esa carne, presa de espasmos, de sobresaltos, sacudidas... ¿No dice nada el recién nacido? Es todo su ser el que nos grita, su cuerpo entero el que , nos brama... ¿Existe otra llamada más desgarradora? Y esta llamada que siempre ha lanzado el niño a su llegada, ¿quién 1a comprende, quién la escucha, quíén simplemente la oye? Nadie ¿No hay aquí un gran misterio? Diríamos que sí, que es la otra cara de la moneda del asesinato del deseo materno: el gran misterio, el «Secreto de la Humanidad», como lo ha formulado V. Sau. Leboyer, pensando que con las innovaciones que en caminaban al parto sin dolor se estaba haciendo algo por la madre, levantando así la antigua maldición, asumió el punto de vista de la criatura para ver qué podía hacerse con toda esa carga de padecimientos que el pequeño ser recién nacido tiene que soportar: potentes proyectores de luz que ciegan y queman los ojos, un mundo que vocifera a su alrededor ante unos oídos que acaban de quedar al desnudo sin la protección de los líquidos amnióticos y del vientre; pañales, tejidos de fibra para una piel casi en carne viva, que hasta ahora sólo había conocido la suavidad del tacto de los líquidos maternos (esa sensación que nuestro inconsciente recuerda cuando nos sumergimos en un baño relajadamente), con una epidermis tan fina que cualquier contacto le hace temblar; se corta inmediata mente el cordón umbilical haciendo entrar las primeras bocanadas de aire violentamente en sus pulmones, quemándole las entrañas; ciego, ensordecido, abrasado, el sollozo suena a la desesperación más tremenda. Con todo cinismo, este llanto es celebrado como la entrada triunfal en el mundo. Lo que no nos imaginamos es que sólo acaba de empezar el calvario. Agarrado por los pies, se le suspende boca abajo sobre el vacío. Al terror del vértigo hay que sumarle la sacudida a una espina dorsal hasta entonces arqueada y apoyada en un lecho de agua dentro del vientre que lo contenía. Y a esta criatura recién llegada del calor y del suave líquido que la en volvía, se la coloca sobre una báscula fría; después abren sus párpados por la fuerza para aplicarle gotas de un líquido que le abrasa; le ponen prendas ásperas y apretadas; y, finalmente, la dejan sola en una cuna. Abandonada al hipo, al temblor, a la fatiga que todavía la acompaña. Aturdida por el horror y presa de angustia, se recoge sobre sí misma. Todavía queda el recuerdo del paraíso. Mientras, alrededor, alborozo y alegría. Aunque algunas de estas prácticas están siendo sus tituídas por otras menos infernales, gracias a Leboyer, Odent y otros que como ellos han sido permeables al sufrimiento de las criaturas recién nacidas, el nacimiento sigue siendo una entrada al Valle de Lágrimas, una expul sión del Paraíso. Como dice, certeramente pero con cierta carga de ingenuidad, Leboyer: No hay pecado. Sólo existen el error, la ignorancia. Nuestra ceguera y nuestra resignación. El sufrimiento es inútil. Pura invención. No satisface a los dioses. El sufrimiento es falta de inteligencia, El parto sin dolor está ahí para probarlo. A despecho de los violentos, de los autoritarios... Si decimos que esta frase de Leboyer contiene una carga de ingenuidad, es porque el sufrimiento humano no sólo es “error” e “ignorancia”. Para algunos, no es “inútil”. No satisface a los dioses, pero crea Poder y satisface al Poder existente, a las clases dominantes que explotan la vida para crear y conservar los patrimonios. El parto sin deseo y sin flujos maternos ha sido el resultado de milenios de represión de la sexualidad femenina. Como decíamos en la primera parte de este libro, la rigidez uterina no es una casualidad. Para domesticar a los pequeños seres humanos hay que mantenerles en estado de carencia. Sustituir sistemáticamente deseo por necesidad para someterles al sutil, imperceptible y constante chantaje de atender sus necesidades a cambio de su obediencia a la Ley; como los domadores que hacen pasar hambre a los animales para doblegarlas a hacer lo que quieren con el estímulo de la recompensa del alimento. Es la génesis del estado de sumisión, génesis que, según el propio Stettbacher, hay que situar en las heridas primarias, y una de las primeras es el daño que se produce en los momentos del nacimiento de cada ser hu mano. Imprinting: Se trata del concepto que dice de la impresión o grabación psicosomática e impregnación emocional que se produce cuando la madre acoge en la parte exterior de su cuerpo a la criatura en el momento de salir al exterior. Esta noción se ha perdido en la civilización patriarcal, sin embargo es conocido que en animales mamíferos domésticos (y no domésticos) si se le quita un cachorro a la madre nada más nacer, después la madre le “aborrece” y no le deja acercarse a ella. La civilización patriarcal ha creado un tipo de maternidad que consiste en hacer que la madre “aborrezca” psicosomáticamente a la criatura (cortar las pulsiones instintuales y libidinales) para luego hacérsela aceptar según la Ley como el subproducto sentimental de la sublimación edípica. Inmediatamente después del parto, incluso después de un parto violento, se produce una fortísima excitación sexual en la madre y una enorme producción de deseos (los niveles más altos de descarga de oxitocina y prolactina), y si se permitiese el encuentro madre-criatura inmediatamente después del alumbramiento se restauraría la díada original, el acoplamiento entorno a los flujos maternos que devolvería a la criatura: al estado de bienestar. Este acoplamiento inmediatamente después del parto espontáneo es lo que se conoce como el imprinting porque ambos seres se funden y se plasman el uno en el otro, quedando en ambos la huella del rencuentro, ahora en el exterior del cuerpo materno, grabada de por vida. La carga libidinal primaria, o la Falta Básica de la psique, depende en buena medida de si se produce o no el imprinting. Entendida la vida como una inmensa carga o catexia de energía lib idinal, el imprinting es un hito clave en la historia de la vida de cada criatura: En el momento del nacimiento del bebé, se produce una descarga de prolactina en la sangre de la madre, desencadenada por la hipófasis. La madre se vuelve una especie de placa sensible sobre la cual se imprime la imagen del bebé. En ese momento preciso la madre debería ver y tocar a la pequeña criatura recién nacida, ponerla en su pecho y entrar en contacto con ella. Este imprinting o impresión no tiene lugar en la mujer anestesiada, bajo la influencia de calmantes o perturbada por el entorno. Algunas horas más tarde, el momento mágico ha pasado y la madre habrá sido desposeída de esos momentos preciosos, y tardará semanas, a veces meses, en reconocer como suyo al bebé alumbrado. Morin M; Mariner N. L´instinct maternel apprivoisé. Por eso la separación madre-criatura inmediatamente después del parto es uno de los puntos claves de la estrategia patriarcal para la conversión del deseo en carencia. Aquí es donde se asesta el golpe de gracia definitivo a la madre entrañable. Esta probado, que la empatía materna, la intensidad y la fuerza de la producción de la líbido materna durante la crianza, estará en buena medida condicionada por el encuentro después del parto, por el ac oplamiento, el imprinting que se produzca en los primeros momentos y en las primeras horas después del parto. Por eso la Naturaleza, de muy diversas maneras, atiza el fuego cuyo calor nos acompaña a lo largo de la vida, que se vale de todos los medios para privar a la madre de toda posibilidad de separarse y abandonar al niño. Groddeck G. ¿Qué ha hecho la sociedad patriarcal para conseguir que, a pesar de todo, en los tiempos modernos, la madre se separe voluntariamente y abandone la criatura? Pues lo de siempre; crear ritos y normas que organizan la separación y, al mismo tiempo, silenciar la verdad y construir mentiras sobre la maternidad y la relación madre criatura. De hecho este es el punto clave de la aplicación de la Ley del Padre: su aparición para separar la díada original humana, para prohibir la expansión del deseo y establecer la Ley opuesta al principio del placer. La condición sumisa de los seres humanos se mantiene en la medida en que la Ley asegura que la criatura humana no se sale de la espiral de la carencia y del miedo. La inteligencia y el conocimiento crecen en esa condición, asociando la supervivencia a la obediencia. La abundancia y el estado de bienestar son utopía; utopía en la que, en general, ni siquiera se llega a soñar. Así, la razón humana adulta cree que su condición es carecer, que la necesidad es inherente a la vida, y que, por tanto, esta es inexorablemente un valle de Lágrimas. Cuando se “aprende” esto, es cuando dicen que hemos alcanzado el “uso de la razón”, es decir, la madurez patriarcal, la resignación, la aceptación del mundo adulto. La transformación de la vida deseante en carencia y en miedo a carecer hace de la criatura, casi inevitablemente, un ser sumiso, gracias a un sutil y constante chantaje cotidiano ejecutado más o menos inconscientemente por los padres. Un ser sumiso en general y un ser sumiso al padre y a la madre, en particular. El estado de carencia, pues, está inmediatamente seguido de un estado de sumisión. “Cuando un recién nacido aprende en una sala de nido que es inútil gritar, está sufriendo ya una experiencia de sumisión.” El parto violento y la separación de la madre inmediatamente después del parto es una cuestión clave para el asentamiento del Principio de Autoridad en el inconsciente colectivo. Pues, tras esa operación, la condición del ser humano cambia, de un ser que desea a un ser que necesita, para aprender enseguida que su supervivencia depende de su obediencia a los mayores que atienden a sus necesidades. El deseo es el impulso vital, el principio inmanente de la vida, de la vida que no se trata de aniquilar sino de domesticar. A1 romper el acoplamiento de los flujos y deseos con los que la criatura nace, se produce una carencia y un bloqueo de la producción de los deseos. Esta operación de transmutación del deseo en carencia, miedo y sumisión, ha de pasar necesariamente por una sublimación, en menor o mayor grado, de ese deseo, una idealización del deseo para poder soportar la frustración, el miedo, la decepción, la desesperanza y mantener ciega la conciencia acerca de lo que sucede. No se mata del todo el deseo, se le reprime y se le sublima. Y todo el poso de la frustración se va almacenando en el inconsciente. La sublimación del deseo son los amores espirituales ordenados y el perdón: para amar a quien te reprime y dejarte reprimir por quien supuestamente te ama. Hay que perdonar para mantener vigente la sublimación inicial a lo largo de todo el proceso de represión de los padres (Ver esquema). Este es el punto de partida de la constitución de la identidad, del “yo”: la edipización del inconsciente. Son los cimientos de la sociedad autoritaria, porque el aceptar como principio la propia humillación y la represión, es asumir, en general, el principio de Autoridad. 4) EL PODER CONTRA LA LÍBIDO MATERNA (Casilda Rodrigañez) ¿Por qué le estorba al poder la sexualidad femenina? ¿Por qué necesita que el parto y el nacimiento sean dolorosos, y cómo consiguieron que fuera así? La respuesta es: por la cualidad específica de la líbido materna y su función en la vida humana autorregulada, tanto en el desarrollo individual de cada criatura humana, como en las relaciones sociales, en la formación social. Las producciones libidinales se producen en general para la autorregulación de la vida y para su conservación. La sensación de bienestar que producen sus derramamientos y acoplamientos es la guía -como antiguamente lo era la estrella polar para los navegantes- de que todo está funcionando armoniosamente, que todo va bien. La líbido femenino materna se sitúa precisamente en el principio, para acompañar la aparición de cada ser humano, y es imprescindible para que el desarrollo de cada criatura sea conforme a su condición y al continuum humano; para producir el bienestar y la autorregulación de la vida. En todos los mamíferos hay una impronta o atracción mutua entre la madre y el cachorro, pero en la especie humana, que somos una especie neoténica(1) con un prolongado período de exterogestación y no sólo de crianza, esta impronta se produce con una enorme producción libidinal para sustentar todo ese período de interdependencia. Como dice Balint(2) se trata de un estado de simbiosis (y no una serie de acoplamientos puntuales) entre madre-criatura que necesariamente implica la mayor carga libidinal de todas nuestras vidas. Esta especialmente fuerte carga libidinal, para contrarrestar el fenómeno neoténico y asegurar la supervivencia, explica el que las mujeres fueran las primeras artesanas y agricultoras, y el origen de la civilización humana, según informa ya la antropología académica(3) Porque la cualidad específica de la líbido materna es el devenir pasión irrefrenable por cuidar de la pequeña criatura (que es, por otro lado, quien la ha inducido); pasión por alimentarla, protegerla de la intemperie, del frío y de las sequías, para darle bienestar; esta pasión desarrolló la imaginación y la creatividad de las mujeres para recolectar, hilar, tejer, hacer abrigos, conservar y condimentar alimentos, hacer cacharros con barro, etc, etc. El cuidado de la criatura se convierte en la prioridad absoluta de la madre y a su lado, el interés por las demás cosas se desvanece. Es la condición misma, la cualidad de deseo y de la emoción materna, que para ese cuidado de la vida mana de los cuerpos maternos. Cualquier invento de amor espiritual no es sino una mala copia, un pálido reflejo de la intensidad, de la pasión y de la identificación absoluta del cuerpo a cuerpo madre-criatura. Y esta cualidad específica de la líbido materna no es una casualidad ni una arbitrariedad. El cuerpo materno durante la exterogestación es nuestro nexo de unión con el resto del mundo durante la etapa primal, porque desde ese estado de simbiosis se pueden reconocer nuestros deseos y necesidades; a la vez que ese estado potencia las facultades y energías necesarias para satisfacerlas. Ahora bien, nuestra sociedad actual no tiene nada que ver con la vida humana autorregulada; desde hace 5.000 años vivimos en una sociedad que no está constituida para realizar el bienestar de sus componentes, sino para realizar el Poder. Y por eso al poder le estorba la sexualidad de la mujer, los cuerpos de mujeres que secretan líbido maternal. Porque una sociedad con cuerpos femeninos productores de líbido materna es incompatible con todo el proceso cotidiano de represión que implica la educación de niños y niñas en esta sociedad. La socialización patriarcal exige que la criatura se críe en un estado de necesidad y de miedo; que haya conocido el hambre, el dolor, y sobre todo el miedo a la muerte, durante el parto por asfixia y luego por abandono, miedo este último que psicosomáticamente siente cualquier cachorro de mamífero cuando se rompe la simbiosis. Por eso la sociedad patriarcal se ha ocupado a lo largo de estos milenios de romper la simbiosis madre-criatura (Michael Odent)(4) para que nada más nacer la criatura se encuentre en medio de un desierto afectivo, de la asepsia libidinal y de las carencias físicas que acompañan a la ruptura de la simbiosis, para las que su cuerpo no estaba preparado. Desde este estado, que es el opuesto al de la simbiosis , se organiza la supervivencia a cambio de su sumisión a las normativas previstas por la sociedad adulta, a cambio de ser “un/@ niñ@ buen@”, es decir, que no llora aunque esté sol@ en la cuna, que come lo que decide la autoridad competente y no lo que la sabiduría de su organismo requiere; que duerme cuando conviene a nuestra autoridad y no cuando viene el sueño; que se traga en fin los deseos para, ante todo, obtener una aceptación de la propia existencia que ha sido cuestionada con la destrucción de la simbiosis; complaciendo a l@s adult@s y a nuestras descabelladas conductas, sometiéndose inocentemente a nuestro Poder fáctico, se acorazan, automatizan y asumen las conductas convenientes a esta sociedad de realización del Poder -llámese dinero etc.Así comienza la pérdida de sabiduría filogenética de 3.600 millones de años y el acorazamiento psicosomático. Es decir, que a la espiral de la carencia-miedo a carecer-miedo al abandono-miedo a la muerte, reaccionamos con la espiral del llanto-acorazamiento-sumisión. El acorazamiento tiene dos aspectos básicos: 1) la resignación ante el propio sufrimiento (condición emocional para la sumisión) y 2) la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno (condición emocional para ejercer el poder). Es decir, que para sobrevivir en este mundo hay que congelar la sensibilidad emocional específica de las relaciones de ayuda mutua en la vida humana autorregulada: pérdida de la inocencia, pérdida de la confianza puesto que no hay reciprocidad: una congelación y un acorazamiento necesarios para luchar, competir e imponerse sobre el de al lado, en la guerra de conquista de posiciones, de escala de peldaños, de expoliación y de acaparación; porque aunque sólo pretendamos sobrevivir, en este mundo para no carecer hay que poseer, y para poseer de algún modo hay que robar y devastar, y para devastar y robar hay que ser capaces de ejercer la violencia contra nuestr@s herman@s. Para lograr este acorazamiento psicosomático en cada criatura humana individual, hombre o mujer, y el aprendizaje de las conductas y de las estrategias fratricidas y jerárquico-expansivas de realización del Poder (lo que eufemísticamente se llama educación), se necesitan cuerpos de mujeres que engendren y paran sin desarrollo sexual y libidinal. La represión de la impronta y la prohibición de mimar y complacer a las criaturas está por ejemplo muy claramente expuesta en diversos textos bíblicos: mima a tu hijo y verás lo que te espera, doblégale cuando aún es tierno, etc., etc.; y la rebelión contra el padre se castiga en la Biblia con la pena de muerte. VEAMOS la función de la líbido materna desde la perspectiva de las relaciones sociales En 1861 Bachofen(5) escribió un libro en el que explica, basándose directamente en algunos autores de la Grecia antigua, la cualidad y la función social y civilizadora de la líbido maternal en las primeras sociedades humanas; lo que ahora ya la antropología con la nueva aportación de la “revolución arqueológica” está confirmando; Bachofen dijo que la fraternidad, la paz, la armonía y el bienestar de aquellas sociedades del llamado Neolítico en la Vieja Europa, procedían de los cuerpos maternos, de lo maternal, del mundo de las madres. No de una religión de las Diosas ni de una organización política o social matriarcal, sino de los cuerpos maternos(6). Es decir, que aquella sociedad no provenía de las ideas o del mundo espiritual, sino de la sustancia emocional que fluía de los cuerpos físicos y que organizaba las relaciones humanas en función del bienestar; y de donde salían las energías que vertebraban los esfuerzos por cuidar de la vida humana. Esta vertebración de las relaciones humanas desde lo maternal, lo explica así la antropóloga Martha Moia(7): “el primer vínculo social estable de la especie humana... fue el conjunto de lazos que unen a la mujer con la criatura que da a luz... El vínculo original diádico madre/criatura se expande al agregarse otras mujeres... para ayudarse en la tarea común de dar y conservar la vida...” unidas por una misma experiencia, formando lo que esta autora llama el “ginecogrupo”. En el ginecogrupo el vínculo más importante era el uterino, el haber compartido el mismo útero y los mismos pechos. Este es el origen del concepto de la fraternidad humana, que se ha sacado de sus raíces físicas y se ha elevado a lo sobrenatural, para corromperlo y prostituirlo. El vínculo uterino entre un hombre y una mujer era algo fundamental para la reproducción de las generaciones en una sociedad con sistema de identidad grupal, horizontal y no jerarquizada, sin concepto de propiedad ni de linaje individual-vertical; es decir, con conciencia de reproducción grupal. Por cierto, que todavía existen aldeas en rincones perdidos del mundo que continúan funcionando de este modo(8). La díada madre-criatura y el despliegue de la líbido materna en los ginecogrupos creaba lo que Moia llama la urdimbre del tejido social, sobre la cual se entrecruzaba la actividad del hombre, la trama. Este encaje de urdimbre y trama daba como resultado ese tejido social de relaciones armónicas, por el que puede transcurrir la líbido autorregulada sin bloqueos ni trabas; un campo social recorrido por el deseo productor de la abundancia y no de la carencia(9). La arqueología ha confirmado las relaciones armónicas entre los sexos y entre las generaciones de aquellas sociedades(10). Pues no estamos hablando de teorías abstractas: nos referimos a civilizaciones humanas que se han descubierto que existieron desde el 10.000 a.C., geográficamente ubicadas entre el sur de Polonia y el norte de África, y desde los Urales hasta la península Ibérica, que se sepa. En cambio el tipo de sociedad esclavista que consiguieron imponer las oleadas de pastores seminómadas indoeuropeos que empezaron a asolar las antiguas aldeas y ciudades matrifocales, a partir del 4.000 a.C., al principio esporádicamente(11), no buscaban el bienestar y la armonía sino la dominación para extraer, acaparar y acumular las producciones de la vida; es decir, crear Poder, a cualquier precio, con toda la violencia necesaria y con los quebrantamientos de la autorregulación de la vida que sus objetivos requisieran, con tal de sedimentar su Poder contra esta vida humana autorregulada. Para esto, para devastar, luchar, conquistar, expoliar y acaparar se requiere un tejido social distinto del que se crea para el bienestar y conservación de la vida, partiendo de lo maternal. Un tejido de guerreros, de jefes de guerreros, de linajes de guerreros, de esclavos, de jefes de esclavos, de líneas de mandos, de mujeres disciplinadas y dispuestas a acorazar y adiestrar criaturas, es decir, de cambiar la maternidad por la construcción de los linajes verticales y organizar la crianza de esos futuros guerreros dispuestos a matar y esclavos dispuestos a dedicar sus vidas a trabajar para los amos; mujeres enseñadas para enseñar a sus hijos a negar sus deseos, a paralizar sus úteros y a hacer lo mismo que ellas. Es decir, una sociedad con madres patriarcales, que no son verdaderas madres sino un sucedáneo de madres, que no crían a su prole para el bienestar y para su integración en un tejido social de relaciones armónicas que ya no existen, sino para el de la guerra y la esclavitud(12). Como dice Amparo Moreno, sin una madre patriarcal que inculque a las criaturas “lo que no se debe ser” desde su más tierna infancia, que bloquee su capacidad erótico-vital y la canalice hacia “lo que debe ser”, no podría operar la ley del Padre que simboliza y desarrolla de una forma ya más minuciosa “lo que debe ser”(13) Entonces tenemos que la destrucción de lo maternal no sólo destruye algo básico en el desarrollo físico y psíquico de cada criatura sino también y correlativamente, lo básico de nuestra condición social y de nuestra sociedad. A lo largo de 3.000 años tuvieron lugar guerras de devastación de las pacíficas ciudades y aldeas matrifocales, durante las que se exterminaron generaciones enteras de hombres que las protegieron con sus vidas; guerras durante las cuales se esclavizaron generaciones de mujeres que vivían plenamente su sexualidad y parían con placer; generaciones con las que “desapareció la paz sobre la tierra”, según la expresión de Bachofen porque con ellas desapareció el tejido social, el espacio y el tiempo en el que la maternidad es posible. Según Gerda Lerner(14), l@s niñ@s fueron la primera mano de obra esclavizada, por la facilidad de manejarlos y de explotarlos. A las mujeres de las aldeas conquistadas se las mantenía vivas para la producción de mano de obra, montándolas y preñándolas como al ganado. Y así empezó la maternidad sin deseo, por la fuerza bruta. La consolidación y generalización del patriarcado fue un proceso discontinuo y largo, que fueron no décadas, ni siglos, sino varios milenios. Tras las guerras venían las treguas, las fronteras, el rearme, la vida bajo la amenaza y la presión del enemigo, es decir, los períodos de guerra “fría”, durante los que se crean las formas de sumisión voluntaria de la mujer, producto de diferentes pactos, basadas en las incentivaciones sociales y en el chantaje emocional, pero también en la búsqueda de situaciones que fueran el menor mal posible para ellas y para las criaturas. Además la agresividad del guerrero o la docilidad del esclavo o de la esclava reside, desde luego, en que lo sea desde su más tierna infancia; pero también depende del arte de combinar el látigo y el hambre con incentivaciones, mitos engañosos y chantajes emocionales, de los que tenemos abundantes pruebas, no sólo arqueológicas, sino escritas, como el famoso Código de Hammurabi(15), rey de Mesopotamia en el 1.800 a.C., en un estadio ya avanzado de la transición. En los orígenes del patriarcado la paternidad era adoptiva, esto es, los primeros patriarcas adoptaban(16) a sus seguidores o filios entre los niños mejor educados y preparados para las guerras y el gobierno de los incipientes Estados, y las mujeres adquirían un rango en función del que adquirían sus hijos e hijas (esposas, concubinas, esclavas), de manera que incluso su supervivencia y la de sus criaturas dependían a menudo de su firmeza en el adiestramiento de éstas. Esto es un ejemplo de un tipo de incentivación que va conformando la madre patriarcal; la mujer que subordina el bienestar inmediato de sus hij@s a su preparación para el futuro éxito social, en una sociedad jerarquizada y competitiva: y además que tiene su cuerpo disciplinado para limitar su líbido sexual a la complacencia falocrática. Según va desapareciendo la sexualidad específica de la mujer y se va consolidando la maternidad sin deseo y la madre patriarcal, se van institucionalizando formas de matrimonio porque ya se puede predecir a priori que una muchacha será, como se suele decir “una buena madre y una buena esposa” y que criará a su prole de forma adecuada. En realidad, el matrimonio y la paternidad tal cual la conocemos hoy data del Imperio Romano. Entre los engaños míticos está la satanización de la sexualidad de la mujer. Como dice la Biblia: la maldad es por definición lo que mana del cuerpo de la mujer. “De los vestidos sale la polilla y del cuerpo de la mujer la maldad femenil”, dice la Biblia; y también que “ninguna maldad es comparable a la maldad de la mujer”. La mujer tiene que sentir vergüenza de su cuerpo incluso ante su marido, que debe cubrirse de velos, considerarse impura. Esto es una percepción efectivamente paralizante de los cuerpos. La mujer seductora y seducible, voluptuosa, sólo puede ser una puta y una zorra, absolutamente incompatible con una buena madre, cuyo paradigma es una virgen que engendra sin conocer varón y que tolera resignadamente la tortura y la muerte de su hijo en sacrificio al Padre. Con las generaciones se va perdiendo la memoria sobre la otra manera de vivir y de parir, la otra percepción del cuerpo de la mujer, cuyo rastro, retrospectivamente, podemos encontrarlo en tres lugares: en el Hades (a donde enviaron lo que no debe ser y debe permanecer oculto), en el infierno (a donde va todo lo que es maligno), y también en lo más hondo de nuestro ser psicosomático. La milenaria represión sexual de la mujer, acompañada de toda clase de torturas físicas y psíquicas, es algo relativamente bien conocido. Pero quizá no es igualmente sabido que esa represión ha tenido por objeto impedir que irrumpa nuestra sexualidad. Porque para que una mujer se preste voluntariamente a hacer de madre patriarcal hay que eliminar la líbido materna, para lo cual hay que impedir el desarrollo de su sexualidad desde su infancia. Así se consuma el matricidio histórico, somatizándose en el cuerpo de cada mujer generación tras generación. Como dice Amparo Moreno, cada vez que parimos, afirmamos la vida que no debe ser, bloqueamos la capacidad erótico-vital de la criatura, para a continuación adiestrarla de acuerdo con el orden establecido(17) Esta es una maldición de Yavé: paralizar los úteros para paralizar la producción libidinal de la mujer y cambiar el tejido social de la realización del bienestar por el tejido social de la dominación y de la jerarquía. Tras la devastación de la sexualidad y la paralización del útero se construye “el amor materno” espiritual, destinado ante todo a neutralizar y reconducir las pulsiones y los deseos que puedan impedir la represión y el adiestramiento de las criaturas; y junto a ese “amor”, se construye la imagen de la madre abnegada y sacrificada, dedicada a la guerra doméstica de vencer la resistencia de las criaturas a formar parte de este tejido social. La “cualidad” del “amor” espiritual es la de neutralizar la compasión y el consentimiento que puedan irrumpir y agrietar las corazas, y que puedan llegar a hacer imposible la represión y el sacrificio de l@s hij@s al Padre, al Espíritu Santo, al Capital, al Estado, al sistema de enseñanza obligatorio, etc., etc. Porque, en cambio, el amor que nos sale de las vísceras, a diferencia del que dicen que sale del alma escondida tras los cuerpos acorazados, sólo sabe complacer y aplacer a l@s hij@s y es incompatible con el sufrimiento y con la angustia que presiden su socialización. Casilda Rodrigáñez (Extracto de la ponencia titulada «Tender la Urdimbre. El parto es una cuestión de poder») CITAS: (1)Los humanos somos una especie neoténica, que nacemos antes de tiempo. Si nos fijamos en otros mamíferos nada más nacer se levantan sobre cuatro patas y pueden andar. Pero al adquirir la posición erecta -ese cambio que cambió tantas cosas-, el canal del nacimiento de la hembra humana se hizo más estrecho; para nacer tenemos un giro espiral cabeza abajo, para poder pasar por el estrecho hueco que dejan los huesos pélvicos. Pero también tenemos que nacer con los huesos sin calcificar, en estado cartilaginoso, tan blandos que tardaremos un año en poder andar; y sin dientes, por lo que tendremos que alimentarnos durante bastante tiempo únicamente de la leche materna; con el sistema inmunológico sin capacidad autónoma de responder al medio exterior, por lo que necesitaremos de inmunoglobinas de la madre; etc. Es decir, necesitarmeos el cuerpo materno hasta terminar esta formación extra-uterina. (2)Balint, M. «La Falta Básica», Paidos, Barcelona, 1993 (1ª publicación: Londres y Nueva York 1979). (3)Pepe Rodríguez, «Dios nació mujer», Ediciones B., S.A., Barcelona, 1999. Ver por ejemplo también la obra del paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould. (4)Odent. M. «El bebé es un mamífero», Mandala, Madrid, 1990. (5)Bachofen, J. J. «Mitología arcaica y derecho materno», Anthropos, Barcelona, 1988. (1ª publicación, Stuttgart, 1861). (6)Subrayamos este aspecto porque en las versiones castellanas de Bachofen , se viene traduciendo «mutterlich» (maternal), «muttertum» (entorno de la madre) y «mutterrcht» (derecho de la madre) por «matriarcado». Sin embargo cuando Bachofen se quiere referir al «archos» femenino de la transición, utiliza el término de «gynecocratie». (7)Moia, M. «El no de las niñas», laSal edicions de les dones, Barcelona, 1981. (8)Ver artículo de Paka Díaz en «El semanal» del Diario La Verdad de Murcia, del 1622 de Julio 2000, «Los Musuo, el último matriarcado». (9)Deleuze, G. y Guattari. F. “El antiedipo, capitalismo y esquizofrenia», Paidos, Barcelona, 1985. (10)En esto ya no hay discusión, empezando por la mismaa Gimbutas. (11)Gimbutas, Mellaart, Eisfer, Rodríguez, etc. (12)Sobre el matricidio, ver particularmente la obra de Victoria Sau: « La maternidad: una impostura», Revista Duoda, N-° 6, Barcelona. 1994; «El vacío de la maternidad», Icaria, Barcelona, 1995, entre otros. (13) Carta de Amparo Moreno a la Asociación Antipatriarcal, Boletín N-° 4, Madrid, diciembre 1989. (14) Lerner, G. «La creación del patriarcado», Crítica, Barcelona, 1990. (15) El código de hammurabi son 282 leyes (con un prólogo y un epílogo) grabadas sobre un falo de basalto de 2,01 m., que se encuentra en el Museo del Louvre; estas leyes regulan ya un sistema de propiedad y de adopción pormenorizado. Edición de Federico Lara Peinado en Tecnos, Madrid, 1986. (16) Sobre el origen adoptivo de la paternidad véase por ejemplo el estudio de Assann en el Antiguo Egipto: en Tellenbach, H. Et al. «L'image du pére dans le mythe el I'hisiorie». PUF, Paris, 1983. (17) Carta de Amparo Moreno a la Asociación Antipatriarcal, Boletín N°4, Madrid, diciembre 1989. Bibliografía del IV capítulo de “Mordisco de lobo” -RODRIGAÑEZ, Casilda y CACHAFEIRO, Ana (1995). La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente. . Madrid. Editorial Madre Tierra. (Parque Vosa, 12, Bajo, 28933 Móstoles, Madrid) 61443808 -EKINTZA ZUZENA Nº 29 (2002) [email protected]. Ediciones E.Z. Apdo. 235, 48080 Bilbao. -CACHAFEIRO/RODRIGAÑEZ (1999) “La sexualidad de la mujer”. Ediciones E.Z: Apdo. 235, 48080 Bilbao. -LIEDLOFF, Jean. “ El concepto de continuum”. Virus Editorial. CONTRA TODA AUTORIDAD FAMILIAR, CONTRA TODO CHANTAJE SOCIAL. ¡¡¡ABAJO LOS MUROS DE LOS HOGARES Y ESCUELAS!!! ¡¡¡ABAJO LOS CASTIGOS DE PADRES Y ABUELAS!!!