Autoridad y obediencia - Cecilia Acosta, FMVD

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3 de enero, 2010
OBEDIENCIA Y AUTORIDAD
Cecilia Acosta
Intención de la charla: Que vivamos una obediencia más evangélica y más humanizante.
Nuestro primer punto de referencia es la vida de Jesús. Él es el obediente, la máxima
Autoridad, con mayúsculas. También necesitamos tomar en cuenta la obediencia como voto
para la persona consagrada.
Todos los que pertenecemos a la Fraternidad Misionera Verbum Dei, hemos recibido una
llamada que es común: la llamada al carisma Verbum Dei y a la vida fraterna. Nuestra
corresponsabilidad proviene de haber recibido este mismo carisma; por tanto, es necesario
que escuchemos u obedezcamos a aquel que nos ha dado este carisma para poder plasmarlo.
Todos los cristianos estamos llamados a prolongar la obediencia de Jesús desde nuestra
humanidad. Él, vivió en pobreza castidad y obediencia, de manera radical en su tiempo
histórico. Como miembros de su Cuerpo, bautizados, queremos seguirlo así. Sin embargo, lo
peculiar de nuestra obediencia consagrada es nuestra llamada a vivir en comunidad, al estilo
de nuestro fundador, a quien el Espíritu ha inspirado un carisma concreto. Con la obediencia
no es que renunciemos a nuestra voluntad personal, o a pensar por nosotros mismos, ni a
juzgar o decidir; sino que encuadramos nuestra voluntad en un horizonte más amplio, la
comunidad. En este sentido, si se trata de renuncia, renunciamos a la soledad en función de la
comunión como nuestro horizonte; buscamos juntos la voluntad de Dios. La obediencia nos
lleva a poder vivir en el nosotros, superando la oposición yo-tú, intentamos hacer realidad el
“que sean uno para que el mundo crea”, buscamos juntos la voluntad de Dios y así realizar el
carisma confiado.
De esta comunión de carisma y vida fraterna surge un doble servicio:
a) Hacia adentro: búsqueda de la voluntad de Dios y vida fraterna.
b) Hacia afuera: la misión.
En función de esta llamada, la obediencia y la autoridad son en realidad, dos
momentos de la misma búsqueda de la voluntad de Dios. Son dos caras de la misma moneda y
dos maneras de vivir la obediencia. La autoridad busca la voluntad de Dios presidiendo y
obedeciendo, los otros miembros de la comunidad buscan la voluntad de Dios participando en
esa búsqueda y obedeciendo. La relación autoridad-obediencia, por eso, se expresa en una
búsqueda constante de la voluntad de Dios. En esta búsqueda, tanto el responsable como los
hermanos son puntos de referencia de la voz de Dios; los hermanos son un lugar donde se
manifiesta la voluntad de Dios. Por tanto, es un proceso en el que todos somos responsables
de buscar el querer de Dios para vivir el carisma.
Los responsables tienen la función de estimular la responsabilidad. El responsable sólo
preside esa búsqueda de la voluntad de Dios. Por ello, el responsable es el primero en
obedecer, no es la autoridad suprema; la única autoridad es Jesús. Por tanto, el responsable es
subalterno de Cristo, es el primero que tiene que escucharle, y escucharle a través de las
autoridades superiores de la Iglesia. ¿Cómo? A través de las constituciones y otras normativas
propias del instituto o en este caso la Fraternidad, y a través de las necesidades reales de la
Fraternidad. Los responsables pues, están también sujetos a mediaciones, especialmente a las
necesidades de los miembros de la FMVD. Nuestros proyectos pueden ser maravillosos, pero si
no responden a las necesidades concretas de la comunidad, nos falta obediencia, porque nos
falta escucha. En este sentido es que el otro con sus necesidades es lugar de encuentro de la
voluntad de Dios.
A lo que me refiero es que no se puede proyectar sin tener en cuenta las necesidades
de la comunidad. Por ello, es necesario conocer, palpar las necesidades que hay en la
comunidad y sobre eso proyectar. Por ejemplo, el proyecto actual de la junta se ha proyectado
en función del Congreso de 2007; no podemos pasar por encima de lo que la comunidad
manifiesta.
¿Cuál sería entonces el papel de la autoridad en este marco, en el que todos
intentamos vivir como iguales?
Cada una podríamos hablar desde nuestras experiencias. El primer aspecto es que la
autoridad es la sierva de los servidores de Dios, la autoridad está para servir a los servidores de
Dios que han sido llamados a esta misión concreta. Su primordial misión es animar a nivel
espiritual, a nivel de vida fraterna, a nivel apostólico, a la FMVD, de manera que la llamada de
Dios se realice en cada pequeña comunidad. Por ello, si un responsable no tiene como
prioridad la vida espiritual y apostólica, no responde a lo esencial. El papel de la autoridad no
puede realizarse desde fuera de la comunidad, no existe el responsable y la comunidad, sino el
responsable en, por y para la comunidad. Al frente de toda comunidad siempre está Jesús;
bien entendido, siempre es así. La o el responsable es a la vez un mediador entre la comunidad
local y las siguientes instancias intermedias, generales y eclesiales; incluso ante las autoridades
civiles. Sabemos que estos cargos serán temporales, para tener la conciencia de que no serán
cargos eternos. No siempre tienen que ser las mismas personas, el Espíritu dará este carisma a
quien a Él le parezca mejor.
Bien vivido, el servicio de la autoridad pierde la ‘gloria vana’ que le podríamos dar.
Cuando ejercemos la autoridad lo hacemos desde nuestros criterios y juicios. La ayuda fraterna
nos purifica si estamos abiertos. La autoridad es hacer crecer, aumentar… llegar a hacer esto
supone un proceso de apertura. Es un servicio. Jesús se pone como el siervo que lava los pies a
los discípulos; ésa es la autoridad máxima, Jesús es el obediente al amor, esta obediencia es la
que motiva cada gesto de esta escena; Jesús es consciente de que Él es la imagen del Padre.
¿Qué significaría la autoridad concretamente en la comunidad?
Es una actitud de fondo. ¿Con qué actitud realiza estas funciones el responsable? El
servicio es el amor a las personas. Esto supone que, cuando realice mi función de autoridad,
tenga la conciencia de que lo primero es el servicio a las personas y sus necesidades en orden a
su consagración y misión. Es tener conciencia de que no estoy dirigiendo una empresa, sino
que trato con hermanas (os) a los que amo, que tienen una llamada y lo que busco es que
realicen su vocación. Las personas a mi cargo tienen que experimentar que les amo, que están
creciendo, aunque las decisiones en un momento sean contrarias a lo que ellas hubieran
querido. Por eso, la autoridad es el servicio de un amor inteligente e inteligible. La función de
la autoridad es hacer crecer, decidir y acompañar la decisión. El responsable, al proponer algo,
necesita reconocer si la persona al decir ‘no puedo’ lo dice porque de verdad no puede o
porque se resiste a desplegar toda su capacidad; en este caso, aunque la persona llore, puede
intentarlo. Esto es amar a la otra persona: proponer, no soltar, y acompañar; de esta manera
se hace crecer.
Por experiencia personal, me doy cuenta de que en la comunidad hemos recibido poca
formación sobre cómo ejercer el servicio de la autoridad, pero es algo necesario. La autoridad
tiene unos principios para salvaguardar que sea un servicio al amor real. Uno de estos
principios es el de la información, es una manera concreta de amar: dar información, criterios,
bases para decidir, hablar claro como hermanos, considerarnos adultos. Es un amor real y
concreto. Otro principio es la participación; si te hago participar, te movilizo para que seas
responsable, formes parte; por ello las consultas, el diálogo. Esto es también un amor
concreto. Otro principio es la subsidiaridad: delegar tareas y no dudar de que lo hagas.
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