Palestina 15 de mayo de 1948: La mejor corredora de... clase

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Palestina 15 de mayo de 1948: La mejor corredora de la
clase
Ilan Pappe :: 18/06/2007
[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] El lento balanceo de las olas le
recordaba aquel horrible día. Como ahora, era a mitad de mayo y, más o menos, a la misma
hora del día- ¿o era la misma?-: la del crepúsculo mediterráneo, cuando sobre el mar el
horizonte se convierte en un brillante espectáculo de color, formas e imágenes.
Pero, por supuesto, aquel lejano día ella no descansaba tan cómodamente como lo hacía ahora, con
sus pies desnudos enterrados en la profundidad de la cálida y crujiente arena de la playa cercana a
su pueblo. El titileo del agua y la tenue luz solar hicieron revivir los dolorosos recuerdos y turbaron
su espíritu hasta trastornarla. Entonces un repentino silencio se abatió sobre ella, sólo durante unos
segundos, pero de forma rotunda y penetrante, como si todo se hubiera quedado congelado en el
tiempo. Cincuenta años antes había ocurrido lo mismo: un brevísimo interludio que permitió a todos
los que estaban en la playa- asesinos, víctimas y testigos- impregnarse del momento para
comprenderlo de una forma tan lúcida como jamás se volvería a repetir. Ahora, su propia percepción
era más serena, sin el pánico que la había asaltado entonces. En esta ocasión la envolvía una
sensación de resignación. "Illi fat mat" el pasado es el pasado, se dijo Fátima para sí. Sin embargo
todavía seguía allí. La culpa la tenía aquel estudiante testarudo, curioso e impertinente en su trato
con ella, que hablaba un árabe defectuoso y le había preguntado sobre aquellos traumáticos y
penosos días del pasado. Fátima trataba desesperadamente de borrar de su memoria el recuerdo de
la reunión que había tenido con él por la mañana y de distanciarse en todo lo posible de la playa y de
sus tenebrosos secretos. Caminó hacia la puerta: una puerta que no existía cincuenta años antes. En
1948, ninguna de las poblaciones palestinas tenía puertas, pero ahora ya no existía aldea alguna allí.
Sus casas se habían convertido en un kibbutz; sus campos, en bungaloes para los turistas; y su
cementerio en un aparcamiento. En los últimos quince años, había atravesado aquella puerta todos
los sábados al mediodía y la comparación no la había turbado. Pero aquel vehemente estudiante lo
había echado todo a perder. A la entrada del aparcamiento (el antiguo cementerio), su hijo Ali estaba
ya esperando en al asiento del conductor, tan paciente como siempre, fascinado por la voz que salía
de la radio del coche. "Siempre la misma horrible cassette" murmuró de forma inaudible Fátima,
aficionada en otro tiempo al cantante, y a quien en realidad no le disgustaba la canción pero estaba
harta de oírla una y otra vez. Pero, de pronto, en la parte trasera del abollado Toyota, ¡no era
posible!, estaba el estudiante judío. "Andaba por aquí haciendo investigaciones y fui hacia él",
explicó Ali, y por supuesto le había invitado no sólo a ir a casa sino a comer. El "por supuesto"
molestó a Fátima que era quien cocinaba. De sus cuatro hijos y dos hijas, sólo Ali, el más pequeño,
seguía todavía en casa y siempre que se sentía hospitalario suponía más trabajo para ella, y Ali era
muy sociable. En fin ¿qué se puede hacer? "Marhaba,", refunfuñó. Yaacov parecía más preocupado
que antes y no esperó a que llegaran a la casa, o que acabara la intrascendente conversación
habitual antes de que se sirviera la comida. Era obvio que tenía prisa y, tal como quedó claro, no se
había dirigido a ellos por casualidad sino intencionadamente. "Fátima, necesito saber dónde se
encuentran exactamente las fosas comunes." "Bueno, ya te he dicho, Yakub(1), que han pasado
cincuenta años y, pongo a Dios por testigo, mi memoria me traiciona." Se detuvo, miró con ansiedad
a Ali que parecía estar más pendiente de la calle. "Escúchale, mamá, se trata de algo importante.
Díselo, Yaacov." "Quieren venir... y eso significa que ellos no encontrarán nada aquí. Tenemos que
enseñar al mundo los cadáveres... antes de que ellos..". Pasaba del árabe al hebreo a tal velocidad
que ella se perdía. Incluso cada vez resultaba más incoherente, incapaz de expresar sus ideas con
claridad. El resto de su explicación fue acelerada y sólo alguna de las cosas que dijo tenían sentido
para Fátima. "El profesor Awad, quiere avisar a los medios de comunicación para que vengan y
filmen y fotografíen las fosas y cuando el mundo sepa y..." Y entonces, ¿ qué?, preguntó Fátima.
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Había aprendido de su difunto marido lo que ocurría si se molestaba a las autoridades." Cualquier
aspecto trivial de tu vida se veía afectado por cargas fiscales, permisos para esto o para aquello y, lo
peor de todo, por un continuado y casi diario hostigamiento de la policía y de los diablos del Shabak,
el servicio secreto israelí. "Se trata de saber la verdad’, continuaba Yaacov confusamente. "Ciencia"
y "orgullo nacional" fueron las únicas partes de las frases que pudo sacar en claro de lo que se había
convertido en una perorata imparable contra Israel y el mundo académico, y a favor de la la lucha
palestina. "Vayamos a casa y allí seguiremos hablando." Ali le había echado un capote y el coche
terminaba de recorrer la corta distancia entre lo que había sido su pueblo y la barriada vecina,
convertida en su nuevo hogar desde hacía cincuenta años. Ella ahora vivía en un de los pocos
pueblos que habían sobrevivido a la limpieza étnica en la llanura costera de Palestina durante
aquellos violentos meses de 1948. --- Atravesaron los campos de cebada- un mar de tallos rojizos que
se balanceaban con la brisa temprana de la tarde a mediados de mayo. Los cinco jóvenes voluntarios
que protegían el pueblo por el flanco sur, levantaron furiosamente sus Hartushes (viejos fusiles de la
época de la Gran Guerra utilizados para cazar) y los dirigieron hacia los invasores. En menos de
cinco minutos, habían caído abatidos por los soldados que entraron en el pueblo por el este, sur y
norte para completar un círculo con los marinos que desembarcaron por el oeste desde el mar.
Fátima era una adolescente y volvía de la nueva escuela de chicas, inaugurada el año anterior.
Cansada por un largo día de recitar como un loro lo que los profesores le pedían que memorizara, se
dirigía a casa cuando se encontró con su hermano mayor quien le metió prisa gritando a las mujeres
reunidas en la casa que se escondieran donde pudieran porque " los judíos estaban punto de llegar".
En aquellos días de mayo de 1948, a Fátima le parecía algo irreal que los judíos estuvieran llegando.
Durante los últimos seis meses algunos fragmentos de las noticias diarias (tradicionalmente dominio
exclusivo de los hombres del pueblo) habían llegado a ella. Era consciente de que los británicos se
iban y de que los judíos estaban ocupando los pueblos vecinos a un coste terrible. También había
oído a los hombres quejarse de la traición del mundo árabe: con sus líderes soltando discursos
exaltados y prometiendo enviar soldados para salvar a Palestina pero sin tomar medida alguna que
ratificara su retórica. Sin embargo la rutina diaria de aquellos días no se vio interrumpida ni en una
sóla ocasión, así que la amenaza de la llegada de los judíos parecía un maleficio contra el que la
puerta pintada de azul y la Hamsa de cerámica (un amuleto con una mano, colgado en uno de sus
laterales) sería una protección suficiente. Pero en aquel fatídico día los espíritus malignos fueron
más fuertes que cualquier talismán o que los benéficos djinns que pululaban sobre el pueblo para
protegerlo como habían hecho en el pasado: de los cruzados, de Napoleón de otros posibles
invasores que frecuentaban las costas de Palestina con ánimo de conquista, o tratando de redimir
cristianamente la Tierra Santa. Esconderse resultó inútil: Los soldados los encontraron y les
ordenaron salir de sus casas sin excepción alguna. Les llevó varias horas pero los reunieron en la
playa no lejos de donde estaba ahora Fátima reflexionando, cincuenta años después, disfrutando de
los cálidos hoyos que sus pies habían excavado en la suave arena. Los mil campesinos fueron
divididos de inmediato en dos grupos: en uno los hombres y en el otro las mujeres y los niños,
separados unos de otros por unas 100 yardas. Se les ordenó que colocaran las manos detrás del
cuello y se sentaran en círculo con las piernas cruzadas. Fátima vio a uno de sus hermanos, de doce
años, en el grupo de las mujeres, y desde la distancia distinguió a otro de catorce años, considerado
adulto, con los miembros varones de su familia. Fátima tenía el sol enfrente, y cuando empujaron a
los hombres hacia el mar con gritos y patadas, sus siluetas estaban tan veladas que no pudo
distinguir quién de ellos era de su familia quién no. Pero escuchó los tiros ensordecedores y las
ráfagas de las ametralladoras. Después el silencio- que ahora volvía a escuchar en la playa-,
descendió sobre el lugar de los hechos. Y ella echó a correr como la mejor corredora de su clase. No
entendía las maldiciones hebreas proferidas detrás de ella mientras volaba sobre los matorrales
hasta llegar a la vieja escuela, ahora vacía y desolada, en la parte oriental del cementerio.
Temblando de miedo, se acurrucó en lo que debió haber sido el almacén de la escuela y encontró un
pequeño hueco a través del cual podía ver un poco de lo que ocurría fuera. Más tarde supo que los
ruidos que oía eran los de los vehículos que trasladaban a las mujeres y a los niños desde su pueblo
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a otro lugar lejano. Aún así, se negó a abandonar su escondrijo y vio lo que ahora, cincuenta años
después, resultaba tan valioso a los ojos de un impertinente estudiante judío: el amontonamiento de
los cadáveres en dos enormes piras a las que no se prendió fuego. Los cuerpos fueron amontonados
por un grupo de aldeanos, a la mayoría de los cuales no reconoció y a quienes, una vez realizada la
tarea, se les ejecutó y colocó en lo alto del montón. La imagen quedó grabada en su mente y nunca
quiso olvidarla. --- Musalem Awad era el único historiador palestino en activo en Israel que
conservaba un puesto en la universidad. Era, asimismo, el tutor de Yaacov y durante décadas se
había interesado en la catástrofe de 1948 y, en particular, en los crímenes de guerra cometidos en la
zona costera. Sin embargo, él mismo nunca se había atrevido a escribir sobre el asunto y se sentía
incómodo al asignárselo a Yaacov. Musalem era un historiador conservador, que creía en los hechos
irrefutables como material básico para contar la historia del pasado. Creía que esa evidencia se la
había aportado Yaacov. Ahí estaba la documentación explícita sobre las atrocidades que había
estado investigando. Yaacov no había encontrado los documentos en los archivos militares, cuyos
directores eran muy restrictivos sobre ciertos hechos, sino en la casa de su primo. El material era
tan fidedigno que Musalem se obsesionó con él hasta el punto que de forma inconsciente se había
servido de su discípulo como si fuera una extensión de su propia mente. Israel nunca había admitido
las masacres en la zona costera, y la historiografía internacional no las mencionaba. "Aceptémoslo",
diría Musalem, "no existen pruebas irrefutables". Una declaración que le inquietaba ante los menos
profesionales pero más comprometidos políticamente escritores y expertos palestinos que escribían
sobre el pasado. En el pueblo de Fátima, los supervivientes de la masacre - unas pocas mujeres y los
menores de trece años en aquella época- habían declarado a los historiadores palestinos que ellos
sólo habían oído tiros pero no habían llegado a ver muertos y que los autobuses los llevaron al
interior de Jordania donde esperaron en vano reunirse con sus maridos, hijos, primos y amigos.
Fátima no fue en el convoy de autobuses y fue acogida por unos parientes de un pueblo cercano,
donde se refugió una vez que los soldados abandonaron su pueblo y antes de que los colonos judíos
se apoderaran de las casas que quedaban en pie y construyeran su kibbutz, las instalaciones
playeras y el aparcamiento para ocultar el escenario de aquel terrible día. Cuando Yaacov había
leído la mitad del material descubierto en el ático de su primo se dio cuenta que había encontrado
una mina de oro. "Más bien un campo de minas", le replicó su primo Yigal que no podía comprender
la excitación de Yaacov: ¿por qué se preocupaba tanto por un puñado de viejos diarios olvidados por
la mujer de su padre? Su padre había sido oficial de las unidades que ejecutaron las operaciones
militares a lo largo de la costa palestina en mayo de 1948. Una de las anotaciones detallaba los
frenéticos sucesos que terminaron con la masacre de todos los hombres y adolescentes varones del
pueblo de Fátima. Un subcomandante loco, una dura batalla el día anterior y, por encima de todo, la
extraña decisión de los habitantes del pueblo de quedarse y no escapar, como era lo normal en los
centenares de aldeas en las que habían entrado los soldados. El porqué había descrito los hechos en
su diario era algo que no inquietó a Yaacov durante mucho tiempo. El hecho es que estaba allí, que
era ignominioso, incluso "excitante" según le dijo a Yigal, y se apresuró a comunicárselo no sólo a
Musalem sino también a la prensa. El escaso espacio dedicado a la historia fue suficiente para
provocar una extraordinaria cadena de confesiones y testimonios sobre las atrocidades cometidas
por los israelíes durante la guerra de 1948. Se dieron a conocer masacres, relatos de violaciones y
saqueos, y la respuesta oficial israelí, al principio tranquilizadora y condescendiente, pronto se vio
remplazada por la indignación, el pánico y, entre algunos de los círculos israelíes más intelectuales,
el remordimiento. Fue la perspicaz idea de Musalem la que impulsó a Yaacov a buscar consejo legal
palestino con el fin de pedir la exhumación de las fosas comunes en cinco pueblos costeros donde la
misma unidad del ejército parecía haber repetido la masacre del pueblo de Fátima durante los meses
siguientes. Un grupo de abogados jóvenes, profesionales y preparados, elaboró la denuncia y se
aseguró que el mundo conociera lo ocurrido. La negativa inicial se transformó en vergüenza pública.
El Ejército, acostumbrado a tratar a los palestinos mediante la fuerza de las armas, se sintió en
cierta manera indefenso. Ahora todos estaban pendientes de la ciudad santa de Jerusalén, donde el
Tribunal Supremo tenía que resolver sobre el caso. El Tribunal Supremo, siempre actuando como el
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espejo estatal de sus complejos de culpabilidad, ordenó que sólo en uno de los lugares, el pueblo de
Fátima, se llevara a cabo la exhumación y, según lo que allí se descubriera, tomaría otras decisiones
sobre el asunto. Si se comprobaba que las denuncias eran falsas no se llevarían a cabo otras
actuaciones posteriores. Pero si se encontraban las fosas comunes, el Tribunal volvería a reunirse
para debatir sobre las siguientes medidas a tomar. El año 1948 nunca se mostró tan amenazador
para la sociedad judía como en aquellos días de las potenciales exhumaciones- algunos palestinos
llegaron incluso a hablar de resurrección- de las víctimas de las masacres y de los crímenes de
guerra. La Guerra de la Independencia, la Guerra de Liberación: aquella milagrosa guerra
considerada el símbolo del coraje y de la superioridad moral de los judíos, de pronto parecía
impregnada de sospechas y desconcierto. Podría, incluso, presionar a Israel para que aceptara la
responsabilidad por la limpieza étnica en cuyo seno se habían producido aquellos asesinatos, y dar
credibilidad a la exigencia del derecho al retorno, planteado durante años por los millones de
refugiados hacinados en campamentos desde su expulsión en 1948. El nuevo edificio triangular del
Tribunal Supremo israelí le recordaba a Fátima un castillo de los cruzados que había visto en uno de
los muchos álbumes de fotografías que Ali coleccionaba obsesivamente. Se sintió muy impresionada
con la limpieza impoluta y los bien pulidos largos corredores que se entrecruzaban unos con otros en
alarmante multiplicidad. Musalem la llevó sin dudar a la sala C, donde tres distinguidos jueces iban
a resolver el asunto de la exhumación. Aquel día, una extraña mezcolanza de gentes constituía la
audiencia. Ancianos y mujeres como ella, algunos conocidos y otros no, del pueblo estaban apiñados
en los asientos de atrás y parecían desconcertados ante la situación. Otro grupo estaba constituido
por viejos judíos veteranos de la guerra. Para Fátima, le parecían clones de otra persona, del
entonces primer ministro: obesos, con el pelo blanco pero todavía con redondos rostros juveniles. El
resto eran representantes de los medios de comunicación, la mayoría de ellos equipados con la
parafernalia de aparatos de alta tecnología adaptados a las últimas versiones de las autopistas de la
información. La sesión fue sorprendentemente breve, casi todo un récord según las normalmente
lentas ruedas de la maquinaria judicial israelí. El amable y bien parecido abogado, Yussuf al-Jani,
presentó la denuncia. El igualmente bien parecido abogado del Estado le contestó y el presidente de
la Sala, que lo era asimismo del Tribunal Supremo, sugirió: "antes de que todos nos veamos sumidos
en pruebas sin fin e inútilmente largas podríamos encontrar una solución a este complicado asunto."
Musalem y Yaacov parecían confusos. No era lo que esperaban y su sorpresa aumentó cuando el
presidente, en lugar de llamar a declarar a los testigos, pidió a los abogados de ambas partes que se
reunieran con él en su despacho. Fátima se fue despacio hacia la cafetería, donde se vio poco
reconfortada por un trozo de tarta rancia y un café solo. Quince minutos después, se le unieron el
abogado y el profesor. "Buenas noticias", comunicó Musalem, "Van a permitir- en realidad van a
ordenar- la exhumación de las fosas comunes de tu pueblo y si se encuentran los cadáveres entonces
se hará lo mismo con las de los otros lugares." Fátima no sonrió, y Yaacov de pronto comprendió por
qué. --- La casita de Fátima se encontraba justo al final de la cuesta de la vieja colina. La familia de
su marido era la propietaria de todas las casas en aquel rincón. Era una casa sencilla pero muy
acogedora, con la puerta de un blanco inmaculado (Fátima había perdido la confianza en los
protectores amuletos del pasado y ni se había molestado en poner una cerradura adecuada cuando
los delitos se extendieron en una comunidad empobrecida y marginalizada durante años desde que
fue ocupada en 1948.) Yaacov retorció su delgado cuerpo para adaptarlo a una silla que parecía
pensada para niños y no para adultos, pero prefería sentarse allí, como pidiendo perdón por ser
consciente de haberse introducido en el espacio privado de otra persona, y haber provocado unos
recuerdos desagradables del pasado. Estaba impaciente pero sabía que tenía que esperar hasta que
Fátima volviera de la cocina. Miró unos segundos a Ali, pero bajó los ojos y prefirió seguir sentado.
La mesa se había llenado de las ensaladas tradicionales, mucho más ricas que la comida de los
restaurantes "orientales", tal como se denominaba a los restaurantes palestinos en Israel. Fue frugal
con la comida que, por lo general, devoraba glotonamente, y se sentía incapaz de controlar el
movimiento de sus pies. Finalmente, se armó de valor para mirar directamente a los ojos de Fátima:
"He oído la grabación... la única en la que habla usted’. Fátima bajó los ojos. (Ahora viene lo bueno,
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pensó.) "La he oído una y otra vez. Dice usted que amontonaron los cadáveres, pero no afirma en
ningún momento que los enterraran. ¿Hicieron hoyos? ¿Echaron los cuerpos en una fosa común?".
Fátima no contestó. Alí parecía despertar de un sueño o de una siesta: ¿Lo hicieron, mamá? Por
supuesto que no lo hicieron pero ¿por qué tenía ella que revelar su secreto a Yaacov, y qué le
ocurriría a su querido Ali si confesara todo? Las excavadoras sólo necesitaron cinco o diez minutos
para trasladar los cadáveres a los camiones, y Fátima la mejor corredora de su clase, los había
seguido. Corrió durante tres millas y estuvo a punto de desfallecer, pero entonces los vehículos se
detuvieron y las ruidosas excavadoras llegaron detrás. Hicieron enormes hoyos en la tierra y
amontonaron los cadáveres en su interior, allanando la tierra pasando una y otra vez por encima.
Años después, descubrió que ellos habían plantado pinos encima, y que habían bautizado el bosque
con el nombre de la unidad que había ocupado su pueblo y en memoria de sus propias víctimas en el
conflicto. Aquellos pinares se convirtieron en el modelo de las zonas de esparcimiento construidas
sobre los arrasados pueblos palestinos en 1948. Si quisiera podría llevar a Ali y a Yaacov allí ahora
mismo pero ¿por qué habría de hacerlo? Ali tenía la irritante costumbre de leerle el pensamiento.
"Se los llevaron, ¿no? ¿Adónde? ¡Por favor, mamá! Sabía que si hablaba rápidamente en el dialecto
árabe local Yaacov no lo entendería. Estaba, pues, repitiendo a Ali las peores consecuencias que
podrían derivarse de seguir adelante con la historia, cuando Yaacov la interrumpió: "Usted sabe
dónde se encuentran los cadáveres, ¿no es verdad? Ahora hablaba consigo mismo: "el Ejército y el
Tribunal Supremo saben que no están en el cementerio, vendrán mañana, excavarán las tumbas y
dirán que somos unos mentirosos, ¿no se da cuenta? Tenemos que llevar a los periodistas al lugar
donde se encuentran". Pensó en seguir y exponerle el significado histórico, incluso político del
asunto en su conjunto, pero se sentía emocionalmente agotado y miró desesperadamente a Ali para
que le ayudara. ---- No había vuelto a oír aquellos altavoces desde hacía años. La última ocasión, a
principios de los años 1959, cuando los pueblos estaban sometidos en su totalidad a la autoridad
militar, y el jeep circulaba entre los estrechos callejones ordenando que todo el mundo permaneciera
en casa hasta que finalizase el toque de queda. Era la misma voz con acento iraquí que la de
entonces. Incluso antes de Yaacov se echara hacia atrás en el escaso espacio de la silla los altavoces
inundaron el espacio:" Se ordena a todos los ciudadanos que no salgan de sus casas; esto es un
toque de queda y se disparará a cualquiera que se encuentre en la calle." Ali fue el primero en darse
cuenta de lo que ocurría en el exterior de la humilde casa de Fátima: el ejército israelí había rodeado
el pueblo (¿contra Fátima? Probablemente, no sino para asegurarse de que la exhumación no fuera
interrumpida.) Daba la impresión de que estaban dispuestos a que la muy divulgada ceremonia se
llevara a cabo y querían terminarla aquella noche sin que ningún árabe les molestara. No sabían que
Fátima conocía la verdad y estaba aterrorizada. Ali, por su parte, se sentía exultante. Estaba
dispuesto a permanecer un año entero confinado en casa de su madre para llevar después a los
periodistas al lugar verdadero y demostrar la culpabilidad de los israelíes. Fátima, de repente, dio la
impresión de estar decidida. "Está bien. ¡Vayamos ahora mismo!" "No podemos, mamá- Ali se rió
nervioso- hay toque de queda, pero no te preocupes, iremos mañana o la semana que viene, no hay
prisa". "Yo me voy," contestó "Por favor, mamá, ¡no lo hagas!", le suplicó. Pero ella se dirigía ya
hacia la puerta. Ali nunca se habría atrevido a impedírselo a la fuerza pero Yaacov lo intentó. Ella
casi arrolló al delgado estudiante que le impedía la salida y que no constituía un verdadero
obstáculo. Fátima necesitaba acabar con la historia de una vez por todas. Fuera, el aire era frío y
agradable, y Fátima caminaba con pasos seguros, sin mirar atrás y creyendo que los dos jóvenes la
seguían. Pero estaba sola, una única figura que se desplazaba en la oscuridad por la plaza apenas
iluminada del pueblo, cuando escuchó gritos de "Alto o disparo". ¡Ajá!, se dijo sonriendo, "soy la
corredora más rápida de la clase", y tuvo la impresión de que unas alas la elevaban permitiéndole
surcar el aire y escapar de las balas dirigidas contra ella. --- Yaacov no podía participar en la
ceremonia fúnebre y permaneció a cierta distancia del cementerio, apoyado en un pino aislado del
bosquecillo plantado en una pequeña elevación a tres millas del pueblo de Fátima, en memoria de
los bravos soldados que habían liberado Israel.
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*Ilan Pappe es catedrático de la Universidad de Haifa, Departamento de Ciencias Políticas, y
Presidente del Emil Institute for Palestiniana Studies de Haifa. Entre sus libros más importantes
están: The Making of the Arab-Israeli Conflict (London and New York, 1992), The Israel/ Palestine
Question (London and New York, 1999), A History of Modern Palestine (Cambridge 2003), The
Modern Middle East (London and New York 2005) y su último, Ethnic Cleansing of Palestine (2006).
1. N.T. : El autor distingue entre el nombre árabe Yaqub y el hebreo Yaacov Electronic Intifada, 28
de mayo de 2007
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