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La irrupción del Papa argentino
E
l 13 de marzo, luego de la quinta
votación de los 115 cardenales
con poder de voto, el humo blanco
comenzó a salir de la chimenea
del Vaticano, y minutos después el
mundo se anoticiaba de la elección
del primer Papa americano en dos
milenios de catolicismo. Se trata
de Jorge Bergoglio, un argentino
de 76 años que había adoptado el
nombre de Francisco, en referencia
a San Francisco de Asís, el santo de
los pobres. La noticia causó un gran
fervor popular en Argentina, un país
con mayoría teórica del catolicismo
–medida en cantidad de bautizado –
pero en donde los fieles activos de
los diferentes cultos protestantes
compiten palmo a palmo en el
territorio con la Iglesia sostenida por
el Estado argentino.
Residen en América casi la mitad de
los 1.200 millones de católicos que
habría en el mundo, pero cantidad
está en declive. La proporción de
latinoamericanos que se declaran
católicos pasó de 75% a mediados
de los años 90 a cerca de 65%
en 2011, según datos aportados
por Marta Lagos, directora del
estudio de opinión pública regional
Latinobarómetro a BBC. La Iglesia
Universal en Brasil y diferentes
cultos cristianos vienen ganando
terreno entre la feligresía al sur del
Río Bravo.
Bergoglio es también el primer
jesuita en conducir la Iglesia católica,
en una región donde la Compañía
de Jesús fue tan importante como
el de los virreinatos en tiempos de
colonización española, y desde su
primer contacto con la feligresía
buscó mostrar gestos de austeridad
y una reafirmación de la “opción por
los pobres”, aunque deberá además
buscar la manera de evitar nuevos
con escándalos sexuales de curas
católicos, decenas de ellos acusados
de pedofilia, como en el caso del
argentino Jorge Grasi, condenado
en 2009.
La relación del líder religioso con
el gobierno argentino no ha sido
en general de coincidencias. Basta
recordar que en 2009, acompañado
del rabino Sergio Bergman (dirigente
del PRO) y de Hilda González de
Duhalde, entonces senadora del
“peronismo disidente”, Bergoglio
pareció recriminar el eje puesto por
el gobierno en el proceso de verdad
y justicia por las violaciones a los
derechos humanos, y contrapuso
ese interés gubernamental con el de
mejorar la situación de los sectores
de menores ingresos, pasando por
alto las mejoras en los indicadores
sociales registrados en nuestro país.
El ahora Papa dijo entonces: “Los
derechos humanos se violan no
sólo por el terrorismo, la represión,
los asesinatos, sino también por
la existencia de condiciones de
extrema pobreza y de estructuras
económicas injustas que originan
grandes desigualdades”.
La propia actuación de Bergoglio
durante la dictadura, donde la
jerarquía eclesiástica fue en buena
medida cómplice del gobierno
de facto, es también motivo de
controversias. El periodista Horacio
Verbitsky, en su libro El Silencio,
editado en 2005, sostuvo en base
a las declaraciones de cinco curas
y teólogos, que Bergoglio habría
colaborado con el secuestro de los
sacerdotes jesuitas Orlando Yorio
y Francisco Jálics. No obstante,
los delitos fueron investigados
en la
Megacausa ESMA y el
entonces cardenal fue llamado
a declarar en calidad de testigo,
oportunidad en la cual afirmó que
les ofreció “protección” a los curas
si abandonaban su labor social en
barrios humilde, mientras que dijo
que luego del secuestro se reunió
con los represores Jorge Videla y
Emilio Massera, para reclamar su
liberación.
Bergoglio, como la presidenta,
posee formación política peronista,
y de hecho integró la “Guardia de
Hierro” a fines de la década del 60.
Tiene, según el politólogo Marcelo
Gullo un pensamiento estratégico
formado en el “nacionalismo
popular latinoamericano”, y la
Presidenta ha querido aprovechar
esas características del nuevo Papa
para comprometerlo en una gestión
en favor del diálogo con el gobierno
británico para negociar la soberanía
sobre las islas Malvinas.
La presencia de Cristina Fernández
en Roma y su alta exposición
en relación con la asunción del
nuevo pontífice católico quizás
preanuncien una mejora relación
del Estado argentino con el poder
eclesiástico, que fue tensa en la
década del 80 del siglo XIX por las
leyes de matrimonio civil y educación
laica; en el primer peronismo por
la del divorcio y la separación de la
Iglesia y el Estado; y en los últimos
años por el “matrimonio igualitario”
y otras cuestiones políticas y
sociales, mientras que fue cordial
y armoniosa en la década del 30
del siglo XX y en la mayoría de los
gobiernos de facto. Parece difícil,
no obstante esos antecedentes,
que la mejor relación implique un
giro conservador al proceso de
transformaciones en curso.m
Especial Iglesia & Estado
1
La Iglesia Católica y el Estado
Especial Iglesia & Estado / Abril 2013
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2
EspEcial iglEsia & Estado
Una relación institucional con
luces y sombras
Por Antonio Salviolo *
P
ara entender la importancia
de la relación institucional
entre la Iglesia Católica y el
Estado argentino hay que partir
de que nuestra Carta Magna,
que establece: “El gobierno
federal sostiene el culto católico,
apostólico y romano”, con lo cual
más allá de la libertad de cultos
reconocida en el artículo catorce
de nuestro texto constitucional,
la Iglesia Católica goza en la
Argentina de una posición
privilegiada a la que no acceden las
otras iglesias o cultos reconocidos
legalmente.
Esta jerarquía supralegal se ve
reforzada con la definición que
trae nuestro Código Civil, recordar
que fue sancionado a libro cerrado
por el Congreso Nacional en 1869,
acerca de las personas jurídicas en
su artículo 33 cuando prescribe:
“Las personas jurídicas pueden
ser de carácter público o privado.
Tiene carácter público:3) La Iglesia
Católica…”
Vemos acá como desde los
albores de nuestra juridicidad
constitucional la Iglesia Católica
gozó y sigue gozando una posición
de preeminencia que contradice
la esencia de un Estado Laico
como es o debería ser la República
Argentina en toda su cabalidad.
En este derrotero histórico, político
e institucional, corresponde señalar
siguiendo un hilo cronológico,
que la primera gran cuestión que
enfrentó a la Iglesia Católica con
los poderes públicos del Estado
fue la sanción el 8 de julio de 1884,
durante la primera presidencia de
Julio Argentino Roca, de la primera
ley de educación universal,
obligatoria, gratuita y laica, Ley
1420 (dos años después del Primer
Congreso Pedagógico Nacional de
1882) y la Ley de Matrimonio Civil
2393 sancionada en el año 1888.u
Laicicismo educativo
La Ley 1420, iniciativa de Domingo
Faustino Sarmiento, entonces
Director del Consejo Nacional de
Educación, significó un adelanto
notable para el proceso de
alfabetización del país que recién
se iniciaba y necesitaba de un
impulso estatal que elevara a la
categoría de Política de Estado a
la Educación gratuita, mixta, laica,
universal y obligatoria. Por otra
parte, en una Argentina donde a la
mujer se la confinaba a las tareas
domésticas era un verdadero logro
anticipatorio del reconocimiento
de otros derechos de las mujeres
abrirles las puertas para su
ingreso, permanencia y egreso
del sistema educativo. La sanción
de la Ley 1420 no estuvo exenta
de críticas y oposiciones de parte
de la Iglesia Católica Argentina de
quienes militaban en el llamado
“catolicismo social”.
En efecto, la primera campaña
contra la ley de educación
común provino de Monseñor
Matera, Nuncio Papal en el país,
quien previno sobre los “efectos
malignos” que iba a generar la
norma legal educativa. La lucha
se inició en Córdoba, cuando en
1884 se estableció en la ciudad
capital la primera Escuela Normal
con instrucción laica. Un sacerdote
cordobés el canónigo Clara y otros
clérigos lanzaron furiosos anatemas
contra la ley y pretendieron
vanamente su derogación, atizados
en el fuego interno opositor por
el Nuncio Mattera. Felizmente, la
rápida intervén del Ministro del
Interior de Roca, Eduardo Wilde,
conjuró la asonada levantisca y
exigió una rectificación personal
de Monseñor Mattera, quien optó
por dar explicaciones y disculpas
al Presidente Roca a través de una
carta privada.
Cuando todavía no se habían
apagado los fuegos opositores a
la Ley 1420, que contó entre sus
detractores más furibundos con
notables oradores y pensadores
católicos, como Pedro Goyena, José
Manuel Estrada y Tristán Achaval
Rodríguez, Navarro Viola Y Emilio
Lamarca; de ese rescoldo caliente
salieron las nuevas voces críticas
a otra de las denominadas leyes
laicas, esto es la ley 2393 del año
1888 que modificó el Código Civil,
estableciendo el Matrimonio Civil en
la República Argentina.u
Matrimonio civil
Antes de la sanción del Código
Civil Argentino en el año 1869, el
matrimonio en nuestro país tenía
carácter religioso y se regía por
las normas de la época colonial,
semejantes a las de la legislación
española.
A partir de la entrada en vigencia
del Código Civil, se regularon
los derechos personales en las
relaciones de familia, aunque
continuó dándose al matrimonio el
carácter de religioso, monogámico
e
indisoluble,
estableciéndose
que
su
celebración
debía
efectuarse conforme los cánones
y solemnidades establecidos por
la Iglesia Católica, prescribiendo
que los que no fueran católicos,
debían inscribir los matrimonios
o comuniones religiosas a las que
pertenecieren.
Un país que abría sus puertas a
la inmigración de todas partes
del mundo, especialmente a la
proveniente de Europa, no podía
establecer un cerrojo obligatorio a
quienes venían a poblar la Argentina
y no profesaban la fe católica o
ninguna otra. Si “gobernar es
poblar”, como sostenía Alberdi,
ningún gobierno laico de la llamada
generación del 80, podía demorar
más la consagración de la institución
del matrimonio civil que por ser
una institución de orden público
no era de carácter supletorio de la
voluntad de las partes y regulaba no
solo las relaciones personales entre
cónyuges sino que legislaba sobre el
derecho de familia, que hacía en su
conjunto a un elemento constitutivo
del Estado que es la población.
No era fácil en un contexto social
y político donde la Iglesia Católica
gozaba de enorme preeminencia
sancionar una nueva ley laica e
igualitaria. Ello no obstante le cupo
al entonces Presidente de la Nación,
Miguel Juárez Celman, presentar
para su tratamiento en el Congreso
de la Nación la ley 2393 que
instituyó el matrimonio civil, que
establecía que podía celebrarse el
matrimonio conforme los dictados
de la conciencia de cada uno de los
contrayentes, pero el casamiento
solo producía efectos civiles, una
vez anotado éste en los registros
públicos creados de conformidad
con las leyes de la república,
y aquellos que solo querían
contraer matrimonio civil debían
directamente presentarse ante los
registros civiles correspondientes
y cumplir con los requisitos legales
para quedar así legitimados como
marido y mujer ante la ley civil del
país.
La Ley 2393 fue sancionada el 2 de
noviembre de 1888 y promulgada el
11 de noviembre de ese mismo año.
La reforma legislativa significó una
pérdida importante de poder para
la Iglesia Católica sobre la institución
matrimonial y por ello los defensores
del catolicismo se opusieron a ella y
bregaron por su derogación, cosa
que felizmente no consiguieron.
Si bien la ley de matrimonio civil
permitía la separación personal de
cuerpos y bienes a través un procedimiento judicial que regulaba
las relaciones de familia tales como
régimen de alimentos para el cónyuge inocente y los hijos, como así
también el tema de la división de los
bienes que integraban la sociedad
conyugal, esta separación, mal llamada “divorcio”, no habilitaba a los
separados a contraer nuevas nupcias, con lo que se perdía la aptitud
nupcial.u
Iglesia y peronismo
En la Argentina el debate sobre la
necesidad de introducir el divorcio vincular no era nueva, y desde
comienzos del siglo XX hubieron
varios proyectos legislativos de distinto orden destinados a instituir
esta posibilidad legal de separación
y capacidad para contraer nuevas
nupcias, pero ninguno de ellos tuvo
finalmente consagración legal.
Así las cosas y cuando la relación entre la Iglesia Católica Argentina y el
gobierno de Juan Domingo Perón
Especial Iglesia & Estado
3
atravesaba una etapa de dificultades
y tirantez institucional, aparece casi
subrepticiamente en una ley que
regulaba el Régimen de Menores
y Bien de Familia, legislando sobre
supuestos tales como la ausencia
con presunción de fallecimiento. El
divorcio vincula en el país encaballado en el artículo 31 de la ley 14394,
sancionada el 14/12/54 y promulgada
el 22/12/54 y publicada en el Boletín
Oficial el 30/12/54
También, transcurrido un año de la
sentencia que declaro el divorcio,
cualquiera de los cónyuges podrá
presentarse al juez que la dicto
pidiendo que se declare disuelto
el vínculo matrimonial, si con
anterioridad ambos cónyuges no
hubieren manifestado por escrito
al juzgado que se han reconciliado.
El juez hará la declaración sin más
trámite ajustándose a las constancias
de los autos. Esta declaración
autoriza a ambos cónyuges a
contraer nuevas nupcias. Cuando
el divorcio se hubiere declarado
con anterioridad a esta ley, el
derecho a que se refiere el apartado
precedente, podrá hacerse valer
a partir de los noventa días de la
vigencia de la misma y siempre que
hubiese transcurrido un año desde
la sentencia.
Esta novedosa introducción de
potestad divorcista con disolución
del vínculo y rehabilitación nupcial
rigió, pese a la férrea oposición
de la Iglesia Católica hasta que la
llamada Revolución Libertadora
mediante el Decreto-Ley 4070 del
año 1956, decretó la suspensión
de mencionado artículo pero
solamente en la parte referida la
divorcio vincular y la recuperación de
la aptitud nupcial. Esta suspensión,
un verdadero dislate jurídico rigió
hasta que la ley 23515 que introdujo
el divorcio vincular en la Argentina
derogó el mencionado decretoley.u
Laica y libre
Cuando parecía que las relaciones
institucionales entre la Iglesia
4
Especial Iglesia & Estado
Católica y el Estado transitarían un
período indefinido de excelente
vinculación y respeto institucional
aparece un nuevo frente de
tormenta en el horizonte de la
convivencia política que para
su fácil identificación podemos
denominar el debate entre “laica
y libre “acaecido en el año 1958
en los albores de la presidencia
constitucional de Arturo Frondizi,
siendo ministro de educación el
Doctor Mc Kay y subsecretario de la
cartera el entonces joven profesor
Antonio Salonia
En diciembre de 1955, el gobierno
de la Revolución Libertadora,
encabezado
por
el
General
Aramburu y el Almirante Rojas,
dictó un decreto-ley6403 sobre
la Organización de las universidades
nacionales. Marcaba las pautas a
seguir durante ese nuevo período
transitorio hacia la normalización de
la vida universitaria, prometiendo
el respeto de la autonomía, la
libertad de cátedra y el cogobierno,
exigiendo a cambio la exclusión de
los claustros de quienes hubieran
colaborado con el gobierno
peronista. El decreto reflejaba de
esta manera la firme intención del
gobierno de “desperonizar” el
Estado y la sociedad argentina.
Pero fue el artículo 28 de esta norma
el que abriría una nueva zona de
turbulencias y enfrentamiento entre
la jerarquía episcopal argentina y la
sociedad civil o por lo menos con
vastos sectores de ella, ya que la
mentada norma establecía que
“...la iniciativa privada puede crear
universidades libres que estarán
capacitadas para expedir diplomas
y títulos habilitantes siempre que se
sometan a las condiciones expuestas
por una reglamentación que se
dictará oportunamente”. Hasta ese
momento del devenir histórico,
ninguna ley argentina prohibía
el establecimiento de institutos
y universidades privadas y, de
hecho, ya existían varios en el país;
pero el otorgamiento de títulos
profesionales habilitantes era una
atribución exclusiva del Estado.” De
esta manera, el artículo 28 introducía
una gran innovación que favorecía
indudablemente la promoción de
las universidades privadas en su
competencia con las estatales.
Expresando su repudio, distintas
organizaciones
estudiantiles,
identificadas mayoritariamente con
las banderas de la Reforma de 1918,
salieron a la calle y manifestaron
públicamente su oposición al
decreto y a ese artículo en especial,
por considerarlo como un ataque a
la tradición universitaria argentina :
laica, estatal y democrática.
Asimismo se pedía al gobierno la
renuncia de Atilio Dell ‘Oro Maini,
Ministro de Educación, promotor de
esta iniciativa y figura repudiada por
el movimiento reformista por estar
ligado a sectores clericales. Ante
esta situación, el gobierno decidió
estudiar el problema en profundidad
y al ver que las opiniones dentro
de su propio seno se encontraban
divididas, relegó la reglamentación
del artículo 28 y desplazó a Dell ‘Oro
Maini, con lo que la cuestión pareció
liquidada en mayo de 1956.”
Sin embargo, la cuestión no quedó
saldada y resurgió dos años más
tarde, en 1958, de la mano del
Doctor Arturo Frondizi. Con el
objeto de diversificar la oferta
educacional, especialmente en la
formación de técnicos, Frondizi
buscaba promover la apertura
de nuevos centros de enseñanza
superior fuera de la órbita estatal.
Con esta intención, el 26 de agosto
de 1958 anunció ante la prensa que
el gobierno estaba estudiando los
medios jurídicos para hacer efectiva
la aplicación del principio de libertad
de enseñanza, consagrado en el
artículo 14 de nuestra Constitución,
en el ámbito universitario.
La repercusión fue inmediata,
dado que la vaguedad del anuncio
presidencial llevaba a prejuzgar que
ahora sí se reglamentaría el artículo
28. Pero el movimiento universitario
nacional no se encontraba en las
mismas condiciones que en 1955,
cuando había luchado contra
este problema por primera vez.
Desde entonces, habían ido
consolidándose las diferencias entre
los “reformistas”: se veía en 1958
una clara división entre los sectores
más antiperonistas y las corrientes
de izquierda, que condenaban la
política revanchista que se llevaba
contra el peronismo en todos los
planos. La correlación de fuerzas
dentro de la dirigencia estudiantil
en general y de la FUA en particular,
comenzó a ser favorable a estas
últimas tendencias conformadas por
independientes, algunos radicales,
socialistas, del Movimiento de
Liberación Nacional y comunistas.
Compartían, a grandes rasgos, un
ideario popular y nacional, que
consistía en la reforma agraria, la
nacionalización de los monopolios y
las fuentes de energía, la autonomía
y el gobierno tripartito en la
universidad, con carácter igualitario,
la enseñanza laica y la facultad
inalienable del Estado a través de
sus universidades para otorgar
títulos habilitantes.
Paralelamente, habían empezado
a organizarse agrupaciones noreformistas, que se adscribían en
la corriente del “apoliticismo”.
Esta postura procuraba separar las
reivindicaciones pedagógicas de
los contenidos político-ideológicos
impulsados por los sectores
estudiantiles dominantes en la
universidad. Aun así, sus dirigentes
se identificaban con las corrientes
católicas o nacionales, y también
eran firmemente antiperonistas.
Fueron estas agrupaciones las
que
apoyaron
abiertamente
la iniciativa gubernamental de
promover la enseñanza libre y se
vieron enfrentadas al resto del
movimiento universitario nacional,
que encabezado por la FUA se lanzó
a la defensa de la enseñanza laica.
Si bien la antinomia que desató
este enfrentamiento trascendió
como LAICA o LIBRE, al recurrir a los
argumentos de fondo, podremos
observar que si bien la antinomia
que desató este enfrentamiento
trascendió como LAICA o LIBRE, al
recurrir a los argumentos de
fondo, podremos observar que
lo que verdaderamente estaba
en pugna era la hegemonía de las
universidades estatales sobre las
privadas en materia de formación
profesional y la igualdad de
derechos de universidades estatales
y privadas en ese campo.
El choque entre partidarios de ambas
posiciones se extendió a todas las
universidades del país y a numerosas
escuelas secundarias. Los sectores
reformistas que enarbolaron la
bandera de LAICA eran mayoritarios
dentro del movimiento universitario
y contaron con la adhesión de
amplios sectores de estudiantes
secundarios, profesores, padres,
sindicalistas y de las mismas
autoridades de las universidades
nacionales. Buscaban la derogación
del artículo 28 y la sanción de
una nueva ley universitaria que
mantuviera el monopolio estatal
en el otorgamiento de títulos
profesionales, y con este objetivo se
realizaron huelgas, junta de firmas
adherentes, ocupación de facultades
y asombrosas movilizaciones, la
mayor de las cuales tuvo lugar el 19
de septiembre frente al Congreso
donde se debatía el proyecto.
El enfrentamiento en las calles llegó
hasta los extremos de la violencia,
dejando un saldo notable de heridos
en distintos lugares del país. En
los focos de mayor agitación, el
gobierno nacional o local, recurrió
a la policía montada para disolver
manifestaciones de estudiantes
utilizando gases lacrimógenos.
Escenas similares se repetían cuando
eran desocupados por la fuerza las
facultades y los colegios secundarios
tomados por los laicistas, y se
rompían las huelgas estudiantiles
en ciudades como Córdoba y Capital
Federal.
Pero el 30 de septiembre, el
combatido artículo 28, frases
más, frases menos, en esencia,
se convirtió en la ley 14557 y la
situación se agravó, porque el
gobierno, luego de su triunfo en
el Congreso, endureció su actitud
decretando, por el término de 30
días, la prohibición de reuniones o
manifestaciones en público, con lo
que aumentó la represión policial.u
Ley de divorcio
Una nueva tormenta institucional
entre Iglesia Católica y Estado
comienza a perfilarse a partir de
la asunción de Raúl Alfonsín a la
Presidencia. Hay que recordar que
la Iglesia entraba a convivir con las
instituciones de la Constitución
Nacional después de la larga noche
de terror de la dictadura militar
encarnada bajo el pomposo nombre
de Proceso de Reorganización
Nacional y que en realidad encubrió
el gobierno de facto más genocida
en toda la historia argentina. La
jerarquía “no entra blanqueada”
a esta nueva etapa democrática.
Pesa sobre ella su connivencia con
los jerarcas del Proceso, su silencio
ante la aberrante práctica de la
desaparición forzada de personas
Especial Iglesia & Estado
5
para hacerlas desaparecer y
matarlas con procedimientos tales
como “los vuelos de la muerte”,
su falta de coraje para denunciar
los crímenes aberrantes de la
dictadura y callar complaciente ante
asesinatos como los de Monseñor
Angelelli, Monseñor Ponce de León,
la matanza de los curas palotinos,la
defensa de la dictadura y de su
métodos hechos por los capellanes o
vicarios de la Fuerzas Armadas tales
como los Monseñores, Bonamín.
Tórtolo y Medina. Solo una pequeña
cantidad de religiosos, religiosas
y obispos tuvieron la valentía de
denunciar los crímenes de los
militares genocidas procesistas y
alzarse contra el resignado silencio
de las jerarquías religiosas. Ejemplos
fueron Monseñores como De
Nevares, Hessayne, Devoto, Novak,
por citar solo algunos, o la Hermana
Pelloni.
En términos generales nunca
fueron buenas las relaciones
históricamente hablando entre el
Radicalismo y la Iglesia Católica
argentina, y el gobierno de Alfonsín
no desentonó con ello. A la famosa
réplica hecha desde el púlpito de la
Iglesia Castrense Stella Maris por el
Presidente Alfonsín contestando las
críticas infundadas y desmedidas
del Vicario castrense, se sucedió
rápidamente la virulenta campaña
eclesial cuando el gobierno
constitucional de entonces remite al
6
EspEcial iglEsia & Estado
Honorable Congreso de la Nación el
Proyecto de Reformas al Régimen de
Familia y del Matrimonio establecido
en el Código Civil, que entre otras
importantes reformas instituía lo
que era para la Iglesia un crimen
casi imperdonable y que era y es el
divorcio vincular con la posibilidad
de contraer los divorciados nupcias.
Si bien el Argentina ya había habido
claros ejemplos judiciales que
distintos litigantes que pretendían
soslayar la prohibición legal del
divorcio vincular planteando la
inconstitucionalidad de la ley de
matrimonio civil, faltaba todavía la
consagración legal.
A esta altura no debe el autor de
esta colaboración disimular que
unos de los primeros abogados
que planteamos en sede judicial la
inconstitucionalidad de los artículos
64 y 81 de la ley 2393 fuimos los
Doctores Horacio Jorge Sueldo y
Antonio P.F. Lamentablemente
nuestro planteo judicial no fue
receptado ni en Primera ni en
Segunda Instancia, pero ello no
obstante poco tiempo después, en
noviembre de 1986, la Corte Suprema
de Justicia de la Nación en la causa
“Sejean contra Zaks de Sejean s/
divorcio por tres votos contra dos,
declaró la inconstitucionalidad del
artículo 64 de la ley de matrimonio
civil, reconociendo así el derecho
de los divorciados de poder casarse
nuevamente.
Como todo llega y el derecho es y
debe ser un reflejo de la realidad
social, política, económica e
institucional de la sociedad en un
tiempo determinado de su devenir
histórico, después de resistir a
pie firme todos los embates de la
cúpula jerárquica de la Iglesia donde
se recordará el papel opositor del
Monseñor Ogñeñovich, Arzobispo
de Luján-Mercedes y del Cardenal
Aramburú, el Honorable Congreso
de la Nación sancionó con fuerza de
ley el 3 de junio de 1987 la ley 23515
que instituyó el divorcio vincular en
la república, además de introducir
importantes reformas al régimen de
familia y de menores.u
Matrimonio igualitario
Tal vez en este histórico “paseo”
por la conflictivas relaciones entre
Iglesia Católica y Estado en la
Argentina reste agregar que el
último punto ríspido de discusión
entre estos actores haya sido la ley
26618 que estableció el matrimonio
igualitario en el país o la facultad
de contraer nupcias entre personas
del mismo sexo y que por supuesto
mereció el repudio y rechazo de la
jerarquía católica, pero hoy que rige
sin cortapisas en todo el territorio
nacional y los argentinos/as
podemos vanagloriarnos de haber
sido los primeros latinoamericanos
que pudimos gozar de este nuevo
derecho.
Como podrá advertirse, no ha
sido fácil la convivencia entre los
Poderes Públicos del Estado y la
Iglesia Católica Argentina a lo largo
de nuestra vida institucional, porque
la Iglesia además de su mandato
religiosos es un factor de gravitante
poder en la estructura política
e institucional de la República,
con quien deben mantenerse la
mejor de las relaciones posibles,
pero nunca transigir en que se
adopte lo que ella sugiere o
propone cuando tal sugerencia o
propuesta conlleva legislar desde
el dogma católico, respetable por
cierto como todas la religiones,
y no desde la institucionalidad
democrática participativa y plural
que cobija a todos los argentinos/
as desde nuestro único programa de
convivencia que es la Constitución
Nacional.m
*Abogado. Ex Director General de
Cultura y Educación bonaerense
El pensamiento geopolítico del Papa Francisco
Nacionalismo popular
latinoamericano y religión
Por Marcelo Gullo*
L
a decisión de la Iglesia Católica de designar al Cardenal
Jorge Bergoglio como Papa, constituye, sin lugar
a dudas, un acontecimiento epocal. Es una decisión
extraordinaria tanto, desde el punto de vista religioso
como político. Decisión que pone a todo analista de
la política internacional frena a la ineludible necesidad
de conocer el pensamiento geopolítico profundo del
hombre que conducirá los destinos de uno de los más
importantes actores del gran tablero de la geopolítica
mundial.
Al respecto, la gran novedad histórica es que, el
pensamiento geopolítico del nuevo Gran Timonel de la
Barca de San Pedro encuentra sus raíces, más profundas,
en el nacionalismo popular latinoamericano de Manuel
Ugarte[1], José Vasconcelos[2], Juan Domingo Perón y
Alberto Methol Ferré. El pensamiento político de Jorge
Bergoglio se formó, desde su juventud, en la doctrina
peronista y, en la frecuente lectura de los artículos y
libros – como él mismo lo manifestara públicamente
en reiteradas ocasiones – del ensayista montevideano
Alberto Methol Ferre. Conformado de esa manera, el
pensamiento geopolítico del Papa Francisco – tal como
él mismo lo expresara cuando era Obispo de Buenos
Aires, en reiteradas ocasiones – gira en torno a la “idea
fuerza” de la construcción de la Unidad de la América
del Sur en el marco de un mundo multipolar que logre
frenar la “…concepción imperial de la globalización”[3]
sostenida por el mundo anglosajón.
El Papa Francisco es perfectamente consciente de
que, en el viejo continente, hace tiempo que Dios ha
muerto, que los templos dejaron de ser los lugares de
Fe -para convertirse en sitios de paso turístico o simples
museos- que las únicas catedrales son los bancos y que,
los únicos valores que cuentan son los que se cotizan
en la bolsa de Londres o Frankfurt y de que la única
búsqueda de hombres y mujeres “posmodernos”, es
la de un decadente hedonismo, vendido procazmente
como fruto de la “evolución de los tiempos” cuando,
en realidad, se trata de una mera forma de expresión
de la ausencia de valores reales y es fruto de la acción
de oscuros poderes a los que cada vez les cuesta menos
dominar a los hombres “distraídos” de lo esencial y,
consecuentemente, cada vez “más manipulables y
carentes de libertad”. De esa apreciación de la realidad,
el Papa Francisco extrae una premisa fundamental que
constituye la piedra angular de todo su pensamiento
religioso y geopolítico: en el siglo XXI “el destino de los
pueblos latinoamericanos y el destino de la catolicidad
están íntimamente vinculados.”[4]u
“Solos no iremos a ninguna parte”
De los numerosos escritos del Cardenal Jorge Luis
Bergoglio el más importante, desde el punto de vista
geopolítico es, sin lugar a dudas, el prólogo que, en
abril del año 2005, escribiera para el libro del ensayista
uruguayo Guzmán Carriquiry titulado: “Una apuesta por
América Latina”.
Resulta entonces imprescindible analizar y transcribir
las partes más sustanciales de dicho escrito para poder
avizorar los tiempos geopolíticos “ por venir”. Es en
dicho prólogo que, el Cardenal Bergoglio desarrolla
explícitamente la idea ugartiana de la Patria Grande e,
implícitamente, la idea peronista de la necesidad de
una tercera posición entre el comunismo totalitario y el
capitalismo salvaje. Al respecto, afirma Bergoglio: “Poco
tiempo después del derrumbe del imperio totalitario
del ‘socialismo real’…el resurgido recetario neoliberal
del capitalismo vencedor, alimentado por la utopía del
mercado autorregulado, demostraba también todas sus
contradicciones.”[5]
Si es esa, la circunstancia ideológica en que se
desenvuelve la vida de las naciones importa resaltar,
según el Cardenal Bergoglio, también que: “En las
próximas dos décadas América Latina se jugará el
protagonismo en las grandes batalla que se perfilan
en el siglo XXI y su lugar en el nuevo orden mundial en
ciernes.”[6]
En ese nuevo orden en ciernes -destaca el Cardenal
Bergoglio- la única posibilidad que tienen los países
latinoamericanos de alcanzar el desarrollo económico
y la autonomía política pasa, inevitablemente, por la
construcción de una Patria Grande Latinoamericana. Es
por eso que afirma: “Ante todo se trata de recorrer las
vías de la integración hacia la configuración de la Unión
Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos,
separados, contamos muy poco y no iremos a ninguna
parte. Sería callejón sin salida que nos condenaría como
segmentos marginales, empobrecidos y dependientes
de los grandes poderes mundiales.” [7]
El Cardenal Bergoglio continúa su análisis afirmando que,
ante un escenario internacional que se presenta como
dramático, América Latina debe, desde un realismo
pragmático – aunque sin olvidar o traicionar sus ideales
y raíces culturales -, elaborar “un nuevo paradigma de
desarrollo autosostenido”. El pensamiento del Cardenal
Bergoglio es un pensamiento basado en el realismo
político y por precisamente por ello importa resaltar
que, el Cardenal Bergoglio es perfectamente consciente
del escaso margen de maniobra que, en el actual
escenario internacional, tiene América Latina para llevar
adelante una política tendiente a lograr la Justicia Social,
Especial Iglesia & Estado
7
la Soberanía Política y la Independencia Económica.
Es, en tal sentido que afirma: “América Latina puede y
tiene que confrontarse, desde sus propios intereses e
ideales, con las exigencias y retos de la globalización
y los nuevos escenarios de la dramática convivencia
mundial. A la vez, América Latina necesita explorar, con
buena dosis de realismo pragmático – impuesto también
por su propia vulnerabilidad y escasos márgenes de
maniobra – nuevos paradigmas de desarrollo que sean
capaces de suscitar una gama programática de acciones,
un crecimiento económico autosostenido, significativo y
persistente; un combate contra la pobreza y por mayor
equidad en una región que cuenta con el lamentable
primado de las mayores desigualdades sociales en
todo el planeta.”[8] Pero, sagazmente, a continuación,
advierte Bergoglio: “Nada de sólido y duradero podrá
obtenerse si no viene forjado a través de una vasta tarea
de educación, movilización y participación constructiva
de los pueblos.” [9]u
Ni totalitarismo ni ultraliberalismo
El Cardenal Bergoglio avanza en su largo razonamiento
geopolítico reafirmando que, el desafió de lograr
la Unidad Política de la Patria Grande y la Justicia
Social para sus pueblos, no podrá, jamás, lograrse ni
resucitando anacrónicamente al socialismo totalitario.
ni aceptando la propuesta imperial del ultraliberalismo
individualista:“Los ingentes problemas y desafíos de
la realidad latinoamericana no se pueden afrontar ni
resolver reproponiendo viejas actitudes ideológicas
tan anacrónicas como dañinas o propagando
decadentes subproductos culturales del ultraliberalismo
individualista y del hedonismo consumista de la sociedad
del espectáculo.”[10]u
Las dos caras del colonialismo
Bergoglio culmina su extenso y sesudo razonamiento
geopolítico afirmando que, la solidez cultural de la
América Latina – sin la cual no puede construirse ningún
proyecto político realmente fuerte y realmente liberador
de la dependencia- “es un patrimonio sujeto a una fuerte
agresión y erosión.”[11]
Para el Cardenal Bergoglio, no cabe duda alguna que,
la cultura del gran “pueblo continente”[12] – que se
extiende desde el Río Grande a la Tierra del Fuego -, se
encuentra asediada por dos corrientes del pensamiento
débil que constituyen, en realidad -más allá de los
disfraces y las máscaras – las dos caras de una misma
moneda: “el colonialismo cultural de los imperios.”[13]
En ese sentido, Bergoglio afirma: “Llama la atención
constatar cómo la solidez de la cultura de los
pueblos americanos está amenazada y debilitada
fundamentalmente por dos corrientes del pensamiento
débil. Una que podríamos llamar la concepción imperial
de la globalización (según la cual), todos los pueblos
deberían fusionarse en una uniformidad que anula la
tensión entre las particularidades…Esta globalización –
aclara el Cardenal Bergoglio – constituye el totalitarismo
más peligroso de la posmodernidad…La otra corriente
amenazante es la que, en jerga cotidiana, podríamos
llamar el ‘progresismo adolescente’. Este ´progresismo
adolescente` configura el colonialismo cultural de los
imperios y tiene relación con una concepción de la
laicidad del Estado que más bien es laicismo militante.
Estas dos posturas– continua el Cardenal Bergoglio
- constituyen insidias antipopulares, antinacionales,
antilatinoamericanas, aunque se disfracen, a veces, con
máscaras progresistas.” [14]m
[1] Manuel Ugarte afirma en su obra, “El porvenir de la América Española”, los siguientes conceptos: “Contemplemos el mapa de la América Latina. Lo
que primero resalta a los ojos es el contraste entre la unidad de los anglosajones, reunidos con toda la autonomía que implica un régimen eminentemente
federal, bajo una sola bandera, en una nación única, y el desmigajamiento de los latinos, fraccionados en veinte naciones, unas veces indiferentes entre
sí y otras hostiles. Ante la tela pintada que representa el Nuevo Mundo es imposible evitar la comparación. Si la América del Norte, después del empuje
de 1775, hubiera sancionado la dispersión de sus fragmentos para formar repúblicas independientes; si Georgia, Maryland, Rhode Island, Nueva York,
Nueva Jersey, Connecticut, Nueva Hampshire, Maine, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Pennsilvania se hubieran erigido en naciones autónomas
¿comprobaríamos el progreso inverosímil que es la distintiva de los yanquis? Lo que lo ha facilitado es la unión de las trece jurisdicciones coloniales que se
separaron de Inglaterra, jurisdicciones que estaban lejos de presentar la homogeneidad que advertimos entre las que se separaron de España. Este, es el
punto de arranque de la superioridad anglosajona, en el Nuevo Mundo. A pesar de la Guerra de Secesión el interés supremo se sobrepuso, en el Norte, a
las conveniencias regionales y un pueblo entero se lanzó al asalto de las cimas, mientras en el Sur, subdividíamos el esfuerzo deslumbrados por apetitos y
libertades teóricas que nos tenían que adormecer”. UGARTE, Manuel, El porvenir de la América Española, Valencia, Ed. F Sempere, 1911, p 110.
[2] Significativamente José Vasconcelos en 1923 en ocasión del discurso que pronunció en la Facultad de Humanidades de Santiago de Chile, el día en
que se le concedió el grado de profesor honorario, sostuvo:“Yo veo la bandera iberoamericana flotando una misma en el Brasil y en Méjico, en el Perú y
la Argentina, en Chile y el Ecuador, y me siento en esta Universidad de Santiago, tan cargado de responsabilidades con el presente, como si aquí mismo
hubiera pasado todos mis años.”Claridad, Lima, Año 1, n°. 1, mayo, 1923, p. 2.
[3]. BERGOGLIO, Jorge, prólogo del libro Una apuesta por América Latina de Guzmán Carriquiry, Bs. As, Ed. Sudamericana, 2005, p. 10.
[4]. Ibíd., p. 10.
[5]. Ibíd., p. 7.
[6]. Ibíd., p. 8.
[7]. Ibíd., p. 8.
[8]. Ibíd., págs. 8 y 9.
[9]. Ibíd., p. 9.
[10]. Ibíd., p. 10.
[11]. Ibíd., p. 10.
[12]. El concepto de “pueblo continente” fue expresado, por primera vez, por el pensador peruano Antenor Orrego – de enorme cercanía, política e intelectual
con el gran líder político Víctor Raúl Haya de la Torre. “De París a Berlín o a Londres, -afirma Antenor Orrego- hay más distancia sicológica que de México a
Buenos Aires, y hay más extensión histórica, política y etnológica que entre el Río Bravo y el Cabo de Hornos. Mientras en Europa, la frontera es , hasta cierto
punto, natural, porque obedece a un determinado sistema orgánico y biológico, en América Latina es una simple convención jurídica, una mera delimitación
caprichosa que no se ajusta ni a las conveniencias y necesidades políticas, ni a las realidades espirituales y económicas de los Estados. Mientras en
Europa, con frecuencia, los pueblos originan y construyen los Estados, en América, el pueblo es una gran unidad y los Estados son meras circunscripciones
artificiales. Mientras pueblo y Estado en Europa son casi sinónimos porque hacen referencia a las mismas realidades, porque éste es la traducción política y
jurídica del estado económico, físico y anímico de aquel, en América latina pueblo y Estado tienen un sentido diferente y, a veces, hasta antagónico, porque
Estado es una simple delimitación o convención que no designa una parcela substancial de la realidad…Las diferencias entre los pueblos de Indoamérica
son tan mínimas y tenues que no logran nunca constituir individualidades separadas, como en el Viejo Mundo. De norte a sur los hombres tienen el mismo
pulso y la misma acentuación vitales. Constituyen en realidad, un solo pueblo unitario de carácter típico, específico, general y ecuménico…Somos, pues,
los indoamericanos, el primer PUEBLO-CONTINENTE de la historia y nuestro patriotismo y nacionalismo tienen que ser un patriotismo y un nacionalismo
continentales.” ORREGO, Antenor, Pueblo Continente. Ensayos para una interpretación de la América Latina, Buenos Aires, Ed. Continente, 1957, págs.
73 a 75
[13]. BERGOGLIO, Jorge, Op.Cit. p. 10.
[14]. Ibíd., p. 11.
*Doctor en Ciencia Política por la Universidad del Salvador, Profesor de Política Exterior Argentina en la Universidad Nacional de Lanús
– UNLA
8
Especial Iglesia & Estado
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