La irrupción del Papa argentino E l 13 de marzo, luego de la quinta votación de los 115 cardenales con poder de voto, el humo blanco comenzó a salir de la chimenea del Vaticano, y minutos después el mundo se anoticiaba de la elección del primer Papa americano en dos milenios de catolicismo. Se trata de Jorge Bergoglio, un argentino de 76 años que había adoptado el nombre de Francisco, en referencia a San Francisco de Asís, el santo de los pobres. La noticia causó un gran fervor popular en Argentina, un país con mayoría teórica del catolicismo –medida en cantidad de bautizado – pero en donde los fieles activos de los diferentes cultos protestantes compiten palmo a palmo en el territorio con la Iglesia sostenida por el Estado argentino. Residen en América casi la mitad de los 1.200 millones de católicos que habría en el mundo, pero cantidad está en declive. La proporción de latinoamericanos que se declaran católicos pasó de 75% a mediados de los años 90 a cerca de 65% en 2011, según datos aportados por Marta Lagos, directora del estudio de opinión pública regional Latinobarómetro a BBC. La Iglesia Universal en Brasil y diferentes cultos cristianos vienen ganando terreno entre la feligresía al sur del Río Bravo. Bergoglio es también el primer jesuita en conducir la Iglesia católica, en una región donde la Compañía de Jesús fue tan importante como el de los virreinatos en tiempos de colonización española, y desde su primer contacto con la feligresía buscó mostrar gestos de austeridad y una reafirmación de la “opción por los pobres”, aunque deberá además buscar la manera de evitar nuevos con escándalos sexuales de curas católicos, decenas de ellos acusados de pedofilia, como en el caso del argentino Jorge Grasi, condenado en 2009. La relación del líder religioso con el gobierno argentino no ha sido en general de coincidencias. Basta recordar que en 2009, acompañado del rabino Sergio Bergman (dirigente del PRO) y de Hilda González de Duhalde, entonces senadora del “peronismo disidente”, Bergoglio pareció recriminar el eje puesto por el gobierno en el proceso de verdad y justicia por las violaciones a los derechos humanos, y contrapuso ese interés gubernamental con el de mejorar la situación de los sectores de menores ingresos, pasando por alto las mejoras en los indicadores sociales registrados en nuestro país. El ahora Papa dijo entonces: “Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y de estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades”. La propia actuación de Bergoglio durante la dictadura, donde la jerarquía eclesiástica fue en buena medida cómplice del gobierno de facto, es también motivo de controversias. El periodista Horacio Verbitsky, en su libro El Silencio, editado en 2005, sostuvo en base a las declaraciones de cinco curas y teólogos, que Bergoglio habría colaborado con el secuestro de los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jálics. No obstante, los delitos fueron investigados en la Megacausa ESMA y el entonces cardenal fue llamado a declarar en calidad de testigo, oportunidad en la cual afirmó que les ofreció “protección” a los curas si abandonaban su labor social en barrios humilde, mientras que dijo que luego del secuestro se reunió con los represores Jorge Videla y Emilio Massera, para reclamar su liberación. Bergoglio, como la presidenta, posee formación política peronista, y de hecho integró la “Guardia de Hierro” a fines de la década del 60. Tiene, según el politólogo Marcelo Gullo un pensamiento estratégico formado en el “nacionalismo popular latinoamericano”, y la Presidenta ha querido aprovechar esas características del nuevo Papa para comprometerlo en una gestión en favor del diálogo con el gobierno británico para negociar la soberanía sobre las islas Malvinas. La presencia de Cristina Fernández en Roma y su alta exposición en relación con la asunción del nuevo pontífice católico quizás preanuncien una mejora relación del Estado argentino con el poder eclesiástico, que fue tensa en la década del 80 del siglo XIX por las leyes de matrimonio civil y educación laica; en el primer peronismo por la del divorcio y la separación de la Iglesia y el Estado; y en los últimos años por el “matrimonio igualitario” y otras cuestiones políticas y sociales, mientras que fue cordial y armoniosa en la década del 30 del siglo XX y en la mayoría de los gobiernos de facto. Parece difícil, no obstante esos antecedentes, que la mejor relación implique un giro conservador al proceso de transformaciones en curso.m Especial Iglesia & Estado 1 La Iglesia Católica y el Estado Especial Iglesia & Estado / Abril 2013 Equipo Consejo Editorial Eduardo Sigal Secretario de Redacción Germán Celesia [email protected] Diseño Gráfico Jorge Figueroa jrifi[email protected] Impresión Agencia Periodística Cid Avenida de Mayo 666 CABA Comunidad & Desarrollo es propiedad de la Fundación Acción Para la Comunidad (FAPC), con sede en Avenida de Mayo 1480 2º derecha CP 1085ABR CABA Parte del Contenido de esta revista y las actividades de la FAPC son publicados en su sitio web: http://www.fapc.org.ar Registro de Propiedad Intelectual Nº 312.326 Ley Nº 11.723. Los artículos firmados reflejan la opinión de sus autores y no necesariamente las de los editores. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los artículos salvo mención explícita del autor y la revista. 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Esta jerarquía supralegal se ve reforzada con la definición que trae nuestro Código Civil, recordar que fue sancionado a libro cerrado por el Congreso Nacional en 1869, acerca de las personas jurídicas en su artículo 33 cuando prescribe: “Las personas jurídicas pueden ser de carácter público o privado. Tiene carácter público:3) La Iglesia Católica…” Vemos acá como desde los albores de nuestra juridicidad constitucional la Iglesia Católica gozó y sigue gozando una posición de preeminencia que contradice la esencia de un Estado Laico como es o debería ser la República Argentina en toda su cabalidad. En este derrotero histórico, político e institucional, corresponde señalar siguiendo un hilo cronológico, que la primera gran cuestión que enfrentó a la Iglesia Católica con los poderes públicos del Estado fue la sanción el 8 de julio de 1884, durante la primera presidencia de Julio Argentino Roca, de la primera ley de educación universal, obligatoria, gratuita y laica, Ley 1420 (dos años después del Primer Congreso Pedagógico Nacional de 1882) y la Ley de Matrimonio Civil 2393 sancionada en el año 1888.u Laicicismo educativo La Ley 1420, iniciativa de Domingo Faustino Sarmiento, entonces Director del Consejo Nacional de Educación, significó un adelanto notable para el proceso de alfabetización del país que recién se iniciaba y necesitaba de un impulso estatal que elevara a la categoría de Política de Estado a la Educación gratuita, mixta, laica, universal y obligatoria. Por otra parte, en una Argentina donde a la mujer se la confinaba a las tareas domésticas era un verdadero logro anticipatorio del reconocimiento de otros derechos de las mujeres abrirles las puertas para su ingreso, permanencia y egreso del sistema educativo. La sanción de la Ley 1420 no estuvo exenta de críticas y oposiciones de parte de la Iglesia Católica Argentina de quienes militaban en el llamado “catolicismo social”. En efecto, la primera campaña contra la ley de educación común provino de Monseñor Matera, Nuncio Papal en el país, quien previno sobre los “efectos malignos” que iba a generar la norma legal educativa. La lucha se inició en Córdoba, cuando en 1884 se estableció en la ciudad capital la primera Escuela Normal con instrucción laica. Un sacerdote cordobés el canónigo Clara y otros clérigos lanzaron furiosos anatemas contra la ley y pretendieron vanamente su derogación, atizados en el fuego interno opositor por el Nuncio Mattera. Felizmente, la rápida intervén del Ministro del Interior de Roca, Eduardo Wilde, conjuró la asonada levantisca y exigió una rectificación personal de Monseñor Mattera, quien optó por dar explicaciones y disculpas al Presidente Roca a través de una carta privada. Cuando todavía no se habían apagado los fuegos opositores a la Ley 1420, que contó entre sus detractores más furibundos con notables oradores y pensadores católicos, como Pedro Goyena, José Manuel Estrada y Tristán Achaval Rodríguez, Navarro Viola Y Emilio Lamarca; de ese rescoldo caliente salieron las nuevas voces críticas a otra de las denominadas leyes laicas, esto es la ley 2393 del año 1888 que modificó el Código Civil, estableciendo el Matrimonio Civil en la República Argentina.u Matrimonio civil Antes de la sanción del Código Civil Argentino en el año 1869, el matrimonio en nuestro país tenía carácter religioso y se regía por las normas de la época colonial, semejantes a las de la legislación española. A partir de la entrada en vigencia del Código Civil, se regularon los derechos personales en las relaciones de familia, aunque continuó dándose al matrimonio el carácter de religioso, monogámico e indisoluble, estableciéndose que su celebración debía efectuarse conforme los cánones y solemnidades establecidos por la Iglesia Católica, prescribiendo que los que no fueran católicos, debían inscribir los matrimonios o comuniones religiosas a las que pertenecieren. Un país que abría sus puertas a la inmigración de todas partes del mundo, especialmente a la proveniente de Europa, no podía establecer un cerrojo obligatorio a quienes venían a poblar la Argentina y no profesaban la fe católica o ninguna otra. Si “gobernar es poblar”, como sostenía Alberdi, ningún gobierno laico de la llamada generación del 80, podía demorar más la consagración de la institución del matrimonio civil que por ser una institución de orden público no era de carácter supletorio de la voluntad de las partes y regulaba no solo las relaciones personales entre cónyuges sino que legislaba sobre el derecho de familia, que hacía en su conjunto a un elemento constitutivo del Estado que es la población. No era fácil en un contexto social y político donde la Iglesia Católica gozaba de enorme preeminencia sancionar una nueva ley laica e igualitaria. Ello no obstante le cupo al entonces Presidente de la Nación, Miguel Juárez Celman, presentar para su tratamiento en el Congreso de la Nación la ley 2393 que instituyó el matrimonio civil, que establecía que podía celebrarse el matrimonio conforme los dictados de la conciencia de cada uno de los contrayentes, pero el casamiento solo producía efectos civiles, una vez anotado éste en los registros públicos creados de conformidad con las leyes de la república, y aquellos que solo querían contraer matrimonio civil debían directamente presentarse ante los registros civiles correspondientes y cumplir con los requisitos legales para quedar así legitimados como marido y mujer ante la ley civil del país. La Ley 2393 fue sancionada el 2 de noviembre de 1888 y promulgada el 11 de noviembre de ese mismo año. La reforma legislativa significó una pérdida importante de poder para la Iglesia Católica sobre la institución matrimonial y por ello los defensores del catolicismo se opusieron a ella y bregaron por su derogación, cosa que felizmente no consiguieron. Si bien la ley de matrimonio civil permitía la separación personal de cuerpos y bienes a través un procedimiento judicial que regulaba las relaciones de familia tales como régimen de alimentos para el cónyuge inocente y los hijos, como así también el tema de la división de los bienes que integraban la sociedad conyugal, esta separación, mal llamada “divorcio”, no habilitaba a los separados a contraer nuevas nupcias, con lo que se perdía la aptitud nupcial.u Iglesia y peronismo En la Argentina el debate sobre la necesidad de introducir el divorcio vincular no era nueva, y desde comienzos del siglo XX hubieron varios proyectos legislativos de distinto orden destinados a instituir esta posibilidad legal de separación y capacidad para contraer nuevas nupcias, pero ninguno de ellos tuvo finalmente consagración legal. Así las cosas y cuando la relación entre la Iglesia Católica Argentina y el gobierno de Juan Domingo Perón Especial Iglesia & Estado 3 atravesaba una etapa de dificultades y tirantez institucional, aparece casi subrepticiamente en una ley que regulaba el Régimen de Menores y Bien de Familia, legislando sobre supuestos tales como la ausencia con presunción de fallecimiento. El divorcio vincula en el país encaballado en el artículo 31 de la ley 14394, sancionada el 14/12/54 y promulgada el 22/12/54 y publicada en el Boletín Oficial el 30/12/54 También, transcurrido un año de la sentencia que declaro el divorcio, cualquiera de los cónyuges podrá presentarse al juez que la dicto pidiendo que se declare disuelto el vínculo matrimonial, si con anterioridad ambos cónyuges no hubieren manifestado por escrito al juzgado que se han reconciliado. El juez hará la declaración sin más trámite ajustándose a las constancias de los autos. Esta declaración autoriza a ambos cónyuges a contraer nuevas nupcias. Cuando el divorcio se hubiere declarado con anterioridad a esta ley, el derecho a que se refiere el apartado precedente, podrá hacerse valer a partir de los noventa días de la vigencia de la misma y siempre que hubiese transcurrido un año desde la sentencia. Esta novedosa introducción de potestad divorcista con disolución del vínculo y rehabilitación nupcial rigió, pese a la férrea oposición de la Iglesia Católica hasta que la llamada Revolución Libertadora mediante el Decreto-Ley 4070 del año 1956, decretó la suspensión de mencionado artículo pero solamente en la parte referida la divorcio vincular y la recuperación de la aptitud nupcial. Esta suspensión, un verdadero dislate jurídico rigió hasta que la ley 23515 que introdujo el divorcio vincular en la Argentina derogó el mencionado decretoley.u Laica y libre Cuando parecía que las relaciones institucionales entre la Iglesia 4 Especial Iglesia & Estado Católica y el Estado transitarían un período indefinido de excelente vinculación y respeto institucional aparece un nuevo frente de tormenta en el horizonte de la convivencia política que para su fácil identificación podemos denominar el debate entre “laica y libre “acaecido en el año 1958 en los albores de la presidencia constitucional de Arturo Frondizi, siendo ministro de educación el Doctor Mc Kay y subsecretario de la cartera el entonces joven profesor Antonio Salonia En diciembre de 1955, el gobierno de la Revolución Libertadora, encabezado por el General Aramburu y el Almirante Rojas, dictó un decreto-ley6403 sobre la Organización de las universidades nacionales. Marcaba las pautas a seguir durante ese nuevo período transitorio hacia la normalización de la vida universitaria, prometiendo el respeto de la autonomía, la libertad de cátedra y el cogobierno, exigiendo a cambio la exclusión de los claustros de quienes hubieran colaborado con el gobierno peronista. El decreto reflejaba de esta manera la firme intención del gobierno de “desperonizar” el Estado y la sociedad argentina. Pero fue el artículo 28 de esta norma el que abriría una nueva zona de turbulencias y enfrentamiento entre la jerarquía episcopal argentina y la sociedad civil o por lo menos con vastos sectores de ella, ya que la mentada norma establecía que “...la iniciativa privada puede crear universidades libres que estarán capacitadas para expedir diplomas y títulos habilitantes siempre que se sometan a las condiciones expuestas por una reglamentación que se dictará oportunamente”. Hasta ese momento del devenir histórico, ninguna ley argentina prohibía el establecimiento de institutos y universidades privadas y, de hecho, ya existían varios en el país; pero el otorgamiento de títulos profesionales habilitantes era una atribución exclusiva del Estado.” De esta manera, el artículo 28 introducía una gran innovación que favorecía indudablemente la promoción de las universidades privadas en su competencia con las estatales. Expresando su repudio, distintas organizaciones estudiantiles, identificadas mayoritariamente con las banderas de la Reforma de 1918, salieron a la calle y manifestaron públicamente su oposición al decreto y a ese artículo en especial, por considerarlo como un ataque a la tradición universitaria argentina : laica, estatal y democrática. Asimismo se pedía al gobierno la renuncia de Atilio Dell ‘Oro Maini, Ministro de Educación, promotor de esta iniciativa y figura repudiada por el movimiento reformista por estar ligado a sectores clericales. Ante esta situación, el gobierno decidió estudiar el problema en profundidad y al ver que las opiniones dentro de su propio seno se encontraban divididas, relegó la reglamentación del artículo 28 y desplazó a Dell ‘Oro Maini, con lo que la cuestión pareció liquidada en mayo de 1956.” Sin embargo, la cuestión no quedó saldada y resurgió dos años más tarde, en 1958, de la mano del Doctor Arturo Frondizi. Con el objeto de diversificar la oferta educacional, especialmente en la formación de técnicos, Frondizi buscaba promover la apertura de nuevos centros de enseñanza superior fuera de la órbita estatal. Con esta intención, el 26 de agosto de 1958 anunció ante la prensa que el gobierno estaba estudiando los medios jurídicos para hacer efectiva la aplicación del principio de libertad de enseñanza, consagrado en el artículo 14 de nuestra Constitución, en el ámbito universitario. La repercusión fue inmediata, dado que la vaguedad del anuncio presidencial llevaba a prejuzgar que ahora sí se reglamentaría el artículo 28. Pero el movimiento universitario nacional no se encontraba en las mismas condiciones que en 1955, cuando había luchado contra este problema por primera vez. Desde entonces, habían ido consolidándose las diferencias entre los “reformistas”: se veía en 1958 una clara división entre los sectores más antiperonistas y las corrientes de izquierda, que condenaban la política revanchista que se llevaba contra el peronismo en todos los planos. La correlación de fuerzas dentro de la dirigencia estudiantil en general y de la FUA en particular, comenzó a ser favorable a estas últimas tendencias conformadas por independientes, algunos radicales, socialistas, del Movimiento de Liberación Nacional y comunistas. Compartían, a grandes rasgos, un ideario popular y nacional, que consistía en la reforma agraria, la nacionalización de los monopolios y las fuentes de energía, la autonomía y el gobierno tripartito en la universidad, con carácter igualitario, la enseñanza laica y la facultad inalienable del Estado a través de sus universidades para otorgar títulos habilitantes. Paralelamente, habían empezado a organizarse agrupaciones noreformistas, que se adscribían en la corriente del “apoliticismo”. Esta postura procuraba separar las reivindicaciones pedagógicas de los contenidos político-ideológicos impulsados por los sectores estudiantiles dominantes en la universidad. Aun así, sus dirigentes se identificaban con las corrientes católicas o nacionales, y también eran firmemente antiperonistas. Fueron estas agrupaciones las que apoyaron abiertamente la iniciativa gubernamental de promover la enseñanza libre y se vieron enfrentadas al resto del movimiento universitario nacional, que encabezado por la FUA se lanzó a la defensa de la enseñanza laica. Si bien la antinomia que desató este enfrentamiento trascendió como LAICA o LIBRE, al recurrir a los argumentos de fondo, podremos observar que si bien la antinomia que desató este enfrentamiento trascendió como LAICA o LIBRE, al recurrir a los argumentos de fondo, podremos observar que lo que verdaderamente estaba en pugna era la hegemonía de las universidades estatales sobre las privadas en materia de formación profesional y la igualdad de derechos de universidades estatales y privadas en ese campo. El choque entre partidarios de ambas posiciones se extendió a todas las universidades del país y a numerosas escuelas secundarias. Los sectores reformistas que enarbolaron la bandera de LAICA eran mayoritarios dentro del movimiento universitario y contaron con la adhesión de amplios sectores de estudiantes secundarios, profesores, padres, sindicalistas y de las mismas autoridades de las universidades nacionales. Buscaban la derogación del artículo 28 y la sanción de una nueva ley universitaria que mantuviera el monopolio estatal en el otorgamiento de títulos profesionales, y con este objetivo se realizaron huelgas, junta de firmas adherentes, ocupación de facultades y asombrosas movilizaciones, la mayor de las cuales tuvo lugar el 19 de septiembre frente al Congreso donde se debatía el proyecto. El enfrentamiento en las calles llegó hasta los extremos de la violencia, dejando un saldo notable de heridos en distintos lugares del país. En los focos de mayor agitación, el gobierno nacional o local, recurrió a la policía montada para disolver manifestaciones de estudiantes utilizando gases lacrimógenos. Escenas similares se repetían cuando eran desocupados por la fuerza las facultades y los colegios secundarios tomados por los laicistas, y se rompían las huelgas estudiantiles en ciudades como Córdoba y Capital Federal. Pero el 30 de septiembre, el combatido artículo 28, frases más, frases menos, en esencia, se convirtió en la ley 14557 y la situación se agravó, porque el gobierno, luego de su triunfo en el Congreso, endureció su actitud decretando, por el término de 30 días, la prohibición de reuniones o manifestaciones en público, con lo que aumentó la represión policial.u Ley de divorcio Una nueva tormenta institucional entre Iglesia Católica y Estado comienza a perfilarse a partir de la asunción de Raúl Alfonsín a la Presidencia. Hay que recordar que la Iglesia entraba a convivir con las instituciones de la Constitución Nacional después de la larga noche de terror de la dictadura militar encarnada bajo el pomposo nombre de Proceso de Reorganización Nacional y que en realidad encubrió el gobierno de facto más genocida en toda la historia argentina. La jerarquía “no entra blanqueada” a esta nueva etapa democrática. Pesa sobre ella su connivencia con los jerarcas del Proceso, su silencio ante la aberrante práctica de la desaparición forzada de personas Especial Iglesia & Estado 5 para hacerlas desaparecer y matarlas con procedimientos tales como “los vuelos de la muerte”, su falta de coraje para denunciar los crímenes aberrantes de la dictadura y callar complaciente ante asesinatos como los de Monseñor Angelelli, Monseñor Ponce de León, la matanza de los curas palotinos,la defensa de la dictadura y de su métodos hechos por los capellanes o vicarios de la Fuerzas Armadas tales como los Monseñores, Bonamín. Tórtolo y Medina. Solo una pequeña cantidad de religiosos, religiosas y obispos tuvieron la valentía de denunciar los crímenes de los militares genocidas procesistas y alzarse contra el resignado silencio de las jerarquías religiosas. Ejemplos fueron Monseñores como De Nevares, Hessayne, Devoto, Novak, por citar solo algunos, o la Hermana Pelloni. En términos generales nunca fueron buenas las relaciones históricamente hablando entre el Radicalismo y la Iglesia Católica argentina, y el gobierno de Alfonsín no desentonó con ello. A la famosa réplica hecha desde el púlpito de la Iglesia Castrense Stella Maris por el Presidente Alfonsín contestando las críticas infundadas y desmedidas del Vicario castrense, se sucedió rápidamente la virulenta campaña eclesial cuando el gobierno constitucional de entonces remite al 6 EspEcial iglEsia & Estado Honorable Congreso de la Nación el Proyecto de Reformas al Régimen de Familia y del Matrimonio establecido en el Código Civil, que entre otras importantes reformas instituía lo que era para la Iglesia un crimen casi imperdonable y que era y es el divorcio vincular con la posibilidad de contraer los divorciados nupcias. Si bien el Argentina ya había habido claros ejemplos judiciales que distintos litigantes que pretendían soslayar la prohibición legal del divorcio vincular planteando la inconstitucionalidad de la ley de matrimonio civil, faltaba todavía la consagración legal. A esta altura no debe el autor de esta colaboración disimular que unos de los primeros abogados que planteamos en sede judicial la inconstitucionalidad de los artículos 64 y 81 de la ley 2393 fuimos los Doctores Horacio Jorge Sueldo y Antonio P.F. Lamentablemente nuestro planteo judicial no fue receptado ni en Primera ni en Segunda Instancia, pero ello no obstante poco tiempo después, en noviembre de 1986, la Corte Suprema de Justicia de la Nación en la causa “Sejean contra Zaks de Sejean s/ divorcio por tres votos contra dos, declaró la inconstitucionalidad del artículo 64 de la ley de matrimonio civil, reconociendo así el derecho de los divorciados de poder casarse nuevamente. Como todo llega y el derecho es y debe ser un reflejo de la realidad social, política, económica e institucional de la sociedad en un tiempo determinado de su devenir histórico, después de resistir a pie firme todos los embates de la cúpula jerárquica de la Iglesia donde se recordará el papel opositor del Monseñor Ogñeñovich, Arzobispo de Luján-Mercedes y del Cardenal Aramburú, el Honorable Congreso de la Nación sancionó con fuerza de ley el 3 de junio de 1987 la ley 23515 que instituyó el divorcio vincular en la república, además de introducir importantes reformas al régimen de familia y de menores.u Matrimonio igualitario Tal vez en este histórico “paseo” por la conflictivas relaciones entre Iglesia Católica y Estado en la Argentina reste agregar que el último punto ríspido de discusión entre estos actores haya sido la ley 26618 que estableció el matrimonio igualitario en el país o la facultad de contraer nupcias entre personas del mismo sexo y que por supuesto mereció el repudio y rechazo de la jerarquía católica, pero hoy que rige sin cortapisas en todo el territorio nacional y los argentinos/as podemos vanagloriarnos de haber sido los primeros latinoamericanos que pudimos gozar de este nuevo derecho. Como podrá advertirse, no ha sido fácil la convivencia entre los Poderes Públicos del Estado y la Iglesia Católica Argentina a lo largo de nuestra vida institucional, porque la Iglesia además de su mandato religiosos es un factor de gravitante poder en la estructura política e institucional de la República, con quien deben mantenerse la mejor de las relaciones posibles, pero nunca transigir en que se adopte lo que ella sugiere o propone cuando tal sugerencia o propuesta conlleva legislar desde el dogma católico, respetable por cierto como todas la religiones, y no desde la institucionalidad democrática participativa y plural que cobija a todos los argentinos/ as desde nuestro único programa de convivencia que es la Constitución Nacional.m *Abogado. Ex Director General de Cultura y Educación bonaerense El pensamiento geopolítico del Papa Francisco Nacionalismo popular latinoamericano y religión Por Marcelo Gullo* L a decisión de la Iglesia Católica de designar al Cardenal Jorge Bergoglio como Papa, constituye, sin lugar a dudas, un acontecimiento epocal. Es una decisión extraordinaria tanto, desde el punto de vista religioso como político. Decisión que pone a todo analista de la política internacional frena a la ineludible necesidad de conocer el pensamiento geopolítico profundo del hombre que conducirá los destinos de uno de los más importantes actores del gran tablero de la geopolítica mundial. Al respecto, la gran novedad histórica es que, el pensamiento geopolítico del nuevo Gran Timonel de la Barca de San Pedro encuentra sus raíces, más profundas, en el nacionalismo popular latinoamericano de Manuel Ugarte[1], José Vasconcelos[2], Juan Domingo Perón y Alberto Methol Ferré. El pensamiento político de Jorge Bergoglio se formó, desde su juventud, en la doctrina peronista y, en la frecuente lectura de los artículos y libros – como él mismo lo manifestara públicamente en reiteradas ocasiones – del ensayista montevideano Alberto Methol Ferre. Conformado de esa manera, el pensamiento geopolítico del Papa Francisco – tal como él mismo lo expresara cuando era Obispo de Buenos Aires, en reiteradas ocasiones – gira en torno a la “idea fuerza” de la construcción de la Unidad de la América del Sur en el marco de un mundo multipolar que logre frenar la “…concepción imperial de la globalización”[3] sostenida por el mundo anglosajón. El Papa Francisco es perfectamente consciente de que, en el viejo continente, hace tiempo que Dios ha muerto, que los templos dejaron de ser los lugares de Fe -para convertirse en sitios de paso turístico o simples museos- que las únicas catedrales son los bancos y que, los únicos valores que cuentan son los que se cotizan en la bolsa de Londres o Frankfurt y de que la única búsqueda de hombres y mujeres “posmodernos”, es la de un decadente hedonismo, vendido procazmente como fruto de la “evolución de los tiempos” cuando, en realidad, se trata de una mera forma de expresión de la ausencia de valores reales y es fruto de la acción de oscuros poderes a los que cada vez les cuesta menos dominar a los hombres “distraídos” de lo esencial y, consecuentemente, cada vez “más manipulables y carentes de libertad”. De esa apreciación de la realidad, el Papa Francisco extrae una premisa fundamental que constituye la piedra angular de todo su pensamiento religioso y geopolítico: en el siglo XXI “el destino de los pueblos latinoamericanos y el destino de la catolicidad están íntimamente vinculados.”[4]u “Solos no iremos a ninguna parte” De los numerosos escritos del Cardenal Jorge Luis Bergoglio el más importante, desde el punto de vista geopolítico es, sin lugar a dudas, el prólogo que, en abril del año 2005, escribiera para el libro del ensayista uruguayo Guzmán Carriquiry titulado: “Una apuesta por América Latina”. Resulta entonces imprescindible analizar y transcribir las partes más sustanciales de dicho escrito para poder avizorar los tiempos geopolíticos “ por venir”. Es en dicho prólogo que, el Cardenal Bergoglio desarrolla explícitamente la idea ugartiana de la Patria Grande e, implícitamente, la idea peronista de la necesidad de una tercera posición entre el comunismo totalitario y el capitalismo salvaje. Al respecto, afirma Bergoglio: “Poco tiempo después del derrumbe del imperio totalitario del ‘socialismo real’…el resurgido recetario neoliberal del capitalismo vencedor, alimentado por la utopía del mercado autorregulado, demostraba también todas sus contradicciones.”[5] Si es esa, la circunstancia ideológica en que se desenvuelve la vida de las naciones importa resaltar, según el Cardenal Bergoglio, también que: “En las próximas dos décadas América Latina se jugará el protagonismo en las grandes batalla que se perfilan en el siglo XXI y su lugar en el nuevo orden mundial en ciernes.”[6] En ese nuevo orden en ciernes -destaca el Cardenal Bergoglio- la única posibilidad que tienen los países latinoamericanos de alcanzar el desarrollo económico y la autonomía política pasa, inevitablemente, por la construcción de una Patria Grande Latinoamericana. Es por eso que afirma: “Ante todo se trata de recorrer las vías de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos, separados, contamos muy poco y no iremos a ninguna parte. Sería callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales.” [7] El Cardenal Bergoglio continúa su análisis afirmando que, ante un escenario internacional que se presenta como dramático, América Latina debe, desde un realismo pragmático – aunque sin olvidar o traicionar sus ideales y raíces culturales -, elaborar “un nuevo paradigma de desarrollo autosostenido”. El pensamiento del Cardenal Bergoglio es un pensamiento basado en el realismo político y por precisamente por ello importa resaltar que, el Cardenal Bergoglio es perfectamente consciente del escaso margen de maniobra que, en el actual escenario internacional, tiene América Latina para llevar adelante una política tendiente a lograr la Justicia Social, Especial Iglesia & Estado 7 la Soberanía Política y la Independencia Económica. Es, en tal sentido que afirma: “América Latina puede y tiene que confrontarse, desde sus propios intereses e ideales, con las exigencias y retos de la globalización y los nuevos escenarios de la dramática convivencia mundial. A la vez, América Latina necesita explorar, con buena dosis de realismo pragmático – impuesto también por su propia vulnerabilidad y escasos márgenes de maniobra – nuevos paradigmas de desarrollo que sean capaces de suscitar una gama programática de acciones, un crecimiento económico autosostenido, significativo y persistente; un combate contra la pobreza y por mayor equidad en una región que cuenta con el lamentable primado de las mayores desigualdades sociales en todo el planeta.”[8] Pero, sagazmente, a continuación, advierte Bergoglio: “Nada de sólido y duradero podrá obtenerse si no viene forjado a través de una vasta tarea de educación, movilización y participación constructiva de los pueblos.” [9]u Ni totalitarismo ni ultraliberalismo El Cardenal Bergoglio avanza en su largo razonamiento geopolítico reafirmando que, el desafió de lograr la Unidad Política de la Patria Grande y la Justicia Social para sus pueblos, no podrá, jamás, lograrse ni resucitando anacrónicamente al socialismo totalitario. ni aceptando la propuesta imperial del ultraliberalismo individualista:“Los ingentes problemas y desafíos de la realidad latinoamericana no se pueden afrontar ni resolver reproponiendo viejas actitudes ideológicas tan anacrónicas como dañinas o propagando decadentes subproductos culturales del ultraliberalismo individualista y del hedonismo consumista de la sociedad del espectáculo.”[10]u Las dos caras del colonialismo Bergoglio culmina su extenso y sesudo razonamiento geopolítico afirmando que, la solidez cultural de la América Latina – sin la cual no puede construirse ningún proyecto político realmente fuerte y realmente liberador de la dependencia- “es un patrimonio sujeto a una fuerte agresión y erosión.”[11] Para el Cardenal Bergoglio, no cabe duda alguna que, la cultura del gran “pueblo continente”[12] – que se extiende desde el Río Grande a la Tierra del Fuego -, se encuentra asediada por dos corrientes del pensamiento débil que constituyen, en realidad -más allá de los disfraces y las máscaras – las dos caras de una misma moneda: “el colonialismo cultural de los imperios.”[13] En ese sentido, Bergoglio afirma: “Llama la atención constatar cómo la solidez de la cultura de los pueblos americanos está amenazada y debilitada fundamentalmente por dos corrientes del pensamiento débil. Una que podríamos llamar la concepción imperial de la globalización (según la cual), todos los pueblos deberían fusionarse en una uniformidad que anula la tensión entre las particularidades…Esta globalización – aclara el Cardenal Bergoglio – constituye el totalitarismo más peligroso de la posmodernidad…La otra corriente amenazante es la que, en jerga cotidiana, podríamos llamar el ‘progresismo adolescente’. Este ´progresismo adolescente` configura el colonialismo cultural de los imperios y tiene relación con una concepción de la laicidad del Estado que más bien es laicismo militante. Estas dos posturas– continua el Cardenal Bergoglio - constituyen insidias antipopulares, antinacionales, antilatinoamericanas, aunque se disfracen, a veces, con máscaras progresistas.” [14]m [1] Manuel Ugarte afirma en su obra, “El porvenir de la América Española”, los siguientes conceptos: “Contemplemos el mapa de la América Latina. Lo que primero resalta a los ojos es el contraste entre la unidad de los anglosajones, reunidos con toda la autonomía que implica un régimen eminentemente federal, bajo una sola bandera, en una nación única, y el desmigajamiento de los latinos, fraccionados en veinte naciones, unas veces indiferentes entre sí y otras hostiles. Ante la tela pintada que representa el Nuevo Mundo es imposible evitar la comparación. Si la América del Norte, después del empuje de 1775, hubiera sancionado la dispersión de sus fragmentos para formar repúblicas independientes; si Georgia, Maryland, Rhode Island, Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut, Nueva Hampshire, Maine, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Pennsilvania se hubieran erigido en naciones autónomas ¿comprobaríamos el progreso inverosímil que es la distintiva de los yanquis? Lo que lo ha facilitado es la unión de las trece jurisdicciones coloniales que se separaron de Inglaterra, jurisdicciones que estaban lejos de presentar la homogeneidad que advertimos entre las que se separaron de España. Este, es el punto de arranque de la superioridad anglosajona, en el Nuevo Mundo. A pesar de la Guerra de Secesión el interés supremo se sobrepuso, en el Norte, a las conveniencias regionales y un pueblo entero se lanzó al asalto de las cimas, mientras en el Sur, subdividíamos el esfuerzo deslumbrados por apetitos y libertades teóricas que nos tenían que adormecer”. UGARTE, Manuel, El porvenir de la América Española, Valencia, Ed. F Sempere, 1911, p 110. [2] Significativamente José Vasconcelos en 1923 en ocasión del discurso que pronunció en la Facultad de Humanidades de Santiago de Chile, el día en que se le concedió el grado de profesor honorario, sostuvo:“Yo veo la bandera iberoamericana flotando una misma en el Brasil y en Méjico, en el Perú y la Argentina, en Chile y el Ecuador, y me siento en esta Universidad de Santiago, tan cargado de responsabilidades con el presente, como si aquí mismo hubiera pasado todos mis años.”Claridad, Lima, Año 1, n°. 1, mayo, 1923, p. 2. [3]. BERGOGLIO, Jorge, prólogo del libro Una apuesta por América Latina de Guzmán Carriquiry, Bs. As, Ed. Sudamericana, 2005, p. 10. [4]. Ibíd., p. 10. [5]. Ibíd., p. 7. [6]. Ibíd., p. 8. [7]. Ibíd., p. 8. [8]. Ibíd., págs. 8 y 9. [9]. Ibíd., p. 9. [10]. Ibíd., p. 10. [11]. Ibíd., p. 10. [12]. El concepto de “pueblo continente” fue expresado, por primera vez, por el pensador peruano Antenor Orrego – de enorme cercanía, política e intelectual con el gran líder político Víctor Raúl Haya de la Torre. “De París a Berlín o a Londres, -afirma Antenor Orrego- hay más distancia sicológica que de México a Buenos Aires, y hay más extensión histórica, política y etnológica que entre el Río Bravo y el Cabo de Hornos. Mientras en Europa, la frontera es , hasta cierto punto, natural, porque obedece a un determinado sistema orgánico y biológico, en América Latina es una simple convención jurídica, una mera delimitación caprichosa que no se ajusta ni a las conveniencias y necesidades políticas, ni a las realidades espirituales y económicas de los Estados. Mientras en Europa, con frecuencia, los pueblos originan y construyen los Estados, en América, el pueblo es una gran unidad y los Estados son meras circunscripciones artificiales. Mientras pueblo y Estado en Europa son casi sinónimos porque hacen referencia a las mismas realidades, porque éste es la traducción política y jurídica del estado económico, físico y anímico de aquel, en América latina pueblo y Estado tienen un sentido diferente y, a veces, hasta antagónico, porque Estado es una simple delimitación o convención que no designa una parcela substancial de la realidad…Las diferencias entre los pueblos de Indoamérica son tan mínimas y tenues que no logran nunca constituir individualidades separadas, como en el Viejo Mundo. De norte a sur los hombres tienen el mismo pulso y la misma acentuación vitales. Constituyen en realidad, un solo pueblo unitario de carácter típico, específico, general y ecuménico…Somos, pues, los indoamericanos, el primer PUEBLO-CONTINENTE de la historia y nuestro patriotismo y nacionalismo tienen que ser un patriotismo y un nacionalismo continentales.” ORREGO, Antenor, Pueblo Continente. Ensayos para una interpretación de la América Latina, Buenos Aires, Ed. Continente, 1957, págs. 73 a 75 [13]. BERGOGLIO, Jorge, Op.Cit. p. 10. [14]. Ibíd., p. 11. *Doctor en Ciencia Política por la Universidad del Salvador, Profesor de Política Exterior Argentina en la Universidad Nacional de Lanús – UNLA 8 Especial Iglesia & Estado