UNA “MIRADA CONTEMPLATIVA” DEL NORTE GRANDE DE 1910 JUDY BERRY-BRAVO1 Durante las vísperas del siglo XX, los viajeros buscaban intencionalmente las cosas percibidas como exóticas. La autora y aventura Charlotte Cameron (1872-1946) no era una excepción. Los lectores disfrutaban de la literatura viajera porque servía como una ventana al mundo desconocido, algo así como lo es la televisión hoy en día. Casi un siglo después de la publicación de su obra relacionada con el Norte Grande de Chile, las contribuciones de Cameron al corpus de conocimientos culturales y geográficos de la región han sido traducidas e interpretadas en el presente estudio. Palabras claves: Viajes transatlánticos, Literatura viajera, Norte Grande At the beginning of the Twentieth Century, travelers intentionally sought things they perceived to be exotic. Author and adventuress Charlotte Cameron (1872-1946) was no exception. Readers enjoyed travel literature because it afforded them a window to the world, similar to that provided by television today. Nearly a century after her work on the Norte Grande of Chile was published, Cameron’s contributions to the cultural and geographic corpus of knowledge of the region have been translated and interpreted in the present study. Key Words: Transatlantic Voyages, Travel literature, Norte Grande ¿UNA DAMA EXPLORADORA? ¿UNA VIAJANTE CON FALDAS? La idea es más que un poco seráfica: Que se queden para cuidar a los bebés o remendar nuestras camisas deterioradas; Pero no deben, no pueden y no serán geógrafas. A la Sociedad Real Geográfica, Punch, 10 de junio de 1893 El culto victoriano de “feminidad verdadera” sostenía que las mujeres debían 1 Profesora de la Pittsburg State University. Correo Electrónico: [email protected] limitarse a su esfera “natural” y privada del hogar y la familia. En contraste, la esfera del varón era pública, de trabajo, comercio y gobierno. Ya para la última parte del siglo XIX y los primeros años del XX, la capacidad femenina de viajar sola se celebraba siempre que ellas cumplieran con sus responsabilidades “naturales”. Una mujer que manejaba eficazmente sus propios viajes era un modelo de independencia, valor y determinación. Su habilidad de juntarse apropiadamente con personas desconocidas daba un ejemplo de cómo debía funcionar una sociedad democrática. Era una época de carácter inquisitivo y los viajeros buscaban intencionalmente las cosas percibidas como exóticas. Sin embargo, también era una época de nacionalismo y orgullo hogareño. Lo foráneo se comparaba y contrastaba con lo que ya se sabía, produciendo una interpretación o definición híbrida del país en cuestión. En aquellos tiempos, Latinoamérica disfrutaba de una creciente popularidad entre los aventureros, porque la independencia política hizo que las restricciones sobre viajes aflojaran un poco. El resultado fue numerosos libros, la mayoría de ellos escritos por hombres. Una excepción notable es la muy conocida escritora María Graham que viajó a Chile en 1822 con su esposo. Otra, ignorada hasta ahora, es Charlotte Cameron. En 1911, la viajera inglesa publicó su libro A Woman’s Winter in South America (El invierno de una mujer en Sudamérica). Partió sola de Waterloo en Inglaterra para su “gran tour” con escalas en varios países, incluyendo paradas en Antofagasta, Iquique y Arica. En uno de los últimos capítulos del libro nos informa: Cuando reflexiono sobre este viaje de veinticuatro mil millas (38,624 kilómetros), el caleidoscopio mental reproduce las siempre agradables imágenes de toda la travesía. Puedo decir con confianza que fue un éxito. Así es cómo me sentía sobre Sudamérica (…). Me pregunto ¿por qué más gente, especialmente las mujeres (…) en vez de visitar siempre los mismos lugares de invierno no hacen nuevos itinerarios para explorar Sudamérica que es un continente del futuro? Aunque he sido una viajera durante toda la vida, nunca disfruté un paseo más interesante y puedo recomendarlo sin reticencia alguna (Cameron, 1911: 282283). También autora de ficción como A Durbar Bride (1912) y Zenia: Spy in Togoland (1914), otros títulos posteriores atestiguan su interés perenne en conocer y escribir sobre nuevos lugares: A Cheechako in Alaska and Yukon (1920), Two Years in Southern Seas (1923) (sus experiencias en Polinesia y Melanesia) y Mexico in Revolution (1925). Aun hoy día una mujer que viajara y escribiera sobre sus experiencias, no sería nada común. Dentro de la cultura occidental desde la Odisea en adelante siempre ha sido el hombre el que viaja mientras la mujer lo aguarda, como Penélope espera a Ulises. Las escrituras femeninas durante el período del imperialismo británico con pocas excepciones, fueron recibidas como discursos excéntricos. Es decir que tenían poco que ver con el dominante discurso colonial que iba construyendo una identidad británica a través de una matriz masculina y patriarcal. No obstante, las viajeras que publicaron sobre sus experiencias fueron celebradas por su lucha contra las convenciones sociales. Según Sarah Mills, lo que redactaron tendía a ser más tentativo que lo de sus contrapartes masculinos que trataban “las verdades” del reino británico (Mills, 1991: 3). Las mujeres escribieron sobre personas y lugares en vez de producir generalizaciones sobre razas enteras. Durante la revolución cultural en Europa del siglo XIX y comienzos del XX, el género popular de literatura viajera jugaba un papel decisivo. Le brindaba a un público predominantemente sedentario, una miríada de información y diversión. El libro de viajes servía como una ventana al mundo desconocido, algo así como lo es la televisión hoy en día. A través de historias de tierras lejanas e inaccesibles para la mayoría, los conceptos del mundo y los conocimientos geográficos se profundizaban. Una proliferación de literatura viajera satisfacía la siempre creciente demanda. Las publicaciones variaban en formato pero la mayoría, como las de Cameron, contenían mapas y grabados o litografías. Según Frank Ponzi, aparecieron traducciones en toda Europa, Escandinavia y los Estados Unidos, proveyendo a un amplio público con descripciones de un vasto mundo ignorado y desconocido (Ponzi, 1986: 19). Tradicionalmente, las escrituras masculinas se consideraban como reflejos de intereses públicos o profesionales, mientras las femeninas caían en la esfera de lo privado o personal. Las escrituras femeninas y sus observaciones generales sobre culturas desconocidas eran, inevitablemente, no muy objetivas. Tendían a reforzar los prejuicios aceptados en sus propios países y su impacto sobre las culturas visitadas era menor. Sin embargo, sus observaciones muchas veces tocaban temas ignorados por los hombres viajeros y en muchos casos ofrecían información más detallada con relación a otros comportamientos y culturas. Sobre todo, había un público para cualquiera publicación de las autoras viajeras a lugares exóticos, dándoles el estatus de emisaria cultural en sus propios países. Al escribir sobre sus experiencias, se presentaban como mujeres solitarias, sin la compañía de un varón. Así se permitían establecer una voz propia, de autoridad, para ir más allá de los límites de un ambiente doméstico. Cameron abre el libro A Woman’s Winter in South America precisamente con esa actitud independiente: Pensando en la inconveniencia de transplantarme a mí misma y mi equipaje de Hamstead hasta Waterloo cuando Londres está cubierta con una fría neblina de noviembre, yo soliloquiaba que sería mucho más cómodo, especialmente porque viajaba sola, ir a Southampton la tarde anterior a que el barco saliera” (Cameron, 1911: 15). Luego de instalarse en un hotel, nos informa que “mientras cenaba, mi curiosidad se excitaba porque veía a diferentes grupos y pensaba que podrían ser compañeros míos durante mi largo viaje. De vez en cuando sentía palabras castellanas y me di cuenta que debía estudiar los libros que traje porque el idioma iba a ser muy útil en Sudamérica” (Cameron, 1911: 16). La noche siguiente ya abordo, el vapor se detuvo cerca de Cherbourg para embarcar más pasajeros. Eran “españoles, franceses o brasileños; predominantemente de ojos negros y cabello del color de tinta. A mi lado hay una muchacha bella de ese tipo que podría haber posado para Velásquez” (Cameron, 1911: 22). La aventura de lo desconocido ya había comenzado. La literatura viajera consiste en las impresiones de una cultura al examinar otra. Como lo explica Edward Said, tales historias llegan al fondo o al corazón de lo que los aventureros o novelistas dicen sobre las regiones exóticas del mundo, pero también llegan a ser un método utilizado por los pueblos colonizados para aseverar su propia identidad y la existencia de su propia historia (Said, 1993: xiii). Como personas “de afuera”, los viajeros muchas veces son capaces de notar aspectos de una cultura que son demasiado comunes para hacerse comentar entre los nativos. Además, pueden ofrecernos una visión de cómo su propia sociedad se entendía a sí misma en relación con otras culturas. El libro A Woman’s Winter in South America incluye sus impresiones de varios lugares como Lisboa, ciudades en las costas de Brasil, Buenos Aires, Montevideo, Valparaíso y Coquimbo antes de llegar al Norte Grande. Para entonces había viajado en barco varias semanas y, como veremos, existían amistades abordo. Es notable que la escritora pluralice esta narración. Indica que la voz hablante ya forma parte de un grupo, ha sido aceptada por los otros, aunque lo que escribe sigue siendo sus propias impresiones sobre esa región nortina: El 13 de enero al mediodía avistamos las yermas montañas parduscas y amarillentas debajo de las cuales existía un pueblo que, desde el mar, parecía un páramo quemado con un oleaje blanco sollozando en su base. Este lugar desolado se llama Antofagasta. Se desembarca en pequeños botes, angostos y muy puntiagudos para atravesar las grandes olas del Pacífico. El mar estaba tan encrespado que no podíamos ver los otros botes alrededor nuestro, de los cuales estaban desembarcando los pasajeros. Nuestro amigable y bien querido Cónsul General, el señor Finn, nos dejó en este puerto con gran pena de sus compañeros de viaje. El capitán se sintió aliviado al entregar a los banqueros las setenta mil libras esterlinas que habíamos traído con nosotros. Me parece que con esta cantidad se podría comprar la ciudad entera. Las montañas se extienden directamente hasta la orilla del mar; de hecho, éste es el caso con toda la costa desde Valparaíso hasta acá. Un triste y poco interesante cementerio se extiende por el otro lado del pueblo, mientras bastante arriba, a la mitad del camino por las montañas, enormes avisos hechos de piedras blancas anuncian la propaganda, “Tratanpuro de Stevenson & Cía. es el mejor té”; en otra montaña se recomienda Té Dulcinea como el mejor. Al arribar en nuestra embarcación, tres estadounidenses y dos ingleses apostaron que Té Lipton aparecería por alguna parte y, definitivamente, en la calle principal un pequeño aviso nos llamó la atención con el nombre tan reconocido entre nosotros (Cameron, 1911: 143-144). Puede parecer trivial que esos norteamericanos y británicos hablaran sobre el té tomado en Chile. Es precisamente el tipo de dato que las viajeras acostumbraban a incluir en sus libros. De ahí su valor para una reescritura de la historia que pueda ir más allá de las matrices masculinas y patriarcales. Según la historiadora Marjorie Morgan, en vez de usar el modelo o patrón de política y gobierno, una identidad nacional se debe entender en términos de los ritos e imágenes comunes que tienen que ver con el paisaje, la religión, las comidas y bebidas, el recreo, las modalidades, la libertad, el idioma y la historia (Morgan, 2001: 219). Además nos informa que sus estudios de la literatura viajera descubrieron que los ingleses aun más que los escoceses se identificaban apasionadamente con el té (Morgan, 2001: 122). Es una revelación que la bebida nacional de su país disfrutara de tanta popularidad entre los chilenos. Para ella y sus compañeros, como también para sus lectores británicos, el hecho de compartir el mismo gusto en bebidas les hacía a los chilenos menos diferentes, más entendibles. Lo equivalente hoy día sería que un chileno visitara Beijing y viera que los chinos tomaran pisco Mistral o Capel. Al reanudar su narración, la escritora nos entrega una vista panorámica de la entrada de Antofagasta y de la ciudad misma: Al llegar a las gradas de lo que llaman un muelle, donde había montones de madera, baúles y paja comprimida, conversamos sobre las condiciones de las calles, de los anchos caminos polvorientos con aceras un poco levantadas y no cementadas, y de los edificios casi todos de un solo piso. Un hotel grande que daba a “La Plaza” se vestía de un aire desolado. ¡Ah! Ésta es la vista de Antofagasta. ¡Con cuánto empeño la gente guarda esa pequeña plaza con árboles y arbustos enfermizos! Y en el moreno y quemado suelo algunos geranios tratan de respirar; los cuidan cariñosamente y los riegan concienzudamente, como nos dijeron, con agua del mar desalinizada. Este pequeño jardín, tiernamente cuidado como si fuera un minusválido, era patético de contemplar, pero para la gente obligada a vivir en este lugar donde ni siquiera una brizna levanta la cabeza y sólo se ven las áridas y polvorientas montañas, era una joya (Cameron, 1911: 144-147). La arquitectura y las calles contrastan tanto con lo acostumbrado para esta inglesa que merecieron breves comentarios. Para Cameron, lo más extraordinario es la presencia de un jardín en el medio de este desierto. Siendo británica y acostumbrada a ver florecer todo tipo de plantas y árboles, el tremendo trabajo que los antofagastinos habían hecho para mantener el jardín de la plaza era loable. A través de esta descripción el carácter de los nativos adquiere una serie de términos: orgulloso, empeñoso, cariñoso, concienzudo, tierno. De esta manera las condiciones de vida se extienden a los seres que habitan esas tierras, haciéndolos casi heroicos. Continuando su paseo por Antofagasta, la autora sigue pensando en lo difícil que es la vida aquí y se pregunta sobre los hábitos locales: En las vitrinas hasta las coronas para difuntos eran artificiales; también tenían frutas de cera en cestos. Espero por el bien de los habitantes que no sea la costumbre enviar estos secos recuerdos para agradecer la hospitalidad o mostrar cortesía. Entré en la tienda de un escocés joven para comprar tarjetas postales. El quería hablar y le pregunté si le gustaba la vida en este desierto, ya que Aden habría sido agradable en comparación. El contestó: “Aquí no está mal una vez que uno se acostumbra”. Yo insistí: “Pero ¿qué haces, por ejemplo, después de cerrar la tienda”? Replicó: “Hay cafés y un club inglés y nos sentamos allí, muchos de nosotros, para probar quién es capaz de tomar más whisky”. ¡Verdaderamente una hazaña! A la vez pensé que nadie podría culparlo en esta tierra desértica y solitaria (Cameron, 1911: 147-148). Con este pasaje vemos que Cameron se ha separado del grupo para indagar sobre la vida diaria en Antofagasta. Si recordamos que al iniciar su viaje pensaba en el hecho de necesitar estudiar sus libros sobre el idioma predominante, no nos sorprende que a estas alturas utilice una conversación con un escocés para informarse. Lo que aprende es que hay muchos hombres de habla inglesa trabajando en estas tierras y que siguen la costumbre de tomar su licor nacional. La reacción de ella ante sus excesos es bastante compresiva. Al reunirse de nuevo con el grupo, nos entrega sus últimas impresiones sobre la ciudad y sus alrededores: Los tranvías primitivos eran tirados por mulas que tenían un aspecto de cansancio; de hecho, todo el lugar se vestía del mismo aire. Nos dimos cuenta que no habíamos visto ni siquiera una mujer en ninguna de las calles. Caminamos por la calle donde se hacían compras; lo presentado en las vitrinas no nos tentaba. Sacamos varias fotos y todo el mundo estaba contento de subir abordo de nuestro vapor tan limpio. Al embarcar vimos dos viejitas arrugadas sentadas en un portal. Espero que no sean las únicas de su género en Antofagasta. Un caballero que frecuenta esta costa nos dijo que los lobos marinos abundan aquí y que son muy interesantes por ser juguetones, pero hoy eran conspicuos por su ausencia aunque muchas cámaras estaban convenientemente a mano para fotografiarlos. Más tarde supimos que no es su temporada. Quizás buscaban aguas más frías cerca de las orillas de la Patagonia (Cameron, 1911: 148-149). Sobresale su comentario sobre la falta de mujeres en Antofagasta porque entrelaza con lo anteriormente dicho sobre la costumbre de los hombres de reunirse después del trabajo para tomar whisky hasta embriagarse. Después de haber escrito tanto sobre lo que faltaba en Antofagasta (un buen muelle, agua, vegetación, diversiones, calles y aceras pavimentadas, cosas para comprar, transporte adecuado, mujeres) es notable que termine con lo que supuestamente abundaba pero no se encontraba durante su visita: los lobos. El capítulo que sigue en A Woman’s Winter in South America se dedica a las impresiones de Cameron sobre el puerto de Iquique: Nuestra próxima escala es Iquique y se parece a Antofagasta, excepto que las montañas aquí se elevan perpendicularmente de la mar; los monótonos techos del color de polvo se contrastan con la torre de la catedral y el oleaje rompe sobre las piedras, amenazando acabar con las alegres personas en las embarcaciones que han venido a visitar nuestro vapor. La bandera de Chile, roja, blanca y azul con una sola estrella en el rincón superior, flamea alegremente sobre sus cabezas, produciendo un contraste con las aguas azules. La diversión principal de la gente importante obligada a vivir en estos lugares miserables es visitar los vapores, reunirse con los oficiales, tomar cócteles ingleses y comprar cigarillos y tabacos. Considerando la falta de diversiones, y el aislamiento, se puede imaginar que este modo mínimo para divertirse es algo que esperan con una anticipación festiva (Cameron, 1911: 150-151). Igual que a su llegada a Antofagasta, la autora nos entrega una vista del paisaje. Ella nota las similitudes entre los dos lugares al hablar de los cerros (los considera montañas) aunque aquí se elevan de un modo distinto. Pero también encuentra de inmediato algunas diferencias. Lo que le impresionó en Antofagasta eran los colores naturales del sitio: “las yermas montañas parduscas y amarillentas debajo de las cuales existía un pueblo que, desde el mar, parecía un páramo quemado con un oleaje blanco sollozando en su base” (Cameron, 1911: 143). Al llegar a Iquique, encuentra una variedad de colores gracias a una combinación de esa naturaleza y distintas cosas hechas por los seres humanos: la catedral y la bandera chilena. También sobresale el uso del adverbio “alegremente”, del sustantivo “festividades”, del verbo “divertirse”, del sustantivo y adjetivo “anticipación festiva” y la repetición del sustantivo “diversión”. Le agregan a la narración la idea de cierta felicidad. La viajera prosigue con una lección geográfica que se torna económica para informarles a sus lectores sobre algunas realidades chilenas: “No ha llovido nunca en esta parte de la costa. Desde unas cincuenta millas al norte de Valparaíso, raramente cae lluvia; puedo decir que es casi desconocida, aunque a veces hay llovizna. Dicen que si lloviera, arruinaría todos estos puertos porque los ricos campos de salitre que existen más allá de las montañas se derretirían y desaparecerían, terminando así con toda la riqueza del país” (Cameron, 1911: 151). Aunque se equivocó con lo de “no ha llovido nunca”, es cierto que la lluvia, cuando ocurre, es un verdadero fenómeno atmosférico para los iquiqueños. Acertó con su comentario sobre “la riqueza del país”. Durante el auge del ciclo salitrero, Iquique llegó a producir 51% de los ingresos nacionales por impuestos. Con certeza, Cameron también sabía algo de la historia y política chilenas. Como veremos a continuación, le interesaba además la conexión entre lo ocurrido en Europa y los acontecimientos en esta parte de Sudamérica. Les informa a sus lectores: Hay una gran enemistad entre Chile y Perú, causada por la guerra de 1879 que duró más de cuatro años. Los peruanos son muy amigables hacia los Estados Unidos mientras Chile prefiere a los ingleses y tiene una gran comunidad de alemanes. En Chile el ejército y la marina son dominados por oficiales entrenados por los alemanes, con tácticas alemanas. En Perú el ejército y la marina tienen oficiales con influencias francesas. Sería interesante en caso de guerra, algo que muchos predicen para un futuro cercano, probar la superioridad de uno u otro en mar y tierra, a través de una guerra francesa-alemana llevada a cabo en la costa occidental de Sudamérica. Perú es un país rico y se desarrollará con rapidez, especialmente después del estreno del Canal de Panamá (Cameron, 1911: 151-152). Durante el largo período de imperialismo europeo (desde el siglo XV hasta comienzos del XX), los europeos re-imaginaban el mundo como si fuera forjado en la imagen de una Europa constantemente en expansión. Lo que escribió Cameron con relación a las fuerzas militares de Chile y Perú es un buen ejemplo de ese modo de pensar. Es interesante que su pronóstico para un rápido desarrollo peruano no se cumplió. La autora prosigue su narración con lo que se veía al contemplar los alrededores de Iquique desde el vapor: Luego, en el mar, pasamos por varios fondeaderos abiertos, cada uno con algunos veleros cerca de un pequeño pueblo sombrío, esperando sus cargas de salitre. Como niños chicos, estos puertos salitreros tienen que ser alimentados a mano porque no crece ni siquiera una brizna de hierba. Algunos pueblos tienen instalaciones condensadoras de agua y uno o dos se enorgullecen de su fábrica de hielo, pero la vida en estas chozas de techos planos bajo una luz intensa sin nubes, tarde o pronto lleva a los hombres que trabajan aquí, o al cementerio o al regreso a su patria o a la botella de whisky. Lástima que los supuestos reyes salitreros de la Bolsa de Valores no hagan una visita anual donde sus súbditos, porque la riqueza nunca ha sido acumulada bajo peores condiciones (Cameron, 1911: 152). Con estos comentarios, queda ampliamente demostrada la actitud negativa de Cameron hacia los grandes consorcios británicos, como también su simpatía para con los trabajadores de la industria salitrera en el Norte Grande. La escritora no era única en su manera de ver así el mundo. Gran parte de la literatura viajera de esa época fue escrita por hombres y mujeres que no se oponían el imperialismo en sí, aunque criticaban a viva voz los abusos engendrados por el sistema. La próxima parada en su “gran tour” de Sudamérica le trajo a Arica, un lugar que le parece una joya en comparación con las otras ciudades nortinas que ya había visitado: Arica es un lugar pequeño y lindo: un verdadero oasis en este desierto de montañas de arena. Tiene muchos pozos artesianos, así que hay bastante agua. Llegamos cuando el sol ya estaba bajo en el horizonte y los colores eran gloriosos. El mar se portaba bien, sólo la marea indicaba las olas provenientes de tan lejos y desembarcamos cómodamente. Al llegar a las gradas bien hechas del muelle, empezamos a explorar el pueblo. Eran conspicuas las muchas tiendas de whisky y había bastante policía montada a caballo. Fuimos hacia la Plaza que era bellísima. Los algodoneros estaban en su punto de cosecha y a la distancia parecían árboles de rosas blancas. Geranios, enredaderas, y muchas flores tropicales florecían contentamente y desde un pequeño quiosco la música militar agregaba alegría a la escena. Caminamos por la pequeña Plaza donde todas las flores -un tesoro tan raro en esta costa- eran tiernamente cuidadas, y florecían grandes árboles de ají (Cameron, 1911: 154155). Lo que encuentra diferente es la abundancia de agua, la existencia de un buen muelle, la presencia de una plaza repleta de varios tipos de flores y la alegría de oír tocar una banda. Lo que tiene Arica en común con Antofagasta e Iquique son los varios sitios donde venden whisky. Continúa con sus observaciones, usando un mandato para invitarle al lector a acompañarla en su paseo: Imagínese una larga calle mal pavimentada con casas de un solo piso hechas de estuco de varios colores y al fondo unas montañas de una arcilla gris. Así es Arica. El fletero nos pidió sólo dos chelines para llevarnos al pueblo y nuestras compras resultaron en lindas tarjetas postales bien hechas y una piña. Un caballero abordo había dicho varias veces cuánto le gustaría tener ajo para sazonar su ensalada y, como en el barco él era popular, le trajimos un puñado de ajos desde la tienda de frutas. Aquí las piñas cuestan dos chelines cada una y son de un color muy rojizo; el olor es delicioso (Cameron, 1911: 155). Como ya había escrito que los otros pueblos nortinos tenían casas de un solo piso, lo que sobresale en esta descripción es que las casas en Arica eran más coloridas. Si el lector se acuerda de las tonalidades que tenían los cerros antofagastinos según Cameron, “las yermas montañas parduscas y amarillentas”, también tendrá otro detalle que le diferencia a Arica: aquí son “de una arcilla gris”. Además, es la primera vez que la autora menciona que ha comprado algo. Mientras estuvo en Antofagasta, entró en una tienda para comprar tarjetas postales. No nos dice si encontró unas o no, solamente que habló un buen rato con el dueño escocés. Aquí en Arica comenta que compró “lindas tarjetas postales bien hechas”. Debe haberle impresionado bastante la calidad de las postales, especialmente si recordamos que en esa época tal objeto estaba en su apogeo. Además dijo que en Antofagasta “el contenido de las vitrinas no nos tentaba”. Aquí en Arica el grupo compró ajo y una piña descrita en términos muy positivos. Al continuar su narración, Cameron le entrega al lector algo de la política de la región en aquellos años: En Arica, después de mucha discusión entre los respectivos países, Bolivia, Chile y Perú, están construyendo un ferrocarril que podrá llevar pasajeros hasta La Paz, la capital de Bolivia. El asunto ahora es que Chile promete mantener Arica como un puerto abierto para Bolivia. ¡Ojalá que lo haga! De todos los pueblos de la costa occidental, Arica me impresiona como el lugar más placentero para vivir –si fuera necesario-. Es limpia, tiene vegetación abundante y su promontorio, el Famoso Morro, definitivamente es pintoresco (Cameron, 1911: 156). Parece que la mayor razón para la cual esta viajera inglesa prefirió Arica en vez de Antofagasta o Iquique, fue su limpieza. ¿Qué opinaría si regresara cien años después, ahora, en nuestra época? BIBLIOGRAFÍA BEALS, CARLETON 1949 The Long Land: Chile. Coward-McCann, New York. CAMERON, CHARLOTTE 1911 A Woman’s Winter in South America. 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