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caracoles zapatistas: creación heroica
Caracoles Zapatistas: Creación heroica
Sergio Rodríguez Lascano
“Por primera vez en nuestra historia nos reunimos
representantes de nuestras cinco Juntas de Buen
Gobierno y de nuestros Municipios Autónomos
Rebeldes Zapatistas (Marez) para platicar públicamente sobre nuestro humilde trabajo y sobre todos
los problemas y retos que enfrentamos. No somos
ejemplo, sólo trataremos de mostrarles lo que estamos haciendo con mucho problema pero también
con muchas ganas de construir otro mundo, uno
donde el que mande, mande obedeciendo”.
(Teniente Coronel Moisés)
Conforme avanza el proceso de crisis de
mando que se está desarrollando arriba, y conforme se tienen más expresiones de lo que es el inicio
de una dinámica de insubordinación abajo, parecería que se plantea una angustia en los intelectuales
de izquierda para poder interpretar ambos procesos. Parecería que existe una impaciencia por
explicarnos y explicarse. Pero, como casi siempre
sucede, la tentación por definir permite una inflación de fórmulas y caracterizaciones.
De esta manera, en los últimos meses, se han
utilizado una serie de fórmulas que en lugar de
describir lo que está pasando representan más lo
que el intelectual quisiera que pasara. Así, se ha
hablado de “dualidad de poderes”, “movimientos
fundacionales”, “movimientos faro”, etcétera.
Mientras más grandilocuente la definición, más
alejada de la realidad.
Desde luego, todo esto tiene que ver con un
hecho fundamental: no se escucha —incluso cuando no hablan— lo que esos movimientos están
diciendo. No se ve lo que esos movimientos están
haciendo, o se cierran los ojos cuando algo no cuadra con la idea preconcebida. No se huelen esos
movimientos porque, aunque se les apoya, no se
está ahí, cerca de ellos, cuando más se camina en
algunas marchas junto a los líderes. No se palpa
cuáles son las reacciones de la gente sencilla, que
es la base real de esos movimientos.
Y por lo tanto, no se sabe valorar la rabia, la
ira, que hoy por hoy es el elemento sustancial de la
acción de la gente. Y, finalmente, cuando se habla
de ellos se expresa una visión mistificada que
busca otorgar algún sentido, el que uno quiere, a
un movimiento que no merece eso.
Platicando el otro día con Adolfo Gilly, él
me hablaba de esa tremenda tentación de algunos
intelectuales por convertirse en “otorgadores de
sentido”. Una especie de sacerdotes que califican a los movimientos, sus tendencias, su direccionalidad, su gente, y otorgan certificados de
conducta, de acuerdo a la forma en que esos
movimientos se manifiesten. En realidad, de
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acuerdo a si le hacen caso o no, o si se asemejan
al sentido que se les dio de antemano.
Así, a una movilización en contra de un fraude electoral, convocada desde arriba, se le convierte en el punto más alto de la autoorganización
social y como base de una dualidad de poderes que
solamente existe en la mente de esos “otorgadores
de sentido”. No deja de ser un poco patética esa
dualidad de poderes que tiene ministros y presidente, pero no tiene ni la más mínima estructura de
autoorganización social.
Igualmente errónea es esa tentación por definir
a un movimiento o a una tendencia social con fórmulas literarias que gustan
al auditorio, pero mirándolas en detalle no significan absolutamente
nada (la serpiente que
sustituye al topo, como
diría Tony Negri; la revolución que ya no significa una cuchillada al
corazón sino los piquetes
de un millón de abejas,
expresión de John Holloway, etcétera). En este
caso no se trata de otorgar sentido, sino de
vaciar de sentido.
Entonces, en cuanto a las definiciones, es
preferible ir con pies de
plomo y darse su tiempo.
Estamos en medio de un
cambio de época, si bien los de arriba dieron pasos
fundamentales para destruir lo que desde la perspectiva de izquierda existía, no lograron consolidar un “nuevo orden mundial”, no lograron
generar un nuevo ciclo largo de crecimiento económico, a pesar de la incorporación masiva de
cientos de millones de seres humanos al proceso
productivo capitalista.
Lo contradictorio de la acción del capital es
que, en cambio, lo que sí logró fue la generación de
un antagonista nuevo, diferente.
Si alguien preguntara quién es ese nuevo
antagonista no sería necesario forzar la mente para
dar una respuesta contundente: los que están más
abajo que abajo, los que viven en el sótano del
mundo, los que siempre han sido despreciados,
humillados y ofendidos, incluso por los de abajo.
Pongamos un ejemplo: Para mí, lo fundamental de lo sucedido en Oaxaca no ha sido —
siendo muy importante— la conformación de la
Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, con
sus más de 200 consejeros, sino lo que sucedió en
las calles y en las comunidades. Los seres humanos de más abajo que abajo salieron a la superficie
y se apropiaron de las calles, plazas, símbolos,
palacios municipales, etcétera. En la ciudad de
Oaxaca fueron, otra vez, las barricadas la característica esencial, pero
igual sucedió en las
comunidades. Y en esas
barricadas quienes las
mantenían, los que le
daban vida, los que
orgullosos se organizaban para resistir los
asaltos de los policías
federales o estatales,
tenían una característica común: eran los más
pobres de los pobres.
Arrancados de las
páginas de Los Miserables de Víctor Hugo,
esos jóvenes, casi
niños, oaxaqueños,
nos decían: aquí estamos, no tan sólo la
modernidad neoliberal
no nos ha podido borrar sino que somos más y
estamos dispuestos a luchar.
El antagonista principal de esta fase del capital se ubica más abajo que abajo. Veamos algunos
ejemplos:
a) Los 190 millones de migrantes que existen
en todo el mundo. Una cantidad que, hagan lo que
hagan los señores del dinero —o para ser más precisos, precisamente por lo que hacen—, va a seguir
creciendo. Los estallidos en los suburbios de París
tienen un carácter anunciador. Esos millones de
trabajadores, la mayoría de las veces precarios,
son el resultado de un cuádruple proceso: despojo,
represión, desprecio y explotación. Sin ellos sería
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imposible entender el proceso de reproducción
ampliada del capital en las megalópolis, el mantenimiento de niveles de realización de las mercancías en los países más pobres. El sur se metió por
los cuartos de servicio en el norte y ahora éste no
puede vivir sin aquél.
b) Los millones de pobres —en el caso de
México, de indígenas— que emigran hacia las
zonas supuestamente más prósperas de sus mismos países.
c) Los millones de campesinos —muchos de
ellos indígenas— que conforman los nuevos sectores de la clase obrera industrial, que no conocen
las viejas formas y tradiciones de los trabajadores del siglo XX, pero
que llevan consigo una
visión comunitaria que
les permite más rápidamente identificar a su
enemigo y su explotación. En el caso de
México, no son herederos del viejo sindicalismo lleno de atavismos
como el de la falsa ideología de la revolución
mexicana.
d) Millones de
jóvenes en el mundo
que no tienen ninguna
perspectiva de promoción social. El desempleo,
el
mercado
informal, la calle, etcétera, son su destino. Pero no
se trata de un lumpen que será utilizado en contra
del proletariado, sino de un componente fundamental de la lucha y la movilización.
e) Millones de mujeres que son parte mayoritaria de las movilizaciones y que, en el terreno de
la acción, van cambiando la correlación de fuerzas
al interior de los movimientos, imponiendo —en el
mejor de los sentidos— su presencia, su lucha, su
forma de organización, su lenguaje, su forma de
ver el mundo. Logrando paulatinamente —no sin
contradicciones y crisis— que los movimientos
vayan observando las cosas con otra óptica. La
idea de ver el mundo con ojos de mujer solamente
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se logra en la acción, en la lucha, como productos
de la experiencia concreta.
El reto que se abre es tratar de resolver el
acertijo para unir el más abajo con el abajo.
Para eso es indispensable romper con dos
lógicas impuestas desde arriba:
a) La idea de que no hay otro horizonte que
no sea el del capitalismo. Ir más allá del capital
no significa apostar todo a un futuro luminoso
donde el control del aparato de Estado permita
un cambio de las relaciones sociales. Lo que
realmente significa es romper con la resignación
paralizante y cínica.
b) Romper con la idea
de que ser de izquierda
representa la voluntad
de proponer algunas
cosas que son menos
malas que lo que propone la derecha. Ubicarse
como la izquierda de la
derecha no representa
una alternativa a la barbarie en la que está acabando este sistema. El
neoliberalismo va por
todo: la vida misma.
Frente a esto, no es
posible levantar como
alternativa programas
asistenciales o propuestas presupuestales que
reasignan los mendrugos que caen de la mesa
del banquete de los dueños del dinero.
Es en este marco que se celebró el Encuentro de los
Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo.
Los días 30 y 31 de diciembre y 1 y 2 de enero, los
zapatistas nos permitieron ver a través de una ventana nueva, diferente. En el encuentro participaron
más de 2 mil delegad@s de 47 países del mundo.
Venían representado colectivos, organizaciones,
pueblos, comunidades, etcétera. Para recibirlos, el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional y las
bases de apoyo realizaron una gran movilización
de más de 4 mil indígenas, cientos de promotores,
más de 200 miembros de los 40 Consejos Municipales Autónomos, representantes de las cinco
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Juntas de Buen Gobierno y una parte importante
de la Comandancia General del Comité Clandestino Revolucionario Indígena.
Este encuentro tuvo como característica
esencial que no fueron los voceros tradicionales
del zapatismo los que marcaron la tónica, sino que
hablaron los hombres y mujeres, bases de apoyo,
que ejercen día con día las tareas de gobierno en el
marco de la autonomía.
Oír a las juntas de buen gobierno contar sus
experiencias, hacer sus generalizaciones, ubicar sus
limitaciones, señalar sus contradicciones, nos permitió entender el significado profundo de eso de lo
que hablaba el Subcomandante Insurgente Marcos
cuando decía que esta nueva generación zapatista
era mejor que la anterior. De esa manera pudimos
constatar, en la práctica, que efectivamente existe
otra cosa: otra forma de organizarse, otra forma de
convivir, otras relaciones sociales, otra forma de
gobernar, otra forma de vivir. Ya no a partir de un
comunicado o de una carta, o de un ensayo —que
siempre corren desesperadamente atrás de la realidad—, sino en vivo y a todo color.
Y ya nos prometen que para el mes de julio
de 2007 el viaje será más a las entrañas mismas de
los caracoles zapatistas, y que quienes nos hablen
de su experiencia serán directamente los zapatistas
que ejercen la autonomía día a día. Este viaje hacia
el centro profundo del zapatismo tiene una riqueza
que todavía es demasiado pronto para poder sacar
todas sus conclusiones, pero diremos algunas
obviedades que en nada comprometen a los actores directos de los hechos.
Desde luego, se trata de algo en construcción, y por lo tanto, de algo que todavía se está
armando, algo no terminado (con los zapatistas
siempre es un problema saber si algo está terminado). Pero ya se distinguen algunos aspectos
que plantean no sólo experiencia, sino un reto de
interpretación.
Hasta hace algún tiempo, la visión hegemónica en el seno del pensamiento de izquierda era
que no sería posible construir nuevas relaciones
sociales sino hasta después de la toma del poder, es
decir, de la toma del poder del Estado. Se decía que
la construcción de nuevas relaciones sociales solamente era viable en momentos específicos de la
confrontación social y que estos momentos dura-
ban muy poco, y que o se pasaba a la toma del
Estado, o se volvía a una normalidad reaccionaria.
Igualmente se planteaba la idea de que era
imposible alterar la forma de dominación. Cuando
mucho, la democracia representativa solamente
podía ser complementada con formas de democracia
participativa que le permitían a la gente decidir sobre
ciertas cosas, las menos trascendentales. (En la Ciudad de México se llegó al ridículo de encargarle al
señor Carlos Slim la organización concreta de una
consulta para ver si Andrés Manuel López Obrador
seguía en su puesto como jefe de gobierno o no).
La experiencia zapatista, asimismo, demuestra lo equivocado de algunos analistas y “expertos”
sobre el tema de la autonomía, que se atreven a afirmar que las Juntas de Buen Gobierno les dan la
razón sobre su modelo de autonomía, frente a lo
que fueron los Acuerdos de San Andrés. Pero olvidan algo elemental: el zapatismo puso a San
Andrés al servicio del movimiento indígena nacional y les preguntó a los indígenas de México si esos
acuerdos eran suficiente para ellos, y ellos dijeron
que sí, incluidos los ahora críticos y “expertos”. El
EZLN —creo yo, y así se ha demostrado— tenía la
capacidad de construir un tipo de autonomía que
iba por arriba de los Acuerdos de San Andrés, pero
no pensaba en sí mismo sino en ser un puente para
el movimiento indígena nacional.
En el encuentro, las Juntas de Buen Gobierno
nos dijeron que la autonomía no es algo que se
pueda aprender en un manual o en un libro con
grandes conceptos, sino que existe en función de la
decisión de los directamente involucrados, de
quienes están construyendo su propio destino,
autogobernándose.
Esto rompe con la idea tradicional de que se
requiere de un grupo de expertos, de especialistas,
que guardan los secretos de cómo se ejerce el
gobierno. Demuestra que es posible eliminar la
separación entre gobernantes y gobernados. Separación que se expresa en el diferencial salarial
entre el presidente del país, que gana cerca de 160
mil pesos mensuales, y un trabajador que recibe el
salario mínimo, que solamente percibe mil 200
pesos mensuales, lo que crea un desnivel de casi
160 mil por ciento. Aquí reside la base de lo que se
ha llamado el gobierno político. Los que participan
en las Juntas de Buen Gobierno no cobran ningún
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salario, la comunidad se hace cargo de su familia,
de sus gastos y alimentos cuando realizan viajes.
No existe ninguna diferencia entre ellos y sus
gobernados, aquí reside la base de lo que se ha llamado el gobierno comunidad.
El gobierno político es extremadamente
caro, cuesta mucho. Hace solamente unos días se
informó que en los últimos cuatro años el Instituto
Federal Electoral entregó a los partidos políticos
cerca de 40 mil millones de pesos. Pero eso no es
lo más grave, simplemente hay que ver cuáles son
los salarios de los funcionarios federales, estatales,
municipales, senadores, diputados, diputados
locales, regidores, ministros de la Suprema Corte
de Justicia, jueces, ministerios públicos, el ejército, la marina, los diversos cuerpos policíacos, etcétera. Y entonces la suma llega a más de 300 mil
millones de pesos, es decir, más que todo el presupuesto anual de educación —contando aquí a
todas las universidades públicas—, ciencia y tecnología, cultura, pueblos indios, todo junto.
Para formularlo de una manera esquemática:
Gobierno político = gobierno caro.
Gobierno comunidad = gobierno barato.
Gobierno político = gobierno de “especialistas”.
Gobierno comunidad = gobierno de todos.
Gobierno político = gobierno de arriba.
Gobierno comunidad = gobierno de abajo.
Gobierno político = gobierno autoritario.
Gobierno comunidad = gobierno democrático.
Pero existe otra diferencia que es más sutil,
pero igualmente perversa: la que tiene que ver con
quién decide, quién tiene el poder para definir el
rumbo de un pueblo, de un país, de una región. El
método que han escogido las bases de apoyo zapatistas para tomar las decisiones es mucho más
complicado y, muy posiblemente, tardado, pero al
mismo tiempo es el único —y perdón por lo contundente— que genera una transformación real y
profunda en la relación mando-obediencia. Al
poner de cabeza esta relación, y al devolverle al
pueblo —o a la ciudadanía si se quiere hablar en
términos modernos, o a la comunidad si hablamos como hablan los directamente implicados—
su poder de decisión, basado en su poder de discutir las diversas posibilidades, se genera una
nueva relación social, que eso y no otra cosa es el
mandar-obedeciendo.
Y entonces llegamos a un punto central en lo
que tiene que ver con los caracoles zapatistas.
Indudablemente que en el conjunto de pueblos
indios existen una serie de tradiciones que permiten una forma de gobierno que no se asemeja a la
forma occidental de gobernar. Pero una cosa es eso
y otra muy diferente es querer asimilar toda la
experiencia zapatista únicamente a los usos y costumbres indígenas. Los caracoles zapatistas representan una fusión entre esa tradición indígena y un
proceso de autoorganización social, producto de
una opción política precisa.
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El EZLN y los pueblos zapatistas apostaron a
una forma de organización y participación político-social que rompe con cualquier tradición de
territorios liberados, zonas bajo control, etcétera.
Para poner en pie un sistema autogestionario sin
parangón en la historia. Centenares de miles de
mexicanos viven desde hace ya más de tres años una
forma de organización social donde el Estado burgués mexicano no domina, donde el capital no
reina, donde se reapropiaron de lo que les habían
despojado, donde el desprecio no tiene lugar, donde
la represión no es ejercida por quien gobierna.
Todo esto hecho no a partir de un hombre iluminado que un día se despierta y decreta el socialismo. Tampoco en función de un líder que se
autodefine como el rayito de esperanza. Mucho
menos porque algún intelectual-predicador le dijo
al pueblo —que él imagina que lo lee todos los
domingos— lo que tenía que hacer. Sino por la
voluntad férrea de centenares de miles de mexicanos indígenas que ya optaron y decidieron poner
en marcha un proyecto único, donde ellos mandan,
ellos deciden, ellos discuten, ellos se cuestionan,
ellos se construyen, ellos se critican.
Por eso, en cada mensaje que los compañeros
dieron en el Encuentro de los Pueblos Zapatistas
con los Pueblos del Mundo se sentía algo que calaba, algo que nos hablaba del orgullo que sienten de
lo que están haciendo, de la seguridad que se siente
en sus palabras, de la confianza que se trasluce de
sus acciones. Como siempre sucede con los zapatistas, todo eso hizo que quienes estábamos ahí
sintiéramos un gran orgullo, una gran seguridad y
una importante confianza en que sí se puede hacer
otra cosa, en que sí hay otra cosa; en que sí hay
forma de construir nuevas relaciones sociales; en
que sí, el camino está abajo y a la izquierda. No
nada más a la izquierda, no nada más abajo, sino
abajo y a la izquierda.
Las Juntas de Buen Gobierno están ahí, nos
esperan, nos ayudan, nos iluminan, nos necesitan.
Hace muchos años, un contemporáneo de
todos nosotros, José Carlos Mariátegui, dijo que
el socialismo indoamericano no sería ni copia ni
calca, sino creación heroica. Yo no digo que lo
que se está haciendo en los caracoles zapatistas
sea el socialismo, pero de lo que no tengo duda es
que ahí se está haciendo una creación heroica que
puede ser la piedra de toque de un futuro socialismo sin patrones, ni generales; sin timoneles, ni
jefes; sin dioses, ni césares; sin ayatolas dominicales ni sabatinos.
Mientras tanto, mientras eso sucede, el día 31
de diciembre del año que acaba de terminar, un
compañero indígena de la Junta de Buen Gobierno
del Caracol IV, ubicado en Morelia, Chiapas, nos
dio la clave de lo que podemos tener como principio ético esencial, como elemento de resistencia
que permite que sigamos en la lucha, como base
para no traicionar lo que somos, nuestro ser, nuestro hacer. El compa dijo: “Aunque no podamos
cambiar el mundo, lucharemos porque el mundo
no nos cambie” (casi por las mismas fechas, un ex
obrero metalúrgico, presidente de Brasil, Luis Inacio da Silva “Lula” había dicho que era imposible
llegar a los 60 años y seguir siendo de izquierda).
Este pensamiento, que al mismo tiempo es
una acción, es la única garantía para poder
emprender la tarea mínima, hoy más que nunca
indispensable: cambiar al mundo para construir
uno donde el que mande lo haga obedeciendo. 14
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