Constituciones de la Congregación

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Constituciones de la Congregación
de Religiosas Siervas de la Pasión
Barcelona 1983
Constitución Fundamental
"Cristo pasó
haciendo el bien"
1. La Congregación de Religiosas Siervas de la Pasión fue fundada en la Iglesia por la
Venerable Teresa Gallifa Palmarola, el 25 de octubre de 1886 en la ciudad y diócesis
de Vic, provincia de Barcelona - España - , y es de derecho pontificio.
El Espíritu Santo inspiró a la Madre Fundadora una misión apostólica específica, no
como algo personal, sino con forma comunitaria dentro de la iglesia para la gloria de
Dios, la santificación de sus miembros y el servicio de las almas..
2. El fin de nuestra Congregación es buscar siempre la gloria de Dios, santificándonos
en una vida de comunión fraterna y la profesión de los consejos evangélicos de
castidad, pobreza y obediencia, y realizando en la Iglesia, de acuerdo con las propias
Constituciones, una misión particular al servicio de la vida humana en el aspecto
natural y sobrenatural.
33.. Esta misión la hemos recibido mediante la Madre Teresa, quien creyó que la Obra de
las Siervas de la Pasión "era voluntad de Dios que se hiciera" . 1 Nos dedicamos
comunitaria y personalmente a la implantación del Reino de Dios en sectores bien
determinados de la sociedad:
- En primer lugar nos entregamos a diversas actividades allí donde corre peligro la vida
de los niños, antes o después de nacer, y nos comprometemos a luchar contra las
teorías, prácticas e instituciones que les niegan sus derechos; contra el aborto, el
abandono de los recién nacidos, la educación de los infantes en ambientes que les
perjudican para el futuro de sus vidas.
-- Estamos también al servicio de las madres rechazadas por la sociedad por carecer de
vida matrimonial o haber fracasado en ella, para ofrecerles un nuevo hogar en el que
puedan gozar de los beneficios de la vida familiar y de una comunidad cristiana de
verdad. De este modo, queremos estar a su lado para que puedan realizar su
maternidad como mujeres cristianas y recuperar y expresar su vida de fe y esperanza
teologales.
-- Finalmente, nuestra misión se completa con el servicio a los enfermos.
4. Las Siervas de la Pasión hemos de ser conscientes de que la fidelidad a nuestro
carisma, tan adecuado a las necesidades de nuestro tiempo, exige ser santamente
audaces y activas, para lo cual hemos de dejarnos guiar por el Espíritu Santo y
aceptar la cruz de Cristo cada día.
1
Cfr. Una Madre Cristiana, 146
5. La Madre Fundadora nos legó en herencia estas actitudes espirituales para cumplir
nuestra misión en la Iglesia y que nosotras queremos conservar y vivir:
- configuración con los sentimientos de Cristo Jesús en su Pasión especialmente en
Getsemaní y en la Cruz2;
- profunda devoción a la Santísima Virgen María, especialmente en el misterio de la
Visitación3;
- constante vida de oración hondamente enraizada en la Sagrada Liturgia 4;
- sentido de reparación del honor de Dios ultrajado5;
- plena y continua confianza en Dios6;
- esfuerzo permanente por conocer y cumplir la voluntad de Dios7;
- humildad y fortaleza de carácter8;
- celo por la salvación de las almas, que costaron la Sangre del Salvador9;
- espíritu de familia y sencillez10;
- pobreza de vida11.
6. Suscitada nuestra Congregación por inspiración del Espíritu Santo, siente profundo
amor hacia la Iglesia, de la que se considera parte integrante, y quiere vivir su misión
propia con espíritu de plena entrega a ella, con obediencia absoluta al Papa nuestro
superior supremo, incluso en fuerza del voto, y con dependencia de los obispos
conforme a las normas del Derecho.
7. Deseosas de vivir profundamente nuestro carisma, tendremos presentes de modo
especial estas expresiones de la Madre Teresa: "Dios mío, por tu Pasión dame a
conocer lo que quieres de mí. Yo no quiero más que hacer tu voluntad". "Muero
tranquila y confiada en Dios, esperenado que por mediación vuestra se han de salvar
muchas almas. ¡Quedaos con Dios, hijas y hermanas mías!, quedaos con Dios y con
la Virgen María"12.
8. Proclamamos y veneramos como Patrona principal de la Congregación y como modelo
de nuestro estilo particular de santificación y apostolado, a la Virgen María en el
misterio de la Visitación. Ella, en efecto, acompañó a la Madre Fundadora en la
preparación y fundación del Instituto13 y ahora, como Madre y Guía, nos asiste para
llevar adelante la Obra, nos ayuda en nuestra misión y nos protege como si estuviera
de visita permanente entre nosotras.
Las Siervas de la Pasión, por nuestra parte, aprendemos de Ella, caridad y
abnegación. Ella tiene el cometido de mantener y acrecentar en nosotras el carisma
congregacional, y nos sentimos dichosas de que Ella, mediante nuestro apostolado,
sea la portadora de Cristo que sigue visitando a madres y niños necesitados de
protección especial.
2
Cfr. U.M.C., 155, 448, 452-3, 456, 458-9.
Cfr. U.M.C., 462, 470, 472-4, 489.
4
Cfr. U.M.C., 155, 435, 442, 494.
5
U.M.C., 165, 370-1, 412-3, 431, 437.
6
U.M.C., 390, 406-7, 438, 462-5, 486.
7
U.M.C., 49, 215, 281, 428, 433, 484-8.
8
U.M.C., 164-5.
9
U.M.C., 320, 370-1, 409-10.
10
U.M.C., 369, 377.
11
U.M.C., 373-4.
12
U.M.C., 493.
13
U.M.C., 250, 473-4.
3
9. Tenemos como protectores especiales de la Congregación al glorioso Patriarca San
José y a Santa Teresa de Jesús.
10. Sin autorización de la Santa Sede no se puede cambiar el objeto de la Congregación,
ni añadir de modo permanente y definitivo otras obras no comprendidas en él.
"Para proteger a la infancia abandonada y a las madres que no pueden hacerse cargo de
sus hijos, ayudaremos a proporcionar a estos niños una vida familiar digna, dentro de los
cauces jurídicos sociales, facilitando desinteresadamente su adopción según las leyes y
proporcionándoles los medios de integración familiar y social, siempre dentro del respeto
a la voluntad de las madres expresada libre y explícitamente."14
14
Texto incorporado, previa aprobación, el 18 de Agosto de 1984.
Parte Primera: Nuestra vida y misión en
la Iglesia
"Yo soy el Camino la Verdad y la Vida" Jn
14, 6
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NUESTRO SEGUIMIENTTO
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11. Reconocemos gozosamente que Dios nos ha llamado a la Congregación de las
Siervas de la Pasión para vivir en plenitud nuestra consagración a Él, iniciada en el
Bautismo y fortalecida por la Confirmación, y también a realizar una misión singular en
la Iglesia.
12. La primera norma de nuestra vida consagrada es seguir a Cristo virgen, pobre y
obediente, según el Evangelio15.
13. Estimamos los consejos evangélicos vividos y enseñados por Cristo como un don suyo
a la Iglesia16 y nos proponemos mediante su práctica, fomentar de manera especial la
caridad y santidad de la Iglesia17.
14. Lo abandonamos todo para seguir el espíritu de las Bienaventuranzas, seguir a
Jesucristo en su estilo de vida y colaborar en su misión salvadora dentro de la Iglesia,
según el carisma de la Madre Fundadora. En consecuencia debemos procurar que, a
través de nuestra acción apostólica, se refleje el amor de Cristo cuando atendía a los
niños, acogía a los pecadores y curaba a los enfermos18.
15. Como signo externo de nuestra consagración y testimonio de pobreza, vestimos el
hábito religioso según el modelo establecido en el Directorio. Si las exigencias de
tiempos, lugares y trabajos lo reclaman, y mientras duren, podemos vestir de seglares
en forma sencilla, sobria y modesta. Pero en todo caso llevaremos la cruz como signo
distintivo de pertenencia a nuestra Congregación19.
15
P.C., 2.
L.G., 43.
17
L.G., 44.
18
L.G., 46.
19
P.C., 17.
16
CAPÍTULO II
NUESTRO SEGUIMIENTO DE CRISTO VIRGEN
16. Las Siervas de la Pasión creemos haber recibido gratuitamente del Padre, por medio
de su Espíritu, el don divino y precioso de seguir a Cristo en la vida virginal. El ejemplo
de María Santísima, Virgen de las vírgenes, nos mueve y alienta a corresponder
fielmente a este don de Dios20.
17. Por gracia especial del cielo, la Madre Fundadora captó que un ambiente impregnado
de erotismo devastador21 ocasiona situaciones en las que el amor fácilmente se
deteriora y rompe.
Dios nos ha convocado para que siguiendo a Cristo virgen, seamos testigos de la
continencia perfecta por el reino, de modo especial ante quienes han experimentado
las desviaciones y el egoísmo de la sensualidad.
Con la castidad consagrada que libera nuestros corazones de cuanto sea traba para
que el amor de Cristo se extienda a los hermanos, las Siervas de la Pasión estamos
llamadas:
- a dar testimonio de sublimación de la afectividad hacia la cual debería tender todo
amor humano22;
- a expresar de manera singular el misterio de la unión de Cristo con su Cuerpo que es
la Iglesia23;
- a ser signos vivos de que los bienes celestiales se hallan ya presentes en este
mundo24;
- a prefigurar la futura resurrección y la gloria del reino celestial.
18. Expresamos nuestra respuesta a esta llamada con la emisión del voto de castidad
consagrada. Conscientes de nuestra debilidad, y poniendo la confianza en el Padre,
que no niega su gracia a los que se la piden, nos comprometemos a vivir con corazón
indiviso al servicio de Dios y de su reino25.
Por el voto de castidad optamos por el celibato consagrado, renunciando al
matrimonio, y nos obligamos en virtud de la religión, a evitar todo acto interno y
externo contrario a la castidad.
19. El don de nosotras mismas, hecho a Dios mediante este voto, sublima nuestro amor
humano y lo transforma en fuente de paz interior y de fecundidad apostólica para un
mejor servicio de caridad26.
20. La frecuencia de los Sacramentos, en especial de la Eucaristía, la oración asidua y la
piedad filial a María Madre de Dios y Madre nuestra, son medios eficaces para
conservar y progresar en este amor virginal.
21. También nos ayudará a perseverar en el seguimiento de Cristo virgen, el amor fraterno
y la vida comunitaria en un clima de equilibrio, satisfacción personal y sana alegría 27.
20
Cfr. L.G., 42 y 46; E.T., 15.
Cfr. E.T., 13.
22
Cfr. E.T., 13.
23
Cfr. E.T., 13.
24
Cfr. L.G., 44; P.C., 12.
25
Cfr. L.G., 44; P.C., 12.
26
Cfr. L.G., 44; P.C., 12.
21
22. Continuadoras de la obra y del espíritu de Madre Teresa, que tanto estimaba este
consejo evangélico28, y dada nuestra peculiar misión en la Iglesia, procuramos
formarnos psicológica y afectivamente adquiriendo autodominio, equilibrio y prudencia
hasta alcanzar una madurez humana que nos ayude en la práctica de la castidad.
27
28
Cfr. L.G., 42; P.C., 12; E.T., 13.
Cfr. P.C., 12; U.M.C., 372-3.
CAPÍTULO III
NUESTRO SEGUIMIENTO DE CRISTO POBRE
23. Jesucristo nos manifestó su amor haciéndose pobre por nosotros, siendo rico 29.
Correspondiendo a este amor, las Siervas de la Pasión nos comprometemos a vivir
personal y comunitariamente la pobreza practicada y proclamada por Jesús30.
Nos anima también el ejemplo de María Santísima, que sobresale entre los pobres y
humildes, y que en el misterio de la Visitación, tan querido para nuestro Instituto,
proclamó que "el Señor…ensalzó a los humildes y a los hambrientos colma de
bienes"31.
24. Nuestro carisma nos exige una intensa vivencia de la pobreza evangélica para
actualizar y profundizar en el misterio de la Cruz.
También nos estimula el testimonio de la Madre Fundadora, que vivió la pobreza de
modo afectivo y efectivo; en no pocas ocasiones carecía de lo necesario para sí y para
su Obra, pero conservaba entera confianza en la Providencia que, a través de
variadas mediaciones humanas, le concedió cuanto necesitaba para atender a las
acogidas en los casos más apurados32.
25. Por el voto de pobreza, nos comprometemos a no usar, disponer de los bienes
materiales sin el permiso de las legítimas superioras. Conservamos la propiedad de
los bienes patrimoniales y la capacidad de adquirir otros, sin embargo antes de la
primera profesión cedemos su administración, y realizamos libremente la disposición
de su uso y usufructo.
26. Transcurridos algunos años desde la Profesión perpetua, cada una será libre de
renunciar total y perpetuamente a sus bienes patrimoniales, con permiso de la
Superiora General que necesita el voto deliberativo de su Consejo.
27. Para vivir la pobreza evangélica no basta la dependencia de los superiores en el uso
de los bienes; hemos de aspirar a ser pobres de espíritu y de hecho 33. Al procurar lo
necesario para el sustento y nuestras obras, hemos de alejar toda solicitud excesiva, y
ponernos en manos del Padre celestial34. Si alguna vez carecemos de lo conveniente y
aun de lo necesario, debemos aceptar gustosamente, a ejemplo de nuestro Maestro y
Señor, esta participación en la condición de pobres, con lo que sentiremos la alegría y
la paz de la primera bienaventuranza.
Evitaremos toda clase de lujos, de lucro indebido y de acumulación de bienes 35, y
amaremos la sobriedad y la sencillez en nuestro modo de vivir.
Aceptaremos fraternalmente aquellas situaciones personales o comunitarias que se
demuestren con cualquier tipo de indigencia o limitación.
28. Deseosas de practicar la pobreza evangélica, nos sentimos obligadas a la ley común
del trabajo a la que el mismo Cristo se sometió. Pero la abrazaremos como medio de
29
Cfr. P.C., 13.
Cfr. L.G., 43 y 44; P.C., 13.
31
Cfr. Lc, 52-3.
32
Cfr. U.M.C., 265.
33
Cfr. P.C., 13.
34
Cfr. P.C., 13.
35
Cfr. P.C., 13.
30
proveernos de lo necesario para nuestra vida y nuestra obra apostólica 36, sin inquietud
por el mañana, plenamente confiados en la Providencia del Padre37.
Todo lo que recibimos por nuestro trabajo, como también las pensiones, seguros y
gratificaciones, o lo que percibamos en consideración al Instituto, para éste lo
adquirimos, y será administrado por las Hermanas encargadas.
29. Cada comunidad expresará su caridad y solidaridad con las demás casas y toda la
Congregación mediante la comunicación de bienes bajo la dirección de las legítimas
Superioras.
No debe existir entre nosotras diferencia de vida que en una pobreza compartida,
hieran el espíritu de caridad.
A ejemplo de la primitiva comunidad cristiana, que ponía todo a disposición de todos 38,
viviremos la pobreza compartiendo los bienes y talentos, las cualidades y otros dones
del Señor, para que la comunicación de bienes terrenos sea testimonio de la comunión
de espíritu.
30. La Madre Teresa, mirando a Cristo que llegó a identificarse con los pobres39, sintió
acuciantes el grito de las madres y niños abandonados40. A este clamor respondió
fundando nuestra Congregación. Como hijas suyas, hemos de tener bien claro que
nuestras personas y bienes están al servicio de los destinatarios de nuestra acción
apostólica.
36
Cfr. P.C., 13
Cfr. Mt 6, 25.
38
Cfr. Hch 4, 32.
39
Cfr. Mt 25, 31-46
40
Cfr. E.T., 17.
37
CAPÍTULO IV
NUESTRO SEGUIMIENTO DE CRISTO OBEDIENTE
31. Cristo Jesús, hizo de su vida una constante obediencia y sumisión por amor al Padre,
tomando forma de esclavo y sometiéndose a su voluntad hasta la muerte, y una
muerte de Cruz41; así realizó su obra de redención y abrió a los hombres el gozoso
camino de la verdadera libertad.
Nosotras hemos sido llamadas a seguirle en la obediencia al Padre. Para participar en
su Misterio Pascual42, y cooperar en su plan salvífico conforme al carisma de la
Congregación, ofrecemos a Dios la plena dedicación de la voluntad como sacrificio de
nosotras mismas.
32. En la disponibilidad de María, la primera "sierva del Señor", encontramos un modelo
perfecto de obediencia a la voluntad de Dios. Como "Virgen oyente" aceptó voluntaria
y libremente, en su "Hágase"43, el misterio de la Encarnación del Verbo; y como
"Virgen oferente", primero en la Presentación de Jesús en el templo 44, y después junto
a la Cruz del Calvario, consintió amorosamente en la oblación de la Víctima que había
tomado carne en su seno45.
33. Queremos prolongar en nuestras comunidades el modo evangélico de vivir de Cristo
obediente, practicado también por nuestra Madre Fundadora, que "no podía resolverse
a hacer nada que no fuera por obediencia"46.
34. Por el voto de obediencia nos comprometemos a obedecer a los legítimos superiores
en todo lo que nos manden según las Constituciones. La Superiora General, en caso
verdaderamente grave y después de madura reflexión, puede mandar en virtud de
obediencia, pero ha de hacerlo por escrito y con fórmula clara, de modo que conste la
intención de obligar.
Estamos también obligadas a obedecer en virtud del voto al Sumo Pontífice.
35. La meta de la obediencia consagrada es el cumplimiento de la voluntad divina, ya
respecto de la Congregación y de sus diversas comunidades, ya acerca de cada una
de nosotras. Por eso hemos de buscarla y discernirla comunitaria e individualmente
por todos los medios posibles, con humildad, actitud de fe y espíritu de conversión.
36. En este proceso de búsqueda y discernimiento nos ayudarán principalmente estos
medios:
- meditación de la Palabra de Dios;
- el encuentro con Dios en la oración;
- la atención a los signos de los tiempos;
- el diálogo sincero y la fraterna comunicación con respeto y caridad;
- la mediación de las legítimas superioras, a quienes corresponde siempre la decisión
final de acuerdo con las Constituciones47.
37. En la práctica de la obediencia consagrada tienen parte tanto las Superioras como las
demás Hermanas. Aquéllas han de ejercer la autoridad con espíritu de servicio, y tratar
41
Cfr. Flp, 2, 7-8.
Cfr. E.T., 24.
43
Cfr. Lc, 1, 38.
44
Cfr. Lc, 2, 22-40.
45
Cfr. L.G., 58.
46
Cfr. U.M.C., 428.
47
Cfr. P.C., 14
42
y mandar a éstas como hijas de Dios, con respeto a la persona, fomentando su
sumisión voluntaria y favoreciendo su cooperación activa y responsablemente en una
misión común48.
Las Hermanas a su vez, conscientes de que con la aceptación de los mandatos de las
Superioras imitan el ejemplo del Divino Maestro y colaboran a la obra de la Iglesia
según el carisma del Instituto, correspondan de manera activa, con espíritu de fe y
amor a la voluntad de Dios, empleen su inteligencia y voluntad, así como otros dones
de naturaleza y gracia, en el cumplimiento de los cargos y en la ejecución de las
disposiciones recibidas49.
38. Como no sólo hemos de llamarnos, sino ser de verdad Siervas de la Pasión, cuando
nos resulte especialmente difícil la práctica de la obediencia, nos confortará y estimulará
el ejemplo de Cristo, que aunque era Hijo aprendió en los sufrimientos lo que significa
obedecer50.
48
Cfr. P.C., 14.
Cfr. P.C., 14.
50
Cfr. Hbr, 5, 8.
49
CAPÍTULO V
NUESTRO SEGUIMIENTO A CRISTO EN LA VIDA COMUNITARIA
39. Dios nos ha convocado a vivir nuestra consagración bautismal y el seguimiento de
Cristo en la iglesia, dentro de una determinada familia religiosa. Nuestra Madre
Fundadora al transmitirnos el encargo de vivirlo dentro de una vida comunitaria.
40. Un modelo de vida comunitaria es el de Cristo que convivió y compartió su apostolado
con los discípulos escogidos y llamados.
El ejemplo de la primitiva Iglesia, en que los creyentes tenían un solo corazón y una
sola alma51 a la sombre maternal de María 52, ha de alentarnos a colaborar
generosamente en la formación y crecimiento de verdaderas comunidades religiosas
en cada una de las casas de la Congregación.
41. La caridad plenitud de la ley53 y vínculo de perfección54, es el fermento y fundamento
de toda vida comunitaria cristiana: "Amaos los unos a los otros como Yo os he
amado"55. Pero la vida auténticamente comunitaria, no es una realidad que se nos dé
hecha; hay que construirla diariamente entre todas para responder al deseo de Cristo
en su oración al Padre: "Que todos sean uno"56. Sólo así mostraremos a quienes nos
vean, que la fuerza del Espíritu, nos ha reunido en una comunidad evangélica y que
unidas a Cristo es posible superar el egoísmo en una fraternidad universal.
Además, de esta unión, emana una gran fuerza evangélica que hará más eficaz
nuestro apostolado.
42. Para que nuestras comunidades sean más auténticas hemos de fomentar en nuestras
casas:
- relaciones interpersonales sinceras, llenas de alegría, respeto y confianza;
- sentimientos de corresponsabilidad con los cargos de gobierno y las actividades
apostólicas de la casa;
- actitudes de escucha y respeto mutuo, de aceptación de las personas a pesar de sus
limitaciones, de ayuda y entrega más que de exigencia, y sobre todo de unidad,
sacrificando los intereses egoístas e individuales: "Haya unidad en lo necesario,
libertad en lo dudoso, caridad en todo"57.
43. La alegría que brota de la paz interior y de la fe compartida, es esencial en la vida
consagrada, como fermento de un radical seguimiento de Jesucristo que viene
reclamado por este género de vida, como signo de una particular presencia de Jesús
entre nosotras, como proclamación y anticipación del reino sobrenatural.
Dada nuestra misión y según el testimonio de nuestra Madre Fundadora, esta alegría
adquiere singular importancia en nuestras comunidades, para poder derramarla pura y
abundante en el corazón sediento y angustiado de las personas a las que se destina
nuestra actividad.
44. La Madre Teresa nos exhortaba vivamente a encarnar este hermoso ideal en nuestras
comunidades:
51
Hch 4, 32.
Hch 1, 14.
53
Rm 13, 10.
54
Col 3, 14.
55
Jn 15, 12.
56
Jn 17, 21.
57
P.C., 15.
52
"Que no haya ninguna Sierva de la Pasión que, al llegar la hora del descanso por la
noche, se encuentre sin haber hecho ninguna obra de caridad con su prójimo." 58
45. La escucha de la Palabra de Dios, en especial de los textos de Cristo sobre el amor
fraterno; el ejemplo de la Virgen María, que visita a su prima Isabel como
comprometida a servir y colaborar en la vida de familia; y sobre todo la participación
comunitaria en la Eucaristía, principio y centro, signo y realización de toda comunidad
creyente, constituyen el fundamento más firme para edificar nuestras comunidades.
También nos ayudará eficazmente el fomento de un espíritu de familia, el trabajo
abnegado, el silencio en las horas y lugares señalados, el recreo y el adecuado
descanso, como medios de recuperar las energías desgastadas.
46. Nos mostraremos bondadosas, complacientes y cordiales, prestándonos con
afabilidad y cortesía los servicios que nos sean posibles, y esforzándonos por
conservar en la vida común un trato cordial y un semblante amable 59. Nos
perdonaremos generosamente las mutuas ofensas, sin dejarnos vencer por el mal,
antes bien, venciendo el mal con la abundancia del bien60.
De esta forma el amor fraterno manifestará que somos verdaderas seguidoras de
Cristo61, y nuestras comunidades serán signos de unión y caridad para servir mejor a
los miembros dolientes de Cristo encomendados a nuestro desvelo pastoral.
47. Los medios de comunicación social se utilizarán con fines informativos y como ayuda a
la expansión y al descanso, evitando cuanto constituya obstáculo para la comunión
fraterna, el apostolado y la vivencia de nuestra consagración.
48. El silencio favorece el recogimiento y la paz para la escucha de la voz de Dios, el
estudio y el descanso. Cada una de nosotras es responsable de que reine en la
comunidad este clima de silencio. La caridad nos indicará cuándo la palabra debe ser
preferida al silencio, sobre todo en tiempo de oración, trabajo y descanso.
En las casas debe haber zonas reservadas a las Hermanas, según el derecho común
y particular, y ninguna persona ajena será admitida en ellas sin causa justificada y
permiso de la Superiora.
49. Las Hermanas de otras comunidades serán recibidas y acogidas con muestras de
alegría y afecto. Procuremos que los huéspedes y visitantes encuentren acogida
gozosa en nuestras comunidades. Demos muestras especiales de amor a los
familiares de las Hermanas, sobre todo a los padres y hermanos, haciéndoles disfrutar
de nuestra convivencia. Mostremos a los bienhechores la gratitud que permitan
nuestras posibilidades. Completemos nuestro afecto teniéndoles presentes a todos en
nuestras oraciones.
50. En nuestras comunidades se manifestará especial solicitud y caridad:
- con las Hermanas que comienzan la vida religiosa y han de aprender de modo práctico
y testimonial lo que significa seguir a Cristo según nuestro carisma;
- con las que atraviesan crisis y momentos difíciles en su vocación u otras
circunstancias;
- con las enfermas que experimentan de modo singular la configuración con Jesucristo
Crucificado;
58
59
P.C., 15.
1 Cor 13, 4-8.
Rm 12, 21.
61
Jn 13, 35.
60
-
con las ancianas que han gastado sus energías al servicio de la Iglesia en la
Congregación.
51. Esta caridad hemos de extremarla con las Hermanas gravemente enfermas,
confortándolas con sincero afecto, proporcionándoles la asistencia médica y
facilitándoles la oportunidad de recibir la Unción de los Enfermos, el Santo Viático y los
demás auxilios espirituales de la Santa Madre Iglesia, para que se hallen preparadas
como vírgenes prudentes cuando llegue el Esposo62.
52. Los vínculos de comunión fraterna nos se debilitan con la muerte sino que se
refuerzan espiritualmente en Cristo, esperanza de su resurrección. Por eso hemos de
mantenernos unidas a las que, habiendo compartido una misma fe y una misma
vocación, nos han precedido en la paz del Señor. Se celebrarán con piedad y sencillez
las exequias y se aplicarán cuanto antes los sufragios prescritos.
62
Mt 25, 6
CAPÍTULO VI
NUESTRO SEGUIMIENTO DE CRISTO EN SU VIDA DE ORACIÓN
53. Llamadas a seguir a Cristo, que de palabra y obra nos enseñó cómo hemos de orar y
qué hemos de pedir63, deseamos que nuestra vida permanezca enraizada en la
oración litúrgica, personal y comunitaria.
Las Siervas de la Pasión anhelamos ser una comunidad orante que, al mirar al cielo,
no se olvida de las necesidades y aflicciones de los hombres, en especial de los más
relacionados con nuestra misión; y que, al cumplir unas tareas temporales, no olvidan
los valores del Reino64.
Hemos de imitar a Jesucristo que vivió en constante coloquio con su Padre para
conocer y realizar el plan de salvación que le encomendara al enviarle al mundo. En la
frecuente experiencia de Dios se halla la fuente más abundante de energía y aliento
para nuestro trabajo personal.
54. El misterio de la Visitación de la Virgen María nos ofrece un paradigma de lo que debe
significar la vida de oración:
- María acude presurosa y en actitud de fe: "Dichosa tú, la que has creído…"65
- Anuncia a los demás, especialmente a San Juan Bautista y a Santa Isabel, el gozo de
ser portadora del Hijo de Dios66.
- En el "Magnificat" alaba al Señor como fuente de todos sus dones: "el Señor ha hecho
en mí maravillas"67.
55. Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo Sacerdote y de su Cuerpo, que es la
Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y el mismo
grado, no iguala ninguna otra acción de la Iglesia68.
De la Liturgia desciende hacia nosotros la gracia como de su fuente, y nos obtiene con
la máxima eficacia la fuerza para santificarnos y cumplir nuestra misión. Por esto
hemos de procurar que sea el centro de nuestra vida religiosa69, y celebrarla de
manera consciente y activa según el espíritu de la Iglesia.
56. El Sacrificio Eucarístico, expresión suprema del culto, ha de constituir el acto
fundamental diario de cada comunidad. Su celebración, con la participación
sacramental, nos pone en contacto íntimo con el Señor Jesús, que incorpora a su
Sacrificio redentor, nuestra ofrenda personal y la de todos los hombres.
Al participar de esta acción litúrgica, hemos de recordar que "en el momento de
nuestra Profesión hemos sido ofrecidas a Dios por la Iglesia en íntima unión con el
Sacrificio Eucarístico".70
57. La celebración de la Eucaristía es el momento más apropiado para renovar nuestro
compromiso de seguir a Cristo según su estilo de vida. La Eucaristía por la cual
anunciamos su muerte, proclamamos su Resurrección y nos preparamos para su
venida gloriosa, trae constantemente a la memoria los sufrimientos físicos y morales
de Cristo, que Él aceptó libremente hasta la muerte en la Cruz71.
63
Cfr. Lc 6, 12.
Cfr. Lc 1,9-11.
65
Cfr. Lc 1,45.
66
Cfr. Lc 1,41.
67
Cfr. Lc 1,49.
68
Cfr. S.C., 7.
69
Cfr. S.C., 10ss.
70
Cfr. E.T., 47.
71
Cfr. E.T., 48.
64
Es también el momento de presentar al Padre, por Cristo, con Cristo y en Cristo,
tantas desgracias y sufrimientos injustos como afligen a nuestros hermanos- en
especial a las personas destinatarias de nuestro apostolado- y a las cuales sólo el
Sacrificio de Cristo puede dar sentido mediante la fe72.
58. En cada una de nuestras casas habrá un oratorio, en el que se celebre, distribuya y
reserve la Eucaristía, para que sea de verdad lugar de oración y centro del culto de
nuestras comunidades. La frecuente visita al Santísimo nos ayudará a reavivar la fe y
el compromiso de seguir a Cristo hasta el fin de nuestra vida.
59. El misterio de la Pasión y Muerte de Jesucristo, asiduamente meditado, nos impele a
una continua conversión a su amor. El Señor Jesús, que derramó su Sangre por
nosotras y por todos los hombres, nos ofrece el perdón de los pecados y la paz del
espíritu de modo especial en el Sacramento de la Reconciliación. Mediante él, nos
reconciliamos con el Padre, con la Iglesia y con la comunidad. Por esto, hemos de
acercarnos a este sacramento con frecuencia, según las disposiciones de la Iglesia.
Las Superioras faciliten a las Religiosas la recepción de la penitencia, así como la
dirección espiritual, ateniéndose a lo establecido por la Santa Sede y quedando a
salvo la disciplina del Instituto.
60. La recitación diaria de la "Liturgia de las Horas"- al menos de Laudes y Visperasconstituye uno de los momentos más señalados de encuentro comunitario en la fe: nos
asocia a la alabanza de Cristo al Padre73, nos une a toda la iglesia orante, prolonga la
eficacia de la Eucaristía y nos ofrece alimento para la oración personal. Por esto nos
esforzaremos por hacer de ella una experiencia digna y fructuosa de oración
comunitaria.
61. En nuestras comunidades se procurará seguir el ritmo del año litúrgico, con el que la
Iglesia celebra gradualmente los misterios de la salvación culminada en Cristo. Dada
la singular dimensión pascual de nuestra consagración religiosa, cada domingo, como
el día del Señor, viviremos jubilosamente el Misterio Pascual tanto en la Liturgia como
fuera de ella74.
62. El encuentro con Dios en la oración personal es también necesario para que los
sentimientos de Cristo penetren nuestros propios sentimientos. La conversación íntima
y confiada de Jesús con su Padre, será nuestro modelo de oración, a la que cada
religiosa dedicará fielmente una hora diaria por lo menos.
63. La Virgen María, Madre de la Divina Gracia sin la cual nada podemos hacer, nos
ayudará a seguir fielmente a Jesucristo. Asociada por Dios a la obra salvífica de su
Hijo, debe ser venerada en nuestras comunidades con culto litúrgico y con otros
ejercicios de piedad aprobados por la Iglesia como el Rosario y el "Angelus".
Sin excluir ningún aspecto de la vida de María, nuestra piedad debe destacar el
misterio de la Visitación y el de su asociación a la Pasión de Cristo, vividos de manera
singular por nuestra Madre Fundadora y legados a sus hijas con particular insistencia.
72
Cfr. E.T., 45.
Cfr. S.C., 14.
74
Cfr. S.C., 102.
73
64. En los ejercicios de devoción, tanto en honor de la Virgen María como cualesquiera
otros, téngase en cuenta el tiempo litúrgico, de manera que estén de acuerdo con la
Sagrada Liturgia, deriven de ella y a ella conduzcan75.
65. Las palabras del Maestro: "Es preciso orar siempre sin desfallecer"76, nos invitan a una
actitud de "oración continua" que prolongue en medio del trabajo, la oración. Así
impregnaremos de contemplación la actividad temporal, aunque no siempre podamos
permaneces "a los pies del Maestro"77. Para ello hemos de ser fieles a las siguientes
prácticas:
- el examen de conciencia;
- la lectura espiritual, en especial de la Palabra de Dios que nos proporciona un mayor
conocimiento de Jesucristo, y también la de otros autores espirituales.
66. Aunque consagradas al Señor, hemos de trabajar en un mundo que tiende a desterrar
a Dios de entre sus preocupaciones y valores; y corremos el peligro de sumergirnos de
tal modo en las realidades efímeras, que disminuya la orientación habitual hacia el
llamamiento divino78. Para contrarrestar este riesgo y para mantener la generosidad de
nuestra respuesta, y la renovación constante, haremos un día de retiro espiritual al
mes, y seis días completos de Ejercicios Espirituales al año.
75
Cfr. S.C., 13.
Cfr. Lc 18,1.
77
Cfr. Lc 10,39.
78
Cfr. Lc 10,39.
76
CAPÍTULO VII
NUESTRO SEGUIMIENTO DE CRISTO EN SU PASIÓN
67. Nos llamamos oficialmente, y queremos serlo de verdad, Siervas de la Pasión. La
Pasión de Cristo transformó la vida de nuestra Madre Fundadora imprimiendo un sello
peculiar en su espíritu y en el cumplimiento de su misión.
Como hijas suyas, nos sentimos llamadas también a configurarnos con Cristo
especialmente en su Pasión, que no es sólo un lejano suceso histórico, sino el gran
misterio que continúa en la vida de cada uno de los hombres.
68. Dicha configuración nos exige tener los mismos sentimientos de Cristo, quien “a pesar
de su condición divina se anodadó a Sí mismo, tomó la forma de siervo y se sometió
incluso a la muerte, y una muerte de Cruz”79.
Tal identidad de sentimientos ha de llevarnos a vivir de acuerdo con la invitación de
Cristo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su
Cruz y me siga”80. Como respuesta a tal llamada, “nosotros hemos de gloriarnos en la
Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. En Él está nuestra salvación, vida y resurrección. Él
nos ha salvado y libertado”81.
69. Responderemos a las exigencias de nuestra configuración con la Pasión de Cristo:
- realizando nuestros deberes de estado con espíritu de abnegación;
- aceptando en comunión con Cristo los padecimientos, contrariedades,
incomprensiones y pruebas de la vida diaria, para completar en nuestros cuerpos “lo
que falta a la Pasión de Cristo a favor de su Cuerpo que es la Iglesia”82.
- Cumpliendo las variadas formas de penitencia impuestas por la Iglesia83 y la práctica
tradicional del Instituto, con sentido de dar muerte al pecado e incorporarnos a Cristo
muerto y glorificado, tal como lo reclaman la consagración bautismal y religiosa84.
- Acompañando a los niños, madres y enfermos de nuestros centros, en todos los
cuales la Pasión de Cristo se manifiesta de modo bien visible, y experimentando en
nosotras mismas sus tribulaciones hasta que se grabe en nuestras almas la memoria
de la Pasión del Señor.
- Aceptando la muerte cuando llegue el momento señalado por Dios, como el momento
culminante de nuestra configuración a la Pasión de Cristo Jesús y con esperanza de
futura resurrección.
70. En el compromiso de constante configuración con la sacratísima Pasión de Jesucristo,
nos valdremos de todos los medios apropiados, especialmente:
- La participación activa en el Sacrificio Eucarístico, memorial de la muerte del Señor
Jesús.
- Lectura y meditación de los relatos evangélicos de la Pasión del Redentor y los
comentarios que sobre ellos han escrito autores de espiritualidad, en particular nuestra
Madre Fundadora.
- La práctica constante y meditada del “Via Crucis”, según el consejo de la misma: “No
se pueden explicar los resultados que da el meditar en la Pasión: consuelos, ganas de
padecer por Él”85.
79
Cfr. Flp 2,5.
Cfr. Lc 9,23; Mc 8,34.
81
Cfr. Gal 6,14.
82
Cfr. Col 1,24.
83
Cfr. S.C., 109.
84
Cfr. Rm 6,1; L.G., 44.
85
Cfr. U.M.C., 49.
80
-
El rezo del Rosario con la contemplación de los misterios dolorosos del Señor Jesús y
de su Madre.
71. Nos anima grandemente a configurarnos con la Pasión la certeza que este aspecto
del Misterio Pascual, no puede separarse de la Resurrección y Ascensión a los cielos.
Sabemos que somos hijas de Dios y coherederas con Cristo. Si sufrimos con Él, también
seremos glorificadas con Él. Los sufrimientos de este mundo no admiten parangón con la
gloria que se manifestará un día en nosotras86.
86
Cfr. Rm 8,16-18.
CAPÍTULO VIII
NUESTRO SEGUIMIENTO DE CRISTO EN SU MISIÓN SALVADORA
72. La actividad apostólica, conforme al carisma inspirado por el Espíritu Santo a Madre
Teresa, es un elemento esencial en nuestro seguimiento de Cristo, el Mesías o
Enviado del Padre para la salvación del mundo87.
73. La Virgen María, que acudió “con prontitud” a casa de Santa Isabel, nos anima y
ayuda a seguir generosamente a Cristo mediante el cumplimiento de nuestra misión
peculiar en la Iglesia.
74. En nuestra Congregación, la acción apostólico-benéfica pertenece a la naturaleza
misma de nuestra consagración religiosa. Por esto, toda ella debe estar imbuida de
sentido apostólico, y toa acción apostólica debe recibir su información del espíritu
religioso. Para ello es necesario que proceda de la íntima unión con Cristo 88.
75. Para ser fieles a nuestra misión eclesial, las Siervas de la Pasión nos reunimos en
comunidades apostólicas, y nos responsabilizamos colectivamente, según la
capacidad de cada una, de todo aquello que la comunidad ha asumido como
compromiso ante la Iglesia, ya que ésta quiere ser, mediante nuestro apostolado, "voz,
conciencia y compromiso" para las personas que nos han sido encomendadas89.
76. Bajo la guía de la Iglesia, nuestras opciones preferenciales de apostolado han de
orientarse a :
- procurar por todos los medios que la caridad nos sugiera, la conservación de la vida
natural y la regeneración espiritual de los niños mediante el Bautismo, cuando por
cualquier motivo peligren la una o la otra;
- atender material y espiritualmente a las futuras madres y a las que ya lo son,
sometidas a situaciones personales o sociales especialmente difíciles; pero sin olvidar
que son los niños los que han de centrar nuestra atención;
- cuidar y servir fraternalmente a los enfermos, esforzándonos por ver en ellos a Cristo
Jesús90.
77. Para seguir a Cristo en espíritu y en verdad, estas opciones apostólicas hemos de
realizarlas con dedicación y competencia, con gran amor y solicitud, según las
enseñanzas de la Madre Teresa, haciendo lo que esté de nuestra parte para satisfacer
a las personas a las que atendemos.
Nos ayudará el intentar seriamente hacer propias estas situaciones de los demás,
especialmente las que presentan mayores dificultades. Nuestro tiempo, lo que somos
y tenemos, hemos de ponerlo a disposición de las personas a quienes servimos. "Pero
sin olvidar que debemos dar testimonio de la primacía de Dios, consagrando cada día
un tiempo, lo suficientemente largo a estar delante del Señor, para decirle nuestro
amor, y sobre todo para dejarnos amar por Él"91.
Manifestaremos siempre la misma actitud, sin acepción de personas, ya que todas
están enriquecidas con la misma dignidad humana y en todas servimos al Señor.
87
Cfr. Jn 10,30; 17,22; A.G., 5.
Cfr. P.C., 8.
89
Cfr. Rph. I, 1,4d.
90
Cfr. Mt 25,36.46.
91
Cfr. Juan Pablo II a la UISG el 16-11-78.
88
78. Movidas por un profundo sentido eclesial y por el deseo de impulsar eficazmente las
actividades apostólicas de la Congregación, pondremos especial empeño en:
- Incorporar a nuestras obras la ayuda de seglares cristianos que de alguna manera
sientan vocación por nuestro apostolado;
- Mantener frecuentes contactos personales con quienes ejerzan actividades
apostólicas relacionadas con nuestra misión;
- Incorporar nuestras obras propias a la Pastoral de Conjunto de la comunidad
diocesana y nacional.
79. Ya que todas nuestras actividades pastorales deben ser asumidas y vividas desde la
perspectiva del seguimiento de Cristo, practicaremos el apostolado en actitud:
- De sana apertura a los adelantos de comprobada solvencia técnica y científica en bien
de nuestros apostolados propios;
- Revisión periódica de obras y métodos para mantenerlos siempre dinámicamente
actualizados;
- Adaptación permanente a las necesidades de personas, culturas, lugares y tiempos92.
80. Como hijas de la Iglesia especialmente misionera, nos sentimos interpeladas por el
compromiso apostólico93 a favor de las gentes que todavía no han recibido el anuncio
de la Buena Nueva. Impulsadas por este espíritu misional, no podemos menos de
trabajar en dichos territorios; pero al atender a otros ministerios reclamados por las
necesidades de la Iglesia local, no olvidemos el apostolado primario al que nos
compromete nuestro carisma.
81. Las Siervas de la Pasión no podemos olvidar por mucho que nos urja el apostolado
activo, nuestra principal forma de seguir a Cristo y de colaborar en su misión
salvadora, será siempre el testimonio de vida consagrada, ante fieles e infieles, a fin
de que sea glorificado el Padre que está en los Cielos94.
92
Cfr. 1 Cor 9,19-23; P.C., 3.
Cfr. A.G., 40.
94
Cfr. Mt 5,16; P.C., 25.
93
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