El Juez Salomón de Granada El juez de las sentencias ejemplares Muchos grandes hombres tienen un pasado “oscuro” y el juez de menores más famoso de este país no se libra de él. Joven difícil, atravesó más de una vez la línea de la legalidad. Quizá por ello Emilio Calatayud sabe mejor que nadie cómo redimir al delincuente. Su fórmula es la menos habitual, pero ha resultado ser la más efectiva: los delitos se pagan sirviendo a la sociedad. Sus sentencias educativas han bajado la delincuencia en Granada. (resumen de un reportaje de El Mundo) Calatayud es el juez de las sentencias ejemplares, el mismo que sentó a un raterillo en un pupitre hasta que aprendió a leer. Su justicia peregrina tanto por las piedras milenarias de la vieja cultura como por las intangibles redes cibernéticas en las que la vieja figura del bandido toma nuevo nombre: hacker. A uno de estos piratas cibernéticos que desde Madrid entró en el ordenador de varias empresas granadinas y provocó daños de unos 2.000 euros, el magistrado condenó meses atrás a impartir 100 horas de clases a estudiantes de informática. Dice que casi el 80% de los chavales que pasan por su Juzgado aprovechan la oportunidad de toparse con un juez como él y dan para siempre –o casi– esquinazo al delito. Ahora tiene 48 años” y más de 8.000 sumarios resueltos. “Te condeno a dibujar un cómic” Le abrió los ojos. Andrés, 20 años, ha puesto fin a una carrera delictiva y de drogas que inició cuando tenía 13. Hasta cinco veces fue juzgado por Calatayud por delitos de robo y similares. Gracias a su última condena, se sacó el carné de conducir y el graduado. “Fue el juez el que me metió el susto grande, me abrió los ojos”. Psicólogos y pedagogos completaron su redención. En la Justicia que él imparte no cabe la venganza. Tampoco la condescendencia sin más. “El que la hace la paga, está claro, pero ahí no nos podemos quedar... Yo estudio mucho qué es lo que ha llevado a un chaval a ser delincuente”, se explica. “Es duro pero aplica la ley de menores bien, y se arriesga”, dice uno de sus colaboradores extrajudiciales, una de las 8 personas que integran el equipo de medio abierto (sociólogos, educadores, etcétera) encargado del seguimiento de los sentenciados a servicios en beneficio de la comunidad. “Todas nuestras sentencias son educativas... También cuando condeno a internamiento (medio centenar de casos en 2003, frente a las 650 medidas en régimen abierto . De lo que se trata siempre es de saber si lo que queremos es sólo castigar o también reinsertar. “En Granada llevamos ya tres años seguidos bajando la delincuencia juvenil”. Que lo de enviar a chavales a un centro de internamiento, cuando se trata de delitos graves, es moneda común del oficio de juzgador. Le parecen muchos los alrededor de 600 jóvenes que actualmente llenan los 15 centros de menores abiertos en Andalucía. “Se trabaja poco con medio abierto”, sentencia. Y echa cuentas: cada plaza de internamiento cuesta unas 40.000 pesetas diarias. “Con ese dinero se podrían pagar a muchos pedagogos y educadores... Hay datos (“el 90% de los chavales que hemos condenado a sacarse el graduado escolar lo han aprobado”) e indicios para el optimismo (“chavales detenidos por conducir borrachos que envié a atender a tetrapléjicos del hospital de Granada, se quedaron de voluntarios para, por ejemplo, acompañar a los paralíticos cuando los llevan a la playa”). Él dice que sólo un 10% de los que llegan a sus manos son ya carne de cañón”. Él mismo, que ha convertido sus sentencias en auténticas lecciones de vida (a un pirómano lo pone a repoblar bosques o a un joven agresivo a atender a los inmigrantes que llegan en patera). La asociación Ímeris, especializada en la intervención con menores en riesgo social, es su fiel aliada en la aplicación y seguimiento tanto de tareas educativas como servicios en beneficio de la comunidad. En la memoria de actividades del 2003 se reflejan recogidas de juguetes y alimentos, animación hospitalaria con jóvenes que hacen de payasos para los enfermos, limpieza del botellón, repoblación forestal, rehabilitación y pintado de parroquias, acompañamientos a personas disminuidas físicas... En este 2004, gracias a un convenio de cooperación con la Cruz Roja, el juez también mandó a sus pupilos a echar una mano a los inmigrantes de las pateras. La idea le surgió tras un juicio por robo contra un menor magrebí sin papeles, y posteriormente la maduró hasta dotarla de connotaciones sociales. Se trata de chavales condenados a ejercitar la solidaridad con el semejante por robar y agredir a muchachos de sus edades. Un monitor contabiliza las horas de trabajo (cada uno deberá dedicar 100), que empiezan a contar en el momento en que la embarcación aparece en la orilla. Andrés acaba de cumplir 20 años. Cinco veces se vio cara a cara ante Calatayud. Pero ya todo, dice, es pasado. Atrás quedaron las drogas (pocas no probó) y su “obsesión por robar”, una carrera delictiva que inició con 13 años y por la que ha estado rindiendo cuentas al juez hasta mayo del año pasado. “Las últimas medidas que me puso fueron 50 horas de orientación laboral. Me saqué el graduado y el carné de conducir”, dice al Magazine. Aunque ahora lleva un año parado, ya no está dispuesto a todo para conseguir dinero. Su fórmula: justicia y sentido común. Si maltratas a un sin techo, repartirás comida entre indigentes; si pegas a otro chaval porque te miró mal, limpiarás cristaleras de edificios públicos para que sepas de verdad lo que es que te miren mal; si te gusta prender fuego, te irás de turno con los bomberos... “Te condeno a dibujar un cómic” El error de Enrique fue conducir su ciclomotor sin el seguro obligatorio por las calles de Granada. Ocurrió en agosto de 2002. Apenas un año después, el joven aceptaba la sentencia del juez Emilio Calatayud: dedicar 50 horas de trabajo a contar en viñetas, su gran pasión, la historia de los hechos y realizar un par de visitas a la planta de traumatología del hospital de Granada. El juez no sólo pretendió que el adolescente demostrara sus dotes creativas. También, que “reflexionara sobre la barbaridad que supone conducir sin seguro”. El resultado, satisfactorio para todos, fue un cómic de 15 folios. Y Andrés ya tiene seguro.