Gobiernos argentinos

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El gobierno desarrollista de Frondizi
En 1958, Perón desde Madrid, ordenó a sus seguidores votar por el radical disidente y desarrollista Arturo
Frondizi, demostrando así su fuerza aún desde el exilio. Perón se vio obligado a tomar esta decisión, ya que
era dudoso que los peronistas volvieran a votar en blanco (después de la Asamblea Constituyente de 1957 en
la que el 24% de los votos fueron en blanco) en un momento en el que se elegiría a las autoridades que
regirían por seis años los destinos de la nación. Por otro lado, Frondizi seducía a los peronistas con sus
consignas progresistas y desarrollistas y su prédica en contra del gobierno militar.
Las FFAA, lideradas por entonces por los sectores más antiperonistas, sostuvieron que el candidato de la
UCRI había ganado ilegítimamente, ya que los votos peronistas habían frustrado al candidato oficioso de los
militares, el de la UCR del Pueblo. Desde la asunción del nuevo presidente, el golpe ya estaba dando vueltas
en las cabezas de los opositores.
Después del período peronista, el sector industrial había quedado compuesto por pequeños capitalistas y
talleres artesanales de baja eficiencia y competitividad, pero de gran capacidad de empleo. Las grandes
corporaciones del país, que cubrían las áreas de industria y servicios públicos, eran propiedad del Estado.
El gobierno desarrollista de Frondizi implementó un plan destinado a modernizar las relaciones económicas
nacionales e impulsar la investigación científica. En diciembre de 1958 se promulgó la Ley de inversiones
extranjeras, que trajo como consecuencia la radicación de capitales, principalmente norteamericanos, por más
de 500 millones de dólares, el 90% de los cuales se concentró en las industrias químicas, petroquímicas,
metalúrgicas y de maquinarias eléctricas y no eléctricas.
El mayor efecto de esta modernización fue la consolidación de un nuevo actor político: el capital extranjero
radicado en la industria. La burguesía industrial nacional debió, desde entonces, amoldarse a sus decisiones y
la tradicional burguesía pampeana fue desplazada de su posición de liderazgo, recuperándola a medias en los
momentos de crisis.
Otras de las consecuencias de este plan fue la concentración de las inversiones en la Capital Federal, la
provincia de Santa Fe y principalmente la ciudad de Córdoba, que experimentó un meteórico desarrollo
industrial. Por otro lado, las variaciones en la distribución de los ingresos beneficiaron a los sectores medio y
medio−alto, en detrimento de los inferiores, pero también de los superiores.
La complejización de las estructuras políticas y económicas desplazó a los viejos abogados y políticos del
poder y los subordinó a una nueva clase dirigente, la burguesía gerencial, que empezó a formar el nuevo
Establishment. Ante esta nueva situación, la burocracia sindical adoptó una nueva posición; ni combativa, ni
oficialista: negociadora. Desde que en 1961 Frondizi devolvió a los sindicatos el control de la CGT, se
empezó a gestar en el interior del sindicalismo peronista la corriente "vandorista" (por Augusto Vandor, líder
del poderoso gremio metalúrgico) que estaba dispuesta a independizarse progresivamente de las indicaciones
que Perón impartía en el exilio. Eventualmente, consideraban construir el embrión de un proyecto
político−gremial capacitado para negociar directamente con otros factores de poder (es decir, sin la mediación
de Perón) al estilo del Partido Laborista inglés nacido en la década del `40. Todo esto hizo que los partidos
políticos tradicionales fueran perdiendo relevancia como articuladores de intereses sociales.
En estos años de proscripción y declinación general del nivel de vida de la clase obrera nació la izquierda
peronista, es decir, aquellos peronistas cuyas metas eran el socialismo y la soberanía popular. Esta se dio no
por acercamiento de la izquierda tradicional, que seguía siendo hostil al peronismo, sino a través de la
radicalización de los activistas peronistas y la peronización de jóvenes que se habían orientado primero hacia
la derecha y el nacionalismo católico.
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En recompensa por el apoyo electoral recibido, Frondizi se acercó a los peronistas − otorgándoles una
amnistía general, una nueva Ley de Asociaciones Profesionales, etc.− pero las inversiones extranjeras,
consideradas la clave del desarrollo frondicista, les olían a entrega al imperialismo yanqui. Los contratos con
ocho compañías petroleras extranjeras y la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre desbordaron la ira
de los peronistas nacionalistas, que se sentían traicionados. A su vez, se levantaron las protestas de la
burguesía nacional, que necesitaba el petróleo barato, y que temía que si la Argentina no se aliaba a EEUU
contra Castro, sufriría la misma política de agresión que Cuba.
Ante la creciente oposición de la clase obrera, con una recurrente recesión, y con muy poco espacio para
maniobrar, Frondizi se encontró entre la espada y la pared: cedió a todos los planteos militares (inquietos por
la movilización del peronismo) y declaró primero el Estado de Sitio y luego el plan de represión CONINTES
para desmovilizar a la clase obrera. Al mismo tiempo legalizó al Partido Peronista para competir en las
elecciones de 1962 para gobernadores provinciales, en las que los peronistas ganaron en cinco distritos. Este
hecho fue intolerable para los militares, por lo que decidieron el derrocamiento de Frondizi, encendiendo los
fuegos del más virulento antiperonismo, al estilo de los años `55 y `56. El presidente destituido conservó la
cordura como para salvar un jirón de institucionalidad designando como sucesor al presidente provisional del
Senado, José María Guido.
Acto seguido se produjeron enfrentamientos dentro de las FFAA, más específicamente entre los denominados
azules y colorados, en los que fueron derrotados los grupos más antiperonistas y favorables a la burguesía
agraria que habían volteado a Frondizi. Tras dos choques sangrientos, otra generación se consolidó en el
liderazgo de las Fuerzas Armadas, bajo el mando del general Onganía.
Dada la necesidad de otorgarle una salida institucional al precario gobierno de Guido, en 1963 se llamó a
elecciones presidenciales nuevamente. Con el peronismo proscripto y con tan sólo el 25% de los votos, resultó
vencedor el candidato de la UCR del Pueblo, Arturo Illia.
Illia, el insólito respeto republicano
El presidente Illia recreó un modelo de gobierno respetuoso hasta el fin de las pautas de la democracia liberal,
inspirado en la imagen republicana anterior a 1930. En este sentido, su administración fue ejemplar: gobernó
sin Estado de Sitio y sin presos políticos, garantizó las libertades básicas y hasta tuvo arrestos de dignidad
nacional en sus relaciones con los EEUU, como lo demostró en oportunidad de la invasión de los marines en
Santo Domingo.
Gracias a una coyuntura internacional favorable a los productos argentinos en el mercado mundial, la
Argentina entró en un ciclo largo de recuperación, que eliminaría por una década el déficit en la balanza
comercial. Si bien el gobierno de Illia no frenó estas tendencias, tampoco las impulsó. Esto es lo que los
sectores más desarrollistas le achacaron desde el principio al gobierno radical. El nuevo Establishment
necesitaba la apertura económica, la acumulación de capitales y la racionalización del Estado por encima de
toda legalidad republicana. A los ojos militares y desarrollistas, el viejo sistema de partidos era incapaz de
asumir estas tareas, por lo que prepararon el golpe mejor planeado y menos violento de la historia argentina.
Moldearon a la opinión pública desde años antes del levantamiento por medio de una intensa actividad
propagandista, hasta identificar al presidente radical con la modorra pueblerina y la siesta provinciana, al
mismo tiempo que enaltecían a los militares como héroes de la epopeya tecnológica y de la grandeza nacional.
La Junta destituyó en 1966 al presidente, al vicepresidente, a los gobernadores y a los vicegobernadores,
disolvió el Congreso Nacional, las legislaturas provinciales y los partidos políticos y reemplazó a los
miembros de la Corte Suprema de Justicia. En nombre de las FFAA el cargo de presidente fue ocupado por un
hombre de larga tradición cristiana y occidental: el Tte. Gral. Juan Carlos Onganía. El suceso militar fue
bautizado con el nombre de "Revolución Argentina", afirmándose sobre el consenso de algunos sectores, en el
consentimiento resignado de la mayoría y en la expectativa desconcertada de casi todos.
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Golpe de Estado
de 1962
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