Cuba Socialista

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Cuba Socialista
Jorge Zabalza :: 11/01/2013
Cuba resistía invasiones, bloqueos y las consecuencias del copiar su mensaje atravesaba rejas y
se volvía principal rueda de auxilio en la resistencia de los calabozos
Me niego a alegrarme simplemente porque así lo indica un calendario que inventó el Papa Gregorio,
para satisfacer a los mercaderes del templo católico, apostólico y romano; me niego a alegrarme
simplemente porque el tipo haya fijado el día de un nacimiento que no se sabe si fue, o cuándo fue, o
cómo fue. Ello autoriza a que cada cual se cree su propio calendario y a alegrarse cuando se le
cante. En el mío el año se inicia los 2 de enero y ese día brindo con ron en recuerdo de aquél de
1959, con Fidel, el Che y Camilo entrando a La Habana al frente de un ejército de desarrapados
barbudos y sonrientes, carabinas en ristre, montados en tanques arrebatados al ejército de Batista.
Un hecho real, comprobado, documentado, el comienzo de un período histórico cuyo desarrollo, lejos
de agotarse, continúa siendo un determinante en la historia actual de América Latina. Poco después
del 2 de enero de 1959 nos lanzamos a hacer una revolución a imagen y semejanza de la que estaba
haciendo el pueblo cubano, una generación entera de jóvenes latinoamericanos fertilizó con su
sangre ciudades, selvas y montañas... y años más tarde, después de la derrota, ¿qué hubiera sido de
la resistencia en cárceles y centros de tortura si la revolución cubana se hubiera derrumbado?. Cuba
Socialista resistía invasiones, bloqueos y las consecuencias del copiar su mensaje atravesaba rejas y
se volvía principal rueda de auxilio en la resistencia de los calabozos. Impidió el derrumbe muchas
veces. Los muros caídos en los ’90 trajeron vendavales de neoliberalismo y pensamiento único, pero
la revolución cubana se mantuvo firme en sus trece, un peñón de socialismo en medio del Caribe,
inconmovible pese a las iras redobladas del imperialismo. Cuando un montón de sobrevivientes de
los ’70 dobló la rodilla para abrazarse a las culebras, encontramos en la estaca cubana el ejemplo
que desdecía el fin de la historia y convocaba a no torcer el brazo, a seguir firmes en nuestras
convicciones y principios. Nuestro destino revolucionario está ligado para siempre con el de la
revolución cubana. Como señala Aurelio en su artículo, cuán sencillo habría sido ceder y conceder,
cruzar a la vereda de enfrente y recibir diplomas y felicitaciones. Lo hicieron los custodios de otros
santuarios de las ideas socialistas, lo hicieron ex-guerrilleros de los ’70, demasiados lo hicieron nos
dice el corazón. Para los comunistas cubanos habría sido muy sencillo seguir la ruta emprendida por
el PCUS y hoy estarían recorriendo el mundo dando conferencias pagas por alguna institución
financiada por se sabe quién. Y, sin embargo, a pesar de los virajes y renuncias conque finalizó el
siglo XX, parece estar llegando a su techo la reproducción capitalista y a las clases dominantes les
resulta imposible resolver los problemas que plantean las consecuencias sociales del sistema...
amplios sectores populares vuelven a sentir la necesidad imperiosa de la transformación
revolucionaria...como en los ’60. En fín, valió la pena haber sido tozudos, porfiados, haber soportado
la descalificación y la satanización. La gran diferencia con los ’60 es la experiencia histórica, la
posibilidad de analizar críticamente el pasado y de saber por dónde no se debe caminar, hacia dónde
no debe ir. Para hacer la revolución en esta primera mitad del siglo XXI, quizás haya que sacarle
punta a la teoría de “porqué sociedad luchamos”, adónde queremos llegar, algo que nos permite
entrever el camino. Discutir las bases de la sociedad socialista y el tránsito al comunismo es, en
definitiva, un acto preparatorio de la lucha por la revolución. Y ésa es la discusión que contienen los
artículos de Camila Piñeiro Harnecker (1) y de Aurelio Alonso (2), un debate de vida o muerte tanto
para el socialismo cubano como para quienes mantienen viva la intención revolucionaria. Pisando los
setenta años y sin entrometerse donde no corresponde, ¡cómo no sentirse convocado, estimulado e
involucrado por ese debate!. En última instancia, uno se recuerda imberbe aprendiz en herejías con
Ernesto Guevara, un pensamiento que jamás aceptó recetas ni monolitismos de iglesia alguna. En
ese sentido de reafirmación de compromisos y voluntades, uno se permite el atrevimiento de
compartir alguna reflexión acerca de los desafíos que esperan. Los experimentos revolucionarios del
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siglo XX no fueron derrotados en la competencia económica ni en la confrontación político militar, su
derrota provino del fracaso en producir las columnas humanas que debían soportar y construir el
comunismo por propia necesidad espiritual. Los mismos rasgos subjetivos que llevaron a dejar la
vida por la revolución a los bolcheviques del 17 y a los guerrilleros latinoamericanos del ’60, eran
necesarios para conducir el tránsito al comunismo. No es suficiente que la necesidad histórico-social
de la transformación revolucionaria, se precisan las mujeres y los hombres que la conviertan en
hechos, hombres y mujeres conscientes de lo necesario y con el firme propósito de llegar al
comunismo. El PCUS fue incapaz de encarar la reproducción en masa de los creadores de un nueva
formación social. No le interesaba, no se lo propuso, ni siquiera se lo imaginaba como una
posibilidad. Y en ese terreno germinó su autoderrota.
Quizás el desafío fundamental en los experimentos del siglo XX debió haber sido la erradicación de
las “armas melladas” del capitalismo, abolirlas de la subjetividad popular. Tal vez esa lucha
ideológica básica habría podido combinarse con los desafíos del desarrollo de la producción y de las
guerras contra el nazismo y el imperialismo. Más que a la gestión y administración del Estado, el
partido de la revolución podría haberse dedicado a la creación de conciencias libres del afán de
lucro, el egoísmo y el amor a los bienes terrenales, a producir mujeres y hombres que desearan
dedicar su vida al cultivo y reproducción de los valores morales del socialismo y a la ética de la
solidaridad, la justicia social y la libertad. A una tarea de apostolado político e ideológico. Quizás el
desafío del siglo XX pudiera haber sido generar, incentivar y moderar un debate crítico sobre las
medidas que el Estado tomaba para afrontar los problemas de la producción y la guerra. Más debate
sobre la planificación central de la producción, la alimentación, educación, vivienda y salud; sobre
coexistencia pacífica o internacionalismo proletario. De manera que los elementos que determinaron
las grandes decisiones trascendieran los límites del partido y se volcaran sobre la sociedad entera,
que las mujeres y los hombres comunes tuvieran al alcance de su mano la posibilidad de discutir el
desarrollo de la revolución. Sin temores a las herejías y a la lucha de ideas, sin imponer formas de
pensamiento único destinadas a esclerosar. El partido de la revolución dedicado a producir los
fenómenos de consciencia que transforman en comunistas a las mujeres y los hombres. ... ¿este
debate habría debilitado o fortalecido a un pueblo en guerra con el imperialismo? Separar el Partido
del Estado. Por un lado, el Estado como disciplinado instrumento para la planificación central y la
administración de la producción, el mercado y los servicios, donde predominan los estímulos
materiales o, como decía el Che, los desestímulos: si te portás mal te recorto el sueldo. Los
funcionarios del Estado obligados a rendir cuentas y pasibles de revocación de su mandato, desde el
primer ministro hacia abajo todos y todas. Por el otro lado, el Partido en el rol de estimulador de la
crítica del proceso, de organizador del pensamiento hereje en la población y fuente de energía de un
poder popular en permanente estado de asamblea. El Partido es el reino de la moral socialista, del
espíritu necesario para la autogestión, del desinterés por lo material y el interés por la
transformación. El Partido es la organización de los espíritus insurrectos. Está claro que condiciones
de esa índole, la contraposición del partido al estado y el carácter asambleario del poder popular
podrían ayudar muchísimo a resolver dos problemas esenciales de la democracia socialista: 1) la
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abolición de todas las formas de patriarcalismo, erradicar consciente y profundamente el sexismo y
el machismo de la cultura socialista, un germen de autoritarismo oculto en la intimidad y la reserva
de las relaciones entre los individuos; 2) la abolición del monopolio del uso de las armas, otro
elemento que atenta contra la igualdad y la democracia proletaria, todas y todos conscientes del
papel político del uso de las armas, el pueblo armado y organizado. Dos cuestiones cuya resolución
precisan de discusión muy profunda, de comprensión politica generalizada y de vocación
democrática conscientes de las mujeres y hombres sobre los que se apoyará una sociedad de iguales,
sin diferencias entre los géneros y todos y todas armadas y organizadas. Tal vez en los experimentos
socialistas del pasado siglo, los roles diferenciados del Partido y el Estado, la contraposición del
poder popular al poder centralizado del aparato estatal podrían haber creado una dinámica de
desarrollo de la consciencia individual que masificara la producción de los creadores de comunismo.
Todas y todos poetas, artistas y filósofos de la praxis, todas y todos capaces de conducir un proceso
de tránsito... ¿la separación del Partido y el Estado habría sido una debilidad o una fortaleza?- Como
decimos en Uruguay, es muy fácil hablar de fútbol los lunes con los resultados del fin de semana a la
vista pero, sin embargo, es imprescindible hablar de ellos antes de los partidos de la próxima fecha
si se quiere ganar el campeonato.
Notas de La Haine 1. 'Visiones sobre el socialismo que guían los cambios actuales en Cuba',
http://www.lahaine.org/index.php?p=31086 2. 'Cuba 2012: Los desafíos',
http://www.lahaine.org/index.php?p=65657 http://zurdatupa.blogspot.com/
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http://www.lahaine.org/mm_ss_mundo.php/cuba-socialista
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