EL INCUMPLIMIENTO DE LOS PRINCIPIOS SUPERIORES DEL ORDENAMIENTO JURÍDICO EN LA REFORMA GALLARDÓN: LA REFORMA DEL MIEDO Nos propone el Gobierno una reforma más del Código Penal, pero no es una reforma más, es una reforma inaceptable desde una perspectiva constitucional. Es, en efecto, una reforma más. El informe del Consejo Fiscal mostraba su preocupación por esta incesante catarata de reformas del Código Penal haciéndose eco de las palabras de D. Víctor Covián y Junco en la Memoria de la Fiscalía General del Estado de 1.920: “toda disposición legal no alcanza el apogeo de su fuerza sino cuando perdura, y, por el contrario, si se suceden y reemplazan frecuentemente, pierden, a la par que el respeto que se les debe, su fuerza y autoridad” Pero como se dijo no es una reforma más pues es una reforma en la que se desconocen como nunca los valores superiores del ordenamiento jurídico español consagrados en el artículo 1º de la Constitución: libertad, justicia, igualdad y pluralismo político. De un tiempo a esta parte hemos asistido a la creación artificial de un estado de opinión favorable a la reforma que se nos propone. Se habla asiduamente de la alta tasa de criminalidad que soporta España, cuando lo cierto es que la tasa de delincuencia en nuestro país es de las más bajas de nuestro entorno. De igual manera, se repite hasta la saciedad la idea de la impunidad reforzando la falacia de que “entran por una puerta y salen por la otra”, con olvido intencionado de que tenemos una de las mayores poblaciones reclusas de Europa y que la “sensación de impunidad” viene en muchas ocasiones referida a la delincuencia económica y relacionada con la corrupción (en muchos casos tristemente acompañada de campañas de desprestigio e incluso ataques personales a nuestros compañeros encargados de combatir esta lacra social). Tampoco desde ese sector se hace referencia a la “sensación de impunidad” que genera el uso abusivo del indulto. Igualmente, se ha ido generando un estado de opinión contrario a las movilizaciones sociales con un concepto de orden público más propio del siglo XIX que de una sociedad democrática avanzada. Aprovechando este estado de opinión generado en muchas ocasiones con noticias tergiversadas o inexactas, se ha gestado esta reforma que bien puede denominarse “REFORMA DEL MIEDO” 1) MIEDO A LOS POBRES: que pretenden combatir con la criminalización de la pobreza 2) MIEDO A LOS INDIGNADOS: que pretenden combatir con la criminalización de la protesta social 3) MIEDO AL INMIGRANTE: que pretenden combatir criminalizando la hospitalidad y habilitando la expulsión de ciudadanos de la UE Estamos ante un proceso de bunquerización del Estado que se muestra temeroso de sus propios ciudadanos, especialmente de los más desfavorecidos y de los que tratan de ampararles. Estamos, en definitiva, ante un Estado que se muestra temeroso de las consecuencias que puede tener en un futuro no muy lejano el permitir que España deje de ser un Estado social y democrático de Derecho, tal y como impone el artículo 1º de la Constitución. Nos encontramos que por parte de los sectores conservadores hay cada vez un uso tan frecuente como vacío de la Constitución. Aquellos que invocan con mayor frecuencia la Carta Magna son los mismos que pretenden una reforma contraria a la misma. En 1.968 los norteamericanos Triska y Finley acuñaron el término “cociente doctrinal estereotipado” para referirse al uso puramente retórico y recurrente de las palabras y los términos políticos. Pues bien, ya en 1.984 Ángel Garrorena se preguntaba por los riesgos de que esa rejilla se aplicara a nuestra Constitución y que la declaración del artículo 1º que constituye a España en un Estado social y democrático de Derecho cayera del lado de ese “cociente doctrinal estereotipado”, en las formulaciones exclusivamente retóricas. Hoy podemos concluir sin temor a ser alarmistas que o bien nos hemos precipitado ya por ese abismo o, al menos, estamos al borde del precipicio. ¿Qué queda del Estado social?. Si es verdad que estamos saliendo de la crisis, la forma en que saldremos provoca que España deje de ser un Estado social. No me refiero a la desaparición de un Estado asistencial (que incluso corre peligro) pues no es ese el modelo consagrado constitucionalmente, sino la misma aceptación del principio de igualdad, es decir, la corrección de desigualdades que, conforme al artículo 9.2, corresponde a todos los poderes públicos. En este marco la reforma del Código Penal dista mucho de corregir las desigualdades, más bien al contrario, las aumenta criminalizando a los pobres e inmigrantes - Basta con comprobar el diferente tratamiento penal del fraude a las subvenciones del artículo 307 ter sin límite de cuantía alguna a la par que se fija en 120.000 euros la cuantía mínima del delito fiscal. - Basta con comprobar como se penaliza la hospitalidad. - Basta con comprobar el rigor punitivo que se aplica en los delitos contra la propiedad - Basta con comprobar como se “repenaliza” a los manteros - Basta con comprobar como las faltas se convierten en delitos que, a su vez, generarán antecedentes penales que impedirán las futuras suspensiones condicionales de ejecución de las penas privativas de libertad. - Basta con comprobar como se regula esta suspensión centrándose en “la reparación del daño” y “el pago de una multa”, es decir, reservadas a las personas con capacidad económica suficiente ¿Qué queda del Estado democrático entendido como un respeto a una concepción pluralista de la realidad social y con una visión participativa en el proceso político? Se pretende reducir la democracia a una democracia meramente representativa de suerte que el único acto de participación democrática sea votar cada cuatro años. Y ello con olvido de que una sociedad avanzada exige unos mayores cauces de democracia participativa como correctivo de la democracia parlamentaria. Por el contrario, asistimos a un intento de criminalización de la protesta social con una modificación de los delitos contra el orden público sencillamente inaceptable. En la regulación proyectada se pervierte el bien jurídico protegido por esta clase de delitos (el orden público) retrotrayéndonos a épocas dictatoriales en los que se consideraba que el bien jurídico protegido en estos delitos era “el principio de autoridad”, “el acatamiento al poder” o “la obediencia a la autoridad administrativa”. Esta visión regresiva del bien jurídico protegido es incompatible con la propia constitución española, concretamente el mencionado artículo 10º que establece como fundamento del orden político y la paz social “la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás”. En consonancia con una visión democrática y constitucional del orden público, el Tribunal Supremo, a lo largo de estas tres décadas de régimen democrático, ha ido recorriendo el camino desde la consideración del ciudadano como individuo o súbdito sometido a las instrucciones de la autoridad hasta la consideración del ciudadano como tal, es decir, como sujeto de unos derechos fundamentales (entre ellos y en lo que aquí importa, los derechos de reunión y manifestación) en cuyo ejercicio se ve auxiliado por la fuerza pública. Es decir, la actuación policial como servicio público. Hasta tal punto se pervierte el concepto mismo de orden público que se tipifica la alteración del orden público en espacios privados (en una confusión inaceptable de lo público y lo privado que lleva a una sobreprotección de determinadas entidades privadas en detrimento de los legítimos rudimentos de protesta social: Por definición, el orden público solo puede ser perturbado en espacios públicos, no en espacios privados) o se agrava la pena cuando se cometan “actos de pillaje” pues como quiera que el poder político no ha considerado suficientemente contundente la respuesta penal dada a actos de saqueo en grandes superficies, sin atender al bien jurídico protegido, ha mutado estos ataques a la propiedad privada a ataques contra la paz pública No debe dejarse tampoco sin examen constitucional la llamada prisión permanente revisable que ya no solo atenta contra el principio mismo de reinserción social consagrado en el artículo 24 de la Constitución vaciando de contenido en concepto de tratamiento penitenciario, sino que atenta contra la misma dignidad de la persona consagrada en el artículo 10º. Otro tanto cabe predicar de las medidas de seguridad en donde la reforma es notoriamente regresiva y entronca con legislaciones pretéritas propias de países dictatoriales. La regulación de la situación del enfermo mental delincuente es, sencillamente, un atentado a las más elementales normas de la ética Ante esta reforma, ¿qué queda del Estado de Derecho?. Ya en 1966 Elías Díaz advertía que no es lo mismo un “Estado con Derecho” que un “Estado de Derecho”. Un Estado de Derecho no solo exige una vinculación del Estado a la norma sino que exige una vinculación primera y anterior del legislador a los principios y valores superiores del ordenamiento jurídico: - la JUSTICIA - La LIBERTAD - La IGUALDAD - El PLURALISMO POLÍTICO Y muy especialmente, tratándose del Derecho Penal, al artículo 10º de la Constitución: “la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamentos del orden político y de la paz social”. -