CARACAS Y SU GENTE

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Rev. Venez. de Econ. y Ciencias Sociales, 2002, vol. 8, nº 3 (sept.-dic.), pp. 151-178
CARACAS Y SU GENTE...
LA DE LOS BARRIOS
Teresa Ontiveros
Hace poco, leyendo un texto muy interesante de Francesco Alberoni (2000)
titulado El origen de los sueños, y en el cual siguiendo un poco el discurso del
autor pensaba encontrar un avance en la teoría de los sueños, desde una
perspectiva psicoanalítica remozada, me hallé más bien con una suerte de
extractos autobiográficos (“hojas de diario”) que permiten ubicar la trayectoria
intelectual-académico-afectiva del autor, desde 1948 hasta 1999. Es así como
este libro –por demás recomendable para aquellos interesados en seguir esta
huella de pensamiento que en las últimas décadas ha dado mucho que hablar
en Europa por su teoría de los movimientos colectivos1– hizo que fijara mi
atención en una reflexión sostenida por el autor a finales de los 50 y es la que
hace mención a los procesos de migración campo-ciudad.
El relato es corto, por tanto vamos a describirlo: dice Alberoni que siendo
asistente de un padre llamado Gemelli, la Sociedad Bassetti le pidió a éste una
investigación sobre el ajuar de novia y la lencería. Al encargarlo el padre Gemelli del proyecto, emprendió un recorrido por toda la península italiana para
observar “cómo se comporta la gente”, qué significan la lencería y el ajuar para la gente del sur, del centro y del norte.
En el sur encontró que si bien el ajuar estaba para la época muy difundido,
las chicas del campo cada vez tenían menos deseos de dedicarse a estas cosas, en cambio, soñaban con trasladarse a la ciudad. Este aspecto lo lleva a
decir con cierta autoridad que las razones por las cuales la gente migra del
campo a la ciudad se deben más al deseo de encontrarse con la modernidad
que a otra cosa. Dice Alberoni:
Fui al sur para ver cómo usan un bien de consumo y descubrí la clave para comprender el fenómeno del desplazamiento de millones de personas del sur al norte
de Italia, del campo a la ciudad.
1
Sentimientos como el amor, la amistad, la solidaridad, la envidia, los celos, el erotismo, entre otros, son piezas clave para entender los cambios individuales y colectivos,
ya que éstos en sí mismos encierran en su “estado naciente” una transformación, la
cual modifica y produce proyectos y pactos, desencadenando nuevas cotidianidades
(Alberoni, 2000).
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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
Mis colegas, los sociólogos, escriben que los del sur van al norte a “buscar fortuna”, que están llenos de nostalgia por su pueblecito, al que sueñan con volver algún día (...)
¡No es verdad! Se equivocan porque no observan los comportamientos de los inmigrados, no les preguntan qué sueñan para su futuro y el de sus hijos. Aplican a
las migraciones interiores lo que han leído sobre las emigraciones transoceánicas
de finales del siglo xıx.
Para comprender qué impulsa a los campesinos de hoy a dejar el campo e ir a la
ciudad, deberían venir aquí, a los campos del sur. Interrogar a los jóvenes, sobre
todo a las chicas, como hice yo, hablando de su ajuar.
Las chicas me dicen, sin términos medios, que no quieren casarse con un campesino. Quieren ir a vivir a la ciudad, con un marido obrero, que lleve a su casa un
sueldo fijo. Que quieren una casa con nevera, agua corriente, luz eléctrica y un
suelo que puedan encerar. No se van porque se mueran de hambre, sino porque
quieren vivir en el mundo moderno. Quieren casas con comodidades. Quieren bienestar para sí mismas y para sus hijos (Alberoni, 2000, 25-26. Destacado nuestro).
Esta realidad que aparentemente no es nada comparable con la nuestra y a
la que algunas mentalidades preclaras, estudiosos de las migraciones en
nuestro país, con mucha razón y análisis, se encargarán de señalar que no
tiene sentido homologar procesos, ni muchos menos equiparar las condiciones
del campo y de la ciudad europea a contextos como el nuestro, donde la ciudad pudo recibir con un rostro más amable a sus nuevos moradores, me atrevería a decirles que creo que en algo sí son comparables, y precisamente el
punto de coincidencia lo constituyen las expectativas de muchos pobladores,
por demás sin recursos, que se movilizaron de nuestros campos para venir a
la ciudad capital: Caracas.
No son pocos los casos encontrados en nuestros estudios, en reuniones,
en foros, donde se deja entrever que las razones para venir a morar la ciudad
muy especialmente en caso de pobladores populares urbanos, desde los años
30, pero más intensivamente a partir de los años 50, se debieron al aura de
transformaciones que veían vivía la ciudad. Es la idea del progreso, del consumo, de la vida urbana en ebullición, aquella que prometía un trabajo asalariado, modernas vías de comunicación, salud, disfrute del tiempo libre. La posibilidad de huir del “pueblo chiquito, infierno grande”.
Si –con Edgar Morin (2001)2– somos partidarios de que un sujeto, un ser
humano, lleva el cosmos en sí, nos puede revelar fragmentos de una vida soDice Morin: “El ser humano es también singular y múltiple a la vez. Ya hemos dicho
que todo ser humano, como sucede con el punto de un holograma, lleva el cosmos en
sí. Debemos ver también que todo ser, inclusive el más encerrado en la más banal de
las vidas, constituye en sí mismo un cosmos. Lleva en sí sus multiplicidades internas,
sus personalidades virtuales, una infinidad de personajes quiméricos, una poliexisten2
Caracas y su gente... la de los barrios
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cial, este relato de Otilia Infante, el cual aparece en el hermoso libro compilado
por Teolinda Bolívar Hacedores de ciudad, nos explica desde adentro lo que
venimos de insistir:
Nací en Agua Amarilla. Según mi abuela y mi mamá, en ese sitio no duramos mucho tiempo, sólo el tiempo disponible para que mi mamá estuviera apta como para
emigrar a otro sitio, ya que ellas eran unas mujeres emprendedoras, les gustaba ir
a donde vieran manera de ganarse la vida para vivir mejor, ya que eran tiempos difíciles. Eso fue en el mandato de Gómez. Bueno de Agua Amarilla se vinieron a la
vía carretera, donde tenían una cuadrilla de obreros, allí se dedicaban a hacer
pandihorno, cortado, gofio, conserva, melcocha; en fin, de todo eso para criarnos.
Estuvieron con nosotras en Tejerías, en la Costa del Limón, en la Colonia Tovar,
en Los Teques, sitio que ya yo estaba más grandecita. Recuerdo que pasábamos
hambre, mucha hambre. Luego se vinieron a Caracas, a la parroquia La Vega,
donde ya mi mamá se quedó sola con nosotros sus hijos, que éramos tres (Bolívar,
1995, 65. Destacado nuestro).
Este caso, el de Antonio, un habitante de Marín, en San Agustín del Sur,
venido en los años 50, que como él bien nos cuenta huía de una ruina familiar,
nos revela su percepción de estar en Caracas, la ciudad:
Tenía que abrirme para subsistir, buscar la vida, tenía que estudiar, evolucionar,
entonces caí donde unos parientes míos muy lejanos que me acogieron en Los
Frailes de Catia, no le voy a decir que, al fin era una casa, era Caracas, entonces
bueno, tenía que adaptarme. Había las posibilidades en la búsqueda de los estudios, para estudiar, para trabajar, para ayudar a la familia. Había que buscar en
Caracas, porque era el medio más idóneo para sobrevivir, para estudiar, para hacerse alguien, los múltiples factores que conllevan a uno a seguir creyendo de que
Caracas, porque siempre se ha dicho, si tú estás en el interior, olvídate que nada
puedes encontrar, entonces aquí hay cierta anécdota que dice, bueno jodido pero
en Caracas, eso me ha pasado a mí, aquí tengo a mis hijos. No he querido ir al
pueblo, volver al pueblo es morirse y todavía no quiero morir (Ontiveros, 1999, 227.
Destacado nuestro).
Más recientemente, en el marco del curso de ampliación “Profesionales en
los barrios y su gente. Una introducción a los procesos de habilitación integral”, coordinado por los arquitectos Teolinda Bolívar y Aurelio Blanco, en la
Facultad de Arquitectura y Urbanismo (octubre-noviembre de 2001), en el cual
asistí como conferencista, pero también como cursante regular, me llamó mucho la atención el día en que participaron habitantes de barrios (El Guarataro,
cia en lo real y lo imaginario, el sueño y la vigilia, la obediencia y la transgresión, lo ostentoso y lo secreto, hormigueos larvarios en sus cavernas y abismos insondables: cada uno de nosotros alberga galaxias de sueños y de fantasmas, impulsos insatisfechos
de deseos y amores, abismos de desgracias, inmensidades de helada indiferencia,
abrazos de astro en llamas, arrebatos de odios, extravíos débiles, destellos de lucidez y
tormentas dementes...” (Morin, 2001,70). Cada ser humano lleva el peso de su historia
personal y colectiva, podemos leer a través de cada sujeto social su interpretación de la
vida, de los acontecimientos, de lo que la historia colectiva también nos quiere decir...
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Hoyo de la Puerta, Santa Cruz y Agua China de Las Adjuntas, La Bandera).
Allí oí decir a una de las más reconocidas trabajadoras comunitarias de Agua
China, Mildred Fuente, ya en la fase final de preguntas y respuestas, cómo su
madre se vino de San Felipe, donde vivía cómodamente y en una “tremenda
casa”, a vivir en la ciudad, según indicó no vivían privaciones económicas en
el estricto sentido del término. Llegaron y se instalaron en Agua China, un barrio donde algunos sectores que lo conforman en la actualidad viven en situación de alarma por la inestabilidad de sus suelos. Esta última frase de Mildred
todavía hace eco en mi memoria...
Y es que, en efecto, cómo esperar menos de un contingente de población
que como Antonio, Otilia, la mamá de Mildred, intentaron “disfrutar” el ambiente modernizador que caracterizó a nuestra ciudad capital Caracas, desde el
inicio del siglo pasado.
La ciudad que al decir de la investigadora Ana Semeco Mora se extiende:
... en 25 kilómetros a lo largo del estrecho valle de unos 8 kilómetros de ancho, interceptado por pequeños valles secundarios y colinas al Sureste y Suroeste, que
dan forma a esa particular expresión espacial de emplazamiento de la ciudad que a
muchos le sugiere una “ameba” (Semeco Mora, 1995, 47), ha vivido desde su fundación constantes transformaciones. Desde ser la escogida por los conquistadores
para su fundación quebrantando así la resistencia espacial expresada por los indios
caracas (siglo xvI), sede principal de la Compañía Guipuzcoana (importadora de artículos y exportadora de cacao, promotora de la actividad económica del centro y
occidente del país); eje de todo el territorio al crearse la Intendencia y la Capitanía
General entre 1776 y 1777; primera en tener una universidad; embatida por uno de
los terremotos más fuertes que se mantiene en nuestra memoria (1812), golpeada
material y demográficamente por los efectos de la guerra de Independencia y de la
cual se recupera muy lentamente; anfitriona de teatros, paseos y plazas; hasta vivir
la fase de modernización prepetrolera (cfr. Villanueva Brandt, 1995, 55-58), la cual
dibujará lo que más adelante será la ciudad: territorio donde van y vienen cambios,
intentando ajustarla a los conceptos que sobre el progreso delinearán los diferentes
gobernantes de turno...
En esta etapa de modernización prepetrolera:
... el crecimiento de la ciudad va a comenzar a alterar sus estructuras tradicionales.
Nuevas tecnologías y el mejoramiento de las ingenierías de infraestructuras van a
sumarse al surgimiento de los parques urbanos y otras áreas abiertas, junto a nuevos servicios comunales y edificaciones, en el mejoramiento urbano general y el ornato. Con Guzmán Blanco, cuyos mandatos van desde 1870 a 1888, parte de la
ideología de progreso de la modernidad tendrá este contenido, que se mantendrá
posteriormente (Villanueva Brandt, 1995, 59).
Entre 1908 y 1935, según el arquitecto Juan José Martín Frechilla, la “vialidad y el saneamiento aseguran el futuro de la capital” que se vio trastocado
durante el período de Cipriano Castro.
Caracas y su gente... la de los barrios
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La economía petrolera, a la par que desencadena el progresivo colapso del
modelo agrario-exportador y el empobrecimiento de las regiones dedicadas a
estas actividades, va favoreciendo paradójicamente a la región central y, por
ende, a la ciudad de Caracas, donde distribuye la renta petrolera en obras públicas y burocracia, dando cuerpo y rostro a una ciudad con aires de modernización y urbanización, imán que empieza a atrapar sueños y expectativas:
En Caracas, entre 1926 y 1930, se asiste a un primer estallido de la urbanización
privada y a los primeros ejemplos de urbanizaciones promovidas por el sector público luego de que, en 1929, se crease con ese objetivo el Banco Obrero. A este
acelerado proceso de urbanización sin industrialización del país contribuyó, además de la disminución de la tasa de natalidad y el mejoramiento de las expectativas de vida del venezolano, la acelerada crisis de la economía agrícola, las migraciones que generó y las facilidades que la red de comunicaciones construida ofreció a la movilidad espacial de la población (Martín Frechilla, 1995, 86).
A la muerte de Gómez en 1935, como bien lo explica Martín Frechilla, Caracas había afianzado su hegemonía, con ello, la red de carreteras existentes
permitió “una movilidad espacial de bienes y personas sin precedentes en el
país (...) contaba [ya Caracas] con 260.000 habitantes” (Martín Frechilla, 1995,
88). Así, a finales de los años 30, se desarrolla el plan monumental, el cual
consistió en la remodelación de El Silencio, considerado el modelo del urbanismo moderno de la ciudad; igualmente, el Banco Obrero proyecta viviendas
para los pobres de la ciudad. Los procesos de modernización de la ciudad de
Caracas se siguen manteniendo, es así como –en expresión de Federico Villanueva Brandt– “La ciudad crece violentamente, se diversifica y segrega”
(1995, 64).
Ya para mediados de los 40 las migraciones del campo a la ciudad se vuelven más sistemáticas y persistentes, nos encontramos ante una oleada humana que empieza a marcar territorio, su territorio, el urbano:
Hacia 1946, con la emblemática “bola” de acero que demolió el Hotel Majestic,
comienza la fase de transformación radical de la morfología urbana, en un agudo
proceso de metropolización-modernización que aún persiste. Una vez restauradas
las posibilidades de importación, los recursos económicos acumulados durante la
Segunda Guerra Mundial van a dedicarse, en gran parte, a la construcción de la
capital (...). En ella van a asentarse importantes contingentes de inmigrantes y migrantes internos (para 1950, 56% de la población caraqueña provenía de movimientos migratorios, mayormente internos), van a surgir nuevos sectores de clase
media y se producirá la coexistencia de un sector de ciudad relativamente controlado con grandes áreas de desarrollos residenciales no controlados o “barrios de
ranchos” (Villanueva Brandt, 1995, 65. Destacado nuestro).
Para el especialista en el estudio histórico de los procesos de urbanización,
muy especialmente del caso de Caracas, arquitecto Martín Frechilla, la dictadura perezjimenista marca un hito en la historia de nuestra urbe, hasta el pun-
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to de considerar que esta etapa constituyó “la construcción del último proyecto
moderno de ciudad”. Descrita como la época del exacerbado espíritu nacionalista, la cual se muestra a través de la doctrina del “Nuevo Ideal Nacional”.
Emparentada con otros regímenes totalitarios, las consignas del progreso, del
desarrollo, no se hacen esperar. La ciudad y su proyecto de modernización se
vivieron intensamente, y a decir verdad hoy día en muchas de las obras que
permanecen en el tiempo y en el espacio no sólo se reconoce la autoría de
esta dictadura, sino se destacan como ejemplos de obras excepcionales y sin
continuidad en décadas posteriores (la Ciudad Universitaria de Caracas, el
programa de “superbloques” del Banco Obrero, el Círculo Militar, por ejemplo).
Así, este período se caracteriza por una:
... modernización acelerada arropada por el orden, el progreso, la autoridad y el
nacionalismo. Los medios: planes generales y sectoriales y grandes inversiones;
en infraestructura vial y portuaria, en industrias básicas, en agroindustria, en electrificación, en turismo, en sistemas de riego, en vivienda obrera. Caracas nuevamente será el pivote-vitrina en el desarrollo de esa política de grandes obras públicas. Esta vez la modernización física y productiva del país estuvo orientada por
una estructura de planes sectoriales, y en el caso de Caracas, por un primer Plano
Regulador del Área Metropolitana producido por la Comisión Nacional de Urbanismo en 1951 y aprobado en 1952 por los dos Concejos Municipales sobre los cuales se había extendido la capital, que alcanzó en 1955 su primer millón de habitantes (Martín Frechilla, 1995, 94).
A la par de este proceso de modernización, ya las familias migrantes, pobres, se venían alojando en las faldas de nuestros cerros. Para mediados de
los 40 comienza a reconocerse el proceso irreversible de ocupación de la ciudad por los asentamientos autoproducidos (cfr. Ontiveros y Bolívar, 2000,
119). Es así como durante el período de la dictadura, bajo el lema la batalla
contra el rancho, se edificaron en diversas zonas populosas de la ciudad conjuntos de superbloques a través del Banco Obrero. A finales de la dictadura:
... se realizaron importantes sustituciones de barrios de ranchos por apartamentos
en los llamados superbloques. A los habitantes de viviendas precarias o mejoradas
a sustituir se les prometía un apartamento en los nuevos edificios. ¿Cuántos fueron
a los nuevos edificios? ¿Cuántos permanecieron? Sabemos, a través de nuestro
ya largo camino de investigación en los barrios, que algunos abandonaron el apartamento adjudicado y fueron a construir su vivienda en otra parte. Como consecuencia surgieron, simultáneamente a la operación de renovación urbana, barrios
nuevos en las afueras de la ciudad, pero conectados a ésta, aunque para el momento tal conexión fuera muy precaria (hoy algunos de ellos conforman los llamados barrios del este o Petare sur) (Bolívar, 1998, 64).
Sorprendentemente los gobiernos democráticos que sucedieron a la dictadura, durante estas últimas cuatro décadas, poco pueden sostenerse en el
continuo de planes y programas revitalizadores de la ciudad; todo lo contrario,
será la crisis urbanística la que impere. Lo que los sociólogos Ives Pedrazzini y
Magaly Sánchez (1992) denominan la desestructuración urbana pareciera ca-
Caracas y su gente... la de los barrios
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racterizar a nuestra metrópoli: incremento de la economía informal, deserción
escolar, violencia urbana, desmejoramiento de la calidad de vida.
Para Martín Frechilla entramos en una crisis que poco deja entrever la posibilidad de un proyecto unitario de ciudad:
Crisis esta vez definitiva. Dos procesos contrapuestos la sellarán. Por una parte, la
violenta irrupción de la metrópoli: crecimiento sin control, colapso progresivo de los
servicios urbanos, drástica caída de la calidad de vida, desarticulación administrativa y territorial, negocio inmobiliario adocenado en el poder municipal, clientelas.
Por la otra, el entredicho acelerado de las posibilidades técnicas para intervenir y
solventar los problemas de la metrópoli, la crisis del progreso, de la credibilidad de
la urbanística. Primero oficinas metropolitanas de planificación y los correspondientes planes de horizontes fin de siglo –y más– siempre archivados; luego, oficinas
municipales y planes parciales de acción inmediata, clientelares, superpuestos, de
espaldas al conjunto. Ambos niveles confirmarán, en su progresivo fracaso, cuando no en su imposible aplicación, que la síntesis, la unicidad, el control están definitivamente liquidados. La metrópoli se construye sola: es un decir (Martín Frechilla, 1995, 101).
Hoy más que nunca tiene vigencia la reflexión del arquitecto Marco Negrón:
la democracia [está] contra la metrópoli; lo confirma la cita precedente y la
misma argumentación que nos avanza el investigador cuando indica que para
estos gobiernos nuestra ciudad pasa a ser la causal de todos los males “desde las angustias individuales hasta la incapacidad para superar el subdesarrollo” (Negrón, 1995,124).
La ciudad mosaico, tentáculo, blanda, son muchas de las opiniones que se
han tejido teóricamente en torno de las ciudades, algo parecido creo que es
Caracas. La ciudad de hoy, nuestra capital, desde mi punto de vista ciudadano, es una ciudad de muchos contrastes. Es una ciudad que encierra olvidos colectivos cuando la vorágine de la modernización arrasa espacios amables para instalar una avenida, edificios de potentes ventanas de vidrio que
aniquilan cualquier vegetación que esté a su alrededor; donde a la vez debemos tener memoria de los pasos andados por aquello de estar atentos a cualquier hoyo que nos puede llevar drásticamente hasta la muerte; es la diversidad arquitectónica que a veces nos llega a estremecer si la estamos observando desde cualquier torre de Parque Central; nos levanta la ira cuando queremos transitar por sus calles y las ventas callejeras, la buhonería, nos insertan en laberintos que nos acercan y alejan de nuestro lugar de destino, pero
nos conmueve al ver esos rostros de niños soñolientos que agarrados de las
faldas de sus madres, ejércitos de la economía informal, nos alertan de ser
ésta su única forma de sobrevivir. Esta ciudad que nos muestra sorpresivamente el uso intensivo de una plaza como lugar de la memoria y la dejadez de
otras, donde el terror y la violencia son el sello característico. Es la ciudad que
nos recuerda cada fin de semana esos grandes procesos de desplazamientos
humanos cuando, a la salida de la estación del metro en Chacao, estos con-
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tingentes van a concentrarse y a venerar al tótem Sambil. Y dramáticamente
nos recuerda, igualmente, cada fin de semana que la guerra de lo cotidiano
nos deja saldos y pérdidas irreversibles de seres que habitaban la ciudad. Es
aquella que nos quedó chica y se extiende, se extiende... obligando a una
reordenación de su espacio, hablamos entonces del área metropolitana de
Caracas (AMC).
Sí, la ciudad de 2.777.110 habitantes, hasta que el nuevo Censo nos diga
lo contrario (en su plena fase de aplicación), es la ciudad de la diversidad, de
la heterogeneidad, de la exclusión... de la fragmentación. Una ciudad que da
para todos los gustos. La Caracas que en resumidas cuentas me habla es
aquella que se impone con su prestigioso Ávila, con su sistema de vialidad,
con la creación del metro, con sus barrios y su gente.
Del Ávila ¿qué podríamos decir de inédito, que ya no se haya dicho? Quizás lo podamos decir a través de la opinión de una mujer humilde, la señora
Petra, quien vive en uno de los sectores del barrio Julián Blanco y desde cuyo
frente de su casa podemos observar extasiados un trozo de montaña. Para
Petra, el Ávila es mujer, es una “madre virgen” que la despierta con su imponente verdor. Quizás también podamos recoger eso inédito con las palabras
de un académico quien así nos lo describe:
Cuando miramos, por ejemplo, el cerro del Ávila, cada día le inventamos una nueva
personalidad, hoy unido con el cielo por la bruma, mañana brillante bajo un azul indescriptible, el día siguiente teñido de púrpura en el atardecer o pesado, bajo unas
nubes grises. Con ello olvidamos un poco nuestros problemas (Foley, 1995, 171).
Dos miradas citadinas, con trayectorias muy diferentes, pero unidos por la
sensibilidad que nos despierta nuestro Ávila como parte de nuestra identidad
espacial. La ciudad, como laboratorio de la modernidad, a decir del arquitecto
Frank Marcano Requena, tiene una de sus grandes expresiones en la autopista urbana: “su sistema vial es el elemento que la marca con mayor fuerza, la
determina, identifica y singulariza” (Marcano Requena, 1995, 191).
Y los barrios han constituido y constituyen una forma muy particular de hacer la ciudad; estos asentamientos y sus pobladores forman parte del tejido
urbano y han contribuido a modelar la “memoria espacial urbana” de los últimos 50 años. En nuestra ciudad se siguen incrementando los barrios, muy
especialmente en la década de los 70 y desde esta década nos encontramos
con una expansión acelerada de lo que hemos venido llamando los territorios
populares urbanos, conformados por generaciones que oscilan entre el campo
y la ciudad. A ellos dedicaremos las siguientes líneas...
Según los arquitectos Josefina Baldó y Federico Villanueva Brandt, para
1990, 1.161.418 personas viven en los barrios del área metropolitana de Cara-
Caracas y su gente... la de los barrios
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cas y de la Región Capital (sector Panamericana y Los Teques) (1998, 83),
ocupando una superficie de 4.615,97 hectáreas (1995, 57):
A partir de estructuras sumamente precarias de carácter provisional, los desarrollos tienden a permanecer y consolidarse a lo largo del tiempo, mientras las viviendas se convierten en el principal, si no único, patrimonio económico y existencial
de sus habitantes. Como en otras ciudades venezolanas y de otros países del Tercer Mundo, esos barrios representan una porción significativa de la Inversión Nacional Acumulada y del Producto Nacional en cada año, así como del total obtenido por la Nación en el campo cultural a través de su desarrollo. Representan, de
igual modo, una parte fundamental de la ciudad contemporánea, llegando a reflejar, críticamente, no sólo el peculiar proceso de crecimiento y conformación de ésta, sino también los propios avatares que han signado su evolución histórica (Baldó
y Villanueva Brandt, 1995, 173. Destacado nuestro).
Una historia y memoria de estos territorios populares urbanos darían cuenta de la homogeneidad heterogénea, no sólo referida a los espacios producidos (Guerrero, 1994, 61), sino también a lo relacionado con los aspectos culturales. Lo homogéneo viene dado por los aspectos que condicionan su producción y reproducción en la estructura urbana, el carácter de espacio autourbanizado, la deficiencia en los servicios y equipamientos, la emergencia social en
que están inmersos, lo que hace observar en muchos de estos espacios grupos vulnerables y en condiciones de riesgo (trabajo, salud, educación, medio
ambiente, calidad de vida), traducidos en grados de exclusión social cada vez
menos soportables, que desdicen de su condición de ciudadanos, incluso –nos
atreveríamos a decir– negándoseles su condición de citadinos (como parte
social importante que conforma la trama de la ciudad).
Lo heterogéneo viene dado por las diversas formas en que estos territorios
son resemantizados, es decir, cargados de significados socioculturales, de
acuerdo con la impronta y valores que van configurando los propios pobladores. Es por ello que nos podemos percatar de una heterogeneidad arquitectónica, que podemos captar a partir de los diversos grados de ocupación del espacio, como rasgos identitarios que nos podrían permitir diferenciar un barrio
de otro. Igualmente, es posible observarlo a partir de las potencialidades creativas, por ejemplo, hablar de un barrio como el barrio Marín en San Agustín del
Sur es recordar sus aportes a la música popular urbana, el talento de jóvenes
que se han destacado en la música, en la danza, etc.; El Guarataro, barrio del
centro, lo asociamos a años de lucha política, del mismo modo La Charneca; a
algunos barrios de Las Adjuntas, como Santa Cruz, los identificamos por su
trabajo comunitario (cooperativas en alimento, salud, etc.); al Pedregal, en la
zona este de la ciudad, lo vinculamos inmediatamente con la conmemoración
de la Semana Mayor y sus Palmeros de Chacao; al barrio Santa Rosa, ubicado entre las avenidas Libertador y Andrés Bello, donde resalta una fuerte presencia de la comunidad peruana, sus fiestas en honor al Santísimo Señor (Jesucristo), celebradas a finales de octubre de cada año (desde hace 12), donde
tienen acto de presencia cofradías formadas en otras partes del país (Valen-
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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
cia, Maracay, etc.), le dan su distintivo como comunidad urbana que le permite
ese juego dialéctico entre la homogeneidad y la diversidad (cfr. Ontiveros,
2000).
Esta caracterización, tanto del medio ambiente construido como de su dimensión sociocultural expresados grosso modo, nos permite afirmar que el
barrio forma parte de la ciudad, un grueso de habitantes, como ya vimos en
cifras mostradas por Baldó y Villanueva, viven en los barrios. Sí, el barrio es
ciudad, forma parte del nosotros urbano. Pero es importante recordar que no
siempre ha sido considerado así, inclusive llama la atención cómo, desde la
ciudad, habitantes no de barrios, funcionarios, políticos, etc., son de la tesis
contraria, los barrios no sólo no forman parte de la ciudad, sino que hay que
exterminarlos, son considerados espacios transitorios.
Paradójicamente hay habitantes de barrios que al considerar que su barrio
forma una microciudad, no se sienten muy cercanos a Caracas; otros, entre
investigadores, técnicos, abogan por el reconocimiento de los barrios en la
ciudad y aquí se suman diferentes posiciones. La propuesta política de otros
habitantes de barrio es que sí forman parte de la ciudad y luchan porque se les
reconozcan como hacedores de la misma.
Quiere decir que en nuestro espacio urbano se tejen diversos discursos,
textos en torno de los barrios y su gente en la ciudad. Que nos sirva de antesala todo lo expuesto hasta el momento, para abrir un capítulo que pensamos
es el quid del presente ensayo: la ciudad que mira al barrio, el barrio que mira
a la ciudad. Cruce de miradas para entender a la Caracas y su gente... la del
barrio.
La ciudad que mira al barrio
¿Quién dijo barrio? Los barrios “invisibilizados” de la estructura urbana
Un interesante ensayo de Rafael Ernesto Carías Bazo, s.j., llamado “Identidad y cultura de los barrios”, aparecido en 1996, se inicia con la siguiente interrogante: “¿Qué piensa la población urbana sobre los barrios y sus habitantes? ¿Qué piensan de sí mismos los moradores de los barrios?” (ello a propósito del tema de la rehabilitación de los barrios). Interrogante que tiene mucho
peso en la actualidad. Pues bien, en relación con la primera se responde:
En Venezuela la población urbana no se identifica con los residentes de los barrios.
Prefiere ignorarlos, tratarlos como “problema”, y al así hacerlo se distancia de ellos.
El aspecto feo y pobre de la ciudad se tolera, pero no se asume; si se pudiera ocultar sería mejor. Este sentimiento vergonzoso de la realidad suburbana (esto es, del
suburbio) subyace en diversos proyectos gubernamentales de adecentar las barriadas mediante la construcción de bloques. Diversas medidas para mejorar el aspecto
de los barrios tienen parecida motivación. Son las llamadas medidas de cosmético
que se aplican a la parte externa de los asentamientos: reparaciones y pinturas que
mejoran el aspecto, pero dejan intactas las deficiencias de fondo. Esta situación de
Caracas y su gente... la de los barrios
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que la ciudad se avergüence de sus barrios tiene su correlato en la cultura provinciana, cuando las familias relegan al hijo minusválido al último lugar de la casa, no
tanto por molesto, sino para que los visitantes no noten su presencia. La ciudad prefiere no hablar de los barrios, sería mejor que no existieran (Carías Bazo, 1996, 87).
En efecto, en la historia reciente de nuestra ciudad, nos encontramos con
ciertas políticas destinadas a la erradicación de los barrios, como la propuesta
en los años de la dictadura perezjimenista con la batalla contra el rancho y la
creación de los superbloques, cuyo objetivo era “adecentar” a las familias que
vivían en los cerros de nuestra capital, integrándolos a la idea de progreso y
modernización de la época. En las décadas siguientes, después de la dictadura, el concepto se modifica, ya no por la erradicación del barrio, sino en su
“mejora estética”. Hablamos de la consolidación de los barrios sin una verdadera política de inclusión social. Bien como dice la arquitecta Teolinda Bolívar,
estas operaciones al final lo que “logran [es] que el fragmento constituido por
los barrios se haga menos duro a los ojos de los visitantes extranjeros y/o de
los que no acepten su existencia; para algunos, los barrios se convierten en
pintorescos” (Bolívar, 1998, 64).
Si nos vamos a períodos más actuales podemos decir que existen opiniones de algunos funcionarios tendentes a pensar que los barrios deben desaparecer, están allí transitoriamente (sic) y según esta posición el acabado de las
casas son una muestra de esta improvisación y transitoriedad.
A pesar de algunos esfuerzos llevados a cabo en fecha muy reciente (finales de los 90, inicios de 2000), los cuales se han hecho por el mejoramiento
sustancial de la calidad de vida en los barrios –tal como veremos más adelante–, lo que podría dejar entrever cierta voluntad política, esto no es suficiente,
ya que, insistimos, la burocratización en las instituciones que tienen injerencia
en los barrios es tan elevada que ha impedido la actuación real y profunda en
estos territorios populares urbanos, contribuyendo así en negativo al mantenimiento de la exclusión e “invisibilización” de estos espacios.
Pero bien, como lo dice el padre Carías Bazo, no son solamente políticos,
funcionarios y técnicos quienes niegan la presencia del barrio, también la “población urbana” lo hace. Valga el siguiente ejemplo. En el trabajo final de grado de la hoy antropóloga Florelena Sifontes denominado “Hacia una construcción del imaginario urbano infantil. Elaboraciones simbólicas en torno a la vivienda, la urbanización y la ciudad. Caso: Colegio AEI-Chuao. Área Metropolitana de Caracas” (2000), y del cual fui tutora académica, encontró que entre
los niños entrevistados los lugares que nos les gustaría visitar están los lados
pobres de la ciudad. Dicen algunos de ellos: “Petare (...) bueno, porque toda la
gente se viene para abajo y comienza a robar y tal”, “los barrios (...) porque
hay crimen en todas partes”, “Petare, porque ahí hay muchos barrios y hay
mucho drogadicto y broma y fuman mucho y roban y ahí es donde hay más
162
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
muertos también”. “Hiciera como... explotaría los barrios, en serio” (Sifontes,
2000, 122).
Estos muchachos provienen de lo que algunos han dado en llamar “la ciudad formal”, con edades entre 12 y 14 años. Y algo que me llamó poderosamente la atención es que uno de ellos, cuando ilustró lo que es para él la ciudad, dibujó una parte de la montaña llena de casitas con Makro incluido (el
hipermercado) y un círculo aparte que llamó Caracas. La reflexión de Sifontes
no se hace esperar:
... eso que se muestra en el dibujo no es Caracas, la ciudad está abajo en el valle,
arriba en los cerros está esa parte que no les gusta pero que tienen que soportar.
Nos muestra la “zona marginal”, esa zona que se esconde en los anuncios de viajes, la que no se quiere visitar, pero que aun con el pesar de mucha gente existe y
es parte de nuestra realidad y que este niño plasmó de una manera clara, expresando que esa zona “marginal”, no pertenece a Caracas y por esto se debe excluir
de nuestra cotidianidad (Sifontes, 2000, 123).
Es de suponer, así, que la reproducción del estigma, de la exclusión de estos sectores vulnerables, se hace desde muy pequeños, entonces para estos
niños de hoy, adultos del mañana, el rechazo y la negación se convierten en
parte de su diario vivir. Como bien señala Sifontes, este endoracismo es alimentado por los “mayores” e:
... inquieta que a tan corta edad ya se esté produciendo en los niños este tipo de
aversión hacia estos sectores, que guste o no son parte de la vida cotidiana caraqueña y forman parte de esta desestructuración urbana, un grupo social que no
tiene el poder económico que tiene la minoría, en este caso, la clase media y alta,
que los etiquete como “gente de barrio” o “marginales”. Así es como se refuerza el
fantasma de la inseguridad en el imaginario de los niños y que ellos reflejan por su
manera de hablar despectiva y temerosa al mismo tiempo (Sifontes, 2000, 122).
Estos ejemplos, que van desde las acciones por parte de organismos del
Estado que pueden desencadenar en el desalojo, hasta la opinión de un sector
específico de habitantes de la ciudad, como son los niños clase media-alta de
una urbanización de Caracas, nos muestran que sigue vigente cierta posición
que segrega, excluye, a este sector mayoritario de la población, y con ello reproduce los estados de desigualdad e “invisibilización” social, económica, política, cultural... En este sentido comparto una inquietud de la arquitecta Mildred
Guerrero, expuesta en una reciente reunión, coordinada por Teolinda Bolívar y
Josefina Baldó3: no son solamente los técnicos o funcionarios quienes llegan a
negar la existencia de los barrios, también se trata de la sociedad, en este caso, la denominada “formal”, la que niega y excluye a este sector, por demás
mayoritario de la población (el ejemplo que hace referencia a la reflexión del
Se trata de la reunión: “A diez años del Encuentro Internacional por la Rehabilitación
de los Barrios del Tercer Mundo”, celebrada el 15 de noviembre de 2001.
3
Caracas y su gente... la de los barrios
163
padre Carías y los niños entrevistados por Sifontes son pruebas elocuentes al
respecto); para esta parte de la sociedad, los habitantes de los barrios no forman parte de la ciudad, por tanto, en mi opinión, el esfuerzo por aceptar a los
barrios como parte de la estructura urbana, su inclusión social, conlleva a un
cambio de mentalidades que de por sí significa un cambio estructural en torno
de las condiciones de vida que envuelven a estos espacios autoproducidos.
Quiere decir que, además de enfatizar en una voluntad política para enfrentar
los problemas sustentados a través del tiempo y del espacio en la realidad barrio, se hace necesario insistir en una voluntad societal para tratar de erradicar
igualmente estos procesos de exclusión.
El barrio reconocido, el barrio y sus habitantes, sujetos urbanos
En marzo de 1987, durante el gobierno de Jaime Lusinchi, entra en vigencia
la Ley Orgánica de Ordenación Urbanística. Por primera vez una ley asume de
manera explícita la existencia y conocimiento de los barrios. En su artículo 49
indica:
Son planes especiales aquellos cuyo objetivo fundamental es la ordenación, creación, defensa o mejoramiento de algún sector de la ciudad, en especial las áreas
de conservación histórica, monumental, arquitectónica o ambiental, las zonas de
interés turístico o paisajístico, los asentamientos no controlados, las áreas de urbanización progresiva o cualquier otra área cuyas condiciones específicas ameriten un tratamiento por separado, dentro del plan de desarrollo urbano local (destacado nuestro).
En opinión del arquitecto Alfredo Cilento este reconocimiento debería, entre
otras cosas, despejar los nubarrones amenazantes del desalojo. Si bien, resultó un gran avance institucional, sus alcances no han logrado el impacto
deseado por aquellos que abogamos por una incorporación plena de los barrios a la estructura urbana; hacemos referencia al mejoramiento de la calidad
de vida: ingresos, salud, vivienda, transporte, educación, recreación, etc.
Para ese mismo período se inicia un fuerte llamado al reconocimiento de
los barrios por parte de la arquitecta Teolinda Bolívar, luchadora infatigable,
quien ha dedicado más de 30 años de su vida académica en pro de los barrios
y su gente. El reconocimiento de los barrios va de la mano de lo que la autora
llama la rehabilitación de los barrios urbanos venezolanos 4. Esta lucha por el
reconocimiento se hace a propósito de hacer “visible lo invisible”:
Es inadmisible, por ejemplo, que todavía se hagan planes de desarrollo urbano de
ciudades sin que se consideren los barrios autoproducidos, gran parte de ellos ma4
Se unen a esta propuesta, tanto del reconocimiento como de la rehabilitación, los
miembros del grupo de investigación “La producción de los barrios urbanos”, coordinado por Bolívar. Estos miembros son: Iris Rosas, Teresa Ontiveros, Mildred Guerrero,
Júlio De Freitas.
164
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
yores de edad y muchos nacidos en la década de los años 50, al fragor de los gobiernos democráticos; barrios que se fundaron después de la caída de Pérez Jiménez. Además, muchos semejantes, morfológicamente, a otras zonas de la ciudad consideradas como parte de la ciudad “formal” (Bolívar, 1996, 74).
El reconocimiento exigido por Bolívar se encamina a romper con el endoracismo y la vergüenza social que legitiman otros sectores y habitantes de la
ciudad:
Reconocer es también tratar de reconocerse. Es no sentir vergüenza de la ciudadbarrio, pues ésta ha sido creada con el trabajo de los que luchan por sobrevivir en
las ciudades. Es necesario repetir: los “barrios de ranchos” venezolanos son parte
de la ciudad, aunque en un mundo de carencias físicas. Los barrios urbanos tienen
en general inadecuados servicios fundamentales, como vialidad vehicular (faltan
sobran o están en mal estado o mal mantenidas), cloacas, acueductos, drenajes;
sin hablar de los equipamientos básicos educacionales, asistenciales, culturales,
recreacionales, deportivos, etc., pues la mayoría de las veces ni siquiera existen.
Conociendo el drama que viven sus habitantes, es imposible seguir aceptando el
quedarnos callados (Bolívar, 1996, 74-75).
Para Bolívar, las bases, no sólo de la existencia de los barrios sino de su
constante deterioro, debemos buscarlas en las desigualdades económicas
imperantes en países como el nuestro. Así, con las tendencias cada vez más
agudas a la precarización, su correlato seguirá siendo el crecimiento de los
barrios insertos en un mundo de carencias físicas; de allí, en este sentido, el
llamado a la rehabilitación de los barrios urbanos como señalamos supra, valorando el esfuerzo y el empeño de los pobladores urbanos en construir sus viviendas, en construir ciudad. La rehabilitación se entiende:
... como un proyecto (...) donde los arquitectos y/o ingenieros y otros profesionales
aceptan el desafío y se las ingenian para valorar lo creado por los constructoresusuarios, por los constructores anónimos.
Aunque ha sido una producción de ciudad obligada por la insoslayable necesidad
de tener un hogar, el resultado lo vemos, algunos de nosotros arquitectos, como
una importante contribución de los grupos más pobres de la sociedad en enseñarnos lo que puede hacerse cuando se necesita y se está dispuesto a trabajar. No
solamente decir hagan o haremos, sino HACER; por eso nosotros nos hemos apropiado de la expresión HACEDORES, que quiere decir tanto autor intelectual como material de una obra, la ciudad-barrio que hoy sorprende a muchos. Unos desearían,
intentan y hasta logran, en parte demolerla, despreciándola; y otros, como nosotros
y en particular quien es responsable de estas líneas, luchamos para que se valore
(Bolívar, 1996,75).
La valoración de este espacio urbano y su rehabilitación debe hacerse con
la gente y para la gente, de allí que la participación de los habitantes no sólo
es necesario, sino vital, sustancial. Es importante varios alertas que al respecto destaca Bolívar: 1) la rehabilitación no puede ser venida de “afuera”, ésta
debe hacerse de mutuo acuerdo: habitantes, funcionarios, investigadores;
Caracas y su gente... la de los barrios
165
además, subraya Bolívar, se habla de unos habitantes reconocidos como ciudadanos, quienes tendrán una verdadera y real injerencia en estos procesos
de rehabilitación; 2) respeto por lo creado, ya que ello constituye un patrimonio
de sus hacedores; 3) debe aplicarse una técnica apropiable a cada caso; los
barrios son heterogéneos y como tal deben tratarse; 4) debe regularizarse la
tenencia de la tierra.
Esta lucha por el reconocimiento del barrio como parte de la ciudad fue lo
que llevó a las arquitectas Teolinda Bolívar y Josefina Baldó a la organización
del Encuentro Internacional por la Rehabilitación de los Barrios del Tercer
Mundo, celebrado en noviembre de 1991. En este encuentro, funcionarios y
técnicos, investigadores venidos de todos los continentes, así como pobladores de la ciudad de Caracas, se dieron cita para reflexionar en torno a los barrios y su gente, y crear propuestas de soluciones a las emergencias de todo
tipo, vividas en los barrios. Esta reunión dio como resultado la Declaración de
Caracas, la cual ha servido de inspiración a muchos encuentros más, referidos
a la rehabilitación y reconocimiento de los espacios autoproducidos en el
mundo. Y en nuestro país contribuyó sustancialmente al cambio de paradigma
que en torno del hábitat popular urbano se venía manteniendo.
Otra de las propuestas que consideramos histórica en torno de la incorporación de los barrios a la estructura urbana, es la de los arquitectos Josefina
Baldó y Federico Villanueva Brandt. Para estos arquitectos toda política que se
plantee la erradicación de los barrios o el seguir insistiendo en el mejoramiento
estético se hace inútil. En la primera, ya que se está hablando de aproximadamente 51% de la población del país que vive en barrios (según Villanueva
Brandt, aproximadamente 12 millones de personas) y mientras el Estado ha
producido entre 650.000 a 800.000 viviendas desde finales de los años 20 del
siglo pasado, hasta la actualidad, esta población la ha superado con la construcción de aproximadamente dos millones5. En la segunda, la realidad política, económica, social, urbanística, etc, reclama acciones más audaces y transformadoras que simples operaciones de cambio de fachadas.
El siguiente texto recoge, tanto la filosofía como el plan de intervención
que, según los autores, se deben llevar a cabo en los barrios venezolanos:
... las magnitudes que han alcanzado estos asentamientos y las negativas experiencias previas, hacen totalmente inútiles aquellas políticas y colocan en primer
plano la alternativa de completar su proceso de crecimiento y desarrollar plena-
5
Cifra indicada por Villanueva, tanto en su conferencia dictada en el curso de ampliación “Los profesionales en los barrios y su gente. Una introducción a los procesos de
habilitación integral”, coordinado por Teolinda Bolívar y Aurelio Blanco el 2 de noviembre de 2001, como en su intervención en la reunión “A diez años del Encuentro Internacional por la Rehabilitación de los Barrios del Tercer Mundo”, coordinado por Teolinda Bolívar y Josefina Baldó, 15 de noviembre de 2001.
166
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
mente la fase de urbanización, cumplidas en lo esencial las de parcelación y edificación.
Esta política debe movilizar todos los recursos disponibles para lograr el reconocimiento oficial de los barrios de ranchos y su total incorporación a la sociedad urbana contemporánea. Y una de sus primeras acciones consiste en planificar, programar, proyectar y ejecutar las obras de urbanización que permitan la adecuada inserción de los barrios en el medio ambiente construido, así como la superación de
sus carencias internas en cuanto a los niveles de urbanización: tal es el proceso
que se denomina habilitación física de los barrios.
Se trata de una línea de acción fundamental sobre los barrios, que se torna prioritaria en la medida en que presentan carencias más acusadas en sus condiciones
físicas de urbanización. Mientras tales condiciones persistan, ninguna labor social
ni educativa logrará integrar a los habitantes como ciudadanos iguales dentro de la
sociedad. Enfrentando esas condiciones, por el contrario, se establece el punto de
partida imprescindible para la consecución de una integración urbana general, a la
que deberán acompañar, necesariamente, otras políticas de carácter económicosocial para que el proceso culmine satisfactoriamente. Por lo tanto, resulta verdaderamente primordial la actuación inmediata sobre el medio físico de los barrios
existentes, que permita a sus habitantes alcanzar una calidad de vida homologable
a la de los otros residentes de la ciudad (Baldó y Villanueva Brandt, 1995, 174175).
Esta propuesta teórica de los arquitectos Baldó y Villanueva Brandt comienza a llevarse a cabo a partir de 1999, cuando llega a la presidencia del
Consejo Nacional de la Vivienda la arquitecta Josefina Baldó y se inicia el Plan
Sectorial de Habilitación Física. Este plan constituiría un cambio, a todas luces
radical, de las concepciones institucionales que se venían dando en torno a los
barrios y su gente, convirtiéndose en política de Estado la habilitación física de
los barrios. Esta acción institucional lleva como estudio pionero la experiencia
de Catuche, cuyos avances tanto en el mejoramiento físico del sector como en
la concepción de la participación de los habitantes se irradiaron a barrios como
San Miguel de la Vega, San Blas en Petare, La Silsa, La Morán, etc.
Sería muy extenso explicar los pormenores de este plan sectorial, pero lo
que sí podríamos indicar es que, en dos años de gestión, las bases para un
cambio de paradigma en torno del hábitat popular urbano se hicieron sentir,
pero paradójicamente esta política en vivienda que se venía adelantando sufre
un revés con el cambio de la gestión, y por ende de la filosofía sustentadora
de la misma. A un año de haberse producido este cambio se constata un freno
en todo lo avanzado, sin que haya claridad acerca del rumbo a seguir. Es por
ello que nos interrogamos acerca de la real disposición y voluntad política de
la nueva gestión. Igualmente, desde nuestro punto de vista, consideramos un
error político del actual mandatario el interrumpir esta experiencia, lo cual pudiera demostrar su muy poco interés en el mejoramiento de la calidad de vida,
y muy particularmente de la vivienda, “del soberano”...
Caracas y su gente... la de los barrios
167
Desde el aspecto social es bueno destacar sucintamente dos miradas en la
ciudad en torno de los barrios y su gente. La primera mirada es de quien escribe este ensayo. Muy cercana a la propuesta de la arquitecta Teolinda Bolívar, con quien ha venido trabajando desde aproximadamente 14 años, sólo
añadiría al tema del reconocimiento su dimensión antropológica, observada
ésta a partir del estudio de la casa de barrio como hecho cultural; producción
que va tanto en el orden material como simbólico. La casa de barrio, tanto su
construcción como la manera de habitarla, ha dado cuenta de la producción de
sentido, de la cultura e identidad espacial que conforman a la realidad barrio
dentro de la ciudad, de allí el asentar la teoría en torno de los territorios populares urbanos como parte esencial de la ciudad, territorio que da cuenta de la
forma sui géneris en que la gente pobre ha hecho ciudad (cfr. Ontiveros, 1989;
1995; 1999).
La otra mirada es la tesis de la socióloga Dyna Guitián, quien a partir de
una propuesta referida al proyecto familia-proyecto-barrio reivindica y revitaliza
la condición de los habitantes de los barrios, mostrando así que estos pobladores son sujetos sociales urbanos contemporáneos y forman parte de la ciudad;
no obstante alerta en torno de las desigualdades sociales y de la precariedad
real en sus condiciones de vida, haciendo un llamado a la construcción de la
ciudadanía con base en la lucha por la inclusión social plena y la profundización de la democracia que redunde en estos procesos de reinserción altamente solicitados. La siguiente cita nos puede permitir entender lo que los barrios y
su gente significan:
... lejos de desterritorializarse se reterritorializaron [los pobladores], organizaron
sus intercambios sociales en redes sociales residenciales, centraron sus proyectos
familiares en el logro de la educación y la vivienda, y vivieron los tiempos ordinarios y extraordinarios de su vida cotidiana luchando por una condición ciudadana,
adaptándose a las vicisitudes del empleo urbano formal o informal, realizando sus
prácticas domésticas privadas y las colectivas para garantizar la producción de lo
social y, sobre todo, canalizando su exiguo excedente hacia la celebración de los
momentos colectivos de encuentro, la fiesta de la comunidad, las bodas y los velorios, construyendo su identidad en torno del lugar, al territorio procurado por ellos
mismos, a su espacio habitable. Tiempo extraordinario que produce, reproduce y
repotencia la identidad colectiva de los pobladores urbanos en sus territorios ocupados.
Inmersos en este modo de vida no podían abandonar todo el sustrato cultural que
habían elaborado sus generaciones ascendientes premodernas y tuvieron que
asumir, en la medida de sus posibilidades, algunos de los rasgos culturales de la
modernidad, produciendo entonces lo que realmente constituye una cultura híbrida
(Guitián, 1998, 144).
Para Guitián, el barrio se hace ciudad y el modo de vivir la ciudad está caracterizado por lo que recoge la cita anterior. Además, subraya Guitián, el barrio está cargado de unas energías culturales que pueden redundar en su mejoramiento sustancial. Así la fiesta, la religiosidad popular, las redes sociales,
168
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
el vecinaje, la amistad, la querencia al barrio, etc., son producciones del barrio
cuya redimensión pueden coadyuvar a los cambios sustanciales que giran en
torno de la lucha contra la exclusión.
Estas miradas son algunas que desde fuera del barrio solicitan el reconocimiento del barrio como parte de la ciudad y ¿qué nos dice la gente?
El barrio que mira a la ciudad
“La ciudad soy yo”
Dentro de la heterogeneidad que viven los barrios, podemos encontrar
igualmente diversas expresiones en torno del sentido de pertenencia al barrio
y a la ciudad. Es asombroso constatar que existen familias, personas, en algunos barrios, cuyo punto de referencia es el barrio mismo, muy pocas veces
“bajan” a la ciudad (es interesante precisamente el uso de esta metáfora
orientacional: bajar a..., constituye una de uso muy corriente), la vida se realiza
y se consume en el barrio. Son los grados extremos de la encapsulación, por
lo tanto es de esperar que la percepción que se tenga de la ciudad es la de un
espacio muy lejano y ajeno a su dinámica cotidiana. Cabe entonces la expresión que hemos colocado como título: “La ciudad soy yo”, es decir, al no establecerse los vasos comunicantes entre el barrio y el resto de la ciudad, se
desdibuja el sentido de pertenencia con respecto a la misma. Se han dado
casos extremos de personas dentro de los barrios, muy particularmente cuando viven en la fila de estos territorios, que no han asistido nunca a la escuela,
que no tienen contacto con los espacios públicos de la ciudad. Insistimos, la
vida se hace, se vive por y para el barrio.
Nos encontramos igualmente con otros casos que viviendo en la encapsulación –este concepto siguiendo a Hannerz6–, se vive de otra forma. No es
difícil constatar que los grados de ocupación del espacio barrio han llevado a
lo que la arquitecta Bolívar y su grupo de investigación han denominado la
densificación de los barrios (cfr. Bolívar et al., 1994). Esta densificación, desde
mi punto de vista, ha dado paso al barrio-ciudad, es decir, barrios que en su
interior se asemejan a microciudades, en la medida en que no son sólo las
casas las que los constituyen. Ciertamente, los servicios y equipamientos pueden ser precarios, pero nos encontramos con barrios que tienen farmacias,
peluquerías, abastos, escuelas, centros culturales, servicios médico-odontológicos, mercados, talleres mecánicos (éstos abundan mucho en los barrios),
zapaterías y paremos de contar. También en estos casos, hay habitantes que
hacen su vida, tanto vecinal como laboral, dentro del barrio; para éstos, a la
ciudad se “baja” cuando se hace necesario sacar la cédula, en un caso de
emergencia hospitalaria, por ejemplo.
La encapsulación “implicaría a personas que vivieran, trabajaran, y jugaran juntas y
que también encontraran a sus parientes entre ellas...” (Hannerz, 1986, 286).
6
Caracas y su gente... la de los barrios
169
El pertenecer o no a la ciudad puede tener así diversas lecturas: la vida es
intensa en el barrio y a la ciudad se va cuando se necesite, hay una relación
simplemente comercial o inmediatista con respecto a la ciudad. Pero igual hay
casos de barrio-ciudad donde sus habitantes se sienten integrados a la ciudad.
Es el caso estudiado por la hoy antropóloga Diliana Domínguez (1996). En un
estudio llevado a cabo en el barrio Altos de Lebrún de Petare, constató que
este barrio tiene todas las características de un barrio-ciudad: escuelas, dispensarios, mercados, peluquerías, farmacias, servicios médico-odontoló-gicos,
casa de la cultura, etc., todos ellos logrados por la acción vecinal, resaltando
los mismos habitantes que la comunidad es un ejemplo digno de comunidad
que lucha “por tener un espacio respetado dentro de la ciudad” (Domínguez,
1996, 116).
Según Domínguez, los habitantes por ella entrevistados consideran que su
barrio representa una pequeña ciudad, que no se aísla de la “gran ciudad”
(aquí evidentemente se hace mención a Caracas), la comunidad no es ni mayor ni inferior al resto de la ciudad, forman parte de la ciudad, es así que nos
comenta Domínguez:
Esta opinión de los pobladores entrevistados nos parece de vital importancia para
el análisis sobre el papel que juegan los habitantes en la ciudad. Ello confirma que,
por lo menos en este barrio, la segregación sí tiene un rostro, se construye desde
afuera, son los otros los que consideran a los barrios “marginales”, y por ello
siempre los sitúan en la periferia geográfica y social. En este caso, los habitantes
del barrio Altos de Lebrún, se consideran copartícipes de la ciudad, entonces nos
preguntamos por qué no se toma en cuenta la palabra de los habitantes en la reconstrucción de la vida y la cultura urbana. Un 70% de los informantes sostuvo que
el hecho de tener espacios recreativos dentro de la comunidad como reuniones,
homenajes, etc., no era causa lo suficientemente válida para romper las relaciones
con los servicios recreativos de la ciudad (Domínguez, 1996, 125).
Los habitantes de Lebrún nos confirman que, para muchos de ellos, la ciudad juega un papel importante en su modo de existencia, catalogada, por demás, de urbana. Son del barrio, son de la ciudad (que en este caso entiéndase
la ciudad como área metropolitana, ya que cuando la gente habla de la ciudad,
no se está refiriendo a Los Teques, sino a Caracas). Esta discusión que se
planteó la antropóloga Domínguez, para ver si el barrio es ciudad, la lleva a
concluir lo siguiente, tesis que por demás compartimos:
Pensamos que los pobladores populares no sólo deben destacar el hecho de no
sentirse fuera de la ciudad, se trata de exigir su lugar como ciudadanos, y no de
segunda o tercera clase, se trata de ser ciudadanos con derecho a tener derechos
y, dentro de éstos, luchar por un hábitat digno, por un reforzamiento de la cultura
popular, impregnada de múltiples saberes, del ayer, del hoy, de la tradición, de la
modernidad (Domínguez, 1996, 130).
“Somos ciudad. Somos su gente”
170
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
En esta diversidad de opiniones que se tejen dentro, fuera y alrededor del
barrio, nos encontramos aquella que viene siendo formulada por un conjunto
de habitantes venidos desde diferentes puntos de la ciudad, la cual reclama un
espacio para el reconocimiento de los barrios y su gente.
Recuerdo la extraordinaria experiencia que llevamos a cabo en 1989-1990
la antropóloga Ocarina Castillo (en ese entonces directora de Cultura de la
Universidad Central de Venezuela, la socióloga Dalia Baptista (para ese momento funcionaria de Fundarte), y mi persona, por el Sector Estudios Urbanos
de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, referida a una serie de encuentros
que después de trabajar mucho en su concepción la denominamos “De los
barrios y su gente”. En estos encuentros participaron habitantes de comunidades tales como Marín, El Guarataro, El Valle, barrios de Petare, Macarao, etcétera. Nos honra que a partir de la intervención de varias comunidades de
Macarao el colectivo decidiera llamarse “Macarao y su gente”, así lo expresan
en un documento escrito a propósito del Encuentro por la Rehabilitación de los
Barrios del Tercer Mundo:
En junio de 1989 nos llegó una invitación de la Dirección de Cultura de la UCV, del
Sector de Estudios Urbanos y de Fundarte para que participáramos en el ciclo “De
los barrios y su gente”, donde se presentarían experiencias de organización comunitaria de distintos barrios de Caracas.
Esta invitación la recibimos con mucho entusiasmo y enseguida nos dedicamos a
la organización de nuestra participación en dicho ciclo. Lo primero que hicimos fue
visitar a otros grupos comunitarios de la parroquia para reunir un número bien representativo de grupos de Macarao.
El trabajo de promoción que hicimos quedó testificado cuando el día que le tocó
presentarse a Macarao participaron más de cien personas de distintos grupos comunitarios de nuestra parroquia; ese día, además, se hizo la presentación pública
de nuestro periódico Rendija.
Nos parece importante destacar que la participación en dicho foro sirvió para dar
mayor impulso a la creación “formal” de Macarao y su gente, nombre que decidimos en septiembre de 1989 y que estuvo inspirado en el título del foro “De los barrios y su gente” (Díaz et al., 1996, 247).
Este relato tiene sentido porque fue un extraordinario momento para que
las comunidades participantes presentaran lo mejor de su gentilicio barrial: la
música, el trabajo cooperativo, la lucha política, etc. Aunque estos encuentros
privilegiaban al barrio y a su gente no se dejaba de lado, porque era parte de
la concepción, tanto de las organizadoras como de los mismos asistentes, que
estos barrios forman parte de la ciudad, mostrándose así la riqueza y diversidad que se viven en el espacio urbano.
Otro momento de gran relevancia lo constituyó el mismo encuentro ya
nombrado, el de la Rehabilitación de los Barrios del Tercer Mundo (1991), en
Caracas y su gente... la de los barrios
171
el mismo, participaron barrios de la ciudad, algunos de éstos dejaron escritas
sus opiniones acerca de los procesos de rehabilitación y cómo se deben insertar los habitantes. La ponencia presentada por miembros del Centro de Educadores Comunitarios Agua China, Asociación de Vecinos de Agua China,
Centro Deportivo Juvenil del Barrio Droz Blanco, es muy significativa en su
párrafo final, ya que proponen:
Que todos los barrios formen parte de la ciudad. Que los barrios sean declarados
“uso conforme”, reconocidos con derecho a dotaciones de vialidad y transporte,
sistemas de drenajes, cloacas, acueductos, teléfono, electricidad y que tengan las
escuelas, liceos, preescolares, materno-infantiles, consultorios médicos, canchas,
cines y todo lo necesario para vivir en la ciudad (Centro de Educadores Comunitarios Agua China y otros, 1996, 70).
Esta suma de opiniones permitió que, justo después de finalizado el encuentro, varias comunidades se reunieran para conformar la Asamblea de Barrios de Caracas. De muy corta data su existencia (aproximadamente uno a
dos años), resalta que entre sus objetivos estaba la insistencia en señalar cómo los barrios forman parte de la ciudad y su lucha en este sentido giraba en
torno del mejoramiento integral de la calidad de vida, la obtención de una vivienda digna, trabajo, escuelas, participación democrática de los habitantes de
los barrios, etc.
En fecha más reciente (1996, hasta la actualidad) resalta la existencia de la
Red Solidaria de Comunidades Autónomas (Redsca), conformada por pobladores, técnicos e investigadores, quienes intercambian experiencias en cuanto
a las actividades emprendidas en las comunidades, a fin de servir de apoyo y
aprender de lo que hacen los otros, para con ello contribuir al fortalecimiento
organizativo de cada comunidad. Ya es tradición para algunos trabajadores
comunitarios (venidos de Agua China, La Bandera, El Guarataro, Hoyo de la
Puerta) el concentrarse en esta red cada primer sábado del mes, pero a este
tejido ya fortalecido se le agrega toda aquella comunidad que quiera contar y
escuchar experiencias. Varios eventos se han llevado a cabo, algunas de estas personas han participado en eventos internacionales vinculados al tema
del hábitat popular y participación: México, Cuba, Dakar, han recibido a gente
de nuestros barrios, quienes relatan los avances y obstáculos existentes en la
lucha por un hábitat digno. La idea central de los participantes de la Redsca es
legitimar el derecho que les asiste de formar parte de la ciudad, pero ya no
sólo insistiendo en la simple formalidad de su aceptación sino en que en la
práctica se asomen acciones de mejoramiento sustancial e integral, tanto de
las condiciones físicas como económico-sociales del barrio.
De este conjunto de experiencias de habitantes de barrios que insisten en
marcar su presencia y dinámica barrial en la vida urbana, de mostrar y demostrar que ya no son barrios de paso (¿cómo llegar a pensar esto en barrios con
40, 50 años de existencia?), se construyen esfuerzos colectivos para dar cuenta que la alternativa lógica y posible es la habilitación de estos espacios, terri-
172
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
torios populares, tomando en cuenta las expectativas, representaciones, sueños, esperanzas, de estos pobladores urbanos. Queremos entonces, cerrar
estas reflexiones con algo más de la ciudad y su gente.
El cruce de miradas: ser un ciudadano (léase caraqueño) y del barrio...
Apuntes para la comprensión de la ciudad con su gente
(aquélla, la del barrio)
Ya para finalizar estas ideas queremos considerar varios aspectos que
pensamos deben ser tomados en cuenta en relación con el tema que nos
ocupa7: la incorporación real y efectiva del barrio a la ciudad.
Primero. La incorporación física que tiene que ver con llevar adelante un
proyecto de habilitación, tal como el expresado por Teolinda Bolívar, debe hacerse si y sólo si con la participación de los habitantes. En estos procesos de
habilitación debemos estar atentos ante la siguiente premisa: los barrios son
territorios cargados de diversidad, de sentido, donde la vida anclada en la trama de relaciones, en el nudo relacional, tal como lo indica el investigador Alejandro Moreno (1995), permite comprender sus dinámicas cotidianas que van
de la casa al barrio, a la ciudad. Estos territorios tienen sus historias, una memoria colectiva, una cultura, que ya no sólo es material, sino simbólica al incorporársele el circuito de la cultura como producción, apropiación y consumo
ideal y material de ese espacio. El barrio es un proyecto de vida, pero también
de muerte cuando el tema de la inseguridad, la violencia en todas sus dimensiones, pública, doméstica, simbólica-psicológica, se hace de análisis obligado, no dejando, por otro lado, el tema de la salud, del medio ambiente, entre
otros. Esto quiere decir que el mejoramiento de la calidad de vida de los barrios, para que formen efectivamente parte de una ciudad donde se ejerza la
plena ciudadanía, debe tomar en cuenta tanto el orden material como simbólico de sus procesos.
Alertamos sí que el intento de rehabilitación no debe significar una pérdida
de la vida colectiva del barrio. Nos produce un fuerte desasosiego que –a pesar de la voluntad política y el compromiso social de muchos de quienes abogan por la habilitación física integral del barrio como camino para la construcción de la ciudadanía y su real incorporación a la ciudad– ésta se plantee modificando las condiciones espaciales del barrio, aspecto éste que ya de por sí
implicaría una discusión. En la medida en que la variable espacial no sólo la
podemos ver desde el punto de vista eminentemente físico, la misma es una
construcción social convirtiéndose el espacio en un espacio antropológico.
Parte de esta reflexión es la que compartimos en el curso “Profesionales en los barrios con su gente. Una introducción a los procesos de habilitación integral”. Septiembre-noviembre 2001. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Universidad Central de
Venezuela.
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Se parte de la premisa de que, para la incorporación total del barrio a la
ciudad, éste debe convertirse en una réplica de los estratos medios. Ya el barrio habilitado no seguirá llamándose barrio, sino urbanización. Pareciera ser
que el precio de insistir en la incorporación a la ciudad pasa por un “proceso
civilizatorio” que a todas luces pensamos desencadenaría en la pérdida de la
personalidad colectiva. Si el padre Alejandro Moreno nos insiste en que el barrio es ese mundo de relaciones, una trama de tejidos muy densos, ¿qué hacemos entonces con un barrio habilitado físicamente pero que haya perdido el
don de su existencia colectiva?
Cada barrio es una historia con su propio repertorio identitario, con valores
y costumbres particulares, lo cual nos permite, por demás, captar la diversidad
y la misma plasticidad propias de la vida urbana. En este sentido, nos parecen
muy prudentes las reflexiones de la arquitecta Teolinda Bolívar cuando nos
alerta:
Unas intervenciones podrían mejorar la calidad ambiental urbana y la calidad de
vida de la población que vive en ellas sin destruir o mutilar lo ya creado (...) otras
podrían tener como objetivo igualar los territorios autoproducidos al resto de la ciudad, en este caso se corre el riesgo de que se destruya a su paso gran parte de lo
creado y el mundo de relaciones existentes.
Es necesario evitar que, por buscar hacer un territorio popular similar al resto de la
ciudad y según nuestros valores –no reconociendo los existentes–, contribuyamos
a transformarlos e igualarlos para pocos de los que hoy lo habitan, haciendo tal
vez infelices a los que pierden lo que tanto esfuerzo de vida les costó, y sin lugar a
dudas esta pérdida será irrecuperable.
Las intervenciones, sobre todo las de este fin de siglo y comienzos del próximo,
deberían asumir sus consecuencias con toda su complejidad (...).
Se tendría que sincerar sobre qué se busca y cuáles son los efectos a corto y mediano plazo... (Bolívar, 1998, 71-72).
Segundo. El llamado que hace el etnólogo francés Paul-Henry Chombart
De Lauwe de que se hace necesario una formación y autoformación de los
altos funcionarios, ministros, etc., para la elaboración de proyectos que redunden en el mejoramiento de la calidad de vida de vastos sectores de población,
es un aspecto que no podemos dejar de tomar en cuenta. Recordando el extraordinario texto de Paulo Freire Pedagogía del oprimido, nos indica que lo
más urgente es llevar a cabo una pedagogía de los dominantes:
¿Por qué y cómo podemos hablar de la formación de los responsables de alta jerarquía? En efecto, cada uno de ellos ha recibido una formación en las universidades, las escuelas especializadas, los cursillos de capacitación, los clubes y los partidos. Posee competencias que no pueden cuestionarse. Está preparado para
desempeñarse en el contexto de un ministerio, de una administración, de una instancia internacional. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿basta eso para acometer,
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Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
conjuntamente con la población, empresas tales como la transformación de conglomerados urbanos constituidos por varios millones de habitantes? Muy frecuentemente, los mensajes no llegan. Aprovechando la ocasión, ¿no podríamos acaso
preguntarnos si cada uno está preparado para escuchar al otro, para derribar las
barreras sociales que obstaculizan la comprensión mutua, para entender los llamados que lanza la población a través de las revueltas y la violencia, para descubrir las fuerzas activas y los aspectos creadores que residen en aquellos que hasta
ahora habían estado privados de la posibilidad de expresarse? (Chombart De
Lauwe, 1996, 41).
Igualmente vale la solicitud para los funcionarios y técnicos medios; la incorporación real de los barrios a la estructura urbana por medio de la habilitación física requiere de una nueva mirada por parte de estos actores. Es importante reconocer que en lo inmediato se ha venido dando una preocupación
creciente de profesionales por saber más de los barrios y su gente; sin embargo, todavía falta mucho por hacer.
Tercero. Por supuesto constituiría parte no sólo de un cambio de mentalidad, sino de un cambio social el que ciertos grupos transformen sus opiniones
estigmatizantes acerca del barrio y su gente, y por ende su aceptación como
coformadores de la ciudad. Decimos que se trata de un cambio social, ya que
se hace necesario radicalmente modificar las bases que sustentan la desigualdad social, económica, política, cultural y espacial en las cuales está inmersa más de la mitad de la población, lográndose con ello una participación
democrática y un ejercicio de la ciudadanía cabal y responsable. Es decir, el
reconocimiento de los barrios y su gente, como parte de la ciudad, pasa por
una comprensión y aceptación de la sociedad en su conjunto, acerca del valor
y la contribución de los barrios en la producción de la ciudad.
Cuarto. La mirada que los habitantes de los barrios tienen de sí mismos, la
superación de la vergüenza social (por demás con bases reales como lo es a
través de la superación de la pobreza y, por ende, la inclusión social) son también elementos clave para afirmar la existencia de la ciudad y su gente... la del
barrio. En este sentido, nos parecen muy elocuentes las palabras del padre
Carías Bazo cuando expresa:
Que el habitante del barrio sea consciente de su propia dignidad (...). Cada barrio
debe tener su símbolo cultural que lo identifique, que le dé unidad y sea motivo de
orgullo. La dignidad debe pasar de ser algo de la esfera de lo personal a la esfera
grupal. Los barrios como colectividades son activos y tienen una historia que nada
envidia a la de los mejores centros vecinales urbanos. Así fomentarán su propia
imagen y autoestima. Asimismo, actuando en público, fuera de su entorno, harán
que la ciudad los reconozca como expresión cultural y no podrá ignorarlos como
parte de ella.
El secreto está en afirmarse en lo que es fuerte: su creatividad artística. Ésa es la
plataforma desde donde se va a lanzar el proceso rehabilitador en dos direcciones:
una interna, aceptarse a sí mismo como colectividad humana y digna; y otra exter-
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na, lograr que la ciudad reconozca sus valores. Uno de esos grandes valores es la
venezolanidad de la cultura de los barrios (Carías Bazo, 1996, 90).
Así, la dignidad barrial, la preservación de la diversidad de los barrios, su
inclusión social, una real distribución equitativa de los ingresos, la equidad social, la participación, la habilitación física, son aspectos que deben resolverse
para hablar con propiedad de la incorporación de los barrios a la ciudad, en su
plenitud y con bienestar.
Ciertamente, no podemos comparar a esas chicas del relato de Alberoni,
las cuales migraron del campo a las grandes ciudades italianas con la finalidad
de encontrarse con la modernidad. Los sueños de nuestros pobres urbanos
también estaban impregnados de la búsqueda del bienestar, de salir del pueblo para venir a la gran ciudad, la del “progreso”. Pero muchos sueños se vieron frustrados: sin casas, sin trabajo, sin educación; por ello se dieron a la tarea de fundar sus territorios en la ciudad. Hoy por hoy un patrimonio incalculable que reclama ser reconocido, porque el barrio es ciudad, ¡y que lo diga la
gente!
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