A LAS MESAS CONJUNTAS DEL CONGRESO Y DEL SENADO Las Mesas del Congreso de los Diputados y del Senado, en su reunión del 11 de julio de 2006, aprobaron un reglamento de pensiones parlamentarias y otras prestaciones a favor de los exparlamentarios. Esta regulación complementa y mejora lo que les pueda corresponder por el régimen de pensiones común de Seguridad Social o clases pasivas. Consiste esencialmente en cuatro medidas íntimamente conectadas: 1) el establecimiento de un complemento a las pensiones públicas que puedan corresponder a los parlamentarios cuando se jubilen o se les reconozca una incapacidad; 2) la regulación para los mayores de 55 años, en determinados supuestos, de una ayuda mensual equivalente a lo que coloquialmente se conoce como prejubilación; 3) el establecimiento de indemnizaciones adicionales tras el cese en su condición de parlamentarios; y 4) la fijación de aportaciones con cargo a los presupuestos de las Cortes Generales para planes privados de previsión social a favor de los Diputados y Senadores. La exposición de motivos de la norma justificó estas mejoras por la conveniencia de equiparar a los parlamentarios españoles con los de otros países, y por la necesidad de regular sistemáticamente prácticas usuales, aunque dispersas, de las legislaturas precedentes. Se afirma textualmente que “la regulación parlamentaria tiene por objeto situar a los parlamentarios españoles en un nivel equiparable a la media de los países de nuestro entorno”. A juicio de Unión Progreso y Democracia esta regulación sería necesaria si garantizara a los parlamentarios los mismos derechos que al resto de los españoles, para que no fuéramos perjudicados por nuestra actividad institucional. Pero no es así, porque nos otorga derechos inalcanzables al común a los trabajadores, como demuestra la comparación de las legislaciones aplicables a unos y otros. Y lo que no se pude extender al conjunto de los ciudadanos, cuando de derechos sociales se habla, deja de ser un derecho para convertirse en un privilegio para aquellos que lo disfrutan. En efecto, un parlamentario español puede ver complementada su pensión de jubilación o incapacidad, con cargo a las Cortes Generales, hasta una cuantía equivalente la pensión máxima o cercana a ella sólo con haber sido parlamentario durante más de 7 años. E incluso con menos tiempo de mandato, nuestra pensión pública puede recibir más complementos mediante decisión graciable de las Mesas de las Cámaras. En contraste, un trabajador corriente, sin complementos, necesita 35 años de trabajo y haber cotizado por una base muy alta durante los últimos 15 años de su vida laboral para percibir la pensión máxima de jubilación; y, en caso de incapacidad permanente, debe haber cotizado por una base muy elevada durante los años requeridos para calcular la base reguladora de esa prestación especial. Además, un parlamentario español puede jubilarse a partir de los 60 años, si reúne los requisitos para la jubilación anticipada y cotizó 40 años, con la garantía de cobrar una cuantía equivalente a la pensión máxima, gracias al complemento que le pagan las Cortes. Esto implica que, a diferencia del resto de trabajadores, aunque se le apliquen las reducciones legales en la base reguladora de su pensión que le pueda corresponder por cada año de adelanto de su jubilación, gracias a ese complemento de las Cortes de facto esas reducciones no tendrán consecuencias económicas sobre su pensión o serán menores. Esta disposición resulta además claramente incongruente con la posibilidad de retrasar en el futuro, para los demás trabajadores, la edad de jubilación efectiva y legal. Los parlamentarios disfrutamos de la posibilidad de “prejubilarnos” con cargo a las Cortes Generales desde los 55 años, con derecho a cobrar un 60% de la asignación constitucional – en la actualidad 3.125,52 euros –, y a que se nos mantenga de alta en la Seguridad Social cotizando hasta la edad de jubilación acorde con la actividad privada que pasemos a ejercer tras cesar de parlamentarios. Por ejemplo, con esta regulación un parlamentario que nunca haya cotizado a la Seguridad Social hasta adquirir esa condición a los 44 años, y que la abandonara a los 55 años, podría “prejubilarse” con el 60% de la asignación constitucional para terminar disfrutando a los 65 años de la pensión máxima, más la ayuda del complemento, sin haber tenido que volver a trabajar. En cambio, el común de los trabajadores que pierde su empleo a partir de los 52 años sólo tiene derecho a percibir el desempleo para mayores de 52 años si han cotizado, al menos, durante 15 años por una cuantía equivalente al 80% del indicador público de rentas de efectos múltiples (para este año, 532,51 euros). Y cotizará por ellos hasta que reúna los requisitos para jubilarse por la base mínima de cotización, no por la máxima. Si hay consenso sobre la necesidad de acabar con las “prejubilaciones” por el daño que causan a nuestra economía productiva, a los trabajadores y a la viabilidad del sistema de Seguridad Social, no es razonable que quienes votaremos cuando corresponda contra las prejubilaciones abusivas tengamos garantizada, en cambio, una “prejubilación” blindada. Es evidente que este privilegio se opone al principio de premiar el esfuerzo, y de garantizar un sistema de Seguridad Social justo y equitativo para todos. Y lo menos importante es que sean muchos o pocos los exparlamentarios que actualmente estén disfrutando de estas excepciones a la norma. Hay más. El Reglamento de las Cámaras fija una indemnización a favor de los parlamentarios que hayan cesado en su actividad de un mes de salario por cada año como Diputado o Senador hasta un máximo de 24 meses, pagadera mensualmente y compatible con el trabajo por cuenta propia y ajena, salvo en supuestos excepcionales como pasar a ser cargo público o miembro de una cámara autonómica. El Reglamento justifica esta indemnización como ayuda a los parlamentarios cesantes porque no tenemos derecho a la prestación de desempleo y podemos necesitar un reciclaje profesional. Pero este perjuicio objetivo se solucionaría estableciendo el derecho de los exparlamentarios a percibir la prestación de desempleo con los requisitos y cuantías reconocidas a cualquier trabajador en la legislación laboral común. Y respecto al reciclaje, incluyéndoles en los programas de formación de los Servicios Públicos de Empleo dirigidos al resto de los desempleados. Eso no es todo: el Reglamento prevé que, con cargo al presupuesto de las Cortes Generales, se abone a todos los Diputados y Senadores un plan de previsión social del 10% de la asignación constitucional. Una cuantía muy elevada comparada, por ejemplo, con la que aporta la Administración para sus funcionarios. Sería más justo que fuéramos los parlamentarios quienes decidiéramos voluntariamente cuanto aportamos, pero de nuestros emolumentos. En buena lógica democrática parece innegable que la regulación de las prestaciones sociales que nos correspondan como parlamentarios sea igual a la del resto de los españoles, salvo en aquellos casos en que sea necesaria una regulación diferente para el buen ejercicio de nuestro cargo. Bajo esta premisa, no se entiende por qué un parlamentario tiene que tener un sistema de complementos de pensiones que le garanticen percibir una cuantía equivalente a la pensión máxima o cercana a la máxima, aunque no hubiera cotizado para ello, así como un régimen de “prejubilación” e indemnizaciones especiales, tan diferente al del resto de los ciudadanos y claramente privilegiado, si exceptuamos la ausencia de una prestación por desempleo, fácilmente subsanable. Se trata, en fin, de que el régimen de seguridad social y ayudas a los parlamentarios sea el mismo que el del resto de los trabajadores españoles, incluyendo la prestación por desempleo. Consideramos que este principio de igualdad debería estar incluido en los Reglamentos del Congreso y del Senado, sin limitarse a un mero acuerdo de las mesas de las Cámaras. Estoy convencida de que todos los grupos parlamentarios, las Mesas de ambas Cámaras, y especialmente la Presidencia del Congreso de los Diputados, comparten esta preocupación por una reforma reglamentaria cuyo máximo objetivo no es otro que prestigiar la actividad parlamentaria, restablecer los principios de igualdad que instaura nuestro régimen constitucional, y mejorar la confianza de la ciudadanía en sus representantes políticos en el Parlamento de la Nación. Por todo lo anteriormente expuesto: Considerando que los actuales Reglamentos de las Cámaras instauran importantes excepciones a la regla constituyente de que todos los españoles deben tener los mismos derechos y obligaciones básicas. Considerando la profunda y larga crisis económica que padece nuestro país, con el resultado de un dramático incremento del desempleo, que coincide con un creciente descrédito de la actividad política, Encontramos urgente tomar medidas decididas e inequívocas que restablezcan el principio de igualdad, por lo que le solicito formalmente que convoque una reunión de las Mesas del Congreso de los Diputados y del Senado con la finalidad de abordar el cambio del Reglamento de pensiones parlamentarias y otras prestaciones a favor de los exparlamentarios para establecer la igualdad de los Diputados y Senadores con el resto de los trabajadores españoles en lo relativo a sus prestaciones de seguridad social y desempleo. Sin otro particular y a la espera de su decisión, le saludo muy cordialmente. Congreso de los Diputados, 29 de abril de 2010 Rosa Díez González