Dottorato honoris causa. Mexico.

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México, 6 de junio de 1997
Universidad de la Salle
Entrega del doctorado honoris causa en filosofía a Chiara Lubich
Rector Magnífico, excelencia, señoras, señores, hermanos y hermanas:
Hemos llegado pues al momento en el cual su benevolencia ha querido conferirme el
doctorado en filosofía.
Aunque asombrada y todavía incrédula, expreso mi más sentido y profundo
agradecimiento.
Pero, ¿tiene alguna relación la filosofía con mi persona, con la función que desempeño al
servicio de la Iglesia? Lo podrán deducir ustedes mismos, señores, si tienen la amabilidad de
escuchar algunos episodios de mi pequeña historia.
Iniciaré con sencillez a narrar algo de mi juventud, cuando mi ideal era el estudio, en
especial, el estudio de la filosofía. Indagar con filósofos antiguos y modernos, en busca de la
verdad, era lo que satisfacía plenamente mi mente y mi corazón.
Pero, educada cristianamente e impulsada, tal vez, por el Espíritu, me di cuenta enseguida
que estaba cautivada sobre todo por un interés profundo: conocer a Dios. Por eso estaba
convencida de que estudiar en una universidad católica respondería a mis aspiraciones más
profundas.
Pero, ante la imposibilidad de cursar estos estudios por la precaria situación económica de
mi familia, me inscribí en un concurso que ofrecía, a un cierto número de chicas de Italia, una
beca de estudio.
Mi desilusión fue enorme cuando supe que no estaba incluida en aquel número y lloré
desconsoladamente. Mientras mi madre trataba de consolarme, sucedió algo insólito. Me pareció
advertir en lo más profundo del alma, casi como una voz sutil que me decía: “¡Yo seré tu
maestro!”. Y de inmediato me tranquilicé.
Era una chica católica y todos los días recibía la Eucaristía.
Pero, un día, se encendió una luz.
“¿Cómo? - me dije a mí misma - ¿tú buscas la verdad? ¿No existe acaso alguien que ha
dicho que Él es la Verdad en persona? ¿Jesús no dijo de sí: “Yo soy la verdad”?1.
Y fue este uno de los primeros motivos que me empujaron a buscar la verdad no tanto en
los libros, sino más bien en Jesús. Y me propuse seguirlo.
1
Cf. Jn 14, 6.
2
Mientras tanto - estábamos en 1943 - la Providencia había dado vida a lo que sería
después el Movimiento de los Focolares.
Yo seguía estudiando en la universidad estatal y 14 veces, debido al trabajo cada vez
mayor que requería el recién nacido Movimiento, tuve que dejarlos y reanudarlos. Hasta que un
día puse decididamente mis queridos libros en el desván.
Pero me había quedado un libro: el Evangelio.
Bajo el furor de la guerra, lo llevaba con mis amigas a los refugios y lo leíamos. ¡Qué
asombroso! Aquellas palabras oídas tantas veces, adquirían un sentido profundo, un esplendor
insólito, como si una luz por debajo las iluminara todas.
Eran palabras diferentes a las otras, incluso a las que se pueden encontrar en los mejores
libros espirituales. Universales, por tanto, adecuadas para todos: jóvenes, adultos, hombres,
mujeres, italianos, coreanos, ecuatorianos, nigerianos..., eran eternas, para cada época, por lo
tanto también para la nuestra. Y se podían poner en práctica. Es más, escritas con divina y
escultórica perfección, impulsaban a las personas a traducirlas en vida.
Si bien es verdad que todo el Evangelio nos atrajo, hasta llegar a considerarlo la regla del
nuevo Movimiento, aquella luz (hoy tal vez podríamos decir: aquel carisma) nos llevó a subrayar y
nos empujó a hacer nuestras, de un modo especial, aquellas palabras que engarzándose unas
con otras, constituirían las ideas-fuerza de una nueva espiritualidad de la Iglesia: la espiritualidad
de la unidad.
Estas eran: Dios, nuevo Ideal de nuestra vida, que se manifestó, en medio de los horrores
de la guerra, fruto del odio, como lo que realmente era: Amor;
hacer la voluntad de Dios, poniendo en práctica sus Palabras como posibilidad de
responder a su amor con el nuestro;
empeñarnos de un modo especial en amar al hermano, sobre todo si padece necesidades,
viendo en aquella Palabra el resumen de toda la ley;
realizar recíprocamente este amor con radicalidad mediante el mandamiento nuevo, típico
de Jesús;
y en consecuencia realizar la unidad con Jesús y con los hermanos, como se desprende
de su oración por la unidad;
vivir con la presencia de Jesús entre nosotros que fue prometida a los que, aunque sean
dos o tres, se unen en su Nombre, o sea, en su amor;
amar la cruz, fijando la mirada del alma sobre todo en Jesús abandonado, que
descubrimos - como diré - llave de la unidad.
3
Todo ello, alimentándonos cada día de la Eucaristía, vínculo de la unidad; viviendo la
Iglesia sobre todo como “comunión”; imitando a María, “Madre de la unidad”, en su desolación;
dejándonos guiar por el Espíritu Santo, Amor-Persona en la Trinidad y vínculo de unidad también
entre los miembros del Cuerpo místico de Cristo
Dos episodios singulares de aquellos primeros días subrayaron nuestra espiritualidad y de
un modo particular sus dos puntos fundamentales: la unidad y Jesús crucificado y abandonado.
El primero. Reunidas, nosotras, primeras focolarinas, un día, en un sótano, para
protegernos de los peligros de la guerra, abrimos el Evangelio al azar, y nos encontramos frente a
la solemne oración de Jesús al Padre2. “Padre santo”, empezamos a leer, y tuvimos la impresión
de penetrar, al menos un poco, en ese fragmento difícil para nuestra preparación. Pero sobre todo
advertimos con certeza que habíamos nacido para realizar esa página del Evangelio. Esa sería la
‘carta magna’ del nuevo Movimiento.
El segundo episodio. Por medio de una circunstancia especial, supimos que Jesús había
sufrido más cuando experimentó el abandono de Dios.
Como afirman místicos y teólogos, esa había sido su pasión interior, el punto culminante
de sus dolores, el drama de un Dios que grita: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”3.
Con la generosidad de la juventud, en ese momento decidimos que en nuestra existencia
lo seguiríamos a Él.
Había nacido así, en la Iglesia y, tal vez, por primera vez, una espiritualidad que,
observándola bien, se revela más comunitaria que individual, que permitía el acceso a la
perfección no sólo a los individuos, sino a muchos, es más, al pueblo.
Y era una forma de santidad - como vamos descubriendo todavía hoy - de una actualidad
sorprendente.
“La figura del santo (...) seguirá teniendo un grandísimo prestigio... - había dicho Pablo VI
cuando era cardenal -. Pero (...) la Iglesia hoy tiende a una santidad de pueblo”4.
Y Juan Pablo II afirmó recientemente, hablando a los Obispos amigos del Movimiento, que
una espiritualidad a la vez personal y comunitaria, es “constitutiva” para los cristianos y, por
consiguiente, también para los Obispos”5.
Conscientes y siempre convencidos de que todo lo nuevo que nace en la Iglesia debe
estar en comunión plena con el Magisterio, algunas décadas después del nacimiento del
Movimiento, hacia los años 60, quisimos comparar los puntos fundamentales de nuestra
2
Jn 17, 21.
Mc 15, 34; Mt 27, 46.
4
G.B. card. Montini, Discorsi su la Madonna e su i Santi (1955-1962), Milán 1965, p. 499-500.
3
4
espiritualidad, tal como los comprendíamos y vivíamos, con lo que habían dicho sobre ellos los
Padres de la Iglesia, los Concilios, los santos, los Papas, los grandes teólogos.
Tuvimos la alegría de descubrir una maravillosa sintonía y se nos confirmó que éramos,
aunque con un modo particular de pensar y de actuar, una sola cosa con la Madre: la Iglesia.
De consecuencia comprendimos de una manera más profunda e iluminada toda su
doctrina. Ha sido una inmersión que nos ayudó a cada uno de nosotros a ser, cada vez más - lo
esperamos -, almas-Iglesia.
En estos últimos años nos hemos dado cuenta de que está naciendo de esta nueva vida,
de nuestra experiencia, de la ascética y mística relativa, una doctrina singular, que desarrolla y
renueva la tradición teológica, pero enraizada siempre en la eterna verdad de la Revelación.
Por otra parte, no era la primera vez que esto sucedía en la Iglesia.
¿Acaso el Espíritu no ha dado vida a una nueva doctrina a partir de la experiencia de san
Francisco, encomendando esta tarea de forma específica a san Buenaventura, al beato Duns
Scoto, etc.?
¿No es santo Tomás de Aquino el teólogo de la Orden fundada por santo Domingo?
Del mismo modo, también en nuestro caso (ya que no se trata tanto de nosotros, sino de
Dios que actúa) después de casi 50 años de vida, se nos ha abierto una posibilidad análoga.
La presencia en el Movimiento de un Obispo, monseñor Klaus Hemmerle, famoso,
profundo y moderno teólogo y filósofo alemán, muerto hace poco, y de profesores focolarinos
expertos, fue la ocasión de abrir una Escuela, que estudiase esta doctrina: la así llamada ‘Escuela
Abbá’.
En ella, entre otras cosas, se profundiza también en las muchas intuiciones o
iluminaciones que, especialmente, en una época, pocos años después del inicio del Movimiento,
en el 49, parece que el Espíritu nos ha sugerido sobre el vasto campo de la fe.
Y, gracias a Dios, cuando lo hacemos con la presencia de Jesús entre nosotros, como es
característico en el Movimiento, nos vemos envueltos muchas veces como en una luz que viene
de lo Alto, expresión - creemos - de aquella Sabiduría que Jesús agradeció al Padre por haberla
escondido a los sabios y revelada, en cambio, a los pequeños.
Es una nueva teología la que nace del carisma de la unidad y, al mismo tiempo, una nueva
filosofía.
La filosofía - como se sabe - es la ciencia de los “porqués”, trata de ahondar en los
porqués que el ser humano se formula y, dentro de sus posibilidades, quiere dar una respuesta.
Cf. Juan Pablo II, Audiencia del 16.02.1995 a un grupo de obispos en L’Osservatore Romano, ed. en español del
24.02.95 p. 2.
5
5
Pues bien, después de décadas de vida espiritual intensa, según esta nueva espiritualidad,
nos dimos cuenta de que existía un momento de la vida de Jesús cargado de respuestas para
cada porqué.
Y es precisamente el gran, grandísimo “porqué”, que Jesús dirigió a Dios antes de morir,
presente en su misterioso grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Pero en un primer momento, apenas conocimos a Jesús en ese dolor extremo, y después
de haber decidido seguirlo precisamente así, nos sentimos impulsados no tanto a meditar y
formular la doctrina inherente (o implícita), sino que ahí descubrimos la clave para recomponer la
unidad.
De hecho, en el abandono, Él experimenta la separación más abismal que se pueda
pensar. Experimenta en cierta forma, la separación de su Padre con el cual es y sigue siendo una
sola cosa. De esta manera entrega a todos los hombres una unidad nueva y más plena de la que
perdieron con el pecado: la unidad con Dios y entre ellos como participación en su unidad con el
Padre y con nosotros. Él es, por lo tanto, la clave para comprenderla, pero también para realizar
la unidad.
Viendo que Jesús, en su abandono, se hace - como dice la Escritura - “pecado”6,
“maldición”7 para hacerse uno con los alejados de Dios, me pareció vislumbrar en Él al Dios de
nuestro tiempo. Es la divina respuesta a la miseria de millones de desheredados y a la búsqueda
de sentido y de ideales de las nuevas generaciones desilusionadas y desorientadas. Así como la
respuesta a los abismos de sufrimiento y de prueba abiertos en el corazón de la humanidad por el
ateísmo, que impregna gran parte de la cultura moderna.
Jesús Abandonado es el Dios de hoy también porque es la imagen de la división que
existe entre las Iglesias, divisiones de las que, en este momento, somos más conscientes que
nunca.
Y fue todavía Él “que era Dios y se redujo a nada” (anonadó a sí mismo) - como dice la
liturgia - quien nos abre una vía providencial para entablar un diálogo con las tradiciones
religiosas de Oriente, que representa uno de los desafíos más arduos y urgentes en los albores
del tercer milenio.
Pues bien, descubriendo su rostro en todos esos sufrimientos y en las divisiones, nació
una esperanza, que es ya certeza: podemos cooperar vitalmente a la unificación de todos y de
todo en el único Amor de Dios.
Y en ese sentido el Movimiento siempre ha trabajado con ahínco en todos los ámbitos.
6
7
Cf. 2 Co 5, 21.
Cf. Gal 3, 13.
6
Y por haber puesto a Jesús abandonado como ideal de la vida, tuvimos el valor de salir a
su encuentro y, amándolo, consumándolo en nosotros, trabajar para aliviar los dolores y hacer
florecer la unidad.
Pero - como ya dije - Jesús abandonado no se nos presentó sólo así. Él nos responde a
muchos porqués. Y lo hace sobre todo a través de la Escuela Abbá.
Pero, antes que nada, querría decir que Jesús abandonado, que grita “porqué”, no es sólo
quien responde a nuestras preguntas. Sino que es el mismo preguntar, llevado a su expresión
más radical, aquella hasta la que ninguna pregunta humana se atreve a llegar. Es un Dios que
pregunta a Dios el porqué de una laceración, que al parecer toca la unidad misma de Dios. Por
eso, Él aquí es también el icono de la inteligencia del ser humano frente al misterio.
Al mismo tiempo, Él abandonado formula el gran “porqué” precisamente para responder a
nuestros “porqués”.
Citaré breve y simplemente, a causa del poco tiempo, sólo 3 ejemplos.
Consideremos el primero: el misterio del ser.
¿Cuál es la respuesta que Él nos da?
Sea cual sea la expresión usada en el lenguaje de las distintas culturas, la afirmación
originaria del pensamiento humano es: el ser es. Es el reconocimiento del enorme mar de la
existencia, donde está sumergido el ser humano en comunión con todos y todo.
Esta es la certeza primordial unitaria y sencillísima, de la cual se puede iniciar para
penetrar en los múltiples y complejos aspectos de la realidad.
Todo se puede negar, pero el ser, no. El ser se nos ofrece en lo que está próximo, junto a
nosotros (las distintas realidades) y en nosotros (nuestra interioridad).
La existencia tanto de las cosas más pequeñas, como de las más grandes, nos revela que
el ser es.
Y este ser - que es el elemento común de todas las realidades, elemento por el cual no
son nada - es el que revela, en una manifestación natural, aquel Ser que ninguna de estas
realidades es, pero que en todas se anuncia.
Su devenir, sus límites, su dejar de existir, es el lenguaje con el cual nos dice que el ser de
todo lo que existe tiene su raíz en un Ser que, simple y absolutamente, Es.
Refiriéndose al sol, san Francisco, cantándole, con el lenguaje del poeta y la profundidad
del místico, decía: “Llevas por los cielos noticia de tu Autor”.
Lo mismo se puede decir de nuestra interioridad. El conocimiento que el hombre tiene de
sí mismo es reconocimiento del ser que es luz en su conciencia pero, al mismo tiempo, por la
precariedad de esta conciencia, es la confesión del Ser Absoluto, de la luz purísima que no
7
conoce sombras ni errores, y que la luz que brilla en la conciencia del hombre invoca y busca
como garantía, certeza y meta final.
Para el hombre, decir yo, es abrirse a la posibilidad de decir, en comunión con el ser de
cada cosa, que el Ser Absoluto es.
Sin embargo, el camino de la filosofía en Occidente, ha visto cómo se han empañado
estas certezas iniciales.
La conciencia de sí mismo ha sido y es vivida en antítesis a la objetividad del ser. Y se ha
cerrado al Ser Absoluto.
De aquí se desprende la enorme crisis que marca los últimos siglos de Occidente.
Ahora bien, nos podemos preguntar: ¿será verdad que la conciencia de sí mismo, y el ser,
en cuanto afirmación de la realidad en sí, hasta el reconocimiento del Ser absoluto, no pueden
coexistir?
O más bien, ¿no será que estamos llamados por la crisis misma a profundizar tanto en el
concepto del sujeto como en el del ser en toda su amplitud? ¿Y así comprender que, en el fondo,
la dificultad actual no es sino la llamada a buscar una solución nueva, madura, en la cual el
carisma cristiano brille con toda su fuerza?
Entonces, Jesús abandonado se presenta como maestro de luz, de pensamiento, de
filosofía - me atrevería a decir - precisamente sobre este punto.
Hay quien piensa que decir: yo, significa oponerse a todo lo demás. Que afirmar el yo sea
luchar contra todo lo que no sea yo, pues se percibe como un límite y, aún más, como una
amenaza para la integridad del yo.
Pero Jesús abandonado abre sobre esto una perspectiva muy distinta.
Él, en aquel terrible momento de su pasión, nos dice que la conciencia de su subjetividad mientras parece desaparecer, al estar como anulada - es entonces cuando alcanza su máxima
plenitud.
¿Por qué?
Porque con Su ser reducido a nada, aceptado este anonadamiento por amor del Padre al
Cual se vuelve a abandonar (“En tus manos encomiendo mi espíritu”8), nos revela que yo soy yo
no cuando me cierro al otro, sino cuando me doy al otro, me pierdo, por amor, en el otro. Si yo
regalo una flor, claro que me privo de ella (no ser), pero con ello tengo amor (ser). Mi subjetividad
es cuando no-es por amor, o sea, cuando está proyectada completamente, por amor, en el otro.
Jesús abandonado es la revelación máxima de la conciencia como afirmación de sí,
precisamente mientras se entrega al otro, a una alteridad que, en su extensión máxima, es
8
Lc 23, 46.
8
precisamente el ser. La auténtica conciencia de sí nace de la comunión con el ser: una comunión
en la cual la conciencia parece que se pierde a sí misma, pero en realidad, se encuentra, es.
Jesús abandonado ilumina el ser, revelándonos que es amor. Y con ello nos revela que el
mismo Ser Absoluto es Amor, como dice la primera carta de Juan.
Es Amor concretamente en la relación dinámica de las tres Personas divinas: Una con la
Otra, la Una por la Otra, la Una en la Otra.
Las Personas de la Santísima Trinidad son tres, sin embargo, son Uno, porque el Amor es
y no-es al mismo tiempo.
En la relación de las Personas divinas, cada una, porque es Amor completamente es, no
siendo. Pues pericoréticamente está Toda en la otra Persona, en un eterno donarse.
A la luz de la Trinidad, el Ser se revela, si así podemos decir, protegiendo en su íntimo el
no-ser del don de Sí: no ese no-ser que niega el Ser, sino el no-ser que revela el Ser como Amor.
Aquel Ser que es las tres Personas divinas.
A la luz de Jesús abandonado, sujeto, el ser de todas las cosas creadas y el Ser Absoluto
mismo encuentran una nueva explicación, que puede fundar una nueva filosofía del ser y, al
mismo tiempo, del sujeto.
Según esta perspectiva detengámonos ahora, brevemente, en el misterio de la persona, el
segundo punto.
Como sabemos, el descubrimiento de cada hombre como sujeto irrepetible es un don que
el genio griego dio a la humanidad, aunque lo vivió sobre todo en su aspecto de contraposición,
de desencuentro, como nos lo demuestra el gran arte griego en sus tragedias.
Esa realidad se encontró con la autoconciencia del hombre hebreo: el hombre como tu de
Dios, imagen suya.
También el hombre hebreo es consciente de ser un sujeto, pero no puesto frente a un
Absoluto sin rostro, como el griego, sino ante un Absoluto que se revela con su Nombre propio,
Yo-soy, mostrando de esa manera su rostro personal, aunque siempre escondido en su intimidad
al ojo humano.
Las dos realidades confluyeron, después, en la reflexión cristiana, que a su vez abrió
horizontes sin límites para la comprensión del sujeto hombre.
El sujeto hombre, en Cristo, es introducido en la intimidad misma de Dios al que ahora
podemos llamar, nosotros, hijos en el Hijo en el Espíritu, con el Nombre íntimo de Padre, Abbá.
El camino de la cultura de Occidente, en la Edad Media y en la Moderna fue el de una
progresiva y madurada conciencia del sujeto.
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Pero, al mismo tiempo, por una situación compleja, sobre la cual no me es posible
detenerme, en el pensamiento filosófico de Occidente, separado del pensamiento teológico, el
sujeto entró en una crisis profunda.
En esta crisis vuelve a aflorar el pensamiento griego con su dramatismo, pero que en
nuestro hombre contemporáneo se ha convertido en rebelión hacia cualquier Absoluto fuera del
hombre. Es más, el hombre mismo, cada sujeto, tiende a adueñarse de las características del
Absoluto.
De consecuencia, fueron apareciendo sucesivamente ideologías totalitarias, o bien el
individuo naufragó en los abismos del inconsciente, o el sujeto cayó en la desorientación, en el
vacío del ser que el nihilismo teoriza.
Nos parece que Jesús Abandonado es el camino para superar esta crisis, a través de la
comprensión de la persona humana a la luz del ser-persona de las Personas divinas que Él nos
revela.
Jesús abandonado - como dije - nos revela que el no-ser del abandono es la vida del ser
Persona en Dios. Cada Persona divina es un éxodo absoluto de Sí en el Otro. Y siendo Amor, en
este éxodo la Persona es.
Desde esta perspectiva, ¿qué quiere decir ser persona para el hombre?
Como Jesús, cada uno de nosotros tiene su origen en el abismo de Luz y Amor que es el
Padre: cada uno de nosotros es, como decían los Padres de la Iglesia, y los grandes teólogos
medievales, idea eterna de Dios en el eterno Verbo de Dios.
Esta palabra en la Palabra es nuestro verdadero yo. Éste por su raíz divina, aun viviendo
en lo relativo de la creaturalidad, está llamado a dilatarse hasta el absoluto. Está llamado a
realizarse como persona en la Persona del Verbo.
Si no lo hace, sucede que se petrifica en sí mismo. El hombre se encierra y se apaga en la
individualidad.
Ahora bien, Jesús en el abandono, sufriendo la separación del Padre, se hace
profundamente uno con el hombre, uno entre los hombres.
De hecho no grita: Abbá, Padre, (el nombre de Dios para el Verbo), sino: Dios mío, como
uno de nosotros, y así parece reducido a un simple individuo. Pero Él supera este momento por la
fuerza del Amor que es; y nos ofrece a todos, si lo seguimos en su camino, la posibilidad de
superar la condición de pecado, de individualidad cerrada y nos vuelve a abrir el camino para
realizar nuestro “designio” de ser personas, de hijos en el Hijo.
Si la realidad de la Persona del Verbo radica en su entrega total al Padre, en el Espíritu,
entonces la realidad que nos constituye como personas, radica en nuestra entrega total, en
Cristo, al Padre en el Espíritu. Sólo así somos palabras de Dios. Somos personas.
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Además, si es cierto que Jesús realizó su paso al Padre donándose a nosotros, también
nosotros no podemos realizar nuestro paso al Padre para ser completamente persona, sino en el
donarnos a todos, y en el darnos recíprocamente (como sucede en las Personas divinas) el uno al
otro, según la medida de Cristo.
El grito del abandono, grito supremo de amor porque allí está expresada la unidad del
Padre y del Hijo en el Espíritu, es el parto que hace de los hombres, personas.
El último punto que quisiera abordar es el relacionado con el sentido de la creación.
Con la revelación hebreo-cristiana, el mundo es revelado como una criatura de Dios, y de
un Dios personal.
De aquí se deduce que el mundo tiene un valor en sí, una subjetividad y una autonomía
propias.
Además, como término de relación de un Dios que es Persona, el mundo debe poseer, en
su conjunto, un ser-persona propio.
Este ser-persona subsiste en los múltiples sujetos personales que son los hombres en
diálogo con Dios y entre ellos; pero no sólo: el mundo-persona tiene su realización escatológica
en la Persona del Verbo encarnado y resucitado, el Tu único del Padre que recapitula en sí todo.
El mundo de la revelación, entonces, tiene que ser colmado por la presencia real de Dios
en su Verbo, mediante el Espíritu.
La historia del Occidente cristiano, en cierto sentido, es la historia de la sustitución de los
dioses, como presencias simbólicas de lo Divino por el Espíritu de Dios. Y precisamente en este
proceso como se entiende la crisis cultural de la visión cristiana del mundo.
Se ha hablado de secularización, de secularismo, de posmodernidad.
Hay algo que es evidente. Los dioses gradualmente han ido desapareciendo. Pero no se
ha visto que Dios haya llenado de sí el mundo.
Lentamente, entonces, el mundo, para el hombre occidental, se ha ido vaciando de
sentido.
El tiempo y la historia han perdido progresivamente espesor. Una racionalidad escéptica y
fría se mueve entre las cosas, sin alcanzarlas en su origen profundo.
Esta racionalidad ha ocupado el lugar de la inteligencia de amor que sabía captar en su
raíz, o sea, en Dios que contiene en Sí y alimenta de Sí la creación, la verdad y la belleza de ésta.
El gemido de las criaturas, al que se refiere san Pablo, se ha dejado de oír, cubierto como
está por lo que Heidegger definía como el “charloteo” de la cultura.
¿Estamos ante una crisis irreversible? ¿O más bien ante la lenta gestación de un mundo
nuevo?
También en este caso Jesús abandonado nos ilumina para comprender y vivir el sentido
de este drama.
11
Jesús abandonado experimentó en sí, y asumió el no-ser de las criaturas cuando están
separadas de la fuente del ser: la “vanidad de vanidades”9.
Él, en el abandono, ha hecho suyo el no-ser que podemos llamar negativo y lo derramó
sobre Sí mismo, amando Su estado, transformándolo en aquel no-ser positivo que es el Amor,
como revela la resurrección. Jesús abandonado inundó de Espíritu Santo la creación,
convirtiéndose en el regazo, en la madre de la nueva creación.
Claro, este acontecimiento todavía hoy se está gestando: pero en el Cristo resucitado, y en
María, elevada con Él, ya se cumplió y, de alguna manera, es ya realidad en su Cuerpo místico
que es la Iglesia.
De hecho, si vivimos en el amor recíproco que atrae a Cristo entre nosotros, y nos
alimentamos de la Eucaristía, que nos hace ser Cristo comunitaria e individualmente y hechos de
esa manera Iglesia, podemos captar, advertir la acción del Espíritu que penetra en el corazón de
todos los seres, en cada uno y en el cosmos. Y por el Espíritu podemos intuir que existe una
relación nupcial entre lo Increado y lo creado, porque el Verbo, encarnándose, se puso en el lugar
de la creación divinizándola y recapitulándola en sí.
Es una visión amplia y majestuosa que nos lleva a pensar en la entrada, un día, de la
creación en el seno del Padre. Y ya podemos ver algunos signos.
El cuerpo que, al morir, entregamos a la tierra, alimentado por la eucaristía, y, por tanto
transformado en Cristo, ¿no podemos considerarlo, tal vez, como eucaristía de la naturaleza? De
modo que en el corazón de la tierra nuestra carne, aunque aparentemente se transforma en
tierra, en realidad transforma la tierra en la carne resucitada de Cristo, de quien somos miembros.
Son cielos nuevos y tierras nuevas, claro que todavía en devenir, pero que ya maduran en
el corazón de la creación, si los ojos que la miran son los del resucitado en nosotros y entre
nosotros.
Esto ilumina con una luz nueva y dilata la relación entre los hombres y el mundo, esa
relación de la cual la capacidad de transformar las cosas, como se realiza en el trabajo y en la
técnica es sólo un aspecto.
Y además podemos afirmar, porque ya se tiene alguna experiencia de ello, que las
intuiciones más profundas - ya sean las del pensamiento como las del arte, o de la ciencia o de
las obras - si son comprendidas a la luz de la unidad entre nosotros, mediante la cual Jesús
resucitado, con su forma de pensar10 está presente entre los suyos, pueden dejar entrever el fluir
del Espíritu de Dios en todas las cosas.
9
Ec 1, 2.
Cf. 1 Co 2, 16.
10
12
Rector Magnífico, Excelencias, señoras y señores, hermanos y hermanas. Estas son
algunas notas de mi tender apasionado hacia Jesús, el Verbo del Padre y a cuanto Él, sobre todo
en su abandono, puede servir para iluminarnos a todos nosotros.
Gracias por haberme escuchado. Gracias por el doctorado que considero se otorga no a
mi persona, sino a la luz, al carisma que el Espíritu Santo tan bondadosamente ha querido
concedernos.
Que Él, con el Padre y el Hijo sea glorificado por toda la eternidad.
Ufficio Traduzioni, Rocca di Papa. Nome file: ts060697. Testo da controllare. In winword 6.0.
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