Francisco José Huber Olea.

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Breve Estudio Comparativo entre el
Senado Romano y el Senado
Mexicano
Francisco José Huber Olea
Un órgano fundamental de la constitución republicana es el Senado (senatus), cuyo
origen lo encontramos en la primitiva época monárquica como consenso de los patres,
como representantes de las Gens, quizá se encontraba en esa época sometido al control
del monarca. Al producirse el cambio de la Monarquía a la República, el Senado se
convierte en la expresión constitucional de la aristocracia que ejerce el poder en la civitas,
por lo que adquiere una posición principal de la que anteriormente no había gozado. Fue
reservado a los patricios, hasta que los plebeyos llegaron a ser admitidos para ocupar el
tribunado militar con potestad consular; es en ese momento en el que se comenzó a
llamar al Senado a los ex magistrados mayores, y cuando se logra considerar tanto a los
patricios y plebeyos como pares en cuestiones políticas, el Senado se convierte en
genuino representante de la nueva nobilitas patricio-plebeya, conservando funciones de
dirección política y de vigilancia respecto a los demás órganos constitucionales.
El número de los senadores es de 300, según la tradición refiere a partir de la monarquía
etrusca. La elección de los senadores compete, al monarca etrusco, a los supremos
magistrados de la República más tarde, y posteriormente, a los censores, que proveen
cada quinquenio a la lectio senatus, por lo menos a partir del año 312 a. de J.C., según
dispuso el plebiscito Ovinio, admitiendo al Senado a los ex magistrados, preferentemente
aquellos que tenían derecho a la sella curulis. En cada nueva lectio ante todo se reelegían
los que ya integraban el Senado, aunque la permanencia en él fuese vitalicia, salvo la
facultad de los censores de excluir (praeterire et loco movere) a los indignos mediante el
correspondiente iudicium y la relativa nota. En cuanto a los puestos vacantes se llamaba
para cubrirlos a los ex magistrados curules (siguiendo este orden: ex dictadores, ex
cónsules, ex pretores, a los que quizá parece debe añadirse también los ex magistri
equitum y los ediles curules), si bien pueden ser praeteriti tan sólo por indignidad en el
juicio censorio; también es de mencionarse que sólo excepcionalmente no existiendo
puestos vacantes se admitió que entrasen a formar parte ex magistrados no curules (con
arreglo al orden de ex ediles plebeyos, ex tribunos, ex cuestores), y finalmente también
ciudadanos particularmente notables. Al ser admitidos los plebeyos a la magistratura, el
Senado se encuentra compuesto tanto por patricios como plebeyos.
La denominación de los senadores como patres conscripti, evidencia su procedencia de
dos órdenes, ya que patres son los senadores patricios y conscripti los plebeyos, aunque
cabe destacar que este término hace alusión a la llamada a formar parte del Senado
efectuada en los primeros tiempos por el magistrado supremo y después por los
censores. Las patres, o senadores patricios, tienen reservadas algunas funciones de
especial relevancia dentro del Senado. Por ejemplo, aquellos que anteriormente ocuparon
una magistratura curul, tenían derecho de intervenir en la asamblea y a manifestar su
propio parecer; este privilegio también fue reconocido a los ex ediles plebeyos en la
segunda mitad del siglo II a. de J.C. por un plebiscito Atinio lo mismo que a los ex tribunos
y, finalmente, en tiempos de Sila a los ex cuestores. Según la naturaleza de la
magistratura ocupada se va delineando poco a poco una dignidad gradual entre los
senadores, la cual se manifiesta en el orden en que son llamados a manifestar su propia
opinión y a votar. Primeramente los censorii (el princeps senatus es el más anciano de los
senadores patricios que haya ocupado la censura) sucesivamente los consulares, los
praetorii, los aedilicii, los tribunicii, los quaestorii. Los senadores que ocuparon
magistraturas no curules, o sea menores, o incluso, aquellos que no alcanzaron ninguna,
eran los últimos de este orden, y terminaron prácticamente por no exteriorizar nunca su
parecer dado que la discusión se agotaba antes de llegar su turno. Sólo les quedaba la
apariencia del derecho de voto, ya que la votación tenía lugar per discessionem, o sea
separándose en el aula por una parte los que votaban a favor y por otra los contrarios a la
propuesta sometida a votación, por lo que se decía pedibus in sententiam ire, y
consiguientemente se les llamaba pedarii. Como manifestación de su rango a los
senadores les correspondían distintivos propios de su condición, tales cual el anulus
aureus, la tunica laticlavia y el calceus senatorius, además de ciertos privilegios, entre
ellos, el tener localidades reservadas en los teatros.
Al ser convocado el Senado el mismo era presidido por un magistrado con ius agendi cum
patribus, ordinariamente, por el cónsul, o por el pretor, o por los magistrados
extraordinarios equiparados a ellos, y bastante más tarde también, aunque posiblemente
hacía fines del siglo II, por los tribunos. El magistrado determinaba el lugar y el día de la
reunión indicando de forma inicial el objeto a discutir. Los senadores, notificados mediante
edictos o apparitores del magistrado, están obligados a participar en la reunión para no
incurrir, en caso de ausencia injustificada, en la coercitio del magistrado. El lugar de
reunión es un lugar cerrado y además solemne (templum) frecuentemente la curia Hostilia
o bien otros templos de reunión. La reunión debía tener lugar entre la salida y la puesta
del sol. Realizados los auspicios, el magistrado presidente abría la sesión con la relatio o
exposición de los asuntos, que normalmente se cierra con una petición de parecer así
como por la presentación de una propuesta. Después se procedía generalmente a la
discusión, que consistía en la expresión del parecer de cada uno por parte de los
senadores llamados para ello y que lo expresaban según se hubiese tenido ocasión de
ver con arreglo al orden de preferencia. Cuando se terminaba la discusión, el presidente
sometía a voto el parecer que se ha emitido (pronuntiat sententiam) y la votación tenía
lugar, como se ha dicho, per discessionem. A cada uno de los senadores se reconocía la
facultad de pedir al presidente que cuente el número de presentes, cuando este número
sea exigido por una ley o fijado por el mismo Senado, diciéndole “numera”, o bien
proceder a la discusión o proseguir en la misma antes de pasar a votar, diciéndole para
ello “consule”, o dividir lo pedido en varias propuestas, para someterlas generalmente a
votos distintos, cuando se está en presencia de una propuesta única que engloba
diferentes cuestiones, diciéndole “divide”. Se permitía hablar sin limitación de tiempo, si
bien con ello se ocasionaban obstrucciones dirigidas a diferir la reunión para que pudiese
ponerse el sol sin que se llegase a votación (diem dicendo consumere). La propuesta
sometida a votación y aprobada por la mayoría constituye lo que se llama deliberación del
Senado o senatusconsultum. Si ha sido precedido de discusión se dice que se ha logrado
per singulorum sententias exquisitas y, en otro supuesto, se considera que se ha obtenido
per discessionem. El texto del senado-consulto, redactado por un relator (relator) y por un
comité de senadores elegidos por el mismo senado, contiene la indicación del magistrado
presidente, de los secretarios, del lugar y fecha de convocación, de la relatio y de la
sententia votada, y se deposita para su custodia y archivo en el aerarium.
La competencia del Senado romano era muy variada y de un amplio campo de aplicación,
recayendo en éste, en los primeros tiempos de la República, la elección de la forma de
gobierno y de cada una de las magistraturas como la aprobación de las propuestas de
leyes y de reformas. Aún después de consolidarse en la nueva estructura constitucional
patricio-plebeya el Senado, conserva el poder de dirección política y de vigilancia respecto
de los demás órganos constitucionales. Más que presentarse como una suerte de consejo
del magistrado, le impone las directrices en que debe desenvolverse, por lo que el
magistrado aparece como ejecutor de sus deliberaciones y sometido a su dependencia,
hasta el punto de poderse decir que está in auctoritate o in potestate senatus.
Al hacer un análisis específico de las variadas funciones que constituyen la competencia
del Senado, pueden considerarse como sobresalientes el interregnum y la auctoritas
patrum.
El interregnum es supervivencia de la primitiva monarquía, que se conserva en la época
republicana como institución excepcional a la que se llega cuando faltan los magistrados
supremos, o sea, desde el 367 a. de J.C., ambos cónsules, sin que hayan sido
nombrados sus sucesores. Tiene lugar la aplicación de la vieja regla según la que, al
presentarse esta hipótesis, el Senado estaba en posibilidad de realizar la creatio de los
nuevos cónsules. Los patres ejercen por turno durante cinco días cada uno el interregnum
o gobierno interino de la civitas hasta que un interrex (que no puede ser el primer
designado) convoca y preside los comicios electorales para la creatio del cónsul, cesando
en su cargo automáticamente tan pronto haya ocurrido la elección, por lo menos, de uno
de ellos. La institución se conserva por la fuerza de la tradición hasta finales de la
república (el ultimo interregno tendrá lugar el año 52 a de J.C.), pero deviene en todo caso
más rara su aplicación ya que se recurre por lo general a proveer anticipadamente a
cubrir los cargos vacantes adelantando las elecciones de los cónsules.
La auctoritas patrum, es conocida desde los comienzos de la República, y consiste en la
ratificación por parte de los patres de las deliberaciones comiciales, expresando con ella
la soberanía del senado patricio, que se reserva el derecho de confirmar las
deliberaciones legislativas, tanto electorales como judiciales, llevadas a cabo por las
asambleas populares. Esta auctoritas patrum, encuentra un paralelo con la auctoritas del
tutor en el derecho privado respecto a los actos realizados por su pupilo y en el derecho
sacro con la auctoritas de los augures en relación con las decisiones de los magistrados y
del pueblo; se exige, después de haber obtenido el voto popular por el magistrado que ha
hecho la propuesta, y no supone un mero control de la legitimidad constitucional del acto
sino que puede comportar también una valoración de la oportunidad o conveniencia de
realizarse, implicando una manera de incremento de valor de la deliberación comicial,
asegurándole una eficacia plena. Esta institución, a medida que decae la suprema
patricia, se va reduciendo a mera formalidad La lex Publilia Philonis del año 339 a de J C
transforma la auctoritas en un parecer preventivo no vinculante para las propuestas
legislativas (si bien pudo introducir esta autorización preventiva con carácter obligatorio
para que se reconociera eficacia legislativa a las deliberaciones de las asambleas en que
intervenían solamente los plebeyos) y de la misma manera lo dispone también la lex
Moenia, de alrededor del 290 a. de J.C. para la elección de los magistrados.
Si bien s cierto que una vez conformado el senado patricio-plebeyo las funciones que tuvo
reservada la parte patricia experimentaron una tendencia a decaer, sin embargo, al mismo
tiempo en sentido de fortalecimiento se mantienen y se consolidan funciones que integran
la propia competencia de la asamblea.
En el aspecto sagrado corresponde al Senado un poder de dirección de la actividad
religiosa, unida a la vida de la civitas. Demanda a los correspondientes colegios
sacerdotales decretos que después pasan a formar parte de los senadoconsultos, lleva a
cabo una vigilancia sobre los actos del culto y, autoriza la dedicación de los templos.
Militarmente el Senado ejerce la dirección suprema de la guerra y el control del imperium
militiae de los magistrados. Autoriza los reclutamientos y los licenciamientos o la
permanencia en servicio de los soldados; establece los contingentes militares dentro de
circunscripciones (provinciae), las cuales reparte entre los magistrados e incluso también
entre ex magistrados a los que les ha sido prorrogado su imperium (por supuesto es el
mismo Senado el que realiza esta prórroga, si bien ha de obtener la confirmación del
concilio de la plebe); da instrucciones a los jefes militares; ejerce vigilancia en las
operaciones de guerra a través de sus propios comisarios enviados al campo de batalla;
asigna el triunfo u otras recompensas a los generales victoriosos; confiere la fundación de
colonias (que en principio tuvieron un origen militar) si bien para estas colonias desde el
siglo III se sostiene la competencia de las asambleas de la plebe.
La política exterior es competencia del Senado dada la trascendencia que con el
transcurso del tiempo van adquiriendo las relaciones internacionales. Recibe embajadas
extranjeras y envía al exterior sus propios legados; prepara y autoriza la conclusión de
tratados si bien ya desde el siglo IV se exige que sean aprobados por el pueblo.
Constitucionalmente el Senado está investido de un alto poder de vigilancia ejercido
preferentemente en la época de acoplamiento de la constitución patricio-plebeya, y que a
partir del año 367 a. de J.C. encuentra aplicación práctica en la dirección sobre la
continuidad y regularidad de elección de los magistrados.
Su función legislativa reviste caracteres amplísimos. La realiza mediante las discusiones y
aprobaciones de los proyectos de ley que el correspondiente magistrado somete al
conocimiento y voto de las asambleas, y en ocasiones, mediante la petición al magistrado,
llevan do la iniciativa, para que éste presente a la asamblea el correspondiente proyecto
de ley; a finales de la época republicana, el Senado se arroga el derecho de declarar la
inconstitucionalidad de ciertas leyes así como a la par la facultad contraria, es decir, de
dispensar de la observancia de preceptos legislativos.
Las funciones judiciales conocen también de la intervención acusada del Senado. En
circunstancias excepcionales puede pedir la suspensión de las actividades judiciales,
mediante el iustitium, del que ya se ha hablado; reparte la competencia en las provincias
asignándolas a los pretores como órganos de jurisdicción civil, y con facultad también,
ante un caso de fondo político, de atribuir el conocimiento a un pretor distinto de aquél
que normalmente sería competente; o en su caso, dictar normas particulares referentes a
las modalidades a emplear en un determinado proceso; puede dar instrucciones al
magistrado a quien se confía la persecución de los delitos, sobre todo cuando se está en
presencia de crímenes de marcado carácter político o de especial resonancia pública,
incluso solicitar se designe un jurado especial para conocerlo (quaestio), el cual es
presidido por un magistrado, cónsul o pretor, que lleva a cabo el examen de la causa.
Respecto a las finanzas también goza de una actividad preeminente, vigilando las
entradas, la administración y disposición patrimonial, y en general lo que afecta a los
gastos públicos. Los ingresos, procedentes de tributos personales, obedecen
principalmente al impuesto extraordinario, excepto aquellos introducidos por una lex
Manlia del año 357 a. de J.C. que consistió en la necesidad de satisfacer el 5 por, ciento
del esclavo manumitido o vicesima manumissionum, si bien la fijación de nuevos
impuestos se exige sea llevada a cabo por deliberación comicial, su cuantía es
competencia del Senado. Con carácter excepcional, puede también el Senado ordenar
impuestos a cargo de las colonias, y mediante tratados, imponerlos a las ciudades
aliadas, independientemente de aquellos otros que corren a cargo de los particulares. La
mayor fuente de ingresos está constituida, aparte del botín de guerra que entrega
directamente el comandante militar al Tesoro público, de los procedentes del uso de
tierras públicas, cuyo disfrute confieren los censores y los cuestores con arreglo a las
instrucciones del Senado a través de variadas formas; de los impuestos de aduanas
respecto a los productos entrados por las costas (portoria) del monopolio de la sal y de las
minas. De hecho, las disposiciones del patrimonio público corresponden al Senado en lo
que se refiere a las cosas muebles, en cuanto a los inmueble se concede por el Senado el
uso revocable y no con carácter gratuito, mientras que para realizar actos de enajenación
de inmuebles sin percibir una merced como correspectiva (asignaciones en propiedad
privada, viritana, colonaria), se exige el voto de las asambleas populares o plebeyas. Los
gastos públicos son deliberados por el Senado, el cual reclama a los magistrados
mayores que ordenen a los cuestores, a cuyo cargo está la custodia de la caja pública, la
erogación de las sumas correspondientes Es competencia del Senado finalmente en esta
materia, la ejecución de los procedimientos hacendísticos, conociendo en ellos la
actuación de los magistrados en sus relaciones con los particulares, así como la
ordenación de emitir moneda que partiendo de la iniciativa senatoria, exige una ley.
Para ejercitar las funciones que precedentemente se han descrito el Senado no tiene
limitaciones o prohibiciones de orden religioso, y en tal sentido los senado-consultos
pueden deliberar sin realizarse auspicios ni exigir intervención de los augures acerca de
las deliberaciones senatoriales. Ni siquiera está limitado a la dependencia de la iniciativa
del magistrado, por lo que aunque normalmente es convocado por un magistrado con ius
agendi cum patribus, puede también autoconvocarse, lo cual sucede en los supuestos en
que hay que proceder a la designación de interrex, o cuando estime oportuno designar un
dictador o bien imponer la abdicación al magistrado designado aduciendo la existencia de
vicios en la forma de su creatio Por todo ello el senadoconsulto tiene una fuerza coercitiva
directa, por lo que aunque parezca externamente revestir la forma de un mero consejo
dado a los magistrados es, sin embargo, propiamente una orden que el magistrado está
obligado a seguir y hacerla cumplir por los ciudadanos, so pena de incurrir, aparte de una
descalificación moral frente al orden oligárquico dominante, en las sanciones del juicio
censorio o incluso en la incriminación de maiestas (que implica todo atentado a la
seguridad del Estado o bien ultraje a los órganos públicos) del que se conocerá una vez
haya cesado en el ejercicio de su cargo. Lograda la parificación de patricios y plebeyos, el
Senado pierde su primitiva función de órgano de clase, por lo que los tribunos de la plebe
pasan a ser también instrumentos del Senado, a los que utiliza para mediante su
intercessio paralizar la actividad de los magistrados que desobedecen sus disposiciones y
también en época posterior para pedir la convocatoria y obtener un senadoconsulto, o
pretender llevar a efecto procesos penales contra ex magistrados. Con lo expuesto se ve
confirmado lo que precedentemente se ha dicho, que el Senado se presenta no como un
simple órgano consultivo sino cual un verdadero y propio órgano de gobierno, con
supremacía sobre los magistrados. Su explicación política e histórica se encuentra en que
en definitiva el Senado es expresión de la oligarquía dominante, primero en época
republicana de los patricios y, después, de la nobilitas patricio-plebeya, aparte de que
halle también una justificación técnica en la necesidad -acogido definitivamente el
principio de la temporalidad de las magistraturas-, de mantener la dirección del gobierno
en un órgano permanente.
EL SENADO EN MÉXICO
Los primeros antecedentes de la formación del Senado en nuestro país los podemos
encontrar durante la época prehispánica, en las primeras formas de representación en
instituciones de carácter colectivo en las que se tomaban decisiones importantes.
Los casos más concretos se presentan en la formación de la Confederación de los
Pueblos de Anáhuac (Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan) que contaban con un gobierno
por representación de cada uno de los señoríos vinculados y reunidos en una asamblea
denominada Tlahtocanechicolli.
Otro ejemplo es la antigua Confederación de Pueblos Tlaxcaltecas, llamada por los
conquistadores, "República de Tlaxcallan (Tlaxcala)", la cual tenía un Consejo integrado
por Tecuhlatos, a quienes los cronistas llamaron Senadores y sus decisiones
determinaban el destino de la Confederación.
En lo respectivo al Senado en México, un antecedente también importante lo podemos
localizar durante el desarrollo de las Cortes de Cádiz, que culminarían en la Constitución
que regiría tanto para la Monarquía Española, como para los territorios que se
encontraban bajo su dominio. En el proceso de los debates de la Constitución de Cádiz,
distintos proyectos incluían la existencia de un poder legislativo integrado por dos
Cámaras, donde una haría las veces de Cámara alta semejante al modelo Británico.
En el año de 1810, al dar inicio el movimiento de Independencia en nuestro país y
concretamente con la convocatoria de José María Morelos y Pavón a realizar un
Congreso Constituyente, se comenzaron a discutir con mayor intensidad, las formas que
adoptaría la organización de los poderes en la nación, lo que vendría a conformar la
Constitución de Apatzingán en 1814. En ella, se esbozaba instituir la representación
nacional dándole a cada provincia un número igual de representantes en el Congreso.
En 1823 se convocó a un Congreso Constituyente, en el que fue cobrando fuerza la idea
de que el Poder Legislativo debería estar compuesto por dos Cámaras: una integrada con
base en el número de habitantes y otra formada por igual número de representantes de
los nacientes estados. Diputados y Senadores, respectivamente.
Fray Servando Teresa de Mier difundió la importancia del Senado y fue Miguel Ramos
Arizpe quien contribuyó en forma decisiva al establecimiento del bicameralismo en
México, formulando el proyecto de Acta Constitutiva de la Federación que contenía las
bases a las que debía ceñirse el Congreso para redactar la Constitución. Esta primera Ley
fundamental mexicana fue el anticipo de lo que vendría a ser la Constitución de 1824.
El Acta y la Constitución de 1824 establecieron la división y separación de los poderes
públicos, la organización del Legislativo y el Judicial como entidades fuertes y autónomas,
y la independencia de los estados limitada por el interés superior nacional.
En el artículo 7º de dicha Constitución se dispuso que el Poder Legislativo de la
Federación estaría depositado en un Congreso General, integrado por dos Cámaras, una
de Diputados y una de Senadores.
El artículo 25 mencionaba que el Senado se compondría de dos legisladores de cada
estado, electos por mayoría absoluta de votos de sus respectivas legislaturas, durando en
su encargo cuatro años y renovados por mitad cada dos años.
En octubre de 1835 la Constitución de 1824 fue abrogada y sustituida por las Leyes
Constitucionales que, con un sistema centralista, mantuvieron la existencia de la Cámara
Alta, pero deformada en un organismo aristocratizante y nulo. La Constitución de 1857 fue
terminante y llevó a la supresión del Senado, teniendo estipulado en su artículo 51 que el
poder legislativo fuese unicamaral.
En 1867 el presidente Benito Juárez propuso al Congreso nuevamente el restablecimiento
de la Cámara de Senadores para propiciar un equilibrio adecuado del poder en un
sistema federalista, sin que su planteamiento prosperara.
Pasaron once años para que, durante el Gobierno del presidente Sebastián Lerdo de
Tejeda, nuevamente se presentara la propuesta. Afirmaba que en una República Federal
son necesarias dos Cámaras que combinen en el Poder Legislativo los elementos popular
y federal. La Cámara de Diputados, por su elección en número proporcional a la población
representa por sí mismo el "elemento popular", y un Senado, compuesto de igual número
de miembros como estados existen, vendría a representar el "elemento federativo".
Estos argumentos rindieron sus frutos cuando el 13 de noviembre de 1874 el Senado de
la República fue restaurado e inició sus trabajos a partir de la apertura del Congreso el 16
de septiembre de 1875.
A partir de entonces la función del Senado ha tenido diversos cambios, la revolución de
1910 llevaría de nueva cuenta a una reorganización del poder político, pero en la
conformación del Congreso Constituyente de 1917, se reafirmó la necesidad de contar
con un Poder Legislativo Bicamaral y con ello, se validó la existencia del Senado de la
República.
SISTEMA O FORMA DE ELECCIÓN DEL SENADO MEXICANO
Con la nueva Constitución de 1917, la Cámara de Senadores se compondría de dos
miembros por cada estado y dos por el Distrito Federal, nombrados en elección directa.
La Legislatura de cada estado era quien declaraba electo al que hubiere obtenido la
mayoría de los votos emitidos. Asimismo, por cada Senador propietario, se elegía a un
suplente. El periodo de ejercicio de los senadores era de cuatro años. La Cámara de
Senadores se renovaba por mitad cada dos años.
Posteriormente, en 1933 fue introducida una ampliación al periodo del encargo de los
senadores, para quedar en seis años.
En 1986 se reformó la Constitución para establecer que la Cámara de Senadores se
compondría de dos miembros por cada Estado y dos por el Distrito Federal, nombrados
en elección directa. La Cámara se renovaría por mitad cada tres años.
Posteriormente, en 1993 se daría otra reforma que consideró una nueva conformación del
Senado de la República, éste se integraría con cuatro senadores de cada estado y el
Distrito Federal, de los cuales tres serían electos según el principio de votación
mayoritaria relativa y uno sería asignado a la primera minoría.
En 1996 con la reforma Constitucional se dio una nueva conformación a la Cámara de
Senadores, misma que rige hasta nuestros días. Actualmente el Senado se integra por
128 senadores, de los cuales, en cada estado y en el Distrito Federal, dos son elegidos
según el principio de votación mayoritaria relativa y uno es asignado a la primera minoría.
Los 32 senadores restantes son elegidos según el principio de representación
proporcional, mediante el sistema de listas votadas en una sola circunscripción
plurinominal nacional. Además, se conserva la disposición de renovar al Senado de la
República en su totalidad cada seis años.
La Constitución señala los requisitos para ser senador, entre los que destacan:
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Ser ciudadano mexicano, por nacimiento, en el ejercicio de sus derechos.
Tener 25 años cumplidos el día de la elección.
Ser originario del estado en que se haga la elección o vecino de él con residencia
efectiva de más de seis meses.
No estar en servicio activo en el Ejército Federal, ni tener mando en la policía o
gendarmería rural en el distrito donde se haga la elección, cuando menos noventa
días antes.
No ser secretario o subsecretario de Estado, ni ministro de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, a menos que se separe definitivamente de sus funciones
noventa días antes de la elección, en el caso de los primeros y dos años, en el
caso de los ministros.
Los secretarios de gobierno de los estados, los magistrados y jueces federales o
del Estado no podrán ser electos en las entidades de sus respectivas
jurisdicciones si no se separan definitivamente de sus cargos noventa días antes
de la elección.
No ser ministro de algún culto religioso.
Las funciones del senado
La Cámara de Senadores comparte con la de Diputados las responsabilidades a que se
refiere la larga lista de facultades mencionadas en el artículo 73 constitucional.
Fundamentalmente, la expedición de las leyes sobre las materias que son competencia
de la Federación.
Adicionalmente, el Senado tiene como funciones exclusivas, es decir, no compartidas con
la Cámara de Diputados, las que menciona el artículo 76 de la Constitución en sus 10
fracciones.
Aunque en general todas esas facultades exclusivas del Senado son importantes, sin
duda la de mayor significación es la que se menciona en la parte final de la fracción I,
consistente en aprobar los tratados internacionales y convenciones diplomáticas que
celebre el Ejecutivo de la Unión, responsabilidad en la que, como se mencionó, nada tiene
que ver con ella, a pesar de evidente importancia, la Cámara de Diputados.
La creciente apertura de las fronteras y la globalización mundial han hecho de los asuntos
internacionales una materia cada vez más trascendente, compleja y delicada. Sin
embargo, al Senado sólo le corresponde aprobar y por simple mayoría (o sea, decir
únicamente sí o no) lo que funcionarios del Ejecutivo acuerdan con representantes
extranjeros en largas, complicadas y muy especializadas negociaciones. Como se
comprenderá, no es responsable que al final, casi siempre presionados por los tiempos,
los senadores dispongan de sólo unos cuantos días, a veces de escasas semanas, para
conocer y, en su caso, aprobar lo que a los negociadores del Ejecutivo les llevó no sólo
meses, sino incluso años convenir. Se impone resolver esa práctica, hoy por hoy
francamente irresponsable, ¿pero cómo?
Al efecto se pueden apuntar un par de propuestas, ambas tomadas de la Constitución
estadounidense, modelo de la mexicana, que en su artículo II, sección 2, establece lo
siguiente: "Tendrá (el Presidente) facultad, con el consejo y consentimiento del Senado,
para celebrar tratados con tal de que den su anuencia dos tercios de los senadores
presentes".
Si se entiende que el "consejo" al Presidente de la República, como reza el precepto
estadounidense, debe ser previo a la conclusión de los tratados internacionales y –en
nuestro caso– de las convenciones diplomáticas, y el "consentimiento" posterior a la conclusión y además por mayoría calificada de las dos terceras partes de los
senadores presentes, entonces el Senado sería verdaderamente tomado en cuenta en la
negociación de ambos tipos de instrumentos.
Otra facultad exclusiva importante con que cuenta el Senado, hoy en el olvido por no
haber sido aplicada en el último cuarto de siglo, pero que en el pasado fue con relativa
frecuencia importante herramienta para los abusos del centro y para dar rienda suelta a
los peores excesos del presidencialismo mexicano, es la que previene la fracción V del
mencionado artículo 76, que establece:
El Senado tiene facultad para declarar, cuando hayan desaparecido todos los poderes
constitucionales de un Estado, que es llegado el caso de nombrarle un gobernador
provisional, quien convocará a elecciones conforme a las leyes constitucionales del
mismo Estado. El nombramiento de gobernador se hará por el Senado a propuesta del
Presidente de la República con aprobación de las dos terceras partes de los miembros
presentes, y en los recesos, por la Comisión Permanente, conforme a las mismas reglas.
Esta facultad, por la agresión que su ejercicio puede entrañar a la autonomía de los
estados, debe ser meditada con toda serenidad, a fin de determinar, si subsiste, qué
ajustes han de hacérsele para evitar abusos y excesos, como frecuentemente ocurrió en
el pasado.
En fin, también compete en exclusiva al Senado, ratificar los nombramientos que el
Ejecutivo haga del procurador general de la República, así como de los ministros, agentes
diplomáticos, cónsules generales y empleados superiores de Hacienda, y también de
coroneles y demás jefes superiores del Ejército (fracción II).
Asimismo, le corresponde a la llamada Cámara de Senadores erigirse en jurado de
sentencia en los casos de juicio político (fracción VII) y designar a los ministros de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, de entre la terna que someta a su consideración
el Presidente de la República (fracción VIII).
Cabe señalar que la fracción X del citado artículo 76 indica, como suele ocurrir cuando se
enuncian atribuciones de los órganos del Estado, que –en el caso que nos ocupa–
también son facultades exclusivas de la Cámara de Senadores las demás que la misma
Constitución le atribuya. Entre éstas se cuenta la de aprobar la designación que haga el
Presidente de la República de las personas a cuyo cargo estará la conducción del Banco
de México (artículo 28, séptimo párrafo); así como elegir, por el voto de las dos terceras
partes de sus miembros presentes, a los magistrados del Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación, a propuesta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
(artículo 99).
Asimismo, elige, por la ya señalada mayoría calificada, a los 10 integrantes del Consejo
Consultivo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (artículo 102-B), y también
a los magistrados del Tribunal Fiscal de la Federación, de acuerdo con lo establecido por
la Ley Orgánica de éste.
Así como la Cámara de Diputados queda marginada del ejercicio de importantes
facultades como –entre otras– las arriba mencionadas, por ser exclusivas del Senado, de
igual manera éste permanece al margen de algunas no menos importantes atribuciones
que la Constitución, en su artículo 74, señala como exclusivas de los diputados, entre las
que sobresalen dos:
1) El examen, discusión y aprobación anual del Presupuesto de Egresos de la
Federación, facultad que desde mediados del siglo pasado, al iniciar su vigencia la Carta
Magna de 1857, ha sido considerada como propia de la Cámara de Diputados, situación
que los tratadistas han señalado como extraña, toda vez que se trata de un caso raro,
pues en general en los países con Poder Legislativo bicameral la aprobación del
Presupuesto de Egresos corre a cargo de ambas cámaras, y
2) La revisión de la Cuenta Pública anual del Gobierno Federal. En la distribución de
competencias legislativas que se hizo en 1874, con motivo de la restauración del Senado,
esta facultad se asignó en exclusividad a la Cámara de Diputados. El Constituyente de
1917 modificó el criterio y la hizo común a ambas cámaras, hasta la reforma de 1977 que
la volvió a hacer propia de los diputados.
Como es de suponerse, a través del tiempo han surgido doctas voces y hasta iniciativas
concretas de reformas constitucionales, a fin de hacer común este par de importantes
facultades a una y otra Cámara. Igual ha ocurrido por lo que hace a la aprobación de
tratados internacionales y convenciones diplomáticas, hoy –como ya se dijo– función
exclusiva de los senadores.
Al respecto debe señalarse que tales propuestas, sin duda importantes por su
trascendencia, han de ser analizadas, deliberadas y resueltas no en forma aislada, sino
en el marco de una profunda e integral reforma del Poder Legislativo, reforma que
necesariamente deberá comprender la derogación de la absurda disposición que desde
casi siete décadas prohíbe en nuestro país la reelección, para periodos consecutivos, de
diputados y de senadores. Asimismo, deberán tomarse en consideración los antecedentes
históricos del país en las referidas materias, así como el proceso de consolidación y
fortalecimiento de los órganos del Congreso mexicano, una vez agotado el tramo final
(que es la alternancia) del proceso de transición a la democracia, a fin de evitar en dicha
etapa desajustes o turbulencias que pueden afectar al proceso mismo.
Podemos concluir que el Senado Mexicano, si bien tiene funciones similares al auténtico
Senado Romano, tiene profundas diferencias con el mismo, sobre todo en su
conformación, toda vez que los llamados a conformar los patres conscriptii, eran
ciudadanos de probada experiencia pública y que sus méritos los hubiesen destacado a
fin de obtener dicho nombramiento, y si bien es cierto que después dichas designaciones
cayeron en el abuso de los intereses despóticos del momento (al igual que sucede en la
actual conformación de nuestro Senado, toda vez que la elección de los candidatos a
ocupar dichas funciones obedecen a los veleidosos intereses del líder partidario, así como
a los grupos de poder que en dichas organizaciones existen, siendo este sí un paralelismo
con ese Senado romano que había caído en la perversión), su funcionamiento y creación
jurídica es un legado que difícilmente se podrá igualar.
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