La Soberanía Argentina Sobre las Malvinas, de

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LA SOBERANÍA ARGENTINA SOBRE LAS ISLAS MALVINAS
El Informe Rattenbach,// es un documento creado en 1982, en respuesta al
pedido del brigadier Reynaldo Bignone una vez finalizada la contienda bélica
entre Argentina y Gran Bretaña en lucha por la soberanía de las Islas Malvinas.
Este resumen tuvo como objetivo, analizar y evaluar el desempeño de las
fuerzas armadas en el conflicto y concluye sugiriendo la pena de muerte o
reclusión perpetua de Galtieri, Anaya, Mabragata y Reposi y sanciones
disciplinarias a oficiales como Astiz ///que cobardemente rindieron sus tropas
sin disparar un solo tiro. Sin embargo, este documento quedó sepultado en el
transcurso de los diferentes gobiernos democráticos siguientes porque las
diversas condiciones políticas nacionales no acompañaron su divulgación.
Luego de 30 años, la actual mandataria argentina decidió sacar a la luz y dar a
conocer el escrito completo. Dicha acción, cómo es lógico, trajo como
consecuencia la vuelta al debate de lo legítimo o no de nuestros derechos sobre
las islas, donde se han visto desfilar variadas opiniones. Algunos medios de
comunicación han catalogado de “nada nuevo bajo el sol” a la reapertura de
este documento, alegando que hace años ese texto figura, entre otros sitios, en
la página web del Centro de Ex Combatientes de Corrientes y que además, la
mayoría de los militares que nombra y juzga el informe ya pasaron a peor vida.
Si bien es cierto este hecho, tampoco es justo caer en la descalificación
destructiva, camino elegido por la mayoría de la oposición al gobierno.
La querella sobre la soberanía argentina de las islas Malvinas ha transcurrido,
en su mayor tiempo, por el camino diplomático. Argentina disputa a Gran
Bretaña más de 3.000.000 de km2 de plataforma continental en Malvinas,
Georgias, Orcadas, Sándwich y Antártida. Los diferentes gobiernos nacionales a
lo largo de más de 160 años que lleva la usurpación territorial, desde 1833, año
de desembarco inglés, acudieron a toda instancia internacional para resolver el
problema de la ocupación inglesa, sin obtener nunca resultados favorables. De
1976 a 1983, se instauró, en nuestro país, la dictadura más cruel y sanguinaria
de todas las que se estaban sucediendo en Latinoamérica. En 1982, como parte
de un manotazo de ahogado a la feroz situación que estaba atravesando el
país, la junta militar que lo mal ocupaba, decidió, el 2 de abril, desembarcar en
las islas, provocando un conflicto bélico. Este hecho, esta “improvisada
aventura”, como declara el Informe Rattenbach abrió una herida profunda en el
pueblo argentino y dejó una marca negra en el camino diplomático.
La soberanía sobre nuestras islas, la reivindicación diplomática de nuestro
derecho sobre ellas, forma parte de la demanda de expulsión del colonialismo
en latinoamérica y en cualquier parte del mundo. Hay que recalcar que de los
16 conflictos coloniales y de soberanía registrados en las Naciones Unidas, de
los cuales el de Malvinas, es actualmente el más importante, diez tienen a Gran
Bretaña como el poder colonial.
Han circulado opiniones bastante tendenciosas alrededor de este tema. Daría la
impresión de que la oposición aprovecha toda oportunidad para golpear y
destruir la gestión actual y buscar el defecto, el error, la mala intención en todo
lo que lleva a cabo la presidenta, siendo más importante la crítica que el tema.
Estas actitudes, nada constructivas que se han dejado evidenciar, en este caso,
con respecto al tema de Malvinas, han llegado a comparar los actuales
reclamos diplomáticos presidenciales con la guerra otrora sufrida.
Más allá de la línea política desde donde uno se posicione, es importante saber
reconocer cuando es acertado el camino, en este caso el de reiterar los
reclamos diplomáticos, partiendo de la base, claro, de que se coincide en lo
básico, en la búsqueda de un país justo, equitativo y libre. Existen varios casos
en donde a través de un organismo internacional, como la O.N.U se ha llegado
a una solución pacífica y se ha logrado resolver un conflicto colonial
favorablemente. Me parecen justos y válidos los reclamos de nuestra soberanía
sobre las islas, pero también es cierto que si la presidenta pretende que
creamos que no es solo una pantalla esta retórica sobre las Malvinas, hay que
tener en cuenta el Tratado de Madrid, de vigencia actual ,acuerdo infame
firmado por Menem en 1990, que no sólo suspendió vergonzosamente los
reclamos argentinos sino que además permitió un nivel de penetración
comercial neocolonial británica como sólo se había producido en el marco del
Tratado Anglo-Argentino de la época rivadaviana en 1825, apropiándose
Inglaterra de los recursos del Atlántico Sur con su proyección sobre la Antártida
Ha estado en boca de todos el término soberanía, a causa de las islas australes,
ahora bien, si realmente se habla de soberanía, es imposible no pensar en
todos los recursos que posee el suelo argentino, por ejemplo, recursos mineros,
cuya explotación está en manos de capitales extranjeros y que además dicha
extracción compromete terriblemente el ecosistema lindante a las minas. Llama
la atención, aquí, la ausencia de una legislación “soberana” que ponga freno a
este antiquísimo saqueo. No es mi intención desacreditar las palabras de la
presidenta ni sus reclamos, importantísimos, por otra parte, porque recuperar
las Islas Malvinas es desmantelarles a los ingleses su militarización en el
Atlántico Sur en aras de sostener una hegemonía política dentro de un sistema
que se cae a pedazos, porque la palabra colonialismo es congruente con la
palabra imperialismo, van de la mano. Un imperialismo que mal organizó y
organiza las relaciones internacionales e impone un régimen basado en la
injusticia, en el saqueo, y que se sostiene gracias a las pésimas y letales
condiciones de vida de millones de personas alrededor del mundo. Pero para
que estos reclamos presidenciales sean creíbles y verdaderos, y no un simple
discurso encendido, o “solo una formalidad para la tribuna” como dicen, deben
ser acompañados de una política de construcción de un estado libre y
soberano, y aún creo, y más espero, que es por allí hacia donde nos dirigimos.
LUCRECIA TIGNANELLI
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