Introducción La geografÃ-a, un recorrido histórico disciplina cientÃ-fica

Anuncio
Introducción
La geografÃ-a, un recorrido histórico
Es habitual que se reconozca que la geografÃ-a se consolida como una disciplina cientÃ-fica a lo largo del
siglo XIX, y especÃ-ficamente en sus últimas décadas, en el contexto de la sistematización de las
ciencias que impulsa el positivismo. Para sostener esta afirmación se toman en cuenta diversas cuestiones
que resultan de la forma de pensar la historia de las disciplinas y que, en último término, remiten a la
pregunta acerca de qué es una disciplina cientÃ-fica.
Una de estas cuestiones refiere a la existencia de un conjunto de temas o preocupaciones que son objeto de
estudio de la disciplina. Esto nos habla de la definición de un objeto propio de dicha disciplina, y ya
veremos que, en el caso de la geografÃ-a, se trata de una cuestión problemática, que a lo largo del tiempo
ha tenido diversas respuestas.
La existencia de un conjunto de obras que abordan los temas que se consideran objeto de estudio de la
disciplina es otra cuestión a ser tenida en cuenta, y gran parte de los estudios sobre lo que podrÃ-a llamarse
historia de la geografÃ-a (a veces también denominada historia del pensamiento geográfico) se ha
abocado al análisis de estas obras, de sus fundamentos filosóficos, sus vÃ-nculos con otras disciplinas, los
contenidos tratados o las funciones que han cumplido.
Las obras tienen autores, y el estudio de estos autores, de sus biografÃ-as personales, su formación y la
filiación en relación con marcos filosóficos o ideológicos, es otro de los ejes que estructuran este tipo de
análisis. El análisis de las instituciones donde estos autores se desempeñan es también un tema de
interés, tanto para conocer el contexto de producción de los mismos, como para comprender el papel que
estas instituciones juegan en la reproducción de saberes y prácticas considerados válidos o legÃ-timos.
Por último, aunque no menos importante, los roles y funciones que todos ellos −obras, autores,
instituciones− cumplen en la sociedad de cada momento y lugar, también son cuestiones que se consideran
a la hora de analizar una disciplina cientÃ-fica. Hablamos entonces de los usos del conocimiento. AsÃ- por
ejemplo, el para qué se indagan ciertos temas y se produce conocimiento sobre ellos (y no sobre otros)
no es independiente de los objetivos e intereses que cada sociedad en general, o cada grupo social con
sus diferentes cuotas de poder, tienen y definen como válidos. La consideración de estos usos o
funciones del conocimiento también es indispensable para comprender las caracterÃ-sticas que la
ciencia adquiere en cada momento.
AsÃ- como estas cuestiones permiten definir un momento y unas condiciones especÃ-ficas en las que la
geografÃ-a se consolida como una disciplina cientÃ-fica, también permiten ver que esta consolidación no
es algo que surge en un momento y por la sola acción de sus actores y en función de las necesidades de ese
momento, sino que es también el resultado de un largo proceso en el que temas, autores, obras y funciones
se van instituyendo en las distintas sociedades, adquiriendo importancia y conformando lo que algunos
estudiosos del tema definen como tradiciones geográficas (Livingstone, 1992), esto es, temas de
preocupación que pasarán a ser objeto de la ciencia geográfica cuando esta se consolide como tal. Desde
esta perspectiva es posible, por otra parte, superar algunas visiones limitadas sobre la consolidación
disciplinaria, que centrando excesivamente su interés en los procesos de institucionalización disciplinar
(sociedades geográficas, cátedras universitarias o disciplina escolar) descuidan la existencia de estas largas
tradiciones, dando lugar a interpretaciones limitadas que, por ejemplo, asocian linealmente la consolidación
disciplinar con los intereses sociales del momento.
En este capÃ-tulo se abordan estas cuestiones. Interesa fundamentalmente comprender las caracterÃ-sticas
1
de la geografÃ-a como disciplina cientÃ-fica, los temas que aborda y la forma en que lo hace en cada
momento, los autores más importantes y las funciones que, en cada momento y lugar, cumple la producción
geográfica. Pero también interesa ver que, en gran medida, esta disciplina rescata un conjunto de saberes
y preocupaciones que son previos a su definición formal como ciencia y que, de alguna manera, atraviesan y
acompañan la cultura occidental. Entendemos que esto último es de gran importancia para comprender el
papel que la geografÃ-a puede tener como contenido educativo.
Por último, es necesario advertir que, tratándose de un recorrido histórico, y en razón también de las
necesidades de organizar la exposición, el texto puede sugerir que cada tÃ-tulo aborda una etapa que es
superada por la siguiente. Nada serÃ-a más erróneo, ya que los temas y preocupaciones no sólo
permanecen sino que cobran nuevos sentidos y mantienen su presencia.
Los temas "geográficos"
Resulta interesante ver que algunos temas que serán objeto de la geografÃ-a como disciplina cientÃ-fica, y
que hoy reconocemos como tales, han estado presentes como temas de interés o preocupación a lo largo
de la historia occidental. Si bien serÃ-a erróneo desprender de esto que la geografÃ-a como ciencia tiene un
origen remoto, ya que esto implicarÃ-a −entre otras cosas− desconocer que lo que hoy entendemos como
ciencia es producto de la modernidad (habiéndose consolidado, por lo tanto, mucho después), permite
ver que se trata de cuestiones que han sido importantes y han estado presentes a lo largo del tiempo y en las
diversas sociedades, suscitando interés y debate, y brindando utilidad. Aunque no puedan ser considerados
como geografÃ-a, estos temas y conocimientos sentarán las bases sobre las cuales se irá consolidando la
disciplina.
Entre otros autores, Capel y Urteaga (1984), reconociendo el origen griego de la palabra geografÃ-a,
señalan que ya en esta civilización encontramos su uso aplicado a dos grandes temas de preocupación.
Uno de estos grandes temas podrÃ-a ser rotulado como la localización en la superficie terrestre, apoyada en
los conocimientos matemáticos e interesada en gran medida en la elaboración de mapas. El otro gran tema
es el que se refiere a la descripción de dicha superficie.
El nombre de geografÃ-a abarcaba entonces tanto el interés por aspectos de descripción de la superficie
terrestre como el interés acerca de aspectos matemáticos relativos a la ubicación de lugares y la
construcción de mapas. Al tiempo que aumentaba el conocimiento de las caracterÃ-sticas diferenciales de
los lugares, crecÃ-a también el interés por conocer sus ubicaciones especÃ-ficas en la superficie terrestre
(Broek, 1967; Unwin, 1995); y ambos temas resultaban, asÃ-, estrechamente vinculados por la necesidad de
disponer de mapas que permitiesen localizar de manera precisa los lugares descriptos. Ambas tradiciones, a su
vez, estaban Ã-ntimamente ligadas a una tercera vertiente o tradición, la teológica, preocupada por los
orÃ-genes de la Tierra y las razones de la existencia humana sobre ella. En el marco de esta tradición, las
preocupaciones estaban centradas en el papel del poder divino en la formación de la Tierra, y en comprender
o explicar el lugar que correspondÃ-a a la humanidad dentro del mundo natural (Unwin, 1995: 87).
Eratóstenes expresa de manera paradigmática la tradición de la localización, dada su preocupación por
medir el tamaño de la Tierra y por establecer algún sistema que permitiera ubicar cualquier punto en su
superficie. Esta tradición será continuada por Ptolomeo quien también se interesa por la medición de la
Tierra, la localización de puntos en la superficie y la representación cartográfica. La obra de este último
tendrá, con su rescate y difusión a fines de la Edad Media, una gran influencia en los viajes de
exploración.
Conocer la ubicación de los distintos lugares, las distancias que median entre ellos, y contar con elementos
que permitan llegar de un lugar a otro, tendrá una utilidad práctica evidente tanto para el comercio como
para la conquista. La cartografÃ-a será, desde esta perspectiva, el producto más importante, tanto por su
utilidad práctica como por su condición de objeto que expresa los conocimientos, intereses y cosmovisión
2
de cada sociedad en cada momento.
La tradición descriptiva encuentra su expresión paradigmática en el mundo griego en la figura de
Estrabón, quien sintetiza una larga tradición de relatos de viajeros y descripciones sobre lugares
conocidos. El interés por conocer los atributos propios y peculiares de un lugar de la superficie terrestre
tiene un valor práctico, en el sentido de inventariar la existencia de elementos que puedan ser útiles
(recursos, poblaciones, etc.); pero tiene también el valor del conocimiento de lo diferente, que al tiempo
que permite pensar más allá de la propia realidad, habilita la reflexión sobre la misma, en la medida en
que representa, al decir de algunos autores, una especie de espejo que, por similitudes y por contrastes,
permite mirarse a sÃ- mismo:
De este modo, la geografÃ-a humana nació en manos de una cultura que tomó conciencia de la relación
hombre−Naturaleza: mas, como contraparte negativa, esa misma cultura organizó su esquema de relaciones
con otras culturas poniéndose como modelo absoluto frente a las mismas, lo cual suponÃ-a una
desvalorización, y en otros casos, además, una justificación de dominio y servidumbre. La historia de este
hecho se extiende desde las páginas de la GeografÃ-a de Estrabón hasta las casi contemporáneas
nuestras de las Lecciones sobre la filosofÃ-a de la historia universal de Hegel. (Arturo Roig, Introducción a
la GeografÃ-a, Prolegómenos de Estrabón, Madrid, Aguilar, 1980, XV).
Unwin (1995) señala la estrecha relación que existÃ-a entre geografÃ-a y conquistas, entre la descripción
detallada de lugares y regiones y el ejercicio del control polÃ-tico, en los mundos griego y romano. Las
campañas y conquistas de la época fueron posibles gracias a los escritos geográficos anteriores que
suministraban información acerca de los recursos y las gentes, y, a su vez, permitieron un importante
crecimiento del saber geográfico. La utilidad de la geografÃ-a era proporcionar la información que
permitiese a los dirigentes conquistar más territorios y mantener el poder en las tierras que regÃ-an
(Unwin, 1995: 84). AsÃ-, la información, por ejemplo, sobre las dimensiones de un territorio, las
caracterÃ-sticas de sus suelos y accidentes, y la historia de sus pueblos, estaba condicionada también
por los intereses polÃ-ticos de la época.
Estas tradiciones temáticas estarán muy presentes en todo el mundo antiguo, y aunque permanecerán
relativamente acalladas durante el orden feudal, volverán a expresarse con fuerza en el proceso de
desestructuración de este orden feudal y conformación del orden moderno. Broek (1967: 18) señala que el
Renacimiento trajo, como en otros campos, el restablecimiento de la geografÃ-a clásica. Un ejemplo de ello
es la utilización de la obra Geographia de Ptolomeo como referencia básica para las exploraciones
portuguesas y españolas de los siglos XV y XVI.
Para pensar la geografÃ-a actual, estos antecedentes son de gran valor en la medida en que en ellos ya
aparecen núcleos temáticos y problemáticos que atravesarán toda la disciplina, dando lugar a múltiples
obstáculos y respuestas que representan, en gran medida, fuente de dificultades pero también de riqueza.
Los grandes viajes de exploración y conquista de fines de la Edad Media rescatarán el interés por los
conocimientos que permiten desplazarse en la superficie terrestre y explorar más allá de lo conocido; en un
proceso que se realimenta a sÃ- mismo, los conocimientos disponibles serán puntos de partida para
emprender nuevas aventuras de exploración, al tiempo que el perfeccionamiento de equipos e instrumentos
de navegación lo hacen posible. Los avances cartográficos acompañarán estos procesos, permitiendo
conocer y representar las extensiones reales, medir las distancias o delimitar territorios con precisión
creciente. AsÃ-, con el conocimiento de nuevos territorios comenzó a configurarse otra imagen del mundo.
El descubrimiento y exploración de nuevos territorios, a su vez, proveerá insumos para nuevas
descripciones; las mismas tendrán, ciertamente, fines utilitarios vinculados con el inventario de las riquezas
pasibles de ser apropiadas, y su posterior apropiación efectiva. Pero tendrá también impacto en la
cultura, a través de descripciones y narraciones que se consumirán como obras literarias, mezclas de
3
realidad y fantasÃ-a, que alimentan el interés por conocer lo nuevo y lo diferente entre algunos grupos,
limitados por cierto, de las sociedades de la época. Conocer el mundo como totalidad (aunque en gran
medida siga siendo una totalidad imaginada) y conocer sus lugares en forma pormenorizada (aunque sigan
siendo sólo algunos lugares), tendrá notables consecuencias en la transformación de las cosmovisiones
imperantes, y pasará a ser parte del acervo cultural disponible.
La ciencia moderna
La edad Moderna estará asociada a profundos cambios sociales, en todos sus órdenes. La contestación del
orden social vigente tendrá una de sus herramientas en la desacralización de las explicaciones, hasta
entonces monopolio de las interpretaciones teológicas, y en la consolidación de lo que luego llamaremos
ciencia moderna. Se instala la presunción de que el hombre, por medio de la razón, puede conocer el
porqué de las cosas; y para esto, es necesario descomponer las totalidades y observar las causas (o cadenas
causales), de manera objetiva y sistemática. Galileo y Newton resultan paradigmáticos en este sentido.
Lo anterior implica una nueva relación con la naturaleza, que deja de ser expresión de lo divino para
comenzar a ser objeto de indagación; la razón humana y la observancia de ciertas reglas permiten dar
cuenta del orden natural, describirlo y explicarlo a través del establecimiento de las causas subyacentes. La
indagación de la naturaleza y la comprensión de sus mecanismos causales no es sólo una aventura de
conocimiento. Es también la posibilidad de manipular esa naturaleza en función de objetivos humanos, y
la capacidad que algunos actores sociales tengan para hacerlo definirá también su rol en la sociedad. La
burguesÃ-a en ascenso comprende esto inmediatamente.
La expansión del mundo conocido proveerá de una naturaleza casi inagotable, que será objeto de
observación sistemática y de clasificación e inventario. El conocimiento de los mecanismos subyacentes
al orden natural permitirá el creciente aprovechamiento de los elementos y procesos de este orden natural,
realimentando el prestigio creciente de la ciencia como forma de conocimiento, y el poder económico de
quienes están vinculados a su utilización.
Pero el interés por comprender la naturaleza no es sólo instrumental. También se vincula con el
interés por comprender a los hombres y a la sociedad en su conjunto. El Iluminismo es la corriente de
pensamiento que expresa de forma más acabada la preocupación de ese momento por comprender qué
papel juega el orden natural en el social. Colocando al hombre en un lugar central, el Iluminismo se interesó
por comprender cómo se relaciona la historicidad de lo natural con la historicidad social (Quaini, 1981). Y
por supuesto las descripciones sobre otros lugares y otras sociedades que derivaban de exploraciones,
proveyeron las bases empÃ-ricas para este tipo de reflexiones. Temas como la influencia de las condiciones
naturales en las sociedades serán objeto de reflexión por parte de pensadores de la ilustración como
Montesquieu o Rousseau.
El conocimiento del territorio será también una necesidad de los estados que se van consolidando en el
perÃ-odo moderno. Razones prácticas vinculadas con la delimitación precisa, el inventario de poblaciones
y recursos o la facilitación de la circulación se unirán a otras vinculadas con la construcción de
argumentos legitimadores de la pertenencia de los habitantes y la homogeneización interna. La crisis de los
vÃ-nculos de vasallaje requerirá la construcción de nuevos discursos de pertenencia, y la idea del pueblo
vinculado a un territorio se irá consolidando cada vez más.
Para concluir este primer tÃ-tulo, interesa remarcar que sus contenidos muestran cómo, a lo largo del
tiempo, han estado presentes temas que, con posterioridad y ya definida la geografÃ-a como ciencia, serán
objeto de su interés. En algunos casos estos temas fueron reconocidos bajo el rótulo de geografÃ-a, en
otros no; pero cuestiones tales como la localización y la distribución en la superficie terrestre, la
descripción de los rasgos particulares de los lugares, la comprensión de la naturaleza y sus relaciones con
la sociedad, atraviesan la historia y van adquiriendo peso propio. Algunos están presentes antes de que
4
pueda hablarse de ciencia como la entendemos actualmente; otros −o los mismos con nuevos significados−
se imbrican en la constitución misma de esta ciencia moderna, pero son siempre temas de interés.
Aparecen esbozados cuestiones y problemas que desafiarán a los estudiosos y para los cuales se
propondrán distintas respuestas, que irán perfilando la geografÃ-a actual: tradiciones fÃ-sicas o
matemáticas interesadas por la localización, o humanas más relacionadas con la descripción; el papel
central de la representación cartográfica; la descripción de lugares y sociedades como espejo de quien
hace la descripción; y, atravesando todo, la relación entre los hombres y la naturaleza.
Los "padres" de la geografÃ-a
En 1859 mueren dos personalidades que marcarán profundamente el pensamiento geográfico:
Alexander von Humboldt y Karl Ritter. Mientras el segundo se adscribe explÃ-citamente a la geografÃ-a,
el primero no lo hace, y es frecuente que su condición de geógrafo sea puesta en duda. Sin embargo, el
carácter de sus obras y, más aún, la influencia que tendrán en la geografÃ-a, los colocan en una
posición destacada para comprender la constitución de la disciplina; puede decirse que ambos resumen en
sus obras el estado de las preocupaciones geográficas en la primera mitad del siglo XIX. En ambos se
conjugan, en forma compleja y a veces contradictoria, perspectivas cientÃ-ficas de corte positivista con
filosofÃ-as de corte idealista y racionalista; son, en este sentido, expresión de una época de transición.
Alexander von Humboldt nace en 1769 en BerlÃ-n (reino de Prusia), y tras una esmerada educación inicial
estudia GeologÃ-a en la Escuela de Minas de Friburgo. Luego de desempeñarse en el Departamento de
Minas de Prusia, lo que le permite viajar por Alemania, se instala en ParÃ-s. Durante cinco años
(1799−1804) recorre distintos lugares de América junto con Bonpland, viajes en los que recogerá gran
cantidad de datos y experiencias. Ya de regreso, Humboldt comienza a trabajar sobre la información
recogida y a publicar. Entre estas publicaciones pueden nombrarse los Viajes a las regiones equinocciales
del Nuevo Continente, los Cuadros de la naturaleza y el Cosmos. Ensayo de descripción fÃ-sica del mundo
del que publica 4 volúmenes. Murió durante la redacción del quinto.
Humboldt es un intelectual prominente que alcanzó gran reconocimiento en su época. Muy influido por el
racionalismo, comparte la fe en la razón, la libertad de pensamiento y la idea de progreso. Adscribe al
romanticismo con su énfasis en las sensaciones perceptivas provocadas por la naturaleza, o su idea de
unidad del todo, pero no en sus formas idealistas extremas que invalidan los hechos empÃ-ricos. Al mismo
tiempo, está fuertemente influenciado por el positivismo, lo que lo lleva a rechazar la especulación y
defender el tratamiento cuidadoso de la información y la descripción de los hechos concretos. En Humboldt
subyace una concepción totalizadora y armónica de la naturaleza.
En sus trabajos, Humboldt utiliza lo que él denomina empirismo razonado. Se trata de un itinerario
metodológico que parte de la observación del paisaje, en la cual la naturaleza transmite una sensación al
sujeto, quien filtra esta sensación a través de su subjetividad produciéndose asÃ- una impresión que
contiene ya un presentimiento del orden o leyes subyacentes. Luego de esta primera etapa, el investigador
debe abocarse al tratamiento de la información empÃ-rica relevada, de manera objetiva y sistemática, para
establecer las conexiones que se prefiguraron en la impresión. En tercer lugar, el material sistematizado es
puesto en relación con la visión sensorial del investigador para producir una descripción fundamentada del
paisaje, que permite describir la individualidad del área estudiada. Se prosigue por último en el camino de
la generalización, para llegar al establecimiento de leyes de distribución y combinación espacial de los
fenómenos de la superficie terrestre (Moraes, 1989). Interesa rescatar aquÃ- que este método permite
articular la diversidad y la unidad, esto es, los estudios sistemáticos y los de sÃ-ntesis; por otra parte,
posibilita relacionar también la individualidad de un área con la universalidad (la Tierra); y vincular
también la subjetividad (percepción sensible) y la objetividad (datos empÃ-ricos). Todas estas son
cuestiones centrales al conocimiento geográfico, que reaparecerán permanentemente en la disciplina.
Para Humboldt, la geografÃ-a es una ciencia sintética, que trabaja con relaciones entre fenómenos
5
diversos, pero teniendo por objetivo establecer leyes. Como ciencia de sÃ-ntesis, busca las conexiones o
relaciones entre los fenómenos que se expresan en la superficie terrestre. No se interesa por lo único sino
por lo universal y constante, lo que permite llegar a la formulación de leyes. Por otra parte, la geografÃ-a de
Humboldt es un estudio de la naturaleza, que considera a los hombres como un elemento más del cuadro
natural. Todo esto está atravesado por la idea de unidad de la Tierra y la naturaleza, cuyo orden y armonÃ-a
se manifiestan y deben ser encontrados.
Antonio C. Robert Moraes (1989) señala que Humboldt lega a la geografÃ-a varias cuestiones que serán
fundamentales para la disciplina:
• Una de ellas es pensar a la geografÃ-a como una ciencia de las relaciones, esto es una ciencia
sintética (opuesta a una ciencia sistemática). La dicotomÃ-a entre geografÃ-a general o
sistemática y geografÃ-a regional se inscribirá, recurrentemente, en esta cuestión.
• Otra es el lugar central del estudio del paisaje, en el que la visión o percepción humana juega un
papel activo. La relación entre objetividad y subjetividad, que está implÃ-cita en este planteo,
será también un tema/problema recurrente en la geografÃ-a.
• El planteo de que el estudio de lo local es la puerta de entrada para el estudio de lo general y global,
es otra cuestión que queda planteada en la obra de Humboldt, y que volverá a instalarse
reiteradamente en torno al problema de las escalas geográficas.
Karl Ritter nace en Sajonia en 1779 en el seno de una familia burguesa profundamente religiosa, y estudia en
la Universidad Halle. Muy comprometido con la educación, tiene contactos con Pestalozzi y trabaja por casi
veinte años como preceptor de niños de familias acomodadas. En 1820 es designado profesor de la
primera cátedra de GeografÃ-a en la Universidad de BerlÃ-n. En 1817 publica el primer volumen de su
gran obra Die Erdkunde −o GeografÃ-a general comparada−, de la que llegarán a publicarse 19
volúmenes hasta su muerte.
La obra de Ritter es fundamentalmente una obra de gabinete, que ordena el material existente dentro de una
secuencia lógica, con conceptos sistematizados y clara definición del universo y objetos de análisis.
Representa un inventario del conocimiento disponible en su momento, que se alimenta con la profusa
información proveniente de viajeros y exploradores, además de estadÃ-sticas de todo tipo. Retoma, en este
sentido, la vieja tradición descriptiva de la geografÃ-a.
El autor reconoce varios abordajes posibles para la geografÃ-a. Por una parte, lo que denomina geografÃ-as
especiales se ocupa de abordar clases de fenómenos desde lo regional (relevamiento de lo particular) hasta lo
global (clasificación y comparación a escala planetaria). Lo que denomina geografÃ-a fÃ-sica representa
una sÃ-ntesis de los resultados de las geografÃ-as especiales y se orienta a componer un cuadro fÃ-sico del
globo que permita ver la acción de las fuerzas naturales. Por último, la denominada geografÃ-a comparada
es, según el autor, la ciencia de las relaciones espaciales, que busca establecer causas y determinaciones, y
no se limita a los fenómenos fÃ-sicos sino que incluye también los relativos a la actividad del hombre
(Moraes, 1989).
Ritter privilegia el análisis a escala continental, y cada continente es visto como un todo. Estableciendo las
relaciones entre los objetos presentes en esta totalidad, se logra comprender su individualidad y las
causalidades subyacentes. Por último, esta individualidad expresa la relación que se establece entre las
condiciones naturales y el desarrollo histórico de los pueblos. De aquÃ- la pregunta acerca de cuáles son
las condiciones naturales que favorecen el desarrollo de los pueblos, pregunta que abrirá las puertas al
determinismo natural.
Para dar cuenta de las relaciones entre fenómenos naturales y humanos, Ritter recurrirá a explicaciones que
6
se alejan de los parámetros de cientificidad que busca alcanzar en las otras facetas de su trabajo
(básicamente en el tratamiento del orden natural): por una parte, recurre a explicaciones basadas en la
supuesta significatividad de ciertas formas espaciales; asÃ- por ejemplo, analizará el desarrollo de las
civilizaciones europeas poniéndolas en relación con la forma del continente, en particular la peculiar
relación entre tierras y costas, que asocia a condiciones propicias para el desarrollo cultural,
explicación que hoy no dudarÃ-amos en calificar como determinista. Por otra parte, se basará en una
finalidad establecida por el Creador en el reparto de los dones naturales, que acaba determinando el devenir de
los hombres; asÃ-, en último término las explicaciones se orientan a comprender la obra de Dios, siendo
función del estudioso comprender para tratar de develar sus designios (Moraes, 1989). Con esto, Ritter se
aleja del modelo cientÃ-fico que intenta desarrollar, alejándose también de los parámetros de
cientificidad que están haciéndose dominantes en su época.
El vÃ-nculo entre los fenómenos naturales y los humanos es, quizás, uno de los mayores problemas que
quedan sin solución en su obra; y esta es otra de las cuestiones problemáticas que, en forma recurrente,
volverán a instalarse en la disciplina. Sin embargo, esto no deberÃ-a llevar a desconocer que Ritter
reconoció claramente que las relaciones fÃ-sicas del planeta experimentan modificaciones bajo la acción
humana (que es histórica), y que esto es precisamente lo que distingue a la geografÃ-a de las restantes
ciencias que se ocupan de la Tierra.
La institucionalización de la geografÃ-a
Introducción
A lo largo del siglo XIX, y especialmente durante su segunda mitad, diversos factores concurrirán al
establecimiento de la geografÃ-a como una disciplina con carácter autónomo, integrante del concierto de
las ciencias. Entre ellos, cabe destacar la expansión del número y consolidación social de las
denominadas sociedades geográficas, muy vinculadas al proceso de exploración y colonización
territorial. También la presencia de la geografÃ-a en los programas de enseñanza básica que se fueron
estableciendo a lo largo de este siglo obligó a formar a un cuerpo de profesores que asumiese esta tarea, los
que a su vez fueron conformando un grupo o cuerpo especÃ-fico de individuos que se reconocÃ-an como
geógrafos y actuaban como tales. Esto también incentivó el establecimiento de cátedras universitarias
de GeografÃ-a, que se intensificó a partir de 1860 (Capel y Urteaga, 1984). Por último, la inscripción de
la producción geográfica en los parámetros de cientificidad del perÃ-odo también contribuye a esto.
Abordaremos aquÃ- algunos de estos factores, reservando el vinculado a la geografÃ-a escolar para otro
Módulo.
Exploración del territorio y sociedades geográficas en el siglo XIX
Capel y Arteaga (1984: 17) señalan que el siglo XIX ha sido el gran siglo de las expediciones marÃ-timas
y terrestres. En efecto, la revolución industrial y el expansionismo imperialista alimentaron el interés por
la exploración de todo el planeta; por una parte, la consolidación de la producción industrial demandó
fuentes de materias primas y también mercados consumidores, lo que llevó a los estados más poderosos
de Europa, y en especial a Inglaterra, a explorar nuevos territorios para aprovechar sus recursos y sus
poblaciones. En muchos casos, además, esto estuvo acompañado por la apropiación efectiva de
territorios, en el marco de la expansión colonial de estos paÃ-ses. A medida que fue avanzando el siglo,
también se consolidaron los flujos emigratorios de población hacia estos territorios. El Congreso de
BerlÃ-n (1884), en el que las grandes potencias europeas se reparten el mundo definiendo sus colonias,
marcó el momento culminante de este proceso de expansión imperialista, y coincidió también con el
auge del número de expediciones y viajes de exploración territorial.
Los viajes de exploración tuvieron también un correlato en la producción de conocimiento sobre los
territorios que se recorrÃ-an, esto es, eran también expediciones cientÃ-ficas. La información recogida
7
permitÃ-a ampliar el conocimiento del mundo y, al mismo tiempo, alimentaba el desarrollo de nuevos
productos y procedimientos industriales, realimentando el crecimiento económico y el poderÃ-o de los
estados más poderosos y de sus clases dirigentes. También ampliaban los horizontes culturales de las
sociedades, en el marco de los ideales de progreso y expansión de la razón imperantes en el momento.
Las expediciones cientÃ-ficas fueron promovidas, en gran medida, por instituciones vinculadas a las ciencias
y la promoción del conocimiento, en las que actuaban conjuntamente intereses particulares y estatales en
organizaciones muy heterogéneas. Muchas de estas instituciones eran sociedades que se denominaban
geográficas:
La participación de las Sociedades de GeografÃ-a en la tarea exploradora del siglo XIX fue muy importante.
Desde 1821 en que se creó la primera de ellas (la Société de Géographie de ParÃ-s) hasta 1940 se
fundaron unas 140 sociedades de este tipo, con un ritmo máximo entre 1870 y 1890, en que aparecieron un
total de 62. Sus objetivos eran muy amplios: además de la organización de expediciones, perseguÃ-an el
fomento del comercio, la realización de observaciones astronómicas, etnográficas y de ciencias naturales,
la creación de observatorios meteorológicos, los levantamientos cartográficos, la exploración
arqueológica. Sus revistas y publicaciones daban cuenta del avance de las exploraciones, publicaban
relaciones de viajes, e incluÃ-an estudios muy diversos sobre el territorio y sus habitantes. A veces se
preocupaban también de impulsar y difundir la enseñanza de la geografÃ-a en los niveles básico y
superior. (Capel y Urteaga, 1984: 18)
Los viajes de exploración tuvieron también un correlato en la producción de conocimiento sobre los
territorios que se recorrÃ-an, esto es, eran también expediciones cientÃ-ficas. La información recogida
permitÃ-a ampliar el conocimiento del mundo y, al mismo tiempo, alimentaba el desarrollo de nuevos
productos y procedimientos industriales, realimentando el crecimiento económico y el poderÃ-o de los
estados más poderosos y de sus clases dirigentes. También ampliaban los horizontes culturales de las
sociedades, en el marco de los ideales de progreso y expansión de la razón imperantes en el momento.
Las expediciones cientÃ-ficas fueron promovidas, en gran medida, por instituciones vinculadas a las ciencias
y la promoción del conocimiento, en las que actuaban conjuntamente intereses particulares y estatales en
organizaciones muy heterogéneas. Muchas de estas instituciones eran sociedades que se denominaban
geográficas:
La participación de las Sociedades de GeografÃ-a en la tarea exploradora del siglo XIX fue muy importante.
Desde 1821 en que se creó la primera de ellas (la Société de Géographie de ParÃ-s) hasta 1940 se
fundaron unas 140 sociedades de este tipo, con un ritmo máximo entre 1870 y 1890, en que aparecieron un
total de 62. Sus objetivos eran muy amplios: además de la organización de expediciones, perseguÃ-an el
fomento del comercio, la realización de observaciones astronómicas, etnográficas y de ciencias naturales,
la creación de observatorios meteorológicos, los levantamientos cartográficos, la exploración
arqueológica. Sus revistas y publicaciones daban cuenta del avance de las exploraciones, publicaban
relaciones de viajes, e incluÃ-an estudios muy diversos sobre el territorio y sus habitantes. A veces se
preocupaban también de impulsar y difundir la enseñanza de la geografÃ-a en los niveles básico y
superior. (Capel y Urteaga, 1984: 18)
La definición de un objeto propio para la geografÃ-a
El auge de la geografÃ-a, que estuvo implÃ-cito en el incremento del número de sociedades geográficas, o
en su difusión como contenido escolar, dio lugar a un complejo proceso de definición de sus contenidos,
asociado a la reflexión acerca de qué era la geografÃ-a. Diversos factores influyeron también en este
proceso. Por una parte, si bien el rótulo de geográfico se aplicaba en general a temas vinculados con las
caracterÃ-sticas de la superficie terrestre (y a los individuos que a ellos se dedicaban), la creciente
especialización fue llevando a la constitución de ramas del saber que se independizaban (geologÃ-a,
8
meteorologÃ-a), vaciando de contenido a dicha geografÃ-a, que dejaba de tener un objeto de conocimiento
propio.
En el marco de la consolidación y sistematización del positivismo, que tendrá lugar en la segunda mitad
del siglo XIX, dar una respuesta acerca de cuál era el objeto de la geografÃ-a resultaba una necesidad
imperiosa, en especial a partir de la publicación de la obra de Augusto Comte en 1844, que impuso la
definición y clasificación de las ciencias según su objeto de estudio. Las respuestas dadas por Humboldt y
Ritter serÃ-an de escasa ayuda en esta búsqueda. En el caso del primero, se orientaban fundamentalmente al
orden fÃ-sico o natural y, como tales, estaban siendo apropiadas por las diversas ramas de conocimiento
especializado que se constituÃ-an en forma independiente de la geografÃ-a. En el caso del segundo sucedÃ-a
algo similar en lo relativo al conocimiento del orden natural; en cambio, cuando se incorporaba el
conocimiento de lo humano, las explicaciones ritterianas vinculadas con un finalismo teológico y con el
idealismo (la coherencia del todo) eran claramente inaceptables para el modelo positivista. Sin objeto propio y
con métodos no aceptados como cientÃ-ficos, la geografÃ-a enfrenta una situación de incertidumbre que,
sin embargo, coincide con su institucionalización y auge social.
Esta situación de incertidumbre respecto de su condición de ciencia será superada con la asunción del
evolucionismo, que dará fundamento a la definición de un objeto propio para la geografÃ-a: la relación
entre el hombre y el medio. Esta definición permitirá superar la explosión de la geografÃ-a y el creciente
divorcio entre las ciencias de la Tierra y del hombre, dando nuevos fundamentos a un viejo tema de interés
central y recurrente en la geografÃ-a, como es el de la influencia del medio en los seres vivos en general, y en
particular en los hombres.
La comprensión de los fenómenos de la superficie terrestre pasará a ser abordada como resultado de
procesos de interacción entre las condiciones especÃ-ficas que la misma presenta en cada lugar y los seres
vivos que se adaptan a ella. Y esto será válido también para los seres humanos: las diferencias de la
humanidad, esas mismas diferencias que las exploraciones estaban documentando tan acabadamente, pasan a
ser interpretadas como resultado de la incidencia de los factores naturales, diferentes en cada lugar. El
énfasis puesto en esta relación y, en este sentido, más aún de la influencia del medio sobre los hombres,
dará lugar a lo que conocemos como determinismo geográfico; con más precisión, cabe decir que el
evolucionismo dará un fundamento conceptual a nociones de determinación natural que, como ya hemos
señalado, estuvieron presentes en distintos momentos de la historia.
La geografÃ-a se consolidará, asÃ-, como una disciplina con un objeto propio: la relación hombre−medio,
cuyo abordaje puede realizarse a través del método positivista. Ambas cuestiones −objeto propio y
metodologÃ-a cientÃ-fica− le aseguran un lugar entre las ciencias. También adquirirá el carácter de
conocimiento útil para sociedades embarcadas en procesos de definición estatal y expansión colonial: el
discurso determinista dará una explicación −y una justificación− cientÃ-fica a la dominación de otros
pueblos. En qué medida estas cuestiones atravesaron también a la geografÃ-a escolar es un tema que, si
bien será tratado en el último Módulo, conviene señalar ya aquÃ-.
El triunfo del evolucionismo
Ratzel y la antropogeografÃ-a
Página 1 | Página 2
Frederic Ratzel (1844−1905) es considerado como el representante paradigmático de la asunción del
evolucionismo y el positivismo en la geografÃ-a, que se consolida a fines del siglo XIX. Ratzel contará con
una amplia y variada formación; durante sus estudios en la Universidad de Jena tomará contacto con
Haeckel, quien desarrolla los principios básicos de lo que será la ecologÃ-a; estudia también
etnografÃ-a en Munich. Realiza numerosos viajes por Europa y América del Norte como periodista, lo que
9
le brinda oportunidades amplias de observación de la realidad.
Entre sus obras se destacan la AntropogeografÃ-a (dos volúmenes publicados en 1882 y 1891
respectivamente) y la GeografÃ-a PolÃ-tica (1903).
En la obra de este autor se reconocen claramente los postulados positivistas y también los del
evolucionismo. A ellos se suman un minucioso conocimiento de la tradición geográfica, en especial de las
obras de Humboldt y Ritter, y también nociones provenientes de autores como Herder (de quien toma el
ideal nacionalista y la idea de la Tierra como teatro de la humanidad).
Su obra se orienta, en gran medida, al tema clásico de la diferenciación de la superficie terrestre, aunque
enfocándolo especÃ-ficamente en lo relativo a la diferenciación humana. El problema de la unidad de la
especie humana que se manifiesta en grupos o pueblos (razas) tan diferentes −como lo documenta la
etnografÃ-a− exige una explicación que será hallada en la historia que se desarrolla sobre la Tierra, lo que
da lugar a la consideración de las distintas condiciones naturales de los cuadros terrestres (Moraes, 1989).
Las diferencias entre los pueblos son interpretadas como diferencias de civilización, la cual, a su vez,
expresa un determinado nivel de utilización de la naturaleza: cuanto mayor es el nivel de civilización más
intensa es la relación con la naturaleza. Por otra parte, cada pueblo tendrÃ-a una energÃ-a (energÃ-a de los
pueblos) que también estarÃ-a condicionada por las condiciones naturales en las que se desarrolla. Fuerza
del pueblo y condiciones naturales, juntas, definen los niveles de civilización. Este esquema se enriquece con
la consideración de la difusión o movimiento de los pueblos en el espacio; los pueblos más civilizados
tienen la capacidad de expandirse y, con esto, influir sobre otros. A medida que los pueblos se civilizan,
establecen relaciones más complejas con sus espacios, al tiempo que tienden a expandirse.
La cuestión del dominio del espacio adquiere una posición central, y dos conceptos formulados por Ratzel
son fundamentales para dar cuenta de ella:
• uno es el concepto de territorio, entendido como la porción de superficie terrestre apropiada por un
grupo humano; y
• el otro es el concepto de espacio vital, que expresa la necesidad de territorio de una determinada
sociedad, variable según sean su bagaje tecnológico, sus efectivos demográficos o los recursos
naturales disponibles (Moraes, 1989).
AsÃ-, toda sociedad necesita de un territorio en tanto espacio vital, y su defensa pasa a ser un imperativo de la
historia. La historia es vista entonces como una lucha por el espacio, en la que los más fuertes (civilizados)
serán los vencedores. La defensa del territorio será una necesidad fundamental a la hora de comprender el
proceso de organización del Estado; una vez constituido, el Estado adquiere autonomÃ-a y se transforma en
el principal agente del proceso histórico, teniendo entre sus principales intereses el apetito territorial.
A la luz de lo expuesto, pueden señalarse algunas cuestiones importantes para el tratamiento del tema. La
primera es observar que la relación entre condiciones naturales y sociedad, en Ratzel, es más compleja y
mediada que lo que suele reconocerse. La cultura, la tecnologÃ-a, entre otros, están presentes mediando esta
relación, alejándola de las visiones deterministas más simplistas. A pesar de esto, gran parte de los
difusores del pensamiento ratzeliano transmitieron estas últimas visiones, llegando a formular afirmaciones
tales como las que vinculan las regiones planas con el predominio de las religiones monoteÃ-stas (Ellen
Churchil Semple) o, aunque menos burdas pero más difundidas, las que relacionan las condiciones
climáticas con la civilización (según las cuales, por ejemplo, el rigor de los inviernos explicarÃ-a el
mayor desarrollo de la Europa del Norte, o las afirmaciones acerca de la indolencia del hombre tropical
comparado con el industrioso septentrional, que se han utilizado como explicación de las diferencias
10
entre las colonias de Brasil y Estados Unidos).
La segunda es notar la coherencia de estos planteamientos con los intereses de las sociedades europeas
dominantes de ese momento. El planteo ratzeliano es, en gran medida, una explicación cientÃ-fica de lo que
está ocurriendo: expansionismo, colonialismo, consolidación nacional y puja entre estados, orden
capitalista y diferenciación social extrema. Todos estos hechos encuentran su explicación y, más aún, su
justificación. Y más interesante aún es el vÃ-nculo que, en esta justificación, se establece con el orden
natural; esto lleva a la naturalización del orden social y, en concordancia, al carácter necesario de dicho
orden. El darwinismo social resulta bastante evidente. Los distintos pueblos serán ordenados en un orden
evolutivo, desde los más primitivos hasta los más civilizados, abriendo paso a relaciones jerárquicas y de
dominación de los segundos sobre los primeros.
Ratzel y la antropogeografÃ-a
Vinculado con lo anterior, cabe destacar el rol central que adquiere la relación entre Estado y territorio, y la
justificación del expansionismo, que tendrÃ-a bases en una energÃ-a propia y diferencial de los pueblos, y
en sus necesidades territoriales (como su espacio vital). En último término, estas tendrÃ-an razones de
Ã-ndole natural. Estos planteos tendrán importantes consecuencias. Por una parte, serán retomados por
ideólogos de la geopolÃ-tica y darán sustento y justificación a hechos como el expansionismo alemán en
el siglo XX, con nefastas consecuencias. Por otra, y para el campo de la disciplina, llevarán −por reacción−
a un alejamiento o desconsideración del rol de la polÃ-tica en la explicación de la organización espacial,
que perdurará por muchos años.
Nuevamente, y para concluir este tÃ-tulo, resulta de interés dejar instalada la pregunta acerca de las
relaciones entre estos temas, conceptos y enfoques, con los contenidos que serán impartidos por la
geografÃ-a escolar.
Otra forma de asumir el evolucionismo
E. Reclus
La obra de Elisée Reclus expresa también una clara asunción de los postulados evolucionistas que
permiten la comprensión unificada de lo fÃ-sico y lo humano en geografÃ-a. Sin embargo, y a diferencia de
Ratzel, Reclus se aleja del darwinismo social poniendo énfasis en las nociones de armonÃ-a y concordancia
de los hombres y la Tierra.
Este geógrafo francés (1830−1905) tuvo una importante militancia anarquista, que lo llevó a la cárcel y
al exilio. Esto mismo tuvo relación con su alejamiento del mundo académico y universitario francés,
razón por la que en la geografÃ-a oficial fue ignorado por mucho tiempo. Sin embargo, su profusa obra tuvo
gran difusión entre el público, alcanzando a sectores populares que permanecÃ-an ajenos a las
publicaciones académicas. En 1868 publica La Terre, y entre 1876 y 1905 se publican 19 volúmenes de su
Nouvelle Geographie Universelle, una obra en la que describe detalladamente, para cada región, los
movimientos generales que se producen en el globo. En 1905 publica L'homme et la Terre, respecto de cuyos
objetivos el autor expresa:
Hace algunos años (...) Trazaba el plan de un nuevo libro en el que se expondrÃ-an las condiciones del
terreno, del clima, de todo el ambiente en el que se han producido los acontecimientos de la historia, en el
que se mostrarÃ-a el acuerdo de los Hombres y de la Tierra, en el que se explicarÃ-an las actuaciones de los
pueblos, de causa a efecto, por su armonÃ-a con la evolución del planeta. Este libro es el que presento
ahora al lector. (Elisée Reclus, El hombre y la tierra, tomado de Gómez Mendoza, 1994: 217)
En el mismo texto, más adelante, el autor da una muestra acabada de su propuesta de trabajo:
11
La emoción que se siente al contemplar todos los paisajes del planeta en su variedad sin fin y en la
armonÃ-a que les da la acción de las fuerzas étnicas, siempre en movimiento, esa misma dulzura de las
cosas, se siente al ver la procesión de los hombres bajo sus vestimentas de fortuna o de infortunio, pero
todos igualmente en estado de vibración armónica con la Tierra que los lleva y los alimenta, el cielo que
los ilumina y los asocia a las energÃ-as del cosmos. (IbÃ-dem, p. 218)
Los párrafos citados muestran que el autor coloca en lugar central la consideración de la relación entre los
hombres y el medio, pero lo hace poniendo énfasis en ideas de armonÃ-a y concordancia entre ellos
(retomando con esto las ideas de Rousseau). Esta armonÃ-a entre el hombre y la naturaleza está rota, según
el autor, por la constante violación de la justicia entre los hombres, que exige siempre venganza, con lo cual
el desequilibrio se reproduce. La superación de este desequilibrio reposa y reclama cambios en la
organización social, que permitan el imperio de la libertad humana, la que sólo puede garantizarse cuando
el hombre se integra en forma armónica con el orden natural.
La obra de Reclus presenta un gran interés para el tema que nos ocupa, en la medida en que muestra que la
misma matriz positivista y evolucionista que se reconoce en Ratzel puede ser utilizada para dar lugar a formas
totalmente diferentes de seleccionar, tratar e interpretar los mismos temas. Su obra es hoy considerada
fundacional de una geografÃ-a social, en tanto coloca a la organización de las sociedades en un lugar central
para comprender los procesos de organización del espacio geográfico. Sin embargo, fue ignorada por la
geografÃ-a durante mucho tiempo, y recién en las últimas décadas ha sido rescatada y analizada.
Imagen. Tapa de la edición española de El hombre y la Tierra. de Elisée Reclus. Incluye una selección
de textos de la obra original, introducidos por Béatrice Giblin, geógrafa que contribuyó de modo
fundamental al rescate de la obra de este autor.
Reacción antipositivista y geografÃ-a regional
Introducción
Entre los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX tomarán fuerza posturas reacias o
crÃ-ticas al positivismo, en particular respecto de su utilización o pertinencia para el estudio de los
fenómenos humanos, que serán englobadas bajo el rótulo de historicismo.
Por una parte, comenzará a rechazarse la cientificidad positivista, que coloca a las ciencias naturales como
modelo, reconociéndose en cambio la especificidad de las ciencias humanas y abriendo paso a la
consideración de una antinomia entre historia y naturaleza. Por otra parte, se pondrá en duda el objetivo de
formular leyes para los fenómenos sociales, reconociéndose el carácter contingente que los caracteriza;
en lugar de buscar explicaciones causales, se propone alcanzar la comprensión de los hechos. También la
objetividad que rige la relación entre sujeto que conoce y objeto conocido es puesta en cuestión, en la
medida en que quien conoce los hechos sociales está inmerso en ellos, y por lo tanto la distancia entre ellos
es, cuando menos, ilusoria. Las generalizaciones propias del evolucionismo aplicado a lo social también
serán puestas en cuestión, en la medida en que resulta cada vez más evidente la imposibilidad de
acomodar la información que la investigación etnográfica aporta sobre distintos pueblos en una lÃ-nea
evolutiva lineal; en lugar de esto, la indagación se orientará hacia la comprensión de cada sociedad, de su
funcionamiento (esto se conocerá en antropologÃ-a como funcionalismo). Y esto mismo se aplicará
también al conocimiento geográfico, en el que los postulados deterministas no logran superar las
formulaciones vagas y simplistas, sin alcanzar las pretendidas leyes que expliquen de modo universal y
necesario estas relaciones.
El historicismo rescatará la dualidad que Kant ya habÃ-a establecido entre naturaleza y espÃ-ritu,
afirmándose que asÃ- como la primera es el reino de lo necesario, la historia es el reino de la libertad. Las
ciencias que se ocupan del estudio de cada una de ellas, necesariamente, deben ser diferentes. Las ciencias
12
humanas o del espÃ-ritu parten de reconocer que la caracterÃ-stica básica de la humanidad es la historicidad
de los procesos, los cuales acontecen en forma intencional y están atravesados por valores: en ellas la
neutralidad es ilusoria. Y la especificidad de este conocimiento admitirá también otros métodos que no
son el positivista: la intuición, la sensibilidad o el conocimiento empático (contacto directo y total con el
objeto que se quiere observar, netamente sensible), son aceptados como vÃ-as o caminos válidos hacia el
conocimiento.
Como consecuencia de todo esto, el interés se irá desplazando desde la búsqueda de lo regular y
repetible (pasible de formularse en leyes) hacia la consideración de los hechos singulares, cuyas
caracterÃ-sticas particulares serán objeto de comprensión en lo que tienen de único y particular. En
geografÃ-a, estas perspectivas darán lugar al paulatino abandono de las pretensiones de comprender
regularidades, para centrarse en el estudio especÃ-fico de porciones de la superficie terrestre, las regiones.
Es habitual reconocer dos grandes escuelas de geografÃ-a regional, la francesa en torno a la figura de Paul
Vidal de La Blache, y la alemana en torno a Alfred Hettner, cuyos planteos serán continuados y
profundizados, ya cerca de la mitad del siglo XX, por Richard Hartshorne, en Estados Unidos.
La geografÃ-a regional francesa: Paul Vidal de la Blache
Paul Vidal de La Blache (1843−1918) tuvo una enorme influencia en la geografÃ-a. Formado originalmente
en historia, y con sólidos conocimientos de las ciencias naturales, a partir de la década de 1870 se dedica
a la geografÃ-a. Será profesor de la Escuela Normal Superior de ParÃ-s desde 1878, y desde 1898 estará
al frente de la cátedra de GeografÃ-a en la Sorbona, puestos desde los cuales formó a un nutrido grupo de
seguidores.
El pensamiento de Vidal de La Blache se inscribe en el marco de la reacción antipositivista de su
época, y se nutre también de perspectivas espiritualistas que afirman que el espÃ-ritu es
irreductible a la materia y, por lo tanto, contingente respecto de ella.Con esto, rechaza el determinismo
natural y reafirma la libertad humana, oponiéndose asÃ- a los planteos ratzelianos (oposición en la cual,
además, influirán posturas nacionalistas que lo llevan a distanciarse de la tradición alemana).
Abandonar la determinación natural para reconocer el papel de la libertad humana en relación con las
condiciones del medio no implica en Vidal el abandono definitivo del interés por esta relación, sino su
reconsideración en tanto condicionante y facilitador al mismo tiempo, en una relación abierta a múltiples
posibilidades. De aquÃ- el rótulo de posibilismo con que su perspectiva será conocida (término
acuñado por el historiador Lucien Fevre en 1922).
Vidal de La Blache tomará de los planteos funcionalistas la noción de género de vida, definido como el
conjunto de actividades y rasgos de un grupo social, articulados funcionalmente y cristalizados por la
costumbre (la historia), que expresan las formas de adaptación de dicho grupo a las condiciones del medio
geográfico. Esto muestra que el interés por la relación hombre−medio sigue siendo fundamental en
Vidal, pero sin −o incluso, contra− las pretensiones de necesidad y universalidad positivistas.
El género de vida se expresará en una unidad espacial que tendrá caracterÃ-sticas propias,
fundamentalmente una relativa autonomÃ-a funcional. Esta unidad espacial es la región, la que se convierte
asÃ- en objeto privilegiado de estudio para la geografÃ-a. La región tendrá un interés intrÃ-nseco, que
resulta de sus caracterÃ-sticas peculiares y únicas, y el paisaje será la expresión fenoménica de estas
caracterÃ-sticas peculiares, que se manifestará a la observación y a la sensibilidad del investigador, quien a
través de una aproximación empática será capaz de captar la esencia de dicha región.
La región vidaliana permite, de este modo, superar los problemas planteados por el determinismo, sin por
esto abandonar el interés por la relación entre el hombre y el medio. Al mismo tiempo, permite superar la
13
dicotomÃ-a entre el conocimiento sistemático de los distintos aspectos que intervienen en la comprensión
de las especificidades de un lugar (propio de la geografÃ-a sistemática o incluso escindidos de ella y
transformados en campos disciplinarios autónomos) y la descripción detallada de las particularidades de los
lugares. Combina, asÃ-, las grandes tradiciones disciplinarias: conocimiento sistemático de un fenómeno
en su despliegue en la superficie terrestre, por un lado, y conocimiento descriptivo e integrado de las
peculiaridades de un lugar resultantes de la forma especÃ-fica en que estos distintos fenómenos se combinan
él. Y al habilitar la vÃ-a sensible y empática para su estudio, reafirma el carácter humano e histórico de
la construcción regional. El énfasis en la relación de los grupos humanos con su medio tendrá,
asimismo, un carácter polÃ-tico conservador que resulta adecuado a una sociedad que ya se ha consolidado
como Estado nacional y necesita reafirmar la pertenencia de su pueblo (Escolar, 1992).
La propuesta vidaliana, sin embargo, no estará exenta de problemas. Por una parte, la dicotomÃ-a entre lo
humano y lo fÃ-sico permanece subyacente al abordaje regional, y se expresará, en la tradición de las
monografÃ-as regionales , en un tratamiento sistemático y muchas veces desvinculado de uno y otro. Por
otra parte, el énfasis puesto en captar las peculiaridades de la región desembocará en un abandono de la
consideración de la totalidad en la cual dichas regiones se incluyen, la que aparece, en más de un caso,
como la mera suma de las partes (regiones).
El énfasis puesto en la historia y en lo humano permitirÃ-a suponer que la geografÃ-a vidaliana se
aproxima a las ciencias humanas o sociales; sin embargo, Vidal de La Blache negó esta posibilidad, al
afirmar que la geografÃ-a es la ciencia de los lugares y no de los hombres. Con esto, colocó a la geografÃ-a
en una posición de excepción que, más tarde, será blanco de fuertes crÃ-ticas.
La geografÃ-a regional alemana: Alfred Hettner
A modo de presentación general, puede decirse que en esta tradición de estudios regionales es más clara la
adscripción al historicismo y mayor el alejamiento de las posturas orientadas a la comprensión de la
relación hombre−medio.
Alfred Hettner (1859−1941) se desempeñó en la Universidad de Heidelberg, y su trabajo muestra una
mayor preocupación por los problemas teóricos que afectan a la geografÃ-a, en particular el problema
planteado por el dualismo entre una geografÃ-a general y una geografÃ-a regional o corológica.
En un artÃ-culo publicado en 1927 con el tÃ-tulo La geografÃ-a, su historia, su esencia, sus métodos,
Hettner retoma la clasificación que W. Windelband habÃ-a realizado en 1894 de las ciencias que denomina
de la experiencia, las que pueden ser:
• Nomotéticas: las que tratan de alcanzar el conocimiento de las leyes de la naturaleza y se ocupan de
lo constante y permanente. Las diversas disciplinas que se definen por el fenómeno natural que
abordan (botánica, zoologÃ-a, geologÃ-a, etc.) se encuentran entre estas ciencias.
• Idiográficas: son las ciencias que se ocupan de los hechos únicos y singulares, y de sus
circunstancias en el tiempo y en el espacio. La historia y la geografÃ-a se encuentran entre estas
ciencias.
Este autor planteará explÃ-citamente que el núcleo de la geografÃ-a se encuentra en la segunda
perspectiva, la corológica o regional, por lo que define a la geografÃ-a como una ciencia idiográfica. La
especialización de los contenidos tradicionales de la geografÃ-a general habÃ-a llevado a la dispersión de
sus contenidos entre un amplio conjunto de disciplinas, siendo esta una razón central que impide que sea el
núcleo de la disciplina.
Para Hettner, la geografÃ-a debe abordar las diferencias localizadas en la superficie terrestre, descubriendo
unidades espaciales, definiéndolas y comparándolas entre sÃ- (Capel, 1981: 321). El objetivo es, en
14
definitiva, relevar el carácter variable de la superficie terrestre, captando la diferenciación de áreas. Estas
áreas son las regiones y, al trabajar con ellas, la geografÃ-a adquiere su carácter idiográfico y define un
objeto de estudio que le es propio. Por otra parte, si bien el estudio sistemático también se reconoce como
importante, el mismo debe estar en función de las necesidades del análisis regional.
La geografÃ-a regional: a modo de cierre
La geografÃ-a regional, desde sus distintas vertientes, se instalará como el fin último de la geografÃ-a, y el
estudio de la región será su objeto privilegiado, exclusivo y no cuestionado. Aun reconociendo las
diferencias que fueron surgiendo a lo largo del tiempo (por ejemplo en las formas de definir la región, o
en los métodos aplicados para su estudio) imposibles de reseñar aquÃ-, puede decirse que el estudio
regional fue absolutamente dominante durante la primera mitad del siglo XX, y en muchos paÃ-ses durante
bastante tiempo más.
Desde irrelevantes e ingenuas descripciones hasta sólidos y fundamentados estudios, los más diversos
productos tuvieron cabida en la geografÃ-a regional. Todos ellos se caracterizaron, más allá de sus
diferencias, por ocuparse del análisis minucioso de una porción acotada de la superficie terrestre,
procurando captar sus rasgos distintivos y peculiares, lo que cada una de ellas tenÃ-a de único y particular.
Produjeron un importantÃ-simo acervo de información empÃ-rica sobre los lugares más diversos del
planeta, que alimentó fundamentalmente los discursos escolares pero que también tuvo importancia para
la gestión y para la formación general de los individuos.
Por otra parte, el carácter idiográfico de la geografÃ-a, su condición de ciencia excepcional, fue
alejándola del resto de las disciplinas cientÃ-ficas, llevándola a cierto aislamiento, lo que dificultó la
interacción y el mutuo enriquecimiento. La endeblez teórica de las propuestas regionales se fue haciendo
cada vez más evidente a medida que el contexto cientÃ-fico cambiaba y la tarea de los geógrafos se hacÃ-a
cada vez más difusa en sus objetivos, al punto de tener que concluir definiendo a la geografÃ-a como
aquello que los geógrafos hacen. Sin embargo, y más allá de todas estas cuestiones, el interés por la
comprensión de las caracterÃ-sticas peculiares de los lugares −regiones− no disminuyó; por el contrario,
una y otra vez volverá a instalarse como tema de interés y trabajo de la geografÃ-a.
La geografÃ-a cuantitativa o nueva (New Geography)
El positivismo y los grandes cambios metodológicos
Dado que representa una excelente sÃ-ntesis del contexto en el que esta perspectiva geográfica se inscribe,
conviene reproducir un párrafo del texto de Capel y Arteaga sobre Las nuevas geografÃ-as:
Durante los años 1940 a 1960 se generalizan en todas las ciencias humanas grandes cambios
metodológicos. Estos están en relación con el triunfo de un nuevo positivismo que deja sentir su influencia
tanto en la filosofÃ-a como en la ciencia. Se vuelve a insistir ahora en la vieja idea positivista de la unidad de
la ciencia, en la búsqueda de un lenguaje común, claro y riguroso, que permita dar validez general (o
intersubjetiva) a los resultados. Se acepta otra vez el reduccionismo naturalista que considera las ciencias de
la Naturaleza como modelo de toda cientificidad y se pone de nuevo el énfasis en la explicación, en la
búsqueda de leyes generales como camino para conseguir lo que ha de ser la auténtica meta cientÃ-fica:
la predicción. Se postula, por último, la neutralidad de la ciencia, excluyéndose de ella los juicios de
valor y afirmando el carácter objetivo y descriptivo del trabajo cientÃ-fico. (Capel y Urteaga, 1984: 26)
Este regreso de las perspectivas positivistas, que acontece fundamentalmente en el mundo anglosajón, se
vincula en gran medida con un contexto socioeconómico que vuelve a valorar fuertemente el conocimiento
para la acción y la toma de decisiones, cargando a la ciencia y sus resultados de una marcada positividad. El
positivismo, por otra parte, se verá enriquecido con la asunción de posturas que se proponen superar el
15
camino inductivo, enfatizando en cambio en el camino o método hipotético deductivo que, partiendo de
postulados teóricos, intenta la verificación de las hipótesis propuestas, a través de la observación
controlada de la realidad y la utilización de un lenguaje universal y unÃ-voco: el matemático.
En este contexto, las tradicionales explicaciones de la geografÃ-a regional serán fuertemente cuestionadas, y
el artÃ-culo que Fred Schaeffer publica en 1953 criticando lo que él denominó el carácter
excepcionalista de la geografÃ-a puede considerarse como el manifiesto de dicho cuestionamiento. La
descripción de lo único y particular (la descripción regional) será cuestionada por ser insuficiente, ya que
no permite alcanzar la formulación de leyes o principios generales, ni está organizada a partir de alguna
teorÃ-a a cuya comprobación contribuya, y al mismo tiempo permita explicar los hechos observados. El
énfasis en la teorÃ-a llevará a que esta perspectiva reciba el nombre de geografÃ-a teorética.
También recibirá el nombre de geografÃ-a cuantitativa por el énfasis puesto en los modelos y lenguaje
matemático y en el uso de técnicas estadÃ-sticas. La búsqueda de regularidades subyace al tratamiento
de grandes cantidades de información, práctica que se beneficia por el desarrollo de herramientas
computacionales que la facilitan. El denominado análisis locacional será uno de los ejes de la
producción, orientada a comprender las pautas que explican la distribución de los fenómenos en el
espacio, encontrando las regularidades y formulándolas en términos de leyes o principios
probabilÃ-sticos. El estudio de los sistemas de asentamiento urbano, de la localización espacial óptica de
industrias y servicios, las dinámicas de flujos espaciales o la distribución de usos y costos de la tierra en
función de la distancia son ejemplos del tipo de temáticas que se abordaron desde estas perspectivas.
La nueva geografÃ-a tuvo la virtud de poner en cuestionamiento, y movilizar, a la tradicional geografÃ-a
regional, obligándola a salir de su aislamiento y de su conformismo, llevándola hacia preocupaciones
teóricas compartidas con el resto de las ciencias, e incitándola a experimentar con metodologÃ-as nuevas y
rigurosas , en el marco de diseños de investigación altamente formalizados.
Sin embargo, rápidamente esta tendencia también fue objeto de crÃ-ticas, muchas de ellas llevadas
adelante por algunos de los geógrafos que habÃ-an tenido destacada actuación en ella, como David
Harvey o William Bunge. Estas crÃ-ticas se inscriben en tendencias más amplias de contestación social
que tendrán lugar a partir de fines de los años sesenta. Y el argumento central de estas crÃ-ticas será
claro y contundente: el orden espacial que la nueva geografÃ-a analiza es, en rigor, la expresión de un orden
social, el capitalista, cuyas caracterÃ-sticas quedan fuera de toda posibilidad de indagación mediante este
modelo de cientificidad.
Radicalismos geográficos
La determinación del espacio geográfico a partir de los procesos sociales
Con el nombre de geografÃ-as radicales se menciona un conjunto de perspectivas geográficas
caracterizadas, en términos generales, por su posición de compromiso con la transformación social y sus
aspiraciones de convertir a la geografÃ-a en un instrumento para dicha transformación. Estas perspectivas se
consolidan entre finales de la década de 1960 y la de 1970 en los medios académicos de los paÃ-ses
desarrollados de Europa y América del Norte. Coincide con un contexto de efervescencia y contestación
social, del que el Mayo francés, de 1968, es un hito por todos conocido.
Las razones que llevan al surgimiento y consolidación de este movimiento son heterogéneas pero, más
allá de estas diferencias, las crÃ-ticas al orden socioeconómico imperante son el telón de fondo que
permite considerarlas en conjunto. Por una parte, el reconocimiento de que las expectativas positivas
instaladas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial no se habÃ-an cumplido en términos del mejoramiento
de las condiciones de vida de la población mundial, siendo que por el contrario las diferencias se habÃ-an
acentuado, lleva a una actitud de crÃ-tica y desencanto respecto del modelo de desarrollo dominante; la
16
constatación de las enormes desigualdades en el consumo entre ricos y pobres, sean paÃ-ses o grupos
sociales dentro de los mismos paÃ-ses ricos, está en la base de esto. Por otra parte, las crÃ-ticas al
conocimiento cientÃ-fico estarán a la orden del dÃ-a, en tanto se denuncia su carácter funcional al sistema
y las nefastas consecuencias de sus desarrollos (carrera nuclear, problemas ambientales, etc.); también se
denunciará su pretendida neutralidad como un mecanismo claramente ideológico.
El movimiento tuvo caracterÃ-sticas disÃ-miles en el mundo anglosajón, particularmente Estados Unidos, y
en el contexto europeo, centralmente Francia, por lo que es conveniente tratarlos en forma separada. La
geografÃ-a radical anglosajona se organizó fundamentalmente en torno a la crÃ-tica a la geografÃ-a
cuantitativa (New Geography), y tuvo entre sus principales actores a muchos de los geógrafos que habÃ-an
tenido roles destacados en ella. AsÃ- por ejemplo, el propio David Harvey denunciará a principios de la
década del setenta que la geografÃ-a cuantitativa ha producido resultados poco interesantes, y que el
uso de técnicas estadÃ-sticas ha llevado a decir cada vez menos cosas sobre cuestiones cada vez más
irrelevantes. El énfasis en los métodos que esa postura habÃ-a sostenido es ahora denunciado, tanto por
el carácter naturalizante que su matriz positivista conllevaba, como por haber desviado o bloqueado las
posibilidades de reflexión epistemológica y conceptual. Se denunciarán también las pretensiones de
neutralidad de estas posturas, indicando que no sólo ella no existe, sino que por detrás de su asunción se
esconden valores implÃ-citos que son asumidos acrÃ-ticamente.
El movimiento coincide también con la difusión de la tradición de estudios marxistas en el contexto
norteamericano, que habÃ-a estado bloqueada en el contexto de la Guerra FrÃ-a; en este sentido, se
producirán fuertes debates y notables aportes teóricos a partir del rescate de la larga tradición de estudios
sociales que, partiendo de la obra de Marx, se habÃ-a desarrollado hasta el momento sin que la geografÃ-a
tomase contacto con ella (por ejemplo los resultados de la labor llevada a cabo por los miembros de la
Escuela de Frankfurt). La geografÃ-a radical toma con esto el carácter de geografÃ-a de izquierda, de base
marxista, que debe estar comprometida con el cambio social, e intervenir activamente en su consecución.
La revista Antipode. A Radical Journal of Geography, que comienza a publicarse en 1969 con la
responsabilidad editorial de Richard Peet, será el principal medio de difusión de estas nuevas propuestas.
La realización de las denominadas expediciones geográficas, por ejemplo a los barrios pobres que en
algunos casos rodeaban a los campus universitarios estadounidenses, también cobrará importancia como
forma de articular el mundo académico con la sociedad en general y los pobres en especial,
involucrándose en sus problemas y necesidades. El asesoramiento a movimientos ciudadanos o polÃ-ticos es
otra forma de intervención que concita el interés de estos geógrafos.
La geografÃ-a radical es una geografÃ-a eminentemente social, en la medida en que la organización espacial
será vista como producto de los procesos sociales y, especÃ-ficamente, del modo de producción
capitalista. Para comprender esta organización social, por lo tanto, ya no sirven ni su mera descripción (a la
manera de la geografÃ-a regional tradicional) ni el descubrimiento y formalización de su morfologÃ-a (a la
manera del análisis locacional del cuantitativismo). Se requiere ahora centrar la mirada en los procesos
sociales, pues el espacio, y especÃ-ficamente su organización, es el resultado de los mismos.
Nuevos temas serán privilegiados por esta perspectiva, como por ejemplo los vinculados a la pobreza y el
subdesarrollo, la marginación de las minorÃ-as, las condiciones de vida urbana o la violencia y los
conflictos sociales. Otros temas serán revisados y planteados desde el nuevo enfoque, como es el caso de
los guetos étnicos en las ciudades norteamericanas, tema que habÃ-a concitado gran interés en el
cuantitativismo (por ejemplo mediante el desarrollo de modelos para prever las tendencias de su
expansión espacial), vistos ahora como consecuencia de un determinado modelo de organización
social que explica su presencia y sus tendencias de cambio. En general, los temas urbanos tuvieron una
gran presencia en esta perspectiva.
La geografÃ-a radical francesa tuvo caracterÃ-sticas un tanto diferentes.
17
Por una parte, el contexto francés habÃ-a mantenido una tradición de estudios marxistas, por lo que su
recuperación no tuvo lugar como en Estados Unidos; incluso en el marco de perspectivas regionales, la
presencia de geógrafos adscriptos polÃ-ticamente a esta tendencia habÃ-a dado lugar a obras que reflejaban
esta tradición; sin embargo, el contexto crÃ-tico también fue muy fuerte, y esta tradición marxista tuvo
nuevo impulso también aquÃ-. Por otra parte, la crÃ-tica radical tuvo en Francia un blanco diferente, pues
se orientó contra la geografÃ-a regional tradicional.
En Francia, la revista que cumplió un papel central en este movimiento fue Herodote, que comenzó a
publicarse a mediados de los años setenta por iniciativa de Ives Lacoste, un conocido geógrafo francés
con una larga tradición de estudios regionales. En esta revista, por ejemplo, tuvo lugar el rescate de un viejo
geógrafo como Elisée Reclus, que habÃ-a sido olvidado por la geografÃ-a académica.
La geografÃ-a radical francesa centró sus crÃ-ticas en el carácter supuestamente ingenuo e irrelevante de
la geografÃ-a regional, y en particular en su relación con la formación de profesores y el contenido escolar.
En su libro GeografÃ-a, un arma para la guerra, Ives Lacoste denunció a esta geografÃ-a de los profesores
como una cortina de humo que, instalando en la formación básica destinada a toda la población la idea de
una geografÃ-a memorÃ-stica e irrelevante, ocultaba los verdaderos alcances del saber geográfico. Estos
alcances sÃ- eran valorados, en cambio, por lo que él denomina la geografÃ-a de los estados mayores, esto
es, por los grupos de poder que estaban en condiciones de valorar y utilizar en función de sus intereses el
conocimiento pretendidamente neutro o ingenuo del trabajo regional, dando ejemplos de que efectivamente
asÃ- lo hacÃ-an.
Más allá de las diferencias que las perspectivas radicales muestran entre sÃ-, hay algunos elementos
comunes que merecen ser rescatados. En primer lugar, el movimiento radical significó para la geografÃ-a
una instancia de aproximación a la tradición de estudios sociales muy importante, que rompió
definitivamente con el aislamiento de esta ciencia excepcional. Para bien o para mal, la geografÃ-a se vio
obligada a incorporarse a foros de discusión cientÃ-fica, compartir conceptos, justificar resultados; ya no fue
suficiente decir que la geografÃ-a era lo que los geógrafos hacen para justificar la pertinencia o relevancia de
sus resultados. Y esto dio lugar a un proceso de enriquecimiento de la disciplina que es insoslayable.
En segundo término, la geografÃ-a se vio obligada a revisar sus fundamentos teóricos y a desarrollar
nuevos, que permitiesen justificar su existencia. La noción de producción social del espacio ocupa aquÃun lugar central, ya que es la que permite articular el estudio del espacio con el de lo social en general. Por
supuesto, esto sacude viejas estructuras conceptuales vinculadas a la relación entre hombre, medio y
organización espacial, que se habÃ-an mantenido en precario equilibrio por mucho tiempo (al decir de
algunos, por demasiado tiempo). Otro tanto sucede con la dicotomÃ-a entre geografÃ-a humana y geografÃ-a
fÃ-sica, y por supuesto con los problemas del determinismo ambiental y el análisis regional.
La geografÃ-a radical tampoco estuvo exenta de crÃ-ticas, y quizás la más importante se vincule
también con la noción precitada. El énfasis puesto en lo social y la consideración del espacio como un
reflejo supusieron el riesgo de que el estudio de este acabara perdiendo sentido. En efecto, si el espacio es un
mero reflejo de lo social, deberÃ-a ser suficiente con estudiar lo social para comprenderlo. Y en efecto, en
más de un caso las investigaciones realizadas llevaron, de hecho, a esta situación. El mismo orden social
−en esencia, el capitalista− daba cuenta de todas las formas de organización espacial posibles, con lo cual los
alcances del conocimiento derivado de estos estudios terminaba siendo limitado. Por otra parte, el énfasis
puesto en la teorÃ-a y en la conceptualización, en muchos casos acabó desdibujando el papel de lo
empÃ-rico; se produjo asÃ- una especie de movimiento pendular, que al tratar de alejarse del empirismo
extremo de las propuestas tradicionales acabó produciendo una geografÃ-a vaciada de estos contenidos y
centrada en afirmaciones generales que no hacÃ-an más que reiterar lo que ya habÃ-a sido establecido, en
muchos casos, por autores clásicos de las ciencias sociales.
Sin embargo, estas crÃ-ticas también dieron lugar al desarrollo de propuestas que intentan superarlas,
18
dando origen a lo que en términos generales se conoce como geografÃ-as crÃ-ticas. Si bien estos
desarrollos se retomarán en el Módulo 2, cabe aquÃ- indicar que los mismos se han centrado,
precisamente, en tratar de comprender el papel que el espacio tiene en los procesos sociales, teniendo en
cuenta su contenido de naturaleza e historia. Ni mero contenedor ni mero reflejo, el espacio geográfico
seguirá, asÃ-, ubicándose en un lugar central para la disciplina.
Los "humanismos" geográficos
La perspectiva antropocéntrica
Los individuos entran a escena serÃ-a una expresión útil para introducir estas perspectivas geográficas.
En efecto, y más allá de la extrema diversidad de propuestas que se engloban bajo el rótulo de
humanismos geográficos, todas ellas comparten el hecho de poner énfasis en los individuos y en los
factores subjetivos asociados a ellos. Se trata de perspectivas antropocéntricas, esto es que colocan a los
individuos en el núcleo de interés. Buscan un enfoque holÃ-stico de la realidad, evitando las
fragmentaciones temáticas mediante la centralidad de la experiencia humana (GarcÃ-a Ramón, 1985).
Un antecedente importante lo constituye la denominada geografÃ-a de la percepción, inscripta originalmente
en el marco cuantitativo, que buscó dar cuenta de aquellos aspectos que no podÃ-an ser entendidos mediante
la indagación de la racionalidad dominante, a través de la captación de los aspectos vinculados con la
percepción subjetiva de los individuos. Por ejemplo, ya en la década del sesenta se realizaron estudios
que permitieron captar los valores subjetivos que los habitantes otorgaban a ciertos lugares de sus
ciudades, lo que permitÃ-a explicar los desvÃ-os que el precio del suelo mostraba respecto del
comportamiento esperado según los modelos de costo−distancia. Otro tanto sucede con la percepción
de riesgos, fuertemente condicionada por valores culturales, que desvÃ-a el comportamiento de las
personas de los parámetros racionales esperables.
Basadas en perspectivas fenomenológicas y existencialistas, estas miradas geográficas pondrán énfasis
en la subjetividad, cuestionando la existencia de un mundo objetivo independiente de la existencia del
hombre. La experiencia es la base del conocimiento, y por lo tanto la experiencia individual debe ser
considerada. EspecÃ-ficamente, en geografÃ-a interesa la relación entre la experiencia y la dimensión
espacial, que se plasmará en conceptos tales como el de mundo vivido, que remite a la conjunción de
hechos y valores que abarca la experiencia cotidiana personal, o el de lugar, entendido aquÃ- como un
espacio concreto cargado de significado para el ser humano, que está unido a él por una vinculación
afectiva o emocional.
En algunos casos, estas perspectivas se proponen como complementarias de otras, procurando un
entendimiento más acabado del objeto de estudio. Es el caso, por ejemplo, de los trabajos que plantean la
consideración de dimensiones ideológicas o subjetivas en articulación con las estructurales, para
comprender una determinada forma de organización espacial. Se reconoce asÃ- que, si bien un
determinado espacio puede estar organizado en función de las lógicas dominantes (por ejemplo, la
capitalista) el mismo es también un lugar cargado de significados para los individuos que lo habitan; todo
junto, se especifica en ese lugar y le otorga peculiaridad.
En otros casos, las dimensiones subjetivas cobran absoluta centralidad, dejando de lado la consideración de
las estructuras. El hombre pasa a ser el núcleo de estas indagaciones, interesadas en comprender sus acciones
a partir de como él mismo las entiende y valora, contribuyendo con esto a que se comprenda a sÃ- mismo.
La distinción entre sujeto y objeto, al igual que las pretensiones de objetividad y neutralidad, pierden gran
parte de su sentido en estas perspectivas. La búsqueda de explicación es reemplazada por la comprensión.
Las metodologÃ-as participativas son privilegiadas, en tanto permiten una mayor proximidad y compromiso.
Y los objetos de indagación se multiplican: literatura, films y representaciones (pinturas, mapas, etc.) son
19
fuentes para comprender el valor del espacio y poder comprender, a través de esto, sus caracterÃ-sticas.
A modo de cierre desde la preocupación por la enseñanza
La geografÃ-a llevada a la práctica escolar
Los contenidos que se han abordado en este Módulo remiten a lo que habitualmente se denomina historia del
pensamiento geográfico, cuyo valor reposa en general en las posibilidades que brinda para reflexionar sobre
la propia disciplina. Pero cabe preguntar aquÃ-, y lo hacemos a modo de cierre, qué sentido tiene incluir
este tratamiento cuando lo que nos interesa es la geografÃ-a escolar, la enseñanza de la geografÃ-a.
Entendemos que estos contenidos resultan fundamentales a la hora de comprender nuestra práctica docente
en las escuelas y, más aún, cuando nos interesa transformarla para cumplir mejor con nuestros objetivos
educativos. Suele suceder que los docentes no tenemos acabado conocimiento de los orÃ-genes y
fundamentos del contenido de nuestra disciplina, de los temas que incluimos y de las perspectivas desde las
cuales los abordamos. La evaluación de nuestro quehacer, en términos del contenido disciplinar, resulta
por esto muy difÃ-cil de realizar. Lo mismo sucede con la incorporación de nuevas perspectivas y temas,
muchas veces incentivada por cambios curriculares o por tendencias y modas, en la medida en que no tenemos
herramientas suficientes para evaluarlas y enfrentarlas.
Gran parte de lo expuesto en este Módulo atraviesa, de múltiples y muchas veces contradictorias maneras,
nuestra práctica docente, y también nuestra formación como profesores. Apropiarnos de estos
fundamentos nos permitirá organizar mejor nuestro quehacer y, más aún, ponerlo en relación con los
desafÃ-os que se nos presentan para resolverlos adecuadamente. En tiempos de cambio como los actuales, los
profesores de geografÃ-a hemos enfrentado reiteradamente la sensación de que nada de lo que hacemos y
sabemos tiene relación con lo nuevo que nos piden que hagamos de ahora en más, lo que nos lleva a la
desvalorización y la parálisis. Frente a esto, y para hacer frente a esto, proponemos lo contrario: sólo a
partir de lo que sabemos podremos transformar. Y los contenidos aquÃ- expuestos se orientan a esto.
Para seguir andando, los invitamos a reflexionar en torno a su presencia o ausencia en vuestra formación
y vuestras clases, preparándonos con esto para los próximos Módulos.
BIBLIOGRAFÃA
• AGNEW, John; David Livingstone & Alisdair Rogers, Human geography. An essential anthology
(1996), Oxford, Blackwell Publishers.
• BROEK, Jan O. M. (1967) , GeografÃ-a. Su ámbito y su trascendencia, México, UTEHA.
• CAPEL, Horacio (1981) , FilosofÃ-a y ciencia en la geografÃ-a contemporánea. Una introducción
a la GeografÃ-a, Barcelona, Barcanova.
• CAPEL, Horacio y Luis Urteaga (1984) , Las nuevas geografÃ-as, Barcelona, Salvat.
• ESCOLAR, Marcelo (1997), "Exploration, cartography and the modernization of state power",
International Social Science Journal, 151: 55−75, march, Nueva York, Blackwell y Unesco.
• ESCOLAR, Marcelo (1992), "La armonÃ-a ideal de un territorio ficticio", Boletim de Geografia
Teorética, Rio Claro, 22(43−44): 339−348.
• GARCÃA RAMÓN, MarÃ-a D. (1985), TeorÃ-a y método en la geografÃ-a humana
anglosajona. Barcelona, Ariel, 1985.
• GÓMEZ MENDOZA, Josefina, Julio Muñoz Jiménez y Nicolás Ortega Cantero (1994), El
pensamiento geográfico. Estudio interpretativo y antologÃ-a de textos (De Humboldt a las
tendencias radicales). Segunda edición corregida y ampliada. Madrid, Alianza (Universidad
Textos).
• JOHNSTON, R.J. (1986), Geografia e geografos (a Geografia Humana angloamericana desde 1945),
San Pablo, Difel.
20
• LIVINGSTONE, David N. (1992), A Brief History of Geography, en Rogers, A., Villes, H., Goudie,
A. (eds), The Student´s Companion to Geography, Oxford, Blackwell, pp. 27−35.
• MORAES, Antonio Carlos Robert (1989), A genese da geografia moderna, San Pablo,
Hucitec/Edusp, 1989.
• QUAINI, Massino (1981), La construcción de la geografÃ-a humana, Barcelona, Oikos−tau.
• SALINAS ARAYA, Augusto (2002), Eratóstenes y el tamaño de la Tierra (S. III. A.C.), Revista
de GeografÃ-a Norte Grande, 29: 143−148, Pontificia Universidad Católica de Chile, Instituto de
GeografÃ-a, Santiago, Chile, ISSN: 0379−8682.
• UNWIN, Tim (1995), El lugar de la geografÃ-a, Madrid, Cátedra.
• VALCÃRCEL, José Ortega (2000), Los horizontes de la geografÃ-a. TeorÃ-a de la geografÃ-a,
Barcelona, Ariel (GeografÃ-a).
21
Descargar