Lectura " La Laguna Durmiente"

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La laguna durmiente. Cuentos de naturaleza. Escritores Chilenos.
Había una vez un joven pino que vivía en un bosque dominado por elegantes alerces.El
árbol se llamaba Eladar y sus ramas siempre eran las elegidas por las aves para armar
sus nidos. Por lo que en primavera sus hojas se cubrían de poemas, cantos y arrullos de
amor. Cerca del árbol una pequeña laguna durmiente alimentaba con su belleza la flora
del lugar. Se llamaba Esmeralda y sus aguas eran tan transparentes que muchas estrellas
se acercaban a sus lindes y se quedaban contemplando hasta que el sol marchitaba sus
figuras.
Cierta noche, cuando la luna lavaba sus cabellos plateados en la parte más profunda de
la laguna, Eladar abrió los párpados y se quedó observando el rostro de Esmeralda.
Como era costumbre, muchos sueños flotaban sobre la superficie de la laguna. Sin
embargo ninguno era lo suficientemente hermoso para opacar su apacible rostro. Poco a
poco el árbol se fue inclinando. Deseaba observarla de más cerca. Junto a su copa,
muchas ramas también se inclinaron. El pino no pudo reprimir el impulso de alargar una
de sus ramas y acariciar su faz. Pero más que sentir el roce de las aguas sintió cómo si
tocara su propio corazón. Su sabia se volvió fría, haciéndole que extraños temblores
sacudieran sus hojas. Temeroso de sus sentimientos retiró la rama y trató de erguirse,
pero en el momento que lo hacía una suave voz lo retuvo.
“¿Por qué te alejas?”, indicó la laguna.
“Discúlpame bella laguna. Fue un accidente. No quise tocarte con mis ramas”, trató de
excusarse el árbol.
“Pero no fue el rose de tus ramas que me despertó”.
“¿Entonces qué fue?
“Fue la tibieza de tu sabia que lo hizo”.
Desde esa noche Esmeralda dejó atrás sus sueños e inició un hermoso romance con
Eladar. Por la sabia del pino corrían sonrisas, la que hizo florecer maravillosas flores,
que cada tarde, cuando los rayos del sol declinaban en el horizonte, dejaba caer sobre
las aguas de la laguna. Esmeralda sonreía al observar los lindos obsequios de su amado.
Su sonrisa estaba acompañaba por bellos destellos que enceguecían a quienes la
miraban fijamente. Y fue uno de esos destellos que llamó la atención del gran coloso
que vivía en las montañas. Era un terrible volcán llamado Llaima, quien se creía el
dueño de los valles y el bosque que lo circundaba. El volcán siempre había deseado a la
laguna. Por largos siglos esperó que despertara para declararle su amor. Utilizando a
negras aves como espías, averiguó con pesar que Esmeralda había iniciado un romance
con un árbol que vivía en sus inmediaciones.
La noticia irritó al Llaima. Desde ese momento sus ojos no se movieron del lugar donde
habitaba Esmeralda. Con angustia era testigo de los hermosos destellos que brotaban de
sus aguas y los murmullos de felicidad que se agitaban en el viento. Poco a poco los
celos carcomieron su corazón, invadiéndolo con espesos nubarrones, cargados de
truenos y relámpagos. Una tarde unos de sus mensajeros le comunicó de la pronta boda
de la laguna con su prometido. La funesta noticia lo cegó de ira. Torrentes de lava
hirviente fluyeron desde su corazón y se ramificaron por sus venas. Densas nubes
negras brotaron de sus horrorosas fauces y se esparcieron por el diáfano cielo.
A lo lejos, en medio de los preparativos de la boda, Esmeralda y Eladar escucharon
aterrados el pavoroso rugido del volcán. En pocos minutos el cielo se cubrió de cenizas
y espantosos temblores sacudieron los cimientos de la tierra. Pero eso sólo era el
principio, pues Llaima no tardó en arrojar grandes torrentes de lava que se abrieron
camino en dirección al bosque. Todo lo que tocaban lo transformaban en llamaradas y
muerte.
Ante el avance de la lava el árbol y la laguna se miraron largamente. En sus ojos
brotaban lágrimas y palabras de amor inconclusas. Al ver que un río de lava se abría
paso en dirección a su amada, el árbol empezó a ladearse. Por más suplicas de
Esmeralda, el joven pino continuó con su tarea hasta que se liberó por completo de sus
raíces, arrojándose sobre la rivera de la laguna.
Cuando llegó la hiriente lava a los márgenes de la laguna se encontró con un fornido y
esbelto tronco que le impedía el paso. Llena de furia, la lava laceró con látigos de fuego
la corteza del pino. Pero por más que insistía, ninguna herida era suficientemente nociva
para hacerlo desistir. Cansada de la lucha la lava se fue adormeciendo hasta convertirse
en roca.
Esmeralda se aproximó al árbol. Gran parte de su corteza estaba quemada. La tibia sabia
que acostumbraba a fluir por sus venas había cesado. La laguna socavó la tierra y tomó
el cuerpo inerte de Eladar. Lentamente lo fue llevando hasta al fondo donde lo abrazó
con sus lágrimas. Dándole la espalda al sol abrió una grieta en su corazón y dejó escapar
su alegría. Esmeralda cerró sus párpados y volvió a dormirse. Una extraña niebla cubrió
sus aguas. Sus sueños errantes volvieron donde ella, cubriendo sus aguas de extraños
espejismos. En uno de los cuales una princesa dormía apaciblemente a los pies de un
esbelto pino, mientras cientos de mariposas revoloteaban alrededor de una larga rama
que acariciaba el cabello dorado de la bella mujer.
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