E L ESPÍRITU DE LAS BIENAVENTURANZAS Fr. Javier Álvarez, OSH Monasterio Santa María del Parral (Segovia) La verdadera alegría está en la lucha, en el esfuerzo, en el sufrimiento que supone la lucha, y no en la victoria misma. Gandhi 1. EL ESPÍRITU DE LA ANTIGUA ALIANZA: EL DECÁLOGO 1.a. Revelación veterotestamentaria. 1.b. Negando para afirmar. 2. EL ESPÍRITU DEL EVANGELIO: LAS BIENAVENTURANZAS 2.a. De Moisés a Jesús. 2.b. El “discurso del Monte”: Carta Magna del Reino. 2.c. Renovación de la Alianza: Una alianza nueva y eterna. 2.d. Las bienaventuranzas programa positivo. 2.e. ¿Mateo y Lucas?, ¿Mateo o Lucas?. 3. DIOS Y EL HOMBRE: DON Y TAREA 3.a. El tiempo de la promesa. 3.b. El tiempo del don. 3.c. La tarea del hombre. 4. LA VIDA MONÁSTICA, ENCARNACIÓN DE LAS BIENAVENTURANZAS 4.a. La vida monástica, ¿encarnación de las bienaventuranzas?. 4.b El don del encuentro y de la mirada. 4.c. Las bienaventuranzas: programa positivo para los monjes. 5. CONCLUSIÓN 1 1. EL ESPÍRITU DE LA ANTIGUA ALIANZA: EL DECÁLOGO 1.a. Revelación veterotestamentaria La Historia sagrada, en la que el narrador quiso transparentar el designio de Dios, está entreverada, desde los orígenes del mundo hasta la muerte de Moisés, de textos legislativos (leyes) de distintos órdenes; aparecen en la creación (Gen 2, 23), en la alianza de Noé (9, 1-7), en la de Abraham (17, 9-14), en el éxodo (Ex 12, 1-28. 43-51), en la alianza del Sinaí y durante la permanencia en el desierto (Ex 20, 1-17; 20, 22-23; 25, 31...). El concepto de “alianza” está íntimamente vinculado tanto a la ley como a la historia del pueblo de Israel. Y, además, no es un concepto unívoco, ya que no responde a un principio abstracto, sino que expresa la relación entre Dios y su pueblo. Por tanto, variará dependiendo del caso concreto en que esa alianza ha sido establecida y de la identidad de sus compromisarios. La alianza (berît) es, en primer lugar, una experiencia humana interpersonal. Se producen pactos y acuerdos personales, intergrupales o entre pueblos. Los objetivos son muy diversos: ayuda mutua, paz (Gen 14, 3), pactos de amistad, matrimonio o, como es frecuente escuchar en nuestros días, “pactos de gobierno”. Estos pactos entre hombres suelen ser, con todo, pactos desiguales en los que el poderoso establece los términos en virtud de los cuales presta ayuda al débil, a cambio, en muchos casos, de la sumisión de éste. Sin embargo, la alianza entre Dios y su pueblo, aunque se asemeja a estos pactos “humanos”, se realiza de un modo diferente. Es Dios quien decide establecer el pacto, revelando, de este modo, que su designio para el hombre es la salvación. Quien da el primer paso, por tanto, es Dios, que desea vivir una vida de comunión con el hombre. Esta idea es fundamental para la doctrina de la salvación. Además, la promesa otorgada a nuestros padres en la alianza establecida por Yahveh, conlleva un compromiso por parte del pueblo. Si cumple las condiciones de la alianza, tiene aseguradas las bendiciones; si el pueblo falta a su palabra, él mismo se condena a las maldiciones (Cf Ex 23, 20-33; Dt 28; Lev 26). 2 Estas disposiciones aparecen diseminadas por todo el Pentateuco pero se “resumen” en el llamado “decálogo” y en la respuesta del pueblo: Todo lo que ha dicho Yahveh, lo observaremos (Ex 19, 7ss.). 1.b. Negando para afirmar El decálogo nos ha llegado en dos textos con diferente redacción: Ex 20, 2-17 y Dt 5, 6-21. Ambos están formulados en negativo, excepto para el sábado y el honor que hay que rendir a los padres; pero no es una formulación coactiva, al estilo de las prohibiciones jurídicas que llevan vinculado un castigo1. Se trata más bien de una especie de constatación: Dios os ha liberado; por tanto, entre vosotros ya no se da esto, ni esto... La clave de interpretación de las diez palabras la encontramos en el prólogo (Dt 5, 6), donde leemos: Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado de Egipto, de la casa de la esclavitud. Con ello el autor nos quiere indicar que el decálogo no es una ley basada en la obediencia sumisa a un poder opresor, sino la correspondencia agradecida del pueblo a Aquel que lo liberó de la esclavitud y le concedió el don de la tierra. Desde esta perspectiva se nos revela toda la grandeza del don de Dios, de la preocupación y el Amor de Dios por el pueblo, que le capacita para dar una respuesta amorosa de alabanza y acción de gracias: la vida según el decálogo. Además, el decálogo acaba imponiéndose como condición para permanecer en la libertad: El Señor nos ha ordenado poner en práctica todas estas leyes y temer al Señor, nuestro Dios, para que seamos dichosos y vivamos, como nos ha concedido hasta ahora (Dt 6, 24). 2. EL ESPIRITU DEL EVANGELIO: LAS BIENAVENTURANZAS. Para mi exposición voy a servirme, principalmente, del texto de las bienaventuranzas que recoge Mateo en su evangelio. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Según A. Bonora, Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, voz “Decálogo”, pp. 410-426, la partícula negativa no es la de una prohibición (’al), sino la de una negación ordinaria (lo’). 1 3 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros (Mt 5, 3-12). 2.a. De Moisés a Jesús Mateo escribe su evangelio para una comunidad formada por judíos que reconocen a Jesús como enviado de Dios, entendiéndolo como el Mesías esperado para su redención, y por ello cifran en él sus expectativas tradicionales: un autorizado intérprete y observador de la Ley que Dios promulgó a través de Moisés, y un fiel continuador de éste. El objetivo del Mesías así concebido, habría sido reunir todas las tribus de Israel (Eclo 36, 10) e inaugurar el reino de Dios entendido como el dominio de Israel sobre todas las otras naciones (Cf Is 61, 5-6). Sin embargo, como experto y hábil escriba y guiado por un convencimiento diferente, Mateo presenta a estos judeo-creyentes no sólo a un Jesús superior a Moisés, sino también una realidad del reino de Dios completamente distinta de la esperada (Cf Mt 5, 17-19; 16, 21; 20, 28). Con ello les propone la superación de la Antigua Alianza. 4 En la creencia de que Moisés había escrito el Pentateuco, el evangelista configura su obra, del mismo modo, en circo partes bien distintas: 1. Discurso de la montaña: 5, 1-7, 28; 2. Discurso de la misión: 9, 36-11, 1; 3. Discurso de las parábolas: 13, 1-53; 4. Discurso de la comunidad: 18, 1-19, 1; 5. Discurso final: 23, 1-26, 1. Incidiendo en este isomorfismo con la historia de Moisés, que había sido salvado milagrosamente de la crueldad del faraón, es Mateo el único evangelista que menciona la “matanza de los inocentes” (Mt 2, 13-18). Igualmente, en paralelo con el ayuno que antecede a la alianza entre Dios y su pueblo, en que Moisés se queda cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan y sin beber agua (Ex 34, 28; Cf 24, 18), el evangelista presenta a Jesús en el desierto, ayunando cuarenta días y cuarenta noches (Mt 4, 2). Pero mientras que Moisés, en el Sinaí, se convierte en mediador de la alianza entre Dios y el pueblo (Ex 19. 24), Jesús, en el monte, no es el simple mediador, sino el promulgador de la nueva alianza; como estaba anunciado por Jeremías (31, 31-33). Para Mateo presenta las bienaventuranzas son la formulación del nuevo pacto entre Jesús y sus seguidores. La alianza no se establecerá mediante un rito sino que, a través de la muerte en cruz, queda sellada por la misma sangre de Jesús, derramada y entregada por todos los hombres. Ex 24, 8 Mt 26, 27-28 Moisés Jesús tomó el resto de la sangre cogiendo una copa, y roció con ella al pueblo, pronunció diciendo: una acción de gracias Ésta y se la pasó, diciendo: es la sangre de la alianza Bebed todos de ella, pues esto que el Señor es la sangre de la alianza mía. hace con vosotros. 2.b. El “discurso del Monte”: Carta Magna del Reino 5 Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús, forman parte, o mejor, inauguran ese gran discurso que es la Carta Magna del Reino, la proclamación de la Ley de la Nueva Alianza. A partir de la primera, la de los pobres, forman un todo inseparable del conjunto del “discurso del Monte”. Las bienaventuranzas, leídas e interpretadas en todo su contexto, expresan el espíritu de reino de Dios que viene. Pero ante una manifestación tan clara del destino definitivo de la historia humana se entiende con mayor nitidez el estilo y el fundamento de la justicia en la vida cotidiana actual2. De este modo, todo cristiano, como ciudadano de este Reino, ha de encarnar este particular estilo de vida. Así se expresaba D. Amadeo Rodríguez Magro, al conocer su nombramiento como obispo de Plasencia: Advierto ya, que tendré como preferidos a los más débiles, a los que más sufran, a los que su pobreza humana, espiritual o social les haga más necesitados de la cercanía y afecto de su obispo3. Y no podría ser de otro modo, porque todo aquel que quiera seguir a Jesucristo, ha de hacerlo desde estas bases. De este modo, al tener como estilo de vida la confianza que se apoya en Dios, la esperanza de la vida eterna, el amor a la justicia, la misericordia que llega hasta el perdón y la reconciliación, las Bienaventuranzas permiten situar el orden temporal en función de un orden trascendente que, sin quitarle su propia consistencia, le confiere su verdadera medida4. 2.c. Renovación de la Alianza: Una alianza nueva y eterna Con las bienaventuranzas, Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham, pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los Cielos5. La misma Palabra de Dios que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en Jesús se hace oír de nuevo en el Monte6 para renovar esta Ley, pero no ya escrita, sino inscrita en el corazón de los hombres. 2.d. Las bienaventuranzas como programa positivo. 2 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, La verdad nos hace libres 62.2. AGENCIA ZENIT, 3 de Julio de 2003. 4 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, La verdad nos hace libres 62.3. 5 CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO (CIC), c.1716. 6 CIC, c.581. 3 6 Las bienaventuranzas no tienen propiamente como objeto unas normas particulares de comportamiento, sino que se refieren a actitudes y disposiciones básicas de la existencia7, y suponen un programa positivo porque responden al deseo natural de felicidad que Dios ha puesto en el corazón de cada hombre8. Con razón se expresaba San Agustín: Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición, incluso antes de que sea plenamente enunciada9. Desde esta positividad de la Nueva Alianza, las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el Reino de los Cielos, a la “tierra prometida”, a la salvación en Cristo; y por ello confortan al discípulo, le avisan para que no desfallezca en el camino. La esperanza abierta es la coraza y el yelmo10que necesitamos para protegernos en el combate de la salvación y la vida. La promesa de ver a Dios supera toda felicidad. En la Escritura ver es poseer. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir11. En el griego clásico, la raíz makar estaba asociada con la inmortalidad de los dioses. Kar significa “destino” o “muerte”, pero con el prefijo negativo ma-, la palabra significa “ser inmortal”, “no estar sometido al destino”; condición exclusiva de los dioses, los Hoy Makairoi, los benditos. Sin embargo, el adjetivo makarios se aplica habitualmente a los humanos. En el uso cristiano, significaría tomar parte en la vida de Dios. El don por excelencia: participar de la comunión de la Trinidad tomando parte en su inmortalidad. Por cierto, ¿no es algo parecido lo que nos ha llevado a tantos hombres y mujeres a la vida claustral?. 2.e. ¿Mateo y Lucas?, ¿Mateo o Lucas?. 7 JUAN PABLO II, Veritatis Splendor 16. CIC, c. 1718. 9 SAN AGUSTÍN, De moribus ecclesiae catholicae 1, 3, 4. 10 Cf. 1Tes 5,8. 11 SAN GREGORIO DE NISA, Orationes de beatitudinibus 6. 8 7 Las “ocho bienaventuranzas” que recoge Mateo mantienen su unidad merced a estar construidas según el mismo modelo: la proclamación de ¡bienaventurado!, la descripción de los destinatarios de esta bienaventuranza y el motivo de su dicha. También contribuye a dar esta impresión unitaria el que la primera y última bienaventuranzas contengan la misma promesa: ...porque de ellos es el reino de los cielos. El hecho de que algunas promesas estén en presente y otras en futuro nos hace recordar el “ya, pero todavía no” teológico; con ello se pretende, en alguna medida, estimular a los que viven según la voluntad de Dios a que continúen en esa actitud, sabiendo que ya desde ahora son partícipes de la herencia prometida: herederos de Dios, coherederos con Cristo (Rom 8, 17). Desde este momento, el reino de los cielos está preparado para ellos, aún cuando tengan que esperar un tiempo antes de tomarlo definitivamente en posesión (Cf. Mt 25, 34). Mateo incide principalmente en las actitudes y/o disposiciones interiores que llevan a los destinatarios a conformarse con la voluntad de Dios. Podríamos decir que, fundamentalmente, Mateo describe a un tipo concreto de persona: los pobres de espíritu; pues ellos viven según la justicia, humildad, mansedumbre, pureza, solícitos por la paz, y ellos mismos acaban siendo perseguidos por vivir de este modo. Jesús, está describiendo su propia vida, su propia historia y todo aquel que quiera seguirle está invitado a encarnar este modelo12. Por eso, las bienaventuranzas en Mateo compendian el estilo de vida del discípulo, del seguidor de Cristo. Lucas (6, 20-26) propone, sin embargo, cuatro bienaventuranzas y, como en simetría, cuatro malaventuranzas o promesas de castigo. En este evangelio, Jesús se dirige directamente a los discípulos contrastándolo con quienes no lo son. En este texto, al contrario que en el de Mateo, el énfasis no se pone tanto en las disposiciones espirituales cuanto las condiciones económicas y sociales. La referencia es a los pobres, que son aquellos que pasan hambre y cuya condición provoca lágrimas. Se podría decir, pues, que ambas tradiciones son complementarias, y ello debido, en gran parte, al hecho de que van dirigidas a culturas y comunidades diferentes. 12 JUAN PABLO II, Discurso a los jóvenes en Lima (2 de febrero de 1985). 8 3. DIOS Y EL HOMBRE: DON Y TAREA 3.a. El tiempo de la promesa Hemos visto como el Antiguo Testamento más que el tiempo del “don” es propiamente el tiempo de la “promesa”. Podríamos decir incluso que los dones concedidos al hombre del Antiguo Testamento prefiguran y contribuyen a preparar el don definitivo. A tu descendencia he dado esta tierra... (Gn 15, 18), dice Yahveh a Abraham. El eco de esta palabra resuena a lo largo de todo el Pentateuco, pero su culminación sólo llegará con la entrega del don supremo de Dios: su Hijo. Algunos de los dones del Antiguo Testamento parecen quedar interrumpidos y las sucesivas decepciones llevan al Pueblo a dirigir sus esperanzas hacia el futuro; los dones presentes se convierten entonces en recuerdos que estimulan los deseos: pan del cielo (Sab 16, 20), agua de la roca (Sal 105, 42). En este tiempo, el hombre se afana en prepararse para recibir ese don. El que acepta el don, acepta la alianza y, de este modo, se elimina toda actitud hostil. Pero, además, al aceptar la alianza, el hombre se compromete a vivir de un modo determinado, concreto. Al reconocer el soberano y misericordioso dominio de Yahveh, el hombre le ofrece diezmos (Cf. Dt 26) y sacrificios (Lev 1ss) para compensar las infidelidades de la alianza (Cf Lev 4) y restablecer el favor de Yahveh (2Sa 24, 21-25). 3.b. El tiempo del don El Nuevo Testamento es el tiempo del “don”. El tiempo en que culminan y se consuman todas las promesas del Antiguo Testamento. Además, es un cumplimiento que trastoca las perspectivas humanas y va más allá de todas las posibles expectativas. El don, por excelencia, es Jesucristo13. El Padre nos revela su amor al darnos a su propio Hijo14 y en el Hijo se da el Padre mismo, pues Jesús está totalmente lleno de la riqueza del Padre15. Jesús aparece, a su vez, como el Revelador de Dios y la fuente del Espíritu, dones ambos que emanan de la escucha y aceptación de su palabra16. En el instante de su 13 Cf. Jn 4, 10. Jn 3, 16. 15 Jn 1, 14. 14 9 muerte, Jesús da paso al Espíritu; nos comunica su Espíritu: E inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Jn 19, 30). Jesús, como don por excelencia, se identifica con el “ungido” del profeta: el Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido (Is 61, 1-3), que recoge Jesús al inicio de su ministerio en Nazareth (Lc 4, 1819). Por eso, al proclamar las bienaventuranzas, Jesús les da un sentido eminentemente cristológico. Aparece así como el verdadero protagonista de las ocho bienaventuranzas: él es su mensaje y su encarnación; por eso, los consagrados, los monjes, tenemos en las bienaventuranzas una invitación a “seguir las huellas de Cristo” (1Pe 2, 21) y a tener “sus mismos sentimientos” (Flp 2, 5). La figura de Cristo –escribe Gandhi17- , paciente, amable, humilde, perdonador... se me aparece como la perfección suma del hombre. Jesús es el bienaventurado, el santo, la plenitud de la nueva ley. El cumplimiento de la ley del nuevo reino de Dios consistirá en seguirle, en imitarle, en ser igual que Él en la medida de lo posible. Una mirada más profunda nos lleva a ver en Jesús al pobre, que sin nada vino al mundo y sin nada se irá, siendo señor de todo lo creado. Es el manso y el pacífico, que se manifiesta, animando, reconciliando a los hombres con Dios y entre sí y pacificando su interior. Las lágrimas ocuparán un lugar en su vida y será consolado por ángeles antes del sacrificio redentor. Es el hambriento y el sediento de la nueva justicia, que como don divino se derramará sobre la tierra. Sembrador de misericordia, alcanzará el perdón a los contritos de corazón y a las ovejas perdidas. Su limpieza de corazón llegará hasta la ausencia de todo amor propio, encarnada en un amor verdadero que se derramará sobre todos los hombres. Él es el Hijo de Dios, en una generación eterna de tal plenitud que es consustancial al Padre, “el Padre y yo somos uno” dirá más adelante. Además, será el perseguido por enseñar la senda del amor que el mundo no puede 16 17 Jn 8, 37. MAHATMA GANDHI (1869-1948). 10 entender, porque está lleno de pecado. Y en la octava bienaventuranza, vemos a Cristo clavado en la cruz, el sacrificio perfecto entre el cielo y los hombres, salvando a todos. Cristo en las bienaventuranzas se muestra a sí mismo como camino de la nueva, única y verdadera felicidad. A la vez, en ellas se resume el mensaje de Jesucristo18. Él es el don prometido y enviado a cada hombre que quiera recibirlo19. 3.c. La tarea del hombre La recepción de Cristo y su mensaje como don, conlleva la participación en el Reino de Dios y, por tanto, un estilo de vida nuevo, diferente; el estilo de vida de las bienaventuranzas. La tarea del hombre consiste fundamentalmente en abrirse, en dejar que este mensaje penetre en su corazón y en su vida para poder participar, para dejarse “llevar” por él. 4. LA VIDA MONÁSTICA: ENCARNACIÓN DE LAS BIENAVENTURANZAS La vida consagrada es el seguimiento radical de las Bienaventuranzas. Juan Pablo II La Iglesia piensa de la vida consagrada que es un signo particular del misterio de la redención, pues es testimonio admirable ante los hombres de que sin el espíritu de las bienaventuranzas no se puede transformar el mundo y ofrecerlo a Dios (LG 31). El evangelista Mateo nos presenta al discípulo ideal; nos presenta al monje y a la monja ideales. Estos monjes y monjas genuinos buscan con hambre la justicia del reino, son íntegros y puros de corazón, sufren al ver que este mundo está lejos de esta justicia, pero saben que Dios cambiará esta situación. No obstante se mantienen humildes ante Dios y los hombres, y llenos de paciencia se entregan al servicio de los demás sin juzgarlos, perdonándolos, ayudándolos y mediando en sus conflictos. Y si por todo esto 18 Cuando leí el Sermón del Monte, experimenté una inmensa alegría. El mensaje de Jesucristo, según lo entiendo yo se contiene en el Sermón del Monte(...) Es ese mensaje que ha conquistado mi corazón y me ha enamorado de Jesucristo (Mahatma Gandhi). 19 Cf. Jn 1, 12. 11 son perseguidos, se han de considerar dichosos y felices pues serán herederos de la bienaventuranza eterna20. En nuestra sociedad se plantea la pregunta sobre la existencia de Cristo, dónde y cuál es el camino para llegar a Él, y la respuesta, la única respuesta posible se encuentra en la historia: en la Iglesia, como lugar que desde los inicios se ha mantenido fiel al reconocimiento de lo que es Jesús de Nazaret y a la concepción moral de la vida que de Él deriva. También cabe preguntarse: ¿dónde se encarnan hoy las bienaventuranzas?. Hemos de responder que en cualquier hombre o mujer que de corazón sincero busca a Dios y abre su vida –desde las coordenadas propuestas- a la providencia de Dios; pero ¿no es en el monasterio (lugar teológico por excelencia del encuentro con Cristo) donde mejor se dan estas circunstancias?, ¿no es el monje, la monja..?. 4.a. La vida monástica, ¿encarnación de las bienaventuranzas? Bienaventurada la persona cuyo deseo de Dios ha llegado a ser como la pasión del amante por la persona amada21. Parafraseando el antiguo axioma, podríamos decir que el monje, en cuanto tal, no nace, se hace. Porque el hombre va realizando un camino en la vida, y el monacato, como vocación específica, como estilo de vida peculiar, es en sí mismo, un proyecto de vida, de modo que en un monasterio hay hombres o mujeres que van siendo monjes o monjas, que van configurando su corazón, su alma y sus fuerzas22, con el Señor que se les manifiesta a través de todas las mediaciones que el monasterio aporta: comunidad, soledad, lectio, oración, trabajo... Esto es más fácil comprenderlo desde la concepción de que “monje”, mónos, es “el solo”, no tanto -como se dice frecuentemente- porque viva en la soledad, sino como sinónimo de “uno”, “unificado”. En esta sociedad en la que los hombres y las mujeres estamos marcados por la fragmentación, el estilo de vida monástico propone un proyecto de “unificación”; este proceso de “monastización” hay que entenderlo como don prometido y entregado, y su 20 BERNARDO OLIVERA, OCSO, Desde las raíces del Evangelio, Carta Circular, Roma 26 de enero de 2002. 21 SAN JUAN CLÍMACO, La escala espiritual, Ed. Monte Casino, Zamora 1990. 22 Cf. Dt 6, 5. 12 realización como un proceso en que intervienen tanto la responsabilidad personal como la comunitaria. El monje al iniciar su camino en el monasterio, se siente llamado –de una forma u otra, según las diversas tradiciones- a la conversión, a esa conversión que Jesús anunciaba como preámbulo del anuncio del Reino. Pero esta conversión no consiste principalmente en un cambio de acciones, tampoco, incluso, en un “ejercicio de virtudes”, ni en una mayor vida de austeridad y penitencia. Jesús llama al monje, nos llama a cada uno de nosotros, a un cambio absoluto, enérgico y radical: hacia el nacimiento a la confianza. Esta conversión en la confianza aparece nítidamente expresada en la parábola del padre misericordioso23. El hijo regresa a casa, vuelve su mirada al padre, al único capaz de ser depositario de su confianza. Jesús vive su filiación con confianza absoluta y radical en el Padre. Confía en un Dios Padre que ama el mundo y quiere que los hombres tengan vida en abundancia24. Esta confianza implica una apertura del corazón y de la vida al Señor, al don de la “presencia continua e interior” del Señor en nuestra vida. Esta confianza es la que aparece como sustrato definitivo de las bienaventuranzas. Algunas de ellas expresan la confianza en nuestra relación con Dios, otras, la confianza en nuestra relación interpersonal. Dom Bernardo Olivera25 las estructura del siguiente modo: • Disposiciones en relación con Dios: - Los que lloran, - los hambrientos y sedientos, - los limpios de corazón, • Disposiciones para con el prójimo: - los mansos, - los misericordiosos, - los pacíficos, • Disposiciones para con Dios y el prójimo: - los pobres en espíritu, 23 Lc 15, 11-32. Cf. Jn 10, 10. 25 Cf. Op. Cit. 24 13 - los perseguidos por causa de la justicia 4.b. El don del encuentro y de la mirada En una universidad española, una muchacha, coincidiendo con los exámenes de febrero de este año, escribió: Estoy harta, hastiada de todo y de todos, no me siento a gusto con nada, no encuentro nada ni nadie que me reconforte. Todo es una mierda, y no merece la pena. Todo me da asco, me produce frustración. Necesito aliviar este dolor, este desconsuelo que no encuentra calma ni paz interior. Todo son máscaras y disfraces de un sentimiento que no desaparece y que cada día se agranda más. Todos llevan máscaras y se disfrazan de apariencias tan frágiles como el cristal. Quizás, detrás de esta expresión “grafítica” existan ciertos rasgos depresivos y una gran ansiedad y angustia; pero también es verdad que se trata de una expresión muy cierta de lo que vive el hombre actual; es, por tanto, pertinente. Con tesis parecida, pero un poco más elaborado, tenemos el verso de ese gran poeta polaco26, inspirador de Juan Pablo II: Cuán pocas son las personas, casi no las hay, que quieran revelarse. Pasan, pasan, se empujan, bailando entre ellas o en el juego secreto se mienten con desparpajo, se engañan cordialmente: ni contemporáneos ni cercanos, ni conocidos el uno para el otro. La mayoría de los jóvenes y de las personas con sensibilidad y capacidad suficientes como para mirar “de frente” a la realidad, tienen esta experiencia en la actualidad. Contemplan el paisaje a su alrededor repleto de máscaras, de disfraces, que no satisfacen, que no ayudan a crecer ni logran llevar a plenitud la promesa del Señor. Por 26 C.K.NORWID, Kolko, Recogido de S.GRYGIEL, La voz en el desierto, Encuentro, Madrid,1982. 14 eso están insatisfechos, inquietos, llenos de una ansiedad provocada por el deseo no realizado. Sin embargo, el poeta continúa: La experiencia indica que siempre que se da entre nosotros una persona deseosa de comunicarse, de revelarse, todo el mundo se transforma a su alrededor. La transformación alrededor no brota de una interioridad sin más, por más rica que sea, ni de una huída a otra realidad, aunque sea una realidad “misticoide” bañada de piedad. La única y auténtica novedad que es capaz de transformar el mundo es la existencia de alguien, de un hombre o de una mujer, deseoso de comunicarse, de revelarse, de mostrarse tal y como es genuinamente. Porque esta autoconciencia le llevará a tener plena conciencia de que Cristo es el único que salva y está presente porque actúa. El monasterio es ese ámbito espacio-temporal en donde se dan todas las condiciones para que la persona se autorrevele, se muestre tal y como es. Es, a partir de ese momento, cuando se puede producir la relación entre dos personas que salen mutuamente al encuentro: Dios y el hombre. Nuestro estilo de vida, intentando armonizar la oración, el estudio, la fraternidad, la soledad, el trabajo, la cotidianeidad de las actividades, etc... favorece que se vayan derrumbando las máscaras y los disfraces y toda la formación monástica debe cooperar a ello; de modo que el encuentro se pueda producir en espíritu y en verdad. Pero, para que se produzca el encuentro, al igual que en la parábola del padre misericordioso, ha de haber una mirada. El monje ha de ir educando la mirada para poder ver la realidad en toda su esplendidez. Para poder contemplar el anhelado rostro de Cristo en todo lo que vive y hace. Esta mirada dirigida a Cristo nos debe hacer más plenamente conscientes de la humanidad de cada persona y de la nuestra propia. Esta mirada capacita al monje para ser, en la sociedad actual, el indicador de la conciencia del hombre, porque le lleva a contemplar el hombre, la creación, tal cual es, 15 sin reduccionismos, abarcando y abrazando desde lo más profundo toda la realidad engendrada a imagen y semejanza de Dios27. El monje ha de tener una profundidad en el mirar, en el hablar, en el modo de tratar las cosas; porque hace profesión ante el mundo de hacer memoria continua de Cristo. Y si el monasterio le limita en el espacio, en el tiempo y en los estímulos es precisamente para favorecer esta tarea. 4.c. Las bienaventuranzas: programa positivo para los monjes Las bienaventuranzas son un retrato del discípulo ideal pues son el retrato del Maestro mismo, cuyas huellas hemos de seguir y cuyos sentimientos poseer28. Y aunque creemos que esto es imposible para nosotros, pero sabemos que para Dios nada hay imposible29. Quizás aún no hemos entendido que las bienaventuranzas son Buena Noticia, que son un Don, un obsequio gratuito del Señor, pues nos dicen lo que Dios quiere hacer por nosotros para que seamos felices. Solemos pensar que son un código de normas que estipulan lo que nosotros debemos hacer para merecer la bienaventuranza o felicidad de Dios. El seguimiento de Cristo en la vida monástica, conlleva una configuración real y progresiva con él; el monacato es una opción fundamental por Cristo y una búsqueda apasionada del Reino que el Señor anuncia y promete. El monje está llamado a encarnar este programa como ciudadano de ese Reino. Jesucristo vive para el Reino y los bienaventurados; toda su historia, por medio de un acercamiento a ellos, es signo de que el Reino de Dios se está haciendo presente: los ciegos ven...30. Toma partido por ellos desde una solidaridad fraterna; esto le conduce directamente a una conflictividad, a la muerte, pero también a la resurrección. El cristiano, todo cristiano, debe asumir la opción fundamental de Cristo y su historia, que es el modelo, el paradigma de la historia humana. Todo cristiano, cuanto más el monje, está llamado a vivir su mismo estilo de vida y esto conlleva una conversión que se expresará en un cambio de lógica. En la sociedad actual domina la 27 Cf Gén 1, 26-27. Cf 1Ped 2, 21, Fil 2, 5. 29 Lc 1, 37. 30 Cf. Mt 11, 5. 28 16 lógica económica que se podría resumir en conseguir un “máximo de beneficios con el mínimo coste o un mínimo esfuerzo”. Sin embargo la lógica cristiana, cimentada en la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret implica la lógica del Reino que se expresa en un “máximo de amor y de servicio cueste lo que cueste, incluida la muerte”. La lógica cristiana, y por tanto la monástica, es la de las bienaventuranzas. El monje, la monja asume este programa y lo intenta vivir en la vida cotidiana, en todo aquello que profesa y anhela vivir. En este programa se revela el don de Dios para cada uno de los llamados y la responsabilidad de llevarlo a plenitud por parte del hombre, como agradecimiento y alabanza al Amor gratuito del Señor: • El monje está llamado a vivir en la pobreza material y, sobre todo, de espíritu. San Jerónimo, considera que el monje debe contentarse con lo estrictamente necesario para alimentarse y vestirse. Poseer lo que no es imprescindible equivale a quitar el pan de la boca de los verdaderos pobres: El monje que nada tiene, reciba con confianza; el que tiene y está harto, no reciba nada... Recibe lo que vas a comer, no lo que meterás en las alforjas; recibe la túnica con que cubrirás tu cuerpo, no la que guardarás en el arca31 .El monje debe ser como los pájaros del Evangelio que no tienen graneros ni despensas, pero tienen al Señor de las despensas y de los graneros: Cristo; no tienen las riquezas del diablo, sino la pobreza de Cristo32. El monje, en fin, no necesita otros tesoros en este mundo que Cristo: Harto rico es quien es pobre con Cristo33. Pero, la verdadera virtud elogiada en Mateo y meta que se persigue con la pobreza material, viene a ser el reconocimiento de la propia pobreza personal34, de la insuficiencia radical del hombre. Este descubrimiento lleva al monje a abrirse, a afianzar su vida en la Roca. Cuando el monje se va dando cuenta que no puede proyectar su vida, que no puede organizarla al margen de Dios, es entonces, y sólo entonces, cuando pide con sentido profundo aquello 31 Tract. de ps. 146, 7. Tract. de ps. 143, 13. 33 Ep 14, 1. 34 Y para que nadie pensara que el Señor predicó la pobreza, que a veces se soporta por necesidad, añadió “de espíritu”, para que se entienda que es humildad, no penuria (San Jerónimo, Coment. a Mateo, 24). 32 17 que reza al menos tres veces diarias: ...hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo... Frente a la autosuficiencia pelagiana, el hombre, en su progresivo caminar hacia la constitución como monje es consciente de que la plenitud humana para la que es llamado a ese estilo de vida, es un don del Señor. Nada puede conseguir por sus propias fuerzas, aunque debe ponerlas humildemente35 al servicio del Señor para conseguir lo que se propone. Es la lógica evangélica del deseo. Se ha escrito que nuestros sueños pueden convertirse en realidad, si lo deseamos tanto como para ir tras ellos. De eso se trata. Del verdadero anhelo, del deseo del corazón, aquello que nos identifica más realmente es la materia de nuestros deseos. El que siente su pobreza y su limitación buscará cada día el rostro de los santos para encontrar consuelo en sus palabras36. • La mansedumbre no se caracteriza por una actitud y conducta meramente pasiva de no-violencia, sino que vence al mal con el bien. Ante Dios es humildad, ante los hombres se traduce en paciencia y benevolencia. San Pablo nos describe esta mansedumbre y humildad de forma maravillosa: Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección (Col 3, 12-14). Los monjes hemos de vivir la mansedumbre en el sentido de suavidad, dulzura, humildad en el trato con los de fuera pero sobre todo con los de la propia comunidad. La repetición habitual de actos de este espíritu de mansedumbre llega a crear casi una segunda naturaleza o un nuevo temperamento, y entonces aquella manera de comportarse puede parecer, al que la contempla, "natural", cuando en realidad es un don de Dios que florece 35 36 Humildad es andar en verdad (Santa Teresa de Jesús). Didajé, 4. 18 en el terreno de una ascesis que al principio pidió mucho esfuerzo y vencimiento. Precisamente por la contemplación y el encuentro cotidiano con el Misterio, el monje tiene una forma nueva y diferente de mirar, de tratar las cosas y a las personas, de acercarse y relacionarse. En conclusión, los mansos son gentes que no se irritan, cuando son contrariadas; que no se encolerizan, cuando se les hace la vida difícil; que no son inclinados a querellarse y mantienen su equilibrio en una situación conflictiva: los dulces irradian un calor atrayente y, a veces, obtienen de los hombres, cosas que éstos no harían jamás por otro. Un hombre manso de corazón, es siempre dueño de sí, no intenta dominar, ni imponerse, y está siempre pronto a inclinarse y humillarse ante los demás. Un hombre así es también para su prójimo fuente de bienaventuranza37. • El monje tiene su humus específico en la compunción, en ellos resuena la bienaventuranza lanzada a los que lloran. La persona que vive por, para y de la contemplación, como mirada larga y amorosa a la realidad, no puede menos de estremecerse ante la situación actual de la sociedad y de la persona. Sólo hace falta abrir las páginas de cualquier diario, cualquier día de la semana, para encontrarse con un panorama un poco trágico. Esto no tiene que llevar al monje a la desesperación, pero sí a una solidaridad con los afligidos y a una espera tensa de la venida del Señor, con el que llegará el consuelo definitivo. • Los hambrientos y sedientos de Mateo, tienen hambre y sed de la justicia. Mateo38 contrapone la justicia de los cristianos a la de los escribas y fariseos: si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 5, 20). La tsedaga, la justicia, es una noción central en el judaísmo bíblico. Está considerado como un atributo divino y significa la fidelidad de Dios a la Alianza y a sus promesas, especialmente para con los pobres y los sin 37 F. LÓPEZ.MELÚS, Las bienaventuranzas (Ley fundamental de la vida cristiana), Zaragoza 19827, 242. Curiosamente, Mateo recurre al término "justicia" 7 veces en su evangelio. Marcos ninguna y Lucas tan sólo una, en sentido litúrgico. 38 19 derechos. En este sentido, la justicia es necesaria para comprender la Alianza, idea eje que –como hemos dicho- estructura toda la Biblia. La justicia es una de las exigencias del espíritu humano a la que Dios tiene que dar satisfacción: Dios tiene que remunerar el bien y castigar el mal. En la religión judía, servir a Dios equivalía a cumplir sus mandamientos. El que lo hacía era un tsadiq, un justo. En Mateo, la verdadera religión consiste en la práctica de la justicia (Mt 7, 21). La nueva justicia, la del reino de los cielos, en lenguaje actual, podríamos llamarla santidad. Sólo Mateo llama a José justo (1, 19) que equivale a piadoso, santo. La mirada amorosa y fiel de Dios sobre nosotros nos lleva a presentar nuestra vida como una víctima viva, santa, agradable a Dios (Rom 12, 1). Es verdad que en esa mirada se nos ha entregado nada menos que Dios, que entregó a su Hijo por mí, el cual me amó y se entregó por mi39. Pero, mientras acontece este proceso de consagración, sentimos el hambre y la sed de la justicia y de Dios; y solamente seremos dichosos si somos capaces de percibir que Dios ya se propone como alimento y bebida capaz de saciar estas necesidades nuestras. Los monjes tenemos hambre y sed de santidad, y debemos poner todos los medios para lograrla, como quienes nunca se sienten satisfechos de los resultados obtenidos y de sí mismos y, como Pablo, nunca creen haber alcanzado la perfección: Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús (Flp 3, 12-14). Los progresos realizados hacen descubrir nuevas metas más elevadas y animan a perseguirlas. Por eso se puede crecer en santidad y en humildad sin entrar en contradicción. • La bienaventuranza dedicada a los misericordiosos, está relacionada con la escena del juicio final40, con la que –en Mateo- concluye toda la actividad 39 40 Gál 2, 20. Mt 25, 31-46. 20 docente de Jesús y en la que declara benditos a quienes le dieron de comer, de beber, etc..., es decir, a quienes practicaron la misericordia con él. Pero la misericordia del evangelio abarca más que las llamadas "obras de misericordia"41. Lucas nos sitúa ante el modelo: sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso42. Nosotros, como monjes, podemos dedicarnos a la oración y la contemplación, como unos profesionales más, podemos caer en la detestable perversidad de escuchar la Palabra de Dios, día tras día, y no dejar que penetre y purifique nuestro corazón, podemos celebrar a diario la Eucaristía y frecuentemente el sacramento de la reconciliación y no permitir que el Señor cree en nosotros un corazón nuevo. El Señor no nos pide que añadamos nada a lo que hacemos, no nos pide que nos dediquemos a la enseñanza, a la sanidad... sino que empapemos de misericordia cuanto hacemos; que todas nuestras acciones cotidianas estén cargadas de misericordia entrañable; que se estremezcan nuestras entrañas, movidas por el amor y la ternura, para que Dios pueda habitar en nuestro corazón y haga sitio para nuestros hermanos.. De este modo, nuestra consagración monástica será, en sí misma, una bienaventuranza para nosotros y lo que nos rodeen. • La virginitas en cuanto asunción y puesta en práctica del proyecto de Dios, es la traducción más fiable de esa limpieza de corazón que el Señor elogia en Mateo 5, 8 y es la conditio sine qua non para conseguir experimentar y vivir en lo cotidiano la voluntad y el proyecto del Señor: ver su Rostro43. Nuestros Padres antiguos consideraban la virginidad como el fundamento de toda vida santa; y más claramente desde la promesa del Señor. Sin embargo aunque reconocen que es un don y pura gracia, insisten en que no se obtiene sino a fuerza de trabajo y lucha incesante. San Efrén lo señala cuando escribe: 41 Enseñar al que no sabe, visitar al enfermo, vestir al desnudo, dar de comer al hambriento y de beber al sediento, consolar al que está triste... 42 Lc 6, 36. Cf Mt 5, 48: sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial. 43 Cf. Mt 5, 8. 21 los ángeles recibieron sin esfuerzo el don [de la castidad]; tú, por el contrario, como resultado de un duro combate44. Es necesaria la pureza del cuerpo pero, sobre todo, la del corazón que es, según Casiano, el objetivo inmediato de la vida del monje, lo que le dispone tanto para la oración como para la caridad fraterna. Esta pureza de corazón se suele traducir en una mirada limpia y serena. Los limpios de corazón no solamente ven a Dios sino en ellos se ve a Dios. La limpieza es un testimonio de la presencia de Dios. Por pura lógica, la impureza imposibilita la visión de Dios. Esa presencia de Dios produce en los santos, en los limpios de corazón, anhelos de buscarlo, de encontrarlo, de verlo. La visión de Dios es el fruto de la contemplación cristiana, el don y la tarea cotidiana del monje. • La bienaventuranza de los pacificadores, se refiere a los que hacen, construyen, la paz45 y no a los pacíficos, aquellos que son ajenos a toda disputa o simplemente viven en buenas relaciones con sus vecinos. Esta actitud pasiva ahorra muchas molestias, ciertamente y está, principalmente, a servicio de intereses personales, pero no es la causa de esta bienaventuranza. Pacificadores son los que se emplean activamente en establecer o reestablecer la paz, allí donde los hombres están en discordia, donde están divididos entre sí. Se trata de una acción y no un sentimiento. Nuestra sociedad necesita, más que nunca, testimonios de paz: Vosotros nos exhorta Pablo VI- debéis seguir con los ojos abiertos a las necesidades de los hombres, sus problemas, sus búsquedas, testimoniando en medio de ellos, con la oración y con la acción, la eficacia de la Buena Nueva de amor, justicia y paz46. En una sociedad en que los jóvenes valoran tanto la justicia, la solidaridad y la paz, nosotros, monjes, estamos llamados a ser testigos de la paz auténtica, hemos de ser artífices de paz, hombre y mujeres de paz, hombres y mujeres que sean capaces de aceptar la eventualidad de la pobreza, de ser atraídos por la sencillez y la humildad, amantes de la paz, 44 De virginitate 15, 4. Єιρηυοπόιος= hacedor de paz. Este término no se encuentra en ningún otro lugar de la Sagrada Escritura. 46 Evangelica Testificatio (ET), 52. 45 22 ajenos a compromisos, entregados a la abnegación absoluta de sí y de las cosas, al mismo tiempo obedientes y libres, alegres y tenaces, suaves y fuertes en la firmeza de la fe47. San Jerónimo, nos invita a esta paz activa: Bienaventurados los pacíficos (5,9). Los que imponen la paz primero en sus corazones y después entre los hermanos disidentes, pues ¿de qué sirve que pacifiques a otros si en tu alma permanecen las guerras de los vicios? 48 • El monje sólo podrá acoger la persecución, la calumnia y la injuria a causa de la justicia. Y la justicia de Dios es Amor y Misericordia eternas y entrañables. Pero el monje sólo podrá descubrir esta dimensión desde la escucha atenta que se va realizando por la purificación de los sentidos a lo largo de su vida en el monasterio. Esta escucha atenta (ob-audire) es la raíz de la obediencia que no es otra cosa que el cimiento de la adhesión al Dios del Amor, de la Gracia, de los Dones y que es el único aval posible y fiable de la fidelidad a nuestra felicidad, expresada y vivida como plenitud humana. Santo Tomás de Aquino expresó con belleza su impresión acerca de esta bienaventuranza: ...no es sino una confirmación y una manifestación de todas las precedentes. Cuando uno se ha confirmado en la pobreza de espíritu, en la mansedumbre, y en las demás bienaventuranzas, a pesar de todas las persecuciones, se adhiere a todas las buenas obras49. 5. CONCLUSIÓN El mensaje sobre la alegría que aparece al final de la lista de las bienaventuranzas50, es el compendio de toda la vida monástica. Nos recuerda aquella otra recomendación: Estad siempre alegres, os lo repito, estad alegres51. Vida en Cristo y alegría son una sola realidad; es imposible gozar de la presencia de Dios sin que florezcan las bienaventuranzas y sin que, por el mismo efecto de este goce, 47 48 49 50 51 ET 31. San Jerónimo, Com. Ev. Mt, V. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, I-II, q. 68, a.3. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos (Mt, 5, 12). Fil 4, 4. 23 llegue a ser uno pobre, manso, desasido, sediento de justicia, misericordioso, transparente y pacífico; pero es igualmente imposible tratar de adquirir estas actitudes sin encontrar el gozo que se busca. La alegría cristiana es hija de la verdad; es esta misma verdad convertida en amor y vida. La alegría cristiana es don de Dios. Dios al reconocernos como hijos en el Hijo, nos hace compartir su vida, su misma alegría. Por eso, también se convierte en una tarea del hombre; porque hay que trabajar contra el espíritu de la tristeza, el abatimiento,... en definitiva, contra el espíritu del Mal que quiere que nuestras vidas se pierdan en la desesperanza. El monje ha de ser el hombre de la alegría precisamente porque contempla, celebra y da gracias continuamente por la salvación acontecida, de una vez para siempre, en Jesucristo. No hay mayor alegría que saberse amado y salvado, incluso con nuestras limitaciones y pecados, y no hay mayor responsabilidad que descubrir ese gran amor gratuito de Dios, pues lleva al monje a ofrecer su vida entera en ese encuentro divino y humano. Santo Tomás Moro (1478-1535) escribió unas bienaventuranzas bajo el título de “El gusto por vivir” y puede iluminar cómo las bienaventuranzas hoy sólo pueden realizarse, “encarnarse”, desde la sencillez de vida. ¿No es a eso a lo que aspira hoy e intenta vivir desde siempre la vida monástica?: Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse. Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita, porque evitarán muchos inconvenientes. Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas, porque llegarán a ser sabios. Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas. Felices los que son suficientemente inteligentes, como para no tomarse a sí mismos demasiado en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean. Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría. 24 Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y con tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida. Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino estará lleno de sol. Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por lo imprevisible. Felices ustedes si saben callar y ojalá sonreír cuando se les quita la palabra, se los contradice o cuando les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón. Felices ustedes si son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias. Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad. Felices sobre todo, ustedes, si saben reconocer al Señor en todos los que encuentran, entonces, habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría. 25