El concepto de verdad en Nietzsche

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La Teoría de la Verdad en Nietzsche
Francisco Aldea Martel
"El hombre necesita la verdad,
un mundo que no se contradiga,
que no falsee nada y que no cambie,
un mundo-verdad…"
Friederich Nietzsche
La Voluntad de Poder
La historia de la verdad religiosa es tan antigua como el hombre y tremendamente variada. La
historia de la verdad filosófica, desde Tales de Mileto en adelante, ha sido larga y tortuosa. La
verdad científica, en el sentido moderno, es más bien reciente. Y esta diferencia de edades
explica, en cierto modo, el origen de las dos últimas. La filosofía pretendió ser una superación y
una protesta contra las supersticiones. La ciencia, a su vez, una protesta y una superación de la
metafísica. Ya lo había planteado Comte con sus tres estadios.
Y este intento de hacer las verdades cada vez más exactas revela una sola cosa: Voluntad de
Verdad; cada vez más exigentes en esa verdad.
Primero nos conformábamos con la autoridad: el chamán y el sacerdote decían que los dioses
así lo habían dicho. Luego, dejamos de confiar en los sacerdotes y nos pusimos del lado de la
razón: los argumentos que apoyaban la verdad debían ser lógicos, coherentes y consistentes.
Pero luego, quisimos ir más allá y que la naturaleza misma confirmara nuestras verdades.
Quisimos ser empiristas, que el universo completo dijera si estábamos equivocados o teníamos
razón.
Con esto nos asegurábamos de no estar levantando "catedrales sobre las olas". Y además, era
convincente: todos deben estar de acuerdo con nosotros, puesto que la naturaleza misma está de
acuerdo con nosotros.
Y con esto creíamos avanzar, creíamos seguir el camino rectilíneo y ascendente del progreso,
y servir a la Voluntad de Verdad.
Pero, ¿cuál es el origen de esa Voluntad? ¿De dónde viene ese afán de los hombres por
obtener conocimiento, y por sobre todo, conocimiento verdadero?
"Toda la mecánica del conocimiento es un aparato de abstracción y de simplificación que no
está encaminado al conocer, sino a conseguir poder sobre las cosas: el ‘fin’ y el ‘medio’ están
tan alejados de la esencia como los ‘conceptos’. Con ‘fines’ y ‘medios’ nos apoderamos del
proceso (se inventa un proceso que es palpable), pero con ‘conceptos’ de las ‘cosas’ que
forman el proceso".
De acuerdo a esto, entonces, el conocimiento y lo que los hombres nos hemos acostumbrado
a denominar "verdad" es sólo un medio para alcanzar poder. ¿A qué se refiere Nietzsche con
poder? Evidentemente, no al poder de mandar sobre otros: Nietzsche también ve actuar la
Voluntad de Poder en que el siervo busque servir al amo más poderoso. Poder aquí significa
solamente el asentarse, el asegurar, preservar y poder desenvolver la propia existencia.
Nosotros, "los seres más infelices, delicados y efímeros", hemos inventado el conocimiento
para "conservarnos un minuto en la existencia, de la cual, por el contrario, sin ese aditamento,
tendríamos toda clase de motivos para huir tan rápidamente…"
Este fragmento no corresponde a "La Voluntad de Poder", a pesar de todas las reminiscencias
que nos trae de aquella obra. Ni siquiera pertenece a los últimos escritos del eremita de SilsMaria, que ya respiran el aire de su último texto. Esto fue extraído de "Sobre Verdad y
Mentira en Sentido Extramoral", el primer ensayo de Nietzsche, quien decidió no publicarlo
nunca. Cuando más adelante veamos las implicancias sociales de este texto, tal vez
comprenderemos mejor las razones que llevaron a su autor a dejarlo en un baúl que siempre
llevaba consigo.
Lo curioso de esta pequeña obra es el arco que forma con la última. Pareciera ser que los
fragmentos que componen "La Voluntad de Poder" no son otra cosa que una profundización,
una reformulación de las ideas ya expresadas en ese opúsculo sobre la verdad y el conocimiento.
¿Qué es el Conocimiento para Nietzsche en "Sobre Verdad y Mentira en Sentido
Extramoral"?
Es sólo "un medio de conservación del individuo". Y además, es un medio que se vale del
"arte de fingir; aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración, la farsa,
el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, la escenificación
ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoloteo incesante alrededor de la llama
de la vanidad".
¿En qué consiste este conocimiento, entonces? ¿Por qué el camino de la verdad, una de las
más sacrosantas voluntades de la humanidad, está adornada de tales "virtudes"?
La verdad, para Nietzsche, no existe. No existe ni la verdad trascendente ni la verdad
inmanente, a menos que se trate de una tautología carente de valor, mero juego de palabras,
"conchas vacías".
La verdad no pasa de ser una "designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria",
cuyas primeras leyes fueron dictadas por "el poder legislativo del lenguaje". Es decir, por medio
del lenguaje, inventamos designaciones para las cosas, creyendo rescatar la esencia, y estas
designaciones pasan a ser verdades.
Estas designaciones están formadas por la base del lenguaje, las palabras. Palabras que no son
más que la "reproducción en sonidos de un impulso nervioso. Pero inferir además a partir del
impulso nervioso la existencia de una causa fuera de nosotros, es ya el resultado de un uso
falso e injustificado del principio de razón".
Y esta palabra, mera metáfora de la cosa, " se convierte de manera inmediata en concepto en
tanto que justamente no ha de servir para la experiencia singular y completamente individual a
la que debe su origen, por ejemplo, como recuerdo, sino que debe encajar al mismo tiempo con
innumerables experiencias, por así decirlo, más o menos similares, jamás idénticas
estrictamente hablando; en suma, con casos puramente diferentes. Todo concepto se forma por
equiparación de casos no iguales. Del mismo modo que es cierto que una hoja no es igual a
otra, también es cierto que el concepto hoja se ha formado al abandonar de manera arbitraria
esas diferencias individuales, al olvidar las notas distintivas…"
Tal como dice Nietzsche, el criterio para decidir qué rasgos serán rescatados por el concepto
y cuáles olvidados es completamente arbitrario. Y para esto basta con señalar sólo un par de
ejemplos, tomados de Nietzsche. Catalogamos como masculino al árbol y femenino a la planta.
Llamamos a un objeto "serpiente" por el hecho de arrastrarse en el suelo; ¿por qué no aplicar la
misma palabra, entonces, a los gusanos?
Estas metáforas, además de arbitrarias, son interesadas: sólo rescatamos en la formación del
concepto aquellos rasgos que pueden sernos útiles desde una perspectiva completamente
humana.
Y es precisamente esa "ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos" la que
sirve de base al conocimiento, a la búsqueda de la verdad, que hasta ahora ha sido considerado
como el más desinteresado y altruista de los afanes humanos.
Este es un error, según Nietzsche. El hombre no busca el conocimiento y la verdad por la el
sólo afán de conocer, por un impulso de amor a la sabiduría (filosofía) que no tiene nada que ver
con apetitos egoístas o individuales.
Antes bien, para Nietzsche, la verdad, desde la época de los mitos arcaicos hasta la metódica
y rigurosa ciencia actual, es sólo la busca desesperada de poder. Porque somos los animales más
desfavorecidos en la lucha natural por la existencia. No poseemos "cuerno, o la afilada
dentadura del animal de rapiña". Nuestro cuerpo no resiste la más mínima comparación con los
de otras especies, a no ser por la diferencia abismante entre nuestro cerebro y el de los otros.
Y esa es la única arma de defensa y conquista con que contamos. Nos apropiamos de una
cosa cuando la conocemos, cuando podemos emitir juicios "verdaderos" sobre ellas, y además
extraemos pautas de conducta de ese conocimiento "verdadero": no vamos a acariciar como si
fuese un lindo gatito a un enorme tigre de Bengala, por mucho que se parezcan en algunos
aspectos.
Y esta forma de conocimiento se ha mostrado útil y provechosa. Como diría un cristiano, nos
hemos convertido en señores de la creación, y hemos logrado dominar hasta el más apartado
rincón de nuestro planeta. Pero ese éxito no constituye una prueba, ni de lejos, de que las
metáforas que hemos construido de las cosas, en términos de conceptos, y las relaciones que
hemos establecido entre ellas, tengan el más mínimo grado de "verdad" en el sentido tradicional
del término.
Hasta aquí, Nietzsche no plantea una seria crítica a esta forma de construir mundos. Sólo
constata el hecho. Esta lejos de condenar al hombre por tal creación, sino que muy por el
contrario, lo ensalza por el hecho preciso de haber creado "un castillo de telarañas que puede
navegar sobre las olas, resistiendo el viento". Además, reconoce el valor que tiene el hecho de
que el se hombre oculte a sí mismo este oscuro origen de la verdad: así puede vivir con cierta
calma, seguridad y consecuencia. Es decir, puede asentar y desarrollar su propia existencia.
Eso es lo que hace que aún hoy, a 100 años de su muerte, un mediodía de agosto de
1900, entre los embates de la locura, Nietzsche siga siendo amado, odiado, respetado y
temido... pero por sobre todo, incomprendido.
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