Clase 5: La Revolución Francesa: un ciclo revolucionario abierto

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Clase 5: La Revolución Francesa: un ciclo revolucionario abierto.
Los términos o frases pintadas de color amarillo forman parte del glosario que
se encuentra al final de la clase.
Cuando se lee para estudiar, a veces, no se
comprende, o se comprende mal, porque en el texto hay términos que no se conocen.
También suele ocurrir que se produzcan errores en la interpretación porque algunas
palabras puedan parecer conocidas, pero no lo son. ¿Cómo solucionar este problema?
Continuando con las orientaciones dadas el año pasado, en
esta
clase y las
siguientes intentaremos analizar algunas estrategias para resolver las dificultades
relacionadas con el léxico. También retomaremos el uso del Atlas y del mapa. ¿Cómo
puede contribuir el bibliotecario a la resolución de estas problemáticas?
Síntesis
La Revolución Francesa fue, sin dudas, el cambio político más importante
experimentado por Europa durante el siglo XVIII, y su influencia no tardó en alcanzar a
otras naciones europeas y americanas. La Revolución significó el triunfo de la
burguesía sobre la monarquía absolutista, que abrió las puertas para la transformación
de un sistema económico social que mantenía todavía muchas de las características
de la sociedad feudal. En el plano de las ideas, la Revolución significó el triunfo de las
visiones y valores del liberalismo, impulsadas desde hacía tiempo por los pensadores
de la Ilustración.
Si bien la gesta se inició en 1789, la primera etapa del ciclo revolucionario se extendió
durante un cuarto de siglo, concluyendo con la derrota de Napoleón y la restauración
de la monarquía en 1815. En ese período los cambios fueron muchos, y afectaron no
solamente a la sociedad francesa, sino a buena parte del continente europeo, donde la
nobleza no ocultó su preocupación ante una probable reproducción del fenómeno
revolucionario en otros territorios.
En esta clase veremos los aspectos más sobresalientes de este proceso histórico y
señalaremos su influencia en el mundo. También abordaremos los años posteriores a
la Revolución Francesa, comprendidos entre 1815 y 1850 y que están marcado por el
antagonismo de dos fuerzas: una, representada con la idea de legitimidad, de poder
político concentrado de origen teocrático, sostenida por una burocracia, una nobleza
cortesana y la Iglesia, en la que el conflicto social se manifiestaba por un extremo
temor al desorden y a lo diverso. La otra se identifica con la idea de libertad, de un
poder político limitado, y está sostenida por elites más modernas cuya legitimidad es la
de la soberanía popular en sentido amplio, y una creciente aceptación del conflicto.
Se trata de un enfrentamiento entre “las fuerzas de la reacción” y “las de la libertad”;
guiada esta última por los objetivos del constitucionalismo, representatividad y sufragio
más o menos amplio, en un proceso cada vez mayor de individuación del sujeto, pero
también de un contenido social emanado de las grandes transformaciones
socioeconómicas de estas décadas. Es el período del “burgués conquistador”, según
Morazé pero también de un proletariado que comienza aspirar a un Estado
socializado.
La primera tendencia se expresa en el “Congreso de Viena” mientras que la segunda
se expresa de distintas formas y con diversos matices en las tres oleadas
revolucionarias: la de 1820, 1830 y 1848.
Interrogantes
¿Cuáles son los límites cronológicos y espaciales de la Revolución Francesa?, ¿Cómo se
caracteriza a cada una de las etapas de este período histórico? ¿Qué aspectos la distinguen de
otras revoluciones? ¿Cuál fue la herencia de la Revolución Francesa? ¿Quiénes se expresaron
en el Congreso de Viena? ¿Cuáles fueron sus objetivos? ¿Se cumplieron? ¿Cuáles fueron las
características de los movimientos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848? ¿Cuáles son sus
diferencias? ¿Cuáles sus semejanzas? ¿Por qué fracasaron las revoluciones de 1848?
¿Quiénes fueron los perdedores en 1850, desde la perspectiva política?
Desarrollo
¿Revolución francesa o “Revolución Atlántica?
Uno de los problemas que se plantean cuando uno comienza a estudiar la historia de la
Revolución Francesa es el de sus límites cronológicos y geográficos. Es decir, el período de
tiempo y el espacio en que se desarrolla el proceso. En 1901, un político y filósofo socialista,
Jean Jaurès escribía: “No hay, propiamente hablando, una revolución francesa; hay una
revolución europea, que tiene a Francia en su cumbre”. Los hombres y mujeres que vivieron y
formaron parte de esta historia también tendieron a considerarla como parte de un gran
movimiento que había afectado a toda la Europa Occidental y a América del Norte. Así se
asociaban y se confundían la bandera tricolor francesa, la de los Estados Unidos y la de
Polonia.
El concepto de una era de la “Revolución atlántica”, o sea, de una “revolución democrática de
Occidente”, fue expuesto por vez primera en 1955, en el Congreso Internacional de Ciencias
Históricas de Roma, por Robert Palmer y Jacques Godechot. Para estos autores durante el
período 1770-1799 surgieron abundantes conflictos políticos en toda Europa y en las colonias
americanas que sólo admitían la calificación de “revolucionarios” y que se caracterizaron en
todas partes por un levantamiento de la nobleza, otro posterior de la burguesía, y en todas
partes éstos fueron acompañados por guerras.
El concepto de los historiadores Palmer y Godechot de una “Revolución Atlántica” viene a
confirmar esta idea y plantea una pregunta crucial: ¿fue la Revolución Francesa un
acontecimiento singular, único que se dio en Francia a partir de 1789 o sólo constituyó un
componente de un proceso global de emancipación, a lo largo del cual representó, en todo
caso, su punto más culminante?
Las respuestas a este interrogante son diferentes y dependen de la posición política y social
del historiador. Así el investigador soviético, Manfred levantó rápidamente contra Godechot,
una crítica emotiva sosteniendo que: “El profesor francés es capaz de sacrificar, en nombre de
la “unidad atlántica”, una de las páginas más brillantes de la historia de su país. Es capaz de
ofrecer incluso la “Gran Revolución” a la “Solidaridad Atlántica”. El esfuerzo de Godechot por
servir a la idea atlántica llega tan lejos que es capaz de “olvidarse” del día de la fiesta Nacional
de su Patria...
La acusación lanzada por Manfred a Godechot y Palmer de ser portavoces de la OTAN se
inscribe en el marco de la lucha político-ideológica de aquel entonces entre los Estado Unidos y
la ex U.R.S.S. por el dominio del mundo.
Recientemente otros historiadores, desde la óptica de la historia comparada, han considerado
a la Revolución Francesa, conjuntamente con la hispánica y la lucha por la independencia de
los pueblos americanos, como un proceso revolucionario único donde es posible reconocer, en
un “tiempo largo”, claves político-culturales comunes a esos espacios geográficos.
Desde los inicios de la Revolución, sus protagonistas señalaron la importancia de los cambios
creyendo que sus tiempos marcaban el fin de la nobleza y sus privilegios y el ascenso de la
burguesía. Vaya esta anécdota para ilustrar esta representación de los actores que vivieron en
esta época: Enterado de la toma de la Bastilla, Luis XVI preguntó sorprendido y asustado “¿Se
trata de un tumulto? No, señor - le respondieron- es una revolución”.
Tanto a partir de los acontecimientos como de la estructura, hay un acuerdo importante entre
los historiadores en dividir la época de la Revolución Francesa en tres etapas con
características bastante distintivas. Ellas son:
• La denominada "Revolución Burguesa"
(1789-1792),
también denominada fase de la
Monarquía Constitucional o Revolución de la Libertad. Durante este período tuvo lugar en
Francia el cambio de estructura que abarcó todos los ámbitos de la vida pública: se dictó la
primera constitución escrita y se proclamaron los principales derechos del hombre y del
ciudadano.
• Etapa
del Gobierno de la "Convención" (1792 - 1794), también llamada en numerosas
ocasiones Revolución Democrática o Revolución de la Igualdad. Abarca la dictadura del
Comité de Salud Pública y transcurre bajo el influjo dominante de la guerra que llevó
Francia contra Europa. Esta difícil situación en la política exterior repercutió en la
desintegración del Estado Constitucional único creado en la etapa anterior, a la vez que se
iban imponiendo las reivindicaciones económicas, políticas y sociales del movimiento de los
sans-culottes.
• Etapa de la "Restauración Burguesa" (1794-1815). Muchos historiadores consideran que con
el fin de la fase anterior, la Revolución quedó concluida. Otros, en cambio, incluyen dentro
del período revolucionario esta época que trajo la constitución del Directorio, la
reimplantación del estado de derecho y la posición hegemónica de Francia en el exterior. Al
período de gobierno de Napoleón Bonaparte (1799-1815) algunos historiadores lo añaden
a la Revolución Francesa, por considerar como una unidad todo el espacio de tiempo
transcurrido desde 1787 hasta 1815.
Veamos el desarrollo del proceso en cada una de ellas:
En la primera etapa, que se extendió entre 1789 y 1792, existió un predominio de la alta
burguesía en el control del proceso revolucionario. En efecto, en 1789, y obligado por la
catastrófica situación de las finanzas del reino, Luis XVI, el rey de Francia, decidió convocar a
los Estados Generales (nobleza, clero y burguesía), tras la negativa del Parlamento de París a
aprobar nuevos impuestos. Este Parlamento estaba compuesto por nobles, que por entonces
se encontraban enfrentados con el rey. La reunión de los Estados Generales era ciertamente
excepcional, ya que no se reunían desde hacía un siglo y medio.
Los representantes del tercer Estado -la burguesía- exigieron sesionar no como Estados
Generales sino como Asamblea Nacional, es decir, discutiendo los representantes de los tres
Estados de manera conjunta, y no cada uno por separado.
También se juramentaron no disolver la reunión antes de sancionar una constitución. Los
diputados burgueses recibieron el apoyo de amplios sectores de trabajadores urbanos,
artesanos y campesinos, quienes tomaron por las armas la Bastilla, prisión real donde se
encarcelaban a los detenidos por razones políticas y los liberaron.
La agitación se difundió rápidamente a lo largo del territorio francés. En quince días la
sublevación contra la nobleza era total. La violencia proliferó, pues los campesinos saquearon
los castillos y tomaron revancha sobre la persona de los recaudadores de impuestos, en un
movimiento social denominado el gran miedo. La violencia -física, simbólica y psicológicadominó la escena, e impidió que la burguesía francesa pudiera acordar una solución pacífica
con la nobleza, como en el caso inglés, forzando la solución revolucionaria. En agosto de 1789,
la Asamblea Constituyente proclamó la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano, que consagraba la vigencia de los principios liberales de libertad, igualdad y
fraternidad. En poco tiempo, una multitud de pequeños propietarios rurales se levantó sobre los
antiguos señoríos, expresando de manera contundente sus derechos, produciendo una de las
consecuencias sociales más profundas y duraderas en el régimen de la propiedad y en el
status de los habitantes de Francia.
Aún cuando coincidían en su oposición a la nobleza y la monarquía, la burguesía francesa
estaba compuesta por grupos muy heterogéneos -grandes comerciantes, industriales,
financistas, profesionales, artesanos y tenderos-, y sus intereses a menudo se enfrentaban.
Los feuillants y girondinos agrupaban a la gran burguesía, en tanto los jacobinos expresaban
los intereses de la pequeña burguesía. En tanto los feuillants eran partidarios de una
monarquía constitucional, por lo que entraron en conversaciones con la nobleza, los girondinos
exigieron inicialmente el fin de la monarquía, aplicando una política moderada.
Los jacobinos, por su parte, reclamaban una solución radical e inmediata. Los intereses
comunes entre los tres grupos les permitieron obtener la sanción de la supresión de los
derechos de la nobleza -que a partir de entonces fue obligada a pagar impuestos- y del diezmo
eclesiástico.
Sin embargo, la definición del rumbo político de la Revolución no era una tarea sencilla. A
medida que pasaban los días, los girondinos iban adoptando posiciones cada vez mas
moderadas. Querían consagrar la paz, y para ello no descartaban negociar con los dirigentes
del Antiguo Régimen. También se oponían a la aprobación del sufragio universal, cuestionando
la capacidad de los pobres para ejercer el derecho a voto. Los jacobinos, por el contrario,
profundizaban el sesgo revolucionario de su discurso. Se negaban siquiera a considerar alguna
forma de continuidad de la monarquía, exigiendo en cambio la instalación de una república sin
privilegios. También proponían la adopción de medidas económicas urgentes para auxiliar a los
más humildes, quienes les otorgaron su apoyo. Sin embargo, no debe pensarse que la política
revolucionaria se limitó a sectores minúsculos de dirigentes. Por el contrario, los primeros
meses de la Revolución estuvieron caracterizados por una sostenida movilización popular y la
proliferación de ámbitos de sociabilidad pública -los clubs-, donde los ciudadanos discutían el
curso de acción a seguir y organizaban expresiones callejeras y acciones políticas.
La proclamación de la nueva constitución, en septiembre de 1791, pareció marcar la derrota del
partido jacobino, los clubs populares y los sectores mayoritarios de la sociedad francesa,
amanos de los grupos conciliadores. En ella se adoptaba la monarquía parlamentaria y se
establecía el sufragio censitario (sólo votaban quienes pagaran cierto nivel de impuestos). De
este modo, una verdadera aristocracia de los negocios venía a imponerse sobre la antigua
nobleza, en tanto la inmensa mayoría del pueblo francés permanecía privada de sus derechos
políticos.
Revolución y contrarevolución
Sin embargo, esta solución no resultó efectiva. Ese mismo año, el rey, la nobleza y la jerarquía
eclesiástica francesa se trasladaron a la ciudad de Varennes, negándose a aceptar un recorte
de su poder. Inmediatamente buscaron el apoyo de los monarcas de Prusia y Austria,
temerosos de una eventual expansión de la revolución, e iniciaron la intervención militar: la
guerra era el camino elegido para intentar la restauración. En territorio francés, incluso los
moderados girondinos coincidían en evaluar que la guerra era inevitable, aún cuando
sospecharan que ese camino no tardaría en extender la Revolución a otras naciones. Iniciado
el conflicto en abril de 1792, las tropas prusianas destrozaron a los débiles ejércitos populares
franceses, mal armados y peor dirigidos, obligando a la retirada de los batallones que habían
conseguido escapar a la masacre.
Paradójicamente, el retorno apresurado de las fuerzas al territorio francés, perseguidas por las
tropas prusianas, fortaleció el respaldo popular a la Revolución, que había menguado
significativamente tras la proclamación de la monarquía constitucional. En efecto, no tardó en
denunciarse la existencia de un entendimiento entre los invasores y Luis XVI, quien así se
manifestaba dispuesto a intentar cualquier recurso - incluso el de ordenar la ocupación del
propio territorio francés - con tal de retener su poder. La reacción del pueblo de París no se
hizo esperar: encarceló al rey y su familia, y acabó con la monarquía. La Asamblea Nacional
fue reemplazada entonces por una nueva institución representativa: la Convención.
Prisionero el rey y disuelta la Asamblea Nacional, el camino de la creación de la República
estaba abierto. Por primera vez, los representantes de la Convención fueron elegidos por
sufragio universal, lo que incrementó la participación de los sectores populares
urbanos (denominados sans-culottes) bajo la dirección de los representantes de la pequeña
burguesía más radical: los jacobinos. A fines de 1792, nuevos nombres protagonizaban la
política francesa: Dantón, Robespierre, Saint-Just, Marat, etc. Cercada por poderosos rivales
las potencias aristocráti¬cas extranjeras que se habían lanzado a la invasión de Francia, la
reacción nobiliaria en el interior y la oposición decidida de los girondinos-, la República jacobina
debió radicalizar su política, y fortalecer cada vez más su alianza con los sans-culottes. Para
llevar a cabo esta política, en 1793 fue creado el Comité de Salvación Nacional, inicialmente
dependiente de la Convención, bajo la dirección de Maximiliano Robespierre. Este comité no
tardó en detentar un alto grado de autonomía, que le permitió asumir la dirección del proceso
revolucionario.
El Comité implementó Tribunales Populares, encargados de juzgar a los sospechosos de haber
colaborado con el enemigo, o de no adherir al gobierno jacobino. Los tribunales hicieron un
generoso uso de la pena de muerte. Por ese motivo, este período ha sido denominado como
de Terror, ya que el temor y la violencia fueron las claves que permitieron recuperar el control
político sobre todo el territorio: nobles, religiosos, colaboracionistas y hasta los propios
monarcas, Luis XVI y María Antonieta, fueron las víctimas del invento más popular de la
época: la guillotina
Sin embargo, la estabilidad política no se logró. La crisis económica era absoluta; la guerra
continuaba y los sectores populares reclamaban una participación cada vez mayor en el
gobierno. Los jacobinos implementaron un estricto control de precios y racionaron los
alimentos. En 1793 se sancionó una nueva Constitución que proclamaba el sufragio universal,
cuya aplicación debió suspenderse en tributo a la necesidad de centralizar la conducción
política y militar, ante la preocupante evolución del conflicto armado. Los sans-culottes se
negaron a aceptar estas razones, y se distanciaron de los jacobinos. La ruptura de la alianza
debilitó a ambos grupos, condenándolos a la derrota a manos de una conspiración de sectores
moderados y conservadores, en 1794.
En el mes de julio de 1794, grupos de la alta burguesía, que desesperaban por acabar con los
que juzgaban como desenfrenos de la claque o populacho, depusieron a las autoridades y
ejecutaron a sus líderes más destacados, comenzando por el propio Maximiliano Robespierre.
El nuevo gobierno, el Directorio, privó del derecho de sufragio a los sectores populares,
estableció el voto censitario, e implementó medidas tendientes a liberalizar la economía. La alta
burguesía buscó una alianza con los militares para consolidar su situación. Sin embargo, tras
algunos años, la jugada se volvió en contra. Napoleón Bonaparte, prestigioso militar
proveniente de una familia perteneciente a la pequeña nobleza, quien venía precedido de
importantes victorias en el terreno de las armas, dio un golpe de estado en 1799 y se apoderó
del gobierno, adoptando el título de Primer Cónsul. Tras algunos desencuentros, la alta
burguesía decidió apoyarlo. Napoleón mantuvo algunos principios de la Revolución de 1789,
garantizando fundamentalmente las libertades civiles y económicas. La gran burguesía
encontraba así a su paladín, que la ponía a salvo tanto de la monarquía como de los jacobinos,
al costo de renunciar a la República y la libertad política.
En 1799, la Revolución Francesa entró en su etapa de consolidación, encabezada por
Napoleón Bonaparte, quien había alcanzado el poder tras un golpe de estado que terminó con
el Directorio. Una nueva constitución estableció un Poder Ejecutivo integrado por tres
cónsules, que deberían durar diez años en su cargo. Sin embargo, todo el poder, de hecho, se
concentraba en el primer Cónsul, que no era otro que el propio Bonaparte, quien logró el apoyo
explícito de la gran burguesía.
En 1804 el Senado lo proclamó Emperador, con carácter hereditario. El Imperio francés duró
poco más de diez años, y estuvo caracterizado por la política expansiva de Bonaparte, quien
buscó ampliar sus dominios a través de continuas guerras. El avance territorial se complementó
con la difusión de los nuevos ideales de libertad, igualdad y fraternidad. La política guerrera de
Napoleón le permitió ocupar la mayor parte de la Europa continental, deponiendo o
subordinando a los monarcas que encontraba a su paso. Sin embargo, el fracaso de su
campaña a Rusia, en 1812, marcaría el punto inicial del deterioro de su poder, confirmado por
su derrota militar, en 1814, ante una coalición de monarcas europeos. La monarquía fue
entonces restaurada en Francia, y la casa de Borbón recuperó el trono, en la persona de Luis
XVIII
Tras un breve exilio, en 1815 Napoleón consiguió organizar un ejército, con el que regresó a
París, derrocando al nuevo monarca. Sin embargo, su gobierno sólo se extendió durante cien
días, ya que fuerzas aliadas de ingleses y prusianos lo derrotaron nuevamente en la batalla de
Waterloo, confinándolo en una isla del Atlántico hasta su muerte.
¿Por qué es importante la Revolución Francesa?
Si la Revolución Industrial británica, con sus fábricas y sus ferrocarriles, cambia bruscamente la
estructura económica y social de la Isla y brinda e impulsa un nuevo modelo de organización
mundial, la Revolución Francesa ejerce una influencia similar. Producida en el Estado más
poderoso y poblado del Continente, cuyo idioma era una especie de lengua universal de las
clases cultas, las ideas de la Gran Revolución (la más radical y la primera de masas de la
historia), dan la vuelta al mundo desde 1789. En los países europeos (Italia, Alemania, Austria,
etc.) y en los de América Latina en el siglo XIX, en la Revolución Rusa de 1917, en los
movimientos de independencia de los países de Asia y Africa de las últimas décadas, los
principios y el vocabulario, los programas y aún los símbolos de los revolucionarios están
inspirados en ella. Un ejemplo: la palabra turca "vatan" significaba lugar de residencia o de
nacimiento de un hombre hasta la Revolución Francesa, pero a partir de que su influencia llega
a Turquía, "vatan" toma el significado de "Patria".
¿Por qué esta influencia ecuménica? ¿Qué la diferencia de las ideas de la independencia
norteamericana que, al fin y al cabo, agita los mismos principios?
Los objetivos no son los mismos. Los norteamericanos buscaban terminar con la dependencia
de Gran Bretaña para poder seguir desarrollando el mundo en el que vivían. Los patriotas
franceses, en cambio, querían fundar un mundo nuevo. La Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano no es sólo para Francia sino que es una propuesta para toda la
humanidad.
Por otra parte, no son solamente las intenciones las que explican su difusión. Los ejércitos
franceses introducen las ideas revolucionarias por donde quiera que pasan, alterando el orden
de los Estados absolutistas al liquidar los restos de feudalismo y creando, por ejemplo, las
condiciones para la independencia de la América española.
Es necesario, sin embargo, precisar en qué consiste la influencia que ejerce.
Aunque la Revolución no es un bloque monolítico sino un proceso dramático que busca su
camino entre las divergencias internas y el fragor de la lucha contra las potencias europeas,
podemos hacer un balance teniendo en cuenta lo que más vivamente impresiona a los
observadores externos.
Los principios de la Revolución se resumen en un lema derivado de la filosofía iluminista:
"Libertad, igualdad, fraternidad".
¿Qué es la libertad? En primer lugar, la libertad personal del ciudadano. Luego, la libertad de
opinión y su prolongación lógica: la libertad de expresión.
La Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 la define: "La libertad consiste en poder
hacer todo lo que no daña a otro; así el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no
tiene más límites que los que aseguran a los miembros de la sociedad en goce de estos
mismos derechos". A esta libertad de las personas se la llamaba civil para distinguirla de la
política.
En el terreno de la libertad política se dieron las más grandes conquistas: principio de elección
de todos los cargos, soberanía del pueblo, necesidad de un régimen representativo fundado en
la división de poderes. Se echan así las bases del liberalismo político. Luego, el concepto se
traslada también a la economía: aparece la libertad de empresa, idea que en la misma
Revolución no será impuesta sin oposiciones.
La igualdad ante la ley tiende a borrar la desigual ordenación jerárquica de la sociedad del
Antiguo Régimen. "Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos", dice la
Declaración, y esta es una de sus más grandes conquistas. Proclama la igualdad civil en todas
sus formas. De esta manera, grupos religiosos que tenían limitados sus derechos, como los
protestantes y los judíos, se convierten en ciudadanos plenos. Esta igualdad tiene, sin
embargo, sus limitaciones. No alcanza sino por un corto lapso a los negros y el derecho a voto,
salvo también un corto período, no es universal.
La fraternidad supone el derecho a la vida y la asistencia a los más desprotegidos. Esta
"democracia social" se cumple sólo fugazmente. Algunos autores dicen que, siendo la
Revolución Francesa la que consagra finalmente el triunfo de la burguesía y viendo las líneas
generales de su desarrollo, el lema debería haber sido "Libertad, igualdad, seguridad y
propiedad", ya que estos dos últimos principios serán cuidadosamente salvaguardados por la
obra revolucionaria.
Pero antes de cerrar este balance, deberíamos insistir que como resultado de la Revolución y
de las guerras subsiguientes la atmósfera política europea se transformó radicalmente. Para
1815 una actitud completamente distinta hacia la revolución prevalecía y dominaba en la
política. Ahora se sabía que la revolución en un único país podía ser un fenómeno universal;
que sus ideas podían difundirse más allá de sus fronteras, que sus ejércitos convertidos en una
especie de cruzadas podían barrer los antiguos sistemas políticos. Se sabía además que la
revolución social era posible. Los ejércitos franceses impelían a la universalidad de su
revolución con más efectividad que nada o nadie pudiera hacerlo.
En el transcurso de estas décadas también las fronteras políticas de Europa fueron
modificadas varias veces. Como consecuencia de la Revolución desaparecerán los viejos
imperios -el Sacro Imperio Romano Germánico-; las antiguas repúblicas, como la de Génova y
la de Venecia; los Estados eclesiásticos independientes –como los principados episcopales de
Colonia, Maguncia, Tréveris– , y de las ciudades libres de Alemania sólo sobrevivirán cuatro
de ellas.
En definitiva, la Revolución francesa terminó con la Edad Media europea y consolidó el Estado
moderno, es decir, ese territorio único e indiviso, con fronteras bien delimitadas, gobernado por
una sola autoridad soberana conforme a un solo sistema fundamental de administración.
También fueron importantes los cambios institucionales introducidos directa o indirectamente
por las conquistas francesas. En todos los territorios las instituciones de la Revolución francesa
y el Imperio Napoleónico eran automáticamente aplicadas o servían de modelo para la
administración local. El Código Civil de Napoleón se convirtió en modelo de leyes en países
como Bélgica, Renania e Italia. El feudalismo como sistema político fue abolido y no volvió a
restablecerse. Asimismo, este proceso puso fin a los privilegios de la aristocracia y el clero. La
servidumbre, los derechos feudales y los diezmos fueron eliminados; las propiedades se
disgregaron y se introdujo el principio de distribución equitativa en el pago de impuestos.
La reforma y codificación de las diversas legislaciones provinciales y locales, que quedó
plasmada en el Código Napoleónico, ponía de manifiesto muchos de los principios y cambios
propugnados por la Revolución: la igualdad ante la ley, el derecho de habeas corpus y
disposiciones para la celebración de juicios justos. El procedimiento judicial establecía la
existencia de un tribunal de jueces y un jurado en las causas penales, se respetaba la
presunción de inocencia del acusado y éste recibía asistencia letrada.
La Revolución también desempeñó un importante papel en el campo de la religión. Los
principios de la libertad de culto y la libertad de expresión tal y como fueron enunciados en la
Declaración de Derechos del hombre y del ciudadano, pese a no aplicarse en todo momento en
el período revolucionario, condujeron a la concesión de la libertad de conciencia y de derechos
civiles. Así, la Revolución inició el camino hacia la separación de la Iglesia y el Estado.
Un nuevo ciclo revolucionario (1820-1848)
El Congreso de Viena
De la mano de Napoleón Bonaparte, las ideas burguesas de la Revolución Francesa
consiguieron instalarse y expandirse en la mayor parte de Europa, y recibieron una acogida
calurosa en las nuevas elites que intentaban desplazar a la vieja nobleza. Sin embargo,
Waterloo había marcado que todavía algunas aristocracias europeas conservaban un poder y
una capacidad de acción notables. El dilema que se planteaba entonces consistía en la
manera de encarar el futuro europeo; es decir, si iba a predominar algunos de estos principios
burgueses revolucionarios derrotados en el campo de batalla o, por el contrario, si se iba a
reinstalar el principio monárquico, lo que exigía echar tierra sobre todos los avances que se
habían realizado en el terreno de las libertades civiles, económicas, políticas y sociales.
¿Cuáles de las dos tendencias se impondrá? La solución encontrada expresó una
síntesis entre el progresismo económico y el conservadurismo político. Veamos como sucedió:
Las naciones beligerantes, o sea, las cinco principales potencias europeas - Rusia, Prusia,
Inglaterra, Austria y Francia - intentaron encontrar en primer término una solución al problema
de la paz en Europa durante las sesiones del Congreso de Viena (1814), luego de más de una
década de guerra ininterrumpida. Los vencedores militares buscaron consolidar en ese ámbito
diplomático el principio monárquico frente a las ideas republicanas difundidas por las tropas de
la Francia revolucionaria. En esa empresa sólo tuvieron un éxito a medias, ya que si bien
consiguieron sentar las bases políticas y jurídicas para un nuevo ordenamiento de Europa –
gracias al cual durante casi un siglo sólo se produjeron algunas guerras dentro del viejo
continente -, el restablecimiento de la antigua situación resultó una tarea ímproba, ya que las
ideas y valores revolucionarios habían encarnado fuertemente en las poblaciones que habían
tomado contacto con ellas, inspirando numerosas guerras civiles y revolucionarias contra las
autoridades monárquicas durante las cinco décadas siguientes.
Las reuniones de Viena forjaron un acuerdo entre los soberanos asistentes que permitió
equilibrar la agitada situación internacional y permitió
a sus gobiernos sobrevivir a los
profundos cambios internos experimentados por esas mismas naciones a lo largo del siglo. Bajo
la influencia de Gran Bretaña y Rusia, los acuerdo excluyeron el tratamiento de las cuestiones
referidas a los territorios de ultramar, e incluso, de las regiones marginales de Europa. Tampoco
resolvieron el dilema presentado por el hundimiento de la Confederación alemana, herencia del
Sacro Imperio instalada en el corazón de Europa, que se había derrumbado ante el avance de
las fuerzas revolucionarias. Ese extenso y rico territorio, ocupado por 34 reinos soberanos y
cuatro ciudades libres, generaba graves inquietudes, ya que su posible unificación bajo la
hegemonía de alguna de las potencias de Europa central, como Prusia o Austria – que por
entonces ya dominaba buena parte de la península itálica -, hubiera implicado la destrucción
del endeble equilibrio alcanzado.
Otras cuestiones, como el reconocimiento de la propiedad privada a escala internacional, la
libertad de emigración y la libre navegación fluvial, no encontraron mayores resistencias de los
firmantes, significando un avance notable de los intereses económicos de la burguesía.
Asimismo, la derrota del liberalismo político ante el principio monárquico era sólo relativa, ya
que si bien en España, Roma y algunos cantones suizos y principados alemanes la
restauración había sido completa, las potencias monárquicas de Europa occidental se
encaminaron a adoptar, cada una a su tiempo, un régimen parlamentario. En tal sentido, la
apuesta a la Revolución Gloriosa en Inglaterra era ahora superada por la Constitución
sancionada por el monarca repuesto en Francia, Luis XVIII, quien aceptó compartir
voluntariamente su soberanía con diversos órganos de gobierno, fundamentalmente en lo
vinculado con la política impositiva y presupuestaria.
Esta consolidación de la autoridad monárquica tuvo como contrapartida un refuerzo de la
censura y la represión sobre las poblaciones de Francia, Inglaterra y Alemania, ante el temor
latente de un resurgimiento del fantasma revolucionario entre los pueblos sedientos de libertad.
El éxito de tales medidas preventivas consiguió confinar la protesta revolucionaria a las
regiones del sur de Europa, donde se registraron diversos levantamientos a lo largo de la
década de 1820. España, Portugal, Sicilia, Piamonte y Grecia fueron algunos de los principales
escenarios
donde tuvieron lugar los movimientos impulsados por las elites de oficiales,
funcionarios e intelectuales en reclamo de la sanción de constituciones liberales, generalmente
ahogadas en sangre merced a la intervención de las grandes potencias. De estos movimientos
nos ocuparemos en el apartado siguiente:
Las oleadas revolucionarias, 1820-1848
En el mundo occidental se sucedieron, entre los años 1816 y 1850, al menos tres grandes
oleadas revolucionarias, que afectaron a buena parte de Europa y tuvieron importantes
consecuencias sociales y políticas.
La primera de ellas tuvo lugar en 1820-1824. En Europa tuvo como marco al Mediterráneo y
fueron sus principales epicentros: España (1820), Nápoles (1820) y Grecia (1821). Excepto el
griego, todos los movimientos revolucionarios fueron sofocados. La revolución española
estimuló el proceso revolucionario en América que ya se había iniciado en 1810; para 1825 toda
la América española del Sur era libre. En 1821 se declaró la independencia mexicana y al año
siguiente Brasil se separó de Portugal bajo la conducción del regente dejado por la familia real
portuguesa al regresar a Europa después de su destierro durante las guerras napoleónicas.
La segunda ola revolucionaria se produjo en 1829-1834, y afectó a toda la Europa del Oeste de
Rusia y al continente norteamericano. Durante esta etapa, en Francia el pueblo de París se
sublevó y obligó a huir a Carlos X, el último rey Borbón de Francia. Ante el temor de que la
revolución se profundizara,
los grandes burgueses y liberales moderados impusieron una
monarquía constitucional en 1830 bajo la conducción de Luis Felipe de Orleans. La revolución
afectó también a Bélgica que se independizó de Holanda y a Polonia que terminó como una
provincia rusa. En Inglaterra, la movilización de los grupos radicales impuso una importante
reforma electoral en 1832.
La tercera ola, la de 1848, fue el año de las revoluciones democráticas. Casi simultáneamente
la revolución estalló y triunfó momentáneamente en Francia, en buena parte de lo que hoy es
Italia , en los Estados alemanes, en gran parte del Imperio de los Habsburgos y en Suiza. En
forma menos aguda, el movimiento afectó también a España, Dinamarca y Rumania y en forma
esporádica a Irlanda, Grecia e Inglaterra.
Todos estos movimientos se produjeron porque los sistemas políticos restablecidos en Europa,
después que se desmanteló el imperio napoleónico, eran profundamente inadecuados a las
circunstancias políticas del continente y porque el descontento hacia esta vuelta al pasado, en
un contexto de profundos cambios sociales y económicos, era tan agudo que hacía inevitable
este tipo de trastornos.
Los modelos políticos creados por la experiencia francesa entre 1789 y 1797 sirvieron para dar
un objetivo específico a los distintos descontentos. Todos los que participaron en estos
movimientos analizaron lo sucedido durante la revolución francesa para buscar sentido y
significado a sus acciones. Los diferentes modelos correspondían a las tres tendencias
principales de la oposición posterior a 1815: la moderada liberal (la de la aristocracia liberal y la
alta burguesía), la radical democrática (clase media baja, una parte de los nuevos fabricantes,
los intelectuales y la mayoría de los descontentos) y la socialista (la del trabajador pobre o
nuevos obreros industriales)
La inspiración de la tendencia moderada liberal fue la revolución de 1789-1791; su ideal político
era una monarquía constitucional con un sistema parlamentario donde no estaba representada
toda la nación, como el creado por la Constitución de 1791.
La fuente de inspiración para la segunda de las tendencias – la radical democrática – fue la
revolución de 1792-1793, y su ideal político, una República democrática inclinada a provocar
cambios en la situación social y económica de los más débiles y con cierta animosidad contra
los ricos, como la Constitución jacobina de 1793.
Finalmente, la tercera tendencia tuvo su inspiración, sobre todo, en la conspiración de François
Babeuf (1760-1797) que marcó el nacimiento de la tradición comunista moderna en política. En
1796, Babeuf había propuesto una organización colectiva del trabajo fundada en la comunidad
de bienes.
Para los gobiernos absolutistas todos estos movimientos eran igualmente subversivos de la
estabilidad y el buen orden aunque algunos eran considerados más peligrosos que otros. A
todos los unía la oposición a la monarquía absoluta, la Iglesia y a la aristocracia.
Durante el período 1815-1830, las perspectivas políticas de quienes se oponían al orden
tradicional restaurado, sin distinción alguna, eran muy parecidas en todos los países europeos,
y los métodos de lograr la revolución eran casi los mismos en todos los lugares. Todos los
revolucionarios se consideraban como pequeñas minorías selectas que debían dirigir la
emancipación del hombre de los tiranos y conseguir el progreso de la humanidad, trabajando a
favor de una masa de gente que sin duda recibiría bien la liberación cuando llegase, pero de la
que no se podía esperar que tomase mucha parte en su preparación. Todos ellos se
consideraban en lucha contra un solo enemigo: la unión de los monarcas absolutos bajo la
jefatura del zar, así se denominaba a los monarcas rusos. Todos ellos, por lo tanto, concebían
la revolución como algo único e indivisible: como un fenómeno europeo singular, más bien que
como un conjunto de liberaciones locales o nacionales. Todos ellos tendían a adoptar el mismo
tipo de organización revolucionaria: la hermandad insurreccional secreta.
Tales hermandades brotaron hacia el final del período napoleónico. La más conocida, por ser la
más internacional, era la los carbonarios, que parecía descender de antiguos oficiales franceses
antibonapartistas en Italia. Adquirió forma de comunidad en la Italia meridional después de 1806
y, con otros grupos por el estilo, se extendió hacia el norte y por el mundo mediterráneo
después de 1815. Los carbonarios encontraron un terreno propicio en Rusia y en Grecia y su
período de apogeo fue en 1820-1821 aunque para 1823 sus sociedades fueron virtualmente
destruidas por efecto de la represión.
Las revoluciones de 1830 cambiaron la situación enteramente. Una característica que las
distingue es que la política y la participación de masas fueron posibles otra vez, haciendo
menos necesaria la exclusiva actividad de las hermandades secretas. En esta ocasión, las
masas no estuvieron inactivas. El París de Julio de 1830 se erizó de barricadas, fenómeno que
manifiesta el carácter callejero de las nuevas luchas, en mayor número y en más sitios que
nunca. De hecho, a partir de 1830 la barricada se convirtió en el símbolo de la insurrección
popular.
Una de las consecuencias fundamentales de esta ola revolucionaria que culmina en 1848, fue
la derrota definitiva del poder aristocrático por el burgués en la Europa occidental. La clase
dirigente de los próximos cincuenta años iba a ser la “gran burguesía” de banqueros,
industriales y altos funcionarios civiles, aceptada por la aristocracia que accedía a una política
burguesa, no perturbada todavía por el sufragio universal, aunque acosada desde fuera por las
agitaciones de los hombres de negocios modestos e insatisfechos, la pequeña burguesía y los
primeros movimientos laborales.
La victoria de los principales movimientos revolucionarios en 1848 significó el establecimiento
de un nuevo sistema político para Europa. La burguesía de inspiración liberal asumió en casi
todos los países de la Europa occidental el protagonismo político que, desde la revolución
francesa, le habían disputado los poderes tradicionales.
El sistema político era el mismo en Inglaterra, Francia y Bélgica y consistía en instituciones
liberales resguardadas por el grado de cultura y riqueza de los votantes bajo un monarca
constitucional.
Otra innovación radical que trajeron las revoluciones después 1830 fue la aparición de la clase
trabajadora como fuerza política independiente en Inglaterra y Francia y la de movimientos
nacionalistas en muchos países europeos, como en Italia y Alemania.
Los hombres que levantaron las barricadas –el pueblo, los trabajadores pobres– se identificaron
cada vez más con el nuevo proletariado industrial y con el movimiento socialista
El creciente descontento de los pobres – especialmente de los pobres urbanos – era evidente
en toda Europa occidental y la revolución social llevada a cabo por estos actores podía llegar a
ser una posibilidad real. Un movimiento proletario y socialista se advertía claramente en los
países como Inglaterra y Francia.
En Inglaterra surgió hacia 1830 y adquirió la madura forma de un movimiento de masas de
trabajadores pobres que consideraba a los liberales y los “whigs” como probables traidores y a
los capitalistas y los “tories” como seguros enemigos. El vasto movimiento a favor de la “Carta
del Pueblo” que alcanzó su cima en 1839-1842, pero conservando gran influencia hasta
después de 1848, fue su realización más plena.
En Francia, no existía un movimiento parecido de masas trabajadoras en la industria: los
militantes franceses del movimiento de la clase trabajadora en 1830-1848 eran, en su mayor
parte, viejos artesanos y jornaleros urbanos, procedentes de los centros de la tradicional
industria doméstica, como las sederías de Lyon. Las diferentes ramas del nuevo socialismo
“utópico” – los seguidores de Saint-Simon, Fourier, Cabet – si bien se apartaron de la agitación
política, van a actuar como grupos dirigentes de la clase trabajadora y organizadores de la
acción de las masas al comenzar la revolución de 1848. Por otra parte, Francia poseía la
poderosa tradición, políticamente muy desarrollada, del ala izquierda jacobina y de los
seguidores de Babeuf, una gran parte de la cual se hizo comunista después de 1830. Su
caudillo más importante fue Augusto Blanqui (1805-1881).
Blanqui creía que la revolución social era algo inevitable y necesaria, pero que sólo triunfaría si
era dirigida por una vanguardia profesional, cuyos miembros podían surgir de la propia
burguesía, y que deberían adoptar métodos dictatoriales para consolidarse en el poder. En el
ámbito económico, abogaba por una evolución gradual desde el capitalismo hasta el
comunismo.
En términos de estrategia política y organización, el blanquismo adaptó a la causa de los
trabajadores el órgano tradicional revolucionario, la secreta hermandad conspiradora y el
tradicional método revolucionario jacobino, insurrección y dictadura popular centralizada. De los
blanquistas, el moderno movimiento socialista revolucionario adquirió el convencimiento que su
objetivo debía ser apoderarse del poder e instaurar “la dictadura del proletariado”. A falta de un
gran movimiento de masas conservaba, como sus predecesores los carbonarios, una “élite” que
planeaba sus insurrecciones un poco en el vacío, por lo que solían fracasar.
Otro problema al que debieron enfrentarse los revolucionarios fue el papel que debían jugar los
campesinos o más precisamente como conseguir la alianza de este sector social para el logro
de los nuevos objetivos políticos.
La extrema izquierda concebía la lucha revolucionaria como una lucha de las masas
simultáneamente contra los gobiernos extranjeros y los explotadores locales. Dudaban de la
capacidad de la nobleza y de la débil clase media, con sus intereses frecuentemente asociados
a los del gobierno, para guiar a la nueva nación a su independencia y modernización. Su
programa era revolucionario. Un ejemplo de esta tendencia nos lo ofrece la efímera República
de Cracovia, en 1846 que abolió todas las cargas de los campesinos y prometió a sus pobres
urbanos talleres nacionales. También los carbonarios más avanzados del sur de Italia
adoptaron programas semejantes.
Sin embargo, esta tendencia fue muy débil y su influencia disminuyó mucho por el fracaso de
los movimientos compuestos sustancialmente por estudiantes, intelectuales, plebeyos e
idealistas que no terminaron por resolver efectivamente el problema de la participación y de las
concesiones a los campesinos. Los movimientos revolucionarios de 1830-1848 a pesar de sus
diferencias conservan muchas cosas en común.
En primer lugar, siguieron siendo en su mayor parte organizaciones de conspiradores de clase
media e intelectuales, con frecuencia exiliados, o limitadas al relativamente pequeño mundo de
la cultura. Y en segundo lugar, conservaban un patrón común de conducta política, ideas
estratégicas y tácticas, etc., derivado de la experiencia heredada de la revolución de 1789, y un
fuerte sentido de unidad internacional.
¿Por qué fracasaron sus ideales? Podemos decir que por dos razones fundamentales: el
movimiento radical y socialista fue tan ostensible que provocó la ruptura lógica con el
movimiento liberal, temeroso del ataque a la propiedad y en segundo lugar porque las fuerzas
de la represión encarnadas sobre todo en el ejército y también en la Iglesia conservaban aún un
enorme poder.1848 significó, según el historiador Palmade, “como una elección dolorosa entre
lo posible y lo ideal”
Cierre
En esta clase hemos pasado revista a la historia europea revolucionaria, es decir, entre 1789 y
1850. Analizamos además de la Revolución Francesa, la política implementada por las grandes
potencias vencedoras en el Congreso de Viena y que podemos sintetizar como el reflejo de la
unión de dos poderosos: el altar y el trono, aliados a la aristocracia terrateniente. Luego vimos
la reacción de los pueblos; al comienzo marcada por la participación de los grupos más
radicalizados que ante la exclusión optaron por la conspiración y las organizaciones secretas.
Más tarde vimos cómo a estos grupos liberales se sumaban los obreros, artesanos,
campesinos, clase media y sectores populares con la aparición de las barricadas y el flamear de
las banderas tricolor. Junto con las tradicionales reivindicaciones a favor de los postulados del
liberalismo político – la igualdad civil y política y el sufragio universal – en 1848 cobraron
protagonismo los reclamos sociales de los nuevos obreros industriales y de las ideas
socialistas.
Pretendimos dar un cierre de la unidad uno de nuestro programa procurando establecer los
principales problemas y soluciones que se plantearon en el período histórico comprendido entre
el inicio de la doble revolución y la consolidación del capitalismo a escala mundial. Les
invitamos a enriquecer este esquema con películas, obras literarias y bibliografía específica que
les proponemos al final
Glosario
Aristocracia: es una forma de gobierno que se caracteriza por el dominio de unos pocos sobre
la mayoría.
Burguesía: Término que generalmente se usa para referirse a los capitalistas no agrarios y que
a diferencia de los "proletarios" no viven de la venta de su fuerza de trabajo.
Comprende, por una parte, a los industriales, financieros y miembros de las
profesiones liberales; por la otra, a los artesanos y pequeños comerciantes, a los que
se califica de pequeña burguesía, aunque su nivel de vida no es tan alto.
Burocracia: término que designa al conjunto de individuos que se desempeña en los diversos
puestos de la administración pública. Peyorativamente, se denomina así también a la
influencia excesiva de los empleados públicos en los asuntos del Estado.
Carta del Pueblo: Documento publicado en 1838 que dio su nombre al cartismo, en Inglaterra.
Entre sus puntos figuraban: sufragio universal de los varones; igualdad de distritos
electorales; voto por sufragio secreto; remuneración de los diputados; extinción de los
requisitos de propiedad para los diputados.
"Caso inglés": nos referimos aquí a la llamada Revolución Gloriosa de 1688 mediante la cual se
inauguró en Inglaterra la Monarquía Parlamentaria.
Club: palabra de origen inglés que se utilizó a fines del siglo XVIIII para designar a ciertas
asociaciones, cuyos miembros se reunían regularmente para discutir los asuntos
políticos del momento. Durante la Revolución , los clubes desempeñaron un papel muy
importante, pues en ellos los diputados preparaban sus discursos en la Asamblea,
instruían a sus afiliados, determinaban las modalidades de su acción política, etc. y
crearon una amplia red nacional que permitió la penetración del ideal revolucionario
por todo el país.
Conservadurismo: Es lo opuesto. Se asocia a la idea de defensa del orden y del statu quo.
Convención: nombre que recibió la nueva Asamblea elegida por el sufragio universal masculino
y cuya principal misión era elaborar una nueva constitución: la Constitución del Año I.
Inauguró la República en Francia.
Diezmo: impuesto eclesiástico, consistente en la décima parte de la producción anual de los
seglares, que se utilizaba para mantener a los ministros de la iglesia.
Ecuménica: Universal o que se extiende al mundo entero. Ejemplo: El mensaje de salvación
que transmite el cristianismo tiene carácter ecuménico.
Estados Generales: Se denomina así a la reunión de los tres ordenes o estamentos en que se
dividía la sociedad feudal.: nobleza, clero y burguesía. Funcionaban separados.
Cuando el Rey los convocó en 1789, el Tercer Estado intentó en vano que acudieran a
la reunión la nobleza y el clero.
Feuillants: Miembros de un club, partidarios de la monarquía constitucional, se agruparon en
torno a Lafayette.
Girondinos: Era el nombre que recibían los miembros de un grupo político que actuó en la
Asamblea Legislativa y en la Convención. El nombre proviene porque tenían varios
diputados de la región de La Gironde. Revolucionarios y republicanos progresistas,
apoyaron las medidas más importantes de la Revolución y se opusieron al radicalismo
de los jacobinos.
Ilustración: Movimiento intelectual europeo centrado entre finales del siglo XVII y la Revolución
Francesa de 1789. Se caracterizó por la confianza que despiertan la razón, la ciencia y
la educación como elementos del progreso que llevará a los hombres a la felicidad.
Defendía la libertad frente al dirigismo de la sociedad del Antiguo Régimen y frete al
abuso de poder del absolutismo. Estas críticas crearon el ambiente en que se gestó la
necesidad de introducir cambios profundos, que culminaron en la Revolución
Francesa.
Jacobinos: Miembros de un club localizado en el convento de los dominicos que estaba situado
en la calle Saint-Jacques de París. Se caracterizaron por su radicalismo revolucionario
burgués y democrático. Se impusieron durante le época del Terror. Sus líderes más
destacados fueron Robespierre, Danton y Saint Just. Intentaron instaurar una
república democrática basada en el sufragio universal. Fueron suprimidos en 1794.
Legitimidad: El concepto tiene que ver con lo que está de acuerdo con las leyes. Ahora bien, en el
nivel político, la legitimidad implica la capacidad del sistema para engendrar y
mantener la creencia de que las instituciones políticas existentes son las apropiadas
para la sociedad.
OTAN: Organización del Tratado del Atlántico Norte. Mediante este tratado Estados Unidos se
une a Europa para la defensa de los intereses de los países del Norte en pugna con la
URSS; esta alianza debe entenderse en el marco de la llamada "guerra fría" entre
Estados Unidos y Rusia.
Progresismo: Es un concepto ambiguo y una categoría que no tiene un carácter conclusivo. Se
asocia a la idea de progreso la creencia en el bienestar y en la autosuficiencia del
hombre, la fe en el poder de la ciencia para desterrar el sufrimiento.
Restauración: Acá se refiere a la posibilidad de volver a los principios de la monarquía
absoluta.
Sans-coulottes: Término empleado, sobre todo a partir de 1792, para designar a las clases
populares urbanas, en especial a los habitantes de los barrios obreros de París. El
término sans-culottes está relacionado con su aspecto externo: llevaban pantalón, su
prenda de trabajo, y no el culotte, prenda utilizada por las clases acomodadas: una
camisa y chaqueta corta completaba su indumentaria y se cubrían la cabeza con un
gorro frigio, símbolo antiguo del esclavo liberado. Se acompañaban de sable o la pica
para poder defender la Revolución. Políticamente, estaban organizados en las
secciones o asambleas de barrio y en los comités revolucionarios y desempeñaron un
papel muy activo en el derrocamiento de la monarquía y durante el período del Terror.
Sufragio censitario: Fórmula electoral de carácter restringido, según la cual sólo tienen derecho
al voto y a ser elegidos como diputados los ciudadanos que reúnan cierto nivel de
instrucción y determinadas condiciones económicas (renta anual, propiedad de fincas,
inmuebles, etc.). Este tipo de sufragio será superado por el sufragio universal , que
reconoce el derecho al voto de todos los ciudadanos por el mero hecho se serlo.
"Tiempo largo": Es una expresión del Historiador F. Braudel y se usa para dar cuenta de los
análisis históricos que tienen en cuenta la estructura o "larga duración" de los
fenómenos sociales. A partir de esta concepción es posible percibir las continuidades y
los cambios en los procesos históricos que estudiamos.
Tories: En Inglaterra eran los partidarios del Partido Conservador.
Whigs: En Inglaterra se denomina así al partido político que representaba a las fuerzas que
aspiraban a limitar los poderes del monarca y aumentar los del Parlamento. Se
convirtió en el partido gobernante a partir de 1868.
Actividad:
Vuelva a leer el siguiente párrafo que se encuentra en esta clase:
“La Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 la define: "La libertad consiste en poder
hacer todo lo que no daña a otro; así el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no
tiene más límites que los que aseguran a los miembros de la sociedad en goce de estos
mismos derechos". A esta libertad de las personas se la llamaba civil para distinguirla de la
política.”
Ahora suponga que trabaja en una biblioteca y viene un usuario (alumno de 6to grado) a
consultar en el Diccionario los términos que están subrayados en el texto, ¿Cuál será su
respuesta? ¿Aconsejaría el uso del diccionario? En caso afirmativo, ¿cuál? ¿Qué dificultades
piensa que deberá resolver su usuario?
Sugerencia: En esta primera aproximación al problema, sugerimos usar el Diccionario de la
Real Academia Española. Lo puede consultar por Internet, ésta es la dirección para acceder a
él. http://buscon.rae.es/draeI/
ACTIVIDAD para afianzar los conocimientos:
Los mapas históricos: otra fuente de información
Un material casi obligatorio en las bibliotecas escolares son los Atlas Históricos. Como futuro
bibliotecario puedes empezar a entrenarte en su uso. Busca uno y procura encontrar cartografía
histórica sobre las oleadas revolucionarias durante la primera mitad del Siglo XIX, o sea que
ilustren los movimientos revolucionarios en 1820, 1830, 1848. ¿Qué tipo de información pueden
extraer los alumnos de estos materiales?
Atlas históricos sugeridos:

Kinder, Hermann y Hilgemann, Werner, Atlas histórico Mundial, Madrid, 1970, Istmo, 2
Tomos

Duby, George, Atlas histórico, Madrid, Debate, 1996
Películas sugeridas:
 Germinal (1994), dirigida por Claude Berry. Es una versión de la novela del mismo nombre
de Émile Zola, novelista y periodista francés nacido en 1840 y fallecido en 1902. Es el
máximo representante del Naturalismo. La película describe la condición de los mineros y
narra el estallido y trayectoria de una huelga, hasta su fracaso final. Dura 151 minutos.
 La noche de Varennes (1982) de Ettore Scola. En este film, Escola relata la huida del Rey de
París y cómo lo descubre el pueblo francés. Excelente.
 Danton (1989) de Wajda En este film, el director Andrzej Wajda recrea la historia de George
Danton (Gerard Depardieu). Maximiliano Robespierre y sus aliados, han establecido un
monstruoso régimen llamado "El Reino del Terror". Danton se enfrenta a Robespierre. Lo
que comenzó como causa política se convierte en un conflicto personal entre Danton y
Robespierre. Danton es arrestado por traición a la patria y condenado por Robespierre a la
guillotina. La producción del film coincide con el bicentenario de la Revolución Francesa.
 “1789" de Ariane Mnouchkine. Es la puesta en escena por el "Teátre du Soleil" de la obra de
Mnouchkine, en 1972. La película es excelente y comienza mostrando cómo se maquillan
los actores y se preparan para actuar en un teatro que tiene cuatro escenarios. El público
queda atrapado entre estos cuatro escenarios. En Buenos Aires fue llevada al Teatro por
Alejandra Boero, en 1995.
Se consiguen en Video-Club.
Documentales en Internet:
Un documental del History Channel – Historia de la Revolución Francesa -
pueden verlo en
youtube, si bien dura una hora veintinueve minutos, pueden verlo en 10 capítulos de 9 minutos
cada
uno.
A
continuación
les
damos
el
enlace
para
verlo:
http://www.youtube.com/watch?v=aj_WSJJgVeA
También podemos ver un video subido a youtube por el Colegio Norbridge el 22 de Mayo de 2011
que
se
titula,
“La
revolución
francesa
para
chicos”.
Éste
es
el
enlace:
http://www.youtube.com/watch?v=vI8HC5pvg4A, dura 8minutos 55 segundos.
En www.canalencuentro.com.ar pueden consultar el programa “Revoluciones” y allí encontrarán un
video de 15 minutos sobre la Revolución Francesa. En la consulta realizada el 24 de Junio decía
que
“temporariamente
no
estaba
disponible”.
Éste
es
el
enlace:
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/detallePrograma?rec_id=105714
Obras literarias sugeridas:
Una novela interesante puede ser El perfume de Patrick Suskind que pinta escenas del París de la
época revolucionaria. Últimamente han salido nuevas ediciones de esta novela. Los va a atrapar….
También pueden ver la película basada en este texto, es alemana y su director es Tom Tykwer y
fue estrenada en 2006.
BIBLIOGRAFÍA
AA.VV. (1980), Estudios sobre la revolución francesa y el final del Antiguo Régimen, Madrid, Akal
Bergeron, L., Furet, F. y Kosellek, R. ( 1976), La época de las revoluciones, (1780-1848). Madrid,
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