Etcheverry No entrar en ese juego

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MENSAJE DEL DECANO
No entrar en ese juego
Los problemas sociales, económicos, políticos, éticos o filosóficos
existieron desde que el hombre pisó este mundo. Muchos de ellos
son recurrentes y dada nuestra propia condición humana, no son ni
serán fáciles de resolver.
Desde antiguo pero también en nuestros días, da la sensación de
que existe un grupo de personas que siguen pretendiendo encararlos y resolverlos en términos maniqueístas. El Maniqueísmo es una
postura que proviene del pensador persa Manes (215 – 276 DC) y que
sostiene que hay dos fuerzas opuestas, la del bien y la del mal. Esas
fuerzas estarían en eterna contradicción y su lucha sería inevitable a
lo largo de la historia. Así encaradas las cosas el maniqueísmo deviene
una ideología que todo lo reduce a lo bueno y lo malo, lo blanco y lo
negro, lo positivo y lo negativo, sin posibilidades de contacto entre
unos polos y otros. Así por ejemplo, el liberalismo radical enfoca
todos los problemas económicos en términos de ausencia o presencia
de libertad, entendiendo a la libertad desde un solo punto de vista:
la libertad económica y de elección de acciones por encima de cualquier otro valor. Otra ideología que tiene rasgos maniqueístas es el
marxismo; en su mirada filosófica, económica y social, todo se reduce
a la lucha de clases y el cielo en esta tierra se obtendrá el día que las
clases desaparezcan. Ello tamizado con una visión anti-religiosa (la
religión adormece a los pueblos como el opio) y materialista de la
historia (todo lo espiritual está condicionado por la materia).
En definitiva estas posturas ideológicas y muchas más, le asignan
al bien o al mal una sola fuente que es la que hay que combatir o preservar respectivamente. Entonces las visiones se tornan dicotómicas
y simplificadas: todo se reduce a combatir y destruir el polo opuesto.
No existe la posibilidad de términos medios, de matices, de zonas con
claroscuros: todo parece sencillo y se reduce a enfrentar, combatir y
hacer desaparecer de la faz de esta tierra a quien se encuentre en el
lado opuesto. Esta visión reduccionista y simplificada de la política,
la economía y de la vida misma es lo que en otras oportunidades
hemos designado como anti-hismo crónico.
Con esta perspectiva y postura, la gestión pública será el bien y la
gestión privada el mal (o vice-versa), el empleado será el ángel y el
empleador el demonio (o al revés), lo nacional y local será lo auténtico
y positivo y lo extranjero, invasor o imperialista devendrá lo negativo y malo (o lo contrario), el capital será la salvación y el trabajo la
condena (o al revés), la empresa el avance y el sindicato el retroceso
(o vice-versa), el campo será la pureza y la industria la corrupción
(o a la inversa) y podríamos seguir con un largo etcétera.
Este enfoque dicotómico, reduccionista y simplificante también se
extiende a otras áreas: la razón se opone a la religión, la libertad se
opone a la verdad, a la obediencia y al compromiso; la normatividad
y el orden se oponen a la espontaneidad, a la anomia “liberalizadora” y al caos “creativo”; la limpieza e higiene (personal y pública)
así como la corrección en el hablar y el vestir se ven como opuestos
a la autenticidad, la tolerancia y el principio de no discriminación.
Todo lo que provenga de las - a veces muy arbitraria y confusamente - llamadas izquierda o derecha será mal o bien visto según cómo
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Año XII (2013), Nº 22
y dónde se ubique el receptor del mensaje. En este último punto las confusiones son cada vez mayores: ¿se
puede decir con claridad de conceptos y con fundamentos adecuados qué es lo que se entiende por izquierda
y qué por derecha en nuestro Uruguay de hoy? ¿No suenan a slogans y expresiones que se dicen por decir,
porque queda bien y generan precisamente un vago sentimiento de rechazo a lo contrario aunque no se sepa
exactamente por qué?
Si se aceptan estas reglas de juego y estas miradas de la vida y de la historia, entonces todo vale con tal
de destruir las visiones o enfoques opuestos. En los tiempos que corren, aceptar estas reglas y aplicarlas es
lo que algunos pretenden no sólo hacer, sino contagiar a otros. No debemos entrar en este juego. Primero,
porque sus premisas son falsas, erróneas y muchas veces tendenciosas. Segundo, porque nos limita como
seres humanos y nos reduce a niveles de un simplismo cultural muy decadente y peligroso. Tercero, porque
como humanos nos merecemos levantar la mirada y procurar resolver nuestros problemas con discusiones y
discrepancias siempre respetuosas y basadas en lo racional y lo razonable. Los problemas deben ser resueltos
con soluciones estables, duraderas, no con victorias y derrotas coyunturales. Deben ser resueltos con argumentos convincentes o al menos persuasivos por su coherencia y su sentido común. Con ánimo de buscar
siempre puntos de concordancia, de cooperación y complementación en aquellas áreas y tópicos en los que
ello sea posible, sin dejar de reconocer que habrá otros en los que quizás nunca o por un tiempo al menos, no
será viable ponerse de acuerdo. Pero sabiendo que existe siempre la alternativa de unir lo que pueda unirse
y de acordar lo que pueda acordarse.
No es con exclamaciones teatrales y vacías que sólo mueven lo emotivo o con voluntarismos impracticables
que quedan en declaraciones de buena intención. No es con frases elocuentes o el recurso a la imagen sensible
que perdura en los sentidos pero no penetra ni cuaja en el interior racional y espiritual del ser humano. No es
tampoco con ánimos destructivos que apuntan a la supresión de los adversarios de turno tal como si fueran
enemigos de guerra que conviene sofocar, cuando no aniquilar. No es así que se piensa y se proyecta un país
que pretende, al menos de boca e intenciones para afuera, vivir en Democracia y en Estado de Derecho.
Porque si entramos a esa cancha, aceptamos esas reglas de juego y nos acostumbramos día a día a aplicarlas,
entonces estaremos dándole la razón y el gusto a los que nos las quieren sutil o descaradamente imponer. Y
entonces tendremos que aceptar lo que nuestra razón y nuestro espíritu nos debería negar: que no es humano
aceptar y aplicar la ley de la selva en nuestras controversias.
Porque no es sano ni es bueno resolver nuestros problemas como si fuéramos bestias sin respeto a las
normas, sean del tipo que sean, sin respeto a quienes piensan diferente y sin controles ni límites para buscar
las soluciones a esos problemas o conflictos. No es sano ni duradero pretender dirimir nuestras controversias con el poder autoritario del más fuerte. Así resueltas, sólo dan lugar a nuevas revanchas y recurrentes
movimientos pendulares.
Y porque si así lo hiciéramos, hasta las bestias podrán sentir lástima y reírse de nosotros.
Si tanto se habla hoy en día de educación, comencemos por buscar formas de encontrar y comenzar a
aplicar una educación sustentable, destinada a terminar con los enfoques dicotómicos y polarizados y a
recuperar el criterio y el sentido común de nuestra gente. No hay mejor inversión para lograr un desarrollo
que se pretende sea duradero, para obtener la estabilidad y confianza dentro y fuera del país, que apuntar
a una educación sustentable.
Octubre, 2012.
Nicolás Etcheverry Estrázulas
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