Tomás Cranmer - Episcopales Latinos

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Tomás Cranmer
y su reforma
Un recurso para el ministerio hispano
Por Isaías A. Rodríguez
Diócesis Episcopal de Atlanta
Atlanta, Georgia
2012
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Introducción
Tomás Cranmer es un personaje desconocido para la inmensa mayoría de los lectores. No así
para los que nos encontramos dentro de los amplios límites de la Comunión Anglicana. Lo cual
no quiere decir que todos los anglicanos estén familiarizados con su vida y obra. El
conocimiento que de él tienen muchos anglicanos hispanos es que fue el principal arquitecto del
Libro de Oración Común. Inquirir por una descripción más detallada de este personaje
conducirá al fracaso.
El presente escrito pretende ofrecer un apretado resumen de la excelente obra del historiador
Diarmaid MacCulloch sobre Cranmer y por la que recibió en 1996 un premio prestigioso de
obras biográficas. Una biografía de casi setecientas páginas, pero de lectura fácil y deleitosa.
Obra que todo anglicano debiera leer para adentrarse mejor en un pasado que marcó de una
manera definitiva nuestro presente. Mas como eso sería tanto como pedir peras al olmo, decidí
embarcarme en esta ardua y arriesgada empresa de resumir tan notable obra. Luego, para darle
más peso al trabajo, decidí consular otras historias, a las que hago referencia en la bibliografía.
El escrito que ofrezco al lector, aunque muy resumido, brinda una visión amplia de Cranmer
y del tiempo que le tocó vivir. El lector que decida concluir la lectura de este escrito no se
arrepentirá, porque entonces tendrá una panorámica más extensa y acertada de lo que sucedió en
el siglo XVI en la Iglesia Anglicana.
El lector se topará con más de una sorpresa al revisar la vida de este hombre enigmático y
genio literario. Para esclarecer esas sorpresas y dar más crédito al empeño reformador de
Cranmer he añadido dos apéndices, uno sobre la eucaristía y otro sobre el catolicismo en el
Anglicanismo. Dos temas también candentes y necesarios para nuestro ministerio.
La lectura de este trabajo debiera ser obligada para todo aquel que desee desempeñar cierto
liderazgo dentro de la Comunión Anglicana. De lo contrario estará hablando con poco
conocimiento de causa. Evidentemente no es este un trabajo doctoral ni de investigación; se
trata solamente de otro recurso útil para nuestros hermanos en religión. Cualquier deficiencia o
imperfección será mía, y estoy dispuesto a enderezarla una vez recibida la notificación.
Queda de ustedes su amigo y hermano,
Isaías A. Rodríguez
Atlanta, 2012
2
Tomás Cranmer y su reforma
Años de formación
Esta es la historia de un hombre desconcertante que provoca, al mismo tiempo, los sentimientos
más dispares de amor y odio, desprecio y admiración. Su vida influyó profundamente en el
destino de la Iglesia y de la propia nación de Inglaterra.
Cranmer nació en 1489 en Aslockton, en el condado de Nottingham, Inglaterra. Sus padres
Tomás Cranmer y Agnes, de riqueza módica, no pertenecían a la aristocracia. Su hijo mayor,
Juan, heredó la finca familiar, mientras que Tomás y su hermano Edmundo se encaminarían por
la carrera eclesiástica. Tomás no olvidaría sus humildes orígenes. En una conversación en la que
salieron a relucir títulos episcopales, exclamó: “Ruego a Dios que nosotros, habiendo sido
llamados a tener títulos de señores, no nos olvidemos de nuestras humildes condiciones, ya que
en otro tiempo éramos simples escuderos”. Más tarde, cuando fue nombrado arzobispo, sus
enemigos le ignoraban como si antaño hubiera sido un “mozo de cuadra”.
No se sabe nada de los primeros años escolares de Cranmer. Probablemente asistió en su
pueblo a una escuela primaria de la cual conservó terribles recuerdos. Con todo, a la edad de
catorce años —dos años después de la muerte de su padre—, sus tormentos a manos del “severo
y cruel maestro” terminaron al ser enviado al recién creado Colegio de Jesús, en Cambridge.
Ocho años más tarde conseguía el título de Licenciado en Artes. Demasiado tiempo, debido tal
vez a la dificultad en absorber información o a penurias financieras de los padres.
En esa época empezó a acumular libros de escolástica medieval, que conservó fielmente
durante toda su vida. Para su tesis de maestría orientó sus estudios por diferente camino
concentrándose en los humanistas, Jacques Lefèvre d'Étaples y Erasmo. Esta vez terminó el
curso en tres años. Según testimonios cercanos a él, era un estudiante metódico y perseverante.
Poco después de recibir la Maestría en Artes en 1515, se le concedió una beca en el Colegio de
Jesús.
Algo después de obtener la maestría Cranmer se casó con una mujer llamada Juana. A pesar
de que todavía no era ni diácono ni sacerdote, se vio obligado a renunciar a su beca, lo que
resultó en la pérdida de su residencia en el Colegio de Jesús. Con el fin de mantenerse a sí
mismo y a su esposa, aceptó un trabajo como lector en un Colegio benedictino de Buckingham.
No se sabe cuánto duró el matrimonio, si un año más o menos, pero, cuando Juana murió
durante su primer parto, el Colegio de Jesús mostró su respeto por Cranmer con el
restablecimiento de la beca. Anota Diarmaid que si Juana no hubiera muerto, Cranmer no
hubiera sido ordenado y la reforma inglesa hubiera sido muy diferente. Comenzó a estudiar
teología en 1520 y recibió las órdenes sagradas; la universidad ya lo había asignado, con
licencia del papa, como uno de sus predicadores en todas las islas británicas. Se doctoró en
teología en 1523.
Se sabe poco de su vida y pensamiento durante las tres décadas de residencia en Cambridge.
Tradicionalmente, se le ha considerado como un humanista cuyo entusiasmo por los estudios
bíblicos le preparó para la adopción de las ideas luteranas, que se divulgaban durante la década
de 1520. También se conoce su detallado estudio de los Padres de la Iglesia, donde obtuvo un
conocimiento profundo de los mismos durante años de dedicación y de una acumulación
sistemática de notas. Tal saber le daría cierta ventaja en sus discusiones teológicas contra
obispos conservadores, especialmente Esteban Gardiner. Con todo, la masiva y laboriosa
erudición de Cranmer sucumbiría muchas veces ante el brillante análisis histórico de Gardiner.
Hay indicios que demuestran que su pensamiento inicial fue conservador. Cranmer siempre
leía con un lápiz en la mano para marcar y escribir notas en los márgenes. Al leer la obra de
Juan Fisher: Assertiones Lutheranae Confutatio hizo los siguientes comentarios que revelan su
antipatía hacia Lutero: “Lutero caprichosamente ataca y desvaría contra el Pontífice”, “así su
malicia aumenta”, “acusa a todo un concilio de locura, es él el que está trastornado”, “llama
impío a un santísimo concilio, ¡oh la arrogancia de un este malísimo hombre!”. Afirmaciones
que lo delatan como papista, pero todavía más como conciliarista. Veremos que su lealtad
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incipiente hacia el papa se convertiría luego en odio acérrimo hacia esa institución; sin embargo,
su aferramiento por el valor de un concilio general permaneció firme.
Cuando el cardenal Wolsey, canciller del rey, escogió a varios estudiosos de Cambridge para
ser diplomáticos en toda Europa, Cranmer fue elegido para asumir un papel de menor
importancia en la embajada inglesa de España. En dos cartas de Cranmer recientemente
descubiertas se hace referencia a un encuentro inicial entre Cranmer y Enrique VIII. A su
regreso de España en junio de 1527 se le concedió una entrevista personal de media hora con el
rey, al que describió más tarde como “el más amable de los príncipes”.
Enrique VIII y su matrimonio con Ana
El primer matrimonio de Enrique VIII tuvo sus orígenes en 1502 cuando murió su hermano
mayor, Arturo. Su padre, Enrique VII, entonces prometió la viuda de Arturo, Catalina de
Aragón, al futuro rey. El compromiso inmediato planteó cuestiones relativas a la prohibición
bíblica (Levítico 18 y 20) en contra del matrimonio de la esposa de un hermano fallecido. La
pareja se casó en 1509 y, después de una serie de abortos involuntarios, nació María en 1516.
En la década de 1520, Enrique todavía no había tenido varón como heredero y lo tomó como un
signo de la ira de Dios, e inició gestiones ante el Vaticano para obtener la anulación. Encargó al
cardenal Wolsey la tarea de resolver su caso. También Cranmer, a partir de 1527, colaboró en el
procedimiento de la anulación.
A los dos años de esa primera tarea en España abandonó la universidad definitivamente, a la
edad de cuarenta años, e inició un camino más peligroso, que daría inicio a su verdadera carrera.
Con todo, Cranmer nunca abandonó los estudios. Según Owen Chadwick, incluso siendo
arzobispo dedicaba tres cuartas partes del día al estudio.
En el verano de 1529, Cranmer se quedó con unos parientes en Waltham Santa Cruz para
evitar un brote de plaga en Cambridge. Dos socios de Cambridge, Esteban Gardiner y Eduardo
Foxe, se unieron a él. Los tres discutieron el tema de la anulación. Cranmer sugirió la idea de
recoger dictámenes de las universidades de Inglaterra y del extranjero sobre la nulidad del
matrimonio de Enrique con Catalina de Aragón, por ser inválida la dispensa de Julio II. Enrique
mostró mucho interés en la idea cuando Gardiner y Foxe le presentaron el plan.
Con fecha del 20 de enero de 1530 Cranmer ya era el capellán ordinario de Enrique. En abril
del mismo año el rey lo nombra Penitenciario General de Inglaterra, con la responsabilidad de
revisar las dispensas papales que tuvieran efecto en Inglaterra.
Mientras tanto Cranmer también había obtenido el rectorado de la parroquia de Bredon en
agosto de 1530. Casi con toda certeza, esta fue la única parroquia que tuvo antes de ser
nombrado arzobispo. Era una de las más ricas de la diócesis de Worcester, y en la que pasaba
muy poco tiempo, dejándola al cuidado de otro cura. Su posición de Penitenciario le permitió
obtener una licencia del papa para poder tener cuatro beneficios. Cranmer había dado pasos
agigantados en pocos meses.
Cranmer fue solicitado a participar en el equipo real en Roma para recabar las opiniones de
las universidades sobre el divorcio del rey. Eduardo Foxe coordinó el esfuerzo de investigación
y el equipo produjo la Collectanea Satis Copiosa y Las determinaciones, el apoyo histórico y
teológico para defender el argumento de que el rey ejerce la jurisdicción suprema dentro de su
reino. La tarea principal de Cranmer en este asunto fue la de editar todo el material recogido, y
fue en este momento, hacia el 1531, cuando empezó a desarrollar y manifestar su habilidad y
genio de la lengua inglesa. De hecho su maestría en el dominio de la lengua sería uno de sus
más altos logros, que luego plasmaría en el Libro de Oración Común y en otros escritos.
Cranmer y el evangelismo
En 1531 Cranmer empezó a inclinarse hacia el evangelismo o ideas luteranas-reformadoras. El
primer contacto de Cranmer con un reformador continental fue con Simón Grynaeus, un
humanista afincado en Basilea, Suiza, y seguidor de los reformadores suizos Ulrico Zuinglio y
Johannes Ecolampadio. En el verano de 1531, Grynaeus tuvo una prolongada visita a Inglaterra
para ofrecerse como intermediario entre el rey y los reformadores continentales. Grynaeus
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entabló una amistad con Cranmer y, a su regreso a Basilea, escribió sobre él al reformador
alemán Martín Bucero de Estrasburgo.
Antes de seguir adelante será conveniente recordar el trasfondo político de aquel entonces.
El rey de España, hijo de Felipe el Hermoso (1478-1506) y de Dª Juana de Castilla (1479-1555)
es coronado emperador del Sacro Imperio con el nombre de Carlos V. La elección imperial
dependía de siete electores: el rey de Bohemia, los arzobispos de Colonia, Maguncia y Tréveris
y los príncipes electores de Brandeburgo, Sajonia y el Palatinado. Como nieto del emperador
Maximiliano I (1459-1519) tenía derecho a la corona imperial, pero tenía competidores: el rey
de Francia, Francisco I (1494-1547), el de Inglaterra, Enrique VIII (191-1547), y Federico II de
Sajonia (1482-1556), elector del Palatinado. Todos sabían que Francisco I era un rey despótico,
muy francés, y por ende una amenaza para las libertades germanas. Ya se había ganado a su
favor al arzobispo de Tréveris y al elector de Brandeburgo, y a todos sus argumentos
diplomáticos añadía fuertes sumas de dinero. Carlos se percató de que sin dinero no podría
lograr sus aspiraciones, por ello, acudió también al dinero. Recurrió a los poderosos banqueros
de Alemania, los Fugger y los Welser de Augsburgo, y los Vivaldi de Génova; además Carlos
había jurado las leyes y privilegios de sus respectivos reinos, y quien sabía ser señor de tantos y
tan diferentes vasallos no sería menos favorable a los intereses de los electores germanos. Las
ingentes cantidades de dinero obtenidas de los banqueros se cargaban a las rentas de Castilla.
El 28 de junio del 1520 se procedió a la elección. Los siete electores, reunidos en Frankfurt
votaron todos a Carlos de Austria, rey de España. El 23 de octubre del mismo año el cortejo
imperial condujo a Carlos al altar mayor, donde, siguiendo los ritos tradicionales, tenía que
responder a estas preguntas: 1. Si estaba dispuesto a ser la espada defensora de la Iglesia. 2. Si
estaba dispuesto a proteger la justicia. 3. Si sería amparo de los humildes, de los pobres, de las
viudas y de los huérfanos. Ante las respuestas afirmativas, el pueblo respondía que lo aceptaba
como emperador y era ungido con óleo santo en la espalda, el pecho, las manos y la cabeza.
(Baste lo dicho para percatarnos del poder controlador que aún tenía la Iglesia en ese entonces,
cuando los emperadores estaban al servicio de la misma).
Roma, gobernada por León X, de los Médici, comprometido con Francisco I, no miraba con
buenos ojos al nuevo emperador, y urgía la solución a los problemas que en Roma no tenían
solución. Roma quería que el joven emperador, en su deber de defensor de la Iglesia, terminase
con la herejía luterana (El 31 de octubre de 1517, el fraile agustino Martín Lutero había retado
al papa). Sin embargo, Carlos no podía condenar a Lutero sin oírle antes. Y respetuoso con el
canon del pueblo germano, procedió a convocar la Dieta, o Junta imperial, ordenando a Lutero
acudir a ella, la cual tendría lugar en Worms, el 17 de abril de 1521. La Dieta condenó la
doctrina, pero Lutero salió libre de la reunión porque Carlos le había dado su palabra.
A León X le sucedió Adriano VI, el 10 de enero de 1522, y a este otro Médici, Clemente VII,
el 14 de septiembre de 1523, de quien dice el famoso historiador Von Ranke que fue “el más
funesto de todos los papas que se han sentado en la silla de Pedro”. Este papa cometió el error
de aliarse con Francisco I y con Venecia contra el emperador. La réplica de éste fue fulminante:
lanzó sus tropas contra Roma. El 6 de mayo de 1527 la capital del mundo católico sucumbía
ante el asalto de un ejército desenfrenado formado por españoles y lansquenetes luteranos.
Suceso que pasó a la historia con el nombre de “Sacco di Roma”. Clemente VII, terriblemente
humillado por su alianza con el rey de Francia y la traición de éste, firmó la paz con el
emperador y prometió coronarlo emperador en Bolonia, el 24 de febrero de 1530. De este papa
dice también un autor moderno: “Clemente VII, por fin, pudo hacer un servicio a la Iglesia: ¡se
murió!”. Era el 25 de septiembre de 1534.
Otro detalle a recordar. La “guerra de los campesinos” (1524-1525), instigada por Lutero,
acabó con más de cien mil muertos y sumió al imperio en una situación deplorable. Se
celebraron dos Dietas, o Juntas, en Espira, la primera en 1526, donde se decidió que, hasta la
celebración de un concilio, los estados del imperio podían optar por una forma religiosa
controvertida. En la segunda Dieta de Espira (1529) se prohibió la divulgación de la doctrina
luterana, y esto provocó la protesta de las ciudades que ya la habían adoptado, y desde entonces
se les llamó “protestantes”.
Tal era la situación en junio de 1530, cuando el emperador presidió la Dieta de Augsburgo, y
estaba decidido a condescender todo lo posible con los luteranos. Lutero no pudo asistir, por
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estar confinado fuera del imperio, y fue sustituido por Melanchton, que presentó la llamada
“Conferencia de Augsburgo”, puntualizando las afirmaciones protestantes que podían ser
aceptadas por todos los participantes. El 25 de junio los estados reunidos aceptaron aquella
Confesión, que también aceptó Lutero.
Los teólogos católicos refutaron las declaraciones protestantes; pero Carlos V optó por
atenuar la acritud de las diatribas. Las negociaciones entraron en un punto muerto y el
emperador tuvo que renunciar a su designio de imponer la unidad de los cristianos. En el
discurso de clausura de la Dieta dio de plazo a los protestantes hasta el 15 de abril de 1531 para
integrarse al seno de la Iglesia católica. Pero en diciembre de 1530, al amparo del rey de
Francia, los protestantes formaron la “Liga de Smalkalda”, que se proponía defender con las
armas la doctrina luterana. La guerra no estalló porque los turcos se aprestaban a rebasar la
ciudad de Viena y, ante el peligro común, el emperador y los protestantes se pusieron de
acuerdo. En la Dieta de Nuremberg, año 1532, los estados alemanes votaron un subsidio
sustancioso para la guerra del emperador contra el turco. Carlos V se propuso dejar tranquilos a
los protestantes hasta la convocación de un concilio general.
En enero de 1532, Cranmer fue nombrado embajador residente en la corte del emperador
Carlos V. Como el emperador viajara a través de su imperio, Cranmer tuvo que establecerse en
la residencia imperial de Ratisbona. Pasó por la ciudad luterana de Nuremberg y vio por primera
vez los efectos de la reforma iniciada por Lutero, a quien antes odiaba. Cuando la Dieta se
trasladó a Nuremberg en el verano, se reunió con el principal arquitecto de las reformas de
Nuremberg, Andreas Osiander. Se hicieron buenos amigos.
Los estudiosos indican que, en esta etapa, Cranmer ya había avanzado en ideas luteranas
aunque moderadamente. Hasta estas fechas Cranmer, espiritual y teológicamente, había sido
otro. El obispo Brooks, juez de Cranmer en 1555 pudo expresarse de esta manera: “¿Quién era
más devoto? ¿Quién más religioso en la faz de la tierra? ¿Quién tenía más conciencia en la
observancia del orden de la Iglesia, más seriedad en la defensa de la presencia real de Cristo en
el cuerpo y la sangre en la eucaristía?”
En el verano de 1532, Cranmer dio el paso sorprendente de casarse con Margarita, la sobrina
de la esposa de Osiander. Tuvo que quedar profundamente impresionado por ella para tomar
semejante decisión. Tanto más notable si se considera que el matrimonio le obligaba a dejar de
lado su promesa del celibato sacerdotal. No la tomó como amante como era la costumbre
imperante entre los sacerdotes para quienes el celibato era demasiado riguroso.
Arzobispo de Cantorbery
La familia de Ana Bolena obtuvo el
nombramiento de Cranmer como
arzobispo de Cantorbery. Mientras
Cranmer viajaba con el emperador
Carlos a través de Italia, recibió una
carta real, con fecha 1 de octubre de
1532, en la que se le informaba de que
había sido nombrado nuevo arzobispo
de Cantorbery, a raíz de la muerte del
anterior arzobispo, Guillermo Warham.
Cuando la promoción de Cranmer se dio a conocer en Londres causó gran sorpresa, ya que
Cranmer había mantenido hasta ahora solamente posiciones de menor importancia en la Iglesia.
El rey pidió a Cranmer que regresara cuanto antes de Alemania, de hecho llegó a Inglaterra a
principios de enero.
Enrique financió personalmente las bulas papales necesarias para la promoción de Cranmer a
Cantorbery. Las bulas fueron de fácil obtención, ya que el nuncio papal tenía órdenes de Roma
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de ser benévolo, en un esfuerzo por evitar una ruptura final. Las bulas llegaron alrededor del 26
de marzo de 1533 y Cranmer fue consagrado arzobispo el 30 de ese mes en la capilla de San
Esteban.
Incluso mientras se esperaban las bulas, Cranmer continuaba trabajando en el recurso de la
anulación, que ahora requería mayor urgencia pues Ana estaba ya embarazada. Enrique y Ana
se casaron en secreto el 24 o 25 de enero de 1533 en presencia de un puñado de testigos.
Cranmer no se enteró del matrimonio hasta un par de semanas más tarde.
Cranmer estableció la corte de anulación para el 10 de mayo. Invitó a Enrique y a Catalina de
Aragón a presentarse. Esteban Gardiner representaba al rey, Catalina no apareció. El 23 de
mayo Cranmer pronunciaba la sentencia de que el matrimonio de Enrique con Catalina estaba
en contra de la ley de Dios. Incluso publicó una amenaza de excomunión si Enrique no se
mantenía alejado de Catalina. Enrique ahora era libre de casarse y el 28 de mayo, Cranmer
validó el matrimonio entre Enrique y Ana. El 1 de junio, Cranmer coronó y ungió a la reina
Ana, y le entregó el cetro y la vara.
El papa Clemente VII (“el más funestos de los papas...”) estaba furioso por este desafío, pero
no pudo tomar medidas decisivas ya que fue presionado por otros monarcas para evitar una
ruptura irreparable con Inglaterra. Sin embargo, el 9 de julio provisionalmente excomulgó a
Enrique y sus asesores, a menos que repudiara a Ana para finales de septiembre. Enrique no lo
hizo y el 7 de septiembre, Ana dio a luz a Isabel. Cranmer la bautizó inmediatamente y actuó
como uno de sus padrinos.
La excomunión definitiva de Enrique VIII no llegaría hasta el 17 de diciembre de 1538, en
una bula publicada por Paulo III, en la cual lo declarada depuesto del trono, librando a sus
súbditos del juramento de fidelidad.
Cranmer continuaba actuando de una manera desconcertante. En junio de 1533, se enfrentó a
la difícil tarea de no solamente disciplinar a un reformador, sino también verlo quemar en la
hoguera sin hacer nada por él. Juan Forest fue condenado a muerte por sus opiniones sobre la
eucaristía: negaba la presencia real. Algo que Cranmer haría más tarde. Cranmer personalmente
trató, sin éxito, de persuadirlo para que cambiara su punto de vista.
A pesar de que rechazó el radicalismo de Forest, el año 1534 señala claramente que había
roto con Roma y que se había declarado abiertamente a favor de la reforma evangélica
(luterana). Apoyó la causa de la reforma, con la sustitución gradual de la vieja guardia en su
provincia eclesiástica, con hombres que siguieron la nueva forma de pensar, como Hugo
Latimer.
El 19 de abril de 1534 Cranmer por vez primera consagró obispos en Croydon; los tres
escogidos fueron un símbolo del triunfo de Ana Bolena.
Bajo Tomás Cromwell
Cranmer no fue aceptado de inmediato por los obispos de su provincia. Cuando trató de hacer
una visita canónica, tuvo que evitar los lugares donde un obispo conservador residente pudiera
retar su autoridad de una manera embarazosa. En 1535, Cranmer tuvo encuentros difíciles con
varios obispos, entre ellos, Juan Stokesley, Juan Longland y Esteban Gardiner. Se opusieron al
poder y título de Cranmer, y argumentaban que la ley de supremacía no definía su papel.
Esto motivó a Tomás Cromwell, vicario del rey para los asuntos eclesiásticos, a activar el
cargo de vicegerente, o jefe adjunto supremo en todos los asuntos religiosos. Creó una serie de
instituciones que dieron una estructura clara a la supremacía real. Así, el arzobispo fue eclipsado
por el vicegerente Cromwell en lo que respecta a la jurisdicción espiritual del rey. No hay
evidencia de que Cranmer se resintiera de su posición de socio menor. Dice Diarmaid que “no
hay señales de que Cranmer ambicionara el poder, lo que le importaba era la promoción del
evangelio tal como él lo entendía”. A pesar de que era un erudito excepcional, carecía de la
capacidad política para desafiar incluso a opositores clericales. Esas tareas se las dejaba a
Cromwell.
El 7 de enero de 1536, murió Catalina de Aragón después de años de dignificada miseria.
Ese mismo día fue aciago para Ana por un aborto involuntario y precisamente de un varón. El
rey comenzó a reflexionar de nuevo sobre la prohibición bíblica que lo había perseguido durante
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su matrimonio con Catalina de Aragón. Poco después del aborto involuntario, el rey comenzó a
interesarse por Jane Seymour. El 24 de abril, Cromwell se había encargado de preparar el caso
para un posible divorcio de Ana.
Ana fue enviada a la Torre de Londres el 2 de mayo, acusada de absurdos cargos de incesto y
adulterio, y Cranmer fue convocado con urgencia por Cromwell. Al día siguiente, Cranmer
escribió una carta al rey en la que expresaba sus dudas sobre la culpabilidad de la reina,
poniendo de relieve su estima por Ana. Después de enviada la carta, Cranmer se resignó al
hecho de que el fin del matrimonio de Ana era inevitable. El 16 de mayo vio a Ana en la Torre,
escuchó su confesión y al día siguiente declaró el matrimonio nulo y sin efecto. Esta fue una
gran mancha en la reputación de Cranmer, ocasionada por su lealtad a la cabeza suprema. Dos
días más tarde, Ana fue ejecutada. Murió con dignidad y sin admitir culpabilidad alguna.
Cranmer dijo, “la que había sido reina de Inglaterra en la tierra hoy será una reina en el cielo” y
lloró.
Mientras tanto el odio hacia Cranmer crecía por doquier, especialmente por parte del bando
fiel a Catalina de Aragón. Cranmer aceptaba ese odio filosóficamente, y era consciente de que
“toda clase de personas y sacerdotes informan de mí lo peor”.
El vicegerente condujo el ritmo de las reformas bajo el control del rey. Se creó cierto
equilibrio entre conservadores y reformistas, que quedó plasmado en los Diez artículos. En
1536 se celebró en Wittemberg una conferencia entre embajadores ingleses (Foxe, Heath y
Barnes) y los principales teólogos luteranos. Al parecer el mismo Melanchton redactó la
confesión de los Diez artículos. Regresados a Inglaterra, Foxe y los demás delegados ingleses,
presentaron los Diez artículos en una asamblea eclesiástica inglesa, donde hubo grandes
discusiones. El mismo Enrique VIII no quiso admitirlos plenamente.
Los artículos tenían una estructura de dos partes. Los cinco primeros mostraban la influencia
de los reformistas, al reconocer solamente tres sacramentos: el bautismo, la eucaristía y la
penitencia. Los últimos cinco artículos trataban del papel de las imágenes, los santos, los ritos y
ceremonias, y el purgatorio, y reflejaban los puntos de vista de los tradicionalistas. Dos
primeros borradores del documento se han conservado y muestran los diferentes equipos de
teólogos en el trabajo. La competencia entre los conservadores y los reformistas se manifiesta
en las correcciones rivales realizadas por Cranmer y Cuthbert Tunstall. El producto final tenía
algo que complacía y molestaba a ambos lados del debate. El 11 de julio, Cranmer, Cromwell y
la convocatoria - la asamblea general del clero - habían aprobado los Diez artículos, que se
conocen como la primera fórmula de fe de Enrique VIII.
En el otoño de 1536, el norte de Inglaterra fue convulsionado en una serie de revueltas
conocidas como la Peregrinación de la gracia, la oposición más seria a las políticas de Enrique.
Cromwell y Cranmer fueron los principales blancos de la furia de los manifestantes. Cromwell y
el rey trabajaban furiosamente para sofocar la rebelión, mientras que Cranmer se mantenía en un
segundo plano.
Una vez que quedó claro que el régimen de Enrique estaba a salvo, el gobierno tomó la
iniciativa de poner remedio a la insuficiencia evidente de los Diez artículos. El resultado,
después de meses de debate, fue el texto: La institución de un hombre cristiano, conocido
informalmente desde la primera edición como el Libro de los obispos. El libro fue propuesto
inicialmente para toda la Iglesia, en febrero de 1537, en el primer sínodo vicegerencial ordenado
por Cromwell, quien abrió el procedimiento; pero a medida que avanzaba el sínodo, Cranmer y
Foxe asumieron la presidencia y la coordinación. John Foxe (conservador) hizo la mayor parte
de la edición final y el libro se publicó a finales de septiembre.
Incluso después de la publicación, el estado del libro seguía siendo vago, porque el rey no
había dado su pleno apoyo al mismo. En un borrador de carta, Enrique señaló que no había leído
el libro, pero apoyó su impresión. Su atención probablemente estaba ocupada en el embarazo de
Jane Seymour y el nacimiento de un heredero varón, Eduardo, que Enrique había deseado
durante tanto tiempo. Jane murió poco después de dar a luz y su funeral se celebró el 12 de
noviembre.
Ese mes Enrique comenzó a revisar todo el Libro de los obispos, haciendo anotaciones y
escribiendo frases en los márgenes del mismo; sus enmiendas fueron enviadas a Cranmer,
Sampson y a otros, para que las comentaran. Ese libro anotado por el rey todavía se conserva.
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Las respuestas de Cranmer al rey fueron mucho más confrontacionales y extensas que las de sus
colegas. Revelan declaraciones inequívocas de apoyo a la teología reformada, como la
justificación por la sola fe y la predestinación. Sin embargo, sus palabras no convencieron al
rey. Una nueva declaración de fe se retrasaría hasta 1543, con la publicación del Libro del rey.
El Libro de los obispos había sido designado en forma de sermones para que se leyeran en
todas las iglesias. En él se trataba del purgatorio, la salvación por la fe y la necesidad de las
buenas obras; también se presentaban los cuatro sacramentos no mencionados en los Diez
artículos. Era una estrategia designada por Cromwell y Cranmer. Enrique se resistía a aceptar
las ideas innovadoras de Cranmer y se mostró en sus anotaciones mucho más conservador que
los evangélicos. El Libro de los obispos resulta ser la segunda fórmula de fe de Enrique VIII, y
sustituyó a los artículos.
Reunión con los príncipes luteranos
En 1538, el rey y Cromwell organizaron encuentros con los príncipes luteranos para formar una
alianza política y religiosa. Enrique había estado esperando una nueva embajada de la Liga de
Esmalkalda desde el verano de 1537. Los luteranos estaban encantados por esto y enviaron una
delegación conjunta de varias ciudades alemanas, entre ellos un colega de Martín Lutero,
Federico Myconius. Pero no llegó Melanchton, a quien el rey deseaba conocer. Los delegados
llegaron a Inglaterra el 27 de mayo de 1538. Las discusiones sobre las diferencias teológicas
tuvieron lugar en el palacio de Lambeth bajo la presidencia de Cranmer. El progreso para llegar
a un acuerdo fue lento, en parte debido a que el equipo de negociación del lado inglés era
equilibrado entre conservadores y reformistas. El equipo de teólogos ingleses lo había escogido
el rey siguiendo siempre el principio de mantener un equilibrio religioso. De hecho, desde el
inicio escogió a más conservadores que evangélicos, sin duda para equilibrar el peso, por el otro
lado, de los alemanes y de Cranmer.
Las conversaciones se prolongaron durante todo el verano, debido en parte a que los
borradores a estudiar estaban basados en la Confesión de Ausburgo. Los conservadores ingleses
no estaban de acuerdo, lo que enfureció a Cranmer; los alemanes empezaron a desfallecer a
pesar de los ingentes esfuerzos del arzobispo por retenerlos. Sin embargo, las negociaciones
quedaron neutralizadas fatalmente por la muerte a principios de año de una persona nombrada
por el rey, el colega de Cranmer, Eduardo Foxe, que formaba parte del Consejo Privado de
Enrique. El rey eligió en su reemplazo al conservador rival de Cranmer, Cuthbert Tunstall, al
que se pidió se quedara cerca de Enrique para aconsejarle.
El 5 de agosto, cuando los delegados alemanes enviaron una carta al rey sobre tres temas: el
celibato obligatorio, la privación del cáliz a los laicos y el ofrecimiento de misas privadas por
los muertos, Tunstall intervino por parte del rey para influir en la decisión. El resultado fue un
rechazo profundo por esta parte de muchas de las principales ideas de los alemanes.
Aunque Cranmer pidió a los alemanes que continuaran en las negociaciones, incluso
intentando chantajearlos emocionalmente con: “Consideren los muchos miles del almas que hay
en juego en Inglaterra”, ellos decidieron irse, y se quejaban incluso de haber recibido un
hospedaje miserable en la ciudad. Se fueron el 1 de octubre sin obtener logros sustanciales. No
obstante el fracaso de las conversaciones, de ellas salió un documento que serviría a Cranmer
como el primer experimento de cambio litúrgico. Y no cesó de trabajar sobre ese esquema,
revisándolo probablemente durante el invierno y la primavera de 1539.
Cranmer odiaba los “errores papistas y sofistas”, en otras palabras, la teología escolástica
medieval, incluida la explicación de la transubstanciación. Según él, lo que debía perdurar en la
enseñanza de la Iglesia eran las enseñanzas de los cinco primeros siglos y también - en silencio
implicado – la doctrina de los teólogos luteranos del norte de Alemania.
Martín Bucero publicó un feroz tratado contra las imágenes. Este influiría en la destrucción
de imágenes que sería uno de los aspectos más tristes de la reforma inglesa. Una gran pérdida
artística para Inglaterra. Cranmer fue uno de los más acérrimos iconoclastas; incluso tras la
muerte de Cromwell, continuó la obra iconoclasta terminando con santuarios, imágenes, velas,
sedas y telas preciosas, depurando el calendario de santos y colocando estratégicamente por
todas partes curas evangélicos.
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Los monasterios
Entre 1532 y 1540 Cromwell organizó, con extraordinaria rapidez, la disolución de todos los
monasterios sobre los cuales el monarca Tudor tenía control, destruyendo así la vida monacal en
toda Inglaterra, en el país de Gales y en casi la mitad de Irlanda. El rey buscaba ante todo una
fuente de dinero, pero esa acción destructora tuvo el adverso resultado de eliminar gran parte de
la religión tradicional. Asimismo, fue tal la pérdida cultural y económica, que en 1888 la misma
universidad de Cambridge, por mayoría de votos, lo designó como una catástrofe nacional.
Cranmer aprobó la disolución de los monasterios, pero quería que las tierras expropiadas se
utilizaran para la educación y ayuda a los pobres.
También quedaron disueltos los conventos de frailes en una única campaña, en 1538. Los
conventos albergaban algunos de los más eficaces predicadores de la devoción tradicional y esto
iba en contra de los planes reformadores de Cromwell y Cranmer; por ello, no tuvieron
escrúpulos en mandar a la hoguera a santas personas de órdenes como las de los cartujos, los
agustinos y los franciscanos observantes. Diarmaid asegura que Cranmer tenía especial aversión
a estos últimos. Y Cromwell consideraba a los religiosos como “los espías del papa”.
Enrique destruyó también el santuario de Tomás Becket. El directo destructor fue Richard
Pollard, bajo las órdenes de Cromwell. Cranmer no participó directamente en este acto
vandálico, pero ofreció muy gustoso a sus sirvientes como agentes de la destrucción.
Tras las destrucciones bárbaras de imágenes y vidrieras, vino una reconstrucción, durante el
reinado de María, bajo la visión del obispo conservador Esteban Gardiner, para quien las
catedrales eran lugares de oración y bella música. Una visión que paradójicamente sobrevivió
como parte integrante del ethos anglicano, a pesar de todas las rarezas de la reforma. En este
aspecto, Cranmer estuvo muy lejos de ser un anglicano; lo que a él le atraía era el potencial
beneficioso de la educación en las nuevas fundaciones.
En la ronda de las pérdidas que se debatieron en el verano de 1537, se perdieron, tres de las
grandes casas del arzobispado, Otford, Knole y Maidstone. El palacio Otford, en particular,
había sido reconstruido por el arzobispo Warham con prodigiosos gastos y no era solo la más
grande residencia de Cranmer, sino incluso la más grande del reino – “una de las maravillas de
Gran Bretaña y más allá” según las palabras de una apreciación moderna. La propuesta original
de apropiación solo incluía Otford y Maidstone, pero el rey, siguiendo su capricho, decidió
quedarse también con Knole, incluso después de que Cranmer hubiera intentado minusvalorar
sus encantos con el fin de quedarse él con el palacio. El intercambio se completó formalmente el
30 de noviembre de 1537: el arzobispo, a cambio, quedó propietario de una colección
abigarrada de menores fincas monásticas y parroquias de Kent. Al mismo tiempo se dio un
nuevo golpe al orgullo y prestigio arzobispal: Cranmer ya no podría emitir su propia moneda.
Sin embargo, hubo algún consuelo en medio de estas pérdidas. Las concesiones del rey a
Cranmer incluían monasterios que habían estado durante siglos asociados al arzobispado, y
todavía le quedaron cuatro palacios asociados con su eje de actividad normal (Lambeth y
Croydon, Cantorbery, Ford y Bekesbourne).
Hoy nos llama la atención que un apóstol de Cristo, y tan fanático del celo divino, viviera
toda su vida en palacios. Sin embargo, al parecer, Cranmer no fue insensible al tema de la
pobreza. Así, en cierta ocasión que tuvo que defenderse, afirmó: “No soy tan tonto como para
colocar mi corazón en las cosas de aquí, que ni puedo llevar conmigo ni detenerme mucho en
ellas”. El vivir fuera de palacio era una idea ajena a todos los “príncipes” eclesiásticos del siglo
XVI, tanto católicos como protestantes, aunque los pobres sacerdotes estuvieran muriéndose de
hambre. Ni que decir tiene que Jesucristo se hubiera horrorizado ante semejante tergiversación
de su mensaje.
Cambio de reformas
El reformador Felipe Melanchton sabía que era muy admirado por Enrique. A principios de
1539, escribió varias cartas a Enrique criticándole sus puntos de vista sobre la religión, en
particular, el apoyo del celibato clerical. A finales de abril otra delegación de príncipes luteranos
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llegó a Inglaterra para seguir trabajando sobre las exhortaciones de Melanchton, pero
cometieron los mismos errores de no llevar con ellos a Melanchton y de criticar al monarca.
Cromwell escribió una carta al rey en apoyo de la nueva misión luterana. Sin embargo, el rey
había comenzado a cambiar su postura y se concentró en cortejar a la opinión conservadora de
Inglaterra en lugar de acercarse a los luteranos. Cranmer, por su parte, trató de ser diplomático y
de arreglar las cosas, respondiendo en una carta del 10 de mayo a la del duque Juan Friedrich de
Sajonia, enfatizando en ella todo lo que Enrique había hecho por la causa evangélica:
deshacerse del papa, de la idolatría y del monacato, y aconsejaba a Juan que no presionara
demasiado a un monarca tan instruido y susceptible.
El 28 de abril de 1539, el Parlamento se reunió por primera vez en tres años. Cranmer estaba
presente, pero Cromwell no pudo asistir por problemas de salud. El 5 de mayo, la Cámara de los
Lores formó un comité, con el acostumbrado equilibrio religioso entre conservadores y
reformistas, para examinar la doctrina. Sin embargo, al comité se le dio poco tiempo para hacer
el trabajo detallado necesario de una revisión profunda. El 16 de mayo, el duque de Norfolk,
señaló que el comité no estaba de acuerdo en nada, y propuso que los Lores examinaran seis
cuestiones doctrinales que con el tiempo se convertirían en la base de los Seis artículos. Se
afirmó la interpretación conservadora de doctrinas tales como la doctrina de la
transubstanciación, la presencia real, el celibato clerical y la necesidad de la confesión privada
de los pecados a un sacerdote, y se implementaban bajo pena de duros castigos. Cranmer se
opuso a los Seis artículos y por ello quedó marcado como “hereje”.
Dado que la ley de los Seis artículos estaba a punto de ser aprobada en el Parlamento,
Cranmer sacó a su esposa y niños de Inglaterra. Hasta este momento, la familia se había
mantenido en silencio y oculta, lo más probable en el palacio de Ford de Kent. Aquí Diarmaid
nos dice que resulta realmente asombroso cómo Cranmer logró que su matrimonio no
trasluciera a la palestra pública. Se entiende que sus amigos evangélicos lo ocultaran, pero no
puede entenderse cómo ninguno de sus enemigos pudo percatarse de que el arzobispo estaba
casado y con hijos, cuando todavía estaba prohibido por la ley oficial.
El revés para los reformistas fue de corta duración. En septiembre, Enrique estaba
descontento con los resultados de la ley y sus promulgadores.
El fin de Cromwell
Cromwell se alegraba de que el rey aceptara su plan de un matrimonio real con Ana de Cleves,
la hermana de un príncipe alemán, pues el matrimonio podría traer de vuelta los contactos con la
Liga de Esmalkalda. Enrique quedó consternado al conocer a Ana el 1 de enero de 1540, pero se
casó con ella de mala gana, el 6 de enero en una ceremonia oficiada por Cranmer. El
matrimonio terminó en un desastre cuando el rey decidió poco después pedir el divorcio, lo que
dio lugar a que Enrique quedara en una situación embarazosa, sufriendo Cromwell las
consecuencias. Sus viejos enemigos se aprovecharon de la debilidad de Cromwell, que fue
detenido el 28 de julio. De inmediato perdió el apoyo de todos sus amigos, entre ellos el de
Cranmer.
Parece ser que parte del problema era que Cromwell no quería acceder al nuevo divorcio de
Enrique para casarse en cuarto matrimonio con Catalina Howard. Esto presentó a Cranmer un
grandísimo problema porque el otro que podría concederlo era él mismo. En tal desesperada
situación, Cranmer parece que recibió aliento de la misma Catalina, que le envió un mensaje
asegurándole que “no se preocupara de sus negocios, porque se encontraría en situación mucho
mejor” una vez concedido el divorcio. Y afirma Diarmaid que “realmente, en el consentimiento
a las aventuras matrimoniales de Enrique, Cranmer descendió al abismo más profundo en el
verano de1540, con la sola parcial consolación de que el resto de las autoridades de la iglesia
inglesa y el Parlamento estaban igualmente implicados”. El 8 de julio declaró que el
matrimonio de Ana de Cleves no existió nunca.
Cranmer al igual que había hecho por Ana Bolena, escribió una carta al rey en defensa de los
logros de Cromwell y de que había sido un consejero brillante.
Tras la anulación, Cromwell fue ejecutado el 28 de julio de 1540, bajo acusación de traición
y de herejía. Dos días más tarde, Enrique enfatizó su compromiso hacia la ingeniosa “vía
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media” ejecutando a tres papistas y quemando a tres evangélicos. Richard Hilles, un exiliado
evangélico inglés, más tarde comentaba sarcásticamente a Enrique Bullinger que Enrique había
contraído el hábito de celebrar una nueva boda quemando a alguien en el poste.
El mayor logro de Cromwell fue la edición de una biblia oficial, la Gran Biblia, -obra de,
entre otros, Guillermo Tyndale y Miles Coverdale -, que apareció en abril de 1539. A petición
del rey, Cranmer escribió una introducción a la misma en forma de sermón. Lo hizo en prosa
elegante y orientada a invitar a la lectura de la biblia. Algunos, con imprecisión, la han llamado
la “Biblia de Cranmer”. Cranmer no podía entender que el pueblo rechazara el regalo de la
biblia, sin embargo, también comprendía que su lectura podía ser peligrosa, y conocía la opinión
de san Crisóstomo, que alababa el conocimiento de la misma, y también la de Nacianceno,
quien era más precavido sobre el mal uso que se podía hacer de ella. Por su parte el rey aclaró
que la lectura de la biblia, en lengua vernácula, no era un derecho sino un privilegio que podía
ser suprimido.
Con la desaparición de Cromwell, Cranmer se encuentra solo, sin alguien que resolviera las
crisis que surgían y lo guiara en peligros políticos, por otra parte su posición política ahora era
más importante. Durante el resto del reinado de Enrique, se aferró a la autoridad del rey, que
tenía total confianza en Cranmer, el cual a cambio no podía ocultarle nada.
A finales de junio de 1541, partió Enrique con su nueva esposa, Catalina Howard, a una
visita al norte de Inglaterra. Cranmer se quedó en Londres como miembro de un consejo para
cuidar de los asuntos del rey. Sus colegas fueron el Lord Canciller Tomás Audley y Eduardo
Seymour. Esta fue la primera mayor responsabilidad de Cranmer fuera de la Iglesia. En octubre,
mientras el rey y la reina estaban lejos, un reformador llamado Juan Richardson reveló a
Cranmer que Catalina participaba en relaciones extramaritales. La nueva reina era una
mariposilla con excesivo apetito sexual y no le importaba exponerse al riesgo de la muerte con
tal de satisfacer sus inclinaciones. Cranmer pasó la información a Audley y Seymour, y
decidieron esperar hasta el regreso del rey; pero temerosos de enojarle, pidieron a Cranmer que
él mismo informara a Enrique. Cranmer deslizó un mensaje a Enrique durante la misa el día de
Todos los Santos. Una investigación reveló la verdad de las indiscreciones maritales. En febrero
de 1542 serían ejecutados todos sus amantes y luego Catalina.
El apoyo del rey
En 1543, varios clérigos conservadores de Kent se unieron para atacar y denunciar a dos
reformistas, Ricardo Turner y Juan Bland, ante el Consejo Privado. Prepararon artículos para
presentar al Consejo, pero en el último momento, el sobrino de Estaban Gardiner, Germain
Gardiner, agregó otras denuncias. Estos nuevos artículos atacaban a Cranmer y enlistaban sus
fechorías desde 1541. Este documento y las acciones que siguieron fueron la base de la llamada
Conspiración de los prebendados. Los artículos pasaron al Consejo en Londres y se leyeron,
probablemente el 22 de abril de 1543. Puede que el rey viera los artículos esa noche. El
arzobispo, sin embargo, parecía ignorar que se estaba tramando un ataque contra su persona.
Mientras se realizaba el complot contra Cranmer, los reformadores eran atacados en otros
frentes. El 20 de abril, la convocación volvió a reunirse para considerar la revisión del Libro de
los obispos. Por orden del rey una comisión de obispos y teólogos había estado trabajando en
este proyecto desde 1540. Cranmer presidió los subcomités, pero los conservadores pudieron
revertir la reforma de las ideas, incluyendo la justificación por la fe. El 5 de mayo de 1543 se
publicó la nueva revisión llamada Una doctrina y erudición necesaria para cualquier hombre
cristiano o Libro del rey; apareció con un prefacio escrito por el mismo Enrique VIII. Esta era la
tercera fórmula de fe. Doctrinalmente, era mucho más conservador y más extenso que el Libro
de los obispos.
El 10 de mayo de 1543, los reformistas recibieron otro golpe cuando el Parlamento aprobó la
Ley para la promoción de la verdadera religión, que abolió los “libros erróneos” y restringió la
lectura de la biblia en inglés a las clases de condición noble. De mayo a agosto, los reformistas
fueron examinados, obligados a retractarse o a ser encarcelados. Todo este tira y afloja por parte
de conservadores y reformadores, bajo la mano férrea del rey, pone en evidencia la tendencia de
Enrique VIII a conservar las prácticas católicas.
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Después de cinco meses el rey decidió revelar a Cranmer la conspiración tramada contra él.
Según el secretario de Cranmer, Ralph Morice, en algún momento de septiembre de 1543, el rey
mostró a Cranmer un documento que resumía las acusaciones en su contra. Se iba a hacer una
investigación y Cranmer fue nombrado el investigador principal. Se realizaron redadas por
sorpresa, se obtuvieron pruebas y se identificó a los cabecillas. Cranmer humilló a los clérigos
involucrados en la conspiración, luego los perdonó y continuó utilizando sus servicios. El rey,
para mostrar su confianza en Cranmer, le dio su anillo personal. Cuando en noviembre de 1553
el Consejo Privado arrestó a Cranmer, los nobles se quedaron asombrados de que llevara el
anillo del rey.
Con el ambiente a su favor Cranmer continuó los esfuerzos reformadores de la Iglesia,
especialmente en la liturgia. El 27 de mayo de 1544 se publicó el primer servicio autorizado
oficialmente en lengua vernácula, el servicio procesional de intercesión conocido como la
Exhortación y la Letanía, que sobrevive hoy en día con modificaciones menores en el Libro de
Oración Común. La letanía tradicional incluye invocaciones a los santos, pero Cranmer reformó
a fondo este aspecto al no proporcionar ninguna oportunidad de tal veneración en el texto. Al
mismo tiempo se suprimieron las procesiones. Como dice Diarmaid, uno de los más dramáticos
logros litúrgicos tradicionales desaparecería de la liturgia inglesa. Un comentador
contemporáneo advirtió que eso se prestaba a una torpe teatralidad. Por ejemplo, cuando en
septiembre de 1547 el gobierno ordenó un acto de acción de gracias por una victoria militar
lograda sobre Escocia, un cronista anotó que en las iglesias “hubo una procesión estando de
rodillas”.
Se nombraron nuevos reformadores para la Cámara de los Comunes y se introdujo nueva
legislación para frenar los efectos de Los seis artículos y la Ley para la promoción de la
verdadera religión.
En 1546, los conservadores, en una coalición que incluía a Gardiner, al canciller
Wriothesley y a Edmundo Bonner, hicieron un último intento de desafiar a los reformadores.
Varios reformadores con enlaces con Cranmer fueron atacados. Algunos, como Juan Lascelles,
ardieron en la hoguera. Sin embargo, dos poderosos nobles reformistas, Eduardo Seymour y
Juan Dudley, regresaron del extranjero a Inglaterra durante el verano y lograron cambiar el
rumbo de los conservadores. Otros dos incidentes en el otoño inclinaron la balanza a favor de
los reformadores. Esteban Gardiner cayó en desgracia ante el rey, cuando se negó a aceptar el
intercambio de bienes episcopales, y el hijo del duque de Norfolk fue acusado de traición y
ejecutado. No hubo más conspiraciones.
Muerte del rey
La salud del rey había disminuido en los últimos meses y pidió específicamente que el
arzobispo le asistiera al final de su vida. El rey ya no podía hablar cuando Cranmer llegó a su
lado y desempeñó las funciones finales hacia Enrique, el 28 de enero de 1547, al pronunciar una
declaración de la fe reformada, mientras que agarraba la mano de Enrique en lugar de darle la
extremaunción. Cranmer había ganado la última batalla al privar al monarca de un sacramento
tradicional. Con todo, se celebraron por él oraciones y misas en todo el reino. El mismo
Cranmer tuvo que celebrar, con toda magnificencia, un funeral real en la forma más tradicional.
En torno al féretro se colocaron estandartes de la Virgen y de la Trinidad y, todavía más notable,
un estandarte en honor del santo rey Enrique VI. Todo esto se conservaba en la casa Windsor
protegido de la destrucción protestante, gracias al formidable poder de Enrique VIII.
Cranmer lloró la muerte de Enrique. Más
tarde se dijo que demostró su dolor dejándose
crecer la barba. La barba era también un signo
de su ruptura con el pasado. Los reformadores
continentales, siguiendo el ejemplo de Lutero,
se dejaron crecer la barba en señal de su
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rechazo de la antigua Iglesia. Este símbolo de
las barbas era bien entendido en Inglaterra.
La muerte de Enrique puede que privara al
arzobispo de un amado y fiel amigo, pero
también quedó libre para poder actuar
teológicamente en sus planes de reforma
religiosa, pues el rey había frenado hasta este
momento sus ímpetus evangélicos.
El 31 de enero, Cranmer fue uno de los ejecutores de la voluntad final del rey y presentó la
candidatura de Eduardo Seymour como Lord Protector, y acogió con satisfacción al niño rey,
Eduardo VI tenía nueve años. El 20 de febrero tendría lugar la coronación del joven rey. En ella
Cranmer aprovechó para recordarle sus obligaciones y responsabilidades y, entre ellas, la de que
se ofreciera a Dios auténtica adoración, se terminara con toda idolatría, se retiraran todas las
imágenes y se acabara con la tiranía del papa.
La eucaristía y los teólogos luteranos
Bajo la regencia de Seymour, los reformadores formaban parte del sistema. En agosto de 1547
tuvo lugar una visita real a las provincias y en cada parroquia que se visitaba se obligaba a tener
una copia de las Homilías. Este libro consiste en doce homilías de las cuales cuatro fueron
escritas por Cranmer. Su reafirmación de la doctrina de la justificación por la fe provocó una
fuerte reacción de Gardiner. En la homilía de “las buenas obras anexas a la fe”, Cranmer atacó
el monacato y las devociones privadas; entre ellas rechazó las cenizas el miércoles de ceniza, el
uso de palmas del domingo de ramos y el fuego del sábado de gloria. Por lo tanto, redujo el
rango de las buenas obras que se consideraban necesarias y reforzó la primacía de la fe. Al
mismo tiempo advirtió que esto no suponía el colapso de la moralidad; las buenas obras todavía
formaban parte esencial de la vida cristiana. En cada parroquia visitada, se obligaba a “eliminar
cualquier imagen que abrigara la sospecha de una devoción privada”.
El pensamiento de Cranmer sobre la eucaristía que ya había abandonado la doctrina católica
oficial, ahora recibió otro impulso de los reformadores continentales. Cranmer se había
mantenido en contacto con Martín Bucero desde el momento en que se establecieron las
primeras relaciones con la Liga de Esmalkalda. Más aún, la relación entre ellos se afianzó cada
vez más debido a la victoria que Carlos V obtuvo sobre la Liga en Mühlberg, que dejó a
Inglaterra como la única nación importante que proporcionaba refugio a los perseguidos
reformadores. Cranmer escribió una carta a Bucero (ahora perdida) con preguntas sobre la
teología eucarística. En la respuesta de Bucero de fecha 28 de noviembre de 1547, se negaba la
presencia real, la transubstanciación y se condenaba la adoración de los elementos. La carta fue
entregada a Cranmer por dos teólogos italianos reformados, Pedro Mártir y Bernardino Ochino,
a quienes se invitó a refugiarse en Inglaterra. Mártir también trajo consigo una carta escrita
presuntamente por Juan Crisóstomo (documento hoy considerado como una falsificación), Ad
Caesarium Monachum, que parecía indicar que la patrística negaba la presencia real. Estos
documentos influyeron en el pensamiento de Cranmer sobre la eucaristía.
En la doctrina sobre la eucaristía Cranmer pasó por tres fases: primera, la de su juventud, en
la que mantenía la doctrina de la transubstanciación; la segunda, en la que abandonaba la
explicación escolástica pero retenía la presencia real; finalmente, la tercera, en la que abandona
incluso la presencia real.
En marzo de 1549, la ciudad de Estrasburgo obligó a Martín Bucero y a Pablo Fagius a
abandonar la ciudad. Cranmer de inmediato les invitó a ir a Inglaterra y prometió que los
colocaría en las universidades inglesas. Cuando llegaron el 25 de abril, Cranmer quedó
encantado de saludar personalmente a Bucero después de dieciocho años de correspondencia.
Cranmer necesitaba a estos hombres académicos para capacitar a una nueva generación de
predicadores, así como para ayudar en la reforma de la liturgia y la doctrina. Entre otros que
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aceptaron sus invitaciones estuvo el reformador de Polonia Jan Laski, pero Cranmer fue incapaz
de convencer a Osiander y a Melanchton para que fueran a Inglaterra.
El Libro de Oración Común 1549
En enero de 1549, por una ley de uniformidad, se prohibió la misa en latín. A medida que el uso
del inglés en los servicios se extendía por todas partes, se hizo evidente la necesidad de una
liturgia completa uniforme para la Iglesia. Las primeras reuniones para iniciar lo que
eventualmente se convertiría en el Libro de Oración se celebraron en la antigua abadía de
Chertsey y en el castillo de Windsor, en septiembre de 1548. La lista de participantes, conocidos
como la Comisión Windsor, solo puede ser parcialmente reconstruida, pero se sabe que se daba
un equilibrio entre conservadores y reformadores. Estas reuniones fueron seguidas por un
debate sobre la eucaristía en la Cámara de los Lores, que tuvo lugar entre el 14 y el 19 de
diciembre. Cranmer reveló públicamente en este debate que había abandonado la doctrina de la
presencia real y creía que la presencia eucarística era solamente espiritual.
Los principios que rigieron en la creación del libro de oración eran los mismos establecidos
anteriormente por Lutero; a saber, que el pueblo debía entender lo que se hacía en los servicios,
que debía darse un cambio de ser espectadores a participantes activos. El pueblo debía recibir
una educación religiosa adecuada, y a tal fin se impartirían clases. El libro de oración, en
general, seguía el principio de Lutero sobre que las costumbres debían alterarse solamente
cuando lo demandara la Escritura.
El Parlamento apoyó la publicación del Libro de Oración Común después de la Navidad
aprobando el Acta de Uniformidad en 1549; luego se legalizó el matrimonio clerical.
Es difícil determinar qué parte del Libro de Oración es en realidad composición personal de
Cranmer. Hemos visto cómo ha estado trabajando, desde 1939, en un esquema litúrgico que
sería la base del libro de oración. Se ha podido establecer que utilizó fuentes ecuménicas, cuya
lista reproducimos aquí:
 Una fuente básica fue el breviario del cardenal español Francisco de Quiñones, como
un esquema piloto para reformar y estandarizar la adoración de la Iglesia.
 El rito de Sarum
 Los escritos de Hermann von Wied.
 Varias fuentes luteranas como Osiander, Justus Jonas y Martin Bucero.
 Liturgias del norte de Europa.
 Liturgias orientales.
 Oraciones del rito mozárabe.
Más problemático es determinar cómo y quiénes trabajaron en el libro. Con todo, se estima
que fue en gran parte obra de Cranmer, especialmente en el trabajo editorial y la estructura
general del libro.
En todo el libro se pueden encontrar pequeños e interesantes detalles procedentes de la mano
de Cranmer. Por ejemplo, en el caso del matrimonio, que a primera vista pudiera parecer una
versión conservadora del rito Sarum, no es así, ya que Cranmer humaniza este servicio. Si el rito
Sarum solo repetidamente bendecía a la mujer y no al hombre, ahora se incluye también al
hombre. Por vez primera se indica que el matrimonio es para “la ayuda y el consuelo que cada
uno se dé, tanto en la prosperidad como en la adversidad”. Esto resulta una novedad en la
teología medieval. Innovación que Martín Bucero aprobó, y que en definitiva, se adelantó unos
quinientos años a la humanización del sacramento realizada en el siglo XX por el Concilio
Vaticano II (1962-65).
El uso del Libro de Oración nuevo se hizo obligatorio el 9 de junio de 1549. Esto
desencadenó una serie de protestas en Devon y Cornualles, conocida como la Rebelión del
Libro de Oración. El libro no satisfacía ni a los conservadores, que lo consideraban demasiado
radical, ni a los reformadores, que lo veían muy conservador.
A principios de julio, la insurrección se había extendido a otras partes del este de Inglaterra.
Bucero acababa de tomar posesión de su cargo en Cambridge cuando se encontró en medio de la
conmoción y tuvo que buscar refugio. Los conservadores hicieron una serie de demandas como
la restauración de los Seis artículos, el uso del latín para la misa, ofrecer solo el pan al pueblo, la
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restauración de las oraciones por las almas del purgatorio y la reconstrucción de las abadías.
Cranmer escribió al rey una fuerte respuesta a estas demandas en la que denunciaba la maldad
de la rebelión. El 21 de julio, Cranmer se apropió de la catedral de San Pablo, donde defendió
vigorosamente la línea oficial de la Iglesia. Un borrador de su sermón, el único ejemplo
existente de su predicación de toda su carrera, muestra que buscó la colaboración de Pedro
Mártir para lidiar con esta rebelión.
El Libro de Oración se centraba en la lectura de las Escrituras. El leccionario pedía que se
leyera toda la biblia una vez al año, el Nuevo Testamento tres veces al año y los salmos una vez
cada mes. Esto exigía que la biblia se leyera en amplios segmentos o capítulos enteros, se
predicara sobre lo leído, lo que lograría que fuera el alimento dominante de los cristianos
ingleses. Entre otras cosas, quería lograr que los clérigos meditaran con más frecuencia sobre la
biblia, mejoraran de vida y pudieran exhortar a otros con el ejemplo y la doctrina.
La liturgia del libro manifestaba un fuerte sentido de arrepentimiento, y expresaba el
convencimiento de que todos habíamos pecado y como consecuencia sobrevenían sobre la
humanidad castigos, plagas, guerras, hambre, rebeliones. Todo esto se superaría con la lectura y
meditación de la biblia, junto al cambio de conducta.
Nuevos pasos reformadores
La Rebelión del Libro de Oración y otros eventos tuvieron un efecto negativo en la regencia
Seymour. El Consejo Privado se dividió cuando una serie de consejeros disidentes se unió a
Juan Dudley con el fin de derrocar a Seymour. Cranmer y otros dos concejales, Guillermo Paget
y Tomás Smith, inicialmente se mantuvieron a favor de Seymour. Sin embargo, tras un
intercambio de cartas entre ambas partes, un incruento golpe de estado dio lugar al final del
Protectorado de Seymour, el 13 de octubre de 1549.
A pesar del apoyo de los políticos religiosos conservadores tras el golpe de Dudley, los
reformadores lograron mantener el control del nuevo gobierno, y la reforma inglesa siguió
consolidando sus logros. Seymour fue encarcelado primero en la Torre, pero poco después
puesto en libertad, el 6 de febrero 1550, y regresó al Consejo. El arzobispo trasladó a su ex
capellán, Nicolás Ridley, de una sede menor de Rochester a la diócesis de Londres. Los
conservadores fueron reemplazados por los reformadores.
El primer resultado de la cooperación entre Cranmer y Bucero fue el Ordinal, la liturgia de
la ordenación de sacerdotes. No se había incluido en el primer Libro de Oración y no fue
publicado hasta 1550. Cranmer aprobó el proyecto de Bucero y creó tres servicios para la
ordenación de diácono, sacerdote y obispo. En el mismo año, Cranmer publicó el primer libro
que llevaría su nombre en la portada: Defensa de la verdadera y católica doctrina del
sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo, una explicación semioficial de la teología
eucarística del Libro de Oración. El prólogo resume su disputa con Roma en un conocido pasaje
en el que comparaba “las cuentas (del rosario), los perdones, las peregrinaciones y otras
semejantes [costumbres] papistas” a las malas hierbas, donde las raíces de las malezas eran la
transustanciación, la presencia real y la naturaleza sacrificial de la misa.
Aunque Bucero asistió en el desarrollo de la reforma inglesa, estaba preocupado por la
lentitud de su progreso. Bucero y Fagius se dieron cuenta de que con el Libro de Oración1549
no se dio un decidido paso hacia adelante, aunque Cranmer aseguró a Bucero que era solo el
primero y que su forma inicial era solamente temporal. A pesar de ello, en el invierno de 1550,
Bucero ya se estaba desilusionando. Cranmer se aseguró de que no se sintiera alienado y se
mantuvo en estrecho contacto con él. Tal atención dio sus frutos durante la controversia de las
vestiduras. Este incidente fue iniciado por Juan Hooper, un seguidor de Enrique Bullinger, que
había regresado recientemente de Zurich. Hooper no estaba contento con el Libro de Oración de
Cranmer y ni con el Ordinal, y en particular se opuso al uso de las ceremonias y vestiduras.
Cuando el Consejo Privado lo eligió para ser el obispo de Gloucester, el 15 de mayo de 1550,
estableció como condición que no se utilizaran las vestiduras establecidas, que no se afeitaría la
barba, que no se le ungiera con óleo en la consagración, y otras minucias. Encontró un aliado
entre los reformadores continentales en Juan Laski, que se había convertido en un líder de la
iglesia para extranjeros en Londres, y seguía la versión de un gobierno presbiteriano calvinista;
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su iglesia había hecho reformas más amplias de lo que a Cranmer le hubiera gustado. Aunque
Bucero y Pedro Mártir simpatizaban con la posición de Hooper, apoyaron a Cranmer en lo
relativo a la temporalidad de las reformas y a su autoridad. Cranmer y Ridley permanecieron en
sus trece, lo que resultó en el encarcelamiento de Hooper, que al final cedió. Fue consagrado el
8 de marzo de 1551 de acuerdo al Ordinal y predicó ante el rey en sus vestiduras episcopales.
Prevaleció la visión de Cranmer de una reforma lenta y cuidadosa bajo la autoridad del
gobierno.
Últimas reformas
El papel de Cranmer en la política fue disminuyendo cuando el 16 de octubre de 1551 Seymour
fue arrestado bajo cargos de traición. En diciembre fue llevado a juicio y, aunque absuelto de
traición, fue juzgado culpable de delito grave y condenado a muerte el 22 de enero de 1552.
Este fue el comienzo de la ruptura entre Cranmer y Dudley, que se agravó durante el año por la
apropiación gradual de los bienes eclesiásticos por parte de la regencia.
Incluso durante este caos político, Cranmer seguía trabajando simultáneamente en tres
grandes proyectos de su programa reformador: la revisión del derecho canónico, la revisión del
libro de oración y la preparación de una declaración doctrinal.
El código de derecho canónico, que define el gobierno dentro de la iglesia romana,
evidentemente tenía que ser revisado tras la ruptura de Enrique con Roma. Se realizaron varios
intentos de revisión durante el reinado de Enrique, pero estos proyectos iniciales fueron
abandonados al dar prioridad a la reforma doctrinal. Cuando la reforma se había estabilizado un
tanto, Cranmer formó un comité, en diciembre de 1551, para reiniciar el trabajo. Reclutó a
Pedro Mártir para la comisión y también pidió a Laski y a Hooper que participaran, lo que
demuestra su capacidad habitual de perdonar las acciones pasadas.
Cranmer y Mártir se dieron cuenta de que una entrada en vigor de una reforma de la ley
eclesiástica del código en Inglaterra tendría importancia internacional. Cranmer venía planeando
desde 1548 la idea de reunir a todas las iglesias reformadas de Europa bajo el liderazgo de
Inglaterra para luchar contra el Concilio de Trento (1545-1563). En marzo de 1552, Cranmer
invitó a los principales reformadores continentales, Bullinger, Calvino y Melanchton, a que
vinieran a Inglaterra para participar en un concilio ecuménico. La respuesta fue decepcionante:
Melanchton no respondió, Bullinger señaló que ninguno de ellos podía salir de Alemania, ya
que estaba dividida por la guerra entre el emperador y los príncipes luteranos, y aunque Calvino
mostró cierto entusiasmo, dijo que no podía ir. Cranmer respondió a Calvino con estas palabras:
“Mientras tanto vamos a reformar la iglesia inglesa al máximo de nuestra capacidad y ofrecer
nuestro trabajo para que tanto las doctrinas como las leyes sean mejoradas siguiendo el modelo
de la Sagrada Escritura”. Se conserva un manuscrito parcial del proyecto que fue anotado con
correcciones y comentarios de Cranmer y Mártir. Cuando la versión final se presentó al
Parlamento, se consumó la división entre Cranmer y Dudley, y el regente dio muerte definitiva
al proyecto de revisión del derecho canónico.
Como en el primer Libro de Oración, los orígenes y los participantes en el trabajo de
revisión del primer Libro de Oración son oscuros, pero está claro que Cranmer dirigió el
proyecto y su desarrollo. Se había iniciado ya al final de 1549 cuando la convocatoria de
Cantorbery se reunió para discutir el asunto. A finales de 1550, se consideraron las opiniones de
Mártir y Bucero sobre cómo se podría mejorar la liturgia. Se realizaron varios cambios de
carácter más reformador. Sin embargo, la versión final no se publicó hasta casi el último
momento, debido a la intervención de Dudley. Mientras viajaba por el norte del país, se
entrevistó con el reformador escocés Juan Knox, entonces con sede en Newcastle. Impresionado
por su predicación, Dudley lo seleccionó para ser capellán real y lo llevó al sur para que
participara en los proyectos de reforma. En un sermón ante el rey, Knox atacó la práctica de
arrodillarse durante la comunión. El 27 de septiembre de 1552, el Consejo Privado detuvo la
impresión del nuevo Libro de Oración y le dijo a Cranmer que lo revisara. Respondió éste, en
una larga carta, con el argumento de que era tarea del Parlamento, con la aprobación real, el
decidir cualquier cambio en la liturgia. El 22 de octubre, el Consejo decidió mantener la liturgia
como estaba y añadió la llamada “rúbrica negra”, que explicaba que el arrodillarse para recibir
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la comunión no tenía por objeto la adoración de la misma.
Los orígenes de la declaración doctrinal que finalmente se convirtió en los Cuarenta y dos
artículos no están claros. Ya en diciembre de 1549, el arzobispo estaba exigiendo a sus obispos
la aprobación de determinados artículos doctrinales. En 1551 Cranmer presentó una versión de
una declaración a los obispos, pero su contenido seguía siendo ambiguo. Cranmer no dedicó
mucho esfuerzo al desarrollo de los artículos, probablemente debido a su dedicación a la
revisión de la ley canónica. Cuando finalmente se publicaron los Cuarenta y dos artículos, en
mayo de 1553, en la portada se declaró que los artículos fueron aprobados por la convocatoria y
publicados por la autoridad del rey. Pero eso no era verdad, el error fue causado probablemente
por falta de comunicación entre el arzobispo y el Consejo Privado. El Consejo dio a Cranmer la
tarea lamentable de exigir a los obispos la suscripción de los artículos, muchos obispos se
opusieron a ello y señalaron la anomalía en la portada. Mientras Cranmer llevaba a cabo esta
tarea se desarrollaron acontecimientos que hicieron inútiles las suscripciones.
Muerte de Eduardo VI
Eduardo VI cayó gravemente enfermo de tuberculosis. Se dijo a los consejeros que el rey no
tenía mucho tiempo de vida. En mayo de 1553, el Consejo envió varias cartas a los
reformadores continentales y les aseguró que la salud de Eduardo estaba mejorando. Entre las
cartas iba una dirigida a Melanchton en la que se le invitaba a ir a Inglaterra para ocupar la
Presidencia Regius en Cambridge, que estaba vacante desde la muerte de Martín Bucero en
febrero de 1551.Tanto Enrique VIII como Cranmer habían fracasado previamente en convencer
a Melanchton para que fuera a Inglaterra, esta vez el Consejo hizo un esfuerzo serio enviándole
un anticipo para cubrir los gastos de viaje. Cranmer le envió una carta personal pidiéndole que
aceptara la oferta. Melanchton nunca hizo el viaje.
Mientras se realizaba el esfuerzo de apuntalar la reforma, el Consejo estaba trabajando para
convencer a varios jueces para que colocaran en el trono a Jane Grey, prima de Eduardo y
protestante, en vez de María Tudor, hija de Enrique y Catalina de Aragón y católica. El 17 de
junio de 1553 el rey hizo su testamento señalando que Jane le sucedería en el trono,
contraviniendo la Tercera Ley de Sucesión.
A mediados de julio, se produjeron graves revueltas provinciales en favor de María y el
Consejo cesó en el apoyo a Jane. Cuando María fue proclamada reina, Dudley, Ridley y el padre
de Jane, fueron encarcelados. Sin embargo, no se tomaron medidas contra el arzobispo. El 8 de
agosto se celebró el funeral de Eduardo de acuerdo a los ritos del Libro de Oración. Durante
estos meses, Cranmer aconsejó a los demás, incluyendo a Pedro Mártir, que huyeran de
Inglaterra, pero él prefirió quedarse.
Se retiró a los obispos reformadores de sus puestos y el clero conservador, como Edmundo
Bonner, fue restaurado en sus antiguas posiciones. Cranmer no cayó sin luchar. Cuando se
corrieron rumores de que había autorizado el uso de la misa en la catedral de Cantorbery,
declaró que era falso y dijo: “... toda la doctrina y la religión, (aprobada) por nuestro soberano
señor el rey Eduardo VI es más pura y de acuerdo a la Palabra de Dios que cualquiera otra que
haya sido usada en Inglaterra en estos mil años”. El gobierno consideró la declaración de
Cranmer equivalente a sedición. Se le ordenó comparecer ante el Consejo en la Cámara de la
Estrella, el 14 de septiembre, y ese día dijo su final adiós a Mártir. Luego fue enviado
directamente a la Torre para unirse a Hugo Latimer y Nicolás Ridley.
El 13 de noviembre de 1553 Cranmer y otros cuatro fueron llevados a juicio por traición a la
patria, declarados culpables y condenados a muerte. Durante el mes de febrero de 1554 se
ejecuta a Jane Grey y a otros rebeldes. Había llegado el momento de hacer frente a los líderes
religiosos de la reforma y así, el 8 de marzo de 1554, el Consejo Privado ordenó que Cranmer,
Ridley y Latimer fueran trasladados a la prisión Bocardo de Oxford, a la espera de un segundo
juicio por herejía. Durante este tiempo Cranmer pasó de contrabando una carta a Mártir, que
había huido a Estrasburgo. Este último documento superviviente escrito por su propia mano,
afirmaba que la situación desesperada de la Iglesia era la prueba de que con el tiempo sería
liberada, y escribió: “¡Rezo para que Dios conceda que podamos perseverar hasta el fin!”
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Juicio y muerte de Cranmer
Cranmer permaneció aislado en la prisión de Bocardo durante diecisiete meses antes de que el
juicio comenzara, el 12 de septiembre de 1555. A pesar de que tuvo lugar en Inglaterra, el juicio
estaba bajo la jurisdicción papal y el veredicto final vendría de Roma. Bajo interrogatorio,
admitió todo lo que se colocó ante él, pero negó cualquier traición, desobediencia o herejía.
El juicio de Latimer y Ridley comenzó poco después del de Cranmer, pero el veredicto fue
casi de inmediato y ardieron en la hoguera el 16 de octubre.
Cranmer fue llevado a una Torre para que viera las ejecuciones de sus amigos, con el fin de
atemorizarlo y que cambiara su actitud arrogante. Ante la lenta agonía de Nicolás Ridley, según
el comentarista católico, Cranmer cayó de rodillas y lamentó lo que estaba viendo. Mientras
tanto Hugo Latimer pronunció una de sus abundantes memorables frases: “Tenga confianza,
Maestro Ridley y pórtese como un hombre. Por la gracia de Dios, hoy prenderemos tal vela en
Inglaterra que, yo confío, nunca se apagará”. Latimer expiró con más rapidez.
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El 4 de diciembre, Roma decidió el destino de Cranmer privándole del arzobispado y dando
permiso a las autoridades seculares para llevar a cabo su condena. En el juicio se le acusó de
una manera global de haber quebrantado su juramento de fidelidad al papa, de haberse casado y
de la doctrina contenida en sus escritos. ¿Cuáles fueron los principales errores de los que
Cranmer era acusado?
La negación de la jurisdicción universal del papa. Sobre esto aseguraba Cranmer que la
pretensión del papa a ser un monarca universal era la prueba segura de que era el anticristo. En
otros términos, Cranmer veía una incompatibilidad entre la ley real y la papal. Se trata de dos
jurisdicciones diferentes. La historia le ha dado la razón.
La noción de la transubstanciación. Sobre esto recalcaba que la Iglesia había profesado la fe
durante mil años sin la invención de esa explicación.
La negación de la presencia real de Cristo en la eucaristía.
El valor propiciatorio del sacrifico de la misa por los muertos. Cranmer creía que las
oraciones no tienen poder para influir en la voluntad de Dios.
En sus últimos días las circunstancias de Cranmer cambiaron, lo que le condujo a varias
retractaciones. El 11 de diciembre, fue trasladado de Bocardo a la casa del decano de Christ
Church. Este nuevo entorno era muy diferente al de los dos años de prisión. Se encontraba ahora
en una comunidad académica y tratado como un invitado. Fue abordado doctrinalmente por un
experto fraile dominico, Juan de Villagarcía, que renuentemente aceptó la responsabilidad de
discutir teológicamente con Cranmer, cosa que inició el 31 de diciembre.
En sus primeras cuatro retractaciones se sometió a la autoridad del rey y de la reina, y
reconoció al papa como cabeza de la Iglesia. El 14 de febrero de 1556 fue degradado de las
órdenes sagradas y regresó a Bocardo. Había concedido muy poco y Edmundo Bonner,
delegado del papa, no estaba satisfecho con esas retractaciones.
El 24 de febrero se emitió un escrito al alcalde de Oxford y la fecha de ejecución de Cranmer
se fijó para el 7 de marzo. Dos días después del escrito al alcalde, Cranmer emitió la primera
que se podría llamar una auténtica retractación, la quinta, en la que repudió toda la teología
luterana y de Zwinglio, y aceptó la teología católica, como la supremacía papal y la
transubstanciación, los siete sacramentos, la doctrina del purgatorio, y declaró que no había
salvación fuera de la Iglesia católica. Anunció su alegría de regresar a la fe católica, pidió y
recibió la absolución sacramental y participó en la misa.
La quema de Cranmer, —que todavía abrigaba una esperanza de clemencia—, fue aplazada.
En la práctica normal del derecho canónico, debería haber sido absuelto. María, sin embargo,
que veía a Cranmer como el autor de todas sus desgracias y las de Inglaterra, decidió que no era
posible otro aplazamiento.
Su última retractación, la sexta, se publicó el 18 de marzo. El texto, probablemente escrito
por consejeros del Cardenal Cole, empezaba afirmando: “He ofendido al cielo y al reino de
Inglaterra, en verdad, a toda la Iglesia universal de Cristo”. Luego seguía una lista de crímenes
específicos, empezando por el divorcio del rey. Pedía también perdón al papa. Firmado el
documento había dicho y cumplido con todo lo que le habían pedido. Más tarde, todavía, le
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presentarían otras catorce copias de esta retractación con pequeños cambios. Sin embargo,
ahora, estaba seguro de que no habría clemencia. La muerte se llevaría a cabo.
Estas confesiones se obtuvieron bajo tremendas presiones psicológicas, precursoras de los
lavados de cerebro del siglo XX, tras largos y difíciles interrogatorios. Juan Harpsfield, autor de
Cranmer´s Recantacyous, informa que en el momento de la firma era un hombre “que temblaba
en cada miembro de su cuerpo” y en ese estado, “firmó con su mano” lo que le pusieron por
delante. Probablemente escritos todos preparados por sus opositores.
Cranmer vivió otros tres días. Se le dijo que podía hacer otra retractación final, pero esta vez
en público, durante un servicio en la iglesia de la universidad de Oxford. Escribió y presentó el
discurso de antemano que se publicó después de su muerte. En el púlpito, el día de su ejecución,
inició con una oración y una exhortación a tres clases de amores: a Dios, a la corona y al
prójimo. Instó a los ricos a evitar la avaricia. Recitó el credo y la doctrina básica de la fe, y
luego pasó a explicar “la gran cosa que tanto había atormentado su conciencia”. Las autoridades
sabían lo que venía a continuación, pero el sermón tomó un rumbo totalmente inesperado que se
apartaba del texto escrito. Renunció a las retractaciones que había firmado con su propia mano
después de su degradación y, como tal, afirmó que su mano sería castigada siendo quemada en
primer lugar. Luego dijo: “Y en cuanto al papa, le niego, como enemigo de Cristo y el
Anticristo con toda su falsa doctrina”.
Fue retirado del púlpito y llevado a donde Latimer y Ridley habían sido quemados seis
meses antes. Cuando las llamas se le acercaron cumplió la promesa que había hecho durante sus
últimos gritos en la iglesia: “Ya que esta mano ha ofendido, escribiendo contra mi voluntad,
será la primera en ser castigada”, y llevó la mano derecha al corazón del fuego, repitiendo
mientras pudo: “Esta indigna mano derecha”, “esta mano ha ofendido” y luego, también
mientras pudo, sus últimas palabras fueron las del protomártir Esteban: “Señor Jesús, recibe mi
espíritu...Veo los cielos abiertos y a Jesús a la derecha de Dios”. Murió el lluvioso 21 de marzo
de 1556.
Evaluación de Cranmer: consecuencias y legado
Tras la muerte de Cranmer, el gobierno mariano produjo un folleto con las seis retractaciones
más el texto del discurso que debía haber pronunciado el ex arzobispo en la iglesia de la
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universidad. No se hizo mención de que Cranmer había retirado las retractaciones. Sin embargo,
lo que sucedió se convirtió en conocimiento común, y el informe del acontecimiento dejó de ser
propaganda eficaz del lado romano. Del mismo modo, del lado protestante, hubo dificultades de
utilizar el evento, dadas sus retractaciones. La propaganda de los exiliados se concentró en la
publicación de varios ejemplares de sus escritos. Su historia vio la luz en 1559, en el libro de
Juan Foxe: Hechos y monumentos.
La familia de Cranmer había ido al exilio en el Continente en 1539. No se sabe exactamente
cuándo regresaron a Inglaterra, pero fue solamente poco después de la adhesión de Eduardo VI,
en 1547, cuando Cranmer reconoció públicamente su existencia. No se sabe mucho de los
primeros años de los niños. Su hija, Margarita, nació probablemente en la década de 1530, y su
hijo Tomás llegó más tarde, probablemente durante el reinado de Eduardo. En algún momento,
en torno a la subida de María al trono, la esposa de Cranmer, Margarita, escapó a Alemania,
mientras que su hijo fue confiado a su hermano Edmundo Cranmer, que también lo llevó al
Continente. Margarita Cranmer finalmente se casó con el editor favorito de Cranmer, Eduardo
Whitchurch. La pareja regresó a Inglaterra después del reinado de María y se estableció en
Surrey. Whitchurch murió en 1562 y Margarita se casó por tercera vez, con Bartolomé Scott.
Ella murió en la década de 1570. Los dos hijos de Cranmer murieron sin descendencia y su
línea se extinguió.
La vida de Cranmer no deja de ser enigmática. Diarmaid no comprende cómo, habiendo
crecido en un ambiente religioso conservador y piadoso de finales del medioevo, pudiera dar el
cambio radical que dio a partir de 1529, y que su infancia influyera tan poco en la segunda parte
de su vida. El año decisivo de ruptura lo coloca este historiador en el 1531. El cambio dado por
Cranmer en la mitad de su vida es asombroso, sobre todo teniendo en cuenta que
temperamentalmente estaba predispuesto hacia la prudencia. “Cranmer estuvo afligido toda su
vida por la miopía, y la miopía es un incentivo poderoso para caminar con cuidado” dice
Diarmaid.
A partir de 1529 quien más influyó en su vida fue Enrique VIII, el hombre cuyo desprecio
Cranmer temía incluso en sus sueños en los últimos días de su vida. Parece increíble que alguien
pudiera amar y respetar tanto a tal monstruo; pero se daba en Enrique cierto poder que
transcendía la crueldad, el egoísmo y la injusticia, que fueron los temas contantes de su política.
Cranmer realmente llegó a creer que la suprema gerencia ejercida por este tirano expresaba la
voluntad de Dios mejor que la gerencia tradicional de la Iglesia. Hasta el punto de estar
preparado a cumplir la voluntad del rey mientras viviera, incluso llegando a quemar a
evangélicos que no pensaban muy diferente a Cranmer.
Continúa Diarmaid afirmando que nunca llegaremos a saber la razón específica que impulsó
a Cranmer a romper con la Iglesia después de cuatro décadas de callada aquiescencia.
Solamente podemos constatar su amargura contra ella, que aparece reflejada en sus obras a
partir de 1533.
Según Diarmaid, a Cranmer no se le puede considerar como un católico reformado porque
habría que hacer lo mismo con todos los reformadores continentales. Todos ellos querían
edificar la Iglesia sobre los pilares de la biblia, los credos y los primeros grandes concilios de la
Iglesia.
Las más altas preocupaciones de Cranmer fueron el mantenimiento de la supremacía real y la
difusión de la teología y la práctica reformadas. Pero es más recordado por su contribución en la
esfera del lenguaje y de la identidad cultural. Su prosa ayudó a guiar el desarrollo del idioma
inglés, y el Libro de Oración es una importante contribución a la literatura inglesa. Fue el
vehículo que condujo la adoración anglicana durante cuatrocientos años.
Cranmer tiene muchos promotores y detractores, pero ninguna biografía puede hacer plena
justicia a la complejidad de su vida y de su época. Los biógrafos católicos a veces representan a
Cranmer como un oportunista sin principios y un instrumento de la tiranía real, dejando de lado
señalar que muchos otros clérigos y políticos del siglo XVI no vivieron según los estándares
modernos. Por su parte, los biógrafos protestantes a veces pasan por alto los tiempos en que
Cranmer traicionó sus propios principios. Con todo, ambas partes están de acuerdo en que
Cranmer fue un estudioso comprometido, cuya vida mostró las fortalezas y debilidades de un
reformador muy humano y, muchas veces, poco apreciado.
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Personalmente, no entiendo qué clase de lectura Cranmer y otros reformadores hacían del
evangelio. ¿Acaso no veían en la vida de Jesús el espejo de la amabilidad, de la misericordia, de
la tolerancia y del amor? ¿Acaso no veían en los fariseos un celo divino exacerbado que les
impulsaba a condenar a todo el mundo si no cumplían la última norma de sus prescripciones? El
celo de Cranmer por lo divino le condujo a cometer atropellos iconoclastas, a consentir que
murieran en la hoguera personas que, en definitiva, no pensaban muy diferente a él mismo,
¿acaso Jesús no condenó todo eso con el ejemplo de su vida? Es ese fanatismo el que no
acabamos de entender. El fanatismo es una enfermedad mental que ciega a las personas hasta el
punto de privarlas de un sano y reposado juicio.
No cabe duda de que tuvo razón en muchas de las reformas que por él se lograron. Hoy
podemos apreciar, cómo él, como tantos otros genios del pasado, se adelantó a un futuro que en
la Iglesia romana llegó quinientos años más tarde. Sobre todo, Cranmer se merece todo respeto
y admiración ante el valor manifestado en el último momento de su vida. Pocos son los
humanos que están dispuestos a dar la vida por una causa, especialmente, ante una muerte tan
espantosa. Aquí su entereza y fidelidad a sus creencias le merecieron el honor de mártir.
El reinado de María
Hija de Enrique VIII y de Catalina de Aragón, cuando ascendió al trono María contaba treinta y
ocho años. Había vivido en obligado retiro, rechazada por unos y compadecida por otros. Se
había mantenido fiel a la doctrina medieval romana. Fue recibida triunfalmente en Londres por
la parte conservadora. La muchedumbre lloraba de alegría y lanzaban sus capas al aire. Tras
deshacerse de algunos enemigos, manifestó su decisión de volver a todo su reino a la fe católica.
La reforma evangélica todavía no había calado en el pueblo. Sin embargo, surgieron algunas
dificultades. Habían pasado treinta años y la persistencia de las propagandas anti papistas
durante todo ese tiempo habían producido en todas las clases sociales un odio profundo contra
el papa. Además, los grandes se oponían a devolver todos los bienes confiscados a la Iglesia.
María siguió en un principio una política de relativa moderación. Renunció al título de
cabeza suprema de la Iglesia. Obtuvo del Parlamente la disposición de volver todas las cosas al
estado en que se hallaban a la muerte de su padre Enrique VIII. Se impuso de nuevo el celibato
clerical; la corona devolvió todos los bienes eclesiásticos que estaban en su poder; el obispo
Gardiner realizó una purga por la que removió al veinte por ciento de los clérigos y luego
consagró a nuevos sacerdotes; y restableció altares, vestiduras y adornos litúrgicos; el pueblo
solo había usado durante cuatro años el Libro de Oración y muchos se alegraron de volver a las
costumbres antiguas. Para satisfacer a los poderosos, María obtuvo de Julio III una bula por la
que la Iglesia renunciaba a los bienes eclesiásticos confiscados.
Para restablecer el catolicismo, el papa Julio III nombró al cardenal Reginaldo Pole como
legado pontifico en Inglaterra. Llegó el 24 de noviembre de 1554. Como primado de Cantorbery
procuró la formación del clero y la renovación de las prácticas religiosas. Anuló toda la
legislación eclesiástica aprobada desde 1528, con excepción de la disolución de los monasterios.
Más aún, el 30 de noviembre absolvió al reinado del cisma, mientras el rey y la reina estaban
arrodillados ante él.
Todo parecía ir por buen camino cuando María cometió el mayor error, al decidir contraer
matrimonio con el heredero de España, Felipe II, en contra del consejo de todos. María veía en
Felipe II un poderoso apoyo para la restauración católica en Inglaterra. Felipe II entró en
Inglaterra en julio de 1554 y se celebró el matrimonio el 25 del mismo mes. Al no tener
heredero que hubiera consumado la unificación religiosa, las cosas empeoraron.
A este primer fracaso de su política de restauración siguieron otros, que fueron aprovechados
por el bando contrario, e iniciaron una campaña antirromana que se intensificó gradualmente.
Los reformadores se resintieron enormemente de la reconciliación con Roma y renovaron sus
esfuerzos reformadores. Los mismos sacerdotes, en su mayoría ya casados, no podían aceptar la
nueva ley del celibato. María empezó a tomar medidas más rigurosas, entre ellas la renovación
de las antiguas leyes contra los reformadores. Todo esto provocó conjuraciones contra la reina,
lo que motivó a María a ajusticiar y quemar a unos 275. Según afirma Juan Foxe en Acts and
Monuments, murió gente de toda clase: sacerdotes y prelados, nobles y plebeyos, literatos e
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iletrados. Con ello la reina se ganó el apodo de María “la Sanguinaria”. Todo esto contribuyó
enormemente a que los ánimos del pueblo se tornaran contra ella. Los últimos años de la reina
se vieron envueltos en un ambiente de tristeza y de fracaso hasta el día de su muerte, el 15 de
noviembre de 1558. Para Moorman: “Desde cualquier punto de vista el reinado de María fue un
fracaso”.
Isabel de Inglaterra
A la muerte de María ascendió al trono Isabel, su media hermana, hija de Enrique VIII y Ana
Bolena. Dotada de gran prudencia y dotes naturales, elevó a la nación a un poderío
internacional. Se hizo coronar siguiendo el rito católico y prestó el juramento de conservar la
religión católica. Comunicó a Paulo IV su coronación y celebró, el 25 de enero de 1559, la
apertura del Parlamento con una misa solemne en rito católico. Dio libertad a todos los
protestantes encarcelados y llamó del destierro a otros perseguidos, muchos de los cuales
obtuvieron el favor real y lograron entrar en el Parlamento.
Al poco tiempo se retiró el embajador de Roma y se estableció oficialmente la nueva religión
por medio de dos leyes. La primera fue el Acta de supremacía, por la que se exigía a todos un
juramento por el cual se reconocía a la reina como autoridad suprema en los asuntos religiosos.
La segunda era el Acta de uniformidad, publicada en junio de 1559, que establecía la nueva
liturgia que debía observarse. El Libro de Oración isabelino de 1559 se apartó un tanto del sabor
evangélico del de 1552, sobre todo de la teología eucarística de Cranmer. Conjuntamente se
conocen a esas actas como el Arreglo Isabelino (“Elizabethan Settlement”).
El 7 de diciembre de 1559, Mateo Parker, antiguo capellán de Enrique VIII y de Ana Bolena,
fue elevado a la sede de Cantorbery. Parker era un buen teólogo, buen administrador y hombre
de visión. Por ejemplo, mientras la reina Isabel prefería el celibato de los sacerdotes, Parker
optó por el sacerdocio casado. Según algunos, a él se le debe en gran parte lo que hoy se conoce
como espíritu “anglicano”. Quería una Iglesia basada en el estudio y siguiendo las mejores
costumbres de la Iglesia primitiva, fiel a la escritura, vital, honesta y digna. Compasivo, hizo
todo lo que pudo para evitar el derramamiento de sangre incluso de aquellos que se
consideraban sus enemigos.
Consagró obispos que fueron colocados en lugar de los católicos-romanos que negaban el
juramento. De dieciséis obispos, quince negaron el juramento. Fueron depuestos. Once de ellos
murieron en la cárcel.
En la Convocatoria de 1563 se hizo una revisión de los 42 artículos de Eduardo VI – que
nunca habían sido aprobados - y se presentaron definitivamente los 39 artículos de la iglesia
anglicana. Cuando fueron presentados a la reina, Isabel alteró uno o dos y borró otro como
ofensivo a los católico romanos. Estos artículos hoy no pretenden ser un formulario de la fe
cristiana. Simplemente reflejan un momento histórico; son una declaración de la Iglesia de
Inglaterra, que refleja su actitud en las disputas doctrinales que convulsionaron a la Europa de
aquel tiempo.
Todas las leyes aprobadas se fueron aplicando con rigor, no solo contra los católicos
romanos, sino también contra los puritanos, o los más estrictos calvinistas, los cuales todavía
encontraban demasiados elementos católicos en el anglicanismo estatal y tenían por demasiado
papista la reforma realizada. Eran los no conformistas.
Los acontecimientos empeoraron a partir de dos hechos, primero el ajusticiamiento y
cautiverio de María Estuardo, a quien muchos católicos ingleses consideraban como la legítima
soberana. Ante el intento de conseguir el trono por parte de María Estuardo, las cosas
empeoraron.
El segundo fue la excomunión lanzada por Pío V en febrero de 1570 contra Isabel. En
febrero de 1569 se realizó en Roma un juicio a la reina Isabel. Al juicio se presentaron testigos
exiliados de Inglaterra que, naturalmente, testificaron contra la reina. El veredicto la condenó,
excomulgó y depuso. Todo ello quedó expuesto en la bula Regnans in excelsis, una copia de la
cual fue llevada a Londres y clavada en la puerta del palacio del obispo de Londres. Esto
acarreó consecuencias desastrosas para los romanos no conformistas que habían podido vivir
pacíficamente hasta ese momento. A partir de ahora tendrían que pronunciarse por el papa o por
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la reina, con terribles resultados. La bula prohibía a cualquier súbdito inglés obedecer a la reina
bajo pena de excomunión, pero si obedecían al papa eran traidores. Así pues, la bula obligaba al
pueblo a escoger entre la excomunión o la muerte. De nuevo aquí queda palpable que todo
fanatismo no conduce sino al mal.
Sin desearlo, el papa Pío V, con la publicación de la bula, dio con una solución definitiva y
adversa a Roma. “Roma se había pronunciado con un lenguaje que no dejaba esperanza de
reconciliación futura”, dice Moorman.
El papa intentó crear una alianza con los príncipes de Europa para atacar Inglaterra. Los
príncipes temieron el poderío naval inglés. Cabía otra solución: una empresa misionera. Se
prepararía a sacerdotes que estuvieran dispuestos a misionar Inglaterra y dar la vida por la
empresa. La empresa empezó a politizarse y a fracasar. Se llegó incluso a estimular el asesinato
de la reina: “Cualquiera que la saque de este mundo con la piadosa intención de hacer un
servicio a Dios no solamente no comete pecado sino que obtiene mérito”, decía la carta del
secretario del papa al nuncio de Madrid.
Finalmente, la solución histórica fue la de ejecutar a María Estuardo, el 8 de febrero de 1587.
Este acontecimiento quebró los ánimos de los que habían abrigado una esperanza de restablecer
la iglesia romana tradicional en Inglaterra. Felipe II también intentó emprender la guerra contra
Inglaterra, con la Armada Invencible en 1588, que resultó en fracaso.
Ante tales acontecimientos los ingleses fieles a Roma quedaron a su propia merced. Más aún,
debían obedecer las leyes impuestas por el gobierno; el no hacerlo condujo a la muerte a unas
250 personas, cifra semejante a los 275 que la reina María había quemado hacía unos años.
Fueron años terriblemente sanguinarios, semejantes o peores a los de la Inquisición española,
aunque a ésta se le haya dado peor prensa.
Isabel y los puritanos o evangélicos
A diferencia de los romanos, los puritanos no presentaban peligro político, lo que ardientemente
deseaban era introducir en la Iglesia el calvinismo tal como lo habían conocido durante el exilio
en el Continente.
Sus tiros iban dirigidos al último Libro de Oración de 1559 que, según ellos, tenía un sabor
muy papista. Permitía la señal de la cruz durante el bautismo, la imposición de las manos en la
confirmación y el anillo en el matrimonio. Preservaba la veneración de los santos mediante el
calendario y toleraba costumbres como la inclinación ante el nombre de Jesús, así como el
arrodillarse para la comunión. Pero la mayor aversión la reservaban contra el uso de las
vestiduras litúrgicas. Aunque el ataque más peligroso era el dirigido contra el episcopado. El
Arreglo isabelino se había propuesto conservar, ante todo, la tradición apostólica por medio del
obispado. Esto era anatema para los puritanos que querían implantar un sistema presbiteriano
calvinista.
En definitiva, se impuso la famosa vía media. Y aunque no hubo mucha legislación
eclesiástica a partir de 1559, esta solución intermedia daba resultado y se defendía de una
manera u otra. La vía media consistía en permanecer entre los extremos fanáticos.
En 1559, el obispo de Salisbury, Juan Jewel, predicó un famoso sermón defendiendo el
Arreglo isabelino. En él apelaba tanto a la Escritura como a la práctica primitiva de la Iglesia, y
retaba a cualquiera a que le probara que la iglesia inglesa no era católica. Este sermón se
convirtió más tarde en la obra Apologia Ecclesiae Anglicanae.
Por otro lado, Ricardo Hooker atacó a los puritanos en su obra voluminosa Sobre las leyes
del gobierno eclesiástico (Of the Laws of Ecclesiastical Polity). Hooker rechaza el argumento
de los puritanos de que solamente se puede aceptar aquello que aparece en las Escrituras, y
defiende que la Iglesia tiene el derecho de crear sus propias leyes siempre que no vayan en
contra de la revelación. Hooker aseguró que la Iglesia de Inglaterra de ninguna manera se había
separado de la Iglesia Católica: “Estábamos en la Iglesia y todavía seguimos en ella”. Si la obra
de Jewel fue una defensa contra Roma, la de Hooker lo fue contra Ginebra.
Tal concepto de vía media hubiera sido inconcebible para el fanatismo de Cranmer. Diría él:
“¿Cómo podríamos aceptar una vía media entre la verdad y el anticristo?”. Para Cranmer la vía
media se encontraría entre el luteranismo y el calvinismo.
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Unos trescientos años más tarde Juan Henry Newman (1801-90), antes de irse a la iglesia
católica romana, escribió: “Hay varias nociones incluidas en la noción de protestantismo,
nuestra iglesia ha optado por una vía media entre ellas y el papismo”.
Si tenemos en cuenta todos los cambios litúrgicos que en el periodo de unos veinte años
habían tenido lugar, podríamos captar un poco la situación confusa que imperaba durante el
reinado de Isabel. La gente andaba confusa y ya no sabía a qué atenerse. En cada parroquia se
hacía algo diferente, dando una impresión caótica. En una situación así se aprecia, en su justa
medida, el valor del Acta de uniformidad, publicada en junio de 1559, que establecía la nueva
liturgia que debía observarse. Si en un principio prevalecía la desobediencia, poco a poco todos
tuvieron que acatar la ley establecida.
Tardó bastante en establecerse el orden. La formación de los fieles y de los sacerdotes
mejoró. Se exigió a los sacerdotes que en las iglesias dirigieran el rezo del oficio divino de una
manera audible y no “entre dientes, atropelladamente y sin devoción”. Se animó a los sacerdotes
a que predicaran o a que leyeran una homilía del libro de las Homilías. La comunión se
estableció bajo las dos especies. Bajo influencia de los puritanos, se instó y recomendó la
lectura y el estudio de la biblia, y se inculcó un sentido de responsabilidad e integridad personal
que, según Moorman, es tal vez el mayor regalo del protestantismo al mundo.
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