Discurso de Juan Brito Martín (Intervención preliminar a modo de prólogo) Buenas noches señoras y señores y respetables autoridades, no quisiera empezar mi discurso sin antes intentar explicarles que significa para mí el galardón de hijo predilecto de Lanzarote y que me pudieran entender. Encontré esas palabras en una niña de 10 años a la que le habían explicado el día anterior, que me iban a otorgar ese galardón. Al día siguiente me escribió esta carta: Don Juan que sepa que para ser el hijo predilecto de Lanzarote, no se necesita saberlo por un reconocimiento, sino por tus parientes. Que sepa que nosotros le queremos sea o no sea el hijo predilecto de Lanzarote. Que sepa que yo lo quiero tanto, que es el hijo predilecto de mi corazón. Que sepa que es el único que está conmigo en la granja, que me ayuda a atrapar las tórtolas y cazar mariposas. Que sepa que es el único al que lo quiero como si fuera mi abuelo. Que sepa que para demostrarle todo esto, lo celebraremos con una fiesta que nadie nos va a quitar. Firmado Daniela. Así es este galardón de hijo predilecto de Lanzarote para mí: puro, sincero, humilde, sin rencores. Nacido del pueblo y revertido al pueblo, sin pedir nada a cambio. “Sin que se utilice como moneda de cambio”. Si de esto hemos aprendido algo, yo, orgulloso de haber llevado esa carga, para que los venideros hijos predilectos se sientan orgullosos de Lanzarote y sus representantes. Y ahora que todos hemos vuelto a la gambueza, como dirían nuestros antepasados (gambueza significa redil) daré lectura a mi discurso si ustedes me lo permiten. Discurso Exmo. Señor Presidente de nuestra Comunidad Canaria Don Paulino Ribero, Señor Presidente del Exmo. Cabildo de Lanzarote, Don Pedro San Ginés, Señoras y Señores Consejeros; señoras, señores, parlamentarios, señores alcaldes, amigos todos. Este día es un día inolvidable para mí, para mi familia, y yo creo que también para ustedes, estimadas autoridades, amigas y amigos. Pues no es frecuente que a las personas propuestas para tan digna distinción, hayan podido oír a un Señor Presidente del Cabildo y a sus consejeros que digan: “Ha sido usted nombrado hijo predilecto de la Isla de Lanzarote”. Como es el caso de mis antecesores premiados, con todo merecimiento y el más alto honor, pues ellos no tuvieron el privilegio que tengo yo de poder escuchar estas palabras. Así pues, vaya para ellos, mi más emotivo y sincero homenaje y mi eterno recuerdo, para Don César Manrique, Don José Ramírez, Don Pancho Lasso y para el Doctor José Molina. Y como es natural, no vamos a guardar un minuto de silencio, porque eso no es lo que ellos se merecen; pero sí para que lo oigan todos allá donde se encuentren este fuerte y caluroso aplauso. Estimado Señor Presidente y amigo Don Pedro San Ginés, después que usted me comunicó aquella grata noticia, que me iban a proponer para tan alta distinción. Desde ese preciso instante, no he dejado de pensar y preguntarme a mí mismo si soy merecedor y estaré a la altura para ostentar, tan alto honor de ser Hijo Predilecto de la Isla que me vio nacer y que me vio crecer y me ha visto envejecer. Pues yo les digo, que después de la llegada de mis hijos, el buen avenimiento con toda mi familia, y de la buena salud que disfruto, es lo más grande y lo más hermoso que me ha podido suceder, en esta larga y bonita vida que Dios me ha dejado vivir con todos ustedes. Pero mi mente no ha parado de buscar en los escanillos y recovecos que debe de tener, para encontrar y recordar los caminos y las veredas por donde he ido pasando a lo largo de mis 93 años, para encontrar a los seres queridos que me han ayudado a merecer este premio, entre los que se encuentran todos ustedes, queridas amigas y amigos, lo mismo que otras tantas familias conejeras y canarias en general, donde tengo tantas amistades. A los que también se han unido las voces de cariño y de alabanza de tantas personas de fuera de nuestras fronteras canarias, a las que agradezco su amistad y conservaré toda mi vida. Pero a la persona que le debo tanto y tanto me ha ayudado en mi vida, para lograr estos merecimientos, a esa persona no he tenido que buscarla en esos largos caminos, porque siempre ha estado a mi lado y no podía ser otra que mi querida y amada esposa Isabel, a la que tanto le debo. Los dos llevamos casi 70 años unidos, hemos trabajado muy duro y parejo, hemos criado nueve hijos en tiempos muy difíciles, rozando la miseria. Les dimos una educación adaptada a aquellos tiempos que vivimos, quizás equivocada, pero no sabíamos otra. Hemos hecho el bien en todo lo que hemos podido. Hemos respetado las leyes vinieran de quien vinieran, hemos aportado a la cultura y a la historia, cositas pequeñas y menudas, todo aquello que ha estado a nuestro alcance y a nuestro poco entender. Nos hemos respetado y querido mucho, hasta la hora presente. Gracias Isabel por haberme hecho tan feliz durante tantos años. Quién le diría a aquel niño del campo que bajó por primera vez al puerto de Arrecife hace ahora 84 años, que esto le iba a suceder 84 años después. Aquel pequeño campesino, acostumbrado a vivir en plena libertad, cuando llegó a la Capital, no salía de su asombro al contemplar tantas casas juntas, diferentes y pegadas unas de las otras. También le llamó mucho la atención que la gente caminara por unas veredas, más altas que la tierra (las aceras). Iban con tanta prisa, que no les daba tiempo de ofrecerle los buenos días a los que pasaban por su lado. También quedó sorprendido que un vecino pasara tan cerca de la casa de otro sin antes llamar y decir quién era y a qué se debía su visita, pues antes, en los pueblos que él conocía, incluido el suyo Mozaga. Las casas estaban separadas, de tal forma que no se molestaban y así tenían una buena convivencia, ya que los habitantes de los pueblos, cortijos y caseríos, tenían sus propias costumbres que se convertían en leyes, respetadas y cumplidas por todos y la palabra como firma. Pero pasaron los años y aquel niño de ayer, se hizo hombre trabajó y sembró la tierra, esperó las primeras lluvias grellaron las cimientes, cerozaron las espigas y se alimentó con gofio, oyó el primer llanto de sus hijos que le llamaron padre, también le llegaron y pasaron los años, esperados, pero no deseados, y el pelo fue desapareciendo de su cabeza. Y Los fuertes vientos continuos de la brisa, los sirocos africanos y el sol de todos los días de nuestra tierra, le fue quemando y arrugando la piel, igual que a la corteza de una vieja acacia con la que hizo un arado para fertilizar la matriz de la tierra para que nacieran nuevas vidas. También amasó el barro santo de Las Nieves y construyó una gran vasija donde escribió con una Timijota, que guarda celosamente, la historia de la isla, la historia de su gente que es su propia historia. Pero el siguió yendo y viniendo por las mismas veredas y serventías por donde dio sus primeros pasos, y siguió labrando, barbechando y sembrando las tierras de buen cultivo, y recogiendo buenas y abundantes cosechas y las compartió con las nuevas generaciones. Señor Presidente Don Pedro San Ginés, señoras y señores Consejeros, a todos, les agradezco, tremendamente emocionado, el haberme propuesto y nombrado hijo predilecto de esta Isla nuestra. Yo les prometo queridos amigos, que esta distinción que me han otorgado, la utilizaré para cuidar y conservar todo lo que forma, y conforma Lanzarote, y todo lo que en ella vive, así como el pasado y el presente de su historia, que es nuestra historia. Y como es natural en esta larga travesía no podía faltar mi familia, mis hijos, mis nietos, mis nueras y mis yernos, a los que agradezco infinitamente sus atenciones, su cariño, sus desvelos y sus colaboraciones desinteresadas. A mis nueve hijos, gracias queridos hijos por ser tan buenos, por cuidarnos tanto, por darnos tanto cariño, y también por la ayuda imprescindible, y gracias por hacernos tan felices en nuestra vejez. Y ahora, para agradecerles lo que nunca les podremos pagar, tu madre y yo les queremos recordar cuando eran todos pequeños, durmiendo en aquellas cunitas de tablas que yo mismo hacía de cajones de vela y de jabón, y más tarde en unas literas, que ninguno quería dormir en la de arriba por miedo a caerse y tu madre les cantaba un arrorró mal cantado, porque ella no era muy buena cantadora de arrorrós, pero ustedes se dormían, porque la voz de la madre siempre es bonita y dulce para el hijo. Y ella recorría las cunas y las literas hasta que todos estuvieran dormidos, y yo la miraba, y anteriormente también cantaba el arrorró, un arrorró como el que le quisiéramos cantar, para que lo oiga el niño que cada uno de ustedes tendrá dormido en la cuna de sus mentes, o de sus corazones. Y ahora quisiera recordar y tener presente, en este día tan feliz para mí, a todas aquellas familias que en estos momentos lo están pasando muy mal para poder alimentarse y sobrevivir, que es lo más terrible que le puede pasar a las personas, no tener nada que llevarse a la boca. Pues yo hablo por experiencia propia, porque varias veces a lo largo de mi vida he tenido de vecina a la tan temida miseria, es por lo que quiero compartir con ellas una parte de mi felicidad. Y otra parte, como no podía ser de otra forma, con todas las personas enfermas que ahora más que nunca necesitan nuestra ayuda, y pido para ellos con todas mis fuerzas sus alivios y sus curaciones, que es lo más que deseo en esta vida que me queda. Y por último, estimadas autoridades, amigos y amigas, decirles que espero ser feliz, trabajando y obedeciendo a mi segunda madre, Lanzarote, que desde hoy me llamará hijo, pues de mi primera y verdadera madre hace mucho muchísimo tiempo que oí su dulce voz llamándome así, hijo mío. Gracias.