1 Contemplación del misterio de Dios escondido y revelado en la historia de su pueblo, llamado a realizarse como nuevo pueblo de Dios, que abre y funda una fraternidad universal. (Massarrojos, 14 de septiembre de 2008) Somos gente que aún soñamos con ser hombres y mujeres de Dios, pegados a Dios de tal forma que toda la vida se ilumine desde los ojos de Dios. Aún soñamos en ser místicos, caminado en la tierra como si viéramos al Invisible. Por eso, seguimos en la contemplación de los misterios de la vida de Dios desplegada en Jesús. Hoy entramos a considerar palabras concretas de Jesús en el Sermón de la montaña y, en ellas, contemplamos el misterio de Dios en su Hijo Jesús, como nuevo y verdadero fundamento de la socialidad humana, llamada a realizarse como amor fraterno. Estamos ante un nuevo modo de presencia de Dios en su pueblo a partir de Jesús. Dios ya era un Dios presente en su pueblo, Israel. Los judíos conciben a Israel como el Israel eterno de Dios; pero ese Israel, para nosotros y para el mundo, culminó ya en Jesús. A partir de Jesús nacía un nuevo Israel, con la esperanza de integrar el antiguo Israel para abrirlo a todas las naciones. Por tanto, hablamos de la revelación del Dios vivo, acreditándose como tal en la historia de su pueblo hasta nuestros días, hoy pueblo de Dios como pueblo formado por muchos pueblos. ¿De qué va el tema de hoy? Dos flashes: estáis muchos acostumbrados a leer que Jesús cumple la Ley de Moisés y la supera. La Ley ahora es Jesús. Otro flash: la presencia de Dios actuando en su pueblo hoy se llama Iglesia. Vamos a movernos entre el primer Israel y la Iglesia. Es un tema difícil. Tiene que ver con la visibilidad de que Dios ha actuado en la historia. ¿Dónde se ve que Dios ha actuado? Una imagen de los Santos Padres, y que retoma el Vaticano II en Dei Verbum, es que Dios habría llevado a la humanidad como un pedagogo. Habría hecho pedagogía divina. Desde Abraham habría estado como educando a la humanidad hasta Jesús. Era pedagogía divina. Nuestra mística, la mística cristiana, no es una mística que nos lleve al séptimo cielo, donde se pierde tierra. No, nuestra mística nos une a un Dios que ha tomado tierra. Es un Dios vivo que ha querido revelarse y comunicársenos porque no bastaban los caminos religiosos de la humanidad. Porque no bastaban las búsquedas. En las religiones y las búsquedas de lo divino por parte de la humanidad, ya había cosa muy buena. Lo que inaugura desde Abraham, Isaac, Jacob -o Israel-, Moisés, David, profetas, sabios de Israel y Jesús, lo que inaugura ahí Dios, y después de Jesús continúa en la presencia viva de la Iglesia, es un camino alternativo: “Vosotros me buscáis en unos lugares y en unos tiempos, pero yo os voy a decir dónde quiero ser encontrado. Vosotros me buscáis en unos caminos religiosos, pero yo os voy a ir señalando dónde y cómo quiero ser encontrado”. ¡Misterio de Dios, Sabiduría divina, Caminos de Dios, que no siempre coinciden con los nuestros! Nos tiene que llevar quizá por donde no esperamos. Dice S, Juan de la Cruz: “para ir a donde no sabes has de ir por donde no sabes”. Es decir, te has de dejar educar y trabajar por Dios. Todas las religiones son maestras de sabiduría y educadoras de la humanidad. Pero aquí Dios habría hecho -es nuestra hipótesis cristiana- un camino particular, propio y personal: en Israel y en Jesús y en la Iglesia. Este es un tema que toca el tema de la relación Cristianismo y humanidad, Iglesia y mundo, hasta el problema de la relación entre el cristianismo y la política. E estas páginas aborda el Papa dicho tema. Pero esto no es sólo una clase de teología, sino una iniciación a la contemplación. Por eso, os he formulado así el misterio que hoy contemplamos: el misterio de Dios presente en su pueblo, el Dios-pueblo, el Dios 2 social, el Dios que ha querido acreditarse, no a través de una persona, sino a través de un pueblo. Es lo que evoca el libro del Deuteronomio cuando dice: “Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos […]: ¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación de en medio de otra, por medio de pruebas, señales y prodigios […], como todo lo que Yahvé vuestro Dios hizo con vosotros, a vuestros mismos ojos, en Egipto? A ti se te ha dado a ver todo esto, para que sepas que Yahvé es el Dios y que no hay otro fuera de él” (Dt 4, 32-35). Y cuando amonesta a guardar los mandamientos argumenta con que el gran nivel ético de su pueblo iba a ser asombro para los demás pueblos y, de este modo, se acreditaría Dios como el Dios vivo, capaz de hacerse cercano a los que le invocan: “Guardadlos y practicadlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los demás pueblos […]. Porque, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cera como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que lo invocamos? Y ¿qué nación hay tan grande cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que os expongo hoy?” (Dt 4,6-8). Y cuando Dios se hace presente personalmente en la persona de su Hijo Jesús, no deja de generar un pueblo y, consecuentemente, no se entiende Jesús sin Israel ni sin el nuevo Israel. Jesús conecta con el antiguo Israel por si toman a bien lo que Dios quiere de ellos en función de los otros pueblos. No acaban de tomarlo a bien y se escoge de entre ellos a unos cuantos y los va trabajando, para que sean presencia del Pueblo de Dios, tal como Dios quiere estar presente en medio de los otros pueblos de la tierra. De esos que se trabaja Jesús, señala a los Doce, para que no se olvide con ese número alusivo a las doce tribus de Israel, que el trabajo que estaba haciendo, ya había comenzado desde antiguo. Los doce apóstoles quieren seguir siendo presencia de Dios a través de un pueblo. Individuos santos, místicos, hombres de Dios, jefes espirituales, los hay y muchísimos; pero es una peculiaridad del Dios bíblico el que se nos ofrezca a través de un pueblo. Por eso, el camino cristiano no es un camino de individuos o de individualidades. Es un camino que hace pueblo en el cuerpo eclesial, en el cuerpo de los cristianos. Es un camino que se abre a todos pero que se hace a través de un cuerpo social.1 Tiene la Iglesia muy mala imagen en nuestro tiempo. Continuamente vemos lo negativo de nuestra Iglesia, sus defectos. Si no somos capaces de ver a la Iglesia de Jesús como una bendición de Dios a la humanidad, entonces, no estamos comprendiendo algo importante de Jesús y no estaríamos entendiendo nada el tema de hoy. Si alguien se niega a ver a Dios en la Iglesia y afirma que la Iglesia es una cosa y que Dios es otra cosa, anda lejos de la experiencia cristiana de Dios. A través de la historia de Israel, de la historia de Jesús y de la historia de la Iglesia, a través de mucho renglones torcidos Dios ha ido escribiendo algo recto, algo que es muy bueno para la historia de la humanidad. 1 En Teología fundamental vemos las coherencias de que si Dios quiere revelarse deberá contar con la historicidad, la comunicación por la palabra y también la socialidad, el ser revelación de Dios a través de la historia que hace con su pueblo, para que éste comunique su experiencia a los otros pueblos. La insistencia en esta lógica de la revelación del Dios vivo se la debo, entre otros, a G. Lohfink, ¿Necesita Dios la Iglesia?, San Pablo, Madrid 1999; La Iglesia que Jesús quería. Dimensión comunitaria de la fe cristiana, Desclée de Brouwer, Bilbao 1986; El Sermón de la montaña ¿para quién?, Herder, Barcelona 1989. 3 Hoy nos toca abrirnos a que Dios no lo ha hecho tan mal llevando de la mano a aquel pueblo bíblico. Nos escandalizan muchas lecturas del AT. Claro, nosotros tenemos una cultura humanista, no violenta, al nivel de la cultura, no tanto en la praxis, pero no hemos de ser anacrónicos. En los libros Samuel, Reyes, Crónicas, nos encontramos con muchos relatos de guerras y de matanzas. Hemos de situarnos en aquellos tiempos en que Dios está trabajándose unos valores para los que cultural y socialmente aún no estaban capacitados. No era cuestión de dar una doctrina; era cuestión de capacitar a la humanidad. Si aún hoy nos cuesta y recurrimos a la violencia, más entonces. La Biblia es, continuamente, un estar Dios corrigiendo a su pueblo. Hasta la última y definitiva corrección, en que Dios en persona ha de venir en Jesús para realizar lo que hasta entonces no le habían permitido realizar. Y, ahí, el Israel primero, el pueblo elegido para la Alianza con Dios, tiene que asumir la última y definitiva corrección, que es juicio y salvación. Luego resulta que todos los que llevamos adelante la memoria de Jesús tenemos, en Él, todos los dones y riquezas con que Dios nos ha regalado en su Hijo Jesús, pero también nosotros respondemos flojamente y a veces anti-evangélicamente. Y la Iglesia cuenta con veinte siglos de historia no siempre ejemplar, serán los pecados de la Iglesia. Con todo, nunca ha faltado, en ninguna generación de la historia, la Palabra de Dios proclamada en toda su frescura, exigencia y novedad. Nunca se ha borrado una página del Evangelio porque molestara. Y en las generaciones de estos veinte siglos de historia nunca han faltado los Santos que recordaran a la Iglesia los caminos de Jesús y del Evangelio. Y la Iglesia, sobre todo cuando se hacía necesario, se reunía en Concilio y trataba de retomar el camino del Evangelio, precisando los lenguajes que lo salvaguardaban y proponiendo reformas que ayudaran a la conversión; porque lo que llevábamos entre manos eran siempre “tesoros en vasijas de barro” (2Co 4,7). Y junto con los Santos, no han faltado movimientos eclesiales de reforma. Es decir, en cada generación han venido monjes, fraternidades, movimientos de reforma que siempre recordaban el Evangelio. Luego la presencia del pueblo de Dios en la historia, aparte de los beneficios humanistas y en cultura que hemos dado, ha sido una presencia verdadera de Dios que ha seguido educando a la humanidad. Nunca se ha perdido la memoria de Jesús, ni en palabras, ni en personas, ni en movimientos, ni en concilios reformadores, nunca se ha perdido la memoria viva del Jesús vivo, , quien desde el Padre nos envía su Espíritu para darnos vida. Por tanto, de alguna forma, Dios no ha dejado de la mano a la humanidad, la presencia de Dios en su pueblo es importante porque así nadie representa a Dios individualmente. Sólo una persona, que no era meramente humana, que era Jesús, el Hijo de Dios, podría ser Dios entre nosotros. Y todos nosotros no le podemos sustituir individualmente: “no os dejéis llamar ‘Rabbí’, porque uno sólo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie ‘Padre’ vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar ‘Instructor’ –señor, guía, jefe-, porque uno sólo es vuestro Instructor: el Cristo” (Mt 23 8-10). Después de Jesús, hemos de volver a recordarnos que es mejor que sea así, que sólo Dios representa a Dios, que nadie sea Dios en la tierra. Que siempre que alguien aunque sea por comunión con lo divino, por mística, por santidad, por perfección moral, o por poder, se cree Dios en la tierra, resulta ser lo contrario. Porque somos criatura suya, y nadie deja de ser criatura. Nadie es Dios en la tierra. Y está bien que sólo Dios sea Dios en la tierra y lo haya sido en Jesús, su Hijo. Y después, siempre un pueblo, una convocación –Iglesia–, un Concilio, un Sínodo –sínodo en griego significa camino en común–. Por eso la Iglesia es siempre sinodal, de camino en común. 4 Toda esta introducción que he hecho es sólo para que podáis acoger las palabras de Jesús que piden socialidad, fraternidad, y podáis asumir que el AT es bueno y que la Iglesia es buena. Y que Dios no lo ha hecho mal del todo. Lleva su pedagogía. Tiene sus tiempos y respeta los tiempos humanos. A través del Pueblo de Dios, del AT, Dios fue educando a la humanidad a la vez que se le ofrecía como su redentor. Y hoy es verdad que hay valores universales a través de la Ilustración, deudora en el s. XVIII del cristianismo, que parece que son valores cívicos que ya todo el mundo acepta. Pero, más bien, suponemos que todo el mundo los acepta, pero en la práctica no tanto, y cada generación deberá recorrer su camino de conversión. No podemos nosotros evitarle la conversión a la generación que viene detrás de nosotros. No podemos suplirles en el proceso de su propia conversión. Ellos van a tener que hacer su camino de maduración, que incluirá autonomía, crisis y conversión al otro, al Otro, a la Verdad que nos hace libres, como don no conquistado. Hay ventajas para los que vienen: la presencia del testimonio bíblico y eclesial de Dios ayuda. Pero no vamos a poder suplirles en su proceso que va de la emancipación a la entrega de sí. A cada generación y a cada uno le está tocando hacer su conversión a Dios. Comencemos ya con el tema de hoy. Primer punto: acababa el tema anterior diciendo que el Sermón del monte era una llamada a la libertad. Pero hoy se nos advierte que esa libertad tiene contenidos. No es una libertad ciega. No es arbitraria, sino una libertad que ve; una libertad iluminada, con vista. Quien participa y goza de esa libertad liberada tiene siempre en el punto de mira a Jesús, su liberador. Si es así, se supera el miedo a la libertad. Efectivamente, el Evangelio de Jesús es una llamada a la libertad,2 pero a la libertad que no es arbitraria, veleta, sino libertad liberada, recobrada de todo lo que nos tienta a esclavizarnos. Apenas hemos conseguido un poco de libertad y ya, enseguida, tendemos a esclavizarnos, a venderla o entregarla a cosas que no la merecen, por no estar a la altura de nuestra dignidad. Tu libertad permanecerá siempre como libertad si no pierde de vista a Jesús. Y esa libertad que mira a Jesús y le penetra, le adivina, le intuye, le ama, le contempla y le “ve” como Hijo de Dios, que siendo rico se hizo pobre solidario con nuestras pobrezas..., esa libertad verá la coherencia de las exigencias morales del Evangelio del Sermón de la montaña. No abdicamos de la libertad para seguir a Jesús, sino que, recuperados de todas las esclavitudes que nos encadenaban, somos recuperados para una libertad “don de Dios”, que nos permite estar de pie delante de Dios y no sólo de rodillas, por haber recibido de Él la dignidad de poder ser interlocutores y amigos de Dios. Se trata, pues, de una libertad agradecida, porque no nos hicimos nosotros libres. Si te has liberado de algo que te esclavizaba, si has recobrado tu libertad para mejor amar y servir como Jesús, eso ha sido un don de Dios. La historia de la conquista de las libertades modernas no debía derivar en autosuficiencia e individualismo ni menos en des-responsabilizarnos unos de otros. Desde Jesús nos liberamos para mejor poder cargar unos con los otros. La centralidad de Jesús para la libertad y responsabilidad cristiana le lleva al Papa a un diálogo con un exegeta, con un estudioso del judaísmo, un teólogo e historiador judío, llamado Jakob Neusner.3 Este hombre tiene muchísimas investigaciones sobre el mundo judío y sobre la Biblia y sobre Jesús. Al final él, con 2 Título de un clásico: E. Käsemann, La Llamada de la libertad, Sígueme, Salamanca 21985. Basta lo que dice el libro del Papa para nuestro tema, pero si queréis, ahora lo tenemos recién traducido: Jacob Neusner, Un rabino habla con Jesús, Encuentro, Madrid 2008. 3 5 mucha sinceridad, hace un diálogo con Jesús como una conversación de un rabino con el rabino Jesús; un diálogo imaginario en el que se sienta a dialogar con Jesús, y va diciéndole lo que le parece todo lo que está diciendo Jesús en el Sermón del monte. Fundamentalmente los estudios actuales sobre Jesús muestran que Jesús no estaba tan confrontado, como nos lo pasan los evangelistas, con el fariseísmo. Que la interpretación que hace Jesús de la Ley era una de las posibles interpretaciones en aquel mundo judío. Y entonces, este judío va diciéndole a Jesús: “no, si eso que dices, también lo decía tal rabí; lo que tú dices era una interpretación legítima de la Ley de Moisés…”. Al final se va a su casa y se pone a hablar con otro rabino judío: “¿Y tú estás hablando con el maestro Jesús?” “Pues mira, yo le veo un perfecto judío”. Y cuando el otro le pregunta: “Pero de los mandamiento que hay de la Ley, ¿qué borra?”. “No, no quita nada. De la Ley, Jesús no quita nada”. “Y ¿qué añade?”. Dice: “No, tampoco añade ningún mandamiento. Bueno, habría que decir mejor: se añade a sí mismo”. Es el diálogo entre dos rabinos judíos. ¿Qué es lo que ha comprendido Neusner de Jesús y de su Evangelio? “Jesús, tu reforma del judaísmo es maravillosa. Si eres un reformador judío fenomenal, pero hay algo en ti, Jesús, que no te acabo de comprender..., que me hace alejar de ti: Que haces depender el Reino de Dios de tu persona, que haces depender el Sábado de tu persona, que haces depender... No te comprendo. ¡Tu persona! La centralidad de tu persona que se sitúa casi en el lugar de Dios. Nosotros nos hemos acostumbrado demasiado fácilmente en los estudios, sobre todo los que habéis estudiado cristología, al enfrentamiento de Jesús con el judaísmo y quizás lo que hace el Papa ahora es afinar mejor. Aprendimos el dicho de Jesús: “el sábado se ha hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre es señor del sábado” (Mc 2,27). Parece como si Jesús fuera un liberal que relativiza el precepto del sábado así como el resto de las obligaciones religiosas. Y ahora, lo que decimos es que Jesús exige cumplir con el sábado como Dios quiere que sea cumplido, en el sentido buscado por Dios: posibilitar la vida en plenitud, colmando su creación. ¿Qué decir entonces? Vinculad este tema de las disputas entre Jesús y los judíos en torno al sábado, y el de las curaciones en sábado, a unas palabras de Jesús que anteceden al relato de los discípulos tomando en sábado las espigas de trigo para comer. Jesús justifica a sus discípulos aludiendo a que David también entró en el Templo, donde estaban los panes sagrados de la Presencia, y comió con sus soldados de los panes que sólo estaban permitidos a los sacerdotes (Cf. Mt 12, 1-8). Antes de ese pasaje viene el grito de júbilo de Jesús en que dice: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos, porque así te ha parecido mejor... Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni conoce al Padre nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Y a continuación dice: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os daré el descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo”. Ya os dije que el yugo era el yugo de la Ley, de la sabiduría de Dios que nos ayudaba a “dejarnos conducir” rectamente según Dios. Pero ahora resulta que el yugo es Jesús. “Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (cf. Mt 11, 25-30). Es suave, no nos fuerza contra voluntad, es una carga ligera, adecuada a nuestra capacidad humana. Por eso, pudo decir: “yo seré para vosotros el descanso”, o sea, el Sábado. En el diálogo imaginario del rabino con Jesús, muestra su acuerdo en que en sábado hay que hacer el bien, que en el sábado hay que salvar la vida humana si se la puede salvar. Pero, hay algo en que no puede estar de acuerdo: el descanso es Dios, el 6 sábado es Dios, y ahora resulta que el sábado es Jesús. El sábado era lo que daba cohesión social a Israel. Y en tiempo de diáspora, cuando el pueblo de Israel ha estado fuera de su tierra, sin tierra y perseguido, el cumplimiento del sábado es lo que ha mantenido la cohesión de ese pueblo. El sábado tenía esa función de mantener ese pueblo cohesionado. Jesús está ahora ofreciéndose como el que ha de dar cohesión al pueblo de Dios. En Jesús descansamos como Dios descansó y así descansamos en Dios. Necesitamos revalorizar el tema del sábado. Muchas veces os han explicado que había cosas ridículas, que se medía hasta cuántos pasos se podían dar en sábado. Hasta cuántos metros se podía caminar. Fijaos: No es tan ridículo. Lo que está pidiendo es que el sábado rompas con tu trabajo, tan importante ahora; con tu vida hacia fuera. Que te concentres en casa, por eso no salir y no hacer viajes; que te quedes en casa, que te dediques a ti y a tu familia, a estudiar la Ley de Dios que se habrá proclamado y comentado en la Sinagoga y, en todo caso, que la gente pueda recobrar vida, y eso significa también hacer el bien al prójimo, y más si este prójimo está en extrema necesidad. A los modernos se nos va mucho de nuestro tiempo y vida en el trabajo. Por eso nos es más necesario el tiempo que significa el sábado judío, el tiempo para cuidar la vida propia y la de los demás. A lo mejor, sí ese mejor que sea así, tenéis los padres o mayores, que hay que cuidar especialmente. Hay enfermos que hay que curar, obras de caridad, ayudas a prestar y, sobre todo, oración y convivencia humana. ¡Eso es lo que hay que hacer en sábado! No es que en sábado no haya que hacer nada y no haya que curar. Lo que hay que hacer es cuidar la vida humana orientada como está a su plenitud en Dios. Esto no se lo discute el rabino judío a Jesús. El sábado lo quiere Dios para que dejemos de trabajar y producir, y para que cuidemos vida humana, para que cuidemos el cariño, la ternura, la sexualidad, el amor, la amistad; para que cuidemos a los hijos propios o de los demás, para que dediquemos atención a los niños. La reivindicación que hacía Dios en Jesús de la vida humana amenazada, la nueva sacralidad que abría, resultó ser provocativa para la forma de entender la sacralidad del sábado. Como cuando el jefe de la sinagoga exclama: ¡Seis días en la semana tenéis para venir a buscar a Jesús a que os cure! Y ya no sólo estuvo provocativo Jesús, sino que el escándalo fue el proponerse como sábado, como descanso y fundamento de la nueva cohesión. Y en el siguiente tema, el de la familia, también el judío rabino, dialogando con el rabino Jesús, plantea la cuestión del cuarto mandamiento: “honrarás a tu padre y a tu madre”. Nosotros lo tenemos un poco banalizado como cosa de los niños. En cambio, para el ordenamiento judío es un mandamiento primordial, porque, como dice el Éxodo, los padres están vinculados a la tierra: “honrarás a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20,12); porque ellos son quienes te han dado la vida y la tierra que Dios te ha dado. Conecta el respeto que te merecen tus padres con la cadena de generaciones vinculada a la tierra prometida. No es solo una prescripción moral de respeto a nuestros mayores. El pueblo judío tiene una gran valoración sobre el tener hijos y, por eso, las estériles lo pasaban mal; porque es en la generación de los hijos y el cultivo de la tierra donde el pueblo crece y la tierra prometida se enriquece, se sostiene y se defiende de sus enemigos; y, de estemodo, aseguran la continuidad de la Alianza de Dios con su pueblo. ¿A qué viene, entonces, Jesús? Primero, su comportamiento de joven y adulto resulta ya un poco extraño. Porque un día deja a sus padres y deja la casa para llevar una vida itinerante. Y eso en los códigos de vergüenza y de honor de la cultura mediterránea 7 de su tiempo es rompedor. Además, se lleva a gente que hace lo mismo: dejan sus casas y familias a su suerte y se van con Él. Los rabinos ya permitían que un hijo adolescente o joven, podía dejar la casa de los padres, venir a la escuela donde estaba el maestro, pasar unos años mientras estudiaba la Ley, pero nunca se desvinculaba de casa. Su vocación era volver de nuevo a los suyos y casarse y, en todo caso, si es que había sido muy bueno, se convertiría, a su vez, en maestro de la Ley. Existía la figura de algunos que abandonaban casa por el estudio de la Ley por un tiempo. Pero, ahora, están abandonando casa por seguir a Jesús itinerante. Sucedió que un día que estaba Jesús hablando a sus discípulos y a la gente, vienen de Nazaret, su madre y sus hermanos y parientes, le pasan aviso de que quieren hablar con Él, y responde con que su madre y sus hermanos son estos que escuchan las palabras de su boca, identificándoles con los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. Un rabino también le aceptaría a Jesús que quienes estudiaban la Ley, escuchaban en su corazón la Palabra de Dios y la ponían por obra, esos eran hermanos en un sentido religioso. La familia se hacía en torno a los que cumplíamos la Ley, pero en esa Ley estaba la valoración de la familia de origen. Pero Jesús está haciendo familia de todos los que le están escuchando y, además pide un seguimiento para algunos de ellos que significa anteponer su vinculación a Jesús y su predicación del Reino a sus vínculos y obligaciones con la familia de la sangre. Nunca nadie negaba el valor de la familia y, en cambio, Jesús ahora abre la familia a una nueva familia la de los humildes que le escuchan y le siguen, que forman familia con los pobres, publicanos y pecadores. Jesús removía los cimientos sobre los que se había venido fundando la estructura social de Israel y ponía como nuevo fundamento su persona y el reinado de Dios que Él inauguraba. Los rabinos de entonces y de ahora no le pueden seguir: Jesús significaba la crisis del eterno Israel y, además, no daba la talla de Mesías. ¿Qué Mesías es éste que no ha traído que todos los pueblos acaben adorando al único Dios verdadero, ni la paz universal ni el bienestar humano? El Papa en su libro refiere la distancia en que acaba el judío Neusner, a pesar de su gran cercanía. Como si hubiera tenido que ser un judío el que nos afinara el oído a los cristianos para comprender lo que estaba diciendo Jesús con el sábado, con la familia o con la Iglesia; y lo que estaba ocurriendo con los discípulos de Jesús. Efectivamente, si Jesús no es Dios, toda su pretensión es vana; no tenemos porqué seguirle. Si le seguimos es porque Dios se ha hecho verdaderamente Dios “por y para” nosotros en Jesús. En ese caso, ¿qué pasa con los judíos? Jesús no hace más que universalizar el Israel eterno para que alcance a los pueblos de la tierra. El diálogo del rabino Neusner con Jesús se centraba sólo en la Ley de Moisés y en la Ley de Jesús que él consideraba el Sermón del monte, Pero el Papa apela no sólo a la Ley de Moisés, sino también a los profetas, a los salmos, a los sabios. Vosotros los judíos, diríamos, ese Israel eterno del que habla el rabino, tenía una vocación, y era la vocación de ser luz para las naciones y que a través vuestro Dios se revelase como el Dios vivo para todas las naciones. Vuestra vinculación a la tierra y vuestra subsistencia como pueblo, como nación, os llevó a atacar y defenderos, y a comprender la Alianza y al mismo Israel como dependiendo de vuestra subsistencia como nación. Al fin no pudisteis, no habéis podido ser esa luz para todas las naciones y lo venido a ser el cristianismo. También es cierto que el cristianismo, al abrir la fe judía a todos los pueblos y haber universalizado el Israel antiguo, no pocas veces, se ha hecho nacionalista y hasta imperialista, lo que ha impedido también que se le vea en su verdad, como luz para todas las naciones. Pero bien, podríamos decir que estamos en camino de recuperarnos como servicio, como luz, y no como poder. El cristianismo no es que vale más sino que 8 debe servir más, ponerse de rodillas ante los hombres de las otras religiones y pueblos, y decirles: aquí tenéis a vuestro servidor, servidores en el Siervo de Dios, el Hijo de Dios que vino a salvar lo humano, a redimir a los seres humanos, un Dios que busca salvar lo que los cumplimientos religiosos no llegan a salvar. Y ese es el servicio que tenemos que universalizar. Por eso, el Papa alude a los profetas y afirma: Israel no existe simplemente para sí mismo, existe para ser luz de los pueblos. Quizá la vocación profética encomendada a Israel de convocar en Jerusalén a todos los pueblos, no podía cumplirse en la tierra; no era cuestión de Jerusalén ni del monte Sión. No era ni es cuestión ya de Palestina. Hablamos de otra tierra que Dios regala a la humanidad como tierra de encuentro, hablamos de otra “tienda del encuentro” con Dios y con los hombres, de otro templo, de otra Jerusalén. Ahora es en su Hijo Jesús donde sucede el encuentro, en su carne de crucificado, en la cual se derriba el muro que separaba a los pueblos, a los judíos y al resto de pueblos, haciendo, de los dos, un sólo pueblo nuevo (Ef 2,14-16). Jesús es ahora la tierra prometida por Dios. Él es el descanso de la humanidad, Él es el Sábado. Ya no es cuestión de que todas las naciones se reunirían en Jerusalén para dar culto a Dios. Se trata de que Dios hace el camino inverso hacia las naciones; eso fue y es el camino misionero del cristianismo. Es Dios quien ha hecho el camino inverso del imaginado por los judíos. Es sólo problema acerca de lo imaginado. Tenía razón Israel. Pero hay que imaginarlo de otra forma. Hay que imaginar a Dios no esperando a los pueblos en Sión, sino haciendo camino en los caminos de los hombres. Como le gustaba decir a Juan Pablo II, Jesús recorre el camino del hombre. Dios ha hecho el camino de los hombres. Es coherente con esta imagen de Dios, que viene a buscar lo perdido, un Jesús itinerante, de aldea en aldea, de pueblo en pueblo, sin tener lugar de su propiedad, dónde reclinar la cabeza. Porque quería mostrarse así, invitó a su itinerancia a discípulos, y a muchos de ellos los envió de dos en dos a hacer la experiencia de la evangelización, la experiencia de ir ligeros de equipaje para anunciar la Buena noticia del Reinado de Dios. Es, pues una dimensión constitutiva de su Iglesia la misión, el no contentarse con las 99 ovejas del aprisco y el salir en busca de la perdida, o sea, el hacer el camino que le lleve hasta allí donde se perdieron un día los humanos. Que no lo olvidemos nunca sus discípulos: por muy asentados que estemos, por muy Iglesia constituida en un territorio y en unas estructuras, somos también misioneros, que hemos de salir de nosotros mismos hacia el mundo de los hombres. Hemos de imaginar que Jesús se hace presente hoy en el camino de los hombres por medio de sus seguidores. Y a los voluntarios que queráis os toca hacer visible esa misión de Dios, esa itinerancia de Dios, y llevar a Dios a los otros. ¿Cómo? ¿Imponiendo a Dios? Nunca. Poniéndonos de rodillas ante los demás como Jesús, como sus servidores. Eso es lo que ha traído y ha cambiado Jesús respeto del imaginario judío. Concluyendo, lo de Jesús no es ni más rebelde ni más liberal. No encaja Jesús en estos esquemas de la modernidad ilustrada y revolucionaria, como un Jesús que nos ha librado de todas las leyes, de la autoridad establecida. No. Jesús quiere cumplir las leyes judías, pero en su sentido, como Dios quiere que sean cumplidas. Por eso, si queremos saber cómo quiere Dios que sean cumplidas, miremos a Jesús. Por eso, él se convierte en nuestro descanso. ¿Cómo se cumple la Ley? Dice que su yugo es suave. Nunca forzando. El nunca fuerza. Él llama, Él invita. Nunca fuerza. Su yugo es suave, Seguirle a él no hace daño. Su carga es ligera. Los hebreos tenían más de quinientos mandamientos. Nosotros no somos hombres de listado. No tenemos un listado de mandamientos. Tenemos a Jesús. En Jesús tenemos los mandamientos de la Ley de 9 Dios, y él nos enseña cómo hay que cumplirlos. Y luego el Papa dice, claro que consideramos que la familia también cumple una misión social. Y la Iglesia ha demostrado durante veinte siglos que está abogando a favor de la familia como célula civil de la sociedad. Pero sabemos que nos trajiste un sentido de familia diferente, que familia era todo ser humano, que yo, que no me he casado, también soy llamado a ser familia, y que no lo es sólo la familia nuclear, padre, madre e hijo, y que hay muchas formas de entender familia, y que todos nos hemos de entender como familia de Dios. Entonces, queda claro que hemos de favorecer la familia matrimonio en su unidad y fidelidad, pero también sabemos que con Jesús tenemos espaldas anchas para cargar mucho porque sabemos que todo el mundo no ha podido con el ideal de matrimonio expresado por Jesús. El rabino también aprueba cuando Jesús dice no al divorcio. “Te entiendo perfectamente lo que estás diciendo, Jesús”. El rabino le está diciendo a Jesús: “eras un buen reformador judío si no te pusieras tú por en medio” Esto nos debe interpelar. Jesús no se ponía en medio entre Dios y los hombres. Como Dios humanado era el regalo de Dios a la humanidad. No se pone por medio. Se pone como Dios a nuestro servicio. Para reglas ya estaban las otras religiones. Las reglas de Dios valen. Pero en Jesús hay un “plus”. La familia seguiremos defendiéndola. Pero en Jesús hay un plus de Dios para poder cargar con los que no puedan con la familia que Jesús desea, con esa fidelidad con que Jesús la deseaba. O el sábado: efectivamente hoy tendremos que reinterpretarlo. Los servicios sociales, judiciales, sanitarios y los que trabajan en todo tipo de medios de comunicación, así como todo el mundo del ocio, la cultura, la restauración, mucha gente, pues, trabaja en sábado -o en el equivalente domingo-, y nos parece necesario. No hay que entrar en una casuística de lo permitido y no permitido en sábado. Hay que entender bien el sentido del sábado: robarte tiempo para ti los tuyos y los necesitados de cuidados humanos. El sábado era culminar la creación humanizando la vida, según la voluntad de Dios. Juan Pablo II nos invitaba a revalorizar el domingo en nuestras sociedades modernas. Hoy la vida humana es muy compleja y nos parece que no se trata ya de lo permitido o no permitido en el domingo, sino en cumplir la voluntad de Dios según lo sugerido por Jesús en sus signos y en su vida. Y es cierto que el ser humano se deshumaniza si toda su vida se reduce a “trabajo”, si no se recupera desde dentro de sí, desde Dios. Tenemos su Espíritu y tenemos la figura de Jesús, disponemos de la Palabra de Dios, escuchada y acogida, y debemos dejarnos educar por ella, y aún le tendremos que acompañar, de esperanza nunca faltos, hasta la cruz. Jesús no rompe la estructura social del Israel antiguo para dejarnos peor; pueblo cohesionado en torno a la familia y el sábado, a las oraciones en familia y la oración en las Sinagogas, entorno a la Ley y sus instituciones. Jesús, en el Sermón del monte, quiere llevar a su cumplimiento y a su plenitud la Ley de Moisés, profundiza en el sentido de la ley, se interroga por la voluntad de Dios, y crea las condiciones de posibilidad de una estructura social más abierta e integradora, más compleja y más radicalmente fundada en la voluntad de Dios, más compatible con distintas formas sociales de la vida y más exigente en el compromiso en favor del prójimo, ya hermano. La palabra que deberá venir pronto será adelphotés, fraternidad; fraternidades, como signo e instrumento del Dios redentor, que sale fiador de la causa humana y no la deja estar en su estado irredento. Nace así una estructura social nueva, susceptible de expresarse en estructuras muy diversas, pero que, en tanta diversidad, tratará de no olvidar sino de vivir que todo ser humano es nuestro hermano (horizontalidad de la Iglesia en sus comunidades y multitud de carismas); y algo no menos importante, que sólo Dios Padre, en su Hijo Jesús, mediante su Espíritu, puede fundar la fraternidad 10 universal; nosotros los humanos, no nuestras fuerzas y esfuerzos no llegamos a tanto (verticalidad en institucionalidad sacramental de la Iglesia). Jesús funda la posibilidad de ser “hermano universal”. Lo comprendió Gandhi, por ejemplo, desde fuera de la Iglesia. Lo comprendió Carlos de Foucauld desde dentro de la Iglesia. Lo comprendieron tantos otros… Nos toca tomar el relevo. El Evangelio de Jesús pide ser socialmente vivido, os repito a menudo, no individualmente; porque hemos de acreditar aquí en la tierra y en nuestra historia que el Dios vivo es comunión y busca comunión. La vocación que se hunde en los orígenes del ser humano, y hasta en los inicios de este cosmos en evolución, es una llamada a la comunión con Dios, el Dios vivo cuya vida consiste en la comunión del Padre, Hijo y Espíritu Santo, y es, en consecuencia, una llamada a la comunión entre los hijos de Dios. Esta vocación desde Jesús se tradujo en una nueva realidad social que llamamos Iglesia en el mundo. Es una realidad social, ella misma ya muy compleja al integrar y aunar mucha diversidad, inagotables sensibilidades del Espíritu de Jesús. Y, además, es una realidad social en medio de muchas otras realidades sociales, en medio del mundo. ¿Cuál es, pues, la relación entre la Iglesia y las comunidades políticas, sociales, y culturales tan diversas? Los cristianos hemos de ser testigos de los valores evangélicos en el mundo. ¿Qué significa eso? ¿Un estilo de presencia cuya identidad este muy clara y patente en medio del combate ideológico y la conflictividad económica y social? ¿Una identidad clara pero inserta en las mediaciones sociales y humanas, como levadura en el corazón de la masa? Hay sensibilidades para vivir un estilo u otro. Cuando nos toca convivir con ordenamientos sociales y civiles que no son los nuestros, que no son los religiosos ni cristianos, hemos de discernir a qué tipo de presencia y testimonio nos convoca Dios. Y ahí, hemos de radicalizar la pregunta en dos direcciones: ¿cuál fue y es la voluntad de Dios original sobre el ser humano, tal como la hemos conocido en Jesús? Y ¿cuál es la respuesta dada por Dios en Jesús, cuando el ser humano no ha sido capaz de cumplir con aquella voluntad de Dios al crear? Acabo leyendo un texto del mismo Papa en las págs. 150-151. A la pregunta que queda en el aire ¿qué ha hecho Jesús rompiendo el orden sagrado del Israel antiguo? responde: “Los ordenamientos políticos y sociales concretos se liberan [con Jesús] de la sacralidad inmediata, de la legislación basada en el derecho divino, y se confían a la libertad del hombre, que a través de Jesús está enraizado en la voluntad del Padre y, a partir de Él, aprende a discernir lo justo y lo bueno”. Lo que ha hecho Jesús es: no a la confesionalidad de los estados. No a las teocracias, como en el mundo del Islam hoy todavía están, o también en el judaísmo más radical. No. Los ordenamientos políticos y sociales quedan liberados para la razonabilidad humana y para la responsabilidad humana. No son sagrados. Hay que relativizarlos. Pueden ser relativizados porque no son sagrados. ¿Qué estamos diciendo? ¿Que los cristianos somos más liberales, más tolerantes, que cargamos con todo? ¿O está diciendo que los cristianos somos más exigentes, más radicales, más exigentes al menos con nosotros mismos, más intransigentes porque tenemos la pregunta por la voluntad de Dios en nuestra vida? Ahí está la frase del Papa que deja en libertad nuestro compromiso social y político pero que nos responsabiliza a actuar en ese orden según Dios. Es decir que quien vive en un cuerpo a cuerpo con Dios, como estoy invitándoos todos estos años, y quien vive pegándose a Dios, no podrá ser ni liberal, ni todo vale, que se case o se descase, o que invierta en esto o en lo otro; ni tampoco podrá ser intransigente o absolutista. Los ordenamientos jurídicos, políticos y sociales quedan 11 liberados de su sacralidad, pero hay que tomarlos muy en serio y hemos de responder de ellos, de su capacidad para mayor o menor justicia. Porque a veces hilamos muy fino en temas de matrimonio, y no hilamos tan fino en los temas sociales, económicos o financieros, que traen consecuencias negativas para muchos hermanos nuestros. El Papa equilibra teóricamente este tema con un apartado sobre “Compromiso y radicalidad profética”. Con la palabra “compromiso” quiere decir que tenemos que ser humanos, que tendremos que acomodar los principios a la realidad humana; que lo de Jesús no es intransigencia, no es intolerancia, no es mazazo de hierro sobre tus espaldas. Jesús quiere que el hombre viva. Así pues, no debemos imponer a todos, contra su voluntad, los que serían los ideales cristianos. Y es un hecho que la Iglesia a lo largo de toda su historia, ha ido evolucionando en toda su doctrina social y moral. Porque ha tenido que ir haciendo acomodación, compromiso con la realidad humana. Pero no es una acomodación que olvidará la radicalidad profética, lo que Dios espera de los hombres. El proyecto de Dios sigue en pie y sus mandamientos son la salud de los hombres, pero nunca a costa de la misericordia por los caídos o los perdidos. Este capítulo acaba difícil. Por una parte te dice que Dios quiere la salvación de lo humano: que el hombre viva; que tú ayudes a que el ser humano viva. Esa es su gloria; eso es su satisfacción; eso es su gozo. Pero no conviertas eso en “todo vale”. Porque si preguntas por el proyecto de Dios cuando Dios nos creó, para qué altura moral nos creó, y si miras en Jesús la altura moral para la que Dios nos creó, la radicalidad será tremenda, y así de radical es Jesús también. Y la verdad es que no es tan difícil comprender lo que nos dice ahí en el último apartado de este capítulo. Es lo que hizo Jesús. Con un radicalismo que a veces nos pone a temblar y luego con un mansedumbre y con una ternura y con un acercamiento... que nos hace respirar hondo y sentir gratitud. Fue muy duro con los duros e intransigentes y muy suave con los perdidos que necesitaban de misericordia. ¿Tan difícil es esto? ¿Y no es esto una gran luz para convivir bien con ordenamientos sociales, con familias y con situaciones que no apruebas, en los que no tienes por qué bajar tus exigencias, pero tampoco tenemos que impedir a toda costa, como en una nueva “cruzada”? ¿Y por qué? Si has entendido lo que Dios espera de ti y de los hombres, llevarás tus exigencias y darás tu testimonio, pero darás tiempo y lugar para que otros puedan comprender tus opciones como un valor, como algo valioso también para ellos y, por encima de todo, que no falte el amor o la misericordia para con ellos, a la espera que por la fuerza del amor vuelvan al Padre.