DISCURSO DE NIBALDO MOSCIATTI - PREMIO EMBOTELLADORA ANDINA 2010

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DISCURSO DE NIBALDO MOSCIATTI - PREMIO EMBOTELLADORA ANDINA 2010
Como el orden de los factores SÕ altera el producto, este discurso comienza asÃ-: ¡Familia!, Constanza y retoños,
amigas y amigos, queridos auditores, añorados lectores, circunstanciales televidentes, jurado del premio, embotelladora
del premio (siempre hay que ser bien educado), autoridades varias y vagas; autoridades en la vaguedad. O sea, en la
distancia. Amablemente.
Este texto consta de tres partes. A saber: agradecimientos, reflexiones sobre el oficio y, finalmente, piloto para un
espacio de radio de trasnoche. Vamos, pues…
1.- Agradecimientos:
 Quiero agradecer a mis maestros. A los que, primero, me enseñaron. Quiero agradecer a mis padres. El rigor de la Loli
y la fantasÃ-a de Pocho. La perseverancia y pasión de ambos. El aprendizaje de ver pasar el rÃ-o, de plantar algunos
árboles. El vivir la vida sin ambición por el dinero, ni Ã-nfulas sociales.
En este oficio de periodista quisiera haber heredado una pizca del talento, la sensibilidad y la rebeldÃ-a de mi padre. Sin
esas cualidades, el periodismo se convierte en otra cosa: en una simple reproducción de discursos, en un engranaje
más de las máquinas de los poderes y los poderosos, en esa cosa amorfa, triste, gelatinosa, y, a veces, ruin y malvada,
que son las relaciones públicas o todo tipo de comunicación que está al servicio de unos pocos en detrimento de la
mayorÃ-a anónima.
Quiero agradecer, andando ya el camino, a algunos profesores. De mi colegio: Lamiral, Varela, Tolosa, Fierro,
Boutigieg, Pilon, Biancard. La añoranza de ese espacio de libertad cuando la libertad escaseaba.
Y de la Universidad… allÃ-, en verdad, gracias a pocos. Es más, si hablo largo terminarÃ-a a los garabatos y repudiando a
muchos de esa Universidad Católica, la UC de aquella época, puta prÃ-stina de la dictadura, con sus sapos, sus
silencios cómplices, sus injusticias mofletudamente bendecidas, bendecidas por sus monseñores y sus autoridades
venenosas que no se arrugaban en tolerar, avalar y alentar la brutalidad para preservar el orden, que era un orden
chiquitito, orden sólo de ellos.
Doble mérito entonces para mis profesores de la Universidad a los que agradezco: Juan Domingo Marinello, Cacho
Ortiz, Gustavo MartÃ-nez y los Óscares: Saavedra y el RIP González, lo que no es maldad, porque todos nos vamos a
morir. AsÃ- es que RIP nomás.
Y, en el oficio, más gracias. Gracias a algunos que me apuntalaron, mostrándome matices de dignidad: Salvador
Schwartzmann, Jaime Moreno Laval, Mario Gómez López, Gabriela Tesmer.
Los otros, los amigos que me enseñaron y que, por sobre todo, quiero: Andrés Braithwaite, el mejor editor de prensa
escrita que haya conocido nunca; Pancho Mouat; los laberintos del pensamiento de Ajens; Pablo Azócar y el filo de su
pluma; Rafael Otano y su erudición que te obliga a ubicarte donde siempre debe ubicarse un periodista, que es en la
ignorancia; y Patricio Bañados, que me ha mostrado el valor de las convicciones y la decencia que deberÃ-a imperar en
este medio. Pero ustedes lo saben: NO impera.
En cuanto al premio mismo, gracias al premio, que permite esta convocatoria. AsÃ- veo a gente que quiero. Premio
gracioso y gaseoso. Tan gracioso que creÃ- que era pitanza. Premio de fantasÃ-a y bebestible, para mÃ-, que me ufano
de haberme criado bebiendo agua de un pozo alimentado por una napa subterránea que desciende al rÃ-o BÃ-o BÃ-o
desde la cordillera de Nahuelbuta. Agua pura.
Gracias, entonces, al jurado que me eligió. Gracias sinceras porque, por lo demás, no he postulado a premio alguno, lo
que me indica que mi nombre les salió del corazón. O de la razón, lo que no sé si es mejor o peor, todavÃ-a.
Y gracias a la empresa que da el premio. Premiar periodistas es labor samaritana. Mejor que el Hogar de Cristo o la
Teletón, en la medida en que no se convoque, paradójicamente, a la prensa.
Sugiero a la embotelladora que también se incluya, en galardones paralelos, a zapateros remendones, desmontadores
de neumáticos en vulcanizaciones, panaderos, imprenteros, empastadores de libros, ebanistas y expertos en injertos de
árboles frutales, para que se consolide la idea de que lo que se premia es el ejercicio de un oficio, el dÃ-a a dÃ-a de las
letras, y no la ruma de certificados, con sus timbres y estampillas, ni la galerÃ-a de cargos, ni, menos todavÃ-a, la trenza
de contactos, pitutos, militancias, genuflexiones (para no usar imágenes obscenas) favores y deudas. AsÃ- debiera ser.
En suma, muchas gracias. Gracias por mÃ-, pero también gracias por La Radio. Este premio es, en gran parte,
mayoritaria parte -seamos sinceros-, un premio a Radio BÃ-o BÃ-o. Un premio a un proyecto que nació en 1958, en Lota,
con radio El Carbón. Un proyecto que mi padre no sólo ideó, parió, construyó, afianzó y encauzó, sino que es un
proyecto que sigue siendo fiel –y esperamos no tropezar nunca en ello– a lo que mi padre quiso. Eso es lo que más se
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merece un premio: la idea de un medio de comunicación al servicio de la gente, sin cálculos, sin ideas de trampolÃ-n
para lanzarse a otra piscina. Señoras y señoras, muchas gracias.
2.- Reflexiones sobre el oficio:
Lo primero es que trataré de evitar, probablemente, sin éxito, el peligro de todo discurso, que es terminar pontificando.
ImagÃ-nense: yo de pontÃ-fice. PondrÃ-a mis condiciones eso sÃ-: fin al celibato y, por supuesto, me negarÃ-a a usar esas
polleras que usan los pontÃ-fices. Báculo sÃ- usarÃ-a: más de alguno con que me cruzo merece un garrotazo, y los
báculos papales y obispales, a veces pesados con tanto oro, deben ser buenÃ-simos para tal efecto.
Bien, no nos desviemos, aunque el tema provoque curiosidad malsana.
Entonces: evitar pontificar. Porque el periodismo debiera estar lo más lejos posible de los pontÃ-fices: los de las
religiones, la polÃ-tica, los negocios, la banca, el capital, la revolución, la involución, las dietas, las verdades reveladas,
las ideologÃ-as, la numerologÃ-a y tantos etcéteras. O sea, lejos de las certezas. El periodismo sólo se sostiene en su
falta de certidumbres, en la duda permanente, en el escepticismo, en la incredulidad.
Vivir poniendo en duda todo puede, es cierto, generar angustia. Pero si no se busca el poder, la certeza mayor que te da
el poder y, por consiguiente, la posibilidad del abuso –porque eso es el poder: la posibilidad de abusar–; si no se busca
esa certeza, se puede vivir de lo más bien.
¿Cómo vivir en el ejercicio de la duda? Aventuro una respuesta: haciéndolo desde la sensibilidad. Sensibilidad para
entender al otro. Hacer el ejercicio de despojarse de lo propio –las ideas, los odios, las fijaciones– para intentar reconocer,
conocer, entender lo ajeno.
Hay, al menos, dos periodismos. Voy a dejar fuera a esa manga de serviles que, por opción (libero de culpa a los que
no tuvieron alternativa), fueron útiles plumÃ-feros de la dictadura. Siempre he sostenido que en dictadura, hacer
periodismo es hacer oposición. Si yo pretendiera hacer periodismo en China, hoy, serÃ-a agente opositor (y qué bueno
que el Premio Nobel de la Paz se haya otorgado a un disidente chino).
Bueno, dejando de lado esto, repito que hay, al menos, dos periodismos: Uno, el que le habla a la gente, porque piensa
en la gente y siente que está al servicio de ella. Otro, el periodismo que le habla a los poderes, porque vive en ese
rincón restringido y cálido –pero nunca gratis– que los poderes guardan a ese periodismo. Es un rincón un poco
humillante, como esas casuchas para los perros guardianes, que te guarece de la lluvia pero que incuba pulgas y
garrapatas, pero allÃ- nunca falta el tacho con comida. Sabe mal, pero alimenta. Y, en general, engorda.
Lo que entiendo por periodismo es lo primero: el periodismo es un ejercicio de antipoder. Repartir, difundir, democratizar
la información que, si es tenida en reserva por unos pocos, constituye poder. ¿No les suena acaso la figura de “uso de
información privilegiada―?
Mi convicción, entonces: lejos de los poderes, que el poder corrompe. Y a más poder o más dinero, más corrupción.
De lo mucho que le debo a mis lecturas –en rigor no he hecho más que repetir cosas que he considerado inteligentes y
por otros dichas–, le debo a Albert Camus la mejor definición de patriotismo. Si la bandada de sujetos vociferantes que
se dicen patriotas se aproximara a esa definición, algo de eso que se sueña como humanismo serÃ-a factible. Escribió
Camus, a propósito de la resistencia francesa a la ocupación nazi:
“Fue asombroso que muchos hombres que entraron en la resistencia no fueran patriotas de profesión. Pero el
patriotismo, en primer lugar, no es una profesión. Es una manera de amar a la patria que consiste en no quererla injusta
y en decÃ-rselo―.
Uno podrÃ-a cambiar el término patria por humanidad y patriotismo por humanismo. Y uno podrÃ-a considerar que ese
ejercicio de humanismo es el buen periodismo.
Para no subirse por el chorro, una advertencia: muchos periodistas estaban o están convencidos que el periodismo es
la palanca o instrumento para generar un cambio social. Nica. O sea, no. Quienes piensan asÃ- exhiben, quizás sin
darse cuenta, una arrogancia y un mesianismo temible. AllÃ- no hay duda, ni cuestionamiento. Los cambios los hacen los
pueblos, no el periodismo. Tratemos –termino igual como empecé–, tratemos de no pontificar.
3.- Piloto para un espacio radial en el trasnoche. ¡Invito a que me acompañe (en saxo) Nano González!
¿Por qué te premian? ¿Porque ya eres suficientemente viejo? ¿Por qué ya lo que dices son puras boludeces y tus
dichos perdieron filo, agudeza, desparpajo, y te repites como un viejo gagá que no dice nada nuevo ni nada que
escandalice? ¿Por eso te premian, porque la lengua te la comieron los ratones? O, mejor dicho, ¿porque tu lengua se
pudrió, de desprendió, añeja, agria, inútil?
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Sobrevuelas un pedazo de tierra, hermoso por lo demás (bueno, hermoso en lo que va quedando de hermoso, porque
lo otro ya lo arrasaron) y te dicen: mira, esa es tu Patria. ¿Qué es eso? ¿Una Patria, La Patria, tu Patria? ¿Para
despedazarla y repartirla? ¿Para prohibirla, censurarla, amordazarla? Será mejor, entonces, no tener Patria, y
ahorrarnos uniformes, paradas militares, desfiles, aniversarios, profesionales ociosos de la guerra. No, no, no; mejor
asÃ-: que los militares sigan siendo ociosos y que no ejerzan su trabajo. Digo: no a la guerra. Y agrego: mar para Bolivia,
y con soberanÃ-a.
En cada uno de nosotros habita ese lobo que ve a los otros como ovejas, y quiere devorárselas. Pero no nos
engañemos, los lobos son los lobos de siempre. Se les reconoce por el hedor que van dejando sus meados. No trates
de domesticar al lobo. Sácale lustre, aliméntalo con carne cruda y no lo retengas cuando llegue la hora de las
dentelladas. ¿Se acuerdan de ese coro, auténtico, maravilloso, porque ponÃ-a en duda el orden que es, como todo
orden, en el fondo, una prisión? El coro decÃ-a: ¡va a quedar la cagada, va a quedar la cagada, va a quedar la cagada…!
Nosotros, asesinos. Esa cualidad última es la que se promueve. No veas al otro como un socio, olvÃ-date del concepto
de prójimo (salvo cuando vayas a ese teatro vacÃ-o que se llama iglesia). Gánate un espacio, desplazando a otro. Es
una lógica asesina. Bienvenidos al carrusel de los depredadores. Nuestro futuro está escrito: feliz regreso al
canibalismo.
¿Dónde están los que no están? Bueno, yo lo sé, porque asÃ- lo siento: en ningún lado, por algo no están. Chau, listo,
se acabó… Pero están. En nuestros recuerdos, en la memoria. Me gustarÃ-a que estuviera aquÃ- Galo Gómez. Galo
Gómez hijo. Romántico y pendenciero, pero tan buen tipo que sus peleas eran pura bondad. Galito, ¿te mataste o te
mataron? No, parece que fue la borrachera y el exceso de velocidad. Te mataste, entonces. Te echo de menos.
Luciérnagas en la noche. Bajo los boldos, vuelan encantadas las luciérnagas de mi niñez y juventud. No las vi por
años, casi décadas, hasta que una noche reaparecieron. AllÃ-, en la orilla del BÃ-o BÃ-o. ¡Luciérnagas en la noche de
nuevo! Como un mensaje que dijera: no todo está perdido, no todo es derrumbe. La sobrevivencia de las luciérnagas
como metáfora de la supervivencia de lo hermoso, de los sueños, de que sigan existiendo luciérnagas para los futuros
niños.
Y sÃ-… Quisiera volver a ser un niño. Vivir, aunque sin saber, que todas las posibilidades del mundo están abiertas y
disponibles para mÃ-. Eso es la niñez: la infinitud de rumbos, la ausencia, por el momento, de condicionamientos,
directrices, guÃ-as. El primer dÃ-a de colegio es el primer navajazo a esa infinitud. Quisiera volver a ser un niño, antes
del colegio. Niño, niño. Puro horizonte, posibilidades infinitas. Quisiera ser niño. ¡Y sin premio!
Muchas gracias.
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