“De los Ideales a las Realidades, Reflexiones sobre Investigación Social y Acción Comunitaria” Javier Schmidt Espinosa “Creo que nuestros conocimientos, nuestra preparación, nuestras técnicas constituyen un poder en la medida que te involucras en unidades organizadas mas amplias, con todo lo que eso supone de desgaste por tener que interactuar... En la medida que eso hacemos nuestro conocimiento empieza a constituir un poder útil.” Ignacio Martín Baró, 1989 El modelo comunitario de intervención social esta orientado básicamente a la práctica y es desde esa premisa que se relaciona con la teoría, lo que se ha traducido en la creación y elaboración de modelos teóricos desde esta práctica comunitaria que constituyen definiciones de qué, quiénes y cómo se actúa e interactúa en el trabajo en comunidad, lo que claramente nos interpela a realizarnos estas mismas preguntas cerca de qué, quién y cómo se conoce, idea que será abordada mas adelante. Apoyado en los planteamientos de Víctor Martínez sobre el enfoque comunitario, me parece importante destacar que la comunidad está dada por individuos que comparten un estar en común en un mundo compartido. Una comunidad no es un sujeto colectivo, es una “comunidad de los otros”, un agregado que se construye sobre el principio de la alteridad. Ontológicamente la comunidad es lo primero y el proceso de individualización, de personalización sólo puede producirse al interior de una comunidad. Así, el ámbito de acción y eficacia del mundo comunitario es la vida cotidiana, natural, la que se desarrolla en los contextos situacionales del mundo de la vida, y este mundo comunitario posee reglas de producción y reproducción que le son propias. Lo comunitario es siempre local, intersubjetivo, complejo y sitúa a los individuos en lo social, asignándole identidad, validación, reconocimiento, pertenencia, territorios, lengua, cultura. Lo anterior da cuenta de la relevancia y lo determinante del contexto, esto es, las dimensiones espaciales y temporales de las personas y comunidades ya que toda práctica humana se da en un aquí y ahora, que a demás son producto de una historia y las interrelaciones e influencias de otros contextos, lugares y culturas. Este modelo trabaja fundamentalmente con sistemas que son naturales no creados por programas o proyectos, lo que supone el desafío a la hora de intervenir, de acoplarse transitoriamente a un proceso social preexistente: un encuentro que exige una vinculación entre “interventor e intervenido” que considere algunas actitudes ineludibles en ese encuentro: • No invadir, teniendo una cuidadosa actitud horizontal, lo que implica esperar los tiempos de la comunidad y sus “permisos” para entrar. • Aprender, lo que supone primero escuchar, observar, estar, “gastar” el tiempo con ellos – ella para empaparse de su dinámica, historia y contexto. • No presentar una actitud de superioridad: la comunidad es autónoma y debe ser protagonista en la búsqueda de las soluciones a sus problemáticas. • La confianza en la comunidad es clave, como en toda relación, el creer genuinamente en ella y su poder, se transforman en las mejores herramientas del acompañamiento que el externo puede hacer. La desconfianza e incredulidad siempre se termina traspasando conciente o inconcientemente en la relación establecida. • Lo anterior da cuenta de una valorización de la comunidad: sus recursos, potencialidades, autonomía, entre otros. La tendencia a desvalorizar a una comunidad centrándose en las carencias solo contribuye a perpetuar condiciones negativas y que la propia comunidad este mas centrada en aquellos aspectos negativos de su existencia. • Quienes llegan a la comunidad lo deben hacer asumiendo un casi total desconocimiento de las vivencias subjetivas de las personas que la habitan, lo que nos platea el desafío de “entrar” desprejuiciadamente. Cada uno de nosotros posee ideas preconcebidas de un lugar, comunidad, tipo de persona, y si bien dichos prejucios son imposibles de borrar, se considera saludable el hacerlos concientes y tener especial cuidado de no actuar en base a esas ideas, estando concientes que en el proceso de vinculación se irán descubriendo y aprehendiendo aquellas características subjetivas, valóricas e históricas que nos permitirá comprender de manera mas completa la realidad de la comunidad. El logro de la actitud desprejuiciada esta estrechamente ligada a la actitud de empatizar, lo que implica un intento por conocer y comprender la vivencia subjetiva del otro. • Finalmente parece vital el tener cuidado de no levantar falsas expectativas: la llegada del interventor genera en toda comunidad esperanzas, ideas que se traducen en la espera de algo. Quien llega a la comunidad debe ser muy claro respecto a lo que hace y hará. Cualquier incumplimiento de lo comprometido solo contribuirá a aumentar la desconfianza y desesperanza de la comunidad en otros y ella misma. Todo lo anterior sirve para contextualizar la discusión del rol y la coherencia paradigmática de los métodos de investigación social en la práctica comunitaria. La comunidad no es solo un lugar espacio-temporal, sino un marco informativo total, plantea Víctor Martínez: la configuración del quién, qué, donde, cuando, por qué y cómo. Por su parte Ricoeur señala que el lenguaje natural que empleamos en los mundos cotidianos tiene una carácter polisémico: las palabras pueden tener más de un significado cuando se las considera fuera de un contexto determinado. Complementando esta idea Weber platea el concepto de Verstehen, que da cuenta de la posibilidad de obtener una adecuada comprensión de la acción social solo reconociendo el contexto en que dicha acción pertenece y donde adquiere significado, o sea, comprender desde adentro a través de la intuición y la empatía. Para Ortega y Gasset la acción no posee significado fuera de la situación. Claramente un paradigma positivista o postpositivista parece ser muy poco coherente con esto. La posición de experto privilegiado que busca develar una realidad objetiva interpretable desde la observación externa y el rigor científico, la búsqueda de una explicación que permita la predicción y el control de los fenómenos sociales y que tiene por fin último la producción de conocimiento contraviene premisas, valores y actitudes expuestas con anterioridad. El constructivismo busca entender y reconstruir las construcciones que las personas sostienen para lograr un consenso, donde defensa y activismo son principios fundamentales. Desde este punto de vista claramente estos elementos constructivistas parecen complementar o al menos no contradecir los principios de la intervención comunitaria. Ahora, al agregar el hecho de que el fin último de la intervención comunitaria es que las personas logren mayor control y poder sobre su ambiente (Montero) pareciera que las teorías críticas de investigación social se complementan de manera mas coherente y profunda con el modelo comunitario de intervención. He aquí el punto de mayor encuentro: el modelo comunitario considera clave la búsqueda de información e investigación para el proceso de intervención pero concibe este acto como un proceso participativo, que solo es posible realizar en la medida que exista un vínculo de confianza entre interventor (investigador) e intervenido (investigado) que permita reconstruir la realidad a la luz de un contexto temporal y espacial específico. Por su parte, como plantea Guba y Lincoln las teorías críticas buscan la crítica y transformación de las estructuras sociales, políticas, culturales, económicas, étnicas y de género que limitan y explotan a las comunidades. Así el investigador juega un papel de instigador y facilitador de dichos procesos de crítica y cambio. Desde esta perspectiva, el conocimiento se alcanza mediante una interacción dialéctica, el cual no se acumula sino que crece y se transforma lo que permite plantear generalizaciones cuando la combinación de circunstancias y valores sociales, políticos, culturales, étnicos y de genero son similares en diferentes escenarios. Retomado la reflexión sobre aquellas actitudes que el interventor social comunitario debe cuidar, es posible hacer la analogía con el rol del investigador social. Desde la posición crítica el investigador debe ser muy cuidadoso en no invadir el espacio comunitario, de ser conciente que es él quien se acerca a aprender del otro, evitar la superioridad, confiar en lo que las personas saben y dicen, creer, valorizar, no enjuciar su historia y presente, empatizar y no levantar falsas expectativas con el proceso investigativo. Conclusión Valores y actitudes que impregnan el sentido, metas y quehacer comunitario como cambio social, fortalecimiento comunitario, participación, vínculación agente – comunidad, importancia del contexto espacial y temporal entre otros, suponen un marco valórico, ético e ideológicamente comprometido en relación a todas las esferas de la vida social. Desde esta óptica parece coherente la adscripción de investigadores sociales y comunitarios a una forma de mirar e interactuar con los otros, de conocer(nos), de construir críticamente en pos de un cambio social del que la comunidad es protagonista, sabia y autónoma, un investigador comprometido con la convicción de rebajar los ideales a las realidades. Octubre de 2007 Carretera Austral, Puerto Montt