LA ASAMBLEA (1789-1791)

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LA ASAMBLEA (1789-1791)
LA CONSTITUCIÓN DE 1791
La huída del Rey demuestra el escaso entusiasmo de Luis XVI con su papel de monarca
con poderes limitados. De hecho, el poder lo ejerce desde mediados de 1789 la
Asamblea cuya obra legislativa es muy abundante e incluye la finalización de la
Constitución en septiembre de 1791. La Constitución venía precedida por la
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, ya redactada en agosto de 1789.
Esta constitución, aunque reconocía un régimen monárquico, limitaba mucho los
poderes del rey mediante una clarísima formulación de la Soberanía Nacional. De
hecho, el monarca dentro del esquema de división de poderes que sigue la teoría de
Montesquieu, conserva el poder ejecutivo y tiene derecho de veto sobre las leyes que
salgan de la Asamblea, pero sus poderes están muy lejos de los de un monarca absoluto.
El poder legislativo, residiría en una única cámara, la Asamblea Legislativa, cuyos
miembros debían ser renovados mediante elección popular (aunque por medio de un
sufragio censitario) cada dos años. Por último, el poder judicial, que reposaba en los
jueces, tiene garantizada su independencia del resto de poderes del estado.
Esta constitución con su reconocimiento de la Soberanía Nacional, de la separación de
poderes, de la supremacía de la constitución sobre las demás leyes e instituciones del
estado y del reconocimiento de una gran cantidad de libertades y derechos individuales
(libertad de expresión, de reunión, derecho a la inviolabilidad del domicilio, libertad
religiosa...); se convertirá en modelo para las constituciones liberales del siglo XIX. Su
proclamación de la libertad económica significará la prohibición de los gremios o el fin
de los precios protegidos en artículos de primera necesidad.
De todos modos los redactores de esta constitución se inspiraron de forma clara en las
ideas de ilustrados como Rousseau y Montesquieu, y también en la Declaración de
Independencia y en la Constitución de los Estados Unidos de América.
Con la Constitución de 1791, quienes apoyaban lo realizado por la Asamblea, daban por
terminado el proceso revolucionario. Pero las nuevas leyes no sólo habían provocado el
descontento de los antiguos privilegiados (que están organizándose para entrar en
combate), sino que para muchos historiadores, también van a crear descontento entre las
masas populares al dejarlos sin derecho al voto o sin las subvenciones estatales en los
precios del trigo.
BANDOS Y GRUPOS POLÍTICOS
Por eso la revolución no va a terminar, ni la tranquilidad va a llegar con la Constitución.
Durante los debates para la redacción de la Constitución empiezan a hacerse notar los
diferentes bandos y partidos que protagonizarán los acontecimientos en los siguientes
años de la revolución: en la parte izquierda de la asamblea se sitúan quienes simpatizan
más con las nuevas ideas sancionadas por la constitución y que como club se reunían
luego en el antiguo convento de los jacobinos. A esta ubicación espacial en esa
asamblea debe hoy su significado político la palabra izquierda. En los escaños de la
derecha se sentaban quienes defendían con fuerza los poderes del rey y pensaban que la
asamblea estaba yendo demasiado lejos. También empieza a perfilarse un nuevo partido
que dice representar los intereses de las masas populares.
Además existía un bando contrarrevolucionario que no desea sino el fin de la
revolución, la restitución de Luis XVI como monarca absoluto y la vuelta completa al
Antiguo Régimen.
NUEVOS CONFLICTOS INTERNOS
Para muchos historiadores la entrada en una nueva fase (revolución dentro de la
revolución) se inicia con la huida del Rey. Tras su captura se desata una violencia
revolucionaria claramente dirigida contra la monarquía. El monarca, angustiado, envía
cartas solicitando ayuda a otros monarcas absolutos . La vuelta forzada del rey a Paris
vendrá seguida por la suspensión de sus poderes y, aunque algunos líderes políticos
parece que se inclinan al perdón, otros exigen un castigo. Entre estos últimos se
encontraban una parte de los jacobinos y varios líderes populares que ya hablan
abiertamente de proclamar la república.
En los meses siguientes se va a asistir a una lucha entre la burguesía que ha
protagonizado la revolución por un lado contra las masas populares que quieren ir “más
allá” y por otro contra las fuerzas contrarrevolucionarias que se organizan dentro y fuera
de Francia.
En los primeros meses de 1792 la situación es tensa y aparecen en escena los llamados
sans-culottes, masas de ciudadanos políticamente concienciados y agitados dispuestos a
seguir avanzando en el camino de la igualdad social. Esta aparición coincide con
cambios en la actitud de los países que rodean Francia. Si desde el principio habían
visto con un cierto disgusto lo que sucedía en Francia y tomaron medidas para evitar el
“contagio revolucionario”, no obstante a rivales como Gran Bretaña no les desagradaba
que Francia se debilitase en luchas internas.
Sin embargo, los problemas crecientes del rey Luis XVI tras su huida, hará que los
monarcas absolutos europeos sean conscientes de la amenaza que supone una posible
extensión de las ideas revolucionarias. Así los emperadores de Austria y Prusia firman
un acuerdo por el que se comprometen a socorrer a la familia real francesa.
GUERRA Y REVOLUCIÓN
En 1792 estalla la guerra entre Francia y las monarquías austriaca y prusiana. El
conflicto comienza con derrotas francesas y muy pronto circulan rumores por Francia de
que estas derrotas se deben a que el clero contrarrevolucionario, los nobles que dirige
aún los ejércitos franceses y también la Reina María Antonieta (austriaca) y el propio
Rey, en realidad conspiran, y están al servicio de los enemigos de Francia. En medio de
una enorme confusión las masas populares asaltan la residencia real y secuestraron al
rey, al que humillaron. Días después se conoce en Francia un documento, el Manifiesto
de Brunswick, en el cual el duque de Brunswick al mando de los ejércitos austriaco y
prusiano amenaza a los parisinos con durísimas represalias si los franceses actuaban
contra Luis XVI. El documento no pudo llegar en un momento más inoportuno: se
utilizó como prueba de que el rey, en realidad, colaboraba con los enemigos de Francia.
El 10 de agosto de 1792 se producirá un nuevo asalto popular a la residencia real. El
monarca y su familia deben escapar para salvar sus vidas y se refugian en la Asamblea,
donde los diputados toman la decisión de suspender los poderes del rey y encarcelarlo
hasta que tras unas elecciones surja una nueva cámara (Convención Nacional) que
decida el futuro de la familia real francesa.
Quedaba claro que el poder lo tenían las masas en la calle y que el proyecto de la
revolución de 1789, la creación de un régimen político basado en la convivencia entre la
monarquía y una constitución que reconoce la soberanía de la nación, y controlado por
la burguesía mediante el mecanismo del sufragio censitario había terminado.
Una nueva burguesía democrática, liderada por personajes como Marat o Robespierre,
se hará, mediante el manejo de las masas populares, con el control de la situación.
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