Justicia y Democracia Constitucional

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Justicia y Democracia Constitucional
Mtro. José Antonio Figueroa Valenzuela
Introducción.
En principio, pareciera a primera vista,
que ligar en una misma línea de
expresión gramatical tres vocablos autónomos de suyo, es tarea complicada, y
lo es, puesto que en su singularidad cada uno tiene propios límites y
dimensiones: Justicia y Democracia Constitucional.
La aplicación de principios de la matemática nos permite combinar esos tres
vocablos y obtener distintos objetos de estudio. De ello resulta que podemos
enfocar la tarea hacia el análisis de aspectos constitucionales de la democracia
o de la justicia; o bien podríamos referirnos a la justicia asociada a la
democracia; no podríamos omitir las posibilidades de
que la idea fuese
encaminada a la noción de democracia constitucional o de justicia constitucional.
Esto, naturalmente como un valor agregado al estudio por separado de cada uno
de los vocablos.
Como antecedente, resulta importante e interesante en la medida que cada una
de esas vertientes obligaría en su análisis a la incorporación de contenidos de
muy variada naturaleza y alcance.
Desde mi particular punto de vista y por razón de método, abordaré cada una de
las expresiones desde un ángulo particularmente útil a mi interés, con la
intención de que finalmente la expresión titular tenga un contenido congruente y
pertinente al análisis, intentando favorecer las conclusiones correspondientes.
I. La Justicia.
Ulpiano definía la justicia diciendo que “es la constante y perpetua voluntad de
dar a cada quien lo suyo”. Pareciera más bien que el pensamiento de Ulpiano
tiene más cercanía con la ética o con la descripción de una virtud moral.
Por otra parte, el pensamiento aristotélico de la justicia nos encamina a la idea
de que a quienes sean iguales se les trate igual y de manera desigual a los
desiguales.
Etimológicamente se hace derivar a justicia de la voz latina justitia, que a su vez
proviene de jus, que equivale a “justo”.
Algunos acotamientos ponen a la justicia como un fin del Derecho y se aduce
que es al Derecho a quien compete el discernir entre lo que es justo y lo que no
lo es, lo cual ha de lograrse con la aplicación de criterios y principios,
encontrándose la debilidad en esta posición representada por el hecho de que el
Derecho
suele ser producto del poder público que se manifiesta en las
diferentes formas en que el Estado pueda prescribir. La debilidad del Derecho es
que es un producto político, por tanto, orientado a servir a quien lo procrea
desde la detentación de un cierto grado y ejercicio de poder, lo cual nos explica
la dificultad, si es que no imposibilidad, de que pueda ser el Derecho vehículo
eficaz para acceder a la justicia
Por otra parte si tomamos como punto de partida el pensamiento de Ulpiano
tendríamos
que la justicia como criterio racional o instrumento del
discernimiento entre lo justo y lo injusto, hoy, por lo menos tendría tres formas
de manifestación: como justicia legal, como justicia conmutativa y como justicia
distributiva . El denominador común de las tres es que se refieren a las
relaciones de los individuos con el Estado, al cual habría que entender como
summun de la propia colectividad social; la característica distintiva entre ellas
estriba en que las formas de relación se dan en términos de diferencias
jurídicamente relevantes: la primera se refiere a las formas de relación de los
individuos, el Estado y la sociedad en el marco de deberes y derechos debidos
mutuamente, no obstante,
los individuos aparecen como subordinados; la
segunda rige relaciones de cambio entre aparentes iguales y la tercera alude a
las relaciones de la sociedad y el Estado con el individuo en el que se reconoce
la desigualdad y se aspira a corregirla en proporción a las necesidades y
buscando el bien común.
II. La Democracia.
Tradicionalmente se alude a la democracia en su acepción etimológica y
traducimos: gobierno del pueblo. En este sentido Abraham Lincoln sostenía la
idea de la democracia como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo.
Dentro de la teoría y doctrina política moderna suele emplearse como medio
para la justificación de formas del poder público presuntamente legitimado en la
voluntad soberana del pueblo que elige a sus gobernantes, dando vida a los
sistemas de representación.
En el caso particular del sistema jurídico y político
mexicanos pareciera
centrarse en esta idea de la soberanía popular y generalmente se usa como
punto de sustento lo establecido en los artículos 39 y 40 de nuestra Carta
Magna, en tanto se aluden a que la soberanía nacional reside esencial y
originalmente en el pueblo y a la voluntad del pueblo mexicano de constituirse
en una república representativa y democrática
No obstante, esa fórmula de entendimiento no resuelve el problema del
contenido de la democracia, pues solamente se alude a la forma o formas con
que suele presentarse, matizada con el grado en que a los ciudadanos les sea
dado y permitido participar en la organización del poder público y las formas en
que sea ejercido éste.
Por otra parte, la historia nos muestra diferentes etapas en la evolución de la
concepción y ejercicio de la democracia.
En el caso de Grecia, la democracia está asociada íntimamente con el ideal de
que sea el pueblo el depositario de las decisiones fundamentales, de donde se
desprende la idea de que la soberanía es ejercida idealmente por los
ciudadanos en su conjunto, con la sola condición del respeto a la ley.
No obstante haber partido del modelo griego, Roma presenta un panorama de
matices marcados y contradicciones profundas, representados aquellos por las
formas que adopta el Estado romano y éstas por las confrontaciones clasistas y
discriminatorias que dieron pie a luchas entre patricios y plebeyos y ciudadanos
y no ciudadanos.
Es frecuente encontrar
la idea de que el Estado moderno se finca en las
experiencias de la independencia de los Estados Unidos de América y la
revolución francesa y de ahí sostener que surge una nueva forma de democracia
a la que se ha denominado indirecta o representativa, partiendo del hecho de
que los ciudadanos eligen a ciertos órganos del poder público, el cual tiene
como nuevo signo su ejercicio dividido en funciones específicas identificadas
con la fórmula de Montesquieu de la división de poderes.
Lo anterior pareciera sugerirnos la idea de que hubo alguna vez una democracia
directa, no representativa. Cuestión bastante discutible, pues aún en el caso
griego la práctica de la vida democrática apuntaba en otro sentido, una ciudad o
polis sería democrática en la medida en que la ley hacía iguales y libres a los
ciudadanos. Idealmente la ciudadanía en su conjunto era depositaria de la
soberanía y, por tanto, sería la polis el instrumento para asegurar a sus
miembros las decisiones y valores fundamentales, generalmente asociados con
la igualdad y la libertad como ideas básicas.
La vida pública resumía que la comunidad era democrática en la medida del
cumplimiento de tres
concretizar
a
los
requisitos, siendo el primero condición ineludible para
otros
dos:
(1)
que
la
ley
–núcleo
esencial
e
indispensable- fuese la misma para todos constituyendo lo que interpretaban los
griegos como isonomía, lo cual garantizaría el marco de libertad e igualdad que
(2) permitieran al ciudadano participar en la toma de decisiones, generalmente
representada por los debates públicos y, (3) tener franca la oportunidad de
participar en el gobierno de la polis, constitutivo este derecho de lo que los
griegos denominaban isocracia.
Sin embargo ello no implicaba la obligada participación de la ciudadanía en su
conjunto, como idealmente es de suponerse. Por principio el ejercicio de las
libertades y derechos políticos eran reservados a los politai, excluyendo a otros
miembros o habitantes de la ciudad o polis, los esclavos y extranjeros, por
ejemplo. Regularmente los portadores del ejercicio de los derechos políticos
constituían apenas el 10% de la población general y de este reducido universo
las asambleas políticas se reducían, a su vez, en la misma proporción, es decir:
a su 10%. Esto equivale a que las decisiones eran tomadas, en el mejor de los
casos con la participación del 1 % de la población. No obstante, históricamente
se dice que la democracia griega era una democracia directa.
Desde la perspectiva histórica, la expresión democracia aparece relacionada a
una entidad política: aludiendo a la forma que adopta el Estado o refiriéndose a
la forma de gobierno, sin embargo la evolución en las relaciones sociales,
políticas y jurídicas han hecho aparecer otras formas de asociación o “especies”
de democracia. Para los fines del presente caso me limito a tres de ellas:
democracia social, democracia económica y democracia política.
Encontramos en A. de Tocqueville (De la démocratie en Amérique y L’antico
régime e la revoluzione) la interpretación de la sociedad norteamericana en el
primer medio siglo de su independencia, a la cual identificaba desde la
perspectiva sociológica como una sociedad caracterizada por la igualdad de
condiciones, desarrollándose dentro de un sistema político republicano. La
intención original de la expresión democracia social nos muestra una sociedad
cuyo modo de vivir exige que sus miembros se vean y se traten como
socialmente iguales. Lo anterior, sin embargo, al menos históricamente, no
puede traducirse en el libramiento de regímenes opresores y abandono del
sistema feudal, sino que esta especie de democracia repugnaba a la aristocracia
como sistema caracterizado por su estructuración vertical y daba paso a una
estructura social horizontal.
La idea de una democracia económica es consecuencia de la revolución
industrial y surge una forma de localización de la democracia circunscribiéndola
a las fuentes trabajo como fórmulas de organización y gestión laboral y como vía
para acceder a la igualdad económica, mediante la eliminación de los extremos
pobreza-riqueza que favorezcan el bienestar generalizado.
La democracia política tiene como referente esencial, el que una sociedad dada
pueda actuar en el marco de libertad e igualdad garantizadas por un marco
jurídico, que permita a sus miembros tomar las decisiones fundamentales y
organizar libremente sus instituciones.
Estas tres manifestaciones de la democracia nos permite construir un marco de
referencia de relaciones necesarias de jerarquía y complementariedad: la
democracia política es requisito sine qua non de la social y la económica, y éstas
a su vez, con su desarrollo y evolución complementan y refuerzan aquella.
III. Lo Constitucional.
Primeramente, es obligado partir de la idea de que lo constitucional es lo
relacionado, vinculado o subordinado a una “constitución”, lo cual nos lleva a la
necesidad de definir qué es una Constitución, en términos del lenguaje jurídico.
Etimológicamente se dice proviene del latín constitutio-onis.
Comúnmente, siguiendo el pensamiento de Aristóteles se entiende por
Constitución a la ley fundamental que define la organización estatal o bien se
asocia con el sistema de gobierno que ostenta cada entidad estatal.
(Para
Aristóteles una Constitución política tiene una doble representación, por una
parte es “la organización regular de todas las magistraturas, principalmente de
la magistratura que es dueña y soberana de todo...” y, por otra “la Constitución
misma es el gobierno...” (La política, Libro III, CC I y IV).
Para Kelsen, (desde la perspectiva de la teoría del Derecho) “la Constitución en
sentido material está constituida por los preceptos que regulan la creación de
normas jurídicas generales y, especialmente, la creación de leyes” y en sentido
formal nos dice que “es cierto documento solemne, un conjunto de normas
jurídicas que sólo pueden ser modificadas mediante la observancia de
prescripciones especiales cuyo objeto es dificultar la modificación de tales
normas”.
Desde el ángulo de la teoría política es preciso que una Constitución comprenda
la delimitación y regulación de la competencia de los órganos estatales, es ese
sentido Jellinek sostiene “La Constitución abarca los principios jurídicos que
designan a los órganos supremos del Estado, los modos de su creación, sus
relaciones mutuas, fijan el círculo de su acción, y, por último, la situación de
cada uno de ellos respecto del poder del Estado”.
IV. Justicia y Democracia Constitucional.
La construcción gramatical “Justicia y democracia constitucional” nos lleva a un
campo de análisis diverso de lo hasta aquí visto, en el que es dable aplicar el
principio aristotélico de que el todo es algo más que la suma de sus partes.
Aunque no forma parte de la intención temática, no quiero pasar por alto que
dentro de la expresión titular aparece como subespecie o subconjunto la justicia
constitucional, la cual merecería un trato particular y aparte, por la importancia
política y jurídica, como forma de control, que reviste en cualesquiera de sus
manifestaciones más frecuentes: como control judicial de la constitucionalidad
de las leyes y como jurisdicción constitucional de las libertades.
El control judicial de la constitucionalidad de las leyes; que caracteriza a las
llamadas Constituciones rígidas; se traduce en la necesaria supremacía de la
Constitución, que deviene en un obstáculo al legislador. Por su parte, la justicia o
jurisdicción constitucional de las libertades comprende los recursos y
procedimientos que tienen como objeto específico la protección judicial de las
derechos fundamentales que el orden jurídico reserva a los gobernados o como
recursos oponibles a los actos del poder público que vulneren dichos derechos.
Para los propósitos de este trabajo, tomaré como sustento la idea de lo
constitucional aplicándolo como calificador de lo que concierne a la democracia
y a la justicia,
en términos de que éstas son instrumentos que favorecen,
cuando menos idealmente, el ejercicio de los derechos fundamentales
consagrados constitucionalmente, muchos de ellos previstos desde la idea
original de la Constitución, otros producto de la evolución de la sociedad
mexicana
y algunos merced a la influencia de las transformaciones en las
relaciones internacionales.
Preciso será tocar temas relacionados con la política y la economía y las
implicaciones sociales y jurídicas que forzosamente resultan. Es innegable que
el mundo actual se caracteriza por las tendencias que dictan los procesos de
globalización, creando nuevas formas de relación impuestas por las tendencias
de mercado y su influencia en la vida social, política y jurídica de cada sociedad
nacional, afectada por dichas tendencias.
Particularmente las ideas de democracia y justicia están siendo moldeadas
conforme a nuevos parámetros y condiciones que implican nuevos contextos y
transformaciones de la política y los valores.
Referirse a
democracia y justicia
es pensar en una dinámica colectiva de
autodeterminación y, por tanto, la construcción y/o reconstrucción del orden
social en cierto sentido y bajo el marco de ciertos valores, en cuyo caso
adquieren particular relevancia los procesos mediante los cuales se busca
acceder a ese orden social y las instituciones a través de las cuales se pretende
su construcción o reconstrucción.
Tomemos como referentes algunas disposiciones constitucionales contenidas
fundamentalmente en los artículos 3, 9, 25, 26, 35, 36, 39, 40 y 41.
Es una verdadera lección la expresión del artículo 3 de la Constitución, el que,
si bien su intención fundamental concierne a la educación, no obsta para que
ésta pueda ser instrumento a través del cual el Estado acceda a algunos de
sus propósitos. Su fracción II contiene una definición de democracia entendida
en tres planos o perspectivas: 1) como estructura jurídica; 2) como régimen
político; y, 3) como sistema de vida fundado en el constante mejoramiento
económico, social y cultural del pueblo.
En el primer plano, es decir, como estructura jurídica, convendría reflexionar
acerca no solamente de si la conformación de la estructura jurídica del poder
público obedece al ideal valorativo del pueblo o si las instituciones creadas son
democráticas, sino acerca de que si la democracia se traduce en
gobernar
democráticamente.
En el segundo plano, como régimen político, habría que ver si las instituciones y
prácticas
políticas
resultan
pertinentes no
solamente
en
términos de
gobernabilidad desde la perspectiva política sino también desde la perspectiva
de un orden social con aplicación a la justicia.
En el ámbito político habría que ver los aspectos de legitimidad y eficacia de
instituciones y procesos.
En el espacio social habría que ver si las acciones tanto de gobierno como de
los actores de la política tienen como propósito el orden social en términos de
las necesidades colectivas eficazmente satisfechas.
El tercer plano, además de ser norma suprema por ser contenido constitucional,
lo es también por el objeto y contenido de nuestros compromisos
internacionales. Los que favorecen la idea de medir el desarrollo de la defensa
de los derechos humanos generacionalmente, habrían de decir que en esta
parte del artículo Tercero de nuestra Constitución está representada la esencia
de la llamada segunda generación de Derechos Humanos.
Pareciera que en nuestro país esto se colma en virtud de las disposiciones
constitucionales, sin embargo la realidad nacional apunta en dirección distinta,
opuesta en muchos casos.
La perspectiva de un régimen democrático aún aparece lejana, no obstante la
incipiente posibilidad de la alternancia en el poder como un recurso que pudiera
facilitarla.
Prima faccia nos debiera parecer que el complemento natural y obligado de la
previsión del artículo tercero constitucional fuesen los contenidos relativos de los
artículos 25 y 26, por lo que hace a la disposición que reserva la rectoría en
materia económica al Estado con la finalidad de lograr un desarrollo integral
como presupuesto básico de la soberanía de la nación y del desarrollo de un
régimen democrático, basados a su vez en el crecimiento de la economía y del
empleo, así como la justa distribución del ingreso y la riqueza, determinándose
que tal situación se logra con la obligación estatal de promover a los sectores
público, privado y social y, además, bajo las modalidades que dicte el interés
público. Para evitar que tan enorme e importante tarea y acciones quedasen al
capricho del gobernante, el legislador dispone un mecanismo significativo,
aunque no operante, como lo es la planeación democrática de la cual dependen
la solidez, dinamismo, permanencia y equidad del crecimiento de la economía,
como requisitos para la democratización política, social y cultural de la nación.
La historia y la propia realidad nos muestran que la economía nacional lejos de
obedecer a una planeación democrática y perseguir los fines que delimitan los
artículos 3, 25 y 26, más bien obedecen a modas sexenales, siguiendo modelos
incapaces de responder eficazmente a las exigencias y necesidades sociales
más elementales.
Muchas veces, so pretexto de la globalización, la cual es innegable, hemos
transitado por tendencias liberales, liberales a ultranza, desarrollistas y
neoliberales, aderezados con proceso de trasnacionalización financiera,
dependencia tecnológica y procesos de producción decididos y dictados desde
fuera, que hacen propicio un ambiente en que prácticamente no existe una
economía propiamente nacional y donde el Estado pasa a ser un mero
subsidiario y facilitador y no el rector de la economía como lo ordena la
Constitución, lo que supone un Estado con preocupación y capacidad para ser el
responsable de que los tres sectores alcancen la estatura necesaria para la
competencia y competitividad.
Tal parece que los gobernantes suponen que el mercado pudiera ser la base de
un orden social, cosa que no es cierta ni posible y, menos aún, si quisiéramos
que dicho orden social fuese, además, justo.
Desde la perspectiva de la realidad nacional:
¿Podemos hablar de que se viva la justicia económica según aspiración del
legislador, plasmada en los artículos 3, 25 y 26?
¿Podríamos
ignorar
el
incumplimiento
sistemático
de
los
derechos
fundamentales de millones de mexicanos que viven en la miseria, el abandono y
la marginación?
La enorme debilidad jurídica es que estos derechos fundamentales, mismos que
en el plano internacional son de la categoría de Derechos Humanos aparecen en
el texto constitucional como directrices o normas de las llamadas programáticas
y no como reglas que se identificaran como garantías. Ambas son normas de
categoría constitucional, pero ¿igualmente exigibles?
Por otra parte, es importante considerar que la política cada vez más deja de ser
reguladora de la sociedad porque ya no es la sociedad quien la delinea y opera,
en virtud de su institucionalización y a que en ese proceso de institucionalización
ha perdido parte de su esencia, desnaturalizándose en su quehacer natural.
Tanto del proceso, como de las consecuencias un ejemplo podría ser un evento
acaecido en 1994, conocido en esa época como "Pacto de los Pinos", pero
convenido bajo el rubro de "Acuerdo por la Paz, la Democracia y la Justicia", el
cual refleja no solamente el proceso de descomposición
legitimidad de la política
y
pérdida de
En lo que hace al proceso de institucionalización parte se debe a la reforma al
artículo 41 Constitucional que da vida a la preferencia de la legalidad sobre la
legitimidad. Por virtud de esa reforma ya no es la sociedad la autorreguladora de
la vida política sino los partidos que pasan a ser entes de interés público.
Pero, ¿A esos entes de interés público les importa el interés público?
Formalmente tienen los partidos la encomienda constitucional de promover la
participación del pueblo.
Habría que cuestionar:
¿Conviene a los intereses de los partidos una participación ciudadana real? , o
acaso, ¿les será más rentable electoralmente la abstención? Según el mandato
constitucional los partidos están llamados a ser un medio para la democracia.
La cuestión es ¿al interior sus prácticas serán democráticas?
La reforma formaliza que la dirección y límites del orden social dejen de ser
asunto de la sociedad y de los ciudadanos para ser la base del poder de los
partidos y los grupos de poder detrás o dentro de ellos quienes operen la vida
nacional, conforme los intereses que representan. Desde esta perspectiva,
¿Podrán los partidos políticos representar los grandes intereses nacionales?
La ciudadanización de los procesos e integración de los órganos electorales y la
limitación a entes de gobierno en la actividad electoral es decidida como fórmula
para que la vida electoral en el país dejara de ser una mera actividad de
gobierno y mudase a asunto de Estado, como lo previene la reforma
constitucional, no obstante, los últimos acontecimientos , tanto a nivel nacional
como local, indican que el rumbo se perdió; son los partidos y no los ciudadanos
los centros de decisión.
Mención especial merece esta reforma, además, toda vez que la prerrogativa del
voto se ve constreñida a que la actividad vaya asociada forzosamente a un
partido político tanto en su aspecto activo como en
el pasivo. Con lo cual,
¿acaso no se limita el ejercicio de la libertad individual, más allá del argumento
simplista de que
tanto el voto como la asociación política son libres y de
voluntad y decisión personal, cuando simple y llanamente esa libertad, esa
voluntad y decisión personales dejan de ser libres porque el ciudadano ha de
atarlas -subordinarlas- a un partido político?
Las posibilidades de aspirar a una justicia y democracia constitucionales son
nulas en tanto la letra y espíritu del artículo 39 constitucional se vea reducido a
ornato inoperante bajo la justificación de una democracia representativa, en
virtud de que siendo, cuando menos desde la formalidad del dispositivo
constitucional, por el que el depositario esencial y original de la soberanía es el
pueblo de quien debiera dimanar el poder público y tener efectivamente el
Derecho de alterar o modificar la forma de gobierno.
La validez de lo dicho anteriormente estriba en que en nuestro país el sistema
representativo es abusivo y nugatorio de la disposición constitucional, cuando
menos por las siguientes razones:
Primera: Paradójicamente, el soberano –el pueblo- es subordinado y ni siquiera
a sus súbditos, sino a quienes limitan a sus súbditos: los partidos políticos;
Segunda: El pueblo –como soberano- se ve sometido a la limitación que le
impone un
sistema de
representación basado en la preeminencia de los
partidos;
Tercera: Porque los ciudadanos como parte activa de la vida política no poseen
ni constitucional ni legalmente instrumentos que les permitan ejercer su derecho
a alterar o modificar la forma de gobierno si así lo deseasen, como tampoco
existe remedio legal en favor de los ciudadanos contra las malas actuaciones,
inacción o ineficacia de los representantes.
El ideal contenido en el artículo 39 exige que las limitaciones, vicios y corrupción
del sistema de representación puedan ser atacadas por quien es el soberano; el
pueblo, conforme a medios e instrumentos reconocidos en calidad de norma
fundamental y reglados legalmente.
Un medio sería la creación de un Poder Electoral, independiente de los
tradicionales y que sea operado por los ciudadanos en marco legal pertinente al
ideal constitucional donde realmente el ciudadano sea libre de ejercer
su
derecho de asociación política y de votar y ser votado en un ambiente de real
libertad.
Otro medio lo constituye la creación de un escenario jurídico que obligue a los
funcionarios públicos y representantes populares a la rendición de cuentas, lo
cual implicaría la creación de una contraloría ciudadana.
Como fórmula
indispensable para poder transitar hacia una democracia y
justicia constitucionales debe dotarse al pueblo de instrumentos que le permitan
actualizar el contenido del artículo 39, no solamente como medio para corregir
desviaciones del poder público y de sus entes e instituciones, sino como medios
preventivos de acciones y conductas contrarias al interés nacional, dichos
instrumentos forman parte ya de muchos escenarios de la geografía política,
como son: el plebiscito, el referéndum, la revocación del mandato, las
candidaturas independientes y la iniciativa popular.
Naturalmente que para la creación de los medios e instrumentos invocados haría
falta todo un proceso de información y consulta a la sociedad para que fuera
ésta la que determinara las reglas y condiciones, de lo contrario, tendríamos
instrumentos truncos e ineficaces como en caso de Baja California.
V. Consideraciones finales.
De lo dicho podríamos concluir, preguntándonos:
¿Podemos hablar de
justicia y democracia constitucionales, mientras los
derechos fundamentales de los mexicanos estén insatisfechos y lo están en
medida de la miseria que aqueja a millones, traducida en carencia de alimentos,
medicinas, escuelas, seguridad y empleo?
¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras siga el
señorío de la corrupción en el manejo del poder y de las instituciones públicas?
¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras impere la
impunidad que favorece a los criminales y, lo que es peor aún, a quienes actúan
ilícitamente al amparo de una función pública o la representación del pueblo?
¿Podemos hablar de
justicia y democracia constitucionales, mientras los
partidos políticos, sostenidos con el erario público, sean fuente de corrupción e
instrumentos de intereses particulares?
¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras el pueblo
no cuente con medios e instrumentos que le permitan ejercer su calidad de
soberano?
¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras la acción
del poder legislativo no refleje las aspiraciones y necesidades de la sociedad?
¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras el poder
judicial de margen a dudar de su imparcialidad?
¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras el poder
ejecutivo represente una administración pública que obedece a intereses
distintos del interés nacional?
¿Podemos hablar de
justicia y democracia constitucionales, cuando todo lo
anterior, conjunta o separadamente,
son
ingredientes
gobernabilidad y ponen en entredicho el estado de derecho?
que limitan
la
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