Justicia y Democracia Constitucional Mtro. José Antonio Figueroa Valenzuela Introducción. En principio, pareciera a primera vista, que ligar en una misma línea de expresión gramatical tres vocablos autónomos de suyo, es tarea complicada, y lo es, puesto que en su singularidad cada uno tiene propios límites y dimensiones: Justicia y Democracia Constitucional. La aplicación de principios de la matemática nos permite combinar esos tres vocablos y obtener distintos objetos de estudio. De ello resulta que podemos enfocar la tarea hacia el análisis de aspectos constitucionales de la democracia o de la justicia; o bien podríamos referirnos a la justicia asociada a la democracia; no podríamos omitir las posibilidades de que la idea fuese encaminada a la noción de democracia constitucional o de justicia constitucional. Esto, naturalmente como un valor agregado al estudio por separado de cada uno de los vocablos. Como antecedente, resulta importante e interesante en la medida que cada una de esas vertientes obligaría en su análisis a la incorporación de contenidos de muy variada naturaleza y alcance. Desde mi particular punto de vista y por razón de método, abordaré cada una de las expresiones desde un ángulo particularmente útil a mi interés, con la intención de que finalmente la expresión titular tenga un contenido congruente y pertinente al análisis, intentando favorecer las conclusiones correspondientes. I. La Justicia. Ulpiano definía la justicia diciendo que “es la constante y perpetua voluntad de dar a cada quien lo suyo”. Pareciera más bien que el pensamiento de Ulpiano tiene más cercanía con la ética o con la descripción de una virtud moral. Por otra parte, el pensamiento aristotélico de la justicia nos encamina a la idea de que a quienes sean iguales se les trate igual y de manera desigual a los desiguales. Etimológicamente se hace derivar a justicia de la voz latina justitia, que a su vez proviene de jus, que equivale a “justo”. Algunos acotamientos ponen a la justicia como un fin del Derecho y se aduce que es al Derecho a quien compete el discernir entre lo que es justo y lo que no lo es, lo cual ha de lograrse con la aplicación de criterios y principios, encontrándose la debilidad en esta posición representada por el hecho de que el Derecho suele ser producto del poder público que se manifiesta en las diferentes formas en que el Estado pueda prescribir. La debilidad del Derecho es que es un producto político, por tanto, orientado a servir a quien lo procrea desde la detentación de un cierto grado y ejercicio de poder, lo cual nos explica la dificultad, si es que no imposibilidad, de que pueda ser el Derecho vehículo eficaz para acceder a la justicia Por otra parte si tomamos como punto de partida el pensamiento de Ulpiano tendríamos que la justicia como criterio racional o instrumento del discernimiento entre lo justo y lo injusto, hoy, por lo menos tendría tres formas de manifestación: como justicia legal, como justicia conmutativa y como justicia distributiva . El denominador común de las tres es que se refieren a las relaciones de los individuos con el Estado, al cual habría que entender como summun de la propia colectividad social; la característica distintiva entre ellas estriba en que las formas de relación se dan en términos de diferencias jurídicamente relevantes: la primera se refiere a las formas de relación de los individuos, el Estado y la sociedad en el marco de deberes y derechos debidos mutuamente, no obstante, los individuos aparecen como subordinados; la segunda rige relaciones de cambio entre aparentes iguales y la tercera alude a las relaciones de la sociedad y el Estado con el individuo en el que se reconoce la desigualdad y se aspira a corregirla en proporción a las necesidades y buscando el bien común. II. La Democracia. Tradicionalmente se alude a la democracia en su acepción etimológica y traducimos: gobierno del pueblo. En este sentido Abraham Lincoln sostenía la idea de la democracia como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Dentro de la teoría y doctrina política moderna suele emplearse como medio para la justificación de formas del poder público presuntamente legitimado en la voluntad soberana del pueblo que elige a sus gobernantes, dando vida a los sistemas de representación. En el caso particular del sistema jurídico y político mexicanos pareciera centrarse en esta idea de la soberanía popular y generalmente se usa como punto de sustento lo establecido en los artículos 39 y 40 de nuestra Carta Magna, en tanto se aluden a que la soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo y a la voluntad del pueblo mexicano de constituirse en una república representativa y democrática No obstante, esa fórmula de entendimiento no resuelve el problema del contenido de la democracia, pues solamente se alude a la forma o formas con que suele presentarse, matizada con el grado en que a los ciudadanos les sea dado y permitido participar en la organización del poder público y las formas en que sea ejercido éste. Por otra parte, la historia nos muestra diferentes etapas en la evolución de la concepción y ejercicio de la democracia. En el caso de Grecia, la democracia está asociada íntimamente con el ideal de que sea el pueblo el depositario de las decisiones fundamentales, de donde se desprende la idea de que la soberanía es ejercida idealmente por los ciudadanos en su conjunto, con la sola condición del respeto a la ley. No obstante haber partido del modelo griego, Roma presenta un panorama de matices marcados y contradicciones profundas, representados aquellos por las formas que adopta el Estado romano y éstas por las confrontaciones clasistas y discriminatorias que dieron pie a luchas entre patricios y plebeyos y ciudadanos y no ciudadanos. Es frecuente encontrar la idea de que el Estado moderno se finca en las experiencias de la independencia de los Estados Unidos de América y la revolución francesa y de ahí sostener que surge una nueva forma de democracia a la que se ha denominado indirecta o representativa, partiendo del hecho de que los ciudadanos eligen a ciertos órganos del poder público, el cual tiene como nuevo signo su ejercicio dividido en funciones específicas identificadas con la fórmula de Montesquieu de la división de poderes. Lo anterior pareciera sugerirnos la idea de que hubo alguna vez una democracia directa, no representativa. Cuestión bastante discutible, pues aún en el caso griego la práctica de la vida democrática apuntaba en otro sentido, una ciudad o polis sería democrática en la medida en que la ley hacía iguales y libres a los ciudadanos. Idealmente la ciudadanía en su conjunto era depositaria de la soberanía y, por tanto, sería la polis el instrumento para asegurar a sus miembros las decisiones y valores fundamentales, generalmente asociados con la igualdad y la libertad como ideas básicas. La vida pública resumía que la comunidad era democrática en la medida del cumplimiento de tres concretizar a los requisitos, siendo el primero condición ineludible para otros dos: (1) que la ley –núcleo esencial e indispensable- fuese la misma para todos constituyendo lo que interpretaban los griegos como isonomía, lo cual garantizaría el marco de libertad e igualdad que (2) permitieran al ciudadano participar en la toma de decisiones, generalmente representada por los debates públicos y, (3) tener franca la oportunidad de participar en el gobierno de la polis, constitutivo este derecho de lo que los griegos denominaban isocracia. Sin embargo ello no implicaba la obligada participación de la ciudadanía en su conjunto, como idealmente es de suponerse. Por principio el ejercicio de las libertades y derechos políticos eran reservados a los politai, excluyendo a otros miembros o habitantes de la ciudad o polis, los esclavos y extranjeros, por ejemplo. Regularmente los portadores del ejercicio de los derechos políticos constituían apenas el 10% de la población general y de este reducido universo las asambleas políticas se reducían, a su vez, en la misma proporción, es decir: a su 10%. Esto equivale a que las decisiones eran tomadas, en el mejor de los casos con la participación del 1 % de la población. No obstante, históricamente se dice que la democracia griega era una democracia directa. Desde la perspectiva histórica, la expresión democracia aparece relacionada a una entidad política: aludiendo a la forma que adopta el Estado o refiriéndose a la forma de gobierno, sin embargo la evolución en las relaciones sociales, políticas y jurídicas han hecho aparecer otras formas de asociación o “especies” de democracia. Para los fines del presente caso me limito a tres de ellas: democracia social, democracia económica y democracia política. Encontramos en A. de Tocqueville (De la démocratie en Amérique y L’antico régime e la revoluzione) la interpretación de la sociedad norteamericana en el primer medio siglo de su independencia, a la cual identificaba desde la perspectiva sociológica como una sociedad caracterizada por la igualdad de condiciones, desarrollándose dentro de un sistema político republicano. La intención original de la expresión democracia social nos muestra una sociedad cuyo modo de vivir exige que sus miembros se vean y se traten como socialmente iguales. Lo anterior, sin embargo, al menos históricamente, no puede traducirse en el libramiento de regímenes opresores y abandono del sistema feudal, sino que esta especie de democracia repugnaba a la aristocracia como sistema caracterizado por su estructuración vertical y daba paso a una estructura social horizontal. La idea de una democracia económica es consecuencia de la revolución industrial y surge una forma de localización de la democracia circunscribiéndola a las fuentes trabajo como fórmulas de organización y gestión laboral y como vía para acceder a la igualdad económica, mediante la eliminación de los extremos pobreza-riqueza que favorezcan el bienestar generalizado. La democracia política tiene como referente esencial, el que una sociedad dada pueda actuar en el marco de libertad e igualdad garantizadas por un marco jurídico, que permita a sus miembros tomar las decisiones fundamentales y organizar libremente sus instituciones. Estas tres manifestaciones de la democracia nos permite construir un marco de referencia de relaciones necesarias de jerarquía y complementariedad: la democracia política es requisito sine qua non de la social y la económica, y éstas a su vez, con su desarrollo y evolución complementan y refuerzan aquella. III. Lo Constitucional. Primeramente, es obligado partir de la idea de que lo constitucional es lo relacionado, vinculado o subordinado a una “constitución”, lo cual nos lleva a la necesidad de definir qué es una Constitución, en términos del lenguaje jurídico. Etimológicamente se dice proviene del latín constitutio-onis. Comúnmente, siguiendo el pensamiento de Aristóteles se entiende por Constitución a la ley fundamental que define la organización estatal o bien se asocia con el sistema de gobierno que ostenta cada entidad estatal. (Para Aristóteles una Constitución política tiene una doble representación, por una parte es “la organización regular de todas las magistraturas, principalmente de la magistratura que es dueña y soberana de todo...” y, por otra “la Constitución misma es el gobierno...” (La política, Libro III, CC I y IV). Para Kelsen, (desde la perspectiva de la teoría del Derecho) “la Constitución en sentido material está constituida por los preceptos que regulan la creación de normas jurídicas generales y, especialmente, la creación de leyes” y en sentido formal nos dice que “es cierto documento solemne, un conjunto de normas jurídicas que sólo pueden ser modificadas mediante la observancia de prescripciones especiales cuyo objeto es dificultar la modificación de tales normas”. Desde el ángulo de la teoría política es preciso que una Constitución comprenda la delimitación y regulación de la competencia de los órganos estatales, es ese sentido Jellinek sostiene “La Constitución abarca los principios jurídicos que designan a los órganos supremos del Estado, los modos de su creación, sus relaciones mutuas, fijan el círculo de su acción, y, por último, la situación de cada uno de ellos respecto del poder del Estado”. IV. Justicia y Democracia Constitucional. La construcción gramatical “Justicia y democracia constitucional” nos lleva a un campo de análisis diverso de lo hasta aquí visto, en el que es dable aplicar el principio aristotélico de que el todo es algo más que la suma de sus partes. Aunque no forma parte de la intención temática, no quiero pasar por alto que dentro de la expresión titular aparece como subespecie o subconjunto la justicia constitucional, la cual merecería un trato particular y aparte, por la importancia política y jurídica, como forma de control, que reviste en cualesquiera de sus manifestaciones más frecuentes: como control judicial de la constitucionalidad de las leyes y como jurisdicción constitucional de las libertades. El control judicial de la constitucionalidad de las leyes; que caracteriza a las llamadas Constituciones rígidas; se traduce en la necesaria supremacía de la Constitución, que deviene en un obstáculo al legislador. Por su parte, la justicia o jurisdicción constitucional de las libertades comprende los recursos y procedimientos que tienen como objeto específico la protección judicial de las derechos fundamentales que el orden jurídico reserva a los gobernados o como recursos oponibles a los actos del poder público que vulneren dichos derechos. Para los propósitos de este trabajo, tomaré como sustento la idea de lo constitucional aplicándolo como calificador de lo que concierne a la democracia y a la justicia, en términos de que éstas son instrumentos que favorecen, cuando menos idealmente, el ejercicio de los derechos fundamentales consagrados constitucionalmente, muchos de ellos previstos desde la idea original de la Constitución, otros producto de la evolución de la sociedad mexicana y algunos merced a la influencia de las transformaciones en las relaciones internacionales. Preciso será tocar temas relacionados con la política y la economía y las implicaciones sociales y jurídicas que forzosamente resultan. Es innegable que el mundo actual se caracteriza por las tendencias que dictan los procesos de globalización, creando nuevas formas de relación impuestas por las tendencias de mercado y su influencia en la vida social, política y jurídica de cada sociedad nacional, afectada por dichas tendencias. Particularmente las ideas de democracia y justicia están siendo moldeadas conforme a nuevos parámetros y condiciones que implican nuevos contextos y transformaciones de la política y los valores. Referirse a democracia y justicia es pensar en una dinámica colectiva de autodeterminación y, por tanto, la construcción y/o reconstrucción del orden social en cierto sentido y bajo el marco de ciertos valores, en cuyo caso adquieren particular relevancia los procesos mediante los cuales se busca acceder a ese orden social y las instituciones a través de las cuales se pretende su construcción o reconstrucción. Tomemos como referentes algunas disposiciones constitucionales contenidas fundamentalmente en los artículos 3, 9, 25, 26, 35, 36, 39, 40 y 41. Es una verdadera lección la expresión del artículo 3 de la Constitución, el que, si bien su intención fundamental concierne a la educación, no obsta para que ésta pueda ser instrumento a través del cual el Estado acceda a algunos de sus propósitos. Su fracción II contiene una definición de democracia entendida en tres planos o perspectivas: 1) como estructura jurídica; 2) como régimen político; y, 3) como sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo. En el primer plano, es decir, como estructura jurídica, convendría reflexionar acerca no solamente de si la conformación de la estructura jurídica del poder público obedece al ideal valorativo del pueblo o si las instituciones creadas son democráticas, sino acerca de que si la democracia se traduce en gobernar democráticamente. En el segundo plano, como régimen político, habría que ver si las instituciones y prácticas políticas resultan pertinentes no solamente en términos de gobernabilidad desde la perspectiva política sino también desde la perspectiva de un orden social con aplicación a la justicia. En el ámbito político habría que ver los aspectos de legitimidad y eficacia de instituciones y procesos. En el espacio social habría que ver si las acciones tanto de gobierno como de los actores de la política tienen como propósito el orden social en términos de las necesidades colectivas eficazmente satisfechas. El tercer plano, además de ser norma suprema por ser contenido constitucional, lo es también por el objeto y contenido de nuestros compromisos internacionales. Los que favorecen la idea de medir el desarrollo de la defensa de los derechos humanos generacionalmente, habrían de decir que en esta parte del artículo Tercero de nuestra Constitución está representada la esencia de la llamada segunda generación de Derechos Humanos. Pareciera que en nuestro país esto se colma en virtud de las disposiciones constitucionales, sin embargo la realidad nacional apunta en dirección distinta, opuesta en muchos casos. La perspectiva de un régimen democrático aún aparece lejana, no obstante la incipiente posibilidad de la alternancia en el poder como un recurso que pudiera facilitarla. Prima faccia nos debiera parecer que el complemento natural y obligado de la previsión del artículo tercero constitucional fuesen los contenidos relativos de los artículos 25 y 26, por lo que hace a la disposición que reserva la rectoría en materia económica al Estado con la finalidad de lograr un desarrollo integral como presupuesto básico de la soberanía de la nación y del desarrollo de un régimen democrático, basados a su vez en el crecimiento de la economía y del empleo, así como la justa distribución del ingreso y la riqueza, determinándose que tal situación se logra con la obligación estatal de promover a los sectores público, privado y social y, además, bajo las modalidades que dicte el interés público. Para evitar que tan enorme e importante tarea y acciones quedasen al capricho del gobernante, el legislador dispone un mecanismo significativo, aunque no operante, como lo es la planeación democrática de la cual dependen la solidez, dinamismo, permanencia y equidad del crecimiento de la economía, como requisitos para la democratización política, social y cultural de la nación. La historia y la propia realidad nos muestran que la economía nacional lejos de obedecer a una planeación democrática y perseguir los fines que delimitan los artículos 3, 25 y 26, más bien obedecen a modas sexenales, siguiendo modelos incapaces de responder eficazmente a las exigencias y necesidades sociales más elementales. Muchas veces, so pretexto de la globalización, la cual es innegable, hemos transitado por tendencias liberales, liberales a ultranza, desarrollistas y neoliberales, aderezados con proceso de trasnacionalización financiera, dependencia tecnológica y procesos de producción decididos y dictados desde fuera, que hacen propicio un ambiente en que prácticamente no existe una economía propiamente nacional y donde el Estado pasa a ser un mero subsidiario y facilitador y no el rector de la economía como lo ordena la Constitución, lo que supone un Estado con preocupación y capacidad para ser el responsable de que los tres sectores alcancen la estatura necesaria para la competencia y competitividad. Tal parece que los gobernantes suponen que el mercado pudiera ser la base de un orden social, cosa que no es cierta ni posible y, menos aún, si quisiéramos que dicho orden social fuese, además, justo. Desde la perspectiva de la realidad nacional: ¿Podemos hablar de que se viva la justicia económica según aspiración del legislador, plasmada en los artículos 3, 25 y 26? ¿Podríamos ignorar el incumplimiento sistemático de los derechos fundamentales de millones de mexicanos que viven en la miseria, el abandono y la marginación? La enorme debilidad jurídica es que estos derechos fundamentales, mismos que en el plano internacional son de la categoría de Derechos Humanos aparecen en el texto constitucional como directrices o normas de las llamadas programáticas y no como reglas que se identificaran como garantías. Ambas son normas de categoría constitucional, pero ¿igualmente exigibles? Por otra parte, es importante considerar que la política cada vez más deja de ser reguladora de la sociedad porque ya no es la sociedad quien la delinea y opera, en virtud de su institucionalización y a que en ese proceso de institucionalización ha perdido parte de su esencia, desnaturalizándose en su quehacer natural. Tanto del proceso, como de las consecuencias un ejemplo podría ser un evento acaecido en 1994, conocido en esa época como "Pacto de los Pinos", pero convenido bajo el rubro de "Acuerdo por la Paz, la Democracia y la Justicia", el cual refleja no solamente el proceso de descomposición legitimidad de la política y pérdida de En lo que hace al proceso de institucionalización parte se debe a la reforma al artículo 41 Constitucional que da vida a la preferencia de la legalidad sobre la legitimidad. Por virtud de esa reforma ya no es la sociedad la autorreguladora de la vida política sino los partidos que pasan a ser entes de interés público. Pero, ¿A esos entes de interés público les importa el interés público? Formalmente tienen los partidos la encomienda constitucional de promover la participación del pueblo. Habría que cuestionar: ¿Conviene a los intereses de los partidos una participación ciudadana real? , o acaso, ¿les será más rentable electoralmente la abstención? Según el mandato constitucional los partidos están llamados a ser un medio para la democracia. La cuestión es ¿al interior sus prácticas serán democráticas? La reforma formaliza que la dirección y límites del orden social dejen de ser asunto de la sociedad y de los ciudadanos para ser la base del poder de los partidos y los grupos de poder detrás o dentro de ellos quienes operen la vida nacional, conforme los intereses que representan. Desde esta perspectiva, ¿Podrán los partidos políticos representar los grandes intereses nacionales? La ciudadanización de los procesos e integración de los órganos electorales y la limitación a entes de gobierno en la actividad electoral es decidida como fórmula para que la vida electoral en el país dejara de ser una mera actividad de gobierno y mudase a asunto de Estado, como lo previene la reforma constitucional, no obstante, los últimos acontecimientos , tanto a nivel nacional como local, indican que el rumbo se perdió; son los partidos y no los ciudadanos los centros de decisión. Mención especial merece esta reforma, además, toda vez que la prerrogativa del voto se ve constreñida a que la actividad vaya asociada forzosamente a un partido político tanto en su aspecto activo como en el pasivo. Con lo cual, ¿acaso no se limita el ejercicio de la libertad individual, más allá del argumento simplista de que tanto el voto como la asociación política son libres y de voluntad y decisión personal, cuando simple y llanamente esa libertad, esa voluntad y decisión personales dejan de ser libres porque el ciudadano ha de atarlas -subordinarlas- a un partido político? Las posibilidades de aspirar a una justicia y democracia constitucionales son nulas en tanto la letra y espíritu del artículo 39 constitucional se vea reducido a ornato inoperante bajo la justificación de una democracia representativa, en virtud de que siendo, cuando menos desde la formalidad del dispositivo constitucional, por el que el depositario esencial y original de la soberanía es el pueblo de quien debiera dimanar el poder público y tener efectivamente el Derecho de alterar o modificar la forma de gobierno. La validez de lo dicho anteriormente estriba en que en nuestro país el sistema representativo es abusivo y nugatorio de la disposición constitucional, cuando menos por las siguientes razones: Primera: Paradójicamente, el soberano –el pueblo- es subordinado y ni siquiera a sus súbditos, sino a quienes limitan a sus súbditos: los partidos políticos; Segunda: El pueblo –como soberano- se ve sometido a la limitación que le impone un sistema de representación basado en la preeminencia de los partidos; Tercera: Porque los ciudadanos como parte activa de la vida política no poseen ni constitucional ni legalmente instrumentos que les permitan ejercer su derecho a alterar o modificar la forma de gobierno si así lo deseasen, como tampoco existe remedio legal en favor de los ciudadanos contra las malas actuaciones, inacción o ineficacia de los representantes. El ideal contenido en el artículo 39 exige que las limitaciones, vicios y corrupción del sistema de representación puedan ser atacadas por quien es el soberano; el pueblo, conforme a medios e instrumentos reconocidos en calidad de norma fundamental y reglados legalmente. Un medio sería la creación de un Poder Electoral, independiente de los tradicionales y que sea operado por los ciudadanos en marco legal pertinente al ideal constitucional donde realmente el ciudadano sea libre de ejercer su derecho de asociación política y de votar y ser votado en un ambiente de real libertad. Otro medio lo constituye la creación de un escenario jurídico que obligue a los funcionarios públicos y representantes populares a la rendición de cuentas, lo cual implicaría la creación de una contraloría ciudadana. Como fórmula indispensable para poder transitar hacia una democracia y justicia constitucionales debe dotarse al pueblo de instrumentos que le permitan actualizar el contenido del artículo 39, no solamente como medio para corregir desviaciones del poder público y de sus entes e instituciones, sino como medios preventivos de acciones y conductas contrarias al interés nacional, dichos instrumentos forman parte ya de muchos escenarios de la geografía política, como son: el plebiscito, el referéndum, la revocación del mandato, las candidaturas independientes y la iniciativa popular. Naturalmente que para la creación de los medios e instrumentos invocados haría falta todo un proceso de información y consulta a la sociedad para que fuera ésta la que determinara las reglas y condiciones, de lo contrario, tendríamos instrumentos truncos e ineficaces como en caso de Baja California. V. Consideraciones finales. De lo dicho podríamos concluir, preguntándonos: ¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras los derechos fundamentales de los mexicanos estén insatisfechos y lo están en medida de la miseria que aqueja a millones, traducida en carencia de alimentos, medicinas, escuelas, seguridad y empleo? ¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras siga el señorío de la corrupción en el manejo del poder y de las instituciones públicas? ¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras impere la impunidad que favorece a los criminales y, lo que es peor aún, a quienes actúan ilícitamente al amparo de una función pública o la representación del pueblo? ¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras los partidos políticos, sostenidos con el erario público, sean fuente de corrupción e instrumentos de intereses particulares? ¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras el pueblo no cuente con medios e instrumentos que le permitan ejercer su calidad de soberano? ¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras la acción del poder legislativo no refleje las aspiraciones y necesidades de la sociedad? ¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras el poder judicial de margen a dudar de su imparcialidad? ¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, mientras el poder ejecutivo represente una administración pública que obedece a intereses distintos del interés nacional? ¿Podemos hablar de justicia y democracia constitucionales, cuando todo lo anterior, conjunta o separadamente, son ingredientes gobernabilidad y ponen en entredicho el estado de derecho? que limitan la