[Las Crónicas de Bane 10] El rumbo del verdadero amor

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Sinopsis
Cuando Magnus Bane, el Brujo, conoce a Alec Lightwood, el Cazador
de Sombras, chispas vuelan. Y lo que pasa en su primera cita enciende una
llama...
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El Rumbo del Amor Verdadero
E
ra viernes por la noche en Brooklyn, y las luces de la ciudad se
reflejaban en el cielo: nubes pintadas de naranja presionando el
calor veraniego contra las aceras como una flor entre las
páginas de un libro. Magnus caminaba por el desván de su
apartamento solo, y se preguntaba, con lo que parecía ser poco interés, si estaba a
punto de ser plantado.
Que un Cazador de Sombras lo invitara a salir estaba entre las diez cosas más
inesperadas que le habían pasado, aun tomando en cuenta que Magnus siempre
había disfrutado vivir una vida inesperada.
Se había sorprendido a sí mismo aceptando.
El martes pasado había sido un día aburrido con su gato y una lista de
inventario que incluía sapos cornudos. Y luego Alec Lightwood, el hijo mayor de
los Cazadores de Sombras que dirigían el Instituto de Nueva York, había
aparecido en su umbral, agradeciéndole por salvar su vida, y luego invitándolo a
salir mientras su cara se tornaba quince tonos entre rojizo y malva. En respuesta,
Magnus perdió inmediatamente la cabeza, lo besó e hizo una cita para el viernes.
Todo el asunto había sido completamente raro. Primero que nada, Alec había
venido a agradecer a Magnus por salvar su vida. Muy pocos Cazadores de
Sombras harían algo así. Ellos pensaban en la magia como su derecho, en
cualquier momento que lo necesitaran, y veían a los brujos ya sea como
conveniencias o molestias. La mayoría de los nefilim agradecerían más a un
elevador por llegar al piso correcto.
Luego estaba el hecho de que ningún Cazador de Sombras le había pedido a
Magnus una cita antes. Habían pedido favores de todo tipo; mágico, sexual y
extraño. Pero ninguno de ellos había querido pasar tiempo con él, ir a ver una
película, y compartir palomitas. Ni siquiera estaba seguro de que los Cazadores
de Sombras vieran películas.
Era una cosa tan simple, una petición tan sencilla; como si ningún Cazador de
Sombras hubiera roto un plato porque Magnus lo había tocado, o espetado
“brujo” como si fuera una maldición. Como si todas las viejas heridas pudieran
ser sanadas, o fingir que nunca habían sucedido, y el mundo se volvería como se
veía en los ojos azul claro de Alec Lightwood.
En ese punto, Magnus había dicho “sí” porque quería hacerlo. Era muy
posible, sin embargo, que hubiera dicho “sí” porque era un idiota.
Después de todo, Magnus tenía que recordarse a sí mismo que Alec no estaba
tan interesado en él. Simplemente estaba respondiendo a la única atención
masculina que jamás había tenido. Alec no se había revelado, era tímido e
inseguro, y obviamente estaba loco por su amigo rubio, Trace Wayland. Magnus
estaba muy seguro que ese era el nombre, pero Wayland le había recordado
inexplicablemente a Will Herondale, y Magnus no quería pensar en Will. Sabía
que la mejor forma de ahorrarse un corazón roto era no pensar en amigos
perdidos, y no mezclarse con Cazadores de Sombras otra vez.
Se había dicho a sí mismo que esta cita sería un poco de emoción, un incidente
aislado en una vida que se había vuelto muy rutinaria, y nada más.
No quería pensar en la forma en que le había concedido a Alec una cita, ni la
manera en la que Alec lo había visto y dicho “me gustas” con una simplicidad tan
devastadora. Magnus siempre había pensado en sí mismo como alguien que
podía envolver palabras en la gente, hacerlos tropezar o engañarlos cuando tenía
que hacerlo. Era increíble cómo Alec podía pasar sobre todo eso. Y lo más
increíble era que no parecía estar intentándolo.
Tan pronto como Alec se había marchado, Magnus había llamado a Catarina,
la había hecho jurar que guardaría el secreto, y le había contado todo.
—¿Aceptaste salir con él porque piensas que los Lightwood son idiotas y
quieres mostrarles que puedes corromper a su bebé? —preguntó Catarina.
Magnus balanceó sus pies sobre Presidente Miau.
—Sí pienso que los Lightwood son idiotas —admitió—. Y suena como algo
que haría. Maldita sea.
—No, no en realidad no —dijo Catarina—. Eres sarcástico doce horas al día,
pero casi nunca eres malvado. Tienes un buen corazón bajo todo el brillo.
Catarina era quien tenía buen corazón. Magnus sabía exactamente de quién era
hijo, y de donde venía.
—Aunque fuera con mala intención, nadie podría culparte, no después del
Círculo, después de todo lo que paso.
Magnus miró fuera de la ventana. Había un restaurante polaco frente a su casa,
sus luces brillantes anunciando borscht1 y café las veinticuatro horas
(preferiblemente no juntos). Pensó en la forma que las manos de Alec habían
temblado cuando le preguntó si quería salir, y en cuán sorprendido y maravillado
se había visto cuando Magnus le dijo que sí.
—No —dijo—. Probablemente es una mala idea. Es probablemente mi peor
idea de la década, pero no tiene nada que ver con sus padres. Dije que sí por él.
Catarina se mantuvo en silencio por un momento. Si Ragnor hubiera estado
alrededor se hubiera reído, pero Ragnor había desaparecido a un spa en Suiza
para una serie de complicados faciales que quitarían lo verde de su piel. Catarina
tenía instinto de sanadora: sabía cuándo ser amable.
—Buena suerte en tu cita, entonces —dijo al final.
—Lo aprecio, pero no necesito suerte. Necesito ayuda —dijo Magnus—. Solo
porque saldré con él no significa que irá bien. Soy muy encantador, pero se
necesitan dos para bailar tango.
—Magnus, recuerda lo que pasó la última vez que trataste de bailar tango. Tu
zapato voló lejos y casi mata a alguien.
—Era una metáfora. Es un Cazador de Sombras, es un Lightwood, y le gustan
los rubios. Es peligroso salir con él. Necesito una estrategia de escape. Si la cita
es un completo desastre, te enviaré un mensaje. Diré: “Ardilla Azul, es Zorro
Sexy. La misión debe ser abortada con prejuicio extremo.” Entonces me llamas y
me dices que hay una emergencia terrible que necesita mis expertos poderes
mágicos.
1
Sopa de verduras, que incluye generalmente raíces de remolacha que le dan un color rojo
intenso característico
—Eso parece innecesariamente complicado. Es tu teléfono, Magnus, no hay
necesidad de nombres clave.
—Bien. Solo te enviaré “aborten.” —Magnus estiró la mano y acarició a
Presidente Miau desde la cabeza hasta la cola. El gato se estiró y ronroneó en
aprobación del gusto de Magnus en hombres—. ¿Me ayudarás?
Catarina soltó un resoplido largo y molesto.
—Te ayudaré —prometió—. Pero ya gastaste todos tus favores en citas de este
siglo, y me quedas debiendo.
—Es un trato —dijo Magnus.
—Y si funciona —dijo Catarina, riendo—, quiero ser madrina en su boda.
—Voy a colgar —le informó.
Había hecho un trato con Catarina. Había hecho más que eso: había hecho una
reservación en un restaurante. Había seleccionado un atuendo de pantalones
Ferragamo rojos, zapatos a juego y un chaleco de seda negra que usaba sin
camisa porque hacía que sus brazos y hombros se vieran excelentes. Y todo había
sido para nada.
Alec estaba media hora tarde. Lo más probable era que su valor se hubiera
roto; que hubiera medido su vida, completa con su precioso deber de Cazador de
Sombras, contra una cita con un tipo que ni siquiera le gustaba tanto; y había
decidido ni siquiera aparecerse.
Magnus se encogió de hombros filosóficamente, y con una indiferencia que no
sentía precisamente, caminó hacia su gabinete de bebidas y se hizo una fuerte
mezcla con lágrimas de unicornio, poción energizante, jugo de frambuesa y un
poco de lima. Un día recordaría eso y se reiría. Probablemente mañana. Bueno,
tal vez el día después, mañana estaría con resaca.
Pudo haber saltado cuando el timbre sonó a través del desván, pero no había
nadie más que Presidente Miau que lo hubiera visto. Magnus se había compuesto
perfectamente para el momento en que Alec llegó corriendo por las escaleras,
precipitándose hacia la puerta.
Alec no podía ser descrito como perfectamente compuesto. Su cabello negro
iba hacia todas las direcciones, como un pulpo que había sido llenado de hollín;
su pecho subía y bajaba con fuerza bajo su camiseta azul claro, y había un ligero
brillo de sudor en su rostro. Era muy difícil que un Cazador de Sombras sudara.
Magnus se preguntó qué tan rápido había estado corriendo.
—Bueno, esto es inesperado —dijo Magnus, levantando las cejas. Sin soltar a
su gato, se había dejado caer en el sofá con ligereza, sus piernas enganchadas en
uno de los brazos de madera. Presidente Miau estaba desparramado sobre su
estómago, maullando perplejo ante el repentino cambio en su situación.
Magnus había estado tratando parecer despreocupado un poco más de lo
necesario, pero juzgando por la expresión alicaída de Alec, realmente no lo había
conseguido.
—Lamento llegar tarde —jadeó Alec—. Jace quería entrenar un poco, y no
sabía cómo escaparme... digo, no podía decirle...
—Oh, Jace, eso era —dijo Magnus.
—¿Qué? —dijo Alec.
—Olvidé por un momento el nombre del rubio —explicó con un chasquido
desdeñoso. Alec se veía asombrado.
—Oh. Soy... soy Alec.
La mano de Magnus paró a la mitad del chasquido. El brillo de las luces que
entraban por la ventana reflejó las gemas azules en sus dedos, creando chispas
azul brillante que prendieron fuego, y luego cayeron y se ahogaron en el azul
profundo de los ojos de Alec.
Alec se había esforzado, pensó Magnus, aunque fuera difícil verlo para
alguien no entrenado. La camisa azul claro le encajaba considerablemente mejor
que la horrible sudadera gris que había llevado el martes. Olía vagamente a
colonia. Magnus se sintió inesperadamente conmovido.
—Sí —dijo Magnus con lentitud, para luego sonreír de la misma forma—.
Recuerdo tu nombre.
Alec sonrió. Tal vez no importaba si tenía una pequeña atracción por
Aparentemente—Jace. Aparentemente—Jace era hermoso, pero era el tipo de
persona que lo sabía, y normalmente eran más un problema de lo que valía la
pena. Si Jace era oro, atrapando la luz y la atención, Alec era plata: tan
acostumbrado a que todos vieran a Jace que era hacia donde él también veía; tan
acostumbrado a vivir a la sombra de Jace que nunca esperaba ser notado. Tal vez
era suficiente el ser la primera persona que le dijera a Alec que valía la pena
verlo antes que a cualquier otro en la habitación, y verlo por más tiempo.
Y la plata, aunque pocos lo sabían, era un metal más raro que el oro.
—No te preocupes por eso —dijo Magnus, levantándose con facilidad del sofá
y empujando a Presidente Miau con gentileza hacia los cojines para escucharlo
quejarse—. Toma una bebida.
Pasó su propia bebida a la mano de Alec; ni siquiera había tomado un trago, y
podía prepararse otra para sí mismo. Alec se veía sorprendido. Estaba
obviamente más nervioso de lo que Magnus hubiera creído, porque tropezó y
dejó caer el vaso, derramando líquido carmesí sobre el piso y sobre sí mismo.
Hubo un estrépito cuando el vidrio chocó contra el piso y se despedazó.
Alec se veía como si hubiera sido disparado y se sintiera muy avergonzado al
respecto.
—Wow —dijo Magnus—, tu gente realmente exagera sobre sus reflejos de
élite nefilim
—Oh, por el Ángel. Lo... lo siento tanto.
Magnus sacudió la cabeza e hizo un gesto con la mano, dejando un rastro de
chispas azules en el aire, y el restante de líquido carmesí y vidrio roto se
desvanecieron.
—No lo sientas —dijo—. Soy un brujo. No hay desastre que no pueda limpiar.
¿Por qué crees que doy tantas fiestas? Déjame decirte, no lo haría si tuviera que
restregar los sanitarios por mi cuenta. ¿Has visto a un vampiro vomitar?
Asqueroso.
—Realmente no, eh, conozco a ningún vampiro socialmente.
Los ojos de Alec estaban ampliamente abiertos, como si estuviera imaginando
vampiros perversos vomitando la sangre de inocentes. Magnus podía apostar que
no conocía socialmente a ningún Submundo. Los Hijos del Ángel solo se
mezclaban entre ellos.
Magnus se preguntó qué estaba haciendo Alec justo ahí, en su apartamento.
Podía apostar que Alec se preguntaba lo mismo.
Podría ser una noche larga, pero al menos podían ir ambos bien vestidos. La
camiseta podía dejar ver que Alec lo estaba intentando, pero Magnus podía
hacerlo mucho mejor.
—Te conseguiré una camisa nueva —ofreció Magnus, y se encaminó hacia su
habitación mientras Alec protestaba ligeramente.
El ropero de Magnus ocupaba la mitad de su habitación. Siempre pretendía
engrandecerlo. Había mucha ropa en él que Magnus pensó que se vería genial en
Alec, pero mientras las observaba, se dio cuenta que Alec podría no apreciar que
él impusiera su único sentido de la moda en él.
Decidió irse por una selección más sobria y eligió la camiseta negra que había
usado el martes. Tal vez era algo sentimental de su parte.
Era cierto que la camiseta tenía brillo por algunas lentejuelas, pero era de lo
más sobrio que Magnus tenía. Sacó la camiseta del colgador y bailó hacia la sala
principal para encontrarse con que Alec ya se había quitado su propia camisa y
estaba de pie ahí sin hacer nada, su camisa sucia enrollada en su puño.
Magnus se detuvo en seco.
La habitación estaba iluminada únicamente por una lámpara de lectura; las
demás luces provenían del exterior. Alec era coloreado por las luces de la calle y
de la luna, sombras encrespándose alrededor de sus bíceps y las finas muescas de
su clavícula, su torso, liso y pulcro, y la piel desnuda hasta la línea oscura de sus
jeans. Había runas en el plano que era su estómago, y las cicatrices plateadas de
Marcas antiguas serpenteaban alrededor de sus costillas, con una en el borde de
su cadera. Su cabeza estaba arqueada, su cabello negro como tinta, su
luminosamente pálida piel tan blanca como papel. Se veía como una pieza de arte
claroscuro, bella y maravillosamente hecho.
Magnus había escuchado la historia de la creación de los nefilim muchas
veces. Debieron haber olvidado contar la parte que decía: “Y el Ángel descendió
de las alturas y le dio a sus elegidos fantásticos abdominales.”
Alec levantó la cabeza hacia Magnus, y sus labios se abrieron como si fuera a
hablar. Vio a Magnus con ojos bien abiertos, expectante al estar siendo visto.
Magnus ejerció un autocontrol heroico, sonrió, y le ofreció la camisa.
—Lamento ser una cita horrible —murmuró Alec.
—¿De qué hablas? —Preguntó Magnus—. Eres una cita fantástica. Solo has
estado aquí diez minutos, y ya conseguí que te quitaras la mitad de tu ropa.
Alec se miró tan avergonzado como complacido. Le había dicho a Magnus
que todo esto era nuevo para él, así que cualquier cosa más que un leve coqueteo
podría asustarlo. Magnus había planeado una cita muy calmada y normal; sin
sorpresas ni cosas inesperadas.
—Vamos —dijo Magnus, y tomó su chaqueta de cuero rojo—. Iremos a cenar.
La primera parte del plan de Magnus, tomar el subterráneo, parecía simple.
Totalmente a prueba de tontos.
No se le había ocurrido que un Cazador de Sombras no estaba acostumbrado a
ser visible y tener que interactuar con mundanos.
El subterráneo estaba lleno en una noche de viernes, lo que no era
sorprendente, pero parecía ser alarmante para Alec. Estaba mirando alrededor a
los mundanos como si se hubiera encontrado a sí mismo en una jungla rodeado
por monos amenazantes, y aún se veía traumatizado por la camisa de Magnus.
—¿No puedo usar una runa de glamour? —preguntó mientras bordeaban el
tren F.
—No. No me veré como si estuviera solo un viernes en la noche solo porque
no quieres mundanos viéndote.
Pudieron tomar dos asientos, pero no mejoró mucho la situación. Se sentaron
incómodamente lado a lado, con las charlas de la gente rodeándolos. Alec estaba
en silencio total. Magnus estaba seguro que no quería más que irse a casa.
Había posters azules y violetas mirando hacia ellos, mostrando parejas
ancianas mirándose tristemente el uno al otro. Los posters llevaban escrito que
con el paso de los años viene… ¡la impotencia! Magnus se encontró mirándolos
con algo parecido a un terror ausente. Miró a Alec y encontró que él tampoco
podía mirar hacia otro lado. Se preguntó si Alec estaría consciente de que
Magnus tenía trescientos años y si estaba considerando cuán impotente uno se
podía volver después de todo ese tiempo.
Dos tipos se subieron al tren en la parada siguiente y despejaron un espacio
justo en frente de Magnus y Alec.
Uno de ellos comenzó a bailar balanceándose dramáticamente alrededor de la
barra. El otro se sentó cruzando las piernas marcando el ritmo con un tambor que
llevaba consigo.
―Hola, damas y caballeros, ¡y cualquier otra cosa que tengan! ―gritó el del
tambor― .Vamos a tocar ahora para su entretenimiento. Espero que lo disfruten.
La llamamos… la Canción del Trasero.
Juntos comenzaron a rapear. Era bastante obvio que habían escrito la canción
ellos mismos.
Las rosas son rojas, y dicen que el amor no está hecho para durar,
Pero sé que nunca tendré suficiente de ese dulce, dulce trasero.
Toda esa jalea en tus jeans, todo ese enorme trasero,
Tan solo necesito tenerlo, una sola mirada me hundió.
Si alguna vez te preguntas por qué tuve que hacerte mía,
Es porque nadie tiene un trasero tan bueno,
Dicen que no eres de mirar, pero no me importa.
Yo estoy mirando la vista de atrás,
Nunca he sido romántico, no sé qué significa el amor,
Pero sé que me gusta la forma en la que vistes esos jeans.
Odio verte irte pero amo mirar cómo te vas.
Retrocede, luego vete otra vez, bebé hazlo lento.
No puedo tener suficiente de ese dulce, dulce trasero.
La mayoría de los pasajeros parecían impactados. Magnus no estaba seguro de
si Alec tan solo estaba asombrado o también profundamente escandalizado y
encomiando su alma a Dios en privado. Tenía una expresión extremadamente
peculiar en su cara y sus labios estaban muy cerrados.
Bajo circunstancias normales, Magnus se habría reído y reído, y dado a los
músicos callejeros una cantidad de dinero. Pero en esta situación estaba
profundamente agradecido cuando alcanzaron su parada. Aunque sí les dio unos
pocos dólares a los músicos mientras Alec bajaba del tren.
Magnus fue recordado nuevamente de las desventajas extremas de la
visibilidad de los mundanos cuando un chico delgado con pecas se deslizó entre
ellos. Estaba pensando que creía haber sentido una mano serpenteando en su
bolsillo cuando el chico soltó algo entre un aullido y un chillido.
Mientras Magnus se había preguntado vanamente si estaba siendo robado por
un carterista, Alec había reaccionado como un Cazador de Sombras entrenado:
tomó el brazo del chico y lo tiró al aire. El ladrón voló, sus brazos extendidos
agitándose sin fuerza, como una muñeca rellena de algodón. Aterrizó con un
crujido en la plataforma, con la bota de Alec en su pecho. Otro tren traqueteó
cerca, todo luces y ruido; los pasajeros del viernes a la noche lo ignoraron,
formando un nudo de cuerpos en ropa ajustada y brillante y peinados ingeniosos
alrededor de Magnus y Alec.
Los ojos de Alec se abrieron un poco. Magnus sospechó que había actuado por
reflejo y en realidad no había querido usar fuerza destinada a enemigos demonios
en un mundano.
El chico pelirrojo graznó, revelando frenillos, y aleteó sus brazos en lo que
parecía ser una rendición urgente o una muy buena imitación de un pato
aterrorizado.
—¡Hombre! —dijo—. ¡Lo siento! ¡En serio! ¡No sabía que eras un ninja!
Alec removió su bota y lanzó una mirada alrededor hacia los observadores
fascinados.
—No soy un ninja —murmuró.
Una bella joven con prensas de mariposa en sus trenzas puso la mano en su
brazo.
—Estuviste increíble —le dijo con voz acanalada—. Tienes los reflejos de una
serpiente. Deberías trabajar como doble. En serio, con tus pómulos, deberías ser
actor. Mucha gente busca a alguien tan bonito como tú que haría sus propias
escenas de riesgo.
Alec le lanzó a Magnus una mirada aterrorizada y suplicante. Magnus tuvo
piedad de él, puso una mano en la espalda de Alec y se inclinó hacia él. Su
actitud y la mirada que le lanzó a la chica claramente decían mi cita.
—Sin ofender —dijo ella, quitando su mano con rapidez para meterla en su
bolso—. Déjame darte mi tarjeta. Trabajo para una agencia de talentos. Podrías
ser una estrella.
—Es extranjero —le dijo Magnus a la chica—. No tiene número de seguro
social. No puedes contratarlo.
La chica miró la cabeza arqueada de Alec con nostalgia.
—Es una lástima. Podría ser increíble. ¡Esos ojos!
—Me doy cuenta que es maravilloso —dijo Magnus—, pero tendrás que
prescindir de él. Interpol lo busca.
Alec le dio una mirada extraña.
—¿Interpol?
Magnus se encogió de hombros.
—¿Maravilloso? —dijo Alec.
Magnus le levantó una ceja.
—Tienes que saber que lo pienso. ¿Por qué otra razón aceptaría salir contigo?
Aparentemente Alec no había estado seguro, incluso aunque dijo que Isabelle
y Jace lo habían comentado. Tal vez los vampiros habían ido a casa a chismear
sobre el hecho de que Magnus pensaba que uno de los Cazadores de Sombras era
un sueño. Magnus posiblemente debía aprender sutileza, y probablemente Alec
no tenía acceso a espejos en el Instituto. Se veía sobresaltado y complacido.
—Pensé que tal vez... dijiste que no eras indiferente...
—No hago caridad —dijo Magnus—. En ningún área de mi vida.
—Te devolveré la billetera —imploró una voz.
El ladrón pelirrojo interrumpió lo que estuvo a punto de ser un hermoso
momento luchando contra sus pies, sacando la billetera de Magnus y dejándola
en el piso con un gañido de dolor.
—¡Esa cosa me mordió!
“Eso te enseñará a no robar billeteras de brujos” pensó Magnus mientras se
agachaba para recoger la billetera de un bosque de tacones. Pero lo que dijo fue:
—No es tu noche de suerte, ¿o sí?
—¿Tu billetera muerde gente? —preguntó Alec.
—Esta muerde gente —respondió Magnus, guardándola. Estaba complacido
de tenerla de regreso, no solo porque le gustaba el dinero, sino porque la billetera
combinaba con sus pantalones rojos de piel de cocodrilo—. La billetera John
Varvatos se incendia.
—¿Quién? —dijo Alec.
Magnus lo miró con tristeza.
—Un diseñador excelente —comentó la chica con prensas de mariposa—.
¿Sabes? Te dan cosas de diseñador cuando eres una estrella de cine.
—Siempre puedo robar una billetera Varvatos —agregó el ladrón pelirrojo—.
No que robaría nada que pertenezca a alguien en esta plataforma. Especialmente
a ustedes. —Le dirigió a Alec una mirada que bordeaba en culto heroico—. No
sabía que los tipos gay podrían pelear así. Sin ofender, claro, pero fue asombroso.
—Has aprendido dos lecciones importantes sobre tolerancia y honestidad —le
informó Magnus con severidad—. Y aún tienes todos tus dedos luego de tratar de
robarme en una primera cita, así que es lo mejor que pudiste esperar.
Hubo un murmullo de asentimiento. Magnus miró alrededor y vio a Alec un
poco alterado, y todos los demás viéndolo con preocupación. Aparentemente el
grupo que se había reunido creía en su amor.
—Oh, hombre, lo siento mucho —dijo el ladrón—. No pretendía arruinar la
primera cita de nadie con un ninja.
—NOS IREMOS AHORA —dijo Magnus en su mejor voz de Gran Brujo. Le
preocupaba que Alexander planeara lanzarse frente al primer tren que viera.
—Diviértanse en su cita, chicos —dijo Prensas de Mariposa, metiendo su
tarjeta en los pantalones de Alec. Este saltó como una liebre asustada—.
¡Llámame si cambias de idea sobre querer fama y fortuna!
—¡De nuevo, lo siento! —dijo su antiguo ladrón, despidiéndose con
efusividad.
Dejaron la plataforma con un coro de buenos deseos. Alec se veía como si no
deseara más que la dulce liberación de la muerte.
El restaurante estaba entre la 3ra y la 13va al Este, cerca de una tienda de ropa
Americana y en una fila de aburridos edificios de ladrillo. Era una fusión de
Etiopía e Italia manejado por Submundos. Estaba en el lado oscuro y triste de la
ciudad, por lo que los Cazadores de Sombras no lo frecuentaban. Magnus había
sospechado que Alec no querría arriesgar que algún nefilim los viera juntos.
También había traído varias citas mundanas aquí, como una forma de
introducirlos en su mundo. El restaurante quería clientela mundana, aunque la
mayoría eran Submundos, por lo que los glamours se usaban pero al mínimo.
Había un enorme dibujo de un dinosaurio obscureciendo el letrero. Alec lo
miró de reojo, pero siguió a Magnus dentro del restaurante con la suficiente
rapidez.
El momento en que Magnus entró al lugar, se dio cuenta del gran error que
había cometido.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, un terrible silencio inundó la gran y poco
iluminada sala. Se oyó un estrépito cuando un cliente, un ifrit con cejas
flamantes, se escondió tras una mesa.
Magnus miró a Alec y se dio cuenta de lo que vieron. Incluso sin usar equipo,
sus brazos mostraban runas, y su ropa enseñaba signos de que usaba armas.
Nefilim. Magnus bien pudo haber entrado a un bar clandestino con policías
sosteniendo armas.
Dios, tener citas apestaba.
—¡Magnus Bane! —susurró Luigi, el dueño, apresurándose hacia ellos—.
¡Traes a un Cazador de Sombras! ¡Pensé que éramos amigos! ¡Al menos podías
haberme avisado!
—Estamos aquí socialmente —dijo Magnus. Levantó las manos, mostrando
las palmas—. Lo juro. Solo para hablar y conversar.
Luigi sacudió la cabeza.
—Por ti, Magnus. Pero si hace algún movimiento contra mis otros clientes...—
hizo un gesto hacia Alec.
—No lo haré —dijo este, y aclaró su garganta—. Estoy... fuera de servicio.
—Los Cazadores de Sombras nunca están fuera de servicio —dijo Luigi
sombríamente, y los arrastró hacia una mesa en la parte más remota del
restaurante, la esquina cerca de las puertas que llevaban a la cocina.
Un mesero hombre lobo con una expresión que indicaba aburrimiento o gripe
llegó.
—Hola, mi nombre es Erik y seré su mesero esta no... ¡Por Dios, eres un
Cazador de Sombras!
Magnus cerró los ojos por un doloroso momento.
—Nos podemos ir —le dijo a Alec—. Probablemente fue un error.
Pero un brillo de terquedad apareció en los ojos azules. A pesar de su mirada
de porcelana, Magnus pudo ver el acero que había debajo.
—No, está bien. Parece... bien.
—Me haces sentir amenazado —dijo Erik, el mesero.
—No está haciendo nada —espetó Magnus.
—No tiene que ver con lo que hace, sino con cómo me hace sentir —resopló
Erik. Tiró los menús como si lo hubieran ofendido personalmente—. Tengo
úlceras por estrés.
—El mito de que las úlceras las causaba el estrés fue desacreditado hace años
—dijo Magnus—. De hecho es un tipo de bacteria.
—Um, ¿cuáles son los especiales? —preguntó Alec.
—No puedo recordarlos cuando mis emociones están bajo este nivel de
tensión —dijo Erik—. Un Cazador de Sombras mató a mi tío.
—Nunca he matado al tío de nadie —dijo Alec.
—¿Cómo lo sabrías? —Demandó Erik—. Cuando estás a punto de matar a
alguien, ¿te detienes a preguntarle si tiene sobrinos?
—Mato demonios —dijo Alec—. Los demonios no tienen sobrinos.
Magnus sabía que esto era cierto solo desde el punto técnico. Aclaró su
garganta con fuerza.
—Tal vez debería ordenar por ambos, y podríamos compartir.
—Seguro —dijo Alec, bajando su menú.
—¿Quieres algo de beber? —le preguntó el mesero a Alec en voz baja—. ¿O
quieres apuñalar a alguien? Si de verdad tienes que hacerlo, podrías empezar por
el tipo de la esquina con la camisa roja. Da propinas terribles.
Alec abrió su boca, la cerró, y luego la abrió de nuevo.
—¿Es una pregunta engañosa?
—Vete, por favor —dijo Magnus.
Alec estaba muy quieto, incluso después de que Erik el molesto mesero se
fuera. Magnus estaba bastante seguro de que la estaba pasando terrible, y no
podía echarle la culpa. Varios clientes se habían ido, lanzando miradas
aterrorizadas por encima de sus hombros mientras pagaban apresuradamente.
Cuando la comida llegó, los ojos de Alec se ensancharon cuando vio que
Magnus había ordenado su Kitfo raw.2 Luigi se había esforzado: allí habían
deliciosos tibs, doro wats, y un picante plato de estofado de cebolla, puré de
lentejas y coles, y todo eso encima del grueso pan etíope esponjoso conocido
como injera. La parte Italiana de la herencia de Luigi estaba representada por un
montón de pasta Penne. Alec no tuvo problema con la comida, y parecía que
saber que tenía que comer con los dedos sin que se le dijera. Magnus pensó que
era un neoyorkino, incluso si también era un Cazador de Sombras.
—Es la mejor comida etíope que he probado. ¿Conoces mucho de comida? —
preguntó Alec— Digo, obviamente sabes. No importa. Fue una cosa estúpida.
—No, no lo fue —Magnus dijo frunciendo el ceño.
Alec comió un bocado de Penne Arrabiata. Inmediatamente comenzó a
ahogarse. Lágrimas brotaron de sus ojos.
—Alexander —dijo Magnus.
—¡Estoy bien! —Alec jadeó, viéndose horrorizado. Le arrebató un pedazo de
pan, y se dio cuenta que era pan cuando trató comer un poco. Soltó el pan a toda
prisa y cogió su servilleta, ocultando sus ojos llorosos y su cara escarlata.
—¡Obviamente no estás bien! —Magnus le dijo, y probó un pequeño bocado
de Penne. Quemaba como fuego: Alec aún estaba jadeando en su servilleta.
Magnus hizo un gesto perentorio al camarero que pudo haber incluido algunas
chispas azules crepitando sobre los manteles de otras personas.
La gente comiendo cerca de ellos empezó a alejar sus mesas sutilmente lejos.
—Este Penne tiene demasiado Arrabiata, y lo hiciste a propósito —dijo
Magnus cuando el maleducado camarero hombre lobo se acercó a ellos.
—Derechos de hombres lobo —gruñó Erik—, aplastar a los viles opresores.
2
carne de ternera picada cruda, calentada y marinada en mitmita, una mezcla de
especias picante a base de polvo de guindilla, y niter kibbeh (una mantequilla clarificada
infundida con hierbas y especias).
—Nadie nunca ha ganado una revolución con pasta, Erik —dijo Magnus—.
Ahora ve a conseguir un plato fresco, o le diré a Luigi de ti.
—Yo… —Erik comenzó a desafiarlo. Magnus estrechó sus ojos de gato. Erik
encontró su mirada y decidió no ser un camarero héroe—. Por supuesto. Mis
disculpas.
—Qué molestia —remarcó Magnus en voz alta.
—Sí —dijo Alec, arrancando una nueva tira de injera—. ¿Qué es lo que los
Cazadores de Sombras le han hecho?
Magnus levantó una ceja.
—Bueno, mencionó a un tío muerto.
—Oh —dijo Alec—. Claro.
Volvió a mirar fijamente el mantel
—Sigue siendo toda una molestia —dijo Magnus. Alec murmuró algo que el
otro no comprendió.
Fue entonces cuando la puerta se abrió y un guapo hombre humano con ojos
verdes profundos entró. Sus manos estaban en los bolsillos de su caro traje, y
estaba rodeado de un grupo de hermosas hadas jóvenes, hombres y mujeres.
Magnus se escondió en su silla. Richard. Richard era un mortal que las hadas
habían adoptado como lo hacían a veces, especialmente cuando los mortales eran
músicos. Él era algo más.
Magnus aclaró su garganta.
—Advertencia rápida. El chico que acaba de entrar es un ex —dijo—. Bueno,
apenas un ex. Fue muy casual. Y nos separamos muy amistosamente.
En ese momento Richard alcanzó a verlo. Toda la cara de Richard tuvo un
espasmo; entonces el cruzó el piso en dos pasos.
—¡Eres una escoria! —siseó, y entonces levantó la copa de vino de Magnus y
se la lanzó a la cara—. Sal de aquí mientras puedas —volteó hacía Alec—:
Nunca confíes en un brujo. ¡Encantan los años de tu vida y el amor de tú
corazón!
—¿Años? —farfulló Magnus—. ¡Fueron apenas veinte minutos!
—El tiempo significa diferentes cosas para aquellos que son de las hadas—
dijo Richard, el idiota presuntuoso—. ¡Gastaste los mejores veinte minutos de mi
vida!
Magnus se agarró de la servilleta y comenzó a limpiarse la cara. Parpadeó a
través de la visión borrosa de color rojo en la espalda de Richard y la cara de
sorpresa de Alec.
—Muy bien —dijo—. Es posible que estuviera equivocado acerca de la
separación amistosa. —Trató de sonreír suavemente, lo cual era difícil con el
vino en su cabello—. Ah bien. Tú conoces a los ex.
Alec estudió el mantel. Había arte en los museos a la que se le daba menos
atención que este mantel.
—No realmente —dijo—. Eres mi primera cita.
Esto no estaba funcionando. Magnus no sabía porque él había pensado que
podía funcionar. Tenía que salir de esta cita y no lastimar mucho el orgullo de
Alec Lightwood. Deseó poder sentir la satisfacción de que tenía un plan para
esto, pero al momento que le envió un mensaje a Catarina debajo de la mesa, lo
que sentía era una sensación envolvente de tristeza.
Magnus se sentó silenciosamente, esperó a que Catarina llamara, y trató de
pensar en una manera de decir las cosas. “Sin resentimientos. Me gustas más que
cualquier otro Cazador de Sombras que he conocido en un siglo, y espero que
encuentres a algún buen Cazador de sombras si es que hay algún buen Cazador
de Sombras además de ti.”
Su teléfono sonó mientras aún estaba componiendo las palabras mentalmente,
rompiendo el fuerte silencio que se había instalado entre ellos. Magnus contestó
precipitadamente. Sus manos no estaban totalmente estables, y temió por un
momento el caer su teléfono como Alec dejó caer su copa, pero se las arregló
para contestar. La voz de Catarina se filtró por la línea, clara y urgente de forma
inesperada. Catarina era claramente una actriz de método.
—Magnus hay una…
—¿Una emergencia, Catarina? —preguntó— ¡Eso es terrible! ¿Qué sucedió?
—¡Una emergencia real ha sucedido, Magnus!
Magnus apreció el compromiso de Catarina hacia su rol, pero deseaba que no
hablara tan alto en su oído.
—Eso es terrible Catarina. Me refiero a que estoy muy ocupado, supongo que
si hay vidas en juego no puedo decir n…
—¡Hay vidas en juego, idiota! —Catarina gritó— ¡Trae al Cazador de
Sombras!
Magnus se detuvo.
—Catarina, no creo que entiendas totalmente el punto de lo que deberías de
hacer.
—¿Estás borracho, Magnus? —preguntó ella— ¿Estás seduciendo y
consiguiendo a uno de los nefilim, uno de los nefilim que es menor de veintiún
años, borracho?
—El único alcohol que ha pasado mis labios es el vino que fue lanzado en mi
cara —dijo Magnus—. Y estoy totalmente libre de culpa en ese asunto.
Hubo una pausa.
—¿Richard? —dijo Catarina.
—Richard —confirmó Magnus.
—Mira, nunca me ha importado. Escucha cuidadosamente Magnus, porque
estoy trabajando y una de mis manos está cubierta con fluidos, y voy a decir esto
solo una vez.
—¿Fluidos? —dijo Magnus—. ¿Qué clase de fluidos?
Alec lo vio con ojos desorbitados.
—Solo voy a decir esto una vez, Magnus —Catarina repitió firmemente—.
Hay una chica lobo en el Beauty Bar, en el centro de la ciudad. Salió en la noche
de luna llena, porque quería probarse a sí misma que aun podía tener una vida
normal. Un vampiro se enteró, y los vampiros no serán de ninguna ayuda, porque
nunca lo son. La chica lobo está cambiando, está en un lugar desconocido y lleno
de gente, y probablemente va a perder el control y matar a alguien. No puedo
salir del hospital. Lucian Graymark tiene su teléfono apagado, y su manada dice
que está en un hospital con un ser querido. Tú no estás en un hospital; estás en
una estúpida cita. Si fuiste al restaurante al que me dijiste que irías, entonces eres
la persona más cercana que sé que puede ayudar. ¿Vas a ayudarme, o continuarás
perdiendo el tiempo?
—Malgastaré tu tiempo después, cariño —dijo Magnus.
—Puedo apostarlo —dijo Catarina, y él pudo escuchar una sonrisa irónica en
su voz.
Ella colgó. Catarina usualmente estaba muy ocupada para decir “adiós”.
Magnus se dio cuenta de que no tenía mucho tiempo para sí mismo, pero perdió
un poco mirando a Alec.
Catarina había dicho que llevara al Cazador de sombras, pero ella no convivía
mucho con los nefilim. Magnus no quería ver a Alec cortando la cabeza de una
pobre chica por romper la ley; no quería que alguien más sufriera si cometía un
error al juzgar, y tampoco quería encontrarse odiando a Alec como había odiado
a muchos otros nefilims.
Mucho menos quería que muriera algún mundano.
—Lamento mucho esto —dijo—. Es una emergencia.
—Um —dijo Alec encorvando sus hombros—. Está bien, lo comprendo.
—Hay una chica lobo fuera de control en un bar cercano.
—Oh —dijo Alec.
Algo dentro de Magnus se agrietó.
—Tengo que ir y tratar de mantenerla bajo control. ¿Vendrías y me ayudarías?
—Oh, ¿es una emergencia real? —exclamó Alec, y se alegró inmensamente.
Por un momento Magnus se sintió agradecido de que una loba enloquecida
causara estragos en el centro de Manhattan, si hacía a Alec verse así.
—Me imaginé que era una de esas cosas donde haces arreglos para que un
amigo te llame y puedas salir de una cita apestosa.
—Ha ha —dijo Magnus—. No sabía que las personas hacían eso.
—Ajap —Alec se levantó y se estaba poniendo su chaqueta—. Vamos,
Magnus.
Este sintió una ráfaga de cariño en su pecho; se sentía como una pequeña
explosión, agradable y sorprendente al mismo tiempo. Le gustaba como
Alexander decía las cosas que otros pensaban y nunca decían. Le gustaba como
Alec lo llamaba Magnus y no “brujo”. Le gustaba como los hombros de Alec se
movían debajo de su chaqueta. (A veces era superficial).
Y estaba animado de que Alec quisiera ir. Había asumido que Alec podría
estar encantado por el pretexto para salir de una cita incomoda, pero tal vez había
leído la situación erróneamente.
Magnus lanzó dinero en la mesa; y cuando Alec hizo un sonido de oposición,
sonrió.
—Por favor —dijo—. No tienes idea de lo mucho que sobre cargo a los
nefilim por mis servicios. Es lo justo. Vamos.
A medida que se acercaron a la puerta escucharon al camarero gritar:
“¡Derechos de los lobos!” a sus espaldas.
El Beauty Bar estaba usualmente lleno de gente a estas horas el viernes por la
noche, pero las personas que salían del lugar no lo hacían con el aire informal de
los que se arrastraban hacia afuera para
fumar o socializar con otros. Se
quedaban fijos bajo el signo blanco brillante que tenía “Beauty” escrito con letras
rojas y que parecía una imagen de una cabeza de Medusa dorada. Toda la
multitud tenía el aire de aquellos que estaban desesperados por escapar, sin
embargo, se cernían en su lugar con una fascinación horrorizada.
Una chica apretó la manga de Magnus y lo miró; sus pestañas falsas emitían
un brillo plateado.
—No entres —susurró—. Hay un monstruo ahí dentro.
“Yo soy un monstruo”, pensó Magnus. Y los monstruos eran su especialidad.
Pero no lo dijo.
—No te creo —dijo en su lugar, y entró. Lo decía en serio. Los Cazadores de
Sombras, incluso Alec, podían creer que Magnus era un monstruo, pero él no lo
creía. Se había enseñado a sí mismo a no creerlo incluso aunque su madre, el
hombre al que llamaba su padre, y otras mil personas le dijeran que lo era.
Magnus tampoco creía que la chica de adentro fuera un monstruo, sin importar
como lo vieran los nefilim y los mundanos. Tenía un alma, y eso significaba que
podía ser salvada.
Estaba oscuro en el bar, y, contrario a las expectativas de Magnus, aún había
gente adentro. En una noche normal el Beauty Bar era un lugarcito cursi lleno de
gente alegre haciéndose manicuras, posando en sillas que parecían de una
peluquería antigua, o bailando en el piso blanco y negro que parecía un tablero de
ajedrez.
Esa noche nadie bailaba, y las sillas estaban vacías. Magnus vio de soslayo
una mancha en el piso de ajedrez y vio que las losas estaban llenas de sangre roja
y brillante.
Miró a Alec para ver si lo había notado también, y lo encontró cambiando el
peso de un pie a otro, obviamente nervioso.
—¿Estás bien?
—Siempre lo hago con Isabelle y Jace —dijo Alec—. Y no están aquí. Y no
los puedo llamar.
—¿Por qué no? —preguntó Magnus.
Alec se ruborizó al notar lo que Magnus quería decir. No podía llamar a sus
amigos porque no quería que supieran que estaba en una cita con Magnus.
Especialmente no quería que Jace se enterara. No era algo particularmente
agradable de pensar, pero era asunto de Alec.
También era verdad que Magnus ciertamente no quería más Cazadores de
Sombras en el retorcido intento de llevar a cabo su rígida justicia, pero veía cuál
era el problema de Alec. Por lo que había visto de Jace y la ostentosa hermana de
Alexander, estaba seguro de que Alec estaba acostumbrado a protegerlos,
escudándolos de sus propias acciones apresuradas, y eso quería decir que Alec
estaba acostumbrado a defender, no atacar.
—Lo harás bien sin ellos —lo alentó Magnus—. Yo puedo ayudarte.
Alec se veía escéptico acerca de ello, lo que era ridículo ya que Magnus podía
hacer magia, algo que a los Cazadores de Sombras les gustaba olvidar cuando
estaban inmersos en pensamientos acerca de lo superiores que eran. En defensa
de Alec, aun así, asintió y siguió adelante. Magnus notó, con cierto desconcierto,
que siempre que trataba de adelantarse, Alec ponía un brazo y se movía
ligeramente más rápido, poniéndose frente a Magnus en una posición protectora.
La gente que aún estaba en el bar se aplastaba contra las paredes como si
estuviesen clavados allí, inmóviles por el miedo. Alguien estaba sollozando.
Había un bajo gruñido como de un estertor proveniente desde la sala detrás del
bar.
Alec reptó hacia el sonido, del modo en que los Cazadores de Sombras lo
hacían: suave y rápido, y Magnus lo siguió.
La sala estaba decorada con imágenes en blanco y negro de mujeres de los
años cincuenta y una bola de disco que obviamente no proveía ninguna luz útil.
Había un escenario vacío hecho de cajas y una lámpara para leer que daba la
única iluminación real. Había sillones en el centro de la habitación, sillas al
fondo, y sombras por todas partes.
Había una sombra moviéndose y gruñendo entre todas las otras sombras. Alec
vagó hacia el frente, acechándolo, y la chica lobo soltó un gruñido desafiante.
Y de repente apareció una chica esbelta con el cabello recogido en dos largas
colas de caballo, moños colgando de ellas, y sangre, dirigiéndose directamente
hacia ellos. Magnus saltó hacia delante y la atrapó entre sus brazos antes de que
pudiera ser distraída o atacada por Alec.
—¡No dejen que la lastime! —gritó ella al mismo tiempo que Magnus le
preguntaba:
—¿Qué tanto te ha herido?
—Debemos de estar en algún tipo de impasse —dijo Magnus, tras una pausa
—. Preguntas de "sí" o "no". Ahora: ¿estás gravemente herida?
La sostuvo por los brazos de manera más gentil y la miró. Tenía una larga y
profunda marca extendiéndose todo el camino hacia su suave brazo marrón.
Estaba embebido en sangre, cayendo en gruesas gotas hacia el suelo mientras
hablaban; era el origen de la sangre en el piso de afuera.
Ella lo miró y le mintió:
—No
—Eres una mundana ¿verdad?
—Sí... o al menos no soy una mujer lobo o algo por el estilo, si es a eso a lo
que te refieres.
—Pero sabes que ella es una mujer lobo.
— ¡Sí, imbécil! —soltó la chica— Ella me lo dijo. Lo sé todo al respecto. No
me importa. Yo la alenté a que saliera.
—Yo no alenté a hombres lobo a salir durante la luna llena y atacar gente en la
pista de baile —dijo Magnus—, pero quizás podamos determinar cuál de los dos
es el imbécil en un mejor momento, cuando no haya vidas en juego.
La chica se aferró a sus brazos. Podía ver a Alec, visible como los Cazadores
de Sombras casi nunca se mostraban ante los mundanos. Podía ver sus armas.
Estaba sangrando demasiado, y aun así su miedo era por alguien más.
Magnus la sujetó por los brazos. Lo habría hecho mejor con ingredientes y
pociones, pero envió su poder azul para que trepara por entre sus brazos para
aminorar el dolor y detener el sangrado. Cuando abrió sus ojos vio la mirada de
la joven sobre él, sus labios entreabiertos y con una expresión asombrada.
Magnus se preguntó si ella siquiera sabía que existía gente que podía hacer
magia, que a decir verdad no solo había hombres lobo en este mundo.
Por encima de su hombro vio a Alec arremeter y unirse a la batalla con el
lobo.
—Una última pregunta —dijo Magnus, hablando rápida y suavemente—.
¿Puedes confiar en mí para asegurarme de que tu amiga esté bien?
La joven dudó antes de responder.
—Sí.
—Entonces ve a esperar afuera —dijo Magnus—, afuera de este bar, no de la
habitación. Ve a esperar afuera y aleja de aquí a tantas personas como puedas.
Dile a la gente que es un perro rabioso que se metió dentro: dale a las personas
una excusa y ellos querrán pasarlo por alto. Diles que no estás mal herida ¿Cuál
es el nombre de tu amiga?
—Marcy —tragó antes de responder.
—Marcy querrá saber que estás a salvo una vez que lleguemos a ella —dijo
Magnus—. Vete, por su bien.
La chica asintió, un movimiento errático y afilado, y luego se liberó del agarre
de Magnus. Él escuchó el sonido de sus tacones contra los azulejos mientras se
marchaba. Finalmente pudo regresar su atención a Alec.
Vio unos dientes alumbrar en la oscuridad, pero no podía ver a Alec, ya que él
era una macha en movimiento, rodando hacia un lado, luego regresando al lobo.
“A Marcy”, pensó Magnus, y al mismo tiempo vio que Alec no olvidaba que
Marcy era una persona, o al menos que Magnus le había pedido que la ayudara.
No estaba usando sus cuchillos serafín. Estaba intentando no herir a alguien
que tenía colmillos y garras. Magnus no quería que Alec saliera herido... y
definitivamente no se arriesgaría a que Alec fuera mordido.
—Alexander —lo llamó Magnus, pero notó su error cuando Alec volteó la
cabeza y luego tuvo que retroceder rápidamente lejos del camino del furioso
zarpazo que el lobo le lanzó. Se dobló y rodó, aterrizando de cuclillas frente a
Magnus.
—Tienes que quedarte atrás —dijo sin aire.
La chica lobo, tomando ventaja de la distracción de Alec, gruñó y saltó.
Magnus lanzó una bola de fuego azul hacia ella, golpeando su espalda y
haciéndola girar. Algunos gritos se alzaron provenientes de algunas personas que
aún quedaban en el bar, los cuales se apresuraron hacia la salida. A Magnus no le
importaba. Sabía que los Cazadores de Sombras debían proteger a los civiles,
pero Magnus no era enfáticamente uno de ellos.
—Debes recordar que soy un mago.
—Lo sé —dijo Alec, escaneando las sombras—, solo quiero... —lo que decía
no estaba teniendo sentido, pero la siguiente oración que pronunció
desgraciadamente tenía perfecto sentido—. Creo —dijo claramente—, creo que
la has puesto furiosa.
Magnus siguió la mirada de Alec. La chica lobo estaba nuevamente de pie y
los estaba acechando, sus ojos brillando con un fuego irracional.
—Tienes unas excelentes habilidades de observación, Alexander.
Alec intentó empujar a Magnus hacia atrás. Magnus lo tomó de la camiseta
negra y llevó a Alec hacia atrás consigo. Se movieron juntos lentamente fuera de
la sala.
La amiga de la chica lobo hizo tan buen trabajo como lo prometió: el bar
estaba vacío, como un brillante patio de juego sombrío para que el lobo los
acechara a través.
Alec sorprendió tanto a Magnus como al lobo, separándose y arremetiendo
contra Marcy. Lo que sea que había planeado, no funcionó: esta vez el zarpazo
del lobo le atrapó de lleno en el pecho. Alec voló contra una pared rosa fuerte
decorada con brillos dorados. Golpeó un espejo que estaba incrustado en la pared
decorado con unos ribetes dorados con tanta fuerza como para romper el vidrio.
—Oh, estúpido Cazador de Sombras —gimió Magnus en un suspiro. Pero
Alec usó su propio cuerpo para golpear la pared como palanca, propulsándose
fuera de la pared hacia arriba, atrapando un candelabro brillante y balanceándose
hasta dejarse caer tan suavemente como el salto de un gato, y volviéndose a
inclinar en posición de ataque en un movimiento suave—, estúpido y sensual
Cazador de Sombras.
—¡Alec! —Magnus lo llamó. Alec aprendió su lección: no se volteó a verlo ni
se arriesgó a distraerse. Magnus chasqueó los dedos, una llama azul apareció
entre ellos como si hubiese chasqueado un encendedor. Eso atrapó la atención de
Alec— Alexander. Hagamos esto juntos.
Magnus alzó sus manos y conjuró una red de relucientes líneas azules desde
sus dedos para desconcertar al lobo y proteger a los mundanos. Cada uno de los
hilos resplandecientes de luz daría suficiente carga mágica como para hacer que
el lobo dudara al actuar.
Alec se abrió paso entre ellos, y Magnus entretejió la luz a su alrededor a la
misma vez. Estaba sorprendido de la facilidad con la que Alec se movía con su
magia. Casi cualquier otro Cazador de Sombra que conocía hubiera sido
cauteloso y hubiese retrocedido.
Quizás fuese el hecho de Magnus nunca había deseado ayudar y proteger de
este modo con anterioridad, pero la combinación de la magia de Magnus y la
fuerza de Alec funcionaban, de algún modo.
El lobo rugió, se agachó y lloriqueó, su mundo lleno de luces cegadoras, y a
cualquier lugar al que iba, estaba Alec. Magnus casi sabía cómo se sentía el lobo.
El lobo flaqueó y gimió, una línea de luz azul atravesando y manchando su
pelaje, y Alec estaba allí. Su rodilla presionó uno de los lados del lobo, y su
mano fue hacia su cinturón. A pesar de todo, el miedo atravesó fríamente por
encima de la espina dorsal de Magnus. Pudo imaginar el cuchillo, y a Alec
cortando la garganta de la chica lobo.
Sin embargo, lo que Alec había sacado fue una soga. Rodeó el cuello del lobo
con ella mientras la aprisionaba hacia abajo con su propio cuerpo. Ella luchó, se
resistió y gruñó. Magnus dejó que los hilos de magia cayeran y murmuró, las
palabras mágicas cayendo de sus labios y desapareciendo en volutas de humo
azul, hechizos de curación y relajación, ilusiones de seguridad y calma.
—Vamos, Marcy —dijo Magnus con claridad—, ¡Vamos!
El lobo tembló y cambió, huesos quebrándose y pelaje desapareciendo, y
luego de unos largos y agonizantes momentos Alec se encontró a sí mismo con
sus brazos alrededor de la joven chica vestida con sólo harapos desgarrados del
vestido. Estaba prácticamente desnuda.
Alec la observó, más incómodo que cuando ella era un lobo. Se apartó
rápidamente, y Marcy se deslizó hacia una posición sentada, con sus brazos
aferrándose a sí misma. Estaba lloriqueando bajo su aliento. Magnus se quitó su
larga chaqueta de cuero rojo y se arrodilló para arroparla con él. Marcy se aferró
a las solapas.
—Muchas gracias —dijo, levantando la vista a Magnus con grandes ojos
suplicante. Era una fascinante pequeña rubia en forma humana, lo que hacía que
su gran forma de lobo furioso se viera algo cómica en retrospectiva. Entonces se
contrajo en angustia, y ya nada parecía divertido en lo absoluto—, ¿Acaso... por
favor, acaso herí a alguien?
—No —dijo Alec, su voz fuerte, confiada como casi nunca lo era—, no, no
heriste a nadie en lo absoluto.
—Había alguien conmigo... —empezó a decir Marcy
—Tiene un rasguño —dijo Magnus, manteniendo una voz queda y
reconfortante—, está bien. La curé.
—Pero la lastimé —dijo Marcy, poniendo su rostro entre sus manos cubiertas
en sangre.
Alec extendió la mano y tocó la espalda de Marcy, acariciándola gentilmente
como si la chica lobo desconocida fuese su propia hermana.
—Ella está bien —dijo—, no quisiste... yo sé que no querías lastimarla, que no
querías lastimar a nadie. No puedes evitar ser quien eres, Ya lo descubrirás.
—Ella te perdona —Magnus le dijo a Marcy, pero ella miraba a Alec.
—Oh, por Dios, eres un Cazador de Sombras —susurró, tal y como Erik, el
mesero hombre lobo, lo había hecho, pero con temor tiñendo su voz en vez de
desprecio—, ¿Qué vas a hacerme? —dijo cerrando los ojos— No. Lo siento. Tú
me detuviste. Si no hubieras estado aquí... lo que sea que vayas a hacerme estará
bien. Lo merezco.
—No voy a hacerte nada —dijo Alec, y Marcy abrió los ojos y levantó la vista
hacia el rostro de Alec—, lo digo en serio. No voy a decirle a nadie. Lo prometo.
Alec se veía igual que cuando Magnus habló de su infancia en la fiesta en la
que se habían visto por primera vez. Fue algo que Magnus raramente hacía, pero
se había sentido irritado y a la defensiva ante la llegada de todos estos Cazadores
de Sombras a su casa, ante la hija de Jocelyn Fray, Clary, apareciendo sin su
madre y con muchas preguntas que merecían respuestas. No había esperado mirar
dentro de los ojos de un Cazador de Sombras y ver simpatía.
Marcy se sentó, reafirmando el abrigo a su alrededor. De repente se veía más
dignificada, como si se hubiera dado cuenta que tenía derechos en esta situación.
Que ella era una persona. Que era un alma, y esa alma hubiese sido respetada tal
y como debía serlo.
—Gracias —dijo calmadamente—, gracias a los dos.
—¿Marcy? —dijo la voz de su amiga desde la puerta.
—¡Adrienne! —gritó, levantando la vista.
Adrienne se apresuró a entrar, casi patinando sobre el suelo de baldosas, y se
arrojó al suelo envolviendo a Marcy en un abrazo.
—¿Estas lastimada? Muéstrame —susurró Marcy en su hombro.
—Estoy bien, no es nada, está absolutamente bien —dijo Adrienne,
acariciando el cabello de Marcy.
—Lo siento tanto —dijo Marcy, acunando la cara de Adrienne. Se besaron
haciendo caso omiso del hecho que Alec y Magnus estaban parados allí.
Cuando se separaron, Adrienne meció a Marcy en sus brazos y le susurró:
—Vamos a resolver esto para que nunca vuelva a suceder. Lo haremos.
Otras personas siguieron el ejemplo de Adrienne y entraron en grupos
pequeños.
—Estás bastante bien vestido para ser un perrero —dijo un hombre que
Magnus pensó que era el barman.
—Muchas gracias— respondió este con una inclinación de la cabeza.
Más personas se arremolinaron a su alrededor, con cautela al principio y luego
en un mayor número. Nadie estaba preguntando dónde estaba exactamente el
perro. Un gran número de ellos parecía querer bebidas.
Tal vez algunos de ellos harían preguntas más tarde, cuando el susto hubiera
desaparecido, y el trabajo de esa noche se convertiría en una situación que
necesitaría ser aclarada. Pero Magnus decidió que ese sería un problema para
más adelante.
—Fue muy agradable lo que le dijiste —dijo Magnus, cuando la multitud
había ocultado por completo a Marcy y Adrienne de su vista.
—Uh… no fue nada —dijo Alec, cambiando el peso de un pie a otro y
viéndose avergonzado. Los Cazadores de Sombras no parecían aprobar mucho la
bondad, o eso supuso Magnus—. Me refiero, que eso es para lo que estamos ¿no?
Los Cazadores de Sombras. Tenemos que ayudar a cualquiera que necesite
ayuda. Debemos proteger a las personas.
Los nefilim que Magnus había conocido parecían creer que los submundos
estaban ahí para ayudarlos, y para ser eliminados si no ayudaban lo suficiente.
Magnus observó a Alec. Estaba sudoroso y aún respiraba un poco fuerte, los
rasguños en sus brazos y en su cara sanaban rápidamente gracias a las iratzes en
su piel.
—No creo que vayamos a conseguir un trago aquí; hay una fila larga —dijo
Magnus lentamente— Vamos por un trago a mi casa.
Caminaron a casa. Aunque era un camino largo, era agradable caminar en una
noche veraniega, el viento caliente en los brazos desnudos de Magnus y la luna
haciendo al puente de Brooklyn verse como una carretera blanca brillante.
—Estoy muy contento de que tu amiga te llamara para ayudar a aquella chica
—confesó Alec mientras caminaban—. Me alegra que me hayas llevado. Yo…
estaba muy sorprendido de que lo hicieras, después de como las cosas estaban
yendo antes.
—Estaba preocupado de que la pasaras mal —le dijo Magnus. Sentía que
estaba poniendo mucho poder en las manos de Alec, pero Alec era honesto con él
y Magnus se encontró con un extraño impulso de devolverle algo de honestidad.
—No —dijo Alec, y se tornó rojo—. No, no es eso en absoluto. Si pareció…
Lo siento.
—No lo lamentes —le dijo Magnus con dulzura.
Alec escupió las palabras con rapidez, aunque a juzgar por su expresión,
deseaba poder retenerlas.
—Fue mi culpa. Lo hice todo mal incluso antes de llegar; y tú sabías qué
ordenar en el restaurante; y tuve que contener la risa por esa canción en el
subterráneo. No tengo idea de lo que estoy haciendo y tú eres, eh, glamoroso.
—¿Qué?
Alec vio a Magnus afligido, como si lo hubiera hecho todo mal otra vez.
Magnus quería decir: “No, yo fui el que te llevo a un terrible restaurante, y te
trate como un mundano porque no sabía cómo salir con un Cazador de Sombras
y casi te dejé a pesar de que fuiste lo suficientemente valiente como para
invitarme a salir en primer lugar.”
Pero lo que terminó diciendo fue:
—Pensé que esa terrible canción era muy graciosa— echó su cabeza hacía
atrás y se rió. Miró de soslayo a Alec y lo encontró riendo también. Todo su
rostro cambiaba cuando se reía, pensó. Nadie tenía nada por lo que lamentarse,
no esta noche.
Cuando llegaron a casa de Magnus, él puso una mano en la puerta y esta se
abrió.
—Perdí mis llaves hace quince años —explicó Magnus.
Realmente debería conseguir una cerradura nueva. En realidad no la
necesitaba, y había pasado mucho tiempo desde que quiso que alguien tuviera sus
llaves; para que tuviera un fácil acceso a su casa porque quería que esa persona
viniera cuando quisiera venir. No había habido nadie desde Etta, y de eso hacía
medio siglo.
Magnus le dio a Alec una mirada de soslayo mientras subían las destartaladas
escaleras. Alec captó la mirada y su respiración se aceleró; sus ojos azules
estaban brillantes. Alec se mordió su labio inferior, y Magnus se detuvo.
Fue un momento de duda. Pero entonces Alec extendió la mano y tomó su
brazo, apretando sus dedos encima de su codo.
—Magnus —dijo en voz baja.
Este se dio cuenta de que Alec estaba reflejando la forma en la que Magnus se
había apoderado sus brazos el martes: el día de su primer beso.
Magnus dejó de respirar por un momento.
Eso parecía ser todo el coraje que Alec necesitaba. Se inclinó, con la expresión
abierta y ardiente en la oscuridad de la escalera, en el silencio del momento. La
boca de Alec encontró la de Magnus, suave y dulce. Conseguir que su respiración
volviera era imposible, y ya no era una prioridad.
Magnus cerró sus ojos e imágenes espontaneas vinieron a él: Alec tratando de
no reírse en el subterráneo, la apreciación de Alec al sabor de nueva comida,
Alec contento de no ser abandonado, Alec sentado en el suelo diciéndole a una
loba que no podía luchar con lo que era. Magnus se encontró temeroso ante el
pensamiento de casi haber dejado a Alec antes de que la noche terminara. Dejar a
Alec era la última cosa que quería hacer en este momento. Acercó a Alec
jalándolo del cinturón, cerrando toda la distancia entre sus cuerpos y atrapando
un pequeño jadeo de Alec con su boca.
El beso se encendió y todo lo que él podía ver detrás de sus ojos cerrados eran
chispas doradas; de lo único que tenía consciencia era de la boca de Alec, sus
manos fuertes y suaves que habían sostenido a una loba tratando de no hacerle
daño. Alec lo presionaba contra el barandal por lo que la madera podrida crujió
alarmantemente, pero a Magnus ni siquiera le importo. Alec aquí, Alec ahora, el
sabor de Alec en su boca, sus manos apartando la tela de su desgastada camiseta
para llegar a la piel desnuda de Alec.
Tomó un vergonzosamente largo rato antes de que ambos recordaran que
Magnus tenía un apartamento, y cayeron hacía el sin desenredarse el uno del
otro. Magnus abrió la puerta abierta sin mirarla: la puerta dio un golpe tan duro
contra la pared que Magnus abrió un ojo para comprobar que no la había hecho
explotar su puerta principal.
Alec trazó con dulzura y cuidado una línea de besos por el cuello de Magnus,
empezando justo debajo de su oreja hasta el hueco en la base de su garganta. La
puerta estaba bien. Todo era maravilloso.
Magnus tiro de Alec hasta el sofá. Alec colapsó sin fuerzas sobre él. Magnus
postró sus labios en el cuello de Alec. Sabía a sudor, jabón y a piel, y Magnus lo
mordió, esperando dejar una marca en su piel pálida. Alec dio un gemido
entrecortado y empujó su cuerpo al contacto. Las manos de Magnus se deslizaron
por debajo de la camisa arrugada de Alec, aprendiendo la forma del cuerpo de
Alec. Pasó sus dedos por sus fenomenales hombros y por la larga curva de su
espalda, sintiendo las cicatrices de su profesión y el salvajismo de sus besos.
Tímidamente, Alec deshizo los botones del chaleco de Magnus, dejando ver su
piel desnuda y deslizando dentro su mano para tocar el pecho de Magnus, su
estómago; y Magnus sintió la seda fría ser reemplazada por manos calientes,
curiosas y deseosas de acariciar. Sintió los dedos de Alec temblando contra su
piel.
Magnus levantó su mano y la apretó contra la mejilla de Alec, sus dedos
marrones enjoyados contrastaban con la pálida piel de luna de Alec, quien volvió
la cara contra la curva de la palma de Magnus y la besó, y el corazón de Magnus
se rompió.
—Alexander —murmuró, queriendo decir más que simplemente “Alec”.
Llamarlo por su nombre, que era más largo y diferente del nombre con el que
todos los demás lo llamaban; un nombre con el peso y valor del mismo. Susurró
su nombre como si le estuviera haciendo una promesa que duraría por mucho
tiempo—. Tal vez deberíamos esperar un segundo.
Empujó a Alec, solo un poco, pero Alec captó la indirecta. Se alejó mucho
más de lo que Magnus había querido decir. Gateó por el sofá, alejándose.
—¿Hice algo mal? —preguntó Alec, y su voz estaba temblando.
—No—dijo Magnus—. Nada de eso.
—¿Me estas enviando a casa?
Magnus levantó las manos.
—No tengo interés en decirte que hacer, Alexander. No quiero persuadirte de
hacer algo o convencerte de no hacerlo. Solo estoy diciendo que debemos
tomarnos un momento para pensar. Y entonces tú puedes decidir, lo que sea que
quieras decidir.
Alec se veía frustrado. Magnus podía compadecerse. Entonces frotó sus dos
manos contra su cabello, (que ya era una ruina gracias a Magnus: era imposible
arruinarlo más, había alcanzado su tope.) y se paseó por el piso. Estaba pensando.
Magnus vio, y trató de no imaginarse en lo que estaba pensando: Jace, Magnus,
su familia o su deber, como ser amable consigo mismo.
Detuvo su caminata cuando llegó a la puerta principal.
—Probablemente debería irme a casa— dijo eventualmente.
—Probablemente —respondió Magnus, con mucho pesar.
—No quiero —dijo Alec.
—Yo tampoco quiero —dijo Magnus—. Pero sí tu no…
Alec asintió rápidamente.
—Adiós, entonces —dijo y se inclinó para darle un pequeño beso. Magnus al
menos esperaba que fuera rápido. No estaba seguro de lo que pasó después, pero
de alguna manera quedó alrededor de Alec y ambos estaban en el piso. Alec
estaba jadeando y sosteniéndolo, y las manos de uno estaban en el cinturón del
otro, y Alec besó a Magnus tan fuerte que sintió el sabor a sangre.
—Oh Dios— dijo Magnus, y entonces…
Y entonces Alec estaba nuevamente en pie, y sosteniéndose del marco de la
puerta, como si el aire se hubiera convertido en una marea que podría empujarlo
hacía Magnus sino se agarraba de algo. Parecía que luchaba con algo, y Magnus
se preguntó si iba a pedirle que se quedara después de todo o todo lo dicho en la
noche había sido un error. Magnus sintió más miedo y más anticipación de lo que
era capaz de jugar, y se dio cuenta de que era más importante de lo que debería,
por lo pronto.
Esperó, tenso, y Alec dijo:
—¿Te puedo ver otra vez?
Las palabras cayeron en un apuro, tímidas y ansiosas y con temor a lo que
Magnus pudiera contestar. Este sintió el impulso de adrenalina y emoción que
viene con el inicio de una nueva aventura.
—Sí —dijo, todavía acostado en el piso—. Eso me gustaría.
—Um —dijo Alec—. Así que… ¿El próximo viernes por la noche?
—Bien…
Alec se vio instantáneamente preocupado, como si pensara que Magnus iba a
retractarse y decir que había cambiado de parecer. Era hermoso, y esperanzado, y
vacilante; un rompecorazones que tenía el suyo en la mano. Magnus se encontró
a si mismo queriendo enseñar su mano, tomar el riesgo y ser vulnerable.
Reconoció y acepto sus nuevos sentimientos: que preferiría lastimarse a sí mismo
que a Alec.
—El viernes por la noche estará bien —dijo, y Alec sonrió con su brillante
sonrisa iluminadora; y salió de espaldas del apartamento, aun viendo a Magnus.
Siguió caminando de espaldas por todas las escaleras. Hubo un grito, pero
Magnus se había levantado y había cerrado la puerta antes de poder ver a Alec
caer por las escaleras, ya que era el tipo de cosas que un hombre tenía que hacer
en privado.
Se apoyó en el alféizar de la ventada, y vio como Alec salía de la puerta
delantera de su edificio, alto y pálido con su cabello desordenado, y caminaba
por la avenida Greenpoint, silbando fuera de tono. Y Magnus se encontró
deseando.
Le habían enseñado tantas veces que la esperanza era una tontería, pero no
podía evitarlo, como un niño haciendo caso omiso a alejarse del fuego y
tercamente negándose a aprender de la experiencia. Quizás esta vez sería
diferente. Quizás este amor era diferente. Se sentía diferente; seguramente eso
significaba algo. Tal vez el año que venía sería un buen año para los dos. Quizás
esta vez las cosas iban a salir de la manera que Magnus quería.
Quizás Alexander Lightwood no le rompería el corazón.
Fin
Staff
Traductoras
Enchanted Crown
Lucía L
Emma S
Hitomi Yagami
Correctoras
Klary Fray
HaniaCM98
Arianna
Sofimiri
Moderadora
Diseño
Enchanted Crown
Tessa_
Sobre la Autora
Cassandra Clare es la autora del New York Times, USA
Today, Wall Street Journal, and Publishers Weekly mejor vendida por la
serie de Los Instrumentos y la trilogía de Los Artificios Infernales. Sus
libros tienen más de 20 millones de copias impresas en el mundo y ha sido
traducido en más de 35 idiomas. Cassandra vive en Western Massachusetts.
Visítala en CassandraClare.com. Aprende más sobre el mundo de los
Cazadores de Sombras en Shadowhunters.com.
También por Cassandra Clare:
CAZADORES DE SOMBRAS
Ciudad de Hueso
Ciudad de Ceniza
Ciudad de Cristal
Ciudad de los Ángeles Caídos
Ciudad de las Almas Perdidas
Ciudad del Fuego Celestial
LOS ORÍGENES
Ángel Mecánico
Príncipe Mecánico
Princesa Mecánica
LAS CRÓNICAS DE BANE
Lo que realmente sucedió en Perú
La Reina Fugitiva
Vampiros, panecillos y Edmund Herondale
El heredero de Medianoche
El Ascenso del Hotel Dumort
Salvando a Raphael Santiago
La Caída del Hotel Dumort
Qué Regalarle al Cazador de Sombras que lo Tiene Todo
La Postura Final del Instituto de Nueva York
El Rumbo del Amor Verdadero
Mensaje de MoLS
Esta traducción fue hecha sin fines de lucro; es el producto de un
trabajo realizado por un grupo de aficionadas y aficionados que
buscan ayudar por este medio a personas que por una u otra razón
no pueden disfrutar de maravillosas obras como esta.
Ninguno de los miembros que participaron de esta traducción
recibió, ni recibirá ganancias monetarias por su trabajo. Nuestra
única recompensa es la satisfacción de nuestros lectores.
El material antes expuesto es propiedad intelectual del autor y su
respectiva editorial.
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Ministry of Lost Souls
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