Sinopsis Cuando Magnus Bane, el Brujo, conoce a Alec Lightwood, el Cazador de Sombras, chispas vuelan. Y lo que pasa en su primera cita enciende una llama... Esta traducción llega a ti gracias a: Síguenos en: (Cliquea en el ícono para seguir el enlace) ¡Únete Al Staff! ¡Estamos buscando miembros y tú podrías ser uno/a! ¿Quieres formar parte de nuestro staff? Lee esto atentamente y haz la prueba. TRADUCCIÓN Y CORRECCIÓN: Para hacer cualquiera de estas dos pruebas lo único que tienes que hacer es solicitarla a la dirección [email protected] con el asunto “Prueba de…..” y la prueba que quieres hacer. En el mismo mail cuéntanos un poco de ti. DISEÑO: Para hacer esta prueba tienes que crear una portada tamaño Carta (81/2″*11″) que contenga como título “Ministry of Lost Souls”. ¡El resto depende de tu imaginación! Al tenerla, envíala a la dirección [email protected] con el asunto “Prueba de Diseño”, la evaluaremos y te comunicaremos los resultados. ¿QUÉ ESTÁS ESPERANDO? ¡INSCRÍBETE YA! El Rumbo del Amor Verdadero E ra viernes por la noche en Brooklyn, y las luces de la ciudad se reflejaban en el cielo: nubes pintadas de naranja presionando el calor veraniego contra las aceras como una flor entre las páginas de un libro. Magnus caminaba por el desván de su apartamento solo, y se preguntaba, con lo que parecía ser poco interés, si estaba a punto de ser plantado. Que un Cazador de Sombras lo invitara a salir estaba entre las diez cosas más inesperadas que le habían pasado, aun tomando en cuenta que Magnus siempre había disfrutado vivir una vida inesperada. Se había sorprendido a sí mismo aceptando. El martes pasado había sido un día aburrido con su gato y una lista de inventario que incluía sapos cornudos. Y luego Alec Lightwood, el hijo mayor de los Cazadores de Sombras que dirigían el Instituto de Nueva York, había aparecido en su umbral, agradeciéndole por salvar su vida, y luego invitándolo a salir mientras su cara se tornaba quince tonos entre rojizo y malva. En respuesta, Magnus perdió inmediatamente la cabeza, lo besó e hizo una cita para el viernes. Todo el asunto había sido completamente raro. Primero que nada, Alec había venido a agradecer a Magnus por salvar su vida. Muy pocos Cazadores de Sombras harían algo así. Ellos pensaban en la magia como su derecho, en cualquier momento que lo necesitaran, y veían a los brujos ya sea como conveniencias o molestias. La mayoría de los nefilim agradecerían más a un elevador por llegar al piso correcto. Luego estaba el hecho de que ningún Cazador de Sombras le había pedido a Magnus una cita antes. Habían pedido favores de todo tipo; mágico, sexual y extraño. Pero ninguno de ellos había querido pasar tiempo con él, ir a ver una película, y compartir palomitas. Ni siquiera estaba seguro de que los Cazadores de Sombras vieran películas. Era una cosa tan simple, una petición tan sencilla; como si ningún Cazador de Sombras hubiera roto un plato porque Magnus lo había tocado, o espetado “brujo” como si fuera una maldición. Como si todas las viejas heridas pudieran ser sanadas, o fingir que nunca habían sucedido, y el mundo se volvería como se veía en los ojos azul claro de Alec Lightwood. En ese punto, Magnus había dicho “sí” porque quería hacerlo. Era muy posible, sin embargo, que hubiera dicho “sí” porque era un idiota. Después de todo, Magnus tenía que recordarse a sí mismo que Alec no estaba tan interesado en él. Simplemente estaba respondiendo a la única atención masculina que jamás había tenido. Alec no se había revelado, era tímido e inseguro, y obviamente estaba loco por su amigo rubio, Trace Wayland. Magnus estaba muy seguro que ese era el nombre, pero Wayland le había recordado inexplicablemente a Will Herondale, y Magnus no quería pensar en Will. Sabía que la mejor forma de ahorrarse un corazón roto era no pensar en amigos perdidos, y no mezclarse con Cazadores de Sombras otra vez. Se había dicho a sí mismo que esta cita sería un poco de emoción, un incidente aislado en una vida que se había vuelto muy rutinaria, y nada más. No quería pensar en la forma en que le había concedido a Alec una cita, ni la manera en la que Alec lo había visto y dicho “me gustas” con una simplicidad tan devastadora. Magnus siempre había pensado en sí mismo como alguien que podía envolver palabras en la gente, hacerlos tropezar o engañarlos cuando tenía que hacerlo. Era increíble cómo Alec podía pasar sobre todo eso. Y lo más increíble era que no parecía estar intentándolo. Tan pronto como Alec se había marchado, Magnus había llamado a Catarina, la había hecho jurar que guardaría el secreto, y le había contado todo. —¿Aceptaste salir con él porque piensas que los Lightwood son idiotas y quieres mostrarles que puedes corromper a su bebé? —preguntó Catarina. Magnus balanceó sus pies sobre Presidente Miau. —Sí pienso que los Lightwood son idiotas —admitió—. Y suena como algo que haría. Maldita sea. —No, no en realidad no —dijo Catarina—. Eres sarcástico doce horas al día, pero casi nunca eres malvado. Tienes un buen corazón bajo todo el brillo. Catarina era quien tenía buen corazón. Magnus sabía exactamente de quién era hijo, y de donde venía. —Aunque fuera con mala intención, nadie podría culparte, no después del Círculo, después de todo lo que paso. Magnus miró fuera de la ventana. Había un restaurante polaco frente a su casa, sus luces brillantes anunciando borscht1 y café las veinticuatro horas (preferiblemente no juntos). Pensó en la forma que las manos de Alec habían temblado cuando le preguntó si quería salir, y en cuán sorprendido y maravillado se había visto cuando Magnus le dijo que sí. —No —dijo—. Probablemente es una mala idea. Es probablemente mi peor idea de la década, pero no tiene nada que ver con sus padres. Dije que sí por él. Catarina se mantuvo en silencio por un momento. Si Ragnor hubiera estado alrededor se hubiera reído, pero Ragnor había desaparecido a un spa en Suiza para una serie de complicados faciales que quitarían lo verde de su piel. Catarina tenía instinto de sanadora: sabía cuándo ser amable. —Buena suerte en tu cita, entonces —dijo al final. —Lo aprecio, pero no necesito suerte. Necesito ayuda —dijo Magnus—. Solo porque saldré con él no significa que irá bien. Soy muy encantador, pero se necesitan dos para bailar tango. —Magnus, recuerda lo que pasó la última vez que trataste de bailar tango. Tu zapato voló lejos y casi mata a alguien. —Era una metáfora. Es un Cazador de Sombras, es un Lightwood, y le gustan los rubios. Es peligroso salir con él. Necesito una estrategia de escape. Si la cita es un completo desastre, te enviaré un mensaje. Diré: “Ardilla Azul, es Zorro Sexy. La misión debe ser abortada con prejuicio extremo.” Entonces me llamas y me dices que hay una emergencia terrible que necesita mis expertos poderes mágicos. 1 Sopa de verduras, que incluye generalmente raíces de remolacha que le dan un color rojo intenso característico —Eso parece innecesariamente complicado. Es tu teléfono, Magnus, no hay necesidad de nombres clave. —Bien. Solo te enviaré “aborten.” —Magnus estiró la mano y acarició a Presidente Miau desde la cabeza hasta la cola. El gato se estiró y ronroneó en aprobación del gusto de Magnus en hombres—. ¿Me ayudarás? Catarina soltó un resoplido largo y molesto. —Te ayudaré —prometió—. Pero ya gastaste todos tus favores en citas de este siglo, y me quedas debiendo. —Es un trato —dijo Magnus. —Y si funciona —dijo Catarina, riendo—, quiero ser madrina en su boda. —Voy a colgar —le informó. Había hecho un trato con Catarina. Había hecho más que eso: había hecho una reservación en un restaurante. Había seleccionado un atuendo de pantalones Ferragamo rojos, zapatos a juego y un chaleco de seda negra que usaba sin camisa porque hacía que sus brazos y hombros se vieran excelentes. Y todo había sido para nada. Alec estaba media hora tarde. Lo más probable era que su valor se hubiera roto; que hubiera medido su vida, completa con su precioso deber de Cazador de Sombras, contra una cita con un tipo que ni siquiera le gustaba tanto; y había decidido ni siquiera aparecerse. Magnus se encogió de hombros filosóficamente, y con una indiferencia que no sentía precisamente, caminó hacia su gabinete de bebidas y se hizo una fuerte mezcla con lágrimas de unicornio, poción energizante, jugo de frambuesa y un poco de lima. Un día recordaría eso y se reiría. Probablemente mañana. Bueno, tal vez el día después, mañana estaría con resaca. Pudo haber saltado cuando el timbre sonó a través del desván, pero no había nadie más que Presidente Miau que lo hubiera visto. Magnus se había compuesto perfectamente para el momento en que Alec llegó corriendo por las escaleras, precipitándose hacia la puerta. Alec no podía ser descrito como perfectamente compuesto. Su cabello negro iba hacia todas las direcciones, como un pulpo que había sido llenado de hollín; su pecho subía y bajaba con fuerza bajo su camiseta azul claro, y había un ligero brillo de sudor en su rostro. Era muy difícil que un Cazador de Sombras sudara. Magnus se preguntó qué tan rápido había estado corriendo. —Bueno, esto es inesperado —dijo Magnus, levantando las cejas. Sin soltar a su gato, se había dejado caer en el sofá con ligereza, sus piernas enganchadas en uno de los brazos de madera. Presidente Miau estaba desparramado sobre su estómago, maullando perplejo ante el repentino cambio en su situación. Magnus había estado tratando parecer despreocupado un poco más de lo necesario, pero juzgando por la expresión alicaída de Alec, realmente no lo había conseguido. —Lamento llegar tarde —jadeó Alec—. Jace quería entrenar un poco, y no sabía cómo escaparme... digo, no podía decirle... —Oh, Jace, eso era —dijo Magnus. —¿Qué? —dijo Alec. —Olvidé por un momento el nombre del rubio —explicó con un chasquido desdeñoso. Alec se veía asombrado. —Oh. Soy... soy Alec. La mano de Magnus paró a la mitad del chasquido. El brillo de las luces que entraban por la ventana reflejó las gemas azules en sus dedos, creando chispas azul brillante que prendieron fuego, y luego cayeron y se ahogaron en el azul profundo de los ojos de Alec. Alec se había esforzado, pensó Magnus, aunque fuera difícil verlo para alguien no entrenado. La camisa azul claro le encajaba considerablemente mejor que la horrible sudadera gris que había llevado el martes. Olía vagamente a colonia. Magnus se sintió inesperadamente conmovido. —Sí —dijo Magnus con lentitud, para luego sonreír de la misma forma—. Recuerdo tu nombre. Alec sonrió. Tal vez no importaba si tenía una pequeña atracción por Aparentemente—Jace. Aparentemente—Jace era hermoso, pero era el tipo de persona que lo sabía, y normalmente eran más un problema de lo que valía la pena. Si Jace era oro, atrapando la luz y la atención, Alec era plata: tan acostumbrado a que todos vieran a Jace que era hacia donde él también veía; tan acostumbrado a vivir a la sombra de Jace que nunca esperaba ser notado. Tal vez era suficiente el ser la primera persona que le dijera a Alec que valía la pena verlo antes que a cualquier otro en la habitación, y verlo por más tiempo. Y la plata, aunque pocos lo sabían, era un metal más raro que el oro. —No te preocupes por eso —dijo Magnus, levantándose con facilidad del sofá y empujando a Presidente Miau con gentileza hacia los cojines para escucharlo quejarse—. Toma una bebida. Pasó su propia bebida a la mano de Alec; ni siquiera había tomado un trago, y podía prepararse otra para sí mismo. Alec se veía sorprendido. Estaba obviamente más nervioso de lo que Magnus hubiera creído, porque tropezó y dejó caer el vaso, derramando líquido carmesí sobre el piso y sobre sí mismo. Hubo un estrépito cuando el vidrio chocó contra el piso y se despedazó. Alec se veía como si hubiera sido disparado y se sintiera muy avergonzado al respecto. —Wow —dijo Magnus—, tu gente realmente exagera sobre sus reflejos de élite nefilim —Oh, por el Ángel. Lo... lo siento tanto. Magnus sacudió la cabeza e hizo un gesto con la mano, dejando un rastro de chispas azules en el aire, y el restante de líquido carmesí y vidrio roto se desvanecieron. —No lo sientas —dijo—. Soy un brujo. No hay desastre que no pueda limpiar. ¿Por qué crees que doy tantas fiestas? Déjame decirte, no lo haría si tuviera que restregar los sanitarios por mi cuenta. ¿Has visto a un vampiro vomitar? Asqueroso. —Realmente no, eh, conozco a ningún vampiro socialmente. Los ojos de Alec estaban ampliamente abiertos, como si estuviera imaginando vampiros perversos vomitando la sangre de inocentes. Magnus podía apostar que no conocía socialmente a ningún Submundo. Los Hijos del Ángel solo se mezclaban entre ellos. Magnus se preguntó qué estaba haciendo Alec justo ahí, en su apartamento. Podía apostar que Alec se preguntaba lo mismo. Podría ser una noche larga, pero al menos podían ir ambos bien vestidos. La camiseta podía dejar ver que Alec lo estaba intentando, pero Magnus podía hacerlo mucho mejor. —Te conseguiré una camisa nueva —ofreció Magnus, y se encaminó hacia su habitación mientras Alec protestaba ligeramente. El ropero de Magnus ocupaba la mitad de su habitación. Siempre pretendía engrandecerlo. Había mucha ropa en él que Magnus pensó que se vería genial en Alec, pero mientras las observaba, se dio cuenta que Alec podría no apreciar que él impusiera su único sentido de la moda en él. Decidió irse por una selección más sobria y eligió la camiseta negra que había usado el martes. Tal vez era algo sentimental de su parte. Era cierto que la camiseta tenía brillo por algunas lentejuelas, pero era de lo más sobrio que Magnus tenía. Sacó la camiseta del colgador y bailó hacia la sala principal para encontrarse con que Alec ya se había quitado su propia camisa y estaba de pie ahí sin hacer nada, su camisa sucia enrollada en su puño. Magnus se detuvo en seco. La habitación estaba iluminada únicamente por una lámpara de lectura; las demás luces provenían del exterior. Alec era coloreado por las luces de la calle y de la luna, sombras encrespándose alrededor de sus bíceps y las finas muescas de su clavícula, su torso, liso y pulcro, y la piel desnuda hasta la línea oscura de sus jeans. Había runas en el plano que era su estómago, y las cicatrices plateadas de Marcas antiguas serpenteaban alrededor de sus costillas, con una en el borde de su cadera. Su cabeza estaba arqueada, su cabello negro como tinta, su luminosamente pálida piel tan blanca como papel. Se veía como una pieza de arte claroscuro, bella y maravillosamente hecho. Magnus había escuchado la historia de la creación de los nefilim muchas veces. Debieron haber olvidado contar la parte que decía: “Y el Ángel descendió de las alturas y le dio a sus elegidos fantásticos abdominales.” Alec levantó la cabeza hacia Magnus, y sus labios se abrieron como si fuera a hablar. Vio a Magnus con ojos bien abiertos, expectante al estar siendo visto. Magnus ejerció un autocontrol heroico, sonrió, y le ofreció la camisa. —Lamento ser una cita horrible —murmuró Alec. —¿De qué hablas? —Preguntó Magnus—. Eres una cita fantástica. Solo has estado aquí diez minutos, y ya conseguí que te quitaras la mitad de tu ropa. Alec se miró tan avergonzado como complacido. Le había dicho a Magnus que todo esto era nuevo para él, así que cualquier cosa más que un leve coqueteo podría asustarlo. Magnus había planeado una cita muy calmada y normal; sin sorpresas ni cosas inesperadas. —Vamos —dijo Magnus, y tomó su chaqueta de cuero rojo—. Iremos a cenar. La primera parte del plan de Magnus, tomar el subterráneo, parecía simple. Totalmente a prueba de tontos. No se le había ocurrido que un Cazador de Sombras no estaba acostumbrado a ser visible y tener que interactuar con mundanos. El subterráneo estaba lleno en una noche de viernes, lo que no era sorprendente, pero parecía ser alarmante para Alec. Estaba mirando alrededor a los mundanos como si se hubiera encontrado a sí mismo en una jungla rodeado por monos amenazantes, y aún se veía traumatizado por la camisa de Magnus. —¿No puedo usar una runa de glamour? —preguntó mientras bordeaban el tren F. —No. No me veré como si estuviera solo un viernes en la noche solo porque no quieres mundanos viéndote. Pudieron tomar dos asientos, pero no mejoró mucho la situación. Se sentaron incómodamente lado a lado, con las charlas de la gente rodeándolos. Alec estaba en silencio total. Magnus estaba seguro que no quería más que irse a casa. Había posters azules y violetas mirando hacia ellos, mostrando parejas ancianas mirándose tristemente el uno al otro. Los posters llevaban escrito que con el paso de los años viene… ¡la impotencia! Magnus se encontró mirándolos con algo parecido a un terror ausente. Miró a Alec y encontró que él tampoco podía mirar hacia otro lado. Se preguntó si Alec estaría consciente de que Magnus tenía trescientos años y si estaba considerando cuán impotente uno se podía volver después de todo ese tiempo. Dos tipos se subieron al tren en la parada siguiente y despejaron un espacio justo en frente de Magnus y Alec. Uno de ellos comenzó a bailar balanceándose dramáticamente alrededor de la barra. El otro se sentó cruzando las piernas marcando el ritmo con un tambor que llevaba consigo. ―Hola, damas y caballeros, ¡y cualquier otra cosa que tengan! ―gritó el del tambor― .Vamos a tocar ahora para su entretenimiento. Espero que lo disfruten. La llamamos… la Canción del Trasero. Juntos comenzaron a rapear. Era bastante obvio que habían escrito la canción ellos mismos. Las rosas son rojas, y dicen que el amor no está hecho para durar, Pero sé que nunca tendré suficiente de ese dulce, dulce trasero. Toda esa jalea en tus jeans, todo ese enorme trasero, Tan solo necesito tenerlo, una sola mirada me hundió. Si alguna vez te preguntas por qué tuve que hacerte mía, Es porque nadie tiene un trasero tan bueno, Dicen que no eres de mirar, pero no me importa. Yo estoy mirando la vista de atrás, Nunca he sido romántico, no sé qué significa el amor, Pero sé que me gusta la forma en la que vistes esos jeans. Odio verte irte pero amo mirar cómo te vas. Retrocede, luego vete otra vez, bebé hazlo lento. No puedo tener suficiente de ese dulce, dulce trasero. La mayoría de los pasajeros parecían impactados. Magnus no estaba seguro de si Alec tan solo estaba asombrado o también profundamente escandalizado y encomiando su alma a Dios en privado. Tenía una expresión extremadamente peculiar en su cara y sus labios estaban muy cerrados. Bajo circunstancias normales, Magnus se habría reído y reído, y dado a los músicos callejeros una cantidad de dinero. Pero en esta situación estaba profundamente agradecido cuando alcanzaron su parada. Aunque sí les dio unos pocos dólares a los músicos mientras Alec bajaba del tren. Magnus fue recordado nuevamente de las desventajas extremas de la visibilidad de los mundanos cuando un chico delgado con pecas se deslizó entre ellos. Estaba pensando que creía haber sentido una mano serpenteando en su bolsillo cuando el chico soltó algo entre un aullido y un chillido. Mientras Magnus se había preguntado vanamente si estaba siendo robado por un carterista, Alec había reaccionado como un Cazador de Sombras entrenado: tomó el brazo del chico y lo tiró al aire. El ladrón voló, sus brazos extendidos agitándose sin fuerza, como una muñeca rellena de algodón. Aterrizó con un crujido en la plataforma, con la bota de Alec en su pecho. Otro tren traqueteó cerca, todo luces y ruido; los pasajeros del viernes a la noche lo ignoraron, formando un nudo de cuerpos en ropa ajustada y brillante y peinados ingeniosos alrededor de Magnus y Alec. Los ojos de Alec se abrieron un poco. Magnus sospechó que había actuado por reflejo y en realidad no había querido usar fuerza destinada a enemigos demonios en un mundano. El chico pelirrojo graznó, revelando frenillos, y aleteó sus brazos en lo que parecía ser una rendición urgente o una muy buena imitación de un pato aterrorizado. —¡Hombre! —dijo—. ¡Lo siento! ¡En serio! ¡No sabía que eras un ninja! Alec removió su bota y lanzó una mirada alrededor hacia los observadores fascinados. —No soy un ninja —murmuró. Una bella joven con prensas de mariposa en sus trenzas puso la mano en su brazo. —Estuviste increíble —le dijo con voz acanalada—. Tienes los reflejos de una serpiente. Deberías trabajar como doble. En serio, con tus pómulos, deberías ser actor. Mucha gente busca a alguien tan bonito como tú que haría sus propias escenas de riesgo. Alec le lanzó a Magnus una mirada aterrorizada y suplicante. Magnus tuvo piedad de él, puso una mano en la espalda de Alec y se inclinó hacia él. Su actitud y la mirada que le lanzó a la chica claramente decían mi cita. —Sin ofender —dijo ella, quitando su mano con rapidez para meterla en su bolso—. Déjame darte mi tarjeta. Trabajo para una agencia de talentos. Podrías ser una estrella. —Es extranjero —le dijo Magnus a la chica—. No tiene número de seguro social. No puedes contratarlo. La chica miró la cabeza arqueada de Alec con nostalgia. —Es una lástima. Podría ser increíble. ¡Esos ojos! —Me doy cuenta que es maravilloso —dijo Magnus—, pero tendrás que prescindir de él. Interpol lo busca. Alec le dio una mirada extraña. —¿Interpol? Magnus se encogió de hombros. —¿Maravilloso? —dijo Alec. Magnus le levantó una ceja. —Tienes que saber que lo pienso. ¿Por qué otra razón aceptaría salir contigo? Aparentemente Alec no había estado seguro, incluso aunque dijo que Isabelle y Jace lo habían comentado. Tal vez los vampiros habían ido a casa a chismear sobre el hecho de que Magnus pensaba que uno de los Cazadores de Sombras era un sueño. Magnus posiblemente debía aprender sutileza, y probablemente Alec no tenía acceso a espejos en el Instituto. Se veía sobresaltado y complacido. —Pensé que tal vez... dijiste que no eras indiferente... —No hago caridad —dijo Magnus—. En ningún área de mi vida. —Te devolveré la billetera —imploró una voz. El ladrón pelirrojo interrumpió lo que estuvo a punto de ser un hermoso momento luchando contra sus pies, sacando la billetera de Magnus y dejándola en el piso con un gañido de dolor. —¡Esa cosa me mordió! “Eso te enseñará a no robar billeteras de brujos” pensó Magnus mientras se agachaba para recoger la billetera de un bosque de tacones. Pero lo que dijo fue: —No es tu noche de suerte, ¿o sí? —¿Tu billetera muerde gente? —preguntó Alec. —Esta muerde gente —respondió Magnus, guardándola. Estaba complacido de tenerla de regreso, no solo porque le gustaba el dinero, sino porque la billetera combinaba con sus pantalones rojos de piel de cocodrilo—. La billetera John Varvatos se incendia. —¿Quién? —dijo Alec. Magnus lo miró con tristeza. —Un diseñador excelente —comentó la chica con prensas de mariposa—. ¿Sabes? Te dan cosas de diseñador cuando eres una estrella de cine. —Siempre puedo robar una billetera Varvatos —agregó el ladrón pelirrojo—. No que robaría nada que pertenezca a alguien en esta plataforma. Especialmente a ustedes. —Le dirigió a Alec una mirada que bordeaba en culto heroico—. No sabía que los tipos gay podrían pelear así. Sin ofender, claro, pero fue asombroso. —Has aprendido dos lecciones importantes sobre tolerancia y honestidad —le informó Magnus con severidad—. Y aún tienes todos tus dedos luego de tratar de robarme en una primera cita, así que es lo mejor que pudiste esperar. Hubo un murmullo de asentimiento. Magnus miró alrededor y vio a Alec un poco alterado, y todos los demás viéndolo con preocupación. Aparentemente el grupo que se había reunido creía en su amor. —Oh, hombre, lo siento mucho —dijo el ladrón—. No pretendía arruinar la primera cita de nadie con un ninja. —NOS IREMOS AHORA —dijo Magnus en su mejor voz de Gran Brujo. Le preocupaba que Alexander planeara lanzarse frente al primer tren que viera. —Diviértanse en su cita, chicos —dijo Prensas de Mariposa, metiendo su tarjeta en los pantalones de Alec. Este saltó como una liebre asustada—. ¡Llámame si cambias de idea sobre querer fama y fortuna! —¡De nuevo, lo siento! —dijo su antiguo ladrón, despidiéndose con efusividad. Dejaron la plataforma con un coro de buenos deseos. Alec se veía como si no deseara más que la dulce liberación de la muerte. El restaurante estaba entre la 3ra y la 13va al Este, cerca de una tienda de ropa Americana y en una fila de aburridos edificios de ladrillo. Era una fusión de Etiopía e Italia manejado por Submundos. Estaba en el lado oscuro y triste de la ciudad, por lo que los Cazadores de Sombras no lo frecuentaban. Magnus había sospechado que Alec no querría arriesgar que algún nefilim los viera juntos. También había traído varias citas mundanas aquí, como una forma de introducirlos en su mundo. El restaurante quería clientela mundana, aunque la mayoría eran Submundos, por lo que los glamours se usaban pero al mínimo. Había un enorme dibujo de un dinosaurio obscureciendo el letrero. Alec lo miró de reojo, pero siguió a Magnus dentro del restaurante con la suficiente rapidez. El momento en que Magnus entró al lugar, se dio cuenta del gran error que había cometido. Cuando la puerta se cerró tras ellos, un terrible silencio inundó la gran y poco iluminada sala. Se oyó un estrépito cuando un cliente, un ifrit con cejas flamantes, se escondió tras una mesa. Magnus miró a Alec y se dio cuenta de lo que vieron. Incluso sin usar equipo, sus brazos mostraban runas, y su ropa enseñaba signos de que usaba armas. Nefilim. Magnus bien pudo haber entrado a un bar clandestino con policías sosteniendo armas. Dios, tener citas apestaba. —¡Magnus Bane! —susurró Luigi, el dueño, apresurándose hacia ellos—. ¡Traes a un Cazador de Sombras! ¡Pensé que éramos amigos! ¡Al menos podías haberme avisado! —Estamos aquí socialmente —dijo Magnus. Levantó las manos, mostrando las palmas—. Lo juro. Solo para hablar y conversar. Luigi sacudió la cabeza. —Por ti, Magnus. Pero si hace algún movimiento contra mis otros clientes...— hizo un gesto hacia Alec. —No lo haré —dijo este, y aclaró su garganta—. Estoy... fuera de servicio. —Los Cazadores de Sombras nunca están fuera de servicio —dijo Luigi sombríamente, y los arrastró hacia una mesa en la parte más remota del restaurante, la esquina cerca de las puertas que llevaban a la cocina. Un mesero hombre lobo con una expresión que indicaba aburrimiento o gripe llegó. —Hola, mi nombre es Erik y seré su mesero esta no... ¡Por Dios, eres un Cazador de Sombras! Magnus cerró los ojos por un doloroso momento. —Nos podemos ir —le dijo a Alec—. Probablemente fue un error. Pero un brillo de terquedad apareció en los ojos azules. A pesar de su mirada de porcelana, Magnus pudo ver el acero que había debajo. —No, está bien. Parece... bien. —Me haces sentir amenazado —dijo Erik, el mesero. —No está haciendo nada —espetó Magnus. —No tiene que ver con lo que hace, sino con cómo me hace sentir —resopló Erik. Tiró los menús como si lo hubieran ofendido personalmente—. Tengo úlceras por estrés. —El mito de que las úlceras las causaba el estrés fue desacreditado hace años —dijo Magnus—. De hecho es un tipo de bacteria. —Um, ¿cuáles son los especiales? —preguntó Alec. —No puedo recordarlos cuando mis emociones están bajo este nivel de tensión —dijo Erik—. Un Cazador de Sombras mató a mi tío. —Nunca he matado al tío de nadie —dijo Alec. —¿Cómo lo sabrías? —Demandó Erik—. Cuando estás a punto de matar a alguien, ¿te detienes a preguntarle si tiene sobrinos? —Mato demonios —dijo Alec—. Los demonios no tienen sobrinos. Magnus sabía que esto era cierto solo desde el punto técnico. Aclaró su garganta con fuerza. —Tal vez debería ordenar por ambos, y podríamos compartir. —Seguro —dijo Alec, bajando su menú. —¿Quieres algo de beber? —le preguntó el mesero a Alec en voz baja—. ¿O quieres apuñalar a alguien? Si de verdad tienes que hacerlo, podrías empezar por el tipo de la esquina con la camisa roja. Da propinas terribles. Alec abrió su boca, la cerró, y luego la abrió de nuevo. —¿Es una pregunta engañosa? —Vete, por favor —dijo Magnus. Alec estaba muy quieto, incluso después de que Erik el molesto mesero se fuera. Magnus estaba bastante seguro de que la estaba pasando terrible, y no podía echarle la culpa. Varios clientes se habían ido, lanzando miradas aterrorizadas por encima de sus hombros mientras pagaban apresuradamente. Cuando la comida llegó, los ojos de Alec se ensancharon cuando vio que Magnus había ordenado su Kitfo raw.2 Luigi se había esforzado: allí habían deliciosos tibs, doro wats, y un picante plato de estofado de cebolla, puré de lentejas y coles, y todo eso encima del grueso pan etíope esponjoso conocido como injera. La parte Italiana de la herencia de Luigi estaba representada por un montón de pasta Penne. Alec no tuvo problema con la comida, y parecía que saber que tenía que comer con los dedos sin que se le dijera. Magnus pensó que era un neoyorkino, incluso si también era un Cazador de Sombras. —Es la mejor comida etíope que he probado. ¿Conoces mucho de comida? — preguntó Alec— Digo, obviamente sabes. No importa. Fue una cosa estúpida. —No, no lo fue —Magnus dijo frunciendo el ceño. Alec comió un bocado de Penne Arrabiata. Inmediatamente comenzó a ahogarse. Lágrimas brotaron de sus ojos. —Alexander —dijo Magnus. —¡Estoy bien! —Alec jadeó, viéndose horrorizado. Le arrebató un pedazo de pan, y se dio cuenta que era pan cuando trató comer un poco. Soltó el pan a toda prisa y cogió su servilleta, ocultando sus ojos llorosos y su cara escarlata. —¡Obviamente no estás bien! —Magnus le dijo, y probó un pequeño bocado de Penne. Quemaba como fuego: Alec aún estaba jadeando en su servilleta. Magnus hizo un gesto perentorio al camarero que pudo haber incluido algunas chispas azules crepitando sobre los manteles de otras personas. La gente comiendo cerca de ellos empezó a alejar sus mesas sutilmente lejos. —Este Penne tiene demasiado Arrabiata, y lo hiciste a propósito —dijo Magnus cuando el maleducado camarero hombre lobo se acercó a ellos. —Derechos de hombres lobo —gruñó Erik—, aplastar a los viles opresores. 2 carne de ternera picada cruda, calentada y marinada en mitmita, una mezcla de especias picante a base de polvo de guindilla, y niter kibbeh (una mantequilla clarificada infundida con hierbas y especias). —Nadie nunca ha ganado una revolución con pasta, Erik —dijo Magnus—. Ahora ve a conseguir un plato fresco, o le diré a Luigi de ti. —Yo… —Erik comenzó a desafiarlo. Magnus estrechó sus ojos de gato. Erik encontró su mirada y decidió no ser un camarero héroe—. Por supuesto. Mis disculpas. —Qué molestia —remarcó Magnus en voz alta. —Sí —dijo Alec, arrancando una nueva tira de injera—. ¿Qué es lo que los Cazadores de Sombras le han hecho? Magnus levantó una ceja. —Bueno, mencionó a un tío muerto. —Oh —dijo Alec—. Claro. Volvió a mirar fijamente el mantel —Sigue siendo toda una molestia —dijo Magnus. Alec murmuró algo que el otro no comprendió. Fue entonces cuando la puerta se abrió y un guapo hombre humano con ojos verdes profundos entró. Sus manos estaban en los bolsillos de su caro traje, y estaba rodeado de un grupo de hermosas hadas jóvenes, hombres y mujeres. Magnus se escondió en su silla. Richard. Richard era un mortal que las hadas habían adoptado como lo hacían a veces, especialmente cuando los mortales eran músicos. Él era algo más. Magnus aclaró su garganta. —Advertencia rápida. El chico que acaba de entrar es un ex —dijo—. Bueno, apenas un ex. Fue muy casual. Y nos separamos muy amistosamente. En ese momento Richard alcanzó a verlo. Toda la cara de Richard tuvo un espasmo; entonces el cruzó el piso en dos pasos. —¡Eres una escoria! —siseó, y entonces levantó la copa de vino de Magnus y se la lanzó a la cara—. Sal de aquí mientras puedas —volteó hacía Alec—: Nunca confíes en un brujo. ¡Encantan los años de tu vida y el amor de tú corazón! —¿Años? —farfulló Magnus—. ¡Fueron apenas veinte minutos! —El tiempo significa diferentes cosas para aquellos que son de las hadas— dijo Richard, el idiota presuntuoso—. ¡Gastaste los mejores veinte minutos de mi vida! Magnus se agarró de la servilleta y comenzó a limpiarse la cara. Parpadeó a través de la visión borrosa de color rojo en la espalda de Richard y la cara de sorpresa de Alec. —Muy bien —dijo—. Es posible que estuviera equivocado acerca de la separación amistosa. —Trató de sonreír suavemente, lo cual era difícil con el vino en su cabello—. Ah bien. Tú conoces a los ex. Alec estudió el mantel. Había arte en los museos a la que se le daba menos atención que este mantel. —No realmente —dijo—. Eres mi primera cita. Esto no estaba funcionando. Magnus no sabía porque él había pensado que podía funcionar. Tenía que salir de esta cita y no lastimar mucho el orgullo de Alec Lightwood. Deseó poder sentir la satisfacción de que tenía un plan para esto, pero al momento que le envió un mensaje a Catarina debajo de la mesa, lo que sentía era una sensación envolvente de tristeza. Magnus se sentó silenciosamente, esperó a que Catarina llamara, y trató de pensar en una manera de decir las cosas. “Sin resentimientos. Me gustas más que cualquier otro Cazador de Sombras que he conocido en un siglo, y espero que encuentres a algún buen Cazador de sombras si es que hay algún buen Cazador de Sombras además de ti.” Su teléfono sonó mientras aún estaba componiendo las palabras mentalmente, rompiendo el fuerte silencio que se había instalado entre ellos. Magnus contestó precipitadamente. Sus manos no estaban totalmente estables, y temió por un momento el caer su teléfono como Alec dejó caer su copa, pero se las arregló para contestar. La voz de Catarina se filtró por la línea, clara y urgente de forma inesperada. Catarina era claramente una actriz de método. —Magnus hay una… —¿Una emergencia, Catarina? —preguntó— ¡Eso es terrible! ¿Qué sucedió? —¡Una emergencia real ha sucedido, Magnus! Magnus apreció el compromiso de Catarina hacia su rol, pero deseaba que no hablara tan alto en su oído. —Eso es terrible Catarina. Me refiero a que estoy muy ocupado, supongo que si hay vidas en juego no puedo decir n… —¡Hay vidas en juego, idiota! —Catarina gritó— ¡Trae al Cazador de Sombras! Magnus se detuvo. —Catarina, no creo que entiendas totalmente el punto de lo que deberías de hacer. —¿Estás borracho, Magnus? —preguntó ella— ¿Estás seduciendo y consiguiendo a uno de los nefilim, uno de los nefilim que es menor de veintiún años, borracho? —El único alcohol que ha pasado mis labios es el vino que fue lanzado en mi cara —dijo Magnus—. Y estoy totalmente libre de culpa en ese asunto. Hubo una pausa. —¿Richard? —dijo Catarina. —Richard —confirmó Magnus. —Mira, nunca me ha importado. Escucha cuidadosamente Magnus, porque estoy trabajando y una de mis manos está cubierta con fluidos, y voy a decir esto solo una vez. —¿Fluidos? —dijo Magnus—. ¿Qué clase de fluidos? Alec lo vio con ojos desorbitados. —Solo voy a decir esto una vez, Magnus —Catarina repitió firmemente—. Hay una chica lobo en el Beauty Bar, en el centro de la ciudad. Salió en la noche de luna llena, porque quería probarse a sí misma que aun podía tener una vida normal. Un vampiro se enteró, y los vampiros no serán de ninguna ayuda, porque nunca lo son. La chica lobo está cambiando, está en un lugar desconocido y lleno de gente, y probablemente va a perder el control y matar a alguien. No puedo salir del hospital. Lucian Graymark tiene su teléfono apagado, y su manada dice que está en un hospital con un ser querido. Tú no estás en un hospital; estás en una estúpida cita. Si fuiste al restaurante al que me dijiste que irías, entonces eres la persona más cercana que sé que puede ayudar. ¿Vas a ayudarme, o continuarás perdiendo el tiempo? —Malgastaré tu tiempo después, cariño —dijo Magnus. —Puedo apostarlo —dijo Catarina, y él pudo escuchar una sonrisa irónica en su voz. Ella colgó. Catarina usualmente estaba muy ocupada para decir “adiós”. Magnus se dio cuenta de que no tenía mucho tiempo para sí mismo, pero perdió un poco mirando a Alec. Catarina había dicho que llevara al Cazador de sombras, pero ella no convivía mucho con los nefilim. Magnus no quería ver a Alec cortando la cabeza de una pobre chica por romper la ley; no quería que alguien más sufriera si cometía un error al juzgar, y tampoco quería encontrarse odiando a Alec como había odiado a muchos otros nefilims. Mucho menos quería que muriera algún mundano. —Lamento mucho esto —dijo—. Es una emergencia. —Um —dijo Alec encorvando sus hombros—. Está bien, lo comprendo. —Hay una chica lobo fuera de control en un bar cercano. —Oh —dijo Alec. Algo dentro de Magnus se agrietó. —Tengo que ir y tratar de mantenerla bajo control. ¿Vendrías y me ayudarías? —Oh, ¿es una emergencia real? —exclamó Alec, y se alegró inmensamente. Por un momento Magnus se sintió agradecido de que una loba enloquecida causara estragos en el centro de Manhattan, si hacía a Alec verse así. —Me imaginé que era una de esas cosas donde haces arreglos para que un amigo te llame y puedas salir de una cita apestosa. —Ha ha —dijo Magnus—. No sabía que las personas hacían eso. —Ajap —Alec se levantó y se estaba poniendo su chaqueta—. Vamos, Magnus. Este sintió una ráfaga de cariño en su pecho; se sentía como una pequeña explosión, agradable y sorprendente al mismo tiempo. Le gustaba como Alexander decía las cosas que otros pensaban y nunca decían. Le gustaba como Alec lo llamaba Magnus y no “brujo”. Le gustaba como los hombros de Alec se movían debajo de su chaqueta. (A veces era superficial). Y estaba animado de que Alec quisiera ir. Había asumido que Alec podría estar encantado por el pretexto para salir de una cita incomoda, pero tal vez había leído la situación erróneamente. Magnus lanzó dinero en la mesa; y cuando Alec hizo un sonido de oposición, sonrió. —Por favor —dijo—. No tienes idea de lo mucho que sobre cargo a los nefilim por mis servicios. Es lo justo. Vamos. A medida que se acercaron a la puerta escucharon al camarero gritar: “¡Derechos de los lobos!” a sus espaldas. El Beauty Bar estaba usualmente lleno de gente a estas horas el viernes por la noche, pero las personas que salían del lugar no lo hacían con el aire informal de los que se arrastraban hacia afuera para fumar o socializar con otros. Se quedaban fijos bajo el signo blanco brillante que tenía “Beauty” escrito con letras rojas y que parecía una imagen de una cabeza de Medusa dorada. Toda la multitud tenía el aire de aquellos que estaban desesperados por escapar, sin embargo, se cernían en su lugar con una fascinación horrorizada. Una chica apretó la manga de Magnus y lo miró; sus pestañas falsas emitían un brillo plateado. —No entres —susurró—. Hay un monstruo ahí dentro. “Yo soy un monstruo”, pensó Magnus. Y los monstruos eran su especialidad. Pero no lo dijo. —No te creo —dijo en su lugar, y entró. Lo decía en serio. Los Cazadores de Sombras, incluso Alec, podían creer que Magnus era un monstruo, pero él no lo creía. Se había enseñado a sí mismo a no creerlo incluso aunque su madre, el hombre al que llamaba su padre, y otras mil personas le dijeran que lo era. Magnus tampoco creía que la chica de adentro fuera un monstruo, sin importar como lo vieran los nefilim y los mundanos. Tenía un alma, y eso significaba que podía ser salvada. Estaba oscuro en el bar, y, contrario a las expectativas de Magnus, aún había gente adentro. En una noche normal el Beauty Bar era un lugarcito cursi lleno de gente alegre haciéndose manicuras, posando en sillas que parecían de una peluquería antigua, o bailando en el piso blanco y negro que parecía un tablero de ajedrez. Esa noche nadie bailaba, y las sillas estaban vacías. Magnus vio de soslayo una mancha en el piso de ajedrez y vio que las losas estaban llenas de sangre roja y brillante. Miró a Alec para ver si lo había notado también, y lo encontró cambiando el peso de un pie a otro, obviamente nervioso. —¿Estás bien? —Siempre lo hago con Isabelle y Jace —dijo Alec—. Y no están aquí. Y no los puedo llamar. —¿Por qué no? —preguntó Magnus. Alec se ruborizó al notar lo que Magnus quería decir. No podía llamar a sus amigos porque no quería que supieran que estaba en una cita con Magnus. Especialmente no quería que Jace se enterara. No era algo particularmente agradable de pensar, pero era asunto de Alec. También era verdad que Magnus ciertamente no quería más Cazadores de Sombras en el retorcido intento de llevar a cabo su rígida justicia, pero veía cuál era el problema de Alec. Por lo que había visto de Jace y la ostentosa hermana de Alexander, estaba seguro de que Alec estaba acostumbrado a protegerlos, escudándolos de sus propias acciones apresuradas, y eso quería decir que Alec estaba acostumbrado a defender, no atacar. —Lo harás bien sin ellos —lo alentó Magnus—. Yo puedo ayudarte. Alec se veía escéptico acerca de ello, lo que era ridículo ya que Magnus podía hacer magia, algo que a los Cazadores de Sombras les gustaba olvidar cuando estaban inmersos en pensamientos acerca de lo superiores que eran. En defensa de Alec, aun así, asintió y siguió adelante. Magnus notó, con cierto desconcierto, que siempre que trataba de adelantarse, Alec ponía un brazo y se movía ligeramente más rápido, poniéndose frente a Magnus en una posición protectora. La gente que aún estaba en el bar se aplastaba contra las paredes como si estuviesen clavados allí, inmóviles por el miedo. Alguien estaba sollozando. Había un bajo gruñido como de un estertor proveniente desde la sala detrás del bar. Alec reptó hacia el sonido, del modo en que los Cazadores de Sombras lo hacían: suave y rápido, y Magnus lo siguió. La sala estaba decorada con imágenes en blanco y negro de mujeres de los años cincuenta y una bola de disco que obviamente no proveía ninguna luz útil. Había un escenario vacío hecho de cajas y una lámpara para leer que daba la única iluminación real. Había sillones en el centro de la habitación, sillas al fondo, y sombras por todas partes. Había una sombra moviéndose y gruñendo entre todas las otras sombras. Alec vagó hacia el frente, acechándolo, y la chica lobo soltó un gruñido desafiante. Y de repente apareció una chica esbelta con el cabello recogido en dos largas colas de caballo, moños colgando de ellas, y sangre, dirigiéndose directamente hacia ellos. Magnus saltó hacia delante y la atrapó entre sus brazos antes de que pudiera ser distraída o atacada por Alec. —¡No dejen que la lastime! —gritó ella al mismo tiempo que Magnus le preguntaba: —¿Qué tanto te ha herido? —Debemos de estar en algún tipo de impasse —dijo Magnus, tras una pausa —. Preguntas de "sí" o "no". Ahora: ¿estás gravemente herida? La sostuvo por los brazos de manera más gentil y la miró. Tenía una larga y profunda marca extendiéndose todo el camino hacia su suave brazo marrón. Estaba embebido en sangre, cayendo en gruesas gotas hacia el suelo mientras hablaban; era el origen de la sangre en el piso de afuera. Ella lo miró y le mintió: —No —Eres una mundana ¿verdad? —Sí... o al menos no soy una mujer lobo o algo por el estilo, si es a eso a lo que te refieres. —Pero sabes que ella es una mujer lobo. — ¡Sí, imbécil! —soltó la chica— Ella me lo dijo. Lo sé todo al respecto. No me importa. Yo la alenté a que saliera. —Yo no alenté a hombres lobo a salir durante la luna llena y atacar gente en la pista de baile —dijo Magnus—, pero quizás podamos determinar cuál de los dos es el imbécil en un mejor momento, cuando no haya vidas en juego. La chica se aferró a sus brazos. Podía ver a Alec, visible como los Cazadores de Sombras casi nunca se mostraban ante los mundanos. Podía ver sus armas. Estaba sangrando demasiado, y aun así su miedo era por alguien más. Magnus la sujetó por los brazos. Lo habría hecho mejor con ingredientes y pociones, pero envió su poder azul para que trepara por entre sus brazos para aminorar el dolor y detener el sangrado. Cuando abrió sus ojos vio la mirada de la joven sobre él, sus labios entreabiertos y con una expresión asombrada. Magnus se preguntó si ella siquiera sabía que existía gente que podía hacer magia, que a decir verdad no solo había hombres lobo en este mundo. Por encima de su hombro vio a Alec arremeter y unirse a la batalla con el lobo. —Una última pregunta —dijo Magnus, hablando rápida y suavemente—. ¿Puedes confiar en mí para asegurarme de que tu amiga esté bien? La joven dudó antes de responder. —Sí. —Entonces ve a esperar afuera —dijo Magnus—, afuera de este bar, no de la habitación. Ve a esperar afuera y aleja de aquí a tantas personas como puedas. Dile a la gente que es un perro rabioso que se metió dentro: dale a las personas una excusa y ellos querrán pasarlo por alto. Diles que no estás mal herida ¿Cuál es el nombre de tu amiga? —Marcy —tragó antes de responder. —Marcy querrá saber que estás a salvo una vez que lleguemos a ella —dijo Magnus—. Vete, por su bien. La chica asintió, un movimiento errático y afilado, y luego se liberó del agarre de Magnus. Él escuchó el sonido de sus tacones contra los azulejos mientras se marchaba. Finalmente pudo regresar su atención a Alec. Vio unos dientes alumbrar en la oscuridad, pero no podía ver a Alec, ya que él era una macha en movimiento, rodando hacia un lado, luego regresando al lobo. “A Marcy”, pensó Magnus, y al mismo tiempo vio que Alec no olvidaba que Marcy era una persona, o al menos que Magnus le había pedido que la ayudara. No estaba usando sus cuchillos serafín. Estaba intentando no herir a alguien que tenía colmillos y garras. Magnus no quería que Alec saliera herido... y definitivamente no se arriesgaría a que Alec fuera mordido. —Alexander —lo llamó Magnus, pero notó su error cuando Alec volteó la cabeza y luego tuvo que retroceder rápidamente lejos del camino del furioso zarpazo que el lobo le lanzó. Se dobló y rodó, aterrizando de cuclillas frente a Magnus. —Tienes que quedarte atrás —dijo sin aire. La chica lobo, tomando ventaja de la distracción de Alec, gruñó y saltó. Magnus lanzó una bola de fuego azul hacia ella, golpeando su espalda y haciéndola girar. Algunos gritos se alzaron provenientes de algunas personas que aún quedaban en el bar, los cuales se apresuraron hacia la salida. A Magnus no le importaba. Sabía que los Cazadores de Sombras debían proteger a los civiles, pero Magnus no era enfáticamente uno de ellos. —Debes recordar que soy un mago. —Lo sé —dijo Alec, escaneando las sombras—, solo quiero... —lo que decía no estaba teniendo sentido, pero la siguiente oración que pronunció desgraciadamente tenía perfecto sentido—. Creo —dijo claramente—, creo que la has puesto furiosa. Magnus siguió la mirada de Alec. La chica lobo estaba nuevamente de pie y los estaba acechando, sus ojos brillando con un fuego irracional. —Tienes unas excelentes habilidades de observación, Alexander. Alec intentó empujar a Magnus hacia atrás. Magnus lo tomó de la camiseta negra y llevó a Alec hacia atrás consigo. Se movieron juntos lentamente fuera de la sala. La amiga de la chica lobo hizo tan buen trabajo como lo prometió: el bar estaba vacío, como un brillante patio de juego sombrío para que el lobo los acechara a través. Alec sorprendió tanto a Magnus como al lobo, separándose y arremetiendo contra Marcy. Lo que sea que había planeado, no funcionó: esta vez el zarpazo del lobo le atrapó de lleno en el pecho. Alec voló contra una pared rosa fuerte decorada con brillos dorados. Golpeó un espejo que estaba incrustado en la pared decorado con unos ribetes dorados con tanta fuerza como para romper el vidrio. —Oh, estúpido Cazador de Sombras —gimió Magnus en un suspiro. Pero Alec usó su propio cuerpo para golpear la pared como palanca, propulsándose fuera de la pared hacia arriba, atrapando un candelabro brillante y balanceándose hasta dejarse caer tan suavemente como el salto de un gato, y volviéndose a inclinar en posición de ataque en un movimiento suave—, estúpido y sensual Cazador de Sombras. —¡Alec! —Magnus lo llamó. Alec aprendió su lección: no se volteó a verlo ni se arriesgó a distraerse. Magnus chasqueó los dedos, una llama azul apareció entre ellos como si hubiese chasqueado un encendedor. Eso atrapó la atención de Alec— Alexander. Hagamos esto juntos. Magnus alzó sus manos y conjuró una red de relucientes líneas azules desde sus dedos para desconcertar al lobo y proteger a los mundanos. Cada uno de los hilos resplandecientes de luz daría suficiente carga mágica como para hacer que el lobo dudara al actuar. Alec se abrió paso entre ellos, y Magnus entretejió la luz a su alrededor a la misma vez. Estaba sorprendido de la facilidad con la que Alec se movía con su magia. Casi cualquier otro Cazador de Sombra que conocía hubiera sido cauteloso y hubiese retrocedido. Quizás fuese el hecho de Magnus nunca había deseado ayudar y proteger de este modo con anterioridad, pero la combinación de la magia de Magnus y la fuerza de Alec funcionaban, de algún modo. El lobo rugió, se agachó y lloriqueó, su mundo lleno de luces cegadoras, y a cualquier lugar al que iba, estaba Alec. Magnus casi sabía cómo se sentía el lobo. El lobo flaqueó y gimió, una línea de luz azul atravesando y manchando su pelaje, y Alec estaba allí. Su rodilla presionó uno de los lados del lobo, y su mano fue hacia su cinturón. A pesar de todo, el miedo atravesó fríamente por encima de la espina dorsal de Magnus. Pudo imaginar el cuchillo, y a Alec cortando la garganta de la chica lobo. Sin embargo, lo que Alec había sacado fue una soga. Rodeó el cuello del lobo con ella mientras la aprisionaba hacia abajo con su propio cuerpo. Ella luchó, se resistió y gruñó. Magnus dejó que los hilos de magia cayeran y murmuró, las palabras mágicas cayendo de sus labios y desapareciendo en volutas de humo azul, hechizos de curación y relajación, ilusiones de seguridad y calma. —Vamos, Marcy —dijo Magnus con claridad—, ¡Vamos! El lobo tembló y cambió, huesos quebrándose y pelaje desapareciendo, y luego de unos largos y agonizantes momentos Alec se encontró a sí mismo con sus brazos alrededor de la joven chica vestida con sólo harapos desgarrados del vestido. Estaba prácticamente desnuda. Alec la observó, más incómodo que cuando ella era un lobo. Se apartó rápidamente, y Marcy se deslizó hacia una posición sentada, con sus brazos aferrándose a sí misma. Estaba lloriqueando bajo su aliento. Magnus se quitó su larga chaqueta de cuero rojo y se arrodilló para arroparla con él. Marcy se aferró a las solapas. —Muchas gracias —dijo, levantando la vista a Magnus con grandes ojos suplicante. Era una fascinante pequeña rubia en forma humana, lo que hacía que su gran forma de lobo furioso se viera algo cómica en retrospectiva. Entonces se contrajo en angustia, y ya nada parecía divertido en lo absoluto—, ¿Acaso... por favor, acaso herí a alguien? —No —dijo Alec, su voz fuerte, confiada como casi nunca lo era—, no, no heriste a nadie en lo absoluto. —Había alguien conmigo... —empezó a decir Marcy —Tiene un rasguño —dijo Magnus, manteniendo una voz queda y reconfortante—, está bien. La curé. —Pero la lastimé —dijo Marcy, poniendo su rostro entre sus manos cubiertas en sangre. Alec extendió la mano y tocó la espalda de Marcy, acariciándola gentilmente como si la chica lobo desconocida fuese su propia hermana. —Ella está bien —dijo—, no quisiste... yo sé que no querías lastimarla, que no querías lastimar a nadie. No puedes evitar ser quien eres, Ya lo descubrirás. —Ella te perdona —Magnus le dijo a Marcy, pero ella miraba a Alec. —Oh, por Dios, eres un Cazador de Sombras —susurró, tal y como Erik, el mesero hombre lobo, lo había hecho, pero con temor tiñendo su voz en vez de desprecio—, ¿Qué vas a hacerme? —dijo cerrando los ojos— No. Lo siento. Tú me detuviste. Si no hubieras estado aquí... lo que sea que vayas a hacerme estará bien. Lo merezco. —No voy a hacerte nada —dijo Alec, y Marcy abrió los ojos y levantó la vista hacia el rostro de Alec—, lo digo en serio. No voy a decirle a nadie. Lo prometo. Alec se veía igual que cuando Magnus habló de su infancia en la fiesta en la que se habían visto por primera vez. Fue algo que Magnus raramente hacía, pero se había sentido irritado y a la defensiva ante la llegada de todos estos Cazadores de Sombras a su casa, ante la hija de Jocelyn Fray, Clary, apareciendo sin su madre y con muchas preguntas que merecían respuestas. No había esperado mirar dentro de los ojos de un Cazador de Sombras y ver simpatía. Marcy se sentó, reafirmando el abrigo a su alrededor. De repente se veía más dignificada, como si se hubiera dado cuenta que tenía derechos en esta situación. Que ella era una persona. Que era un alma, y esa alma hubiese sido respetada tal y como debía serlo. —Gracias —dijo calmadamente—, gracias a los dos. —¿Marcy? —dijo la voz de su amiga desde la puerta. —¡Adrienne! —gritó, levantando la vista. Adrienne se apresuró a entrar, casi patinando sobre el suelo de baldosas, y se arrojó al suelo envolviendo a Marcy en un abrazo. —¿Estas lastimada? Muéstrame —susurró Marcy en su hombro. —Estoy bien, no es nada, está absolutamente bien —dijo Adrienne, acariciando el cabello de Marcy. —Lo siento tanto —dijo Marcy, acunando la cara de Adrienne. Se besaron haciendo caso omiso del hecho que Alec y Magnus estaban parados allí. Cuando se separaron, Adrienne meció a Marcy en sus brazos y le susurró: —Vamos a resolver esto para que nunca vuelva a suceder. Lo haremos. Otras personas siguieron el ejemplo de Adrienne y entraron en grupos pequeños. —Estás bastante bien vestido para ser un perrero —dijo un hombre que Magnus pensó que era el barman. —Muchas gracias— respondió este con una inclinación de la cabeza. Más personas se arremolinaron a su alrededor, con cautela al principio y luego en un mayor número. Nadie estaba preguntando dónde estaba exactamente el perro. Un gran número de ellos parecía querer bebidas. Tal vez algunos de ellos harían preguntas más tarde, cuando el susto hubiera desaparecido, y el trabajo de esa noche se convertiría en una situación que necesitaría ser aclarada. Pero Magnus decidió que ese sería un problema para más adelante. —Fue muy agradable lo que le dijiste —dijo Magnus, cuando la multitud había ocultado por completo a Marcy y Adrienne de su vista. —Uh… no fue nada —dijo Alec, cambiando el peso de un pie a otro y viéndose avergonzado. Los Cazadores de Sombras no parecían aprobar mucho la bondad, o eso supuso Magnus—. Me refiero, que eso es para lo que estamos ¿no? Los Cazadores de Sombras. Tenemos que ayudar a cualquiera que necesite ayuda. Debemos proteger a las personas. Los nefilim que Magnus había conocido parecían creer que los submundos estaban ahí para ayudarlos, y para ser eliminados si no ayudaban lo suficiente. Magnus observó a Alec. Estaba sudoroso y aún respiraba un poco fuerte, los rasguños en sus brazos y en su cara sanaban rápidamente gracias a las iratzes en su piel. —No creo que vayamos a conseguir un trago aquí; hay una fila larga —dijo Magnus lentamente— Vamos por un trago a mi casa. Caminaron a casa. Aunque era un camino largo, era agradable caminar en una noche veraniega, el viento caliente en los brazos desnudos de Magnus y la luna haciendo al puente de Brooklyn verse como una carretera blanca brillante. —Estoy muy contento de que tu amiga te llamara para ayudar a aquella chica —confesó Alec mientras caminaban—. Me alegra que me hayas llevado. Yo… estaba muy sorprendido de que lo hicieras, después de como las cosas estaban yendo antes. —Estaba preocupado de que la pasaras mal —le dijo Magnus. Sentía que estaba poniendo mucho poder en las manos de Alec, pero Alec era honesto con él y Magnus se encontró con un extraño impulso de devolverle algo de honestidad. —No —dijo Alec, y se tornó rojo—. No, no es eso en absoluto. Si pareció… Lo siento. —No lo lamentes —le dijo Magnus con dulzura. Alec escupió las palabras con rapidez, aunque a juzgar por su expresión, deseaba poder retenerlas. —Fue mi culpa. Lo hice todo mal incluso antes de llegar; y tú sabías qué ordenar en el restaurante; y tuve que contener la risa por esa canción en el subterráneo. No tengo idea de lo que estoy haciendo y tú eres, eh, glamoroso. —¿Qué? Alec vio a Magnus afligido, como si lo hubiera hecho todo mal otra vez. Magnus quería decir: “No, yo fui el que te llevo a un terrible restaurante, y te trate como un mundano porque no sabía cómo salir con un Cazador de Sombras y casi te dejé a pesar de que fuiste lo suficientemente valiente como para invitarme a salir en primer lugar.” Pero lo que terminó diciendo fue: —Pensé que esa terrible canción era muy graciosa— echó su cabeza hacía atrás y se rió. Miró de soslayo a Alec y lo encontró riendo también. Todo su rostro cambiaba cuando se reía, pensó. Nadie tenía nada por lo que lamentarse, no esta noche. Cuando llegaron a casa de Magnus, él puso una mano en la puerta y esta se abrió. —Perdí mis llaves hace quince años —explicó Magnus. Realmente debería conseguir una cerradura nueva. En realidad no la necesitaba, y había pasado mucho tiempo desde que quiso que alguien tuviera sus llaves; para que tuviera un fácil acceso a su casa porque quería que esa persona viniera cuando quisiera venir. No había habido nadie desde Etta, y de eso hacía medio siglo. Magnus le dio a Alec una mirada de soslayo mientras subían las destartaladas escaleras. Alec captó la mirada y su respiración se aceleró; sus ojos azules estaban brillantes. Alec se mordió su labio inferior, y Magnus se detuvo. Fue un momento de duda. Pero entonces Alec extendió la mano y tomó su brazo, apretando sus dedos encima de su codo. —Magnus —dijo en voz baja. Este se dio cuenta de que Alec estaba reflejando la forma en la que Magnus se había apoderado sus brazos el martes: el día de su primer beso. Magnus dejó de respirar por un momento. Eso parecía ser todo el coraje que Alec necesitaba. Se inclinó, con la expresión abierta y ardiente en la oscuridad de la escalera, en el silencio del momento. La boca de Alec encontró la de Magnus, suave y dulce. Conseguir que su respiración volviera era imposible, y ya no era una prioridad. Magnus cerró sus ojos e imágenes espontaneas vinieron a él: Alec tratando de no reírse en el subterráneo, la apreciación de Alec al sabor de nueva comida, Alec contento de no ser abandonado, Alec sentado en el suelo diciéndole a una loba que no podía luchar con lo que era. Magnus se encontró temeroso ante el pensamiento de casi haber dejado a Alec antes de que la noche terminara. Dejar a Alec era la última cosa que quería hacer en este momento. Acercó a Alec jalándolo del cinturón, cerrando toda la distancia entre sus cuerpos y atrapando un pequeño jadeo de Alec con su boca. El beso se encendió y todo lo que él podía ver detrás de sus ojos cerrados eran chispas doradas; de lo único que tenía consciencia era de la boca de Alec, sus manos fuertes y suaves que habían sostenido a una loba tratando de no hacerle daño. Alec lo presionaba contra el barandal por lo que la madera podrida crujió alarmantemente, pero a Magnus ni siquiera le importo. Alec aquí, Alec ahora, el sabor de Alec en su boca, sus manos apartando la tela de su desgastada camiseta para llegar a la piel desnuda de Alec. Tomó un vergonzosamente largo rato antes de que ambos recordaran que Magnus tenía un apartamento, y cayeron hacía el sin desenredarse el uno del otro. Magnus abrió la puerta abierta sin mirarla: la puerta dio un golpe tan duro contra la pared que Magnus abrió un ojo para comprobar que no la había hecho explotar su puerta principal. Alec trazó con dulzura y cuidado una línea de besos por el cuello de Magnus, empezando justo debajo de su oreja hasta el hueco en la base de su garganta. La puerta estaba bien. Todo era maravilloso. Magnus tiro de Alec hasta el sofá. Alec colapsó sin fuerzas sobre él. Magnus postró sus labios en el cuello de Alec. Sabía a sudor, jabón y a piel, y Magnus lo mordió, esperando dejar una marca en su piel pálida. Alec dio un gemido entrecortado y empujó su cuerpo al contacto. Las manos de Magnus se deslizaron por debajo de la camisa arrugada de Alec, aprendiendo la forma del cuerpo de Alec. Pasó sus dedos por sus fenomenales hombros y por la larga curva de su espalda, sintiendo las cicatrices de su profesión y el salvajismo de sus besos. Tímidamente, Alec deshizo los botones del chaleco de Magnus, dejando ver su piel desnuda y deslizando dentro su mano para tocar el pecho de Magnus, su estómago; y Magnus sintió la seda fría ser reemplazada por manos calientes, curiosas y deseosas de acariciar. Sintió los dedos de Alec temblando contra su piel. Magnus levantó su mano y la apretó contra la mejilla de Alec, sus dedos marrones enjoyados contrastaban con la pálida piel de luna de Alec, quien volvió la cara contra la curva de la palma de Magnus y la besó, y el corazón de Magnus se rompió. —Alexander —murmuró, queriendo decir más que simplemente “Alec”. Llamarlo por su nombre, que era más largo y diferente del nombre con el que todos los demás lo llamaban; un nombre con el peso y valor del mismo. Susurró su nombre como si le estuviera haciendo una promesa que duraría por mucho tiempo—. Tal vez deberíamos esperar un segundo. Empujó a Alec, solo un poco, pero Alec captó la indirecta. Se alejó mucho más de lo que Magnus había querido decir. Gateó por el sofá, alejándose. —¿Hice algo mal? —preguntó Alec, y su voz estaba temblando. —No—dijo Magnus—. Nada de eso. —¿Me estas enviando a casa? Magnus levantó las manos. —No tengo interés en decirte que hacer, Alexander. No quiero persuadirte de hacer algo o convencerte de no hacerlo. Solo estoy diciendo que debemos tomarnos un momento para pensar. Y entonces tú puedes decidir, lo que sea que quieras decidir. Alec se veía frustrado. Magnus podía compadecerse. Entonces frotó sus dos manos contra su cabello, (que ya era una ruina gracias a Magnus: era imposible arruinarlo más, había alcanzado su tope.) y se paseó por el piso. Estaba pensando. Magnus vio, y trató de no imaginarse en lo que estaba pensando: Jace, Magnus, su familia o su deber, como ser amable consigo mismo. Detuvo su caminata cuando llegó a la puerta principal. —Probablemente debería irme a casa— dijo eventualmente. —Probablemente —respondió Magnus, con mucho pesar. —No quiero —dijo Alec. —Yo tampoco quiero —dijo Magnus—. Pero sí tu no… Alec asintió rápidamente. —Adiós, entonces —dijo y se inclinó para darle un pequeño beso. Magnus al menos esperaba que fuera rápido. No estaba seguro de lo que pasó después, pero de alguna manera quedó alrededor de Alec y ambos estaban en el piso. Alec estaba jadeando y sosteniéndolo, y las manos de uno estaban en el cinturón del otro, y Alec besó a Magnus tan fuerte que sintió el sabor a sangre. —Oh Dios— dijo Magnus, y entonces… Y entonces Alec estaba nuevamente en pie, y sosteniéndose del marco de la puerta, como si el aire se hubiera convertido en una marea que podría empujarlo hacía Magnus sino se agarraba de algo. Parecía que luchaba con algo, y Magnus se preguntó si iba a pedirle que se quedara después de todo o todo lo dicho en la noche había sido un error. Magnus sintió más miedo y más anticipación de lo que era capaz de jugar, y se dio cuenta de que era más importante de lo que debería, por lo pronto. Esperó, tenso, y Alec dijo: —¿Te puedo ver otra vez? Las palabras cayeron en un apuro, tímidas y ansiosas y con temor a lo que Magnus pudiera contestar. Este sintió el impulso de adrenalina y emoción que viene con el inicio de una nueva aventura. —Sí —dijo, todavía acostado en el piso—. Eso me gustaría. —Um —dijo Alec—. Así que… ¿El próximo viernes por la noche? —Bien… Alec se vio instantáneamente preocupado, como si pensara que Magnus iba a retractarse y decir que había cambiado de parecer. Era hermoso, y esperanzado, y vacilante; un rompecorazones que tenía el suyo en la mano. Magnus se encontró a si mismo queriendo enseñar su mano, tomar el riesgo y ser vulnerable. Reconoció y acepto sus nuevos sentimientos: que preferiría lastimarse a sí mismo que a Alec. —El viernes por la noche estará bien —dijo, y Alec sonrió con su brillante sonrisa iluminadora; y salió de espaldas del apartamento, aun viendo a Magnus. Siguió caminando de espaldas por todas las escaleras. Hubo un grito, pero Magnus se había levantado y había cerrado la puerta antes de poder ver a Alec caer por las escaleras, ya que era el tipo de cosas que un hombre tenía que hacer en privado. Se apoyó en el alféizar de la ventada, y vio como Alec salía de la puerta delantera de su edificio, alto y pálido con su cabello desordenado, y caminaba por la avenida Greenpoint, silbando fuera de tono. Y Magnus se encontró deseando. Le habían enseñado tantas veces que la esperanza era una tontería, pero no podía evitarlo, como un niño haciendo caso omiso a alejarse del fuego y tercamente negándose a aprender de la experiencia. Quizás esta vez sería diferente. Quizás este amor era diferente. Se sentía diferente; seguramente eso significaba algo. Tal vez el año que venía sería un buen año para los dos. Quizás esta vez las cosas iban a salir de la manera que Magnus quería. Quizás Alexander Lightwood no le rompería el corazón. Fin Staff Traductoras Enchanted Crown Lucía L Emma S Hitomi Yagami Correctoras Klary Fray HaniaCM98 Arianna Sofimiri Moderadora Diseño Enchanted Crown Tessa_ Sobre la Autora Cassandra Clare es la autora del New York Times, USA Today, Wall Street Journal, and Publishers Weekly mejor vendida por la serie de Los Instrumentos y la trilogía de Los Artificios Infernales. Sus libros tienen más de 20 millones de copias impresas en el mundo y ha sido traducido en más de 35 idiomas. Cassandra vive en Western Massachusetts. Visítala en CassandraClare.com. Aprende más sobre el mundo de los Cazadores de Sombras en Shadowhunters.com. También por Cassandra Clare: CAZADORES DE SOMBRAS Ciudad de Hueso Ciudad de Ceniza Ciudad de Cristal Ciudad de los Ángeles Caídos Ciudad de las Almas Perdidas Ciudad del Fuego Celestial LOS ORÍGENES Ángel Mecánico Príncipe Mecánico Princesa Mecánica LAS CRÓNICAS DE BANE Lo que realmente sucedió en Perú La Reina Fugitiva Vampiros, panecillos y Edmund Herondale El heredero de Medianoche El Ascenso del Hotel Dumort Salvando a Raphael Santiago La Caída del Hotel Dumort Qué Regalarle al Cazador de Sombras que lo Tiene Todo La Postura Final del Instituto de Nueva York El Rumbo del Amor Verdadero Mensaje de MoLS Esta traducción fue hecha sin fines de lucro; es el producto de un trabajo realizado por un grupo de aficionadas y aficionados que buscan ayudar por este medio a personas que por una u otra razón no pueden disfrutar de maravillosas obras como esta. Ninguno de los miembros que participaron de esta traducción recibió, ni recibirá ganancias monetarias por su trabajo. Nuestra única recompensa es la satisfacción de nuestros lectores. El material antes expuesto es propiedad intelectual del autor y su respectiva editorial. Si te gustó esta historia y está en tus posibilidades, apoya al autor comprando este libro. Ministry of Lost Souls