[Las Crónicas de Bane 06] Salvando a Raphael Santiago

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Sinopsis
Un chico de Manhattan -Raphael Santiago- está desaparecido, y
Magnus Bane debe localizarlo antes de que sea demasiado tarde.
Durante los años ’50 en Nueva York, una madre angustiada contrata a
Magnus Bane para encontrar a su hijo desaparecido, Raphael. Pero
incluso si se le puede encontrar, ¿está Raphael más allá de ser salvado?
Staff
Ministry of Lost Souls
Traducido por:
Corregido por:
Ale MCM
AleDuchannes
Alu
Tessa_
Ale MCM
Moderado por:
Diseño por:
Dany D’Herondale
Tessa_
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Salvando a Raphael Santiago
Fue una violenta ola de calor la de finales del verano de 1953. El sol
golpeaba brutalmente el pavimento, que parecía haberse vuelto más
plano de lo habitual en respuesta, y algunos de los muchachos Bowery
estaban abriendo un hidrante de incendios para hacer una fuente en la
calle y obtener unos minutos de alivio.
Magnus pensó más tarde, que había sido el sol lo que lo había llenado
del deseo de ser un detective privado. Eso, y la novela de Raymond
Chandler que acababa de terminar.
Sin embargo, había un problema con el plan. En las portadas de los
libros y las películas, la mayoría de los detectives lucían como si
estuviesen vestidos en trajes dominicales para asistir a una fiesta
pueblerina. Magnus quería quitarle esa mancha a su nueva profesión y
vestirse de una manera que fuera: conveniente para la profesión,
agradable a la vista y a la vanguardia de la moda. Se deshizo de su
gabardina y agregó un poco de terciopelo verde en los puños del saco
gris, junto con un bombín de ala redonda 1.
El calor era tan horrible que tuvo que quitarse también la chaqueta en
cuanto puso un pie en el exterior, pero era la intención la que contaba,
además, llevaba tirantes color esmeralda.
Convertirse en un detective no fue, realmente, una decisión basada
totalmente en su guardarropa. Él era un brujo y las personas ―bueno, no
todos pensaban en ellos como personas― usualmente acudían a él en
busca de soluciones mágicas a sus problemas, que él les daba por un
pago. Había un santuario en Brooklyn, por si necesitabas esconderte,
pero la bruja que se hacía cargo de él no solucionaba problemas, Magnus
lo hacía. ¿Así que, por qué no recibir una pagar por ello?
Magnus no había pensado que la simple decisión de convertirse en
detective privado causaría que un caso cayera en sus manos en el
1
Sombrero hongo.
momento en que pintó las palabras MAGNUS BANE, DETECTIVE PRIVADO
en su ventana con gruesas letras negras. Pero, como si alguien hubiese
susurrado sobre su convicción privada al oído del Destino, un caso llegó.
Magnus regresó a su departamento después de ir por un cono de
helado y cuando la vio, se alegró de ya habérselo terminado. Ella era
claramente una de esos mundanos que sabían suficiente sobre el Mundo
de las Sombras para acudir a Magnus en busca de magia.
Inclinó el borde de su sombrero hacia ella y dijo:
―¿Puedo ayudarla, señora?
No era una de aquellas rubias que hacen que un obispo haga un
agujero en una ventana de cristal. Era una pequeña mujer morena, y
aunque no era hermosa, tenía un brillante e inteligente encanto, lo
suficientemente potente que si quisiera algunas ventanas rotas, Magnus
vería qué podía hacer. Llevaba un vestido algo gastado pero aun así,
pasaba por un bonito vestido a cuadros, ceñido a su pequeña cintura.
Parecía estar en sus treintas, la misma edad que la actual compañía
femenina de Magnus, y bajo su rizado cabello, tenía un pequeño rostro
acorazonado con finas cejas que le daban un aire desafiante, que la
volvían más atractiva e intimidante.
Estrechó la mano de Magnus; su mano era pequeña, pero su agarre
era firme.
―Soy Guadalupe Santiago ―dijo―. Usted es un… ―agitó su mano―.
No sé la palabra precisa. Un hechicero, un hacedor de magia.
―Puede decir 'brujo', si quiere ―dijo Magnus―. No importa. Lo que
quiere decir, es alguien con el poder de ayudarla.
―Sí ―dijo Guadalupe―. Sí, a eso me refería. Necesito su ayuda.
Necesito que salve a mi hijo.
Magnus la hizo pasar. Pensó que entendía la situación ahora que
había mencionado la ayuda para un familiar. La gente a menudo venía a
él en busca de sanación, no tan a menudo como acudían a Catarina Loss,
pero con frecuencia suficientes. Él prefería mil veces curar a un joven
mundano, que a uno de los arrogantes Cazadores de Sombras que
acudían a él muy a menudo, incluso si eso significaba menos dinero.
―Hábleme de su hijo ―dijo.
―Raphael ―dijo Guadalupe―. Su nombre es Raphael.
―Cuénteme sobre Raphael ―dijo Magnus―. ¿Hace cuánto que está
enfermo?
―Él no está enfermo ―dijo Guadalupe―. Me temo que tal vez esté
muerto―. Su voz era firme, como si no estuviera diciendo en voz alta el
peor temor de cualquier padre.
Magnus frunció el ceño.
―No sé lo que le hayan dicho, pero no puedo ayudarla con eso.
Guadalupe alzó una mano.
―Esta no es una enfermedad ordinaria o algo que cualquiera en mi
mundo pudiera curar ―le dijo―. Esto es algo de su mundo, y de cómo ha
tocado el mío. Esto es sobre los monstruos a los que Dios les ha dado la
espalda, los que asechan en la oscuridad y se aprovechan de los
inocentes.
Ella le dio una mirada a su sala de estar, su falda a cuadros se
acampanaba sobre sus bronceadas piernas.
―Los vampiros2 ―susurró.
―Oh, Dios, no los sangrientos vampiros otra vez, ―dijo Magnus―.
Sin juego de palabras implícito.
Dichas las terribles palabras, Guadalupe recuperó su coraje y continuó
con su relato.
―Todos habíamos escuchado rumores sobre tales criaturas,
―afirmó―. Luego, fueron más que rumores. Había uno de los monstruos
merodeando por el vecindario. Tomando chicas y chicos jóvenes. El
hermano pequeño de uno de los amigos de mi Raphael fue tomado casi
de la puerta de su casa y luego encontraron su pequeño cuerpo drenado
de sangre. Hemos rezado, todo lo que las madres rezan, cada familia rezó
para que todo terminara. Pero mi Raphael había empezado a andar con
un grupo de muchachos más grandes que él. Buenos chicos, usted
2
En español, en el original.
entiende, de buenas familias, pero un poco… brutos, queriendo
demasiado demostrar que eran todos unos hombres antes de que
realmente lo fuesen, ¿si sabe a lo que me refiero?
Magnus había dejado de bromear. Un vampiro cazando niños por
deporte, un vampiro que tenía el gusto para hacerlo, y sin ninguna
intención de detenerse, no era para nada una broma. Se encontró con los
ojos de Guadalupe, su mirada era seria, para mostrarle que entendía.
―Formaron una pandilla ―dijo Guadalupe―. No una callejera, pero…
bueno, era para proteger nuestras calles del monstruo, dijeron. Una vez
lo siguieron hasta su guarida y todos hablaban de cómo sabían dónde
estaba, cómo podrían ir a buscarlo. Debí haber… No estaba prestando
atención a lo que los chicos hablaban. Tenía miedo por mis hijos
pequeños y todo parecía un juego. Pero entonces, Raphael y todos sus
amigos… desaparecieron, hace unas noches. Se quedaron fuera toda la
noche anterior, pero esto… esto es mucho tiempo. Raphael nunca me
haría preocuparme así por él. Quiero que usted descubra dónde está el
vampiro y quiero que vaya tras mi hijo. Si Raphael está vivo, quiero que
lo salve.
Si un vampiro ya había matado a los chicos humanos, un grupo de
adolescentes persiguiéndolo lucía como bombones entregados a su
puerta. El hijo de esta mujer estaba muerto.
Magnus inclinó su cabeza hacia abajo.
―Intentaré averiguar qué fue lo que pasó con él.
―No ―dijo la mujer.
Magnus se encontró levantando la mirada, capturado por su voz.
―Usted no conoce a mi Raphael ―dijo―. Pero yo sí. Se junta con los
chicos mayores, pero no es un colado. Todos ellos lo escuchan. No tiene
más que quince años, pero es tan fuerte, rápido e inteligente como un
adulto. Si solo uno de ellos ha sobrevivido, ese sería él. No vaya en busca
de su cadáver. Vaya y salve a Raphael.
―Tiene mi palabra ―Magnus le prometió y lo dijo en serio.
Magnus tenía prisa por irse. Antes de visitar el Hotel Dumont -el lugar
que había sido abandonado por los mortales, e infestado de vampiros
desde la década de los 20’s, el lugar al que Raphael y sus amigos habían
ido-, tenía que hacer otras indagaciones. Otros Subterráneos sabrían
acerca de un vampiro que violaba la Ley de manera tan descarada,
incluso si esperaban que los vampiros lo resolvieran entre ellos, incluso si
los otros Subterráneos aún no hubiesen decidido acudir a los Cazadores
de Sombras.
Sin embargo, Guadalupe tomó la mano de Magnus antes de que
saliera y sus dedos se aferraron a él. Su mirada, que había sido
desafiante, se había vuelto suplicante. Magnus tenía la sensación de que
nunca hubiera suplicado así por sí misma, pero estaba dispuesta a hacerlo
por su hijo.
―Le di una cruz para que la llevara en el cuello ―dijo ella―. El padre
de Saint Cecilia me la dio con sus propias manos y yo se la di a Raphael.
Es pequeña y de oro; lo reconocerás por ella ―respiró
temblorosamente―. Le di una cruz.
―Entonces le diste una oportunidad ―dijo Magnus.
Ve a la hadas por chismes sobre vampiros, a los hombres lobos por
chismes sobre las hadas y no busques chismes sobre los hombres lobo,
porque intentarán arrancarte la cara a mordidas: ese era el lema de
Magnus.
Había tenido la oportunidad de conocer a un hada que trabajaba en el
club nocturno Lou Waltters’s Latin Quarter, en el lado más sórdido y
desnudo de Time Square. Magnus había ido allí a ver a Mae West una o
dos veces, y había divisado unas alas y piel de un pálido color amatista. Él
y Aeval habían sido amistosos desde entonces; tan amistosos como
podías ser cuando tanto tú como la dama en cuestión iban sólo por
información.
Ella estaba sentada en los escalones, ya en su vestuario. Había una
gran cantidad de delicada piel violácea a la vista.
―Estoy aquí para ver a un hada acerca de un vampiro ―dijo en voz
baja y ella se echó a reír.
Magnus no podía reírse en respuesta. Tenía la sensación de que no
iba a ser capaz de quitarse de la mente el recuerdo de la cara de
Guadalupe y su agarre sobre su brazo, pronto.
―Estoy buscando a un chico. Humano. Tomado, lo más probable, por
alguien del Clan Español de Harlem.
Aeval se encogió de hombros en un movimiento fluido lleno de gracia.
―Ya conoces a los vampiros. Podría ser cualquiera de ellos.
Magnus dudó y luego continuó.
―El caso es que, a este vampiro le gustan muy jóvenes.
―En ese caso… ―Aeval movió sus alas. Incluso a los Subterráneos
más duros no les agradaba la idea de cazar a niños―. Tal vez haya oído
algo sobre un Lois Karnstein.
Magnus la alentó a continuar, inclinándose hacia ella y moviendo su
sombrero para que ella pudiera hablarle al oído.
―Él estuvo viviendo en Hungría hasta hace muy poco. Es viejo y
poderoso, por lo cual, Lady Camille le ha dado la bienvenida. Y él tiene un
particular gusto por niños. Piensa que su sangre es la más pura y la más
dulce, así como la carne fresca es la más tierna. Fue expulsado de
Hungría por mundanos que encontraron su guarida… que encontraron a
todos los niños en ella.
Salve a Raphael, Magnus pensó. Parecía cada vez más y más
imposible la misión.
Aeval lo miró, sus gigantescos ojos almendrados delataban una
punzada de preocupación. Cuando las hadas se preocupaban, era
momento de entrar en pánico.
―Hazlo, brujo ―dijo ella―. Sabes lo que los Cazadores de Sombras
harán si se enteran de alguien así. Si Karnstein anda haciendo sus viejos
trucos en la ciudad, sería lo peor para todos nosotros. Serán cuchillos
serafín primero y preguntas después, para todos.
A Magnus no le gustaba acercarse al Hotel Dumont a menos que
fuera totalmente necesario. Era un lugar decrépito y desagradable,
guardaba malas memorias y también, de vez en cuando, alojaba a su
malvada ex-amada.
Pero hoy, parecía que el hotel era su inevitable destino.
El sol ardía en el cielo, pero no sería así por mucho. Si Magnus tenía
que pelear con vampiros, quería que estuvieran en su momento más
débil.
El Hotel Dumont aún era hermoso, pero muy a penas, pensó Magnus
mientras caminaba a su interior. Estaba empezando a ser enterrado en el
tiempo, grandes redes de telarañas formaban cortinas en cada arco.
Desde los veintes los vampiros lo habían considerado su propiedad
privada y habían merodeado en él desde entonces. Magnus nunca se
había preguntado cómo Camille y los vampiros se habían involucrado en
la tragedia de los 20’s o qué derecho sentían ahora sobre el edificio.
Posiblemente los vampiros simplemente disfrutaban esplendor del lugar
que estaba tanto abandonado, como decadente. Nadie más se acercaba.
Los mundanos susurraban que estaba embrujado.
Magnus no había abandonado la esperanza de que los mundanos
regresarían, lo reclamarían y lo restaurarían, alejando a los vampiros. Eso
molestaría mucho a Camille.
Una vampira joven se apresuró hacia Magnus cruzando el vestíbulo,
los colores de su qipao3 rojo y verde y su cabello teñido con alheña eran
vívidos en la niebla gris.
―¡No eres bienvenido aquí, brujo! ―exclamó.
3
Vestimenta China.
―¿No lo soy? Oh, querida, pero qué faux pas4 social. Me disculpo.
Antes de irme, ¿puedo preguntar algo? ¿Qué me puedes decir sobre Louis
Karnstein? ―Magnus preguntó, coloquialmente―. ¿Y los niños que ha
estado trayendo al hotel para luego asesinarlos?
La chica se encogió como si Magnus la hubiera golpeado con una cruz
en la cara.
―Él es un invitado aquí ―dijo en voz baja―. Y Lady Camille dijo que
le debíamos presentar todos los honores. Nosotros no sabíamos.
―¿No? ―Magnus preguntó y su incredulidad coloreó su voz como una
gota de sangre en agua.
Los vampiros de Nueva York eran cuidadosos, por supuesto. Había un
porcentaje mínimo de sangre humana derramada y cualquier “accidente”
era cubierto de inmediato, debajo de las narices de los Cazadores de
Sombras. No obstante, Magnus podía creer fácilmente que si Camille
tenía razones para complacer a un invitado, lo dejaría salirse con la suya
por los asesinatos. Lo haría tan fácilmente como rodear a su invitado con
lujos: plata, terciopelo y vidas humanas.
Y Magnus no creía ni por un segundo que una vez que Louis
Karnstein trajo los suculentos bocadillos a casa, convirtiéndolos a todos
en culpables, pero dispuesto a compartir algo de sangre, ellos no
hubieran festejado. Miró a la delicada chica y se preguntó cuántas
personas había matado.
―¿Preferirías―dijo―, que me fuera y que regresara con los Nefilim?
Los Nefilim, el Cuco para los monstruos y todos aquellos que podrían
ser monstruos. Magnus estaba seguro que esta chica podría ser un
monstruo si quería. Sabía que él mismo podría ser uno.
Él sabía algo más; no tenía intención de dejar a un muchacho en la
madriguera de los monstruos.
Los ojos de la chica se ampliaron. ―Tú eres Magnus Banes ―dijo.
―Sí ―respondió Magnus. A veces era bueno ser reconocido.
4
Metida de pata
―Los cuerpos están arriba. En la habitación azul. A él le gusta jugar
con ellos… después―. Se encogió y se hizo a un lado, desapareciendo en
las sombras.
Magnus se cuadró de hombros. Asumió que la conversación había
sido escuchada porque nadie salió para retarlo y ni un solo vampiro se le
cruzó en el camino mientras subía las curvas escaleras, el dorado y el rojo
de la misma se perdían bajo una alfombra gris, pero la estructura se
mantenía intacta. Siguió subiendo y subiendo hasta los departamentos,
donde sabía que el clan de vampiros de Nueva York hospedaría a sus
valiosos invitados.
Encontró lo suficientemente fácil la habitación azul: era una de las
más grandes, y probablemente había sido el departamento más
maravilloso del hotel. Si este aún fuera un hotel en el sentido normal de
la palabra, el huésped de esa habitación tendría que pagar una cantidad
sustancial por los daños. Un hoyo había sido perforado en el techo
pintado de azul claro, del mismo azul que los pintores imaginaban el cielo
de verano.
El verdadero cielo de verano se mostraba a través del agujero del
techo, un implacable ardiente blanco, tan despiadado como el hambre de
Karnstein, ardía tan brillante como una antorcha empuñada por alguien
que va a enfrentar a un monstruo.
Magnus vio polvo por todo el piso, polvo que no era simplemente una
indicación del paso del tiempo. Vio polvo y vio cuerpos: destrozados,
lanzados a los lados como muñecas de trapo, despatarrados como arañas
sobre el piso y contra la pared. No había gracia en la muerte.
Eran los cuerpos de los adolescentes que habían venido en un osado
grupo a cazar al predador que acosaba sus calles, quienes inocentemente
habían pensado que el bien triunfaría. Y habían otros cuerpos, los cuerpos
más antiguos de niños más pequeños. Los niños que Louis Karnstein
había tomado de las calles de Raphael Santiago para asesinarlos y
almacenarlos.
No había salvación para estos niños, pensó Magnus. No había nada
en esa habitación más que sangre, muerte, y el eco del miedo, la pérdida
de toda posibilidad de redención.
Entonces, Louis Karnstein estaba loco. Sucedía a veces, con la edad y
el distanciamiento de la humanidad. Magnus lo había visto suceder en un
brujo treinta años atrás.
Magnus esperaba que si alguna vez se volvía loco de ese modo, tan
loco que envenenara el aire a su alrededor e hiriera a todos los que se
acercaran a él, hubiera alguien que lo amara lo suficiente como para
detenerlo. Para matarlo si hacía falta.
Salpicaduras arteriales y huellas de manos sangrientas decoraban las
paredes azules. Había sangre de vampiro y humano: la sangre de
vampiro de un rojo más profundo, un rojo que permanecía rojo incluso
cuando ya estaba seca, rojo para siempre y por siempre. Magnus avanzó
alrededor, pero en un charco de sangre humana vio algo brillando,
sumergido casi sin esperanza, pero con un inquebrantable brillo que había
captado su mirada.
Se detuvo y sacó el objeto brillante del charco oscuro. Era una cruz,
pequeña y dorada; pensó que por lo menos podría regresársela a
Guadalupe. La puso en su bolsillo.
Dio un paso hacia delante y luego otro. No estaba seguro si el piso lo
soportaría, se dijo, pero sabía que esa era una excusa. No quería caminar
entre toda esa muerte.
De pronto supo que tenía que hacerlo.
Tenía que, porque en la esquina más lejana de la habitación, en las
más profundas sombras, escuchó los ávidos y horribles sonidos de
succión. Vio a un chico en los brazos de un vampiro.
Magnus levantó su mano y la fuerza de su magia hizo volar al
vampiro por el aire y lo estrelló contra una de las paredes veteada de
sangre. Escuchó un golpe y vio al vampiro tirado en el piso. No se
quedaría así por mucho tiempo.
Corrió a través de la habitación, tropezando con los cadáveres y
deslizándose en la sangre, hasta caer de rodillas a un lado del chico,
acunándolo entre sus brazos. Era joven, quince o dieciséis, y estaba
muriendo.
Magnus, no podía poner mágicamente sangre dentro de un cuerpo,
especialmente no en alguien que ya empezaba a morir por la falta de ella.
Acunó la oscura cabeza caída del chico en su mano, observó sus agitados
párpados y esperó a ver si tal vez habría un momento en el que el chico
pudiera enfocarse. En el cual, Magnus podría decirle adiós.
El muchacho nunca lo miró y nunca habló. Le apretó la mano;
Magnus pensó que había sido un reflejo, como un bebé haría, pero
Magnus sólo la sostuvo e intentó confórtalo tanto como podía.
El joven respiró una, dos, tres veces y entonces su agarre se aflojó.
―¿Sabías su nombre? ―Magnus demandó secamente al vampiro que
lo había asesinado―. ¿Era Raphael?
No sabía por qué lo preguntaba. No quería saber que el muchacho
que Guadalupe le había mandado a buscar había muerto en sus brazos,
que el último miembro del grupo de la gallarda misión condenada a salvar
a los inocentes casi había sobrevivido el tiempo suficiente... pero no del
todo. No podía olvidar la mirada suplicante de Guadalupe Santiago.
Miró al vampiro que no se había movido del lugar. Estaba sentado,
recargándose contra la pared a la que lo había arrojado.
―Raphael ―respondió lentamente el vampiro―. ¿Viniste buscando a
Raphael?―. Dio una aguda breve carcajada, casi incrédula.
―¿Por qué es tan gracioso? ―Magnus demandó. Una furia oscura
estaba comenzando a crecer en su pecho. Hacía mucho tiempo desde que
había matada un vampiro, pero estaba dispuesto a hacerlo otra vez.
―Porque yo soy Raphael Santiago ―dijo el muchacho.
Magnus miró fijamente al joven, a Raphael. Tenía las rodillas pegadas
al pecho, sus brazos envueltos alrededor de ellas. Bajo los rizos, había
una delicada cara en forma de corazón, como la de su madre, con
grandes ojos oscuros que les habrían encantado a las mujeres, u
hombres, cuando fuera adulto, y una suave boca infantil, manchada de
sangre. La sangre enmascaraba la mirada inferior de su rostro y Magnus
podía ver el brillo blanco de dientes contra el labio inferior de Raphael,
como diamantes en la oscuridad. Era la única cosa en movimiento en
aquella habitación llena de terrible quietud. Temblaba, finas sacudidas,
corriendo por su delgado cuerpo, agitándolo tan fuerte que parecía
violento, cual escalofrío castañeante de alguien con mucho frío. Pero
hacía tanto calor en esa habitación de muerte como los mundanos
imaginaban que haría en el Infierno, pero el chico temblaba como si se
estuviera congelando. Nunca volvería a estar cálido.
Magnus se levantó, moviéndose cuidadosamente alrededor del polvo
y la muerte hasta que estuvo cerca del chico vampiro, y luego dijo
gentilmente: ―¿Raphael?
Raphael suavizó su rostro al sonido de la voz de Magnus. Había visto
tantos vampiros con la piel tan blanca como la sal. La piel de Raphael aún
era café, pero no del tono cálido de su madre. No era la piel de un
muchacho vivo, nunca más.
No había salvación para Raphael.
Sus manos estaban cubiertas de mugre y sangre como si hubiera
estado cavando tumbas recientemente. Su rostro estaba lleno de tierra,
también. Tenía el cabello negro, una masa de cabello rizado de apariencia
suave, por la que seguramente a su madre le encantaba pasar los dedos,
o que había acariciado cuando él tenía pesadillas y aclamaba por ella,
cabello que había tocado con suaves dedos cuando él dormía en su cama
y ella no quería despertarlo, cabello del que probablemente conservaba
un mechón de cuando era bebé. Ese cabello estaba lleno de tierra de
tumba.
Había cortadas rojas en su cara, brillando oscuras. Había sangre en
su cuello, pero Magnus supo que la herida ya había sanado.
―¿Dónde está Louis Karnstein? ―preguntó Magnus.
Cuando Raphael habló, esta vez lo hizo en voz baja y en un dulce
español.
―El vampiro pensó que lo ayudaría con los otros si me convertía en
uno de su especie―. Se rió de pronto, un sonido brillante y loco. ―Pero
no lo hice ―añadió―. No. No se lo esperaba. Él está muerto. Se convirtió
en cenizas y el viento las se las llevó ―señaló el agujero en el techo.
No preguntaría y no sólo porque habría sido algo cruel. Incluso si
Raphael los había matado y luego se había dominado, y enfrentado a
Karnstein, debía de tener una voluntad de hierro.
―Están todos muertos ―dijo Raphael, parecía dominar a sí mismo.
Su voz se aclaró, repentinamente. Sus ojos oscuros estaban muy claros
mientras miraba a Magnus y luego deliberadamente los apartó de él,
descartándolo como sin importancia.
Raphael, Magnus se dio cuenta con una sensación creciente de
incomodidad, estaba mirado al brillante agujero de techo, el que había
señalado cuando dijo que Karnstein se había convertido en cenizas.
―Todos están muertos ―repitió Raphael lentamente―. Y yo,
también.
Se desenrolló tan rápido como una serpiente y saltó.
Fue sólo porque Magnus había estado observando a dónde miraba el
vampiro y porque sabía cómo se sentía Raphael ―la exacta sensación
exquisita de frío de ser un marginado, tan solo que apenas parecía
existir―, que logró moverse lo suficientemente rápido.
Raphael saltó hacia el espacio de luz letal en el suelo, y Magnus se
abalanzó sobre Rafael. Tumbó al muchacho al suelo justo antes de que
alcanzara la luz del sol.
Raphael dio un incoherente grito como un ave de rapiña, un llanto
vicioso que no era nada más que ira y hambre, hizo eco en la cabeza de
Magnus y erizó su piel. Raphael se retorcía y arrastraba hacia el sol, y
cuando Magnus no lo dejó ir, usó cada onza de su fuerza de vampiro
novato para liberarse, arañando y retorciéndose. No tenía duda, ni
remordimiento en sus movimientos y nada de la usual incomodidad de los
vampiros neófitos. Trató de morder la garganta de Magnus. Trató de
despedazarlo parte por parte. Magnus tuvo que usar magia para fijar sus
miembros al suelo e incluso cuando el cuerpo entero de Raphael estaba
sujeto, tuvo que evadir sus chasqueantes colmillos.
―¡Déjame ir! ―gritó el muchacho al final, su voz rota.
―Shh, Shh ―susurró Magnus―. Tu madre me envió, Raphael.
Quédate quieto. Tu madre me envió para encontrarte. ―Sacó de su
bolsillo la cruz dorada que había encontrado y la sostuvo a la vista de
Raphael―. Me dio esto y me dijo que te salvara.
Raphael retrocedió, alejándose de la cruz y Magnus la alejó de prisa,
no antes de que el chico dejara de luchar y empezara a sollozar. Sollozos
que sacudían su cuerpo entero, como si el llanto pudiera arrancar, a su
odiado nuevo yo, fuera su interior si él se estremecía y enfadaba lo
suficiente.
―¿Eres estúpido? ―inquirió―. Tú no puedes salvarme. Nadie puede.
Magnus pudo saborear el desespero como si fuera sangre. Le creía.
Sostuvo al joven neonato, renacido en tierra de sepulcro y sangre, y
deseó haberlo encontrado muerto.
El llanto había agotado a Raphael lo suficiente para hacerlo dócil.
Magnus lo llevó a su propia casa porque no tenía la menor idea de qué
otra cosa hacer con él.
Raphael se sentó, un trágico bulto en el sofá de Magnus.
Magnus pudo haberse sentido dolorosamente apenado por él, pero se
había detenido en una cabina telefónica en su camino a casa para llamar
a Etta al pequeño club de jazz en el que cantaba esa noche, para avisarle
que no fuera a su casa en un tiempo porque tenía un bebé vampiro con
el que lidiar.
―Un bebé vampiro, ¿eh? ―Etta había preguntado, riéndose, de la
misma manera en que una esposa se reiría al escuchar a su esposo que
siempre traía cosas extrañas de una tienda de antigüedades―. No
conozco a ningún exterminador en la ciudad que pudiera ayudarte con
eso.
Magnus casi sonrió.
―Puedo lidiar con esto yo solo. Confía en mí.
―Oh, suelo hacerlo ―Etta había dicho―. Aunque mi mamá trató de
enseñarme mejor juicio.
Había estado charlando al el teléfono con Etta por sólo un par de
minutos, pero cuando salió, encontró a Raphael tirado en el pavimento.
Siseaba con los colmillos blancos y filosos en la noche, como un gato
protegiendo su presa cuando Magnus se le acercó. El hombre en sus
brazos, con cuello blanco de su camisa teñido de carmesí, ya estaba
inconsciente.
Cuando regresó a la banqueta, Raphael aún estaba ahí con las manos
curvadas en garras y presionadas en su pecho. Había aún un trazo de
sangre en su boca. Magnus sentía el desespero en su corazón. No se
trataba sólo un chico sufriendo. Era un monstruo con la cara de un ángel
de Caravaggio.
―Debiste haberme dejado morir ―dijo Raphael en un hilo hueco de
voz.
―No podía.
―¿Por qué no?
―Porque le prometía tu madre que te llevaría a casa ―dijo Magnus.
Raphael se congeló con la mención de su madre, como si estuviera de
vuelta en el hotel. Magnus pudo ver en su rostro el brillo de las luces de
la calle. Tenía la dolorosa mirada vacía de un niño al que le han pegado:
dolor, desconcierto y ninguna pista de cómo manejar esos sentimientos.
―¿Y crees que me vaya a querer en casa? ―Raphael inquirió―. ¿A…
Así?
Su voz tembló y su labio inferior, aún lleno con la sangre del hombre,
se estremeció. Pasó una cruel mano por su cara y Magnus lo vio otra vez:
la manera en la que se recomponía en un instante, el control que tenía
sobre sí mismo.
―Mírame ―dijo―. Dime si me invitaría a pasar.
Magnus no podía decirle eso. Recordaba cómo Guadalupe había
hablado sobre monstruos caminando por la oscuridad, asechando
inocentes. Pensó en cómo podría ella reaccionar ―la mujer que le había
dado a su hijo una cruz―, frente a un hijo con sangre en las manos.
Recordó a su padrastro forzándolo a repetir plegarias hasta que las
palabras que fueron sagradas una vez sabían amargas en su boca;
recordó a su madre y cómo no había sido capaz de tocarlo una vez que se
había enterado, y como su padrastro lo había sostenido bajo la superficie
del agua. Aun así, lo habían amado una vez, y él los había amado.
El amor no superaba todo. El amor no siempre permanecía. Todo lo
que tenías podía serte arrebatado, el amor podía ser la última cosa que
tendrías y entonces, el amor también podía serte arrebatado.
Magnus sabía, cómo el amor podía ser una última esperanza y una
estrella guía. Luz que se había apagado, pero cuyo brillo permanecía.
Magnus no le podía prometer a Raphael el amor de su madre, pero ya
que él la amaba, quería ayudarlo y pensó que tal vez supiera cómo
hacerlo.
Se movió hacia adelante, sobre su tapete y vio los oscuros ojos de
Raphael parpadear sobresaltados, por su repentino decidido movimiento.
―¿Qué tal si ella nunca tuviera que enterarse?
Raphael parpadeó lentamente, casi de manera reptiliana, con duda.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó con cautela.
Magnus buscó en su bolsillo, sacó el objeto brillante que estaba
dentro y lo ahuecó en la palma de su mano.
―¿Qué tal si llegaras a su puerta con la cruz que ella te dio?
―Magnus preguntó.
Dejó caer la cruz y como acto reflejo, Raphael la atrapó en su mano
abierta. La cruz golpeó su palma y lo vio hacer una mueca de dolor, vio el
gesto convertirse en un espasmo que recorrió todo su delgado cuerpo e
hizo que su cara tensara por el dolor.
―Muy bien, Raphael ―dijo gentilmente Magnus.
Raphael abrió los ojos y lo fulminó con la mirada, que no era lo que
Magnus había estado esperando. El olor a carne quemada llenaba la
habitación. Tendría que invertir en algún popurrí.
―Bien hecho, Raphael ―dijo―. Valientemente hecho. La puedes
dejar ahora.
Raphael sostuvo la mirada de Magnus y muy lentamente cerró los
dedos sobre la cruz. Pequeñas columnas de humo flotaron en los espacios
entre sus dedos.
―¿Bien hecho? ―repitió el joven vampiro―. ¿Valientemente hecho?
Apenas estoy empezando.
Se sentó ahí, en el sofá de Magnus, todo su cuerpo en un espasmo
de dolor y sostuvo la cruz de su madre. No la soltó.
Magnus reevaluó la situación.
―Un buen inicio ―Magnus le dijo condescendientemente―, pero va a
ser necesario mucho más que eso.
Los ojos de Raphael se estrecharon, pero no respondió.
―Por supuesto ―añadió Magnus, casualmente―. Tal vez lo puedas
hacer. Será un montón de trabajo, y apenas eres un niño.
―Sé que será mucho trabajo ―Raphael le dijo, cortante en cada
palabra―, sólo te tengo a ti para ayudarme y no eres demasiado
impresionante.
Trajo a Magnus a la mente la pregunta en el hotel de los vampiros
―¿Eres estúpido?― no había sido solo una expresión de desesperación,
sino que también una expresión de la personalidad de Raphael.
Y pronto aprendería que era también la pregunta favorita de Raphael.
En las noches siguientes, Raphael adquirió una buena parte de la
horrible y monocromática ropa que caracterizaba desagradablemente y
mordazmente a varios de los clientes de Magnus; mientras que él
consagraba su no-vida a la estruendosa jaula de Magnus y permanecía
tercamente poco impresionado con cualquier forma de magia que
Magnus mostrase. Magnus le había advertido sobre los Cazadores de
Sombras, los descendientes de los ángeles que tratarían de perseguirlo si
el llegase a romper cualquiera de sus leyes; también le dijo sobre todo lo
que él podría ofrecerle y sobre todas las personas que podría llegar a
conocer. La totalidad del Submundo estaba expuesto frente a él, hadas,
hombres lobos y encantamientos, pero lo único que parecía interesarle a
Raphael era qué tanto tiempo podía sostener la cruz, qué tanto tiempo
podía pasar, durante cada noche, aferrado a ella.
El veredicto de Etta era que nada podría derrumbar las barreras de
ese chico. Etta y Raphael estaban muy distantes el uno con el otro.
Raphael tenía una mente abierta y estaba insultantemente sorprendido
de que Magnus tuviese una amiga mujer y Etta por su parte, a pesar de
conocer el Submundo y de que era reconocida en todos lados por ser
muy cuidadosa, se comportaba de una forma muy poco precavida al
estar con Magnus. Generalmente Raphael se mantenía alejado cuando
Etta venía.
Etta y Magnus se habían conocido hacía 15 años en un Club, él la
había convencido de que bailase con él y ella dijo que para el final de la
canción ya estaba enamorada, aunque él dijo que él se había enamorado
desde antes del incio de la canción.
Se había vuelto una tradición que cada vez que Etta viniera tarde
durante las noches en las que Magnus no había podido ir a estar con ella
―y últimamente Magnus estaba faltando a muchas noches por culpa de
Raphael― ella se quitaría los tacones, por sus adoloridos pies luego de
una larga noche, se dejaría puesto su elegante vestido de abalorios y
luego bailarían juntos mientras que murmuraban al ritmo del bebop 5, en
el cuello del otro, compitiendo a ver cuál sería la melodía más larga que
bailarían.
Después de la primera vez que Etta se encontró a Raphael, estuvo un
poco callada.
―Él fue convertido en vampiro hace tan solo unos días ―dijo ella
luego de un tiempo, mientras que bailaban―Eso fue lo que dijiste. Antes
de eso era solo un chico.
―Si ayuda en algo, tengo la sospecha de que él era una amenaza.
Etta no se rió.
5
El bebop es un estilo musical del jazz.
―Siempre he pensado que los vampiros son tan anticuados ―dijo
ella―, nunca pensé en cómo la gente se convertía en ellos, pero creo que
tiene sentido, quiero decir. . . Raphael, el pobre niño, es tan joven. Pero
puedo entender porque la gente quiere quedarse joven por siempre, de
la misma forma en que lo haces tú.
Durante los últimos meses Etta había estado hablando cada vez más
sobre la edad, y aunque no había mencionado a los hombres que iban a
verla cantar en los Clubs, con la esperanza de llevársela y formar una
familia, no era necesario que se lo dijese. Magnus entendía, él podía leer
las señales así como un marinero sabe con sólo ver las nubes cuando
habrá una tormenta. A él ya lo habían dejado antes y por muchas
razones, esta no sería diferente.
La inmortalidad es algo por lo que se tenía que pagar un precio y las
personas que amabas eran los que terminaban pagando ese precio, una y
otra vez. Habían unos cuantos especiales, que se habían quedado con
Magnus hasta que la muerte los separó, pero si bien algunas veces era la
muerte o alguna otra etapa de sus vidas a la que ellos creían que él no
podía acompañarlos, todos se alejaban de su lado, por una u otra razón.
Él no podía culpar a Etta.
―¿Tú lo querrías? ―preguntó Magnus por fin luego de un largo rato
bailando. Él no hizo la oferta, pero lo pensó y pensó como podría hacer
para arreglarlo, habían formas de hacerlo, maneras en las que uno
tendría que pagar un terrible precio. Formas que su padre conocía y si
bien Magnus odiaba a su padre, esto haría que ella se quedase con él por
siempre....
Hubo otro largo silencio durante el cual todo lo que Magnus escuchó
fueron los clics de sus zapatos y el suave arrastre de los pies descalzos
de Etta, sobre el suelo de madera.
―No ―dijo Etta, mientras que su mejilla estaba reposando en su
hombro―. No, aún si pudiese hacerlo a mi manera, querría más tiempo
contigo pero no detendría el reloj por ti.
Extraños y dolorosos recuerdos asaltaban a Magnus cada cierto
tiempo cuando él ya se había acostumbrado a Raphael, el Raphael que
estaba siempre irritado y el como el irritante compañero de casa que
había sido deseado.
El ocasionalmente se sorprendía con lo que ya sabía, que el reloj de
Raphael se había detenido, y que su vida humana había sido
viciosamente arrebatada de sus manos.
Magnus estaba construyendo un nuevo estilo para su cabello, con la
ayuda de Brylcreem y de un montón de magia cuando Raphael se le
acerco por la espalda y lo sorprendió; Raphael solía tener esa costumbre
ya que él tenía las silenciosas pisadas de su raza vampira. Magnus
sospechaba que él lo hacía a propósito, pero como Raphael raramente
exhibía una sonrisa era difícil afirmarlo.
―Tu eres muy frívolo ―comentó con desaprobación Raphael, al mirar
el cabello de Magnus.
―Y tú eres muy quinceañero ―lanzó de vuelta Magnus.
Raphael usualmente tenía una réplica lista para lo que sea que le
dijese Magnus, pero en lugar de una réplica, Magnus solo recibió un largo
silencio. Cuando Magnus levantó su mirada del espejo, vio que Raphael
se había movido hacia la ventana y que estaba mirando hacia la noche.
―Para estas fechas ya tendría 16 ―dijo Raphael, en una voz tan fría
y distante como la luz de la luna―. Si hubiese vivido.
Magnus recordó el día en que él se había dado cuenta que ya no
estaba envejeciendo, al mirarse en un espejo que parecía más frío de lo
que cualquier otro espejo había sido antes, como si él hubiese estado
contemplando su reflejo en un fragmento de hielo. Como si el espejo
hubiese sido el culpable de mantener una imagen que fuese
absolutamente distante y completamente congelada.
Él se preguntó qué tan diferente sería ser un vampiro, como el saber
el día, la hora y el minuto exacto en el que dejaste de pertenecer al
cálido y cambiante curso de la humanidad. Cuando te detuviste en seco y
el mundo siguió girando y girando sin extrañarte.
No preguntó.
―La gente como ustedes ―dijo Raphael, que era su forma de
referirse a los brujos, porque él era todo un encanto―. Dejan de
envejecer al azar, ¿no? Nacen como humanos y siempre son lo que son,
envejecen como un humano hasta que un día ya no lo hacen―. Magnus
se preguntó si Raphael había leído esos pensamientos en la cara de
Magnus.
―Así es.
―¿Ustedes piensan que la gente como ustedes tienen almas?
―preguntó Raphael, mientras que seguía mirando por la ventana.
Magnus había conocido personas que creían que ellos no tenían. Él
creía que sí, aunque eso no significaba que no tuviese sus dudas,
también.
―No importa ―continuó Raphael antes de que Magnus pudiese
responder, su voz era plana ―de cualquier forma te envidio.
―¿Porque lo harías?
La luz de la luna bañaba a Raphael, blanqueando su cara tanto que
parecía una estatua de mármol en honor de algún santo muerto joven.
―O bien ustedes todavía tienen sus almas ―dijo Raphael―, o
ustedes nunca las tuvieron y no saben lo que es deambular por el mundo
maldecido, exiliado y añorándolos por siempre―.
Magnus bajó el cepillo.
―Todos los habitantes del Submundo tienen almas ―dijo él―, es lo
que nos diferencia de los demonios.
Raphael lo miró con desprecio.
―Eso es una creencia Nefilim.
―¿Y qué? ―dijo Magnus―. A veces tienen razón.
Raphael dijo algo poco amable en español. ―Ellos creen que son
salvadores, los Cazadores de Sombras6 ―dijo él―. Los Cazadores de
Sombras; aunque nunca vinieron a salvarme.
Magnus miro silenciosamente al chico, él nunca había sido capaz de
argumentar nada en contra de las creencias de su padrastro con respecto
a lo que Dios quería o sobre lo que Dios juzgaba. Él ni siquiera sabía
cómo convencer a Raphael de que él todavía podía tener un alma.
―Veo que estas tratando de distraerme del verdadero punto ―dijo
Magnus en su lugar―. Tienes un cumpleaños, lo que es una excusa
6
Dicho en español en el original.
perfecta para que haga una de mis famosas fiestas, ¿y no fuiste capaz de
decírmelo?
Raphael lo contempló silenciosamente, luego se giró y salió de la
habitación. Magnus había tenido pensamientos cada vez más frecuentes
sobre conseguirse una mascota, aunque él nunca había contado con
tener un malhumorado adolescente vampiro. Una vez que Raphael se
había ido, él pensó conseguirse un gato, eso si él siempre le haría una
fiesta de cumpleaños a su gato.
Fue poco tiempo después que Raphael usó la cruz en su cuello, toda
la noche, sin soltar gritos o exhibiendo algún signo visible de
incomodidad. Al final de la noche, cuando él se la quitaba había una
ligera marca contra su pecho, como una vieja y sanada quemadura, pero
eso era todo.
―Así que, eso es ―dijo Magnus―. Eso es genial, ¡estás listo! Vamos
a visitar tu madre.
Él le había mandado un mensaje a ella diciéndole que no se
preocupara y que no lo visitara, que él estaba usando toda la magia que
podía para salvar a Raphael y que no podía ser interrumpido, pero él
sabía que eso no la detendría por siempre.
La expresión de Raphael estaba en blanco, jugando con la cadena en
una mano, como su único signo de incertidumbre.
―No ―dijo él―. ¿Cuántas veces vas a subestimarme? No estoy listo,
no estoy ni de cerca estar listo.
Él le explico a Magnus que era lo siguiente que quería hacer.
―Estás haciendo una gran cantidad de esfuerzo para ayudarme ―dijo
a la siguiente noche Raphael mientras se acercaban al cementerio. Su voz
era prácticamente clínica.
Magnus pensó más no le dijo. Si porque hubo momentos en los que
estuve tan desesperado como tú, tan miserable y tan convencido de que
no tenía alma. Las personas lo habían ayudado cuando él lo había
necesitado, porque él lo había necesitado y no por ninguna otra razón. Él
recordó a los Hermanos Silenciosos cuando fueron por él a Madrid y le
enseñaron que aún había una forma de vivir.
―No tienes que estar agradecido ―dijo Magnus en su lugar―. Lo
estoy haciendo por ti.
Raphael se encogió de hombros, un gesto grácil y fluido.
―Entonces, está bien.
―Me refiero a que puedes estar agradecido ocasionalmente ―dijo
Magnus―, podrías arreglar el apartamento de vez en cuando.
Raphael lo consideró. ―No, no creo que lo haga.
―Creo que
Frecuentemente.
tu
madre
debió
golpearte
―dijo
Magnus―.
―Mi padre me golpeó una vez, cuando estábamos en Zacatecas
―dijo Raphael, casualmente.
Raphael no había mencionado un padre antes y Guadalupe no había
mencionado un esposo, aunque Magnus sabía que tenía varios hermanos.
―¿Lo hizo? ―Magnus trato de hacer que su voz fuese neutral y
alentadora, en caso de que Raphael quisiese confiar en él.
Raphael que no era del tipo confidente, lo miro distraído. ―Él no me
golpeó dos veces.
Era un pequeño cementerio, aislado y lejos de Queens, bordeado por
altos y negros edificios, un depósito y un hogar victoriano abandonado.
Magnus había acomodado el lugar para que el área estuviese salpicada
por agua bendita; bendecida y consagrada. Las iglesias eran tierra santa,
pero los cementerios no lo eran, pues todos los vampiros tenían que ser
enterrados en algún lugar para que pudiesen levantarse.
No proveería una barrera como el Instituto de los Cazadores de
Sombras, pero sería lo suficientemente difícil como para que Raphael no
pudiese colocar sus pies en el suelo.
Era otra prueba. Raphael había prometido no hacer más que tocar el
suelo con sus pies. Raphael había prometido.
Cuando Raphael levanto su barbilla, como un caballo tomando un
bocado en sus dientes y se dirigió al suelo, corriendo, quemándose y
gritando, Magnus se preguntó cómo había podido creerle.
―¡Raphael! ―gritó él y corrió tras el en medio de la oscuridad y hacia
la tierra sagrada.
Raphael saltó hacia una lápida y aterrizó tratando de balancearse en
ella. Su crespo cabello estaba soplado has atrás de su pequeña cara, su
cuerpo arqueado y sus dedos clavados en el borde de mármol. Sus
dientes están desnudos destellando desde la punta de sus encías, sus
ojos estaban negros y sin vida. Él parecía un fantasma, una pesadilla
salida de una tumba. Menos humano y con mucha menos alma que
cualquier bestia salvaje.
Él saltó. No hacía Magnus sino hacia el perímetro del cementerio y
salió del otro lado. Magnus lo persiguió, Raphael estaba tambaleante al
apoyarse en la pequeña pared de piedra, como si el difícilmente pudiese
mantenerse sobre sus pies. La piel de sus brazos estaba visiblemente
ampollada. Lucía como si estuviese en agonía y quisiese arrancarse el
resto de su piel, pero no tuviese la fuerza para hacerlo.
―Bueno, lo hiciste ―remarcó Magnus―. A lo que me refiero es que,
casi me provocas un infarto, pero no te detengas. La noche es joven.
¿Qué es lo siguiente que vas a hacer para molestarme?
Raphael lo miro y esbozó un sonrisa. Y no fue una expresión
exactamente amable.
―Voy a hacer lo mismo, otra vez.
Magnus supuso que él lo había pedido.
Cuando Raphael hubo corrido a través de tierra santa otra vez, no
una sino diez veces, se recostó contra la pared, luciendo cansado y
desgastado; y mientras estaba demasiado débil para seguir corriendo, se
mantuvo inclinado contra la pared murmurando para sí mismo, al
principio ahogándose y luego pudiendo decir en voz alta, el nombre de
Dios.
Se ahogó con sangre mientras lo decía, escupió y siguió murmurando.
―Dios.
Magnus se aburrió de verlo demasiado débil para permanecer de pie
y aun así hiriéndose a sí mismo tanto como podía.
―¿Raphael no crees que ya has aguantado mucho?
Predeciblemente, Raphael lo miró fijamente. ―No.
―Tienes la eternidad para aprender cómo hacer esto y como
controlarte. Tienes...
―¡Pero ellos no! ―soltó Raphael―. Dios, ¿no entiendes nada? Lo
único que me queda es la esperanza de verlos y de no destrozar el
corazón de mi madre. Necesito convencerla. Necesito hacerlo
perfectamente, y necesito hacerlo pronto, mientras que ella todavía tenga
esperanzas de que estoy vivo.
Él había dicho “Dios” esta vez casi sin estremecerse.
―Estás siendo muy bueno.
―Ya no me es posible ser bueno ―dijo Raphael con una voz firme―.
Si yo aún fuese bueno y valiente, haría lo que mi madre quisiese para mi
si supiera la verdad. Debería caminar hacia el sol y acabar con mi vida.
Pero, soy una bestia malvada, egoísta y sin corazón, y no quiero arder en
las llamas del infierno, aún. Quiero ir a ver a mi m-mamá y lo haré. Lo
haré. ¡Lo haré!
Magnus asintió. ―¿Qué pasaría si Dios pudiese ayudarte? ―preguntó
él gentilmente.
Eso fue lo más cerca estuvo de decir: ¿Qué pasaría si todo en lo que
crees está equivocado y tú todavía pudieses ser amado y perdonado?
Raphael negó con su cabeza tercamente.
―Yo soy uno de los hijos de la noche. Ya no soy uno de Sus hijos, ya
no estoy bajo Su ojo vigilante, Dios no me ayudará ―dijo Raphael con
voz espesa producto de la sangre que llenaba su boca. Escupió la sangre
nuevamente. ―Y Dios no me detendrá.
Magnus no siguió discutiendo con él. Raphael aún era muy joven en
muchos sentidos y su mundo entero se había destruido a su alrededor.
Todo lo que le quedaba para ponerle sentido al mundo eran sus creencias
y él se aferraría a ellas incluso si su propias creencias le decían que
estaba desesperanzadamente perdido, maldecido y muerto.
Magnus ni siquiera sabía si quitarle sus creencias sería lo correcto.
Esa noche mientras Magnus dormía, se despertó y escucho el bajo y
ferviente murmullo de la voz de Raphael. Magnus ya había escuchado a
mucha gente rezar antes y por eso había reconocido el característico
sonido. Escuchó los nombres, nombres desconocidos, y se preguntó si
ellos habían sido los amigos de Raphael. Fue entonces cuando escucho
el nombre Guadalupe, el nombre de la madre de Raphael, y supo que los
otros nombres tenían que ser los de los hermanos de Raphael.
Mientras que los mortales recitaban el nombre de Dios, de los ángeles
y los santos al rezar el rosario, Raphael pronunciaba los únicos nombres
que eran sagrados para él, esos nombres que no le quemaban la lengua,
Raphael le rezaba a su familia.
Había muchas desventajas en tener a Raphael como compañero de
habitación, entre las que no se incluían las convicciones que él tenía
sobre ser un alma perdida y condenada, o incluso el hecho de que
Raphael usaba mucho jabón en la ducha (incluso aunque nunca sudaba y
difícilmente necesitaba bañarse muy seguido) y que nunca lavaba los
platos. Cuando Magnus le recalcó eso, Raphael le dijo que él nunca comía
comida y por lo tanto no usaba platos, lo cual era algo tan Raphael.
Otra desventaja se hizo obvia el día en que Ragnor Fell, el Gran Brujo
de Londres y una perpetua enorme piedra verde en el zapato para
Magnus, vino a darle una visita inesperada.
―Ragnor, esta es una grata sorpresa ―dijo Magnus al abrir las
puertas.
―Un Nefilim me pagó para que hiciese el viaje ―dijo Ragnor―.
Necesitaban un hechizo.
―Y mi lista de espera era demasiado larga ―asintió tristemente
Magnus―. Estoy muy cotizado últimamente.
―Y tú constantemente los eludes, así que no les agradas a ninguno,
exceptuando a unas cuantas almas caprichosas y rebeldes ―dijo
Ragnor―. Magnus, ¿cuántas veces te lo he dicho?
Compórtate
profesionalmente en este ambiente. Lo que significa, no ser grosero con
los Nefilim y también, no encariñarte con ellos.
―¡Yo nunca me encariño con los Nefilim! ―protestó Magnus.
Ragnor tosió y dijo entre toses algo que sonó como “blerondale”.
―Bueno ―dijo Magnus―, casi nunca.
―No te encariñes con los Nefilim ―repitió severamente Ragnor―.
Háblale respetuosamente a tus clientes y dales el servicio que prefieran
además de la magia. Y guarda la incivilidad para tus amigos. Hablando de
eso, no te he visto en esta época y luces más horroroso que de
costumbre.
―Eso es una mentira asquerosa ―dijo Magnus. Él sabía que lucía
extremadamente elegante. Llevaba puesta una increíble corbata brocada.
―¿Quién está en la puerta? ―dijo la imperiosa voz de Raphael desde
el baño y luego el resto de Raphael llegó con ella, vestido solo con una
toalla pero aun luciendo tan salvaje como siempre. ―Bane, te he dicho
que tienes que comenzar a tener un horario de negocios regular.
Ragnor bizqueo al ver a Raphael. Este le devolvió una mirada siniestra
a Ragnor. Había cierta tensión en la atmósfera.
―¡Oh, Magnus! ―dijo Ragnor y cubrió sus ojos con una larga mano
verde―. ¡Oh no, no!
―¿Qué? ―dijo Magnus, perplejo.
Ragnor bajo abruptamente su mano.―No, tienes razón, por
supuesto. Estoy siendo ridículo. Él es un vampiro. Solo parece de 14
años. ¿Cuántos años tienes? Apuesto que eres más viejo que cualquiera
de nosotros, jaja.
Raphael miró a Ragnor como si estuviese loco. Magnus sintió muy
liberador tener a alguien más que fuese mirado de esa forma, solo para
variar.
―Tendría 16 para este momento ―dijo él lentamente.
―¡Oh Magnus! ―se lamentó Ragnor―. ¡Eso es asqueroso! ¿Cómo
pudiste? ¿Has perdido la cabeza?
―¿Qué? ―preguntó Magnus nuevamente.
―Habíamos acordado que 18 era la edad mínima ―dijo Ragnor―. Tú,
Catarina y yo hicimos un juramento.
―Un j.... ¡Oh! espera, ¿crees que estoy saliendo con Raphael?
―preguntó Magnus―. ¿Con Raphael? Eso es ridículo, es...
―Esa es la idea más repugnante que he oído ―la voz de Raphael se
escuchó hasta la terraza, probablemente lo escucharon hasta en la calle.
―Eso estuvo un poco fuerte― dijo Magnus―. Y honestamente, algo
hiriente.
―Y suponiendo que yo estuviese interesado en disfrutar de
actividades antinaturales, y déjenme ser claro en esto, ciertamente no lo
estoy ―Raphael continuó desdeñosamente―, como si fuese a escogerlo
a él. ¡A él! Viste como un maníaco, actúa como un tonto y hace peores
bromas que el tipo al que le lanzan huevos podridos en las afueras de
Dew Drop cada sábado.
Ragnor comenzó a reírse.
―Mejores hombres que tú han suplicado por una oportunidad de
tener todo esto ―murmuró Magnus―. Ellos han hecho duelos en mi
honor. Un hombre peleó un duelo por mi honor, pero es un poco
vergonzoso ya que es cosa del pasado.
―¿Sabes que a veces pasa horas en el baño? ―anunció sin piedad
Raphael―. Gasta magia real en su cabello. ¡En su cabello!
―Adoro a este chico ―dijo Ragnor.
Por supuesto que lo hacía. Raphael estaba lleno de mucha
desesperanza sobre el mundo en general, estaba ansioso por insultar a
Magnus en particular y tenía una lengua tan afilada como sus dientes, así
que Raphael obviamente era el alma gemela de Ragnor.
―Llévatelo ―sugirió Magnus―. Llévatelo lejos, muy lejos.
En lugar de eso, Ragnor se sentó en una silla. Raphael se visitó y se
le unió en el comedor.
―Déjame decirte otra cosa sobre Bane ―comenzó Raphael.
―Voy a salir ―anunció Magnus―. Describiría lo que voy a hacer
cuando salga, pero encuentro muy difícil de creer que alguno de ustedes
dos entendería el concepto de 'disfrutar de un buen rato con un grupo de
entretenidos acompañantes' y no pienso regresar hasta que ustedes
hayan terminado de insultar a su encantador anfitrión.
―¿Así que te mudas y me regalas tu apartamento? ―preguntó
Raphael―. Acepto.
―Un día de estos, esa boca astuta te va a traer un montón de
problemas ―dijo Magnus tristemente por encima de su hombro.
―Mira quién habla ―dijo Ragnor.
―¿Hola? ―dijo Raphael, tan lacónico como siempre―. Soy un alma
maldita.
El peor compañero de apartamento de toda la vida.
Ragnor se quedó por trece días. Esos fueron los trece días más largos
de la vida de Magnus. Cada vez que Magnus intentaba tener un poquito
de diversión allí estaban ellos, el pequeño y el verde, sacudiendo sus
cabezas en conjunto y diciendo cosas desagradables. En una ocasión el
giro su cabeza demasiado rápido y los vio intercambiando un choque de
puños.
―Escríbeme ―le dijo Ragnor a Raphael cuando se estaba yendo ―o
llámame por el teléfono si quieres, sé que a los jóvenes les gusta hacer
eso.
―Fue genial conocerte, Ragnor ―dijo Raphael―, estaba empezando
a creer que todos los brujos eran completamente inútiles.
No fue sino hasta pasado un tiempo luego de que Ragnor se fue, que
Magnus trató de recordar cuando fue la última vez que Raphael había
bebido sangre. Magnus siempre había evitado pensar en cómo Camille
conseguía sus alimentos, incluso aunque la amaba; y no quería ver a
Raphael matando nuevamente. Pero él vio cambiar el tono de piel de
Raphael, la tensión que se dibujaba en su boca, y pensó en llegar tan
lejos como para ver a Raphael marchitarse por tanta desesperación.
―Raphael, no sé cómo decirte esto, pero, ¿estás comiendo bien?
―preguntó Magnus―. Hasta hace poco eras un chico en crecimiento.
―El hambre agudiza el ingenio ―dijo Raphael.
El hambre agudiza el ingenio ―repitió mentalmente Magnus. ―Buen
proverbio ―dijo Magnus―. De cualquier forma, como casi todos los
proverbios, suena muy sabio pero aun así de hecho no aclara nada.
No fue sino hasta pasado un tiempo luego de que Ragnor se fue, que
Magnus trató de recordar cuando había sido la última vez que Raphael
había bebido sangre. Magnus siempre había evitado pensar en cómo
Camille conseguía sus alimentos, incluso aunque la amaba; y no quería
ver a Raphael matando nuevamente. Pero vio cambiar el tono de piel de
Raphael y la tensión que se dibujaba en su boca, y pensó en llegar tan
lejos como para ver a Raphael marchitarse por tanta desesperación.
―Raphael, no sé cómo decirte esto, pero, ¿estás comiendo bien?
―preguntó Magnus―. Hasta hace poco eras un chico en crecimiento.
―El hambre agudiza el ingenio ―dijo Raphael.
El hambre agudiza el ingenio.
―Buen proverbio ―dijo Magnus―. De cualquier forma, como casi
todos los proverbios, suena muy sabio pero aun así de hecho no aclara
nada.
―¿Crees que me permitiría a mí mismo, estar cerca de mi madre, y de
mis hermanos pequeños, si no estuviese seguro más allá de cualquier
duda que podría controlarme? ―dijo Raphael―. Quiero saber, que si
estuviera atrapado en una habitación con uno de ellos, si no hubiera
saboreado sangre en días, podría controlarme.
Raphael casi mató a otro hombre esa noche, frente a los ojos de
Magnus. Demostró su punto.
Magnus no tenía que preocuparse por que Raphael se muriera de
hambre por compasión, por misericordia o por ningún otro buen
sentimiento humano. Raphael ya no se consideraba parte de la
humanidad y pensaba que podía cometer cualquier pecado en el mundo
porque ya estaba maldito. Simplemente se había estado absteniendo de
consumir sangre para probarse a sí mismo que podía hacerlo, para poner
a prueba sus propios límites y para ejercitar el autocontrol absoluto que
estaba tan determinado en alcanzar.
La noche siguiente, Raphael corrió sobre terreno sagrado y luego
bebió tranquilamente la sangre de un vagabundo que estaba durmiendo
en la calle y que probablemente no volvería a despertar, a pesar del
hechizo sanador que Magnus había murmurado sobre él. Estaban
caminando por la noche, Raphael calculando en voz alta cuánto le
costaría volverse tan fuerte como necesitaba serlo.
―Creo que eres bastante fuerte ―dijo Magnus―. Y tienes bastante
autocontrol. Mira como reprimes duramente toda la adoración heroica
que anhelas para demostrarme que sientes.
―No reírme en tu cara a veces es un verdadero ejercicio de
autocontrol ―dijo gravemente Raphael―. Eso es muy cierto.
Fue en ese momento que Raphael se puso rígido, y cuando Magnus
hizo un sonido inquiridor, Raphael lo calló bruscamente. Magnus dirigió su
mirada hacia los oscuros ojos de Raphael y siguió la dirección en la que
estaban centrados. No sabía a qué Raphael le estaba echando un ojo,
pero decidió que no le haría daño seguirlo cuando Raphael se movió.
Había un callejón extendiéndose detrás de un Automat 7 abandonado.
En las sombras había un crujido que podrían haber sido ratas husmeando
en la basura, pero a medida que se acercaban, Magnus pudo oír lo que
atrajo la atención de Raphael: el sonido de risas, de succión, y quejidos
de dolor.
No estaba seguro de lo que estaba haciendo Raphael, pero no tenía
intenciones de abandonarlo ahora. Magnus chasqueó sus dedos, y se
surgió una luz, irradiando de su mano, llenando el callejón con su
brillantez, y cayendo sobre los rostros de los cuatro vampiros que estaban
delante de él y su víctima.
―¿Qué creen que están haciendo? ―demandó Raphael.
―¿Qué te parece? ―dijo la única chica del grupo. Magnus la
reconoció como el alma valiente y solitaria que lo había abordado en el
Hotel―. Estamos bebiendo sangre. ¿Qué? ¿Eres nuevo?
―¿Eso es lo que estaban haciendo? ―Raphael preguntó con voz de
sorpresa exagerada―. Lo lamento mucho. Se me debe haber pasado por
alto, ya que estaba preocupado por lo increíblemente estúpidos que
estaban siendo.
―¿Estúpidos? ―repitió la chica.― ¿Quieres decir "malos"? ¿Nos estás
dando un sermón sobre...?
Raphael casqueó sus dedos con impaciencia hacia ella.
―¿Qué si quise decir "malos"? ―dijo―. Ya estamos todos malditos y
muertos. ¿Qué significaría siquiera "malo" para seres como nosotros?
La chica inclinó su cabeza y parecía pensativa.
7
Restaurante de comida rápida donde alimentos simples y bebidas son servidos por máquinas
expendedoras que funcionan con monedas y billetes.
―Quise decir estúpidos ―dijo Raphael―. No es que considere como
algo honorable cazar a una niña torpe. Considera esto: la matas, atraes a
los Cazadores de Sombras hacia todos nosotros. No sé ustedes, pero yo
no deseo que los Nefilim vengan y terminen mi vida con una espada
porque alguien estaba demasiado hambriento y era muy imbécil.
―Así que estás diciendo "Oh, perdonen su vida" ―dijo con tono
burlón uno de los chicos aunque la chica le dio un codazo.
―Pero aún si no la matan, ―continuó implacablemente Raphael,
como si nadie lo hubiera interrumpido―. Bueno, entonces, ya han bebido
de ella, bajo condiciones frenéticas y sin control que le facilitarían a ella
probar algo de su sangre accidentalmente. Lo que la incitaría a seguirlos
a todos lados. Hagan esto a suficientes víctimas y estarán atestados con
subyugados, y francamente no son los mejores conversadores, o los
transformarán en más vampiros. Lo que, matemáticamente hablando, los
deja sin suministro de sangre porque no quedarán humanos. Los
humanos pueden gastar recursos sabiendo que al menos no estarán por
aquí para lidiar con las consecuencias, pero ustedes, tontos, ni siquiera
tienen esa excusa. Mi Dios, ustedes, hemorragias nasales, van a pensar
cuando un cuchillo serafín les arranque la cabeza o cuando vean un
paisaje desolado mientras se mueren de hambre: "Si tan solo hubiera
sido un as y hubiera escuchado a Raphael cuando tuve la oportunidad."
―¿Está hablando en serio? ―dijo asombrado otro de los vampiros.
―Casi invariablemente ―dijo Magnus―. Es lo que lo hace una
compañía tan tediosa.
―¿Ese es tu nombre? ¿Raphael? ―pregunto la chica vampiro. Estaba
sonriendo, sus ojos negros bailando.
―Sí ―dijo Raphael irritado, inmune a los coqueteos de la misma
manera que era inmune a todas las cosas que eran divertidas―. ¿Cuál es
el punto de ser inmortales si no haces nada con eso más que ser
irresponsable e inaceptablemente estúpido? ¿Cuál es tu nombre?
La sonrisa de la chica vampiro se agrandó, mostrando sus colmillos
brillando detrás de sus labios pintados.
―Lily.
―Aquí yace Lily, ―dijo Raphael―. Asesinada por cazadores de
vampiros porque estaba matando personas y luego no tuvo la inteligencia
de cubrir su rastro.
―¿Qué? ¿Ahora nos estás diciendo que tengamos miedo de los
mundanos? ―dijo otro vampiro, riéndose, este era un hombre con canas
en sus sienes―. Esas son historias antiguas que le contamos a nuestros
miembros más jóvenes para que se asusten. Asumo que tú también eres
bastante joven, pero...
Raphael sonrió, los colmillos desnudos, aunque su expresión no tenía
nada que ver con humor.
―Soy bastante joven ―dijo―. Y cuando estaba vivo era un cazador
de vampiros. Yo maté a Louis Karnstein.
―¿Eres un cazador de vampiros vampiros? ―preguntó Lily.
Raphael maldijo en español.
―No, por supuesto que no soy un vampiro cazador de vampiros
―dijo―. ¿Qué clase de rata traidora sería entonces? Además sería algo
estúpido. Sería asesinado instantáneamente por los otros vampiros, que
se unirían por una amenaza en común. Al menos esperaría que lo
hicieran. Tal vez serían demasiado estúpidos. Soy alguien que habla con
sentido ―Raphael les informó severamente―. Y hay muy poca
competencia laboral.
El vampiro con el cabello gris casi estaba haciendo pucheros. ―Lady
Camille nos deja hacer lo que queramos.
Raphael no era tonto. No iba a insultar al líder del clan de los
vampiros en su propia ciudad.
―Claramente, Lady Camille ya tiene bastante que hacer sin tener que
andar corriendo detrás de ustedes, idiotas, y asume que tienen más
sentido común del que tienen en realidad. Dejen que les de algo en qué
pensar, si es que son capaces de hacerlo.
Lily avanzó furtivamente hacia Magnus, sus ojos todavía fijos en
Raphael.
―Me gusta ―dijo ella―. Tiene algo de jefe, aunque sea un bicho
raro. ¿Sabes a lo que me refiero?
―Lo siento. Quedé sordo por la gran sorpresa que me causó oír que a
alguien podría gustarle Raphael.
―Y no le tiene miedo a nada ―continuó Lily, sonriendo―. Le está
hablando a Derek como una maestra le hablaría a un chico malo, y yo
personalmente he visto a Derek arrancarles la cabeza a personas y beber
de la fuente.
Ambos miraron a Raphael, que estaba dando un discurso. Los otros
vampiros se estaban alejando cobardemente.
―Ustedes ya están muertos. ¿Quieren ser completamente erradicados
de la existencia? ―preguntó Raphael―. Una vez que dejamos este
mundo, todo a lo que debemos aspirar es el tormento en los fuegos
eternos del Infierno. ¿Quieren que sus malditas existencias no cuenten en
nada?
―Creo que necesito un trago ―murmuró Magnus―. ¿Alguien más
quiere un trago?
Cada vampiro aparte de Raphael levantó la mano silenciosamente.
Raphael parecía acusador y crítico, pero Magnus creía que su rostro había
quedado grabado de esa manera.
―Muy bien. Estoy dispuesto a compartir ―dijo Magnus, sacando su
botella bañada en oro del lugar especialmente diseñado en su cinturón
también bañado en oro―. Pero les advierto que me quedé sin sangre de
inocentes. Esto es whisky escocés.
Después de que todos los vampiros estuvieran ebrios, Raphael y
Magnus despacharon a la niña, que estaba un poco mareada por la
pérdida de sangre pero bien en general. Magnus no estaba sorprendido
de que Raphael hubiera realizado el encanto perfectamente. Supuso que
también había estado practicando eso. O posiblemente le salía de forma
natural imponer su voluntad a otros.
―No ocurrió nada. Irás y te acurrucarás en tu cama y no recordarás
nada. No vagues por estas zonas cuando sea de noche. Vas a encontrarte
con hombres desagradables y demonios chupasangre, ―Raphael le dijo a
la niña, sus ojos en los de ella, firmes―. Y ve a la iglesia.
―¿Será que tu llamado es decirle a todo el mundo lo que tiene que
hacer? ―Magnus le preguntó mientras se dirigían a casa.
Raphael lo observó agriamente. Magnus pensó que tenía un rostro
dulce, el rostro de un ángel inocente, y el alma de la persona más
gruñona en el mundo entero.
―No deberías usar ese sombrero nunca más.
―Exactamente de lo que hablaba ―dijo Magnus.
La casa de los Santiago estaba en Harlem, entre la calle 129 y la
avenida Lenox.
―No tienes que quedarte a esperarme ―Raphael le digo a Magnus
mientras caminaban―. Estaba pensando que después de esto, como sea
que termine, voy a ir con Lady Camille Belcourt y vivir con los vampiros.
Podrían necesitarme allí, y yo podría necesitar... algo que hacer. Yo... lo
siento si esto te ofende.
Magnus pensó en Camille, y todo lo que sospechaba sobre ella,
recordó el horror de los veinte y que todavía seguía sin saber cuán
involucrada había estado ella en eso.
Pero Raphael no podía quedarse como un invitado de Magnus, un
invitado temporario en el Submundo sin un lugar donde pertenecer, nada
que le sirva de ancla en las tinieblas y que lo aleje del sol.
―Oh no, Raphael, no me abandones, por favor, ―dijo Magnus con
voz monótona―. ¿Qué haría sin la luz de tu dulce sonrisa? Si te vas, me
tiraré al piso y lloraré.
―¿Lo harás? ―preguntó Raphael, arqueando una de sus finas
cenas―. Porque si lo haces me quedaré y disfrutaré del espectáculo.
―Sal de aquí ―le dijo Magnus―. ¡Fuera! Quiero que te vayas. Voy a
hacer una fiesta cuando te vayas, y sabes que odias esas cosas. Junto
con la moda, y la música, y el concepto de diversión. Nunca te culparé
por irte y hacer lo que mejor te plazca. Quiero que tengas algo por lo que
vivir, aún si no crees que estás vivo.
Hubo una breve pausa.
―Bueno, excelente ―dijo Raphael―. Porque me iba a ir de todas
formas. Estoy cansado de Brooklyn.
―Eres un mocoso insufrible ―Magnus le informó, y Raphael sonrió
una de sus raras, sorprendentemente dulces sonrisas.
Su sonrisa se desvaneció rápidamente mientras se acercaban a su
antiguo vecindario. Magnus pudo ver que Raphael estaba luchando con
su pánico. Magnus recordó los rostros de su padrastro y de su madre.
Sabía cómo era cuando tu familia te daba la espalda.
Preferiría que le quitaran el sol, como ya le había ocurrido a Raphael,
a que le arrebataran el amor. Se encontró orando, como raramente lo
había hecho en años, como el hombre que lo había criado solía hacer,
como lo hacía Raphael, para no le quitaran ambas cosas a Raphael.
Se acercaron a la puerta de la casa, un pórtico con una celosía verde
desgastada. Raphael la observó con una mezcla de anhelo y temor, como
un pecador miraría las puertas de Cielo.
Era el trabajo de Magnus llamar a la puerta y esperar por una
respuesta.
Cuando Guadalupe Santiago respondió a la puerta y vio a su hijo, el
momento de rezar había terminado.
Magnus podía ver su corazón entero en sus ojos cuando ella miró a
Raphael. No se movió, no se tiró encima de Raphael. Lo estaba
observando, a su rostro de ángel y sus rizos oscuros, a su pequeño
cuerpo y mejillas sonrojadas ―se había alimentado antes de venir para
parecer más vivo― y más que nada, a la cadena de oro brillando
alrededor de su cuello. ¿Era la cruz? Él la podía ver preguntándoselo. ¿Era
ese su regalo, el que se suponía que lo mantendría a salvo?
Magnus comenzó a hablar lo más rápido que pudo.
―Lo encontré por ti, como me pediste ―dijo―. Pero cuando llegué a
él estaba casi al borde de la muerte, así que tuve que darle algo de mi
poder, transformarlo en alguien como yo, ―Magnus captó la atención de
Guadalupe, aunque fue difícil ya que toda su atención estaba centrada en
su hijo―. Un hacedor de magia ―dijo, como ella lo había llamado alguna
vez―. Un hechicero inmortal.
Ella pensaba que los vampiros eran monstruos, pero había ido en
busca de la ayuda de Magnus. Podía confiar en un brujo. Podría creer que
un brujo no estaba maldito.
Todo el cuerpo de Guadalupe estaba tenso, pero asintió levemente.
Reconoció las palabras, Magnus lo supo, y quería creer. Quería creer con
tantas ganas en lo que le estaban diciendo que no podía confiar en ellas
del todo.
Parecía más avejentada que hace unos meses atrás, desgastada por
el tiempo en que su hijo estuvo desaparecido. Parecía tener más años
pero no parecía menos feroz, y se mantuvo bloqueando la entrada con un
brazo, niños asomándose alrededor de ella pero protegidos por su
cuerpo.
Pero no cerró la puerta. Escuchó la historia, y dio su absoluta
atención a Raphael, sus ojos trazando las líneas familiares de su rostro
mientras él hablaba.
―Todo este tiempo estuve entrenando para poder venir a casa y
hacerte sentir orgullosa, madre ―dijo Raphael―. Te lo aseguro, te ruego
que me creas. Todavía tengo un alma.
Los ojos de Guadalupe todavía estaban fijos en la fina y brillante
cadena que envolvía su cuello. Los dedos temblorosos de Raphael
liberaron la cruz de su camisa. La cruz bailó mientras colgaba de su
mano, dorada y brillante, la cosa más brillante en toda la noche de la
ciudad.
―La usaste ―murmuró Guadalupe―. Estaba tan preocupada de que
no hubieses escuchado a tu madre.
―Claro que lo hice ―dijo Raphael, su voz temblorosa. Pero no lloró,
no el Raphael de la voluntad de hierro―. La usé, y me mantuvo a salvo.
Me salvó. Tú me salvaste.
Entonces el cuerpo entero de Guadalupe cambió de forzada quietud a
movimiento, y Magnus se dio cuenta de que más de una persona estaba
ejerciendo el auto control de hierro. Supo de dónde lo había sacado
Raphael.
Ella se paró en el pórtico y extendió sus brazos. Raphael corrió hacia
ellos, desapareció del lado de Magnus más rápido de lo que un ser
humano podía hacerlo, y envolvió su cuello con un brazo. Él estaba
sacudiéndose en sus brazos, todo su cuerpo temblando mientras ella
acariciaba su cabello.
―Raphael, ―ella murmuró entre sus negros rizos. Al principio
Raphael y Magnus no pudieron dejar de hablar, y ahora pareció que ella
no podía hacerlo―. Raphael, mijo, Raphael, mi Raphael.
Magnus supo enseguida entre toda la confusión de palabras de amor
y consuelo que ella estaba invitando entrar a Raphael, que estaban a
salvo, que habían tenido éxito, que Raphael podría tener a su familia y su
familia nunca tendría que saber. Todas las palabras que ella decía eran de
ternura y declaraciones, de amor y posesión: mi hijo, mi muchacho, mi
niño.
Cuando su madre les dio la bendición, los otros niños se agolparon
alrededor de Raphael, y Raphael los tocó con manos amables, tocó el
cabello de los más pequeños, los acarició con tanto afecto que parecía
descuidado, aunque fue muy cuidadoso, y saludó a los mayores de forma
ruda aunque no tanto.
Jugando el rol de benefactor y maestro de Raphael, Magnus también
abrazó a Raphael. Tan susceptible como lo era, Raphael no invitaba a dar
abrazos. Magnus no había estado tan cerca de él desde el día que lo
había detenido de ir hacia el sol. La espalda de Raphael se sentía delgada
bajo las manos de Magnus, frágil, aunque no lo era.
―Te debo una, brujo ―dijo Raphael, un frío murmuro contra la oreja
de Magnus―. Te prometo que no lo olvidaré.
―No seas ridículo ―dijo Magnus, y después porque podía salirse con
la suya, cuando se alejó, enrolló los cabellos de Raphael.
La mirada indignada en el rostro de Raphael era graciosísima.
―Dejaré que estés a solas con tu familia ―le dijo Magnus, y se fue.
Aunque antes de hacerlo se pausó y creó unos cuantos destellos
azules con sus dedos que creaban pequeñas casas de juguete y estrellas,
eso hacía de la magia algo divertido a lo que los niños no le temían. Les
dijo a todos que Raphael no estaba consumado o que no era tan
fabulosamente talentoso como lo era él, y que no podría hacer pequeños
milagros como ese por unos cuantos años. Hizo una reverencia floreciente
que dejó a los niños riéndose y a Raphael rodando sus ojos.
Magnus se fue, caminando lentamente. El invierno estaba llegando
pero todavía no estaba tan cerca, y estaba feliz simplemente por caminar
y disfrutar las pequeñas cosas de la vida, el fresco viento del invierno, las
escasas hojas doradas perdidas todavía arremolinándose bajo sus pies,
los árboles vacíos sobre él esperando a renacer con gloria. Estaba
volviendo a casa, a un departamento que sospechaba se sentiría
levemente muy vacío, pero pronto invitaría a Etta, y ella bailaría con él y
llenaría las habitaciones con amor y risas, así como llenaría su vida con
amor y risas, por un corto momento antes de que lo abandonara.
Oyó pasos tronando detrás de él y por un momento creyó que era
Raphael, de repente la máscara en ruinas alrededor de ellos, cuando
habían creído que habían salido victoriosos.
Pero no era Raphael. Magnus no volvió a verlo por unos cuantos
meses, y para ese entonces Raphael ya era el segundo al mando de
Camille, dando órdenes calmadamente a otros vampiros cientos de años
más viejos que él de la única forma que Raphael podía hacerlo. Entonces
Raphael le habló a Magnus como un importante miembro del Submundo
le habla a otro, con perfecto profesionalismo: pero Magnus sabía que
Raphael no había olvidado nada. Las relaciones siempre habían sido
tensas entre Magnus y los vampiros de Nueva York, el clan de Camille,
pero de repente ya no lo eran tanto. Los vampiros de Nueva York iban a
sus fiestas, aunque Raphael no lo hacía, e iban a buscar su ayuda
mágica, aunque Raphael nunca volvería a hacerlo.
Los pasos corriendo tras Magnus en la noche fría de invierno no eran
los de Raphael pero sí los de Guadalupe. Estaba agitada por todo lo que
había corrido, su cabello negro escurriéndose de su broche, formando
una nube alrededor de su rostro. Casi chocó contra él antes de poder
detenerse.
―Espera ―dijo ella―. Todavía no te he pagado.
Sus manos estaban temblando, rebosantes de billetes. Magnus cerró
sus dedos alrededor del dinero y cerró sus manos sobre las de ella.
―Tómalo ―le instó ella―. Tómalo. Te lo ganaste; te ganaste más.
Me lo has traído de regreso, mi niño mayor, el más dulce de todos, mi
corazón querido, mi muchacho valiente. Lo salvaste.
Todavía estaba temblando mientras Magnus tomó sus manos, así que
él descansó su frente en la de ella. La mantuvo tan cerca que casi podía
besarla, lo suficientemente cerca como para susurrarle los más
importantes secretos del mundo, y le habló como hubiera querido que
algún buen ángel le hubiera hablado a su familia, a su propia alma joven
y temblorosa, hace mucho tiempo y en una tierra muy lejana.
―No ―murmuró―. No lo hice. Lo conoces más de lo que otra
persona lo ha hecho o lo hará. Tú lo has creado, le has enseñado a ser
todo lo que es, y lo conoces hasta sus huesos. Sabes lo fuerte que es.
Sabes lo mucho que te ama. Si te he dado algo, ahora cree en mí.
Enséñales una cosa a todos tus niños. Nunca te he dicho algo más
verdadero que esto. Créelo, si es que no crees en otra cosa. Raphael se
salvó a sí mismo.
Fin
Nota Importante
Esta traducción no tiene fines de lucro; es el producto de un trabajo
realizado por un grupo de aficionadas que buscan ayudar por este medio
a personas que por una u otra razón no pueden disfrutar de maravillosas
obras como esta.
Ninguno de los miembros que participaron de esta traducción recibió,
ni recibirá ganancias monetarias por su trabajo.
El material antes expuesto es propiedad intelectual del autor y su
respectiva editorial.
Ministry Of Lost Souls
Sobre el Autor:
Cassandra Clare es la autora del New York Times, USA Today, Wall
Street Journal, and Publishers Weekly mejor vendida por la serie de Los
Instrumentos y la trilogía de Los Artificios Infernales.
Sus libros tienen más de 20 millones de copias impresas en el mundo y
ha sido traducido en más de 35 idiomas.
Cassandra vive en Western Massachusetts.
Visítala en CassandraClare.com. Aprende más sobre el mundo de los
Cazadores de Sombras en Shadowhunters.com.
También por Cassandra Clare:
THE MORTAL INSTRUMENTS
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Ciudad de ceniza
Ciudad de cristal
Ciudad de los ángeles caídos
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THE INFERNAL DEVICES
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