jovenes 20101114XXXIIIOrdinario

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XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario z AÑO C z Lc 21, 5-19
z
Primera lectura
de justicia”.
“Os iluminará un sol
z
Segunda lectura
no coma”.
z
Salmo z 97 z “El Señor llega para regir los pueblos con
rectitud”.
z
Evangelio z Lc 21, 5-19 z “Con vuestra perseverancia
salvaréis vuestras almas”.
z
Ml 3, 19-20a
z
z
2Ts 3, 7-12
z
“El que no trabaja, que
E
n aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les
dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no
quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál
será la señal de que todo eso está para suceder?»
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o
bien: “El momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando
oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no
vendrá en seguida».
Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países
epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a
las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa
mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio.
Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a
las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
N
os encontramos al final
del año litúrgico. El próximo domingo finalizaremos
el año y enseguida comenzaremos el nuevo ciclo. En este
fin de año el evangelista nos
presenta un texto que hace
referencia al final de los tiempos.
En el momento de la redacción de este Evangelio de Lucas ya han desaparecido los
primeros testigos de Jesús, se
va apagando la esperanza de
un retorno inmediato y victorioso a medida que van desapareciendo los primeros testigos.
Con este Evangelio termina la
vida misionera, catequética
de Jesús. A partir de este
Evangelio el evangelista comienza la narración de la pasión. Los tres evangelistas sinópticos han tomado la misma opción.
Lucas trata de iluminar este
retraso de la venida gloriosa.
Lucas nos dice que en nuestro hoy estamos en el tiempo
de la Iglesia y que en este
mundo nada es definitivo, vivimos en la provisionalidad,
que hemos de estar atentos a
los engaños, y además se nos
invita a perseverar en medio de las dificultades
que abundan en este mundo.
Jesús nos anuncia la destrucción del templo de
Jerusalén, que no es el final de los tiempos,
sino que es un hecho que le lleva a pensar en el
final. Jesús habla de unos signos que muestran
el final y predice futuras persecuciones.
Estamos ante un discurso de Jesús escatológico
en el que hace referencia a la última etapa de
la historia de la humanidad. Ahora, el hoy es el
tiempo de la salvación, es el momento de
poner nuestra confianza en Jesús, el Salvador, Él nos ayudará.
Nuestro encuentro con el Señor está llamado a
alejar de nosotros el miedo, a darnos paz y
confianza. Es también lo que les dice Jesús la
mañana de Pascua en sus sucesivas apariciones: «La paz esté con vosotros».
Jesús anuncia una vez más que los que le sigan
no van a tenerlo fácil: serán perseguidos... pero
nadie se perderá. Al final el mal será vencido. El
final de todo será participar del misterio de la
Resurrección de Jesucristo.
Jesús en el Evangelio nos advierte y nos
aconseja que hemos de estar atentos a los
anuncios del fin del mundo.
Empieza diciéndonos «no tengáis miedo».
Nadie sabe el día ni la hora de su venida definitiva. Esta exhortación de Jesús a no dejarnos atrapar por el miedo aparece en distintos momentos y situaciones del Evangelio.
Jesús ha venido a quitarnos el miedo.
M
e pongo en presencia de Dios. Le pido a Dios que me ilumine para que
descubra lo que hoy quiere decirme. Hay en los Evangelios textos más concretos, más actuales. Pero todos son válidos e importantes. El protagonista es Jesús que les habla, nos habla.
z Nada es definitivo. La belleza del templo tiene sus días contados.
z No sabemos ni el día ni la hora del momento definitivo. Hemos de estar
atentos para no dejarnos engañar.
z Por muchas dificultades que vivamos, (que las habrá) por muchos conflictos que suframos no
tengáis miedo.
z Él, Jesús, nos acompañará, no
nos dejará.
z Ni un cabello de vuestra cabeza
perecerá. Palabras de esperanza.
z Escucho varias veces todas estas cosas dichas para mí. ¿Qué
consecuencias tienen para mi vida
y para la vida de mi comunidad?:
confianza en el Señor...
z Llamadas.
Oro lo contemplado
PERO NI UN CABELLO DE
VUESTRA CABEZA PERECERÁ
E
so les dijiste, Señor Jesús, en los anuncios que
hiciste de lo que se les avecinaba a los tuyos y
ahora nos lo repites a nosotros.
Todo iba entrelazado: la destrucción del templo y
los anuncios del fin de los tiempos. Una cosa te
llevó a hablar de la otra o una cosa les hizo pensar
a los tuyos en la otra.
Aquellos que recopilaron tus enseñanzas vivían y
experimentaron el conflicto, la destrucción de Jerusalén fue tremenda y la derrota del pueblo a
manos de los romanos una gran humillación. Muchos de los primeros seguidores experimentaron
la persecución por el hecho de ser cristianos, seguidores tuyos.
Es normal que ante tal panorama el pánico cundiera. Por eso les dices: «no tengáis miedo», «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá». Para aquellas
gentes de las primeras generaciones cristianas, Señor Jesús, fue duro mantener el tipo, ser seguidores
tuyos, muchos se la jugaron. Por eso ellos recuerdan tus Palabras de aliento que tanto necesitaban.
Tú, Señor Jesús, nos invitas a tener confianza en
Ti. Tú nos acompañas, Tú no nos abandonas. Tú
eres nuestro abogado.
No vivimos ahora situaciones aquí como las de
aquel momento. Pero también ahora es fácil mirar
a otro lado dejarnos llevar por la comodidad, por
los criterios del mundo y alejarnos de tus planteamientos.
Ver z Juzgar z Actuar
Es bueno oírte decirnos: no tengáis miedo, ni un
cabello de vuestra cabeza perecerá.
Señor Jesús pasan los años y las situaciones, aunque diferentes, no cambian. Continúa con fuerza
en nosotros la atracción a la tentación, necesitamos ser valientes siempre para dejarnos llevar por
el amor, por la compasión, por la limpieza de corazón, por la generosidad.
Tú, Señor Jesús, una vez más, en este final de año
litúrgico nos invitas a la confianza. Estamos en
buenas manos, Tú te ocupas y preocupas de todos
nosotros. Tú nos estás
diciendo que contigo
saldremos adelante.
Dame, danos mucha
confianza en tu Persona y en tu Evangelio. Como decimos en la oración
que Tú nos enseñaste: «no nos dejes
caer en la tentación».
Perdón por nuestras cobardías, por
nuestras malas inclinaciones, por nuestros malos deseos.
Ayúdanos; con tu
compañía iremos recorriendo el camino
de la vida, siguiendo
tus pasos. Gracias,
Señor Jesús.
“Pendientes
de un juicio”
VER
E
ntre los personajes que forman el entorno de la llamada “prensa rosa”
abundan las demandas y querellas judiciales. Una persona me decía que le sorprendía que algunos de ellos, sabiendo que están pendientes de juicios por causas graves,
continuaban con su vida como si tal cosa, yendo a fiestas, divirtiéndose, saliendo
en las revistas... cuando a cualquier persona “normal” el hecho de saber que tiene pendiente un juicio le supone una preocupación y, aunque se siga con la
vida habitual hasta la fecha del juicio, es algo que no se va de la cabeza y no
está el ánimo para fiestas.
JUZGAR
U
n juicio, en Derecho, es el “conocimiento de una causa en la cual el
juez ha de pronunciar la sentencia”. Y en estos últimos domingos
del año litúrgico, la Palabra de Dios nos recuerda que estamos “pendientes de un juicio”: el llamado Juicio Final, que es el que Dios hará en el fin
del mundo para dar a cada uno el premio o castigo de sus obras. Un jui-
cio que ya los profetas habían ido anunciando,
como hemos escuchado en la 1ª lectura: «malvados y perversos serán la paja y los quemaré... Pero
a los que honran mi nombre los iluminará un sol
de justicia». Las imágenes utilizadas para hablar
de este juicio de Dios han contribuido a que se
vea este momento como algo terrible: «Mirad que
llega el día, ardiente como un horno... no quedará
de ellos ni rama ni raíz»; un juicio en el que Dios
aparece principalmente como un juez temible y
riguroso que dictará sobre todo sentencias condenatorias. Ante esta imagen, es lógico que el
miedo paralice nuestra vida y sintamos angustia
por lo que ha de venir.
Jesús recoge en el evangelio estas imágenes asumidas por su pueblo para afirmar que, efectivamente, el tiempo y la historia llegarán a su fin:
«Esto que contempláis, llegará un día en que no
quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».
Más aún: Jesús ya anuncia que antes de ese Juicio
Final quizá, seguramente, tendremos que pasar
por otros “juicios terrenos”: «os echarán mano, os
perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la
cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre... Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os
traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre».
Pero ante la lógica reacción de miedo de sus
oyentes -«¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»- Jesús
empieza a instruirles acerca de cómo hay que
afrontar la realidad de ese “juicio de Dios”: «Cuidado con que nadie os engañe... Cuando oigáis
noticias de guerras o de revoluciones, no tengáis
pánico...». Aunque se produzcan «espantos y
grandes signos en el cielo», no hay que perder la
calma ni la esperanza, porque «ni un cabello de
vuestra cabeza perecerá».
Ni siquiera en los momentos más difíciles de los
“juicios humanos” a los que podamos vernos sometidos, ni siquiera ante los enfrentamientos con
personas cercanas por causa de nuestra fe debemos dejarnos llevar por el miedo, porque hasta en
las circunstancias más adversas Jesús nos asegura
que estará a nuestro lado: «yo os daré palabras y
sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro» y porque «así
tendréis ocasión de dar testimonio».
Es cierto que estamos pendientes de un juicio y
debemos estar preparados, pero sin caer en la angustia. Y el mismo Jesús nos indica la actitud necesaria para estar preparados: «con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Perseverar en el
seguimiento del Señor en lo cotidiano es la clave
para llevar una vida normal aun sabiendo que un
día deberemos comparecer ante Dios o ante otras
personas. Por eso san Pablo, a quienes dejaron de
trabajar esperando la inminente vuelta del Mesías,
les ha dicho en la 2ª lectura: «a ésos les digo y les
recomiendo que trabajen con tranquilidad para
ganarse el pan». Si en nuestra vida realizamos con
normalidad el seguimiento del Señor, no tendremos nada que temer ante su juicio ni ante el juicio de los hombres.
ACTUAR
S
¿
oy consciente de que estoy pendiente de un
juicio, pienso alguna vez en el “juicio final”?
¿Cómo me lo imagino? ¿Qué siento? ¿Me dejo llevar por imágenes, fantasías...? ¿Veo en Dios a un
juez terrible y temible, o al Padre de misericordia
que, sin dejar de ser justo, no quiere que perezca
ni un cabello de nuestras cabezas? ¿Cómo me
preparo para el juicio de Dios, en qué debo perseverar? ¿Me he sentido “juzgado” por mi fe por
parientes, amigos...? ¿Cómo he respondido, he
dado testimonio de fe?
Como hemos escuchado, la clave para afrontar el
juicio de Dios está en perseverar en el seguimiento del Señor. Y como escribió el apóstol Santiago
(2, 13), «la misericordia se ríe del juicio». Perseveremos por tanto en la Eucaristía, la oración, la formación... de modo que nuestro estilo de vida cotidiano, marcado por la misericordia, sea un verdadero testimonio de fe que nos permita afrontar las
circunstancias y dificultades desde la esperanza
en que nuestra perseverancia será tenida en
cuenta por Dios en su juicio y salvaremos nuestras almas porque Él también será misericordioso
con nosotros.
Acción Católica General
Alfonso XI, 4 5º
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