20110227VIIIOrdinario

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VIII Domingo del Tiempo Ordinario z AÑO A z Mt 6, 24-34
z
Primera lectura
z
Salmo z 61
z
z
Is 49, 14-15
z
“Yo no te olvidaré”.
z
Segunda lectura z 1Co 4, 1-5 z “El Señor pondrá al
descubierto los designios del corazón”.
z
Evangelio z Mt 6, 24-34 z “No os agobiéis por el mañana”.
“Descansa sólo en Dios, alma mía”.
N
adie puede servir a dos señores. Porque despreciará a
uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y
al dinero.
Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando
qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a
vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el
vestido? Mirad a los pájaros del cielo: no siembran, ni siegan, ni
almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta.
¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza
de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios
del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en
todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la
hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno,
Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca
fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a
beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto,
no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su
desgracia».
Para situar el Evangelio
Este domingo saltamos al
versículo 24 del capítulo 6. La
liturgia deja los versículos 1 23, una buena parte (1-18),
seguramente, porque los leemos en otras ocasiones (concretamente el Miércoles de
Ceniza y los primeros días de
Cuaresma).
Conviene, sin embargo, que
antes de leer esta segunda
parte del capítulo 6, leamos la
primera parte, los versículos
omitidos, para no perder el hilo
del Sermón de la Montaña.
Para fijarnos en el Evangelio
El dinero tenía nombre de un
“dios”: “Mammón”, un ídolo
que personificaba la riqueza.
Es el nombre que encontramos
en el texto original del versículo 24: “No podéis servir a Dios
y a Mammón”. Es decir, no podéis reconocer a dos dioses a
la vez; aquel a quien reconozcáis marcará vuestras vidas;
así pues tenéis que escoger:
¿queréis vivir como hijos del
Padre? ¿o queréis vivir pendientes del dinero, marcados
por su dominio?
Los vv. 25-32, con las imágenes de los “pájaros” y de los
“lirios del campo”, que tienen
“alimento” y “vestido” sin tenerse que preocupar por ello,
lejos de tener que ser interpretadas literalmente -es evidente que debemos trabajar
para ganarnos la vida-, quieren que nos planteemos a
cuál de los dos dioses queremos servir. O, dicho de otro
modo, “donde está tu tesoro,
allí está tu corazón”
(Mt 6, 21).
El v. 21 decía: “donde está tu tesoro, allí está
tu corazón”. Es una clave importante para entender el alcance de esta alternativa radical que
Jesús plantea. La experiencia nos dice que es
cierto, que ponemos el corazón en lo que amamos, en lo que descubrimos como tesoro. Y
nuestra vida comienza a girar alrededor de
aquel tesoro
Se nos cuestiona, por tanto, sobre nuestra adhesión a Dios. Dios, el Padre, no es una idea. Creer en él no es una cuestión ideológica ni pasa
por obedecer a un cuerpo doctrinal. Dios, el Padre de Jesucristo, es Alguien que puede ser
amado o no. Es Alguien que nos ama y a quien
podemos corresponder o no con nuestro amor.
Si acogemos el Amor que es Dios mismo (1Jn 4,
y lo amamos, tendremos el corazón ocupado en lo que preocupa a Dios, y no lo tendremos ocupado en el dinero. Lo que preocupa a
Dios son las personas y es la construcción del
Reino. Él trabaja para que el Reino sea una realidad para todo el mundo, para que todo el
mundo tenga alimento y vestido. Si acogemos
al Amor que es Dios mismo estaremos viviendo
lo que antes se nos ha propuesto en las bienaventuranzas.
8-16)
“poca fe”. Creer en el Dios Padre de Jesucristo
se manifiesta en estas actitudes (Mt 8, 26; 14, 31;
16, 8).
El Padre del cielo conoce nuestras necesidades
(32). Esta convicción debe marcar, según nos ha
dicho antes Jesús, nuestra forma de rezar. “Y al
orar no repitas palabras inútilmente, [...] porque
vuestro Padre sabe lo que necesitáis aun antes
de habérselo pedido” (Mt 6, 7-8). En el fondo, de
lo que se trata es de tomar conciencia de que tenemos “necesidad”. Dios ya es consciente de
ello, pero quizás nosotros no, tal vez nosotros vivimos convencidos de que todo lo podemos tener, de que todo lo podemos conseguir.
El punto de llegada de este texto lo encontramos
en el v. 33. Nuestra primera preocupación debe
ser “el Reino de Dios y su justicia” -hacer lo que
él quiere-. De ahí arranca todo en nuestra vida:
las opciones, las acciones, las decisiones...
El versículo 34 puede parecer una invitación a
la irresponsabilidad. Más bien, debemos entenderlo con el mismo espíritu con el que pedimos,
en el Padrenuestro: “Danos hoy nuestro pan de
cada día” (Mt 6, 11). Es decir, debemos ser conscientes de la necesidad. Jesús nos advierte del
peligro de la prepotencia, de la autosuficiencia.
Vivir esta experiencia supone haber respondido
a Dios llamándole “Padre”. Y que estamos viviendo lo que Él vive: “Sed perfectos, como
vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
Volviendo a los pájaros y a los lirios (26.30), Jesús insiste en que nosotros valemos mucho
más. Lo mismo encontramos en Mt 10, 31. Y,
con una fuerza especial, en Mt 12, 12, vuelve a
decir lo mismo dando razón de una acción liberadora: ¡Cuánto más vale un hombre que una
oveja! Por lo tanto, sí está permitido hacer el
bien en sábado.
El versículo 30 vincula todo esto a la fe, o a la
z Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo
y, así, poder seguirlo mejor
z Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.
z Leo el texto. Después contemplo y subrayo.
z Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otras personajes, la BUENA NOTICIA
que escucho... ¿Qué testimonio recibo de personas que buscan, ante todo, el Reino de Dios y
su justicia, su voluntad?
z Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el Evangelio... ¿soy consciente de mis necesidades? ¿O me creo autosuficiente?
z Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso.
z Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...
CONFIANZA EN EL PADRE
«Ya sabe vuestro Padre del cielo
que tenéis necesidad de todo eso» (Mt 6, 32)
Señor Jesús, hoy nos dices en el Evangelio:
«Nadie puede estar al servicio de dos amos.
Porque despreciará a uno y querrá al otro;
o, al contrario, se dedicará al primero
y no hará caso al segundo. No podéis servir
a Dios y al dinero».
Que calen hondo en nosotros las palabras
de Isaías: «¿Es que puede una madre olvidarse
de su criatura, no conmoverse por el hijo
de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide,
yo no te olvidaré».
Palabras esperanzadoras...
¡necesitamos vivirlas y no hacer componendas!
¡Ayúdanos!
AMEN
Palabras claras, pero tan exigentes,
que nos asustan y nos dan miedo, ya que como
nos conocemos, sabemos que actuamos
a medias, porque sabiendo que «a cada día
le bastan sus disgustos», nos gusta ser precabidos
y buscamos seguridades, pensando en un futuro,
que creemos así mejor: trabajo garantizado,
cartilla de banco llena, posesiones
y bienes «por si acaso»...
Es verdad, que tenemos fe y nos gustaría
ser desprendidos, pero «estamos agobiados por
la vida» y no terminamos de fiarnos del Padre,
y no solo «los paganos se afanan por esas cosas»,
sino nosotros mismos estamos
«agobiados por el mañana».
Señor Jesús, decimos en el salmo:
«Descanso sólo en Dios, alma mía»,
pero no lo hacemos así... sin embargo,
queremos cambiar... ¡ayúdanos!
Ver z Juzgar z Actuar
todo”
“Seguros para
VER
S
olemos contratar alguna póliza de seguro para cubrir las posibles contingencias que puedan surgirnos en nuestra vida diaria: tenemos seguros para
todo: seguros de automóvil, seguros del hogar, seguros de enfermedad, seguros
de vida, seguros de decesos... El adjetivo “seguro” significa “libre y exento de
todo peligro, daño o riesgo”, y necesitamos sentirnos lo más “seguros” que podamos para desarrollar con normalidad nuestra vida. Pero cuando a pesar de tener tantos seguros surge alguna circunstancia que no cubren o no pueden cubrir, nos sentimos agobiados y desamparados, o como decimos coloquialmente:
“Dejados de la mano de Dios”.
JUZGAR
E
s cierto que necesitamos “seguros”, unas veces porque lo exige la ley, como en
el caso de los automóviles, y otras veces porque es conveniente. Pero aunque
las compañías aseguradoras digan lo contrario en su publicidad, la seguridad en
nuestra vida no puede depender de tener pólizas de seguro “para todo”. Como
creyentes, nuestra seguridad viene de Dios, y hoy
la Palabra de Dios nos lo recuerda para que nunca
nos sintamos “dejados de la mano de Dios”.
Aunque en algún momento nos sintamos así,
como hemos escuchado en la 1ª lectura: «Sión decía: “Me ha abandonado el Señor...”», el profeta
Isaías nos transmite la respuesta de Dios: «¿Es que
puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque
ella se olvide, yo no te olvidaré».
Con esta comparación, Isaías nos dice que aunque en algún momento lleguemos a sentir el mayor de los desamparos, como si fuéramos un hijo
a quien su madre ha olvidado, Dios nunca nos olvida, ni nos va a olvidar. Y en esta promesa debemos fundamentar nuestra seguridad.
Y Jesús completa las palabras del profeta ampliándolas a todo aquello que, sobre todo en estos
tiempos de crisis, nos produce agobio e inseguridad: «No andéis agobiados pensando qué vais a
comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir». Jesús no está haciendo un llamamiento a la
despreocupación irresponsable; lo que nos pide
es que esos temas no nos agobien, es decir, no
nos llenen de angustia y sufrimiento, porque «ya
sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad
de todo eso».
Si llamamos a Dios “Padre”, seamos consecuentes
y confiemos en Él, porque como afirmó Jesús en
otro momento: «si vosotros...sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre
que está en los cielos dará cosas buenas a los que
le piden!» (Mt 7, 11).
El Dios que Jesús nos ha revelado como Padre es
el “seguro” que necesitamos para sentirnos verdaderamente “seguros” y desarrollar nuestra vida
cotidiana, los momentos buenos y los momentos
difíciles, sin sentirnos nunca “dejados de la mano
de Dios”. Dios es el “seguro” que nos hace sentir
“seguros para todo”, no porque seamos invulnerables o tengamos una protección especial ante
cualquier tipo de peligro, daño o riesgo, sino porque teniendo ese “seguro”, ya podemos hacer lo
que Jesús nos pedía: «Sobre todo buscad el Reino
de Dios y su justicia».
En eso podemos y debemos centrarnos, porque si
buscamos el Reino de Dios, si vamos progresando
en el camino de las Bienaventuranzas, como veíamos hace un par de domingos, estaremos formando esa masa de gente anónima que, callada, discreta y humildemente, aportan mucho positivo a
la sociedad mostrando que “otro estilo de vivir es
posible”, el estilo de vida de las Bienaventuranzas
es posible, y por eso «lo demás se os dará por añadidura».
ACTUAR
L
a Palabra de Dios nos plantea hoy un reto difícil: la confianza en Dios. Podemos preguntarnos: ¿Cuántas pólizas de seguro tengo? ¿Por qué?
¿En alguna ocasión me he sentido “dejado de la
mano de Dios”? ¿Hay algo que actualmente me
haga estar agobiado? ¿La fe en Dios me hace sentir “seguro”? ¿Busco el Reino de Dios, confiando
en que lo demás se me dará por añadidura?
Para sentirnos “seguros para todo” en la vida, necesitamos “renovar nuestra póliza” con Dios. Y
esto lo hacemos en la oración, en la formación, en
la Eucaristía, en la Reconciliación... Son los medios
por los que aprendemos a confiar en Dios, y desde esa confianza buscar su Reino, con la certeza
de que, venga lo que venga en la vida, nuestro Padre nunca se va a olvidar de nosotros.
Acción Católica General
Alfonso XI, 4 5º
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