FILÓLOGOS DE LA ACADEMIA MEXICANA EN LA primera de las declaraciones de la escritura que formaliza la Constitución de Asociación Civil de la Academia Mexicana se estipula su objeto social, redactado en nueve apartados. En el cuarto de estos rubros se dice que la corporación deberá "fomentar y propagar el estudio de la lengua española". Podría suponerse que, para el cumplimiento de tal fin, la Academia debería contar siempre con importante número de miembros que, profesionalmente, se dedicaran a la lingüística o a la filología. Esto nunca ha sucedido, ni en esta Academia ni en otras, incluyendo a la Real de Madrid, aunque debe reconocerse que es ésta la que generalmente incluye mayor número de expertos en disciplinas de la lengua: en la lista oficial que aparece en la vigésima edición del Diccionario (1984), se da cuenta de 36 académicos españoles, nueve de los cuales son filólogos. Sin embargo, a lo largo de sus más de 1000 años de vida, la Academia Mexicana ha recibido a algunos filólogos que merecen recordarse. Las historias de la literatura, quizá justificadamente, no consideran en sus páginas a este tipo de escritor-ensayista-erudito; tampoco lo hacen, y esto parece menos explicable, las historias de la cultura. Nuestros estudiantes de secundaria o de preparatoria pueden tener alguna vaga idea de quien fue Gutiérrez Nájera o García Lorca, pero casi ninguno de ellos ha oído siquiera el nombre de Rafael Ángel de la Peña o de Ramón Menéndez Pidal. En las notas que siguen pretendo dar alguna brevísima bibliografía de los filólogos más destacados que han pertenecido Academia Mexicana. Quede desde ahora, aclarado, por tanto, quedaran fuera de este superficial recuento no pocos lingüistas y logros que, por diversas razones, no pertenecieron a esa corporación. Entre las 12 personas que fundaron en 1875 la Academia Mexicana, al menos tres se dedicaron parcial o predominantemente al estudio de la lengua: Joaquín García Icazbalceta, Francisco Pimentel y Rafael Ángel de la Peña. Pocos escritores del siglo XIX merecen con mayor justicia el calificativo de polígrafo como García Icazbalceta (1825 -1894) primer secretario de la Academia Mexicana (1875-1883) y tercero de sus directores (18831894). Quizá sean la historia y la bibliografía los terrenos en los que descolló con mayor brillo. Por lo que toca a la primera, debe recordarse su traducción (1849) de la Historia de la Conquista del Perú de Prescot, su biografía de Fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México (dos volúmenes 1858 y 1866) así como su Nueva colección de documentos para la historia de México (cinco volúmenes 1886-1892). La importancia de García Icazbalceta como bibliógrafo queda suficientemente comprobada con su publicación de La bibliografía mexicana del siglo XVI obra que asombro al propio Menéndez y Pelayo. Fue así mismo un diligente editor de obras históricas y literarias. A todo esto hay que añadir que don Joaquín fue excelente lexicógrafo, lo que permite agruparlo con los filólogos de la academia. Su célebre vocabulario de mexicanismos (publicado en 1905 por su hijo Luis García Pimentel) no tiene más defecto que haber quedado inconcluso por el fallecimiento de su autor. La calidad de la redacción de las definiciones y, sobre todo, la pertinencia de las autoridades que cita convierten el Vocabulario de García Icazbalceta en el punto obligado de partida de la totalidad de los subsiguientes diccionarios de regionalismos en nuestro país, particularmente del muy conocido de don Francisco Santamaría. II Ignoro si estrictamente conviene a don Francisco Pimentel (18321893), uno de los fundadores de la Academia Mexicana, la designación de filólogo o de lingüista. Se trata en todo caso de uno de los más importantes estudiosos de las lenguas indígenas de México, aunque ciertamente no limitó a ello su sobrada inteligencia, como se muestra en su Historia critica de la poesía en México (1885). No cabe duda sin embargo de que lo más trascendente de su obra debemos buscarlo en los múltiples estudios que publicó sobre las culturas prehispánicas de México. Quizá la más reconocida de sus contribuciones al estudio de la lingüística americana, por la que recibió medalla de oro de la Academia de Ciencias de Francia, es la investigación que publicó con el titulo de Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas de México o tratado de filología mexicana (1874-1875). Entre 1903 y 1904 sus hijos publicaron las obras completas de Pimentel, en cinco tomos, con un amplio prólogo de Francisco Sosa. Predominan en ellas los temas indígenas. Me parece que, entre los 12 intelectuales fundadores de la Academia Mexicana, es don Rafael Ángel de la Peña (1837-1906) el que merece con mayor justicia el titulo de filólogo o, más precisamente, de gramático. Aunque ciertamente estudio teología, derecho y filosofía, lo más importante de su obra tiene que ver con el análisis de la lengua española. Lo mismo puede decirse de su labor docente, impartió clases de filosofía, teología, lógica, latín, tanto en el Seminario Conciliar cuanto en el Colegio de San Juan de Letrán; sería empero la gramática la que ocuparía por más tiempo la atención De la Peña, quien dedicó la mayor parte de su vida a estudiarla y enseñarla. Su primera publicación (1867) fue el Apéndice a 1a sintaxis latina que sirvió de texto en escuelas nacionales. Publicó después buen número de ensayos sobre temas de sintaxis, particularmente en los volúmenes de Memorias de la Academia Mexicana. De ellos puede mencionarse: "Sobre los elementos variables y constantes del español” "Estudio sobre los oficios ideológicos y gramaticales del verbo", "Estudió de los relativos que, cual, quien y cuyo entre muchos otros. De sus producciones mayores destaca sobre todo su Gramática teórica y práctica de la lengua castellana (1898) y su Tratado del gerundio, publicado primero como artículo en las Memorias de la Academia (III, 1886-1891) y, mucho después de su muerte, reimpreso corno libro en 1955 por la editorial Jus. La Gramática, que mereció juicios laudatorios de filólogos tan importantes como Rufino José Cuervo y de críticos tan reconocidos como Marcelino Menéndez y Pelayo, es un acabado ejemplo de texto normativo a la usanza del siglo XIX. Se expresan allí conceptos que, a la luz de la lingüística moderna, pueden resultar hoy no sólo discutibles sino quizá francamente equivocados. Sin embargo además de que puede ser visto como buena muestra de lo que se hacía en gramática por esa época, es decir que constituye de por sí lectura indispensable para cualquiera que se interese por la historia de los estudios gramaticales, puede perfectamente también ser consultado con gran provecho para resolver infinidad de puntos dudosos de morfología y sintaxis (casuística, dicen algunos despectivamente) que no suelen atenderse en los manuales modernos de gramática española, Quizá a ello pudo deberse que la UNAM haya decidido recientemente (1985) reimprimir con elegancia este injustamente olvidado texto de don Rafael Ángel de la Peña. III Don Alfredo Chavero (1841-1906) ingresó en la Academia en 1894. Fue, más que otra cosa, un buen estudioso del México antiguo. Quizá lo que más se recuerda de él es su colaboración en México a través de los siglos, obra dirigida por Vicente Riva Palado, cuyo primer volumen ("Historia antigua y de la Conquista") se debió a la pluma de Chavero. Escribió otros libros (Piedra del Sol, Biografía de Sahagún ... ). Son destacables asimismo sus ediciones de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y de la Historia de Tlaxcala, de Diego Muñoz Camargo. Parece ser que sus poemas y obras de teatro gozaron de cierta fama en su tiempo; hoy parecen, a juicio de Ignacio Bernal, "tan acartonadas y pasadas de moda que resultan ilegibles". Fue Chavero también excelente director del Museo Nacional. Menciono a Chavero entre los filólogos de la Academia porque en el volumen: III (1886-1891) de las Memorias de esa corporación, un interesante “Estudio etimológico” sobre las voces tocayo, huracán, petate y petaca. Hace uso allí de argumentación consistente y de sólidos conocimientos de las lenguas indígenas y de la española para atribuir origen náhuatl a tocayo, petate y petaca y quiché a huracán. Alguna atención habrá prestado la Real de Madrid a las etimologías de Chavero, pues en el Diccionario de 1984, aunque no se anota etimología a tocayo, se asigna origen náhuatl a petate y a petaca; huracán, sin embargo, aparece como voz taína. Don Francisco de Paula Labastida y Tessier (1857-1908) ingresó en la Academia en l893. Sacerdote y canónigo, tuvo ganada fama de buen orador. Casi no dejó obra escrita: algunos discursos y, quizá lo más interesante y por lo que queda aquí considerado, un "Estudio sobre el pronombre" (tomo IV, 1895, de las Memorias). Se trata de una curiosa reflexión, muy al estilo del ensayo gramatical del siglo XIX, en la que, mediante finas argumentaciones y un buen conocimiento de los gramáticos importantes de su época (Bello, Cuervo, Balmes}, intenta demostrar que las voces, tu, su, este, ese, aquel son primordialmente pronombres, sin importar que a ellas siga o no un sustantivo. En otras palabras, su tesis era la siguiente: pronombre es una parte de la oración que se pone en vez del nombre para señalar su persona gramatical, y los hay de dos clases: sustantivos y adjetivos; los primeros pueden ir solos en la oración, los otros, además de reemplazar al nombre, indican alguna relación (posesión o situación). Al final de su discurso, monseñor Labastida se mostraba no sólo cauto sino francamente pesimista en relación con el éxito que podría tener su tesis, ( audaz por cierto, entre los gramáticos: "no concibo -escribía- siquiera la esperanza de llevar mis convicciones a ningún entendimiento". Estoy seguro de que, en las futuras historias de la filología mexicana, difícilmente se dará cabida a este oscuro académico del siglo pasado. Que estas líneas valgan al menos para recordarlo. IV Entre los Intelectuales mexicanos que vivieron, por así decirlo, a caballo entre los siglos XIX y XX, hay que contar a Manuel Gustavo Antonio Revilla (1863-1924), quien siempre firmó como Manuel Revilla. Estudio leyes pero nunca ejerció como abogado, sino que se dedicó a la docencia y. a las letras. Practicó con excelencia la cátedra en dos vertientes: la historia del arte, en la Academia de San Carlos y lengua castellana, en la Escuela Nacional Preparatoria, donde ocupó el lugar que dejó vacante a su muerte el Ilustre gramático don Rafael Ángel de la Peña. Fue elegido miembro de número de la Academia Mexicana en 1910 y, en 1915, fue director interino de la misma. Es claro que su obra más importante tiene que ver con la historia más que con las letras: El arte en México en la época antigua y durante el gobierno virreinal (1893), libro que puede ser considerado, a juicio de José Luis Martínez, como la primera historia de nuestras artes. Publicó también un volumen de Biografías de artistas del siglo XIX (1908) y precisamente el año (1912) de la muerte de Velasco vio la luz su biografía titulada El paisajista dan José María Velasco. Sin embargo Revilla dedicó también esfuerzos y sabias reflexiones en relación con las letras y no sólo sobre temas de historia del arte. Es necesario decir que no es suficientemente reconocido Revilla por los filólogos posteriores, aunque en efecto aparecen referencias a su obra aquí y allá. Reunió sus ensayos sobre gramática y literatura en el volumen En pro del casticismo (1917). Me limitaré a mencionar sólo dos estudios dialectológicos de Revilla sobre el español mexicano. Ambos aparecieron en el tomo VI (1910) de las Memorias de la Academia. El primero (''Provincialismos de expresión en México") es una amplia lista, bien explicada, de voces y sintagmas peculiares de México. Me parece especialmente destacable, por original, su clasificación en siete grupos: 1) nombres de objetos, desconocidos de los españoles, sin equivalente en castellano; .2) nahuatlismos con que se designan objetos que tienen nombres equivalentes en español; 3) mexicanismos que proceden del francés, inglés, etc.; 4) palabras castellanas que se usan de manera exclusiva en México; 5) arcaísmos y neologismos; 6) expresiones peculiares de México; 7) ciertos barbarismos. La segunda nota de Revilla trata sobre "Provincialismos de fonética en México. En este ensayo nos da amplias muestras de que poseía virtudes de verdadero dialectólogo. Sus datos son, casi todos, estrictamente dialectales, esto es, caracterizadores del español mexicano A las precisas descripciones de alófonos mexicanos añade Revilla interesantes explicaciones sobre aspectos de fonética suprasegmental (acento, tono). Quizá resulten hoy inaceptables las causas que a juicio de Rcvilla podrían explicar ciertas entonaciones o grados de tensión articulatoria, en particular las climatológicas. Tal vez nos parezcan hoy anacrónicas sus concepciones normativas sobre la restitución del carácter interdental de c y z. Quedan en pie empero sus correctas descripciones fonéticas de naturaleza dialectal, que lo convierte en uno de los primeros estudiosos de la pronunciación del español en México. V Don Salvador Cordero (1876-1951) ingresó en la Academia Mexicana en 1920, para lo cual influyeron sin duda más sus méritos de novelista castizo (Memorias de un juez de Paz, 1910, y memorias de un lugareño, 1917) que sus conocimientos sobre gramática los tenía, como se comprueba en el hecho de que ocupo, por oposición, la cátedra de lengua y literatura españolas en la Escuela Nacional Preparatoria. El tema de su discurso de ingreso, aunque de evidente carácter didáctico y pedagógico, se relaciona también con asuntos que atañen a la lengua materna: Importancia práctica de la lectura y de la recitación e la enseñanza del idioma nacional». Cordero había colaborado años antes en un diario capitalino con artículos sobre temas de gramática, que reunió después en un volumen titulado –Barbarismos galicismos y--solecismos de uso más frecuente (1918). Hombre entregado totalmente a la enseñanza, primero como maestro rural y después en diversas instituciones de docencia secundaria y superior, don Miguel Salinas Alanís (1858-1938) debe además considerarse, con derecho, como uno de los gramáticos mexicanos de su tiempo. Todo ello explica que haya sido invitado a formar parte como correspondiente, de la Academia Mexicana. Siempre con orientación didáctica, escribió varios libros y ensayos sobre temas literarios (Fábulas del Pensador Mexicano, corregidas, explicadas y anotados, Cuentos, leyendas y poemas escogidos y anotados... ). Fue gran admirador de México y buen descriptor de sus bellezas naturales, como puede verse en obras suyas tales como Paisajes morelenses, El Santo Desierto de Tenancingo, Acueducto de Querétaro, Playas de Cuyutlán, etcétera. Creo, sin embargo, que más importantes que las obras anteriores fueron los trabajos gramaticales y lexicológicos de Salinas, los cuales deben verse, por una parte, como resultado de su experiencia como excelente maestro y, por otra, de la frecuentación de los mejores filólogos, a quienes conocía a la perfección (Bello, Cuervo, Robles, Dégano, De la Peña). Sus obras gramaticales y lexicológicas, como las literarias, tienen también un sentido didáctico, están concebidas como libros de texto. Fueron magníficos manuales que auxiliaron a muchos maestros mexicanos de gramática. Digo que fueron porque, en efecto, hoy ya casi nadie los consulta. Sin embargo yo recuerdo que no hace muchos años se recomendaban todavía, como auxiliar de las clases de gramática del nivel de secundaria, sus utilísimos Ejercicios lexicológicos para el aprendizaje de la lengua castellana. Es seguro de que nuestros actuales estudiantes (y también los maestros) aprenderían mucho sobre voces homónimas, parónimas, sinónimas, antónimas, etc., si trataran de resolver los amenos ejercicios de Salinas. Otras obras suyas en que se nos muestra experto lingüista y hábil educador son: Gramática inductiva de la lengua Castellana y Construcción y escritura de la lengua castellana. VI Don Victoriano Salado Álvarez (1867-1931), por sus muchos merecimientos, ingresó en la Academia Mexicana en el año 1923. Estudió leyes y practicó con excelencia la crítica literaria. Fue un cronista delicioso. Novelo con gran imaginación y perspicacia multitud de pasajes de la historia de México: De Santa Anna a la Reforma (1902) y De la Intervención al imperio (1903) fueron después editados con el título Episodios Nacionales (1945). A Salado Álvarez se le reconocen mayores méritos como cronista que como filólogo; sin embargo fue un culto estudioso de los asuntos de la lengua. Durante un tiempo público, en un periódico de la capital, una amplia serie de artículos en la columna (de la que ésta tomó el nombre) "Minucias del lenguaje", y que la Secretaría de Educación editó, muchos años después (en 1975), en forma de libro y con el mismo título. Todos esos artículos son acabado ejemplo de erudición y amenidad. Entre los trabajos filológicos de don Victoriano Salado me parece especialmente destacable el que constituye su discurso de ingreso en la Academia y que apareció después en el volumen décimo de las Memorias: "Méjico peregrino, mejicanismos supervivientes en el inglés de Norteamericano''. La investigación que allí hace el autor, primero de los hispanismos en la lengua inglesa, y después de los indigenismos mexicanos en el Inglés estadounidense, es en efecto asombrosa, tanto por la cantidad de obras que tuvo necesidad de consultar como por el profundo conocimiento que manifiesta del inglés (y del español) de la nación vecina. En estos tiempos en que solemos quejarnos de la presencia de lo Inglés (de lo estadounidense, concretamente) en todos los ámbitos de nuestra vida colonizada, puede resultar reconfortante la lectura de este estudio que muestra, con sólida argumentación y buenos ejemplos, la importante influencia léxica del español mexicano y de la lengua náhuatl en el inglés de Estados Unidos. Conviene hacer notar que en la investigación de Salado Álvarez que vengo comentando no sólo se describen los préstamos hispánicos o prehispánicos al inglés sino que también se hace un verdadero aanálisis semántico de los vocablos, y así quedan señaladas, en cada caso, las descripciones y las ampliaciones de sentido, como también las diferencias fonológicas. Además, se encontrarán en este texto útiles explicaciones sobre nombres geográficos de Origen hispánico en Estados Unidos e incluso una interesante disertación sobre mexicanismos usuales en ese país, y que desconocemos en México. VII Darío Rubio (1878-1952), que publicó algunas de sus obras con el seudónimo de Ricardo del Castillo, ingresó en la Academia Mexicana en año de 1927 y como discurso presentó un interesante estudio lexicológico que fue publicado después (en el volumen X de las Memorias de la Academia) con el título de "El castellano hablado en México". Fue autodidacto muy enterado en asuntos de filología, dialéctica Y paremiología. Se trata por ende de uno de los pocos académicos mexicanos cuya obra se refiere predominantemente a la lengua española hablada en México, aunque también escribió sobre otros temas, el teatro por ejemplo. Sus principales reflexiones filológicas están contenidas en los dos volúmenes de La anarquía del lenguaje en la América española (192.5). De su capacidad como paremiólogo da sobradas muestras su libro Refranes, proverbios, dichos, dicharachos (1937). Evidentemente, hoy es fácil encontrar en las retoricas explicaciones, en verdad poco técnicas, de Rubio, muchos errores. Más aún, no pocos de los dialectólogos actuales suelen Citarlo, a él y a otros pioneros como él, sólo en esos aspectos que a la luz de nuestros conocimientos actuales nos parecen imperdonables defectos o al menos muestras de ingenuidad excesiva. Por mi parte creo que sus escritos tienen, aun para nuestros días, información válida. Véase, por ejemplo, su explicación sobre la convivencia (y no mezcla) del náhuatl y el español durante la época virreinal en la Nueva España (y hasta -nuestros días); sus conceptos sobre la formación de voces híbridas en ambas lenguas; sus pertinentes observaciones en relación con las frecuentes concurrencias de vocablos españoles y nahuas del tipo tecoloce-buho y el predominio de unas sobre otras; sus Convincentes reflexiones sobre la innegable seducción que ejercen sobre todos nosotros tantas expresiones y giros propios del habla popular; su original recolección de dichos y proverbios mexicanos, etcétera. Personaje importante en la vida cultural de México y, en especial, en la historia de la Academia Mexicana, de la que fue secretario desde 1952 hasta su muerte, fue don Alberto María Carreña (1875-1962). Se entenderá que sus primeros escritos hayan sido de carácter económico si se considera que estudió en la Escuela Superior de Comercio y Administración. Sin embargo después publicó importantes estudios sobre historia, temas indigenistas, asuntos internacionales, literatura… Baste decir que sus Obras completas (1939) abarcan 24 volúmenes. No fue Carreña un filólogo propiamente dicho; sin embargo son numerosas las alusiones, en sus obras, a asuntos relativos a la lengua española. Daré sólo un ejemplo. En su extenso estudio titulado “La lengua castellana en México" (tomo X de las Memorias), hace una apretada historia de la literatura mexicana tanto colonial cuanto decimonónica, pero puede encontrarse allí también el desarrollo de asuntos que competen a lo que hoy llamaríamos fonología del español básico de México (y de América) para lo cual hace uso de textos de, gran valor filológico: el testamento de Diego de Ocaña, las declaraciones rendidas al Santo Oficio por el librero Alonso Losa e incluso documentos hasta entonces inéditos como el que contiene la notificación que envió el emperador Carlos V al Provincial de los Dominicos en la Nueva España, de haber abdicado en favor de Felipe II. VIII Entre los académicos mexicanos hay un buen número de intelectuales y escritores que, sin que se hayan dedicado profesionalmente o de manera preferente al cultivo de las ciencias lingüísticas o filológicas, tuvieron sin embargo un manifiesto interés por la lengua española y de ello dan muestra algunos esporádicos ensayos debidos a sus plumas. A este grupo pertenecen, entre otros varios, tres ilustres pensadores de la primera mitad de este siglo: Ezequiel A. Chávez, Alejandro Quijano y José Vasconcelos. Don Ezequiel Adeodato Chávez (1868-1946) fue, más que otra cosa, uno de los grandes educadores mexicanos y uno de los más limpios funcionarios públicos. Enseñó en la Escuela Nacional Preparatoria, en la Facultad de Altos Estudios (después de Filosofía y Letras), en la Facultad de Jurisprudencia y en varias universidades del extranjero. Entre los altos puestos que ocupó destacan el de subsecretario de Instrucción pública (1905-1911) y el de rector de la Universidad Nacional (l913-1914 y 1923-1924). Su abundante obra escrita gira sobre todo en torno de la filosofía, la psicología y la educación. De sus conocimientos da cuenta el magnífico "Discurso" que pronunció cuando ingresó (1930) en la Academia Mexicana que justamente trató sobre la enseñanza de la lengua nacional. Buena parte de este ensayo está dedicado a una interesante caracterización fonética de la lengua española y a reflexiones de naturaleza semántica, así como, de manera sobresaliente, a asuntos relativos a la didáctica lingüística. Don Alejandro Quijano (1883-1957), destacado jurisconsulto, hombre de letras y periodista (fue director del periódico Novedades), ingresó en la Academia en 1918 y fue director de la misma desde 1939 hasta su muerte. De su obra me interesa destacar dos aspectos que se relacionan directamente con la lengua española. En 1916 publicó en colaboración con Manuel G. Revilla, La ortografía fonética, libro que no he podido consultar pero cuyo título deja ver el interés de Quijano en la enseñanza de la lengua. La otra vertiente filológica de Quijano es de carácter lexicológico y tiene que ver en particular con el estudio de los diversos lexicones de la Real Academia. Puede consultarse, sobre este asunto, su obra El segundo centenario del Diccionario de Autoridades; los diccionarios académicos de 1940. Mucho se ha escrito sobre la vida y obra de José Vasconcelos (18821959). Aquí sólo deseo destacar, por una parte, que perteneció a la Academia Mexicana, a la que ingresó en 1941 y de la que fue bibliotecario y, por otra, que aunque de manera marginal en relación con toda su copiosa obra, también se interesó en asuntos de lengua. Buen ejemplo de ello viene a ser el discurso que pronunció cuando ingresó en la Academia y que apareció en el volumen XIII de las Memorias con el título de "Fidelidad al idioma”. En tres rasgos fijo Vasconcelos esa fidelidad: a los orígenes ("por fidelidad a los orígenes entiendo la preferencia decidida que debe darse a la voz castiza sobre la vernácula"); a la idea ("el deber que tienen, lenguaje y _gramática de mantenerse al tanto del desarrollo conceptual filosófico así como del saber experimental"); y a la belleza ("con toda su nobleza, el lenguaje es simplemente humano... es menester adiestrarle a fin de que, entre tanto, por lo menos al pensamiento, le sirva de ala"). IX Don Raymundo Sánchez nació en 1882, en Guanajuato, y falleció en la ciudad de México en 1952. Ingresó en la Academia Mexicana en 1941 y en tal ocasión leyó un discurso sobre "Purismo y pureza del lenguaje". Fue junto con Carlos González Peña, Miguel Salinas y Daniel ~Huacuja, uno de los más importantes gramáticos mexicanos de su época. Dedicó toda su vida a la enseñanza de la lengua y de la literatura. Como estudioso de la gramática fundamentaba sus opiniones apoyándose en autoridades que conocía muy bien: Robles Dégano, Cuervo, Bello, De la Peña. Pocos recuerdan hoy a Raymundo Sánchez. Es sin duda uno de esos oscuros gramáticos cuyo nombre no suelen consignar las historias de las letras patrias ni las enciclopedias. Carlos González Pena, en el discurso con el que le dio la bienvenida a la Academia, hace ver que su pensamiento abierto y moderno no correspondía a su figura y aspecto “un señor grave, silencioso, austero, menudito, que huye del mundanal ruido, que no se paga de exterioridades ni de bambolla, que siempre viste de negro...” En su discurso de ingreso, Raymundo Sánchez explica en tersa prosa que no debe confundirse la pureza con el purismo idiomático. Hace ver que el purismo intransigente cambiaría “en purismo la pureza de la palabra porque causaría el estancamiento de la lengua y la incapacitaría para que lleve a cabo su natural función de reflejar las corrientes, las tendencias y el ambiente de la sociedad". Como se ve, estas ideas no parecen propias de un gramático solemne y acartonado, como suele pintarlos la leyenda. Todo su discurso está en efecto dedicado a probar que el cambio, la innovación no es sólo natural en la lengua, sino que contribuye a fincar su grandeza y su belleza. Que este discretísimo recuerdo de Raymundo Sánchez quien, por otra parte, casi no dejó nada escrito, sirva también para traer a la memoria a tantos otros gramáticos sabios que, por su modestia, por su timidez, su carácter silencioso, por el asunto mismo de sus investigaciones, son olvidados casi siempre por los manuales de historia de la cultura. Mencioné arriba a Carlos González Peña quien, como académico, contestó el bello discurso de Raymundo Sánchez. En efecto, además de historiador y crítico de la literatura, este intelectual mexicano (1885-1955) fue un excelente gramático. Publicó en 1921 su conocido Manual de gramática castellana que todavía sirve de texto en algunas escuelas. Aunque sus notas bibliográficas suelen poner énfasis en su obra crítica e historiográfica, González Peña debe obligatoriamente aparecer, en destacado sitio, entre los filólogos de la Academia Mexicana, pues dedicó buena parte de su vida a la enseñanza de la gramática, disciplina en la que fue verdadero experto. X Don Agustín Aragón y León (1870-1954) ingresó en la Academia Mexicana en 1947. Aunque incursionó en diversas disciplinas (medicina, derecho), y obtuvo los títulos de topógrafo, hidrógrafo, astrónomo y geógrafo, su verdadera vocación estaba en las matemáticas o, más exactamente, en la filosofía de las matemáticas, de conformidad con las ideas de Comte, cuyas doctrinas siguió fielmente. Prueba de su adhesión a este filósofo es la célebre disputa que entabló con los miembros del Ateneo de la Juventud (Caso, Reyes, Henríquez Ureña, Vasconcelos…), exigiendo entre otras cosas que se suprimiera la Universidad recién fundada porque, a su juicio, sus fines, y su estructura no eran afines al pensamiento cotidiano. Escribió varios estudios de historia, filosofía y sociología, todos ellos con orientación positivista. Puede sin embargo considerarse don Agustín entre los filólogos de la Academia al menos por su discurso de ingreso, brillante pieza oratoria que se publicó después (vol. XIII de las Memorias de la Academia) con el título de “El habla popular en mi comarca”. Infinidad de datos interesantes sobre el habla morelense (había nacido en Aragón Jonacatepec, Morelos) pueden hallarse en este discurso. Bien se ve que su autor tenía mucha curiosidad por la lengua del pueblo y que sin duda conservaría papeletas o apuntes con todo aquello que le interesaba, pues de otra manera resulta difícil explicar que, en su discurso, pudiera comparar nada menos que 181 expresiones de la primera parte del Quijote con las equivalencias del español rural de Morelos que, como podrá imaginarse, son en su mayoría propias de todo el español popular de México y no sólo de ese estado. Otros datos históricos y folclóricos de interés están presentes en el discurso de don Agustín, a quien hemos de reconocer también, además de tantos otros títulos, el de filólogo. Para cualquiera el nombre de Antonio Mediz Bolio (1884-1957) se relaciona con el autor de esa magnífica reconstrucción de mitos, leyendas y fábulas del antiguo Yucatán que lleva por título La tierra del faisán y del venado. Otros varios libros escribió Mediz Bolio, casi todos inspirados en los antiguos indios yucatecos. Entró en la Academia Mexicana en 1946. Su discurso de ingreso fue de carácter filológico y versó sobre la “Interinfluencia del maya con el español de Yucatán". Ciertamente un año antes había publicado Víctor M. Suárez su hoy clásico estudio El español que se habla en Yucatán; sin embargo junto con él, el estudio de Mediz Bolio es sin duda uno de los primeros análisis del español yucateco, sobre todo si se considera que en 1943 ya había publicado don Antonio su Introducción al estudio de la lengua maya. Si la mayoría de los que han estudiado la etimología de Yucatán comienzan por el conocido pasaje de las Cartas de Relación de Cortés, en el que se narra que los indios contestaban a preguntas de los españoles con la voz yucatán, "que quiere decir no entiendo", Mediz Bolio en el discurso citado ya más atrás y recuerda que en 1502 Bartolomé Colón, hermano del almirante se comunicó con palabras y señas con algunos indios de la región que, señalando a lo lejos las costas de su tierra, le decían las palabras Yuk'altán mayah, "que era -anota Mediz Bolio-- la designación lingüística de su nación -tal como se encuentra hoy en los libros de Chilam Balam- y que textualmente quiere decir 'todos', el conjunto de los que hablan la lengua maya". Otros interesantes datos fonéticos, gramaticales y léxicos del español yucateco son claramente explicados por Mediz Bolio en ese discurso, que juntamente con el otro estudio citado arriba, me autorizan a incluirlo en la lista de los filólogos. XI ¿Quién no ha consultado alguna vez o al menos ha oído hablar del Diccionario de mexicanismos de Francisco J. Santamaría? Aun aceptando todas las críticas, no siempre justificadas, de lexicógrafos modernos, aficionados o profesionales, debe reconocerse que ese lexicón es el más completo y confiable de los recuentos de mexicanismos existentes. Su autor fue un incansable estudioso del español mexicano, uno de los que mejor lo han conocido, sobre todo en lo que concierne específicamente al vocabulario. No debe olvidarse que Santamaría es también el autor de un monumental Diccionario general de americanismos, obra meritísima que destaca entre la abundante bibliografía que se refiere al español americano. Ingresó Santamaría (18186-1963) en la Academia Mexicana en el año 1954 y leyó para esa Ocasión un discurso en el que adelantaba algunos de los resultados de sus faenas lexicológicas. Este texto fue titulado “Novísimo Icazbalceta o Diccionario completo de mexicanismos”. Daba así crédito el autor al gran polígrafo don Joaquín García Icazbalceta, en quien sin duda se inspiró para dedicarse al estudio del vocabulario mexicano. Recuérdese que el espléndido Vocabulario de mexicanismos de García Icazbalceta, publicado póstumamente había quedado lamentablemente inconcluso por la muerte del investigador. Fue Santamaría quien, después de casi medio siglo de ímprobos esfuerzos, pudo completar el lexicón que vino a ser la acertada continuación de lo publicado por García Icazbalceta. También ejerció don Francisco J. Santamaría, con excelencia, el periodismo. No pocos de sus libros fueron integrados con artículos aparecidos en los diarios. Fue así mismo un destacado político: llegó a ocupar la gobernatura de su estado natal (Tabasco) en el periodo 1946-1952. Obviamente, entre sus acciones de gobierno sobresale el impulso que dio a las letras, pues llegó a ocupar cerca de un centenar de libros. Nos recuerda Andrés Henestrosa en una nota biográfica que Santamaría solía decir que ese era el dinero mejor gastado durante su administración. Estoy convencido de que son sus diccionarios, es decir su trabajo como filólogo, como lexicólogo más precisamente, lo que garantiza la actual y futura vigencia intelectual de Francisco Santamaría. Sin embargo, no deben dejar de mencionarse otros de sus libros como por ejemplo, Mi escapatoria célebre de la tragedia de Cuernavaca, donde narra la manera como milagrosamente pudo ser el único que logro escapar de la matanza de Huitzilac, cuando como amigo y partidario acompañaba al general Francisco R. Serrano, candidato a la Presidencia de la República. Ahora cuando es común que la empresa de preparar un diccionario se encargue a instituciones o a grupos más o menos numerosos de investigadores, vale la pena rendir tributo a esos heroicos filólogos solitarios como Santamaría que juzgaban que bien valía la pena dedicar toda una vida a la preparación de una obra en verdad Importante. que con el seudónimo de El Dómine escribió durante más de 10 años (1949-1963) en el diario Novedades, desde donde dio una verdadera cátedra de lingüística y de gramática españolas. XII Don José Ignacio Dávila Caribi (l888-1981) fue un verdadero polígrafo: su bibliografía comprende más de 50 libros y_ 300_ folletos. Probablemente sobresalen en su vasta producción los estudios de carácter histórico, en especial los que tienen que ver con asuntos Jaliscienses. Sin embargo destacó también como estudioso de las lenguas prehispánicas, de lo que dan prueba suficiente libros suyos tales como Curso de raíces de lenguas indígenas referido a ciencias biológicas (1942) , Los idiomas nativos de Jalisco y el problema de filiación de los ya desaparecidos (1945), La escritura del idioma nahuatl a través de los siglos (1 948), entre otros. Enseñó nahuatl en la Facultad de Filosofía y Letras. También la lengua española atrajo la atención de Dávila Garibi y a ello se debe que lo considere en el grupo de los filólogos académicos. Su discurso de ingreso en la Academia Mexicana (1954) versó precisamente sobre "Algunas analogías fonéticas entre el romanceamiento castellano de voces latinas y la castellanización de vocablos nahuas". Como se ve, en Dávila Caribi se conjuntan los conocimientos que deberían caracterizar a todo buen filólogo (al menos ésa era la idea de Menéndez Pidal): la historia, la literatura y la lingüística. Fue también don José Ignacio un probo funcionario; debe destacarse el desempeño de su cargo como secretario de la Academia desde 1962 hasta su muerte. Otro erudito notable, aunque casi no dejara obra escrita (excepto sus abundantes artículos periodísticos), fue don Manuel González Montesinos (1897-1965), profesor de las universidades de México, Oxford, Cambridge y Texas. Habría que aclarar, como lo hizo en su momento don Francisco Monterde, que lo que no dejó don Manuel fueron libros publicados, aunque sí escritos, como su magnífica tesis doctoral sobre "La estética de Edgar Poe los críticos neohumanistas estadounidenses. Ingresó en la Academia Mexicana en 1957 y leyó en esa ocasión un discurso titulado "El uso y el abuso del idioma”, tema que desarrolla con elegancia y precisión, sirviéndole como marco de referencia la historia de la literatura española, así como las funciones encomendadas por Felipe V a la Real Academia; pone además especial atención al tópico de los galicismos. A González Montesinos se le recuerda sobre todo y muy merecidamente, por su sabia y valiente columna "Palmetazos" XIII Deseo terminar esta mal hilvanada serie de datos biobibliográficos de algunos de los filólogos que pertenecieron a la Academia Mexicana, trayendo a estas páginas el recuerdo de un gramático casi desconocido, como suelen serlo quienes se dedican al cultivo de las disciplinas lingüísticas. Me refiero a don Daniel Huacuja (1883-1974), maestro de profesión, discípulo de Enrique Rébsamen, que ingresó en la corporación en el año de 1964 con la lectura de un discurso que titulo “Algunos trabajos en pro de la enseñanza de nuestro idioma". De su labor como filólogo y gramático hay valiosas muestras en sus vanas intervenciones, eruditas y amenas, publicadas en diferentes volúmenes de las Memorias de la Academia. En su discurso de ingreso estableció una precisa historia de los cambios que se habían venido operando en la enseñanza de la lengua española en México. Podría pensarse que estas invectivas suenan ya añejas y fuera de tono. Debe reconocerse empero que hoy sigue siendo obligación de todos conservar la pureza del idioma, procurar su unidad sustancial rechazar neologismos impropios, repeler vulgarismos degradantes. Ahora que la técnica intenta dominarlo todo, si se acepta como necesario un equilibrio entre tecnología y humanismo, debe comenzarse vigilando lo más humano que tenemos, la lengua. Eso era lo que preocupaba a don Daniel Huacuja, independientemente del tono oratorio de sus intervenciones en la Academia, que podía no agradar a más de alguno. Estoy convencido de que en estos tiempos seguimos necesitando más filólogos que sigan llamando la atención de todos nosotros sobre la necesidad de fortalecer la unidad de la lengua española.