Un feminismo de otro género

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Un feminismo de otro género
Ciencia “objetiva” e ideología
Firmado por Jesús Trillo-Figueroa . Artículo aparecido en ACEPRENSA
Fecha: 23 Enero 2008
En 1972 el doctor John Money presentó una prueba que parecía hacer irrefutable el
hecho de que la identidad de género depende de la educación recibida. Ilustró el caso de
un gemelo monocigótico cuyo pene había sido destruido durante una operación de
circuncisión. Se trata del célebre caso de los gemelos Bruce y Brian Reimer. Los padres
del niño acudieron a Money, el cual les aconsejó que le hicieran castrar y lo educaran
como si fuera una mujer.
Money contó que el cambio de sexo había sido un éxito, y explicó que el niño se había
adaptado perfectamente a su identidad femenina, en comparación con el otro hermano,
que se adaptó a su identidad masculina.
Un cambio no aceptado
(...) En 1997 el doctor Milton Diamond, experto en el efecto prenatal de la testosterona
sobre la organización cerebral, reveló que el doctor Money había mentido respecto de su
experimento.
Diamond (...) buscó y localizó al gemelo y descubrió que (...) el niño no había aceptado
jamás ser una niña, y jamás se adaptó al papel femenino. (...) Se veía rechazado en la
escuela por las demás niñas. Pronto manifestó tendencias lesbianas, pues le gustaban
sus compañeras, a pesar de las hormonas que le obligaron a tomar. A la edad de 14 años
mostró tendencias suicidas. (...)
Cuando supo que era un chico, decidió llevar una vida de hombre y se sometió a
intervenciones de cirugía reconstructiva sumamente complicadas (Milton Diamond and
H.K. Sigdmundson, “Sex reassigment at birth”, Archives of Pediatrics, nº151, marzo de
1997, págs. 298-304). Terminó casándose con una mujer. (...) Las investigaciones sobre
exposición prenatal a las hormonas ha demostrado que ya antes del nacimiento los
cerebros masculinos y femeninos son notablemente diversos. (...)
La Samoa inventada
El prestigio adquirido por Margaret Mead con su obra Adolescencia, sexo y cultura en
Samoa, publicado en 1928, es uno de los más sorprendentes fraudes del siglo XX. Decir
que Mead es un fraude, en el ámbito feminista es una auténtica herejía, pero el caso de
esta ilustre antropóloga, quizás la más famosa del siglo XX, vuelve a ser el de una
persona que construye sus teorías como una especie de justificación de sus propias
prácticas, transfiriendo sus planes personales aberrantes a sus concepciones sociales.
(...)
Mead era declaradamente bisexual, tuvo tres matrimonios heteros y dos amantes
lésbicas de largo plazo (...). Todo ello además de la práctica del amor libre cuando le era
posible.
Mead describe la isla de Samoa como un paraíso sexual liberado de todas las
represiones que siguen existiendo en Occidente por culpa del cristianismo: “En Samoa
el amor romántico tal y como se da en nuestra civilización, inseparablemente unido a las
ideas de monogamia, la exclusividad, los celos y la fidelidad, no tiene lugar”. En aquella
isla lo normal era la práctica libre del sexo heterosexual y homosexual, todo ello “de
manera ocasional y placentera”. La única disidencia a esta idílica explosión sensual eran
los misioneros cristianos, “cuya oposición es tan vana, que sus protestas se consideran
irrelevantes” (Margaret Mead, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, Paidós Ibérica,
Barcelona, 1995).
(...) En 1983, Derek Freeman publicó su obra sobre el mito de Samoa, en su libro,
Margaret Mead y Samoa: deshaciendo un mito de la antropología (...). Mead estuvo
nueve meses en Samoa y no hablaba su dialecto. Freeman dedicó a su investigación casi
medio siglo y hablaba el dialecto samoano de manera perfecta.
Según este último, en lugar de estar construida sobre la promiscuidad, la sociedad
samoana estaba en realidad construida sobre la veneración de la virginidad, una
veneración que el cristianismo no se inventó, pues la tradición religiosa politeísta de
Samoa reservaba a las vírgenes ceremoniales llamadas taupous la más alta
consideración de su escala social. (...) Frente a la libertad matrimonial y el rechazo de la
monogamia, los samoanos se tomaban la exclusividad matrimonial con la mayor
seriedad, y hasta rigurosidad que se pueda observar. (...) La antropóloga Mead “con
demasiada frecuencia encontró en las sociedades primitivas lo que esperaba establecer
en la suya propia” (Benjamin D. Wiker.
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