José Barroeta Todos han muerto Poesía completa (1971-2006) Editorial Candaya Candaya Poesía 6 Presentación: Eugenio Montejo Prólogo: Víctor Bravo Contiene CD con la voz del autor ISBN-10: 84-934923-1-0 ISBN-13: 978-84-934923-1-1 464 págs. 22 € EL autor José Barroeta nació en 1942 en Pampanito (Trujillo, Venezuela) y murió el 6 de junio de 2006, en Mérida (Venezuela), ciudad en la que residió desde finales de los 70, a excepción de algunos decisivos años que vivió en España (Barcelona y Madrid) y Francia (París). Pepe Barroeta, como le llamaban sus amigos, es autor de seis libros poemas: Todos han muerto (1971), Cartas a la extraña (1972), Arte de Anochecer (1975), Fuerza del día (1985), Culpas de juglar (1996) y el hasta ahora inédito Elegías y olvidos (2006), todos ellos reunidos en Todos han muerto. Poesía completa (1971-2006), obra en la que, consciente de su enfermedad (un tumor cerebral con varias metástasis), trabajó incansablemente hasta poco antes de su muerte, supervisando hasta los más pequeños detalles del libro, con la generosa colaboración de su entrañable amigo el profesor Diómedes Cordero, al que José Barroeta dedica un poema bellísimo, “Diómedes”, en su último poemario. El último correo que José Barroeta nos escribió fue precisamente tras recibir las pruebas de imprenta de Todos han muerto. Poesía completa: “Recibimos el material con la portada y los textos de las solapas. Me emociona poder sentarme pronto en la silla de la portada y disfrutar con los amigos de la edición y de los poemas. Un saludo especial a Pere Fradera, el diseñador. Le sugiero que dibuje otra silla para que nos podamos sentar y conversar con comodidad, pues seguro que en ese juego de sillas mágicas es desde donde mejor se podrá captar el sentido de mis poemas”. Ese correo está fechado el 6 de mayo, exactamente un mes antes de la muerte de José Barroeta. Sólo cuatro días después, el 9 de junio, la imprenta nos entregaba por fin Todos han muerto. Poesía completa. José Barroeta no llegó, pues, a sentarse en las sillas de Pere Fradera, pero sí sus amigos y lectores que hemos seguido conversando sobre sus poemas en los homenajes que le han recordado tras su muerte: en Mérida (Venezuela) el 20 de junio, en Valencia (Venezuela) el 28 de junio o en Murcia (España) el 18 de julio y lo seguiremos haciendo en los muchos encuentros que se preparan para otoño. Como ejemplo de estos reconocimientos, hay que destacar que El Nacional, principal periódico de Venezuela, le dedicó integramente su suplemento literario (PapelLiterario, 10 de junio de 2006), hecho que no ocurría desde la muerte del novelista Miguel Otero Silva, fundador del periódico. José Barroeta se impregnó el afán de inoclastia y ruptura de los encendidos años 60 y 70, y fue desde muy joven miembro activo de grupos literarios vanguardistas, como Tabla Redonda, En Haa, Trópico uno (“la poesía no se fabrica de acuerdo a fórmulas deliciosas, rigurosamente aprendidas en una Escuela de Letras”, Sol Cuello Cortado (“urge que las relaciones burguesas sean sometidas a una espantosa cirugía”) y sobre todo La Pandilla de Lautréamont (“me llaman el hijo de la copa de huesos de la pandilla de Lautreamont”) , desde donde compartió arriesgados presupuestos esteticos y sobre todo un estilo de vida de radical ohemia con poetas como Caupolicán Ovalles, Víctor Valera Mora, Luis Camilo Guevara, Gustavo Pereira, Ramón Palomares, Ángel Eduardo Acevedo, Teófilo Tortolero… Como confiesa en “Canto a mí mismo” (Culpas de juglar, 1996): Confiaba en un grupo de poetas locos/que fueron apareciendo de puntos cardinales/distantes/incapaces de apagar sus deseos detrás de una/música rota por el olor de las botellas/y del encanto miserable. V íctor Bravo, en el prólogo, subraya la importancia que tuvo para la formación del joven poeta Jose Barroeta, su militancia en estos grupos vanguardistas, especialmente en la Pandilla de Lautreamont: “ El grupo hará confluir en sí el aire eléctrico de la época: la asimilación de las enseñanzas de los simbolistas y vanguardistas europeos, en el mismo momento en que se plantea una búsqueda de lo originario; la celebración del fragor emancipatorio y, contradictoriamente, la asunción de la derrota; el exceso y el escepticismo que alcanzaban su más plena realización en la actitud bohemia; el orfismo y su parodia, en la tradición inaugurada por Antonio Arráiz en Áspero; y la celebración de la amistad como el más fuerte de los hilos de cohesión del grupo. Ética y estética de una generación de escritores que confluyen con fervor en La Pandilla de Lautrémont”. Y todo ello pese a que, en una entrevista posterior (Ramón Ordaz: “La poesía como experiencia es irrenunciable”. Barcelona, Venezuela, El Norte, 7 de octubre de 1990), José Barroeta parece relativizar y tomar distancias respecto al concepto de “generación literaria”: “El criterio de generaciones nos impide ver lo más profundo de la obra de cada poeta y suele convertirse en una especie de prerrogativa para prestigiar transitoriamente a un grupo litrerario o a un autor determinado”. Jose Barroeta ha recibido importantes distinciones en su país, como el Premio Nacional de la Juventud, 1968; el Premio Pro-Venezuela de Poesía, 1974 o el Premio Bienal de Poesía Miguel Otero Silva, 1982. Su poesía ha sido traducida. al inglés, francés, italiano, rumano, chino y coreano. Ha participado en lecturas y conferencias en diversos países, y poemas suyos han aparecido en dstacadas piblicaciones latinoamericanas comoArquitrave (Colombia), Poesía (Venezuela) y en diferentes revistas españolas: casatomada, La bolsa de pipas, Palimpsesto, Piedra de molino, Turia… La obra de José Barroeta ha sido incluida en las más importantes antologías de poesía venezolana, entre las que citaremos sólo las dos últimas publicadas en España: Joaquín Marta Sosa: Poetas y poéticas de Venezuela (Antología 1876-2002), Bartleby Editores, Madrid, 2003 y Rafael Arráiz Luca: La poesía del siglo XX en Venezuela. La Estafeta del Viento. Colección Visor de Poesía, Madrid, 2005. Doctor en Literatura Iberoamericana (Sorbonne, París) y profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Los Andes (Mérida, Venezuela), José Barroeta ha publicado también cuatro libros de ensayo y crítica sobre la literatura venezolana y española: La hoguera de otra edad. Aproximación a dos grupos literarios: “El techo de la ballena” y “Tabla redonda” (1982); Poesía española (Novísimos y Postnovísimos) (1990); El padre, imagen y retorno (La imagen del padre en la poesía venezolana contemporánea) (1992); Lector de travesías. (Estudios sobre la poesía de Luis Camilo Guevara, Rafael Cadenas y Víctor Valera Mora) (1994). La obra Todos han muerto (1971-2006) recoge la obra poética completa (incluido el inédito y esperado Elegías y olvidos) de José Barroeta, una de las voces más profundas y turbadoras de la poesía hispanoamericana contemporánea. En Venezuela la crítica literaria coincide en considerar la aparición de este libro, tercera obra poética completa de un autor venezolano que se publica en España, como “el acontecimiento literario del año”. En la presentación de Todos han muerto (1971-2006), Eugenio Montejo afirma con admiración que en la poesía de José Barroeta “se percibe la presencia de algunos versos dados, de esos infrecuentes versos que parecen imponérsele a un poeta de modo autónomo y con pleno adueñamiento de su voz. Los versos dados, cuando realmente aparecen en la página, guían al conjunto de la composición y en cierta forma la ordenan, pues son éstos los que aportan las respuestas antes de que las preguntas lleguen a formularse. Marina Tsvietáieva va aún más lejos al afirmar que “uno de los indicios de la falsa poesía es la ausencia de versos dados”. Montejo pone de relieve algunas de las claves de la poesía de José Barroeta comentando tres poemas de su primer libro: “Todos han muero”, “Aamapola” y “Una rusa”. El poema “Todos han muerto” (claro homenaje a César Vallejo, pues su título es el primer verso ) puede considerarse como “una especie de carta de presentación bastante precisa de la poesía de Barroeta. Una carta que se vale ante todo de su tono para ganarse el recuerdo del lector, pues se trata de una voz que habla con cordial naturalidad, sin condescender con la garrulería que cierto exteriorismo poético mal asimilado había puesto en boga .El fino dominio del sentimiento guía la prosodia. Las palabras nacen de un acento natural, sin que el oficio y la técnica se impongan de modo ostensible (…) El poema reúne en su brevedad varios de los elementos que se volverán definitorios de la poesía de Barroeta: la presencia de la muerte, la mención de la familia, en cuyo ámbito se sitúan muchos otros momentos de su poesía, así como la recreación constante de su comarca como centro de sus visiones. Un poeta lárico, para decirlo con el término inventado por Jorge Tellier, al referirse a los creadores devotos de la tierra y de sus lares.” “La escritura del poema “Amapola” muestra una clara afinidad con los procedimientos del surrealismo, y en especial con las derivaciones específicas que el citado movimiento llegó a tener en Hispanoamérica, especialmente en el culto de la imagen dislocada, cuya eficacia arraiga con frecuencia en lo sorprendente e imprevisible, un rasgo notorio en otros libros de Barroeta. Sin embargo, el poeta no elige para sí la oscuridad deliberada de intención críptica. Su tentativa propende más bien a apoyarse en el ritmo, sin otra medida versal definida que la que la frase lírica le demande en el momento. “Amapola” destaca sobre todo por la primacía musical que recorre su escritura. La invocación de la muerte, en este caso plenamente confundida con la imagen del amor, obra como un espejo llamado a recuperar los seres y las cosas para siempre perdidos, un espejo cuya luz enigmática construye el tiempo del poema, ese futuro que parece ya haber ocurrido.” “En “Una rusa” el don imaginativo, la verdad del recuerdo y el ritmo empleado son los garantes de un desafío poético distinto. El nombre de la rusa, el mismo que se reitera con cierto efecto deliberado, es Tania Voroshilov. Gracias a la autenticidad de su tono, el poeta consigue sortear los escollos políticos del tema, y se adentra en el sueño, en esa zona onírica que Góngora acertadamente llama “su teatro de representaciones”, cuyos dominios han sido desde siempre más cercanos a la poesía.” En el prólogo, Víctor Bravo hace un recorrido crítico por la obra de José Barroeta: “Entre 1971 y 1996 José Barroeta publica cinco libros que conforman, en una obra de recurrencias y sorpresas, de ritmos de repeticiones y hallazgos, una estética y una visión del mundo, que parecen confluir con sabiduría y belleza, y en una suerte de síntesis, en Elegías y olvidos (2006), poemario inédito hasta ahora. Esta obra, como pocas, en una persistente fidelidad de más de cuarenta años, puede considerarse como uno de los más extraordinarios testimonios poéticos de una época y una generación Desde su experiencia generacional en La Pandilla de Lautréamont, José Barroeta esperará nueve años para reunir su producción poética bajo el título de Todos han muerto (1971), título que refiere ya una de sus recurrencias centrales, el tema de la muerte, que se abrirá, en sucesivos libros, hacia una intuición de mundo como vacío, hacia una inquietud de sí, a una demanda por el habitar bajo el techo de los afectos, los presentes y los ausentes, para así resguardar la propia fragilidad. El impacto del simbolismo y, sobre todo, del surrealismo, marcará estos versos que no cesarán de sorprendernos con imágenes insólitas (“En el fondo del mar/leeremos la Odisea”), y causalidades inauditas que a veces rondan con el absurdo, e incluso con el humor (así: “La distancia entre tus dos senos/es una larga, roja y blanca acacia”; o su famoso verso: “Si no me amas mato a mi padre”). Cartas a la extraña (1972), en celebración ambigua de la amada, vuelve sobre las recurrencias centrales del primer libro, en el mismo sentido en que Breton, en un lenguaje profundamente ambiguo y vital, celebra a Nadja. Celebración y escepticismo concurren en su contradicción vital (“…fatalmente el mundo nos alimenta de miedo y de pura poesía comenzamos a vivir”). En Arte de anochecer (1975) la poesía de José Barroeta, con sus ritmos y recurrencias, alcanza, uno de sus momentos más altos de terrible belleza: belleza en el hallazgo poético del verso; terrible, por su exhalación desde el vacío, que ya no cerrará su herida. La presencia/ausencia del padre será, como en Mi padre el inmigrante (1945), de Vicente Gerbasi, la génesis misma del poemario, por lo menos de la primera parte. El padre es el amor profundo y es la ausencia, de allí, una vez más, la celebración y el vacío. Esa presencia/ausencia determina la irrupción y límites del deseo, por instantes esbozado de manera incestuosa y teje la red de correspondencias, en la mejor tradición surrealista, entre lo común y lo insólito, entre el mundo y los astros; y todo hacia una comprensión poética del mundo: el arte de anochecer. Fuerza del día (1985), profundizando las intuiciones desplegadas en el anterior poemario, es el recuerdo del padre, ciertamente, pero para interrogar allí el misterio y el poder de la palabra. El escritor empieza a configurar lo que era un rastro de signos en su anterior obra: una poética; a descubrir su lugar en el lenguaje y en la poesía. Así dirá: “Sobre la palabra que gira /alrededor del sol/ las cosas tambalean/ oscurecen o tornan en destello el cuerpo”. Desde ese lugar el fervor por la amada, y su distanciación paródica, como extremos que concurren, se harán frecuentes; la locura aparecerá como un extravío pero también como un bello secreto; lo originario podrá ser nombrado, pero se mostrará como lo irrecuperable; y el poemario se cohesiona en la conciencia del poder de la palabra y de la poesía, como lugar de la dignidad de la existencia. En Culpas de juglar (1996) ese lugar de la palabra y la poesía nos lleva por momentos a la visión de un esteticismo del mundo (“Por mi boca de jarra partían los trenes/hacia las flores/iban y venían por túneles impresionistas/ con carboncillos de Van Gogh y Gauguin”), y en afirmación de la escritura como afirmación de vida: “En esta ciudad en esta calle en estas paredes frías/debo continuar con el poema/con todo lo que venga y arrastre con signo de fin”. Desde esa conciencia el poeta convocará, en atmósfera vallejiana, una vertiente escéptica; desde allí la utopía se mostrará como ceguera, en el mismo instante en que el poeta se muestra como vidente, pero vidente errático. Y esa conciencia que hace confluir en un mismo punto creación y fracaso, para alcanzar, como pocas veces en la poesía venezolana, esa situación de vértigo que presupone la puesta en crisis de los fundamentos, la revelación, por instantes, del sinsentido. Elegías y olvidos (2006), libro inédito, es una sabia síntesis de una vida dedicada a la poesía. El libro, cual libro de formación, se abre con el nacimiento del poeta, para luego, como en la configuración de un delta, describir los cauces genealógicos, la presencia del padre, la invocación de los familiares muertos, los hilos de ternura de la familia y de la amistad; la dicha del poema y la condición abismal de la muerte. La poesía de Barroeta se expande en una sucesión de correspondencias que sorprende al lector verso a verso y que hace del poeta, en la mejor tradición de Rimbaud, un iluminado. Lezama Lima decía que el nacido dentro de la poesía siente el peso de lo irreal y que la poesía sustantiva lo invisible. El poeta José Barroeta, ya en sus primeras obras, pero de manera deslumbrante en Elegías y olvidos, su último poemario, se asume como la voz poética de los ausentes. Desde el vacío del vivir, desde la pérdida implacable de lo amado, desde el desgarramiento silencioso de las horas que pasan, el poeta nos enseña que la única promesa de felicidad, que el único lugar para sustantivar lo ausente, es la plenitud del poema.” ALGUNOS POEMAS DE JOSÉ BARROETA Todos han muerto Todos han muerto. La última vez que visité el pueblo Eglé me consolaba y estaba segura, como yo, de que habían muerto todos. Me acostumbré a la idea de saberlos callados bajo la tierra. Al comienzo me pareció duro entender que mi abuela no trae canastos de higo y se aburre debajo del mármol. En el invierno me tocaba visitar con los demás muchachos el bosque ruinoso, sacar pequeños peces del río y tomar, escuchando, un buen trago. No recuerdo con exactitud cuándo empezaron a morir. Asistía a las ceremonias y me gustaba colocar flores en la tierra recién removida. Todos han muerto. La última vez que visité el pueblo Eglé me esperaba dijo que tenía ojeras de abandonado y le sonreí con la beatitud de quien asiste a un pueblo donde la muerte va llevándose todo. Hace ya mucho tiempo que no voy al poblado. No sé si Eglé siguió la tradición de morir o aún espera. Arte de anochecer Hay un arte de anochecer. De la entrada del cuerpo al alma, de la niebla a la redondez y del círculo al cielo; hay un arte de luz, un campo donde anochecer es mirar la vida con el cuerpo cerrado. Hay un arte de anochecer, un descenso en la entrada del día a la completa oscuridad. Un intermedio donde es necesario recibir y saber todo sin estremecimiento. Hay un arte, un paisaje a veces amable, a veces torvo, donde ascenso y descenso son accesorios de la materia limpia. Hay un arte de anochecer. Quien haya vivido o soñado con bosques, luces y demonios, lo sabe. Canto a mí mismo Yo era el poeta de mi tierra y de toda la tierra. Adentro de mí llovía y relampagueaba y sentía siempre uns inmensas ganas de llorar. Yo me reía de las frutas que caen en los tinglados y asustan el silencio y hablaba con los muertos y con los animales que pasan por la miseria vestidos de capitanes largos. Yo era un gran poeta de los muertos como jamás hubo otro en la comarca y me asustaba de ver subir las flores hacia la cal ambigua de las tumbas. Soñaba cantaba por las noches una desgarrada melodía y volvía a soñar entre muros y ciudades perdidas persiguiendo sombras halladas entre el porfiado frenesí de ausentes y de borrachos insondables. Yo era un poeta y me enamoraba de mí y de ti y de todas las miradas que vienen desde lejanos pueblos a la imaginada mesa del ecuador a buscar estrellas y panes de cobre para maldecir hombres en el centro del mundo. Comía sobras robaba leía el amenecer bebía y fumaba hasta sentir un agradable golpe en los pulmones. Creía en la muerte y me aprestaba a tomar el poder de mi país. Confiaba en un grupo de poetas locos que fueron apareciendo de puntos cardinales distantes incapaces de apagar sus deseos detrás de una música rota por el olor de las botellas y del encanto miserable. Yo me cantaba y me celebraba a mí mismo ganaba la vida sin hacer buscaba que mi razón perdiera y salía conmigo y contigo a buscar campos y ciudades para soñar y matar a los padres de mis padres quemar el mundo y pagar algún día con mi cuerpo en la hoguera el desenfreno de mi vaga ilusión. Caía sobre mí mismo y amaba mis fracasos. Sentía el placer de ser otro que escribe un poema sin principio ni fin alerta por si viene la muerte y revienta mi pobre y útil reino del cuerpo. Hábitos Mi oficio regentar el vacío Sólo tengo un pequeño estudio en arriendo en Mérida Mis tres hijas hacen y caminan sus sendas ausentes de mí en eso de sabernos con hábitos de familia. Mi hijo muerto yace bajo una lápida bajo prohibición de que grabe en ella los epitafios que para él soñé Mis libros formaron un pobre y curvo lomo de estantería que algunas veces entre emoción y tragos salen del escondrijo y leo perturbado poemas de muerte amor paisajes y melancolía Regento un vacío insoportable doloroso esperando que mi mujer se acueste a mi lado recién bañada o diga Vamos a bailar que salieron las vacas y las estrellas.